MIS LIBROS

Trilogía Corazón

Corazón de Hielo

¿Sabes por qué no es bueno tener un corazón de hielo? Tras pasar dos años en una academia de artes marciales, Isabella obtiene luz verde para volver al país que le quitó la rosa más valiosa de su vida. Lista para tomar venganza y acabar con los malnacidos que le arrebataron a su madre, y empezando una nueva vida mientras pasa desapercibida, no esperaba toparse con aquellos ojos tan grises como un cielo oscuro después de una tormenta. Él no dejará que nadie la toque por una promesa de sangre que hizo. Ella es el blanco de una de las organizaciones criminalísticas más peligrosas del mundo. Cuando sus mundos se unen, empezará una guerra mucho más grande de la que se avecina. Dos personalidades, dos corazones: uno de hielo y otro de fuego. Un juego nunca había sido tan divertido, más cuando la pasión y el deseo están incluidos.

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Nunca mires atrás

Isabella

Dos años antes…

Estaba en uno de los cementerios más exclusivos de la zona donde vivíamos (Newport Beach, California) y por primera vez vestía de negro. Un color que nunca quise usar, ni siquiera para los eventos de gala que mi padre realizaba constantemente en su empresa. Me negaba porque lo asociaba al dolor, al luto que se llevaba en el alma tras perder a un ser querido.

Jamás participé en un velorio, mucho menos en un sepelio. Me aterrorizaban tanto como la oscuridad. Muchas veces tuve que pedirle a Dios que no me tocara vivir uno, pero ahí estaba yo, viviéndolo en carne propia, atravesando el más doloroso de todos, sintiendo que mi alma se perdía y mi corazón se pulverizaba, queriendo llorar y no pudiendo hacerlo porque mis lágrimas se escasearon desde hace dos días atrás.

«El dolor que no habla, gime en el corazón hasta que lo rompe», pensé sabiendo que ya lo estaba experimentando, siendo consciente de que ese suplicio era de los más terribles, de esos en los que nadie te lograba hacer sonreír por un tiempo. Mi padre, John White, estaba parado frente al ataúd de la que fue la mujer de su vida (Mi madre). Intentaba dar unas palabras de agradecimiento a todos los que nos acompañaban, tratando de no quebrarse, de no mostrar su verdadero desconsuelo, uno que yo no podía ocultar por más que luchara. 

La lluvia comenzó a caer cuando el sarcófago que contenía el cuerpo de Leah White Miller empezó a bajar al sepulcro. Creía que eso solo pasaba en las películas, pero al parecer, el tiempo tenía la virtud (a veces) de mostrarse acorde a los sentimientos que experimentábamos.

Elliot Hamilton, mi novio y mejor amigo desde hacía dos años, estaba a mi lado, apoyándome como siempre. Tuvo la intención de abrir un paraguas para protegernos, pero me negué.

Lancé una rosa blanca después de que mi padre hiciera lo mismo. Nos marchamos cuando la tumba de mamá quedó lista. Por un momento, sentí que se me desgarraba el alma y no tuve la valentía de mirar atrás, más porque necesitaba honrar uno de los tantos consejos que siempre me daba cuando seguía con vida: «Nunca mires atrás».

Tomé del brazo a Charlotte Sellers mientras caminábamos hacia el coche. Ella me sonrió triste. Era la mejor amiga de mamá y uno de mis grandes apoyos en ese momento tan difícil. Además de que se había incorporado a las empresas de papá.

—¿Todo será así de ahora en adelante? —le pregunté a papá cuando estábamos en la limusina.

Miré afuera, a través de la ventanilla y contemplé las miles de lápidas que nos rodeaban. Elliot entrelazó sus dedos con los míos y de soslayo, noté que mi padre observaba atento nuestro agarre. Decidí solo enfrentarlo con la mirada.

Charlotte se encontraba a su lado y cuando nuestros ojos se cruzaron, me pidió con los suyos que lo comprendiera. Entendía su dolor y sabía que lo que yo sufría no era ni la mitad de lo que él estaba sufriendo, pero desde que la tragedia sucedió me hizo a un lado, haciéndome sentir como si yo no le importara. Sin darse cuenta de que lo necesitaba más que nunca, porque por muy fuerte que me hayan criado, perder a mi madre me estaba llevando a un punto del cual temía no regresar.

—No —dijo y carraspeó. Su voz sonaba ronca y me estremeció—. Te prometo que pronto vamos a terminar con esto —añadió y sentí a Elliot tensarse, cosa que me confundió porque no comprendí por qué lo hizo.

Papá y él se miraron por unos segundos, y Elliot negó. No se dijeron nada y al ver el rostro de mi padre lleno de seriedad, entendí que no quería preguntas. Callé solo porque me dolía demasiado la cabeza como para empezar una pelea con él. 

La limusina comenzó la marcha minutos después y el viaje a casa transcurrió en completo silencio. Al llegar, mi padre solo tuvo la delicadeza de darme un beso en la coronilla y luego se fue a su despacho, avisando que debía hacer algunas llamadas. 

Elliot me acompañó a mi habitación y lo agradecí en silencio, pues si no hubiera sido por él (quien no se despegó de mi lado ni un solo instante desde que nos avisaron de la tragedia), la pérdida de mi madre habría terminado en un final trágico para mí, ya que no creo haber tenido la suficiente fuerza para soportar y atravesar todo por mi cuenta.

—Me preocupa su actitud —le comenté cuando estábamos acostados en mi cama.

Elliot era dos años mayor que yo y papá siempre confió en él. Sus padres y los míos eran amigos y socios de negocios. Yo comencé a relacionarme con Elliot cuando nos conocimos en la escuela a la que ambos asistíamos. Sin embargo, que los Hamilton tuvieran una relación tan estrecha ayudaba a que mi padre no le diera importancia a que nos quedáramos a solas, sobre todo en ese momento, que seguía encerrándose en su burbuja de dolor y haciéndome a un lado.

—Dale tiempo, nena. Tú sabes que no es fácil lo que están viviendo y cada uno lo enfrenta a su manera —me consoló y acarició mi espalda con delicadeza.

Tenía mi cabeza apoyada en su brazo y respiré profundo cuando coloqué la mano en su pecho y sentí su corazón latir tranquilo. Su voz se escuchaba soñolienta, dejándome entrever su cansancio, algo que me angustió.

Elliot no solo estuvo ahí para mí, también apoyó a mi padre en todo lo que necesitaba. Él y su familia fueron esa mano que no nos soltó en ningún momento desde que la noticia de la muerte de mi madre llegó. Incluso se hicieron cargo de los preparativos del velorio y su sepultura, ya que papá simplemente no pudo hacer más que llorar y encerrarse en su habitación para que, según él, yo no lo viera en ese estado.

—Pero lo necesito, Elliot —dije con un poco de molestia.

En ese punto, prefería sentirme enojada con papá y no destrozada porque ya no podría volver a ver a mamá de nuevo. Ya no tendría la oportunidad de buscarla para irnos de compras o comer helado cada vez que me peleara con Elliot, o instarla a irnos de viaje solo para hacerlo sufrir.

Mi compañera de aventuras ya no estaba. Me la habían arrebatado.

—Y él a ti. Pero John sabe que en este momento necesita ser fuerte para poder consolarte, Isa y solo lo conseguirá luego de que se desahogue como su corazón se lo exige. Así que ten calma porque tú has perdido a tu madre, pero él ha perdido al amor de su vida —señaló y pude sentir el dolor en sus palabras.

Elliot quería a mi mamá como si también fuese la suya y yo estaba siendo una insensata en ese momento, pues comprendí su punto: yo perdí a mi madre, a la mejor que la vida me pudo haber regalado, pero papá perdió a una compañera irremplazable, a su pareja idónea. Mamá había sido para papá como la mate para un alfa y siempre fui testigo del amor que ambos se profesaban. Hasta cuando discutían se les notaba y eso siempre fue increíble para mí. Así que sí, mi padre estaba en todo su derecho de encerrarse en su propia burbuja de dolor y llorarla como tanto necesitaba. Así como lo hacía yo.

—¡Joder, Elliot! No sé cómo hacer para dejar de sentir este dolor —le dije de pronto y enterré el rostro en su pecho para que no me viera llorar—. No sé cómo dejaré de extrañarla y necesitarla si ella era mi cable a tierra —seguí.

Elliot se incorporó en la cama y me llevó con él.

—No te voy a mentir, amor —murmuró haciendo que lo viera a los ojos—. La extrañarás toda la vida y la necesitarás siempre, pero el tiempo hará que el dolor merme y te enseñará a vivir esta nueva etapa sin ella —aseguró y lo abracé con fuerza. 

Lloré y sollocé, encontrándome de nuevo en un mar de lágrimas y perdiendo la fe en el tiempo porque, justo en ese instante, no creía que algún día dejaría de sentir todo ese cruel dolor que me partía el alma en dos y esa impotencia al ser cada vez más consciente de que ella ya no estaría conmigo nunca más.

Leah White Miller ya no me acompañaría el día de mi graduación como una vez prometió, no me maquillaría ni me ayudaría a prepararme para mi fiesta, incluso sabiendo que haría lo que ella tanto deseaba evitar: que le entregara mi virginidad a Elliot, pero consciente de que tarde o temprano pasaría. Medio sonreí entre mi llanto al recordar esa conversación con mamá dos semanas atrás, cuando me demostró que más que mi madre, también era mi amiga, una en la que podía confiar sin importar nada porque ella tenía ese don que pocas madres poseían: ser las mejores amigas de sus hijas.

—No podré, Elliot —dije entre sollozos.

—Podrás, Isabella —aseguró él tomándome del rostro de nuevo, pero negué—. Lo harás porque por tus venas también corre sangre Miller y tu madre crio a una guerrera —juró y eso solo me hizo llorar más.

Era increíble la fe que ese chico tenía en mí. Y sí, por mis venas corría sangre Miller y mi padre siempre juró que mi fortaleza venía de mi madre y no de él, pero yo siempre lo asocié a que John se desvivía por su esposa, a que la amaba de una manera incondicional y única y, por eso, subestimaba su propia fuerza, ya que juraba que provenía del amor de Leah, esa mujer hermosa de pies a cabeza y de gran corazón que siempre fue.

Una modelo por vocación y madre por decisión, pero sobre todo, una guerrera que me enseñó a afrontar la vida con valentía. Una mujer que sabía defenderse por cuenta propia. Sin embargo, se entregó al cuidado total de mi padre cuando él le prometió protegernos a ambas de todo, mas no pudo cumplir su promesa a último momento y, aunque no lo culpaba, sí lamentaría por el resto de mi vida que no haya logrado mantenerla viva.

Todavía no sabía el motivo de su muerte, tampoco los detalles. Papá no quiso decírmelo y lo dejé pasar porque no estaba para eso en esos momentos. Tampoco me permitió verla en su ataúd porque se negó a que en mi mente quedara la imagen de ella en un estado inerte. Y fue lo mejor después de todo, puesto que no quería recordarla de esa manera, sino con vida, amor y alegría, algo que la caracterizó siempre.

—¡Dios mío! Necesito volver dos días atrás en mi vida —supliqué viendo al techo y me puse de pie, sintiendo de pronto que me estaba ahogando.

—¡Mierda, nena! No me hagas esto —pidió Elliot y trató de abrazarme, pero negué.

No lo hice porque no quisiera su gesto o no necesitara de su amor, sino porque me sentía demasiado vulnerable y comenzaba a odiar que me mirara con lástima.

—¡No lo entiendes! —espeté y me cogí la cabeza, enterrando los dedos en mi cabello castaño—. Necesito retroceder dos días atrás, regresar al momento justo cuando mamá fue a dejarme al instituto para sentir de nuevo el abrazo fuerte que me dio antes de bajarme del coche. Quiero volver a escuchar cómo me susurró en el oído cuánto me amaba y suplicarle que no se vaya, que no me deje sola porque no volveré a verla —chillé.

Y ni siquiera me di cuenta de que había caminado hacia atrás, solo lo supe cuando mi espalda golpeó con la pared y me arrastré en ella hasta sentarme en el suelo. Lloré y pensé en ese último día de mi madre con vida.

Su actitud había sido nerviosa de nuevo, o quizás emocionada (eso era algo que no sabría nunca), pero no le di importancia porque le ocurría con frecuencia y siempre que le preguntaba la razón, solo me decía que sufría ataques de ansiedad y le creí, por eso lo dejé pasar. Sin embargo, justo en ese momento, mientras seguía sentada en el suelo, abrazando mis piernas flexionadas y apretándolas contra mi pecho, comprendí que mamá se despidió de mí sin saber. 

«¿Será que presentía su muerte?», preguntó mi conciencia y negué.

Tenía la loca costumbre de hablar y responderme a mí misma, incluso creía que mi yo interior poseía vida propia. Cuando lo descubrí de niña y mamá me encontró hablando sola, le comenté lo que me pasaba y de la vocecita que era capaz de escuchar en mi cabeza. Le pregunté si acaso me estaba volviendo loca y ella sonrió con ternura.

 

—No, mi vida. Solo tienes la capacidad de escucharte a ti misma y muchas veces eso es bueno, pero trata de hacer caso solo a las cosas buenas que te diga tu conciencia e ignora las malas —me dijo en ese momento y asentí más tranquila. 

 

Aunque tiempo después le pedí que me llevara a un doctor para estar más segura, él confirmó lo mismo que ella y, desde ese entonces, me dejé llevar por mi voz interior. Sin embargo, muchas veces peleaba con mi conciencia, ya que me aconsejaba hacer más cosas malas que buenas, al menos malas para mí en ese tiempo.

—Isa, tu madre te dejó tantos recuerdos, vivencias y enseñanzas, que será imposible que se vaya de tu vida —dijo Elliot poniéndose en cuclillas frente a mí y colocando ambas manos en mis brazos—. No verás su cuerpo, nena, pero su presencia siempre estará en tu corazón y en cada pensamiento —juró y tragué con dificultad.

Como si sus palabras fueran algún tipo de conjuro o estuvieran llenas de magia, la voz de mi madre llegó a mi cabeza de inmediato.

‹‹La fuerza no proviene de lo que puedes hacer. Viene de superar las cosas o situaciones que alguna vez pensaste que no podías. Así que siempre recuerda esto: tu fortaleza no es física, es fuego que viene de tu alma››.

Me mordí los labios al recordar el momento en que me dijo eso, estábamos meditando, ya que ella siempre tuvo una especie de cariño y apego por la cultura japonesa y, por eso, la aplicaba en su vida. Había mandado a construir una zona en la casa que se asemejaba a un monasterio. La encontraba allí cada vez que llegaba de la escuela y, aunque al principio me parecía aburrido y en muchas ocasiones terminaba dormida, luego de que me pidió que practicara con ella la meditación, llegó un momento en que busqué por mi cuenta meditar con ella. 

—Gracias por estar conmigo, por no dejarme sola —le susurré a Elliot y lo abracé.

En ese instante, él estaba siendo mi cable a tierra. Era como el ángel guardián que mi madre me dejó. 

—Siempre estaré para ti, Isa. No agradezcas eso —pidió y me besó en la coronilla.

«No sabía qué haríamos sin el ojiazul guapetón». Medio sonreí ante ese señalamiento de mi vocecilla interior. Aunque también estuve de acuerdo. Elliot era un chico dulce conmigo y muy respetuoso. Mi propia versión del príncipe azul. Nuestra historia casi se podía comparar con la de los libros románticos, aquellos repletos de cursilería.

«Los de Friends to Lovers, por supuesto».

¡Esos!

Le concedí a mi conciencia, ya que era tal cual. 

Nos conocimos cuando yo tenía ocho años y él diez; mis padres me transfirieron a su escuela por recomendación de los suyos y, a pesar de que la idea no me agradó, me acoplé muy rápido a mi nuevo entorno gracias a Lisa, una amiga que hice desde el primer día de clases. Íbamos juntas al mismo grado y, por coincidencia, el hermano de ella estaba en el mismo año escolar que Elliot y ambos resultaron ser buenos amigos. Así que, para el almuerzo, Charles (el hermano de Lisa) y Elliot siempre nos buscaban para comer juntos.

Fue así como nos comenzamos a relacionar, ya luego llegaron las comidas de fines de semana entre nuestros padres que ayudaron a que nos acercáramos más. Pero la atracción nació cuando estaba por cumplir catorce años. Por supuesto que Elliot tuvo muchas novias antes que yo, situación que me hizo tragarme los celos como si fuese papel de lija porque para mi suerte, él no se fijaba en mí como yo quería hasta que Lisa tuvo la brillante idea de que le diera celos con su hermano.

¡Joder! El día que decidí salir con Charles, Lisa por poco perdió a un hermano mientras que yo ganaba un novio. Aunque luego de aclarar todo y explicarle a Elliot por qué hice lo que hice, admitió que estaba enamorado de mí y ya nadie pudo separarnos.

—Te quiero —susurré y lo tomé del rostro para darle un beso casto.

—Y yo a ti, hermosa consentida —aseguró y apreté los labios para no llorar de nuevo al escucharlo llamarme así.

Era un mote cariñoso de su parte que me gané a pulso, pero no me avergonzaba; al contrario, me sentía dichosa de haber tenido a unos padres que me trataran siempre con amor, me dieran atenciones básicas y detalles que su esfuerzo de años les permitiera darme. Ellos me hicieron soñar siempre con una vida igual a la de los cuentos de princesa Disney y Elliot se convirtió en mi príncipe perfecto.

Aunque en ese instante y con tristeza, reconocí que cada vez estaba más cerca de obtener mi verdadero y propio cuento de hadas, pues no solo tenía al príncipe encantador, sino que también acababa de perder a mi madre.

«¡Bien! Era mejor buscar un nuevo cuento donde fueras la princesa guerrera y enamorarnos del villano».

¡Puf! Claro que no, quería a mi príncipe.

Alegué cuando mi voz interior sugirió tal cosa.

 

____****____

 

Los días pasaron, y con ellos todo se volvió peor.

Papá comenzó a cerrarse más en sí mismo y se refugió en su trabajo. Empecé a sentirme más sola a pesar de que tenía a Elliot y a Charlotte, quien no solo fue amiga de mamá, sino también su asistente. Ambas tenían la misma edad y eran mejores amigas desde muy jóvenes y, desde el momento en que mi madre faltó, Charlotte se quedó a mi lado para ayudarme a superar su pérdida. Aunque no era fácil, ni para ella ni para mí. 

Busqué a papá para consolarme en sus brazos, pero no siempre tenía tiempo para mí. Cuando llegaba de la empresa se encerraba en su despacho y hacía llamadas en las cuales constantemente terminaba gritando y enfadado. Odiaba en lo que se estaba convirtiendo mi vida, y para ignorarlo terminé por retomar de nuevo mis entrenamientos de artes marciales. Desde que tenía diez años, mamá me inscribió en cursos de defensa personal. Hubo un momento en el que ella también practicó conmigo. Sin embargo, lo dejé cuando comenzaron a interesarme más los salones de belleza y las salidas con amigos.

Asimismo, terminé tomando el camino de mi padre y me alejé de los pocos amigos que tenía. Mis días comenzaron a basarse en ir a la escuela, regresar a casa a entrenar, hacer tareas y pasar algunas tardes con Elliot cuando él no tenía prácticas con el equipo de fútbol al cual pertenecía o pasaba de las salidas con sus amigos. 

Estaba a semanas de cumplir los dieciséis años y, en lugar de disfrutar mi adolescencia, comencé a vivir una vida monótona. Había días en los que simplemente actuaba en automático.

—¡Perdón! —exclamé cuando salía del salón de entrenamientos que teníamos en casa. 

Había chocado con un hombre. Vestía traje negro y su postura era dura y peligrosa. No era la primera vez que lo veía y Lisa, la única amiga que todavía seguía conservando, me comentó que notó a alguien siguiéndome incluso en la escuela. Ese hombre era la misma persona. 

—Perdóneme a mí, señorita White. Fue mi culpa —reconoció y asentí. 

—¿Por qué estás aquí y has estado siguiéndome estos días? —quise saber. Él me miró un poco incómodo. 

—Trabajo para su padre, son órdenes de él —informó y eso no me sentó bien.

Todos los nunca se estaban cumpliendo para mí desde la muerte de mi madre y ese era otro, pues nunca necesité de guardaespaldas y pensé que ya era momento de hacer que mi padre me escuchara, puesto que mi vida estaba dando un giro de ciento ochenta grados y él no se dignaba a explicarme nada. 

Decidida a eso y al saber que se encontraba en casa porque vi su coche antes, me dirigí a su lugar sagrado. Noté que el hombre de antes me seguía y eso me hizo sacar lo Miller que llevaba en la sangre. 

—A ver, dejaremos algo claro. —Mi voz sonó demandante al decir aquello porque también se me estaba mezclando lo White y eso ya eran otros niveles—. Estoy en casa y no creo que aquí alguien quiera hacerme daño, así que te agradecería que me dejes sola. Me pones nerviosa y ya estoy lo suficientemente estresada como para que tú lo empeores —solté.

El pobre hombre me miró asustado. 

—No es mi intención, pero tengo órdenes, señorita —se defendió y negué. 

—Voy a hablar con papá y quiero hacerlo a solas —zanjé—. Si insistes en seguirme hasta cuando voy al baño, te juro que te haré tener un trabajo muy difícil de aquí en adelante y créeme, tengo los medios para hacerte maldecir por haber aceptado cuidarme —advertí.

«¡Demonios! Eso no te lo sugerí yo».

Sonreí satírica cuando mi conciencia señaló tal cosa. El pobre hombre creyó que lo hice por él y me miró asustado. No era mi intención ser irrespetuosa, el tipo solo cumplía mandatos, pero la tensión que vivía en esos días ya me estaba pasando factura. 

Retomé mi camino y agradecí que ya no me siguiera. En definitiva, papá tenía que escucharme. Y más decidida que antes, me dirigí a su despacho, pero me detuve al escuchar que no estaba solo. La otra voz era del padre de Elliot y, aunque no era mi manera de actuar, me quedé en silencio y escuchando la pequeña discusión que tenían. 

—Debes calmarte, John. Estás actuando como un novato, tal cual ese malnacido quiere —pidió el señor Hamilton. 

—Es fácil pedir eso cuando no estás en mi lugar, ¿cierto, Robert? —Papá se escuchaba demasiado enfadado—. Dime, ¿qué harías tú si fuese tu esposa la que corriera el destino de mi Leah? 

—Ya, John. No digo que sea fácil lo que estás pasando —repuso el señor Hamilton. 

—No lo es —concedió papá— y te aseguro que si estuvieses en mi lugar y encontraras a Eliza tal cual yo encontré a Leah, no me estarías diciendo que actúo como un novato. 

Hubo silencio unos segundos y se me partió el corazón cuando escuché a papá sollozar, pero la sangre abandonó mi cuerpo en cuanto volvió a hablar y dijo esas siguientes palabras:

—La violaron, Robert. Ese hijo de puta ultrajó el cuerpo de mi preciosa Leah. ¡Lo profanó de la peor manera y no contento con eso, la mató! ¡Me arrebató el corazón y lo pisoteó de la forma más vil que existe! Así que no me digas que no…

Un sonoro sollozo se me escapó. No hubo forma de impedirlo. No existía poder alguno que me quitara el dolor que sentí de nuevo, esa vez intensificado al mil por ciento. Aquel sentimiento se mezcló con el odio y los deseos de encontrar a los malditos que asesinaron a mamá, que la violaron. Quería vengarme de ellos. Necesitaba hacerlos pagar, lograr que se arrepintieran por haberla tocado y dañado. 

—¡Isabella! ¡Hija! —me llamó papá.

Él y Robert Hamilton salieron del despacho al escucharme. Me encontraba sentada en el suelo, negando con la cabeza mientras me cubría los oídos con las manos, deseando no haber escuchado semejante atrocidad.  

—¡Dime que escuché mal, que es mentira lo que acabas de decir! —supliqué entre sollozos—. ¡Papá, por favor! ¡Dime que mamá murió en un accidente! —No lo vi llorar antes como lo hizo en ese momento.

Y no dijo lo que deseé escuchar, solo llegó hasta mí y me acunó en sus brazos como tanto quise que hiciera desde que mamá nos faltó. Bien decían que existían verdades que era mejor no saberlas, porque desgarraban más que la información no dicha. Muchas veces era preferible mantenerse en la ignorancia al menos por un tiempo, mientras el corazón sanaba de una herida para después soportar otra.

Tras descubrir algo tan aberrante, tuve que enfrentarme a más cambios en mi vida. Al parecer, solo había hecho un giro de ciento sesenta grados, los otros veinte le siguieron y no me agradaron, pues papá decidió enviarme a vivir fuera del país (una semana después de cumplir mis dulces dieciséis), alegando que también corría peligro y no estaba dispuesto a perderme. 

Sentí muy injusto que me quitara la vida a la que estaba acostumbrada, que me alejara de mi novio y me hiciera tomar un nuevo destino, aparte de que deseaba estar con él y apoyarnos de forma mutua en nuestro luto; no obstante, el miedo en sus ojos me hizo comprender que hacía eso por amor y fue lo único que me convenció de ceder. 

—No será fácil, pero lo lograremos —aseguró Elliot cuando estábamos en el aeropuerto.

Desde que descubrí los detalles de la muerte de mi madre, me la pasé llorando todos los días y otra vez estaba sin lágrimas, aunque mi alma y corazón lloraban con esa despedida. Papá dijo que todo lo que pasó fue porque tenía enemigos que querían el poder que él manejaba con su empresa constructora y por un contrato millonario que le ganó a la competencia. Y todavía me era increíble saber que hubiese personas tan enfermas y capaces de actuar contra la vida humana por simple avaricia.

«Mamá valía más que un contrato millonario».

Sin duda alguna. 

—Cumple tu promesa y ve a visitarme en las vacaciones de verano. —Casi exigí aquello. 

—Nena, bien sabes que en nuestras familias las promesas son sagradas —me recordó—. Me tendrás contigo desde el primer día que comiencen las vacaciones. —Me besó con suavidad y correspondí agradecida. 

—Te quiero —susurré.

El último llamado para tomar mi vuelo fue hecho y papá me tomó con cariño del brazo. 

—Te quiero —respondió Elliot antes de que me alejara de él. 

Sus ojos azules se volvieron brillosos cuando comencé a alejarme. No quise decirle nada, pero en mi interior sentía que las cosas no serían tan fáciles como él aseguraba y que esa partida cambiaría nuestras vidas para siempre. Esperaba volver, aunque intuía que ya no lo haría siendo la misma chica que se despedía en ese momento de su dulce príncipe. Algo me gritaba en mi interior que la mimada y dulce Isabella White Miller murió el día que también lo hizo su madre.

 

 

 

 

Aston Martin

Elijah

El tiempo pasó más rápido de lo que esperé y se cumplieron seis meses desde que salí de mi país. 

—Tómalo como un año sabático, cariño. 

Sugirió mi padre en su momento y me mantuvo viajando en uno de sus aviones privados. Conocí Italia, Inglaterra, Francia, España y muchos otros países, todos de Europa. Mis compañeros de viaje fueron personas que papá ponía para que me cuidaran y en uno que otro, él se unió a mí.

Tal vez mi padre no me dedicaba el tiempo que yo requería, pero me daba lo que podía, lo mejor de su versión después de perder a mi madre. Siempre me decía que evitaba estar cerca de mí para mi protección, aunque nunca me daba más explicaciones de las que quería.

Con Elliot solo tuve contacto por móvil, y en los últimos meses ni eso. Desde que salí de California supuse que nada sería como lo planeamos, pero vivirlo era peor. Aunque papá me explicó que mi novio seguía pendiente de mí y que, si no he sabido nada de él, fue porque lo consideraron mejor para mi seguridad. 

—Señorita, mañana viajaremos a Tokio —informó Ella, mi guardaespaldas. Ahora nos encontrábamos en Austria.

Mis orbes casi se desorbitaron de mis cuencas cuando escuché tal cosa. 

—Es una broma, ¿cierto? —Ella negó un poco apenada—. Llama a papá, necesito hablar con él —pedí más fuerte de lo que pretendía.

Me estaba hospedando en un hotel increíble, era casi de ensueño y Austria fue uno de los pocos países que disfruté de verdad. Llevaba dos semanas ahí, mismas en las que todos los que me cuidaban actuaban raro. Por órdenes de papá, se deshicieron de mi móvil y solo me he podido comunicar con él por medio de los guardaespaldas. ¡Joder! Ni siquiera me dejaban usar el internet y si mi padre pretendía que disfrutara de mi año sabático, lo estaba arruinando. 

Nada sería igual sin redes sociales, salidas con amigos, tardes con mi novio. ¡Mierda! Extrañaba hasta los complicados ejercicios de matemáticas y la aburrida clase de historia en mi instituto de pijos. 

«¡Uf! Y de los deliciosos juegos con Elliot ni hablar». Me sonrojé al pensar en eso. 

—No puedo, señorita. La comunicación con él estará suspendida hasta nuevo aviso. —Abrí la boca con sorpresa, sin poder creer que de verdad dijera eso—. Le aconsejo que haga sus maletas porque saldremos antes de que salga el sol. 

—¡Ni siquiera he aprendido a hablar bien el japonés! —grité cuando la vi irse. 

Imaginé que papá desde un principio tuvo planes de enviarme a Tokio, ya que mantuvo siempre conmigo a una maestra de lengua japonesa (aparte de la maestra privada que me ayudó a continuar mis estudios básicos y un psicólogo), a un instructor de artes marciales y a un experto en armas. Al principio creí que lo hacía para que no me aburriera y estuviera muy ocupada en los viajes, pero sabiendo mi destino, intuí que todo fue planeado. 

«¿Y si en verdad nos preparaba para algo?».

Era posible.

En ese momento, la rabia por no entender nada de lo que sucedía a mi alrededor no me dejaba ver más allá de mis narices. 

—Todo sería diferente si estuvieras aquí, mamita —susurré viendo al cielo a través de la ventana.

Mi corazón seguía reconstruyéndose después de su pérdida. Todavía dolía, deseaba haber hecho todos esos viajes con ella a mi lado. Nada de lo que hacía era por placer, era un escape. Papá tenía miedo de que sus enemigos me encontraran y esa era la razón de entrenar y aprender a defenderme por mi propia cuenta. Y sí, era consciente de que, si un día esos malnacidos me encontraban, no se las pondría fácil.

—Te prometo que yo no cometeré tu error, mamá —seguí y me limpié las lágrimas—. No pondré mi seguridad en manos de nadie. Cuidaré siempre de mí misma —juré.

«Tú sola contra el mundo, Colega».

Dijo mi conciencia y sentí una punzada de dolor porque sí, desde que mi madre faltó era yo sola contra todos.

 

____****____

 

Nueve meses después estaba instalada por completo en Tokio. 

Tras seis meses de viajes por Europa, por fin había una ciudad a la que podía considerar como hogar temporal.

Retomé mis estudios ahí y me uní a una academia de artes marciales en la que pasaba la mayor parte del tiempo. Mi maestro Baek Cho se convirtió en mi segundo padre (en realidad, él hacía mejor su papel que mi propio progenitor) y su hija, Lee-Ang Cho, en mi mejor amiga y hermana. 

En la segunda semana de julio, Elliot cumplió su promesa y viajó para pasar conmigo lo que restaba de las vacaciones de verano en Estados Unidos. Papá se nos unió por unos días y estoy segura de que después de lo de mi madre, esa fue la primera vez que me sentí en familia y feliz.  

—Estás muy diferente…, más guapo —le dije a Elliot cuando estuvimos en mi habitación aquel verano.

Había perdido por completo su imagen de adolescente. En esos momentos, lucía como un chico de diecinueve años. Su cuerpo tenía más músculos y se notaba que debía afeitarse todos los días. 

—Tú igual. Estás más hermosa y me gusta la forma que han tomado tus nalgas. —Me sonrojé cuando señaló eso—. Esos jeans que usas me hacen imposible apartar la mirada de tu culo. Creo que hasta tu padre lo notó, ya que me dio un golpe en la cabeza mientras te veía subir los escalones. 

—¡Madre mía, Elliot! —exclamé avergonzada y lo hice reír a carcajadas.

Y no se equivocó. Papá notó tanto su mirada en mi culo, que hasta terminó hablando conmigo esa noche.

«Una conversación demasiado incómoda».

¡Joder! Más que demasiado.

Decirle que seguía siendo virgen (ya que, si bien mi relación con Elliot no era del todo inocente, todavía no dábamos ese gran paso) fue más fácil para mí que sus consejos sobre métodos anticonceptivos.

Elliot estuvo conmigo hasta el quince de agosto. Papá, en cambio, se quedó con nosotros solo por tres semanas. Cuando llegó el momento la despedida fue triste, pero ya estaba resignada, así que continué con mi vida. Notando que las cosas comenzaban a relajarse y que mi padre ya no demostraba el miedo de antes, sentía que todo comenzaba a volver a su cauce y una noche me vi suplicándole que me dejara volver a California. 

Y, aunque solo obtuve un «ya veremos» de su parte, me dio un poco de esperanza.

Al mes siguiente, me dio la noticia más esperada de mi vida: me dejaría volver. Pero no fue tan bueno como imaginé. Sí volvería a los Estados Unidos, solo que no lo haría a mi ciudad natal. Y no tuve de otra más que aceptar, puesto que esa fue su única condición y me moría de ganas por volver a estar en mi país. Aunque para que el tan ansiado día llegara, esperé tres meses más. Papá quería preparar bien todo antes de que pusiera un pie en mi nueva ciudad: Richmond, Virginia. 

Estaría alejada de él y de Elliot por un poco más de cuatro mil doscientos veintidós kilómetros, pero peor era la distancia entre Estados Unidos y Japón.

«Ese era un enorme y buen punto», concordó mi conciencia.

Justo dos semanas y media después de que se cumplieran dos años de la muerte de mi madre, me encontraba en el aeropuerto de Tokio. Enero, sin duda, se convirtió en el peor mes del año para mí y mi luto seguía casi intacto. El color negro se volvió parte de mi guardarropa tras aquel fatídico día y mi actitud alegre y espontanea quedaron en la versión borrosa de la antigua Isabella.

Pero no era para menos, aquella muerte tan horrible que recibió mi mayor ejemplo de vida me marcó la maldita existencia, me cambió desde la punta de los pies hasta el último cabello en mi cabeza y jamás lo olvidaría. Volvería siendo una Isabella diferente, una chica que no se dejaría joder tan fácil de nadie.

«Lucharíamos hasta la muerte».

Totalmente. 

Viajaría desde Tokio y haría escala en diferentes países hasta llegar a Richmond, Virginia. El viaje sería largo, pero estaba emocionada por volver, por retomar mi vida y tratar de iniciar de nuevo, intentando olvidar un poco el dolor o, por lo menos, saberlo llevar y aprender de él. Así que no importaba la incomodidad que sufriría en mis músculos y nalgas por tantas horas de vuelo.

Lee-Ang y las chicas con las que estuve todo el tiempo en Tokio, se encargaron de hacerme una bonita despedida un día antes. Mis compañeras de la academia de artes marciales se convirtieron en parte de mi familia y estaba segura de que las extrañaría demasiado.

—Te extrañaré mucho, Chica americana —dijo Lee-Ang con su acento asiático bien marcado antes de salir de mi apartamento el día de mi viaje. 

«Chica americana». Fue el apodo con el que me bautizó su padre. 

—Y yo a ti. Gracias por todo —repuse sincera. Luego nos dimos un abrazo de despedida.

Mi maestro me esperaba en su coche y durante todo el viaje hasta el aeropuerto, se dedicó a aconsejarme. Le agradecí de corazón todo lo que hizo por mí.

«Agradecías todas las veces que hizo que te patearan el trasero».

Pues sí, de ello aprendí mucho.

«¡Puf! Me diste mucha pena en esos momentos».

Sonreí inconsciente ante las locuras que me susurraba mi loca conciencia. Sufrí mucho, el aprendizaje no fue fácil, pero estaba muy orgullosa de todo lo que logré.

—Bien, Chica americana, aquí termina el recorrido de uno de los tantos viajes que te tocará hacer en la vida —habló el maestro Cho cuando el llamado para abordar el avión fue hecho.

—No soy buena para las despedidas, así que le pido por favor que no lo haga —pedí con un raro gesto entre risa y llanto. Él sonrió al verme.

«Si sabías que se estaba burlando de ti, ¿cierto?»

Ignoré tal locura.

—No me voy a despedir porque esta no será la última vez que nos veamos —aseguró. El último llamado para abordar mi avión llegó—. Vive tu vida a plenitud y aprovecha las oportunidades que la vida te da, y no olvides que el aprendizaje es un tesoro…

—Que seguirá a su dueño a todas partes —terminé por él el lema de su academia. Las palabras con las cuales nos formó a mis compañeras y a mí. 

Sonrió satisfecho al oírme. Le di un corto abrazo y tras eso, me marché. Los nervios se hicieron presentes de nuevo y de corazón deseaba que la decisión que había tomado de volver me marcara para bien.

«¡Y que al fin llegara un buen revolcón con Elliot!».

Pensar en las palabras de mi subconsciente me puso peor de los nervios. Y con ellos como mis únicos compañeros (ya que los dos guardaespaldas que iniciaron conmigo hacía dos años atrás: Ella y Max, habían dejado de cuidarme desde que llegué a Tokio), inicié mi larga travesía: el regreso a mi país y a un nuevo hogar.

 

____****____

 

El viaje fue más largo de lo que esperaba, así que respiré profundo cuando me encontraba en mi nueva casa. Desde que la vi me encantó, tanto por fuera como por dentro y me sorprendió mucho que mi padre escogiera una casa común dentro de sus ostentosos estándares. Era de un solo nivel: tenía tres recámaras con su propio baño, una sala, comedor, cocina, jardín trasero y cobertizo al frente. 

No era para nada como las mansiones a las que estaba acostumbrada, aunque sí tenía ciertos lujos. Papá era así y no lo juzgaba, pues era lógico que trabajando duro como lo hacía, se diera sus gustos en todo lo que quisiera. Cuando le pregunté el porqué del cambio, me dio una razón que no me agradó mucho: no quería que sus enemigos dieran conmigo y según sus propias palabras: «no había nada mejor que pasar desapercibida en una casa normal». 

Nadie se imaginaría nunca que podría encontrar a la hija del empresario más importante en el rubro de la construcción lejos de la vida de lujos y sin estar rodeada de guardaespaldas.

«Eso era lo que él creía».

Y lo que yo esperaba.

Mi padre había ido por mí al aeropuerto y durante unas semanas me acompañó en mi nueva ciudad. Esos días junto a él fueron los mejores después de nuestra estancia pasada en Tokio. Intentamos recuperar un poco del tiempo perdido y de disfrutar como padre e hija. 

Me acompañó a la Universidad de Richmond para inscribirme en un seminario de fotografía, puesto que no podía tomar la carrera completa de momento, ya que había llegado tres semanas después del inicio del semestre de primavera. Sin embargo, el semanario iniciaría el ocho de febrero y eso me ayudaría a ir mejor formada para cuando pudiera inscribirme en el semestre de otoño.

También recorrimos un poco la ciudad. Richmond era muy distinto a Newport Beach, carecía de lujos, pero sí se notaba que era más tranquilo y se respiraba mejor aire al estar rodeada de ríos, lagos y algunos bosques densos, mismos que conocimos con mi padre cuando nuestras ganas por hacer largas caminatas nos atacaron. Aunque por desgracia, el día en que tenía que marcharse llegó y la despedida fue inevitable, de nuevo.

«Cuánto extrañaba a mamá». Suspiré con nostalgia ante aquel pensamiento.

Lo único que me mantuvo un tanto emocionada y que logró que olvidara mi tristeza, fue que el inicio de clases sería al día siguiente de que él se marchara. Así que, luego de ir a dejarlo al aeropuerto, me dispuse a irme a la cama temprano después de escoger la ropa que usaría en mi primer día. 

Desde hacía tiempo que no me sentía como en esos momentos. Al fin volvía a ser como una chica de mi edad, una de casi dieciocho años queriendo comerse al mundo en una sola noche.

«Pero cuando tenías a tu mundo frente a ti, no te lo comías».

Elliot llegó a mi cabeza en esos instantes.

Como era costumbre desde que me visitó en Tokio, cada noche me comunicaba con él así fuese llamándolo o por mensajes de texto. Para los dos era muy difícil mantener una relación a distancia, aunque hasta ese momento lo estábamos logrando.

Pronto cumplirás dieciocho años, nena y quiero estar ahí contigo —dijo el dueño de mi mundo, recordándome la fecha que se aproximaba.

Todavía faltaban tres meses para eso, pero supongo que ya era bueno hablarlo.

—Yo también lo deseo, cariño. Serás mi mejor regalo —me expresé sincera y con emoción.

«¡Eeww! Cursilería nivel: ataque de diabetes aproximándose».

Me reí al escuchar tal susurro interior, pues aceptaba que con Elliot se me salía la reina de algodón de azúcar.

Te amo, Isa. No lo olvides nunca —pidió haciendo que mi corazón se acelerara ante sus palabras.

Apenas había dejado de lado el te quiero y lo cambió al te amo en el verano pasado, pero aun así, que me lo dijera siempre que tenía oportunidad, me seguía estremeciendo.

—Yo igual y lo sabes —le recordé un poco cansada y no de él, sino de todo lo que hice en el día—. Cariño, tengo que dejarte. Las clases comienzan mañana y quiero intentar dormir un rato. —Un bostezo se me escapó.

Ojalá puedas. Besos y linda noche, nena —deseó y se despidió.

Después de terminar la llamada, me quedé un rato dando vueltas en la cama, pensando y recordando cuando mamá estaba viva y su forma tan peculiar de despertarme siempre que cumplía años. No pude evitar derramar unas cuantas lágrimas. La extrañaba mucho y sabía que jamás podría sobreponerme a su pérdida. Pero intentaría vivir lo mejor que pudiera, ya que estaba segura de que eso era algo que ella hubiese querido para mí.

 

____****____

 

La alarma sonó a las seis y treinta de la mañana. Típico que después de no haber podido dormir, la hora de despertarse llegase como si nada.

Saqué la mano de debajo de las sábanas y a tientas llegué hasta mi móvil. Tras apagar el molesto sonido, salí de la cama con todo el cabello revuelto. Fui a la ducha y al salir, el corazón me martilleaba el pecho como si estuviera a punto de reunirme con Elliot. Tal vez esa era la reacción normal en una chica de mi edad a punto de iniciar una nueva etapa en su vida.

La ropa que escogí para usar ese día incluía el color negro, pues todavía no me sentía capaz de dejar de usarlo. Al estar casi lista, fui hasta la cocina, saludé a Charlotte y desayuné un poco de lo que preparó para mí. 

—¿Nerviosa? —cuestionó al verme comer con impaciencia. 

No había notado que movía las piernas como si tuviera unas ganas tremendas de ir al baño, tampoco que, por ratos, dejaba la mirada fija en un solo punto, ida por completo. 

—Mucho —hablé con la verdad. Me era fácil ser sincera con ella—, pero no sé por qué, ya que ni cuando inicié mis clases en la escuela de Tokio me sentí así. Y eso que allí debía hablar un idioma diferente y usar uniforme con zapatos raros. —Charlotte sonrió divertida al oírme. 

Ella continuó trabajando para papá en sus empresas tras la muerte de mamá y cuando se me permitió volver a Estados Unidos, se mudó conmigo para ser mi compañía. Mi roomie, como la apodé, porque me daba vergüenza que, a esas alturas de mi vida, mi padre me pusiera una niñera.

No importaba que me hubiera asegurado de que necesitaba a Charlotte en la sede de la compañía que tenía en Richmond y que ella aceptara porque me extrañaba, pues a Elliot se le salió decirme que, en realidad, había sido Charlotte la que convenció a mi padre de dejarme volver al país y él puso de condición que ella me acompañara. Y no se lo recriminé solo porque le prometí a mi novio que no diría nada para no meterlo en problemas con papá.

—Es normal, cariño. Comenzarás una nueva vida otra vez —soltó con ironía y me reí—, pero esta vez estás donde debes, tu destino era aquí desde un principio. —Noté un poco de malicia en su voz y la miré con el ceño fruncido. 

—¿A qué te refieres? 

—A nada —respondió de inmediato—. No me hagas caso, creo que a mí también me está afectando el cambio. Mejor apresúrate porque se te hace tarde. —Miré el reloj en mi móvil cuando señaló eso.

Corrí al baño para cepillarme y me apliqué un poco de labial rosa al terminar. Cogí mi bolso con todas mis cosas dentro y me despedí de Charlotte. La escuché gritar un: «¡Vas hermosa!» cuando salí por la puerta principal y le respondí con un: «¡Gracias!».

Llegar tarde el primer día de clases no era de buen augurio. 

«Cierto, debías apresurarte».

Di gracias al cielo porque papá se preocupó por dejarme un medio de transporte. Escogió un Honda Fit en color naranja. No era de mi gusto, pero era un coche y jamás fui de las que le daba importancia a eso. 

Conduje quince minutos hasta llegar a la universidad. Tenía el tiempo suficiente para buscar el salón donde tendría las clases, y me sentí feliz al encontrar pronto un estacionamiento libre cerca de la entrada principal. Aunque justo cuando me disponía a meterme de retroceso entre el espacio libre, otro coche se me adelantó, ganándome de inmediato el lugar. 

—¡Me estás jodiendo! —grité e hice sonar el claxon con brusquedad.

«Esa era una falta de educación tremenda».

El coche era un Aston Martin deportivo de color negro. No sabía mucho de autos, pero ese era uno de los favoritos de papá y lo reconocería hasta en la sopa. Tenía los vidrios polarizados y no me dejaba ver el interior. Sin embargo, el piloto respondió haciendo sonar su claxon tres veces y, sin pensarlo, le saqué el dedo medio viendo por el retrovisor. Luego salí pitada de ahí a buscar otro estacionamiento libre. 

—¡Imbécil! —mascullé. No me importaba si fuese mujer u hombre. 

No debería dejarme llevar por las primeras impresiones, pero ese primer día no estaba saliendo como lo planeé la noche anterior.

«Solo esperaba que el resto del día mejorara». 

También yo, compañera. También yo.

LuzBel

Isabella

Aparqué el coche cuando encontré un estacionamiento libre. Tomé mi bolso, salí de él y me aseguré de dejarlo con seguro. Di un respiro profundo para tratar de calmar mi enojo por el abusivo o abusiva de antes, observando todo el campus que, para ser sincera, era inmenso. Noté a algunos chicos que se encontraban cerca y me miraron un poco raro y, aunque era extraño que en una universidad pasara tal cosa, creí que sus miradas se debían a que tal vez presenciaron lo que me sucedió con el bendito aparcamiento. 

Obviando el momento, me dispuse a seguir mi camino, pero antes de haberlo logrado, alguien a mis espaldas dio un silbido de admiración y dirigí mi mirada hacia esa persona.

—Bonito coche —halagó una hermosa chica de piel blanca, cabello largo color caoba, ojos azules y unos centímetros más baja que yo. 

Tenía una hermosa sonrisa y parecía ser muy amable.

—Gracias —respondí sonriéndole.

—Soy Jane Smith —se presentó de inmediato, extendiendo su mano para que la tomara como saludo.

—Isabella White —dije dando un apretón firme.

—Eres nueva ¿cierto? —preguntó.

¡Mierda! ¿Tanto se notaba? ¿En una universidad?

—Sí, ¿se nota mucho? —expresé haciendo que ella volviese a sonreír.

—La verdad es que sí. Solo a una persona nueva se le ocurriría estacionarse donde tú pensabas hacerlo. —La miré confundida, aunque entendiendo su razón de intuir que era una recién llegada al campus. 

—No tenía rótulo de privado —repuse y ella negó. 

—No te preocupes ya por eso, Isabella. Ven conmigo y te mostraré parte del campus y los lugares donde no debes estacionarte, aunque no tengan ningún aviso —propuso amable—. Por cierto, ¿qué estudias?

—Fotografía.

—Perfecto, seremos compañeras y, desde estos momentos, también amigas —aseguró.

«¿Tan rápido?»

Como lo intuí, Jane resultó ser una gran chica. Me enseñó parte del campus y luego nos dirigimos al salón donde recibiríamos las clases. Ella llevaba su propia carrera aparte y tomaría el seminario de fotografía solo porque siempre le apasionó tal arte. También se encargó de informarme cada cosa acerca de la universidad y de la ciudad. Era fácil hablar con ella y, de inmediato, me dio confianza y me hizo sentir cómoda.

La clase pasó entre risas y susurros por parte de Jane. No me arrepentía para nada de haberme decidido por ese seminario y estaba emocionada de que llegara el otoño para inscribirme en la carrera de Bellas Artes. Hasta ahora (a pesar de que extrañaba a mi padre y a Elliot), me estaba gustando mucho estar en Richmond y tenía el presentimiento de que en esa ciudad por fin sería feliz y podría recuperar mi vida, aquella que dejé ir cuando mamá falleció.

 

____****____

La hora del almuerzo llegó pronto en aquel primer día de clases y con Jane, fuimos hacia el café más cercano dentro del campus por algo de comer. En el trayecto, pude darme cuenta del gran carisma y amabilidad de mi nueva amiga, ya que por poco no saludó a todos los alumnos a nuestro alrededor. 

Tras esperar nuestro turno y pedir lo que queríamos, nos fuimos a sentar a una de las mesas que ella denominó: ‹‹para gente común››. Me reí por su comentario, pero después me explicó la razón.

—Tú sabes que tanto en el mundo de allá afuera como aquí, dentro del campus, hay diferentes clases sociales —comenzó, haciéndome recordar que en mi antigua escuela siempre me colocaron entre los populares, algo que jamás consideré importante—. La universidad cuenta con siete locales, tanto de restaurantes formales como de cafés, y justamente estamos en uno de los mejores —aseguró y asentí.

Ya había notado que el lugar tenía clase y, aunque vi personas dentro de lo común (si se le podía llamar así), también noté a otros que veían a los demás como simples plebeyos que no merecían respirar su mismo aire; situación que, así me causara ironía, también un poco de enfado porque no me parecía bien.

Jane, como buena anfitriona, me había mostrado los apartamentos donde se quedaban algunos estudiantes, así como las casas de las fraternidades y hermandades, al igual que las diferentes áreas en todo el campus.

—Esos de allí son los nerds[1] que pueden pagarse un café en este lugar. —Señaló con la cabeza a unos chicos que se encontraban en una mesa a mi derecha—. Y esas que están a tu espalda, son las populares, pero más bien yo las llamaría zorras aprovechadas, porque creen que consiguen todo lo que quieren con solo abrirse de piernas. —Me estaba haciendo reír con sus comparaciones.

«No estábamos en la preparatoria. ¡Por Dios!»

Y estaba consciente de eso, pero al parecer, todo en Richmond era diferente.

—Eres graciosa —señalé todavía riendo.

—Solo soy sincera —respondió encogiéndose de hombros.

—Entonces esta área donde estamos es para nosotros los comunes —afirmé siguiéndole el juego y ella asintió de inmediato, dándole un sorbo a su jugo. 

Vi el mío e hice una mueca de desagrado al darme cuenta de que me dieron uno que no era el que quería.

—¿Qué te pasa? —preguntó Jane dándose cuenta de mi gesto. 

—Este no es el jugo que pedí. Iré a cambiarlo —informé, pero antes de ponerme de pie e irme, vi que al lugar entraron cinco chicos y una chica. 

Todos ahí se quedaron en silencio y mirándolos, algunos se susurraban cosas al oído y se notaba el miedo (o respeto) que tenían hacia esas personas.

«Me sentía como en la película de Crepúsculo».

Sí, la escena de cuando Bella conoce a Edward, pero en lugar de estar en el instituto, yo lo vivía en la universidad.

«Exacto y mira qué casualidad, hasta te llamas igual».

Sacudí la cabeza ante los pensamientos que me hacía tener mi conciencia.

Cada uno de los chicos entró en fila, uno tras otro. Eran muy guapos, rudos e imponentes, de eso no había duda. A lo mejor por eso llamaban la atención de todos los presentes en la cafetería, o quizá por esas reacciones los tipos se crecían en ego, puesto que se les notaba uno muy grande y molesto para mí. 

La chica era muy bonita, un poco más alta que Jane y más baja que yo. Era delgada, con su cabello rizado color castaño rojizo y unas cejas muy espesas. Y, al igual que los chicos que la acompañaban, caminaba con arrogancia. No le sonreían a nadie y por la actitud de todos, pensé que se creían los reyes del campus. Dejé de concentrarme en ella al ver entrar al último de los chicos de ese grupo… Vaya pinta de matón rebelde y adinerado tenía.

«Vaya mezcla de peligro y sensualidad», contradijo mi consciencia y carraspeé tratando de no verlo demás.

Pero era tarde, pues en breves minutos, noté que (según lo que su jean negro y playera blanca me dejó ver) estaba muy tatuado. Y con muy me refería a sus manos, brazos y cuello, dejando libre de tinta solo su sexi rostro. Incluso vi tatuajes en sus rodillas, ya que el pantalón estaba rasgado allí.

—¡Oh, mierda! —se quejó Jane entre dientes cuando uno de los chicos la miró y le alzó una ceja.

Ella era de tez blanca, así que me pareció increíble que su piel se volviera nívea al ver a ese grupo.

—¿Estás bien? —pregunté y gracias a que estábamos en una mesa para dos, pude tomarle la mano con facilidad y la sentí muy fría—. ¡Joder, chica! Pareciera que acabas de ver a un demonio —murmuré.

—Lo he visto —aseguró en tono temeroso y fruncí el entrecejo. 

Por pura curiosidad busqué de nuevo a aquel grupo. Se habían ubicado en una mesa frente a nosotras con sillones como asientos, justo en el paso hacia la zona para ordenar la comida. Hablaban y reían entre ellos y, aunque la chica lo hacía de manera muy íntima con el tipo tatuado porque estaban uno junto al otro, él parecía darle más importancia a lo que sea que miraba en su móvil.

«El típico bad boy que cree que consigue lo que desea con solo una mirada y todos deben adorarle», pensé. 

Y dejé de verlo de inmediato cuando, sin hacer un solo movimiento de cabeza, alzó la mirada gélida hacia mí y logró acobardarme.

«Bueno, no conseguirá que lo adores, pero sí te aculilla», se burló mi consciencia.

No rebatí porque, por primera vez, le di la razón por voluntad propia. Ese chico de rasgos fríos y varoniles supo intimidarme con esos ojos y mirada de cazador. Tenía la mandíbula cuadrada y cejas gruesas, pero definidas, cabello color chocolate claro, corto de los lados y largo del frente, muy bien peinado hacia un lado.

Su pinta de matón realzaba con los piercings que usaba en ambas orejas y los dos lados de la nariz. Aunque no era de esos malotes de mala muerte, sino todo lo contrario, pues su ropa impoluta y cuerpo definido, con la figura que, para mí, era la más sexi en un hombre (hombros anchos y caderas delgadas), le daba ese toqué de adonis que admiraba sin proponérmelo.  

«Solo esperaba que lo que colgaba entre sus piernas no fuera como el del adonis que representaba a la mayoría en tiempos antiguos».

Ni yo. En las imágenes se le veía muy chiquita.

Sacudí la cabeza al darme cuenta de que pensaba en algo que no me interesaba. Y sí, admitía que el tipo era demasiado guapo, pero sin temor a equivocarme, también el más arrogante de todos. Cuando entró al café, caminó incluso más altanero que los demás de su grupo, desprendiendo de él: poder, seguridad y un aura oscura a su alrededor que, aunque no la veía, la sentía por muy lejos que estuviéramos. 

No sonreía, no miraba a nadie (a excepción de la mirada que me dio a mí) y sus ojos no mostraban absolutamente nada. 

Jamás vi atractivo a un chico con su descripción, pero él parecía diferente. 

«Muy diferente, empezando con que durante años solo tuviste ojos para tu ángel ojiazul».

—¿Y ellos a qué clase pertenecen? ¿A Richmond Ink[2]? —pregunté a Jane alzando una ceja e ignorando a mi conciencia. Ya que, si algo tenía ese grupo en común, aparte de su arrogancia, era que todos llevaban muchos tatuajes, a excepción de la chica. 

—Habla un poco más bajo, por favor —pidió Jane con miedo, casi en un susurro. Alcé una vez más la ceja al notar que ella estaba igual que todos los demás en el café—. Son de cuarto año en sus respectivas carreras y los más respetados y temidos aquí y en toda la ciudad. Cuando estés cerca de ellos no les hables ni mires ni hagas nada que los pueda molestar, como estacionarte en sus lugares —recomendó.

«¡Eso era ridículo!»

Demasiado.

—¿Estás bromeando? —pregunté desconcertada al entender lo último que dijo y negó moviendo la cabeza en repetidas veces—. Oye, lo siento, pero no soy ni fui hecha para bajar la cabeza ante nadie. Y pensé que no podía estacionarme en ciertos lugares porque eran reservados para personas importantes, no para bufones idiotas —refuté un poco molesta por dicha situación.

—Créeme, Isabella. No te conviene hacer lo contrario con ellos —continuó hablando en susurros y eso me estaba exasperando—, pertenecen a una organización llamada Grigori. LuzBel, el chico que está tatuado casi en todo el cuerpo, es el hijo del jefe; por lo tanto, el segundo al mando. Son muy poderosos y los chicos que le acompañan son sus súbditos. 

La escuché decir todo con atención y eso fue algo que me costaba mucho de creer. De verdad pensé que Richmond era una ciudad distinta a lo que estaba acostumbrada solo por su tranquilidad y bosques, pero no por esa locura que escuchaba.

¡Joder!

—El primer chico se llama Connor Phillips, el segundo es Jacob Fisher, el tercero Evan Butler, el cuarto Dylan Myers y la chica es Elsa Lynn. Ella es algo así como la amante oficial de LuzBel, son los únicos que pueden acercarse a él, los únicos que pueden hablarle. —Todo lo que estaba soltando me sorprendió y a la vez me causó mucha gracia.

«¿Acaso estábamos en una jodida película?»

Así parecía.

«¡Joder! Y esa chica se sabía hasta los apellidos, en serio daba miedo».

También noté eso, pero no daba miedo, estás exagerando. Solo tenía buena memoria.

«¡Puf! A mí sí me daba miedo».

—¿Por qué la amante y no su novia? —pregunté con curiosidad sobre la chica.

«¡¿En serio, Colega?! ¿Importaba eso?»

Era mera curiosidad.

«¡Aja!»

—LuzBel no tiene novias, Isa. Y según lo que se ha rumorado siempre, él no ama a nadie. —Escuchar eso me provocó cierta sorpresa, aunque era seguro que fue una de las tantas ridiculeces que me estaban sucediendo ese día—. No hables de él con nadie que no sea yo, ¿está bien? —pidió y asentí.

—¿En serio se llama así? —inquirí.

—Obviamente no, ese es su apodo. Y todo el mundo lo llama de esa manera porque él lo prefiere. Así que no lo olvides: es LuzBel —repitió y esa vez escuchar su apodo por alguna razón, hizo que un escalofrío reptara por toda mi espalda.

«¿Será porque se apodaba como el diablo? ¿Y que por eso tu nueva amiga aseguró ver un demonio?»

—Luz bella —repetí en un susurro, copiando sin intención a Jane y ella asintió con la cabeza—. Los Grigori eran un grupo selecto de ángeles caídos y LuzBel fue el primer ángel en caer. —La chica repitió el ademán anterior y le dio un sorbo a su bebida con la esperanza de bajarse el miedo—. Tiene mucho sentido que lo llamen así, ya que LuzBel fue el ángel más bello creado por Dios —acepté sin pensar.

«¡Puf! Menos mal solo veías a un matón». Rodé los ojos como respuesta a mi pensamiento.

—Sí. Y LuzBel es eso: el hombre más jodidamente bello ante los ojos de muchos, pero por dentro lleva a un demonio y un corazón de hielo.

Cuando Jane terminó de decir tal cosa, mi mirada de inmediato volvió a dirigirse hacia la mesa frente a nosotras, y para mi suerte me encontré de nuevo con aquellos ojos gélidos mirándome directo y comprobé lo que Jane había dicho: en esos iris solo vi frialdad. 

Aunque en ese momento no me retiré de esa guerra de miradas con la misma rapidez que antes. Su forma de observarme me estremeció igual y sentí que todos los vellos del cuerpo se me erizaron, el corazón me galopó con prisa desesperante y las manos se me pusieron heladas. Otro escalofrío me atravesó mientras nuestros ojos permanecieron conectados y, por un instante, me sentí anclada, como si él me hubiese hipnotizado hasta hacerme entrar en un caleidoscopio peligroso y letal.

Y era muy consciente de que mi mirada le estaba transmitiendo muchas cosas, pero en la suya no se percibía más que… ¿miedo?

Bien, ya había comenzado a alucinar.  

«Vaya demonio más intrigante».

Luego de unos segundos que me parecieron eternos, me obligué a dejar de observarlo, pero antes de eso alcé una ceja y le dediqué una media sonrisa. Sin embargo, de su parte no recibí nada en lo absoluto y eso me hizo sentir una completa estúpida. La chica que estaba con él le susurró cosas al oído de nuevo y le sonrió con ternura, pero LuzBel solo se limitó a responder con seriedad.

¡Arg! Cómo me exasperaban esos tipos y él más por muy guapo que fuera.

—¡Jesús, Isa! Te digo lo que no tienes que hacer y vas y es lo primero que haces —me reprendió Jane haciéndome reír.

«Estabas a tiempo para dejar esa amistad».

Eso fue cruel.

—No es para tanto, mujer. A mí ninguno de ellos me da miedo —dije segura.

—No juegues ni con el fuego ni con la oscuridad, Isabella. Porque con lo primero te vas a quemar y lo segundo, te puede consumir —advirtió seria.

Bien, tal vez si podía considerar esa amistad.

«¡Ves!»

¡Nah! Jane era una chica buena y linda.

—Jane, nací para arriesgarme, me encantan los juegos peligrosos, me atrae la oscuridad y ya no le tengo miedo a nada —contradije jugando con ella y haciendo que suspirara con fastidio.

—No tienes idea de en lo que te vas a meter si sigues pensando de esa manera —expresó con aflicción.

—¡Ya, Jane! Tampoco es que esté haciendo algo o vaya a hacerlo —aclaré para tranquilizarla—. Mejor espérame aquí, iré a cambiar mi jugo —pedí poniéndome de pie y ella negó con cansancio.

Me reí de su gesto y luego me encaminé hacia el mostrador del café pasando justo a un lado de la mesa de los chicos Grigori. A pesar de lo que acababa de decirle a ella, decidí hacerle caso y no volver a mirarlos para que estuviese tranquila, aunque justo cuando di un paso después del dichoso lugar reservado, sentí cómo alguien me azotó con fuerza el trasero.

«¡¿Pero qué demonios?!»

[1] Persona inteligente que se siente atraída por el conocimiento científico, pero socialmente torpe y aislada del entorno que le rodea.

 

[2] Ink es tinta en inglés.

Corazón Oscuro

Después de fuertes golpes recibidos y pérdidas insuperables, Isabella continúa su vida renaciendo de entre las cenizas como el fénix, aunque con un alma oscura. La pérdida de su gran amor la convierte en una mujer fría y calculadora; la nueva orden a la que se une la vuelve letal y sin miedo a matar. La Orden del Silencio —como se hacen llamar— la adentra en un mundo desconocido, aunque de herencia familiar, que le enseña a operar de forma sigilosa y certera. Dándole la oportunidad de combatir el mal que odia y proporcionándole la paciencia para llegar a su añorada venganza en contra de los Vigilantes. Un asunto de vida la mantiene fuera de su país, una cuestión de honor la hace volver y enfrentarse a su mayor temor: la ausencia de su demonio. Todo marcha según lo planeado hasta que los Vigilantes reaparecen para joderle la existencia y, aunque logra lidiar con ellos, hay algo con lo que no contaba y le complica las cosas: Sombra. Él regresa siendo un hombre frío con todos, pero vulnerable ante ella; intentando protegerla a pesar de que sus órdenes son lastimarla. Tratando de alejarla, y sin embargo, queriendo ganar su corazón y poseer su cuerpo; ofreciéndole un amor clandestino, rodeado de oscuridad al no poder mostrarle su identidad. Pero nada será fácil con él escondiéndose tras una máscara y ella ocultando secretos que la volverían vulnerable; cuando el fantasma de un gran amor los persigue, asociaciones enemigas los distancian y un alma reacia a las nuevas oportunidades. ¿Podrá un corazón oscuro ver la luz de nuevo?

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Una nueva vida

Iba rumbo a mi nueva casa después de un duro entrenamiento con el maestro Baek Cho, mientras el chófer se encargaba de conducir la camioneta todo terreno en color negro que había adquirido para facilitar mis misiones; viendo el camino me perdía en mis pensamientos intentado tomar un respiro, me sumergía en mis añoranzas, en lo que deseaba con todo mi corazón y, sin embargo, sabía que no podía tener más.

Viendo las nubes correr en el cielo azul, suspiré presionando entre mi mano aquel raro y único relicario que me acompañaba siempre alrededor de mi cuello; jamás me lo quitaba desde aquel día que llegó a mis manos y aquella rosa negra junto a la nota escrita con el puño de mi amado demonio, la guardaba siempre en un lugar especial y único.

Pasaron tres años exactos desde su muerte y cada día lo extrañaba más.

Jamás me acostumbré a su partida, nunca superé el hecho de que ya no estaba más conmigo y de ningún modo lo superaría. Me aferraba con fuerzas a lo único que me quedaba de él y eso se convirtió en mi vida, en mi mayor tesoro y lo que me daba las fuerzas para seguir adelante.

«Un regalo único de él».

Una parte de él.

Ningún mar en calma hizo experto a un marinero, Isabella —dijo una vez el maestro Cho. Citó esas palabras en uno de esos momentos de depresión que me daban al verme sin el hombre que tanto amaba.

Mi Elijah, jamás lo olvidaría y mi amor por él nunca moriría.

Su recuerdo hacía mis días más pasajeros y con mucha paciencia vivía esperando el momento en el que cobraría venganza por su muerte; Derek fue por mucho tiempo el primero en mi lista, pero en definitiva Fantasma lo había desbancado no solo al arrebatarme a mi padre sino también a mi demonio.

Diversos países y distintos continentes fueron mi hogar durante todos esos años, nunca me quedaba mucho tiempo en uno solo, lo hacía por seguridad y hasta ese momento me estaba funcionando. No regresé a Richmond, Virginia desde dos años y siete meses atrás en el que salí de allí junto al maestro; hablaba con Myles y Eleanor de vez en cuando, pero incluso ni ellos sabían mi verdadero paradero.

«Siempre era mejor así».

En la actualidad me encontraba en Tokio de nuevo, La Orden a la que pertenecía había solicitado mi presencia debido a ciertos problemas y estaba ahí para solucionarlos. La oscuridad que una vez se instaló en mi corazón estaba logrando llegar a mi alma, pero tal cosa era algo que ya no me importaba —de cierta manera me sentía feliz así—, aunque eso significaba perder a mis amigos.

Prefería no tenerlos ni tener sentimientos que me volvieran vulnerable. Era mejor así para la seguridad de quienes me importaban.

La Orden del Silencio era mi nueva familia y una herencia de Leah White Miller —mi madre— que me tomó por sorpresa. Cuando el maestro Cho me informó de todo fue impactante y sumirme en lo que se hacía en esa organización, fue como una salida de mi patético mundo. Mamá creó La Orden después de que papá le ayudase a salir de las garras del infeliz de Lucius Black y poco a poco fueron creciendo hasta formarse en una organización de justicieros casi igual a Grigori, con la diferencia de que en La Orden se asesinaba de manera silenciosa y se hacía solo con candidatos que se lo ganaban a pulso, aunque ambas organizaciones tenían algo en común: al igual que en Grigori, en La Orden la traición se pagaba con muerte.

Cambié el lema de mi antigua organización: «Justicia, razón y pasión… hacen a un Grigori de corazón» por el de La Orden: «Sigilo, justicia y piedad… hacen a un silencioso de verdad».

Cuando conocí ese lema lo primero que hice fue preguntarle al maestro cuál era la razón de escogerlo y respondió con las frases: «Sin piedad la justicia se toma por crueldad. Y la piedad sin justicia, es debilidad», explicó que por esa razón en La Orden se balanceaban ambas cosas así como el bien y el mal en el yin yang, pero le añadían el sigilo ya que era su mejor forma de actuar.

Mi lugar en Grigori y en las empresas de papá estaba en manos de Elliot y Dylan, con quienes a pesar de haber perdido la comunicación seguía manteniendo la confianza para que actuaran por mí y por lo que sabía, lo estaban haciendo muy bien. Aunque los Vigilantes se cruzaran en su camino de vez en cuando. De Tess, Jane y los demás chicos no sabía nada, pero por lo que una vez escuché, las primeras dos me odiaban por haberme desaparecido de sus vidas y mi hermano junto a Elliot se encargaba de calmarlas, manteniendo un poco de fe en mí.

Mi hermano y única familia.

Casi no tuve tiempo para acercarme a él y, aunque al principio nada fue bueno entre nosotros, con el tiempo logramos llevarnos de forma civilizada y sabía que si nada hubiese sido como fue, tal vez en esos momentos habríamos sido los mejores hermanos.

«Pero el hubiese no existía».

Así era. Y la vida fue una mierda conmigo por eso tomé decisiones que me alejaron de todos.

Salí del coche y entré a casa, lo primero que hice fue llamar a Italia y comunicarme con Maokko Kishaba —una chica de La Orden y mi mejor amiga desde dos años atrás en que la conocí— la única a la cual le confiaba mi vida. Después de asegurarme de que todo estaba bien, fui a tomar una ducha para luego intentar dormir.

El día siguiente sería pesado y muy largo.

—Buenas noches, mi amor —susurré a la imagen de Elijah colocada en la mesita de noche a un lado de mi cama. No obtendría nunca una respuesta, sin embargo, en mi mente su voz me susurraba una que siempre añoraba: «Buenas noches, White».

«Extrañaba como loca su voz».

Yo más.

____****____

Como lo predije antes, había tenido un día muy pesado. Sensei Yusei —el segundo al mando en La Orden— nos informó de ciertos percances en la ciudad, una nueva banda de criminales estaba ocasionando demasiados problemas y atemorizando a todos. Eso era algo que no podíamos permitir y por lo tanto íbamos a encargarnos de ellos.

Todo el plan estaba trazado y listo, la gente encargada de la investigación nos informó antes que algunos integrantes de dicha banda estaban reunidos en un club nocturno y era allí adonde nos dirigíamos para arreglar eso de una vez por todas.

Me urgía hacerlo para así poder marcharme de nuevo a Italia.

—¡Chica Americana! —me llamó el maestro Cho cuando ya me iba— Ten cuidado con lo que te enfrentes y no olvides ocultar tu identidad —Asentí en respuesta y antes de salir del viejo almacén que usábamos para reunirnos, coloqué bien la capucha en mi cabeza y cubrí mi rostro dejando libre solo los ojos.

Nuestros uniformes eran en color rojo vino y parecíamos unos verdaderos ninjas.

Salí de ahí junto a Caleb, un chico inglés que desde que llegué a La Orden se convirtió en mi más fiel compañero de batalla. Tiempo después llegamos al lugar indicado junto a los demás integrantes de La Orden.

Los infiltrados en el club hicieron su trabajo y para cuando llegamos, aproximadamente quince tipos vestidos de negro en su totalidad, fueron acorralados en un callejón de atrás del club. Me tensé de inmediato cuando alcancé a ver la “V” en color rojo grabada a un lado de la vestimenta de esos hombres; viejos recuerdos llegaron a mi mente, remembranzas muy malas que durante mucho tiempo traté de obviar.

—¿Qué sucede, Isabella? —preguntó Caleb a mi lado sacándome de mis pensamientos. Se lo agradecí en silencio.

—Necesito que te encargues de esta situación —pedí y asintió.

Nos acercamos juntos hasta esos imbéciles y con cada paso que daba, mi corazón se aceleraba, sabía que algún día ese momento llegaría y quería estar preparada, pero estando ahí comprobé que no era así.

Dejándome llevar por la adrenalina del momento saqué mi katana, las ganas de matar a esos idiotas cada vez eran más fuertes.

—Nos han informado que habéis llegado aquí para atemorizar a la ciudad —habló Caleb con su voz dura y fría— y eso es algo que no podemos permitir.

—Nuestras órdenes han sido ganar esta ciudad —habló el más valiente del grupo.

—¡Lo único que ganarás será la sangre de tus compañeros! —La advertencia de mi colega era muy verdadera, si no se iban correría sangre y yo derramaría mucha de ella.

«El momento al fin había llegado, Isa».

Sí, creía que ya era hora de cobrar un poco de todo lo que me debían.

—¿¡Qué te hace pensar que será fácil derramar nuestra sangre!? —Empuñé con más fuerza la katana, mi corazón comenzó a latir desbocado al escuchar de nuevo esa voz robotizada; de entre las sombras y abriéndose camino a través los demás tipos, salió él.

Esa vez lucía un traje igual al nuestro, pero en color negro y como siempre, una máscara le cubría el rostro y dejaba ver solo sus ojos; sus músculos estaban más marcados y por eso su cuerpo se veía más fornido. Se le notaba más imponente y su mirada era más fría.

En otros tiempos me hubiese dado terror verlo porque de verdad lucía muy malo, un tío duro en todo el sentido de la palabra. Sombra había cambiado demasiado y estaba consciente de que yo también lo hice mucho, pero él…

«¿Él, qué?»

Él seguía pareciéndose demasiado a Elijah y mi corazón dolió al comprobarlo.

Sombra era mi enemigo a muerte y odiaba que me recordara tanto al hombre que amé, que aún amaba y que la organización a la que él pertenecía asesinó.

—¿Lo comprobamos? —retó Caleb sin inmutarse y esa era una señal para nosotros— Iros de aquí por las buenas o morid.

—Veamos quién muere entonces —Por supuesto que ese idiota tampoco se inmutaría.

Me obligué a salir de mi idiotez cuando la pelea comenzó y sin esperar más me fui por varios de los imbéciles presentes; tal vez esa no era una venganza, pero por lo menos comenzaría a disfrutar de matar a varios de ellos. Nosotros éramos menos y por lo tanto nos tocaba luchar contra dos o tres al mismo tiempo, no obstante, ese no era ningún problema.

Estábamos entrenados para matar y preparados para batallas como esas.

Clavé mi katana en el pecho de uno de esos estúpidos y su sangre salpicó mi ropa, cayó inerte al suelo y sin perder tiempo me fui por otro; Caleb luchaba con dos más y varios de mis compañeros también lo hacían. Logré ver cuando uno de los tipos se acercaba a mí y traté de alejarme, no por miedo… sino porque no quería estar cerca de él. Aunque mi huida fue truncada por su sable, se colocó a un lado de mí y detuvo mi paso cuando sentí el filo del arma en mi cuello.

—¿Por qué huyes? —preguntó muy cerca de mí y mi cuerpo fue recorrido por un escalofrío.

No quise responderle, en cambio, me alejé de él en un rápido movimiento y tomé posición de ataque. No le veía, pero podía asegurar que estaba sonriendo. No esperé mucho tiempo y lo ataqué sin remordimiento alguno; en dos ocasiones evité que lo mataran, mas en aquel momento estaba dispuesta a hacerlo yo misma.

«Él te protegió, recuérdalo».

Sí, maldita consciencia, lo hizo.

Y por eso no permití que lo mataran antes, pero no me protegió de lo peor, no estuvo allí para mí aquella noche y él era parte de esa puta organización, tenía que morir. Lo ataqué con más fuerza y logré derribarlo; deseaba hundir mi katana en su pecho y se percató de eso. Con agilidad bloqueó mi ataque y me hizo dar contra la pared de uno de los edificios, puso su antebrazo en mi cuello y me dejó inmóvil. Nuestras respiraciones eran agitadas, ambos jadeamos por el cansancio y su cercanía no ayudaba en nada, su parecido con Elijah me aturdía demasiado, aunque me obligué a verlo diferente.

«Él no era Elijah».

—Sabes pelear muy bien —halagó y deseé escuchar su propia voz y no hacerlo a través de ese aparato en su cuello—. No comprendo por qué querías huir —Intenté zafarme de nuevo, pero me fue imposible.

Nada estaba saliendo bien y tenía que salir de ahí.

—¿Eres muda? Porque sé que eres chica; incluso con este traje puedo ver tus curvas —Me removí incómoda y como pude puse mi katana en su cuello—. Muda, excelente luchadora, con buenas curvas y lista —alabó con diversión—. Quiero comprobar si también eres hermosa —concluyó y en un rápido movimiento arrancó mi máscara dejándome al descubierto.

¡Joder! Vi la sorpresa en sus ojos, la incredulidad y hasta alivio, algo que me desconcertó mucho. Me alejé de él de inmediato y me lo permitió al fin.

—¡Isabella! —susurró con asombro y escuchar mi nombre con su voz de robot me paralizó por unos segundos.

—Diría que la misma, pero entonces estaría mintiendo —formulé queriendo escucharme fuerte; dejándome sorprender de nuevo por él me tomó de la cintura y me arrastró a la oscuridad de los edificios— ¡Suéltame, imbécil! —mascullé, no le importó.

Cuando llegamos a un lugar apartado de todos me soltó la cintura, aunque sus manos enguantadas se apoderaron de mi rostro.

—¡Demonios! Te he buscado por mucho tiempo —Esa declaración me dejó sin palabras, sus manos continuaron el recorrido por mi rostro y lo dejé hasta que descubrió mi cabeza—. Cortaste tu cabello —susurró con lástima y odié eso.

Mi cabello todavía se mantenía corto, sin embargo, ya llegaba un poco más abajo de mis hombros; quité sus manos de mí y me alejé de él.

—¡No sé para qué demonios me buscabas, pero te recomiendo que te vayas de aquí y alejes a tu puta banda de mi vista! —exigí.

—Estás muy diferente —señaló ignorando mi advertencia—. Tu cuerpo ha cambiado, te ves más mujer… más hermosa —Intentó acercarse de nuevo y lo detuve con una señal de mano—. Tu mirada es más fría y vi cómo disfrutaste de matar a mis hombres.

—Y cómo me sigas provocando también disfrutaré de matarte a ti —advertí segura—. Vete, Sombra. Desaparece de mi vida porque te juro que si no lo haces te mataré.

—No, no la harás —aseveró con ímpetu—. Y sí me alejaré de ti, por tu bien y el mío —Lo miré por un segundo deseando que él fuera mi demonio, pero estando consciente de que no lo era y jamás lo sería.

—Saca tu basura de aquí lo más pronto posible, ahórrame el trabajo de eliminarlos y olvida que me has visto —sentencié.

—No, Isabella. Jamás podré olvidarlo y, aunque ahora seas diferente al ángel que conocí, agradezco el encontrarte con bien —Sus palabras removieron algo en mí que no me gustó para nada y traté de ignorarlo de inmediato antes de que se volviese incómodo.

Me di la vuelta para marcharme y en segundos sentí su pecho pegado a mi espalda.

—Sé que la chica que conocí sigue estando ahí. Solo que ahora eres un ángel de día y un demonio de noche —susurró en mi oído, estremeciéndome en el acto y dejando que su olor me penetrara la mente a través de las fosas nasales—; me alegro de que todo haya valido la pena, Bella —Su mano viajó a mi cintura y se quedó encima de mi vientre, sobre aquella cicatriz que ya era parte de mí y maldije por sentirme tan vulnerable—. Y a pesar de que ahora no lo entiendas, quiero que recuerdes que todo fue por ti —Lo último que dijo hizo mella en mi mente.

Me di la vuelta para enfrentarlo y pedirle una explicación, pero él ya se había esfumado.

Maldije a la nada con frustración al ver que desapareció tan rápido como el viento, corrí con la esperanza de verlo en el callejón, pero ya no había ni un Vigilante y los que sí estaban, yacían inertes sobre el suelo. Caleb me vio y se asustó, no comprendí por qué hasta que señaló mi máscara, la coloqué de inmediato y me acerqué a ellos.

—¿¡Estás bien, linda!? —Llegó a mí con su voz preocupada y acarició mi rostro por encima de la máscara.

Sí, Caleb decía sentir algo más que cariño fraternal por mí y a pesar de que le dejé las cosas muy claras no se rendía; el chico era rubio, de ojos azules, alto y musculoso; muy guapo y cualquiera babeaba por él.

Todas lo hacían menos Maokko, con quien tuvo una relación antes, y yo. Y en mi interior intuía que me usaba para darle celos a ella.

«Algo que jamás lograría con esa asiática loca».

Exacto.

—Lo estoy —respondí alejando su mano con sutileza.

Mentía, no estaba para nada bien, pero no se lo diría.

—Espero que esos idiotas ya no se vuelvan a cruzar en nuestro camino —masculló.

—También lo espero —La seguridad en mi voz fue sorprendente y de verdad lo esperaba.

____****____

—¡Usted lo sabía! —le reclamé al maestro Cho al llegar al apartamento donde me esperaba— ¡Por eso su advertencia! ¿Tan difícil fue decirme a lo que me iba a enfrentar? —pregunté con reproche, él solo me observaba sentado en el sofá de la sala, con las manos sobre sus rodillas.

Yo en cambio caminaba de un lado a otro.

—Si te lo decía ibas a huir —aseguró con su acento japonés bien marcado.

Él no nació en Japón sino que en China, pero desde que era un niño emigró a la nación donde había vivido toda su vida.

—Y ya era hora de que te enfrentaras a tus demonios. Si huyes nunca podrás seguir adelante con tu vida. Te has estancado y eso no te deja luchar ni estar con las personas que amas.

—¡Estoy con las únicas personas que amo, con las únicas que me importan! —grité y sabía que estaba siendo una irrespetuosa con él, pero me sentía muy enfadada.

—¿Qué sentiste cuando estuviste frente a esos Vigilantes? —Detuve mi paso después de su pregunta y lo miré seria.

—Odio, ganas de matar de la forma más cruel, necesidad de venganza, de sentir la sangre de ellos en mis manos, ganas de…

—¿Qué te detuvo de hacerlo? —Me interrumpió con su pregunta— Desapareciste por un buen rato y solo mataste a dos de ellos. Si dices que sentiste todo eso, ¿por qué no lo hiciste?

Le di la espalda sin saber qué responderle. O más bien sí sabía por qué me detuve, aunque no estaba segura de decírselo a él.

«Sombra».

Él fue la razón y todavía me sentía muy frustrada por no entender el porqué de sus palabras. Y encima de todo el revoltijo de sentimientos que me atacaba en esos momentos, tenía que agregarle la preocupación de que ya sabía mi paradero y eso era algo que tenía que solucionar de inmediato.

—Tengo que regresar a Italia —anuncié—. No importa porqué me detuve, maestro, solo importa que tengo que salir de Tokio lo más pronto posible —Cansada y siendo descortés y muy maleducada con el hombre que me ayudó tanto, caminé hacia la salida de mi apartamento y abrí la puerta invitándolo a que se marchara.

Estaba muy agotada y no necesitaba seguir recordando lo sucedido.

—No dejes que los fantasmas del pasado se apoderen de tu presente —formuló llegando a mi lado—, porque te robarán la paz del futuro y no te dejarán ser feliz. Por favor, hija mía, no te dejes consumir por la oscuridad —finalizó saliendo de mi apartamento.

Cerré viendo su espalda al caminar y lo miré con frialdad; él no tenía que preocuparse por eso. Hacía mucho tiempo que la oscuridad me había consumido y solo existían dos personas capaces de sacar un poco de luz de mi corazón oscuro.

Hechos extraños

Estuve en Italia por tres meses antes de salir a una nueva misión y lo dicho por Sombra me acompañó desde el momento en que habló. No lo volví a ver y a pesar de la curiosidad que sus palabras me causaron, no iba a buscarlo nunca; su cercanía me hacía daño, me daba falsas esperanzas y eso solo me volvería loca.

Terminé de ducharme y después de secarme con la toalla y envolverme con ella, salí hacia la recámara y me paré frente al espejo de cuerpo completo; comencé a secarme el cabello con una toalla más pequeña y dejé caer la de mi cuerpo. Por un momento me quedé observando la cicatriz que ya era parte de mí y me recordaba el mayor dolor de mi vida, y no el que sentí al ser marcada sino el de haber perdido a quien más amaba.

Acaricié la marca en mi abdomen con dos de mis dedos y la sensación que ese acto me provocó, me hizo recordar lo que menos imaginé.

Sombra colocó su mano con demasiada delicadeza sobre ella y sin importar los guantes que usaba y la ropa que yo tenía, su tacto me quemó de una forma que no esperé y recordaba a la perfección el cosquilleo que quedó en esa zona cuando dejó de tocarme.

«Estabas mal, colega, en serio necesitabas un hombre con urgencia».

Como una total estúpida me avergoncé por las palabras de mi conciencia, no era correcto que me sintiera así, no con Sombra ni con ningún otro hombre; eso era traicionar la memoria de mi Tinieblo y me negaba rotundamente.

Como mujer y después de haber tenido relaciones sexuales sentía la necesidad de estar con alguien, pero siempre me negué a ello. Prefería tocarme yo misma antes de permitir que alguien más lo hiciera y así seguiría siendo.

Unos suaves toques en la puerta de mi habitación me interrumpieron, recogí la toalla que había dejado caer al suelo y la coloqué alrededor de mi cuerpo, fui hasta la puerta y me encontré con Caleb; compartíamos apartamento desde que inició nuestra misión. Su mirada me recorrió entera cuando me vio semidesnuda y noté cómo me quemaba la piel, sus ojos azules se oscurecieron de inmediato y me sentí expuesta ante él y su forma de mirarme.

«Caleb era una buena opción para desahogar todos tus deseos».

Eso ni pensarlo.

«¿Preferías a Sombra?»

—¿Necesitas algo? —cuestioné, ignorando la estúpida pregunta que se hacía en mi cabeza.

—A ti —respondió en un susurro y lo miré mal—. Digo… ¿Quieres cenar conmigo? Tenemos trabajo que hacer —Una sonrisa juguetona apareció en su rostro—, aunque sería un gusto para mí que me dejases comerte a ti, serías como un manjar de dioses… ¡Auch! —se quejó cuando le di un puñetazo.

—¡Basta, Caleb! No sigas intentándolo —advertí, me di la vuelta y fui directo hacia la maleta que contenía mi ropa.

—¡Oh vamos, linda! Te aseguro que no te arrepentirías —alegó entrando a mi habitación y tumbándose en mi cama boca arriba, con las manos por debajo de la cabeza.

Su cabello rubio y un poco largo se acomodó a los lados de él y en su frente, sus bíceps se contrajeron con el movimiento de sus brazos, la camisa se subió un poco dejando al descubierto parte de su abdomen, revelando piel dorada y dejándome admirar su paquete de seis.

Jamás negaría la belleza de la que ese idiota era dueño, pero así como era bello… también era un completo rompecorazones.

—Ya hemos tenido esta conversación un millón de veces —bufé mientras pasaba unas bragas por mis piernas, a pesar de todo nos teníamos una confianza inmensa— y el resultado siempre es el mismo, no me acostaré contigo —Pasé una camiseta por mis brazos y después de colocarla saqué la toalla que me había protegido de la mirada acosadora de ese pervertido—. Además, no quiero problemas con Maokko —Le recordé a mi loca amiga y él se estremeció solo con escuchar su nombre.

—Solo quiero ayudarte ¿sabes? —Puse los ojos en blanco cuando siguió, ignorando la mención de su némesis— Vives amargada todo el tiempo, solo quiero hacerte liberar un poco de… ¿estrés? —Contra todo lo que podía hacerle en esos momentos, solo me carcajeé divertida y él me acompañó al ver mi reacción.

—Eres imposible —zanjé y tiré la toalla sobre su rostro, el muy cabrón la olió como un maniático sexoso.

—Solo soy irresistible —susurró— y así tenga que recibir una bala por ti con tal de que te acuestes conmigo, sé que caerás, pequeña sigilosa —Utilizó el apodo que él mismo me puso y decidí que era el momento de ignorarlo.

En definitiva, nada sucedería entre nosotros.

____****____

Entramos al club al que Caleb me había informado antes que iríamos —después de que sus locas hormonas se calmaron—, la música sonaba por todo lo alto, rap de unos años atrás se reproducía haciendo que mi cabeza se moviera. Esa no solo era una salida de amigos. Nuestro objetivo estaba cerca y se trataba de un político corrupto que estaba usando sus influencias para abastecer de armas a un grupo ligado con el narcotráfico y prostitución de mujeres —y él era uno de los que se aprovechaba de esas mujeres—. La Orden por supuesto que estaba en contra de eso, aun cuando había algunas chicas que lo hacían por su propio gusto.

—¿Bailamos? —preguntó Caleb cerca de mi oído para que pudiese escucharlo.

—Sabes que eso no pasará —dije apartándolo. Hizo un puchero propio de un niño de cinco años y rodé los ojos ante su actitud.

—Tenía la esperanza de que aceptaras y así rozabas tu hermoso culo en mi po…

—¡Basta! —dije y alzó las manos en señal de rendición y no pudo ocultar su sonrisa juguetona.

—Okey, linda… solo decía —Puso cara de niño bueno y mordí mi labio para no reírme por las estupideces que se le ocurrían— ¿Vamos por un trago? —Asentí a eso y comenzamos a caminar hacia la barra.

Nuestros ojos estaban en todas partes esperando encontrar algo que nos hiciera llegar al tipo que buscábamos, el maldito sabía cómo cubrir sus porquerías, ya que no habíamos logrado descubrir nada en el tiempo que llevábamos ahí y comenzaba a frustrarme, sobre todo porque no me gustaba estar mucho tiempo lejos de Italia.

A lo lejos, y cerca de un privado, vi cómo dos tipos se decían cosas al oído y uno de ellos me señaló, esa era una señal de que habíamos llegado al lugar indicado y sonreí para mí misma. Al llegar a la barra le comuniqué a Caleb lo que sucedía y se puso alerta ante todo lo que pasaba.

Diez minutos después y con nuestro trago servido, decidimos quedarnos en la barra porque sentados ahí teníamos una buena vista de todo el club, pero de nuevo nada pasaba y esperar no era una de mis virtudes.

—¡Hola, bonita! —Me tensé al escuchar la forma en la que me llamaron, recuerdos de Elijah llamándome así llegaron de inmediato a mi cabeza y ese no era el momento para flaquear con mis memorias.

Me di la vuelta y vi al chico que me llamó con aquel apelativo, parecía un universitario hippie con sus pantalones cortos y playera con estampado de flores, era delgado, su cabello un poco largo y necesitaba con urgencia un corte.

—Hola —respondí y sentí a Caleb girarse para verlo con disimulo, el chico tenía una copa en cada mano llenas de lo que me pareció ser vino.

—¿Puedo invitarte a una copa? —preguntó y mi respuesta podría haber sido no, sin embargo, asentí y tomé la copa que me tendió; algo en él fue extraño y lo noté en su forma de verme.

Caleb se tensó cuando me vio tomar la copa, pero confiando en mis acciones se quedó callado y se dio la vuelta de nuevo, haciendo como que ignoraba lo que estaba sucediendo.

—Podríamos pasar un buen rato juntos —sugirió y eso fue muy estúpido de su parte, sonreí y acerqué la copa a mis labios no sin antes olerla sin que él lo notara y confirmé mis sospechas.

Él no estaba ahí para pasar un buen rato conmigo.

La copa contenía vino tinto y también cianuro; me obligué a mantener la sonrisa para que el chico no se diera cuenta de que lo había descubierto y así cambiar las reglas del juego a mi favor. Casi un año bebiendo veneno con el maestro Cho me enseñó a conocer los tipos de químicos que podrían ser letales y las bebidas con las que se camuflaban. No fue una enseñanza para nada grata, pero estaba viendo sus frutos y supe que valió la pena.

En aquel entrenamiento que fue casi la última fase que tuve que superar, el maestro me envenenaba a propósito —en cantidades mínimas— para que siempre estuviera al pendiente de lo que recibía de otras personas, llegó un momento en que ya no le aceptaba ni el agua por el miedo a esos horribles calambres en mi estómago, pero aprendí que debía enfrentarlo y reconocer qué iba a beber o a comer. Como en ese instante, el cianuro podía camuflarse con el vino y si no tuviese esa enseñanza, pronto habría sido un cadáver y ya no estaba dispuesta a morir y menos de esa manera.

—Vamos a los baños —propuse con voz sensual, vi una sonrisa triunfante en su bonito, aunque descuidado rostro y Caleb entendió mi mensaje.

Sabía que me seguiría pronto.

—Vamos, pero… no olvides tu copa —recalcó y con eso solo firmó su sentencia. Sonreí de lado queriendo parecer emocionada por lo que según él, estaba a punto de pasar entre ambos.

—Jamás lo haría.

Caminé detrás del chico y cuando llegamos al sucio y apestoso baño, fue curioso que todos los que lo usaban salieran de inmediato. Puse mi copa cerca de los lavabos y vi cómo él cerraba con llave.

—¿Cómo te llamas? —pregunté.

—Para lo que haremos no necesitarás saber mi nombre —Se acercó a mí queriendo parecer sensual, aunque solo me parecía un chiste. Intentó besarme, pero giré el rostro antes de que lo lograra.

—Para lo que haremos no necesitarás besarme —Usé sus palabras y sin esperarlo golpeé su ingle.

El maldito se retorció de dolor y cuando se dobló para llevarse las manos a las bolas, golpeé su mandíbula y lo hice caer al suelo; el tipo intentó levantarse y fui más lista que él al sacar mi arma con silenciador incluido, dispuesta a matarlo, pero antes a interrogarlo.

—¿Quién te envió? —cuestioné, escupió sangre y después comenzó a reírse con los dientes manchados de la misma.

—¡Mi misión era matar a la puta reina Grigori! —espetó y quité el seguro de mi arma cuando escuché la forma de llamarme. Derek me había nombrado así antes y no era bueno que lo recordara— Tenía que ser de forma silenciosa, sin dejar rastro.

—¡Y fallaste, estúpido! Pero créeme que yo disfrutaré mucho de matarte de otra forma —bufé con una sonrisa burlona—. Esta puta reina Grigori sabe muchos trucos y si no comienzas a hablar, te mostraré algunos.

—No te tengo miedo, reina y ten por seguro de que si no lo logro yo, muchos vendrán tras de ti y te haremos caer a como dé lugar.

Diversos sonidos se escucharon fuera del baño, sabía que Caleb había llegado y se estaba enfrentando a una pelea; escuché que luchaban para abrir la puerta y cuando esta estuvo a punto de ceder, el tipo que intentó envenenarme sacó un arma y me apuntó dispuesto a lograr su misión.

Pero como dije antes, no sería fácil matarme, así que me adelanté y le disparé una sola vez directo en medio de sus ojos, mismos que segundos después me veían sin verme en realidad. Sonreí por lo que hice, no porque me agradaba sino porque recordé la primera vez que asesiné a alguien de la misma manera y lo traumada que quedé entonces.

Subí la mirada a la persona que presenció todo, ya que justo en el momento que la puerta se abrió jalé el gatillo.

—Se lo dije a este maldito y te lo digo a ti —hablé con la voz ronca. Apunté mi arma hacia él, aunque no se inmutó—. No será fácil matarme y antes de que lo logréis, arrastraré a muchos conmigo.

—Bien sabes que no quiero matarte —aseguró con su voz robotizada—. Vine aquí porque me avisaron que te vieron entrar con este hijo de puta —Señaló con la cabeza al cadáver del tipo que falló en su misión y vi el asco en su mirada.

—¿Querías comprobar con tus propios ojos si había logrado su misión? —pregunté con sarcasmo sin bajar el arma. Siendo valiente, Sombra cerró la puerta tras de él y caminó más cerca de mí.

—Quería deshacerme de él con mis propias manos, pero te adelantaste.

Sus ojos negros me escrutaban con detenimiento y esos irises eran los únicos que me hacían tener los pies sobre la tierra, confirmándome que él no era mi demonio.

—Sé por qué estás aquí y quiero ayudarte —Eso me sorprendió mucho y bajé el arma, manteniéndome alerta—, tengo la información suficiente para que lleves a ese mal nacido tras las rejas —Se refirió al político que vigilábamos, me tendió un pequeño USB y lo tomé.

Sus dedos cubiertos por esos guantes negros rozaron los míos y un cosquilleo me recorrió después de su contacto.

—Vete de aquí, Bella y llévate a tu novio —Sabía que con lo último se refería a Caleb, en esos momentos me pregunté ¿dónde estaba ese idiota y por qué nunca llegó? —. Mi amigo lo está reteniendo afuera —O leyó mi mente o mi expresión me delató.

—Algún día me encontrarás de malas y terminaré dándote un tiro en la cabeza —advertí—. Insistes en cruzarte mucho en mi camino y eso no es bueno.

—No, no es bueno y créeme que alejarme de ti es lo que más deseo —Su voz a pesar de ser camuflada por ese aparato, se escuchó fría y me molestó lo que dijo, ya que si tanto quería alejarse de mí, entonces no tenía por qué estar en cada lugar donde yo me encontraba—, pero es una lástima… o suerte, el que tu camino siempre se cruza con el mío y también un peligro.

—Peligro para ti —me mofé.

—No, para ti —alegó, dio un paso rápido y de inmediato estuvo cerca de mi—. Tu presencia reta demasiado a mi autocontrol y un día dejaré que eso se vaya a la mierda —Como que si un cuerpo inerte no estuviese a mis pies, Sombra me tomó de la cintura con agilidad y me presionó contra una mugrienta puerta de uno de los cubículos en el baño.

Su cercanía me volvía estúpida y odiaba eso; queriendo reaccionar cómo debía, llevé mi arma a su cuello, aunque logró deshacerse de ella en un segundo. Con rapidez saqué mi daga y la presioné contra su entrepierna, justo cuando él sacó la suya y la presionó en mi garganta. Mi corazón se aceleró cuando acercó su cuerpo al mío, haciéndome sentir su aroma, su calidez.

—Mientras más luchas, más te deseo —susurró, soltó mi cintura y llevó esa mano a la mía, la que tenía la daga amenazando su pene.

La hizo a un lado y casi chillé cuando su erección se presionó contra mi pelvis; estaba claro que lo hizo a propósito para que comprobara lo que decía.

—Es difícil controlarme en eso cada vez que te veo —Llevé mi mano libre a su pecho para poner espacio entre nosotros, pero no me lo permitió.

Con ningún hombre que no fuera Elijah llegué a sentir lo que estaba sintiendo en esos momentos. Sombra lograba ese mismo efecto en mí y no era correcto, no lo podía permitir, no debía traicionar la memoria de mi demonio.

—Tendrás que hacerlo —musité tratando de escucharme segura—. De nada sirve que me desees, nunca me podrás tener —Sus ojos se clavaron en los míos y sostuve su mirada intentando ser fría—. Jamás volveré a estar con ningún hombre y menos con uno que se esconde tras un disfraz —El maldito se rio de mis palabras, me esforcé de nuevo para salir de su agarre y me lo permitió.

—Mi disfraz es para tu seguridad —señaló.

—Eso ya lo dijiste antes —le recordé—. La noche en la que te aprovechaste de tu parecido con… —Callé, no podía continuar. Me dolía recordar esa noche.

—LuzBel —Terminó por mí. Lo miré gélida, odiando que de su boca saliese aquel apodo con el que era conocido mi demonio.

Quise decirle muchas cosas en ese momento, pero el sonido de mi móvil me interrumpió. Lo saqué aún con mi vista en él, luego vi el aparato y fruncí el ceño cuando reconocí el número.

—¿Eleanor? —pregunté, era extraño que ella me llamara. Siempre era yo la que me comunicaba con ellos.

—¡Isa! —me llamó desesperada y noté en su melódica voz que estaba llorando.

—¿Sucede algo? Es extraño que me llames —Sombra se quedó de pie frente a mí y no me importó que oyera.

Es Myles, Isa —Sollozos le impedían hablar bien, me preocupó escucharla así y sabía que no me diría nada bueno.

—Me estás asustando —confesé y noté a Sombra estar atento.

Los Vigilantes lo han atacado —Mi corazón se detuvo al oír eso y miré al chico frente a mí, esa vez lo hice con odio—. Tienes que volver, por favor, hija.

—¡Malditos hijos de puta! —espeté— ¡Dime que está vivo! —pedí.

Lo han llevado a cuidados intensivos, su estado es grave… ¡Tengo miedo, Isabella! ¡Ya perdí a mi hijo, no quiero perderlo a él! —Una lágrima corrió por mi mejilla al escucharla, sin pensarlo llegué a donde había caído mi arma y la tomé con más fuerza de la necesaria— Regresa, Isabella. Te necesito aquí, la organización lo hace. Myles te necesita —Ira recorrió mis venas como un torrente de fuego líquido, estaba harta de que esos malditos siempre jodieran mi vida.

—Volveré —prometí y corté la llamada sin esperar respuesta.

—¿Puedo ayudarte en algo? —Esa pregunta solo hizo que la ira aumentara.

—Desaparece de mi vida tú y tu maldita organización, Sombra —increpé con odio—. No creí que lo que te dije antes llegara tan pronto —aseveré y sin pensarlo disparé en su brazo izquierdo; el dolor atravesó sus ojos. Maldijo cuando sintió el impacto, sin embargo, no hizo más que presionar la herida—. La próxima vez irá directo a tu corazón —advertí y solo me observó con asombro.

La puerta del baño se abrió y un tipo enorme de piel morena apareció tras ella, cuando vio a Sombra herido quiso atacarme y me preparé para ello, pero se detuvo.

—¡Déjala ir, Marcus! —le ordenó Sombra, reticente le obedeció y me dejó espacio para que saliera— Nos volveremos a ver, Bella y pagarás por esto —No me inmuté al escucharlo. Al contrario de eso, lo enfrenté.

—¿Lo juras? —pregunté con una sonrisa satírica.

—No, Bella… Te lo prometo —respondió haciendo que mi sonrisa se borrara, un escalofrío me recorriera y viejos recuerdos volvieran.

«Eso era muy extraño».

Volviendo al pasado

 

Dos gruesos brazaletes de plata estaban puestos en cada de una de mis muñecas, uno de ellos hacía juego con aquel que Jane me regaló para mi cumpleaños, junto al dije de Tess y el maestro Cho; los nuevos accesorios no los usaba por pura vanidad de chica ¡Nah! Más bien servían para ocultar las cicatrices de mi pasado, de aquel momento en el que toqué fondo y no quería vivir más —no si él no estaba a mi lado— y sin quererlo no solo me hubiese convertido en una suicida sino también en una asesina.

Las marcas blanquecinas adornaban la piel del dorso de mis muñecas, el corte había sido profundo y casi logrando mi objetivo si Elliot no hubiese aparecido en ese momento. En el pasado siempre me pregunté por qué algunas personas tomaban esas decisiones y la conclusión a la que siempre llegué fue porque eran cobardes; preferían morir y dejar a sus seres amados sufriendo por la pérdida y con las dudas del porqué llegaron a dicha decisión, hasta que me tocó vivirlo a mí en carne propia.

Seguía creyendo que el mayor motivo era la cobardía. Fui una cobarde al tomar esa decisión, aunque en el momento y según yo, fue lo mejor que podía hacer; caí en una depresión profunda al perder a Elijah, el vacío en mi pecho fue enorme, no le encontré más sentido a la vida sin él y me olvidé de las personas que me quedaban y me querían en sus vidas. Sentimientos como la incredulidad, pena, el bloqueo emocional, la rabia y la culpa se mezclaron en mi interior de forma cruel y no hubo palabra dicha que me reconfortara en esos instantes; sentía pena por mí y por el hombre que perdí, sobre todo porque fue de forma inesperada y fatídica.

Al principio la incredulidad fue mi método de defensa ante el dolor que me atravesaba, por esa razón caí en la negación para no sentir que mi alma se desgarraba; lo hice cuando perdí a mi madre, después a mi padre y creí que al pasarme de nuevo con Elijah, la misma táctica me serviría, pero no conté con que esa vez todo era más intenso y mi estrategia ya estaba desfasada.

 

Mis momentos de descanso en aquel sufrimiento ya no funcionaban igual y ya no me servía intentar llamar a mi amado, porque lo hice. Llamé miles de veces a su número con tal de no volverme loca, le escribí miles de mensajes y hasta peleé con él por medio de ellos porque no me respondía; lo acusé de estar con otra e incluso eso se sentía mejor que caer en la dura realidad. La culpa me arrasó por completo y siempre pensaba en que pude hacer algo para evitar que me dejara; tras eso llegó la rabia y cuando no pude con todo aquel paquete, en cuanto mi fortaleza se acabó, solo pude pensar en que ya mis padres no estaban y al igual que ellos, el hombre del cual me enamoré como loca por primera vez —y decía eso, ya que con Elliot todo fue muy distinto, muy lindo, mas no un amor como el que sentí por su primo—, también decidió hacer lo mismo y me sentí sola aun rodeada de mis amigos. Fue ahí cuando dejé que la cobardía ganara porque me prometió descanso y un paro a mi sufrimiento, me fue más fácil eso que buscar ayuda profesional.

Porque la necesitaba, no obstante, opté por el camino fácil y cometí el peor error de mi vida, uno que con ironía también me dio la mayor lección de todas, ya que cuando la lucidez se volvió a hacer presente, entendí que tenía muchas razones para seguir adelante y que existían personas a las cuales les haría pasar por lo mismo que yo y con eso decepcionaría a mi madre y su mayor enseñanza: «Nunca hagas a otros lo que no te gustaría que te hagan». Ellos se fueron y me dañaron, sin embargo. Pero no fue porque así lo quisieron, yo en cambio sí lo haría porque quería.

No obstante, gracias a Laurel, Elliot y a la vida, recibí mi soplo de esperanza y después de eso, una vez más renací de las cenizas.

En Tokio, Italia o cualquier otro país en el que estuve no hubo necesidad de ocultar mis marcas, casi siempre usé camisas de mangas largas porque el clima lo permitía o mi uniforme de La Orden me ayudaba con ello. Sin embargo, regresar a Virginia me obligaba a usar algo para camuflarlas puesto que las mangas largas no me servirían allí, sobre todo porque llegaría en verano y el calor podía ser insoportable. Y no las quería esconder por vergüenza sino más bien para ahorrarme preguntas incómodas y evitar que las personas que dejé atrás en esa ciudad, recordaran un momento tan difícil.

Cuando salí de aquel club junto a Caleb, después de exigirle algunas explicaciones y de que yo le diera otras, le pedí que me acompañase al lugar al que juré no volver nunca; me era difícil —por no decir horrible— regresar al país y a la ciudad donde sabía que ya no lo vería más, su ausencia me golpearía de lleno y por eso necesitaba la compañía de mi idiota amigo. Él no sabía todo acerca de mi pasado, mas sí lo necesario para comprender por qué lo necesitaba tanto. Y en esos momentos más que nunca necesitaría a Maokko para que se quedara en mi lugar protegiendo lo que yo no podría mientras me ausentaba; mis intenciones eran volver pronto a Italia y rogaba al cielo porque Myles saliera de su estado de gravedad.

Me asustaba pensar en volver a ver a aquellos que un día abandoné sin ninguna explicación, saber que de nuevo estaría frente a ellos y quién sabía cómo reaccionarían ante mi llegada. Caleb se encargó de los preparativos para el viaje, de la seguridad y de cómo manejaríamos las cosas estando en nuestro destino; era un maldito para eso y tenía el mejor olfato para descubrir traidores, esa era la razón para confiar en él y dejar todo en sus manos.

Mi corazón latía desbocado cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Richmond, el viaje fue muy largo y cansado, pero al llegar a tierra todo eso desapareció y los nervios suplantaron todo lo demás. Pronto fuimos recibidos por algunos hombres que se encargaron de la seguridad de mi padre cuando él estaba vivo, nos saludaron y mostraron su respeto; Caleb se adelantó a hablar con uno de ellos y después las maletas fueron puestas en la parte trasera de una de las camionetas todo terreno negras que siempre usaban.

—Señorita White, es bueno tenerla de nuevo con nosotros —El hombre fortachón que reconocí como Dom me dio la bienvenida.

—Gracias —susurré sintiéndome insegura.

Otro de ellos abrió la puerta de la camioneta y subí en ella, Caleb lo hizo a mi lado y me regaló una sonrisa indicando que todo estaba saliendo como lo planeó. Dos todo terreno más encendieron los motores y comenzaron su marcha, la nuestra se colocó en medio de las otras para así ser escoltados.

—Creo que esto es demasiado —murmuré al ver tanta seguridad. El chófer y su copiloto estaban armados hasta los dientes.

—Me tomo muy enserio tu seguridad —alegó el rubio a mi lado—, aquí no es igual que en los países que hemos estado, estás en el nido de tus enemigos y presiento que lo de Myles no ha sido al azar, tienen un claro propósito —Lo miré arqueando una ceja, era la primera vez que mencionaba eso.

—¿Crees que ha sido para obligarme a volver? —pregunté.

—No lo descarto —repuso y dio un apretón en mi mano tratando de tranquilizar los nervios que comenzaban a atacarme—. No tienes nada que temer, Isa te lo dije antes en un momento de intentar tontear contigo, pero te lo repito ahora: yo sería capaz de recibir una bala por ti, eres como mi hermana y te cuidaré siempre —aseguró y sonreí.

—Eres un enfermo al querer llevar a tu hermana a la cama —bromeé.

—No me importa cometer incesto contigo —señaló alzando la ceja con coquetería.

—Idiota —respondí y rio más.

—Ya. Hablando en serio —continuó—, no tienes nada de qué preocuparte; yo sí te mantendré a salvo y me dedicaré a resolver una duda que me ha carcomido desde que te conocí —Lo miré preguntando así a qué se refería—. Eres la hija de uno de los jefes de la organización y ahora la jefa sucesora —explicó lo obvio— aun así, los Vigilantes llegaron a ti de forma fácil y planeada, eso me huele a traición —aseguró y me tensé, nunca pensé en eso antes, me era difícil hacerlo.

Todos éramos muy unidos y nos cuidábamos la espalda.

«Pero incluso así casi te matan».

Buen punto.

«Y cómo ibas a pensar en eso o siquiera darte cuenta si algo pasaba en la organización, cuando solo pensabas en follar con nuestro Tinieblo».

Bueno, ya basta.

«Aunque bueno… no tengo nada que decir acerca de eso, yo también lo disfrutaba».

¡Puf!

Volviendo al punto, Caleb había sembrado una espinita en mí con esa declaración y pensando mejor las cosas, coincidí en que tenía toda la razón; todo era muy raro y para los Vigilantes llegar a nosotros fue muy fácil. Pero… ¿Quién nos traicionó? Esa era una buena pregunta. Cameron era parte de los Vigilantes, no obstante, se unió a ellos por Elijah.

«¿Elliot?»

¡No! Eso ni pensarlo, me negaba rotundamente.

«Él tenía razones».

¡Basta! Él no pudo hacer algo como eso.

«Como sea, Isa solo suponía».

Como un mal hábito obtenido desde pequeña, comencé a morder la uña de mi pulgar derecho y los pensamientos se arremolinaron en mi mente como un mortal tornado; el camino fue largo y silencioso, mis nervios se calmaron, pero entrando a South Garden la nostalgia comenzó a golpearme. Mi vista se quedó fija en una pareja que se conducía en una motocicleta —posiblemente acababan de salir de alguna fiesta—, la chica se aferraba al chico con los brazos rodeándolo de la cintura, ambos vestían de negro y los cascos protegían sus cabezas; suspiré profundo y con dolor al recordarme de esa manera aquella primera vez que subí a la Ducati de Elijah, sonreí con nostalgia al pensar en la forma en que me negué a rodear su cintura y cómo él logró que lo hiciera.

«O en la forma que jugó con tu mente y te hizo desear sus besos».

Todo eso comenzó a reproducirse en mi mente cuando reconocí la cafetería en la que estuvimos; estaba cerrada ya que casi era de madrugada, pero jamás podría olvidarla. Cuando pasamos frente a ella y como si fuese un espejismo, me vi sobre el regazo de Elijah; los dos frente a frente montados sobre la motocicleta, él intentando arrastrar sus manos sobre mis caderas y yo impidiéndoselo, él llevando su mano a mi espalda y uniendo nuestros torsos, yo cerrando los ojos esperando un beso que nunca llegó y después… él riéndose al ver mi reacción. Lo odié en esos instantes —y en muchos otros—, aunque me odié más a mí por desearlo tanto cuando intentaba odiarlo de verdad.

—Nunca creí que fuese tan difícil para ti volver a este lugar —La voz de Caleb me sacó de mis pensamientos y después su mano recorrió mi mejilla, limpiando las lágrimas que había derramado y que no sentí.

No hablé. Si lo hacía entonces los sollozos saldrían y no quería eso, no podía permitírmelo. Caleb comprendió mi silencio y me arrastró hasta él, me dejé hacer y me acomodé en su costado; su brazo rodeó mi cintura y me quedé ahí sumida en mis penas, llorando en mi interior.

«Nuestro Tinieblo en verdad nos marcó».

Sí, lo hizo hasta el alma.

 

____****____

 

Caleb nos había registrado en un hotel, no quise contradecir porque confié mi seguridad en sus manos y me demostró lo bueno que era en eso; dormí alrededor de unas tres horas y después de ducharme y vestirme, salimos hacia el hospital. En el camino hasta allí pasamos por un McDonald’s y comimos mientras los hombres encargados de nosotros conducían.

Nadie sabía de mi regreso a excepción de la gente de mi padre, eran los únicos en los que Caleb confiaba y por eso se comunicó con ellos; el hospital estaba vigilado con discreción y sabíamos que para el momento en que llegáramos, solo Eleanor estaría con Myles.

Mi corazón estaba acelerado mientras subíamos por el ascensor, Caleb iba a mi lado, uno de los hombres había subido antes y anunció a Dom que todo estaba libre, tras subir nosotros lo haría Dom y así mantendríamos la discreción y la seguridad.

—Eres un maldito —halagué y me guiñó un ojo—, me siento como si fuese la presidenta del país.

—No, linda. Ni el presidente tiene la seguridad que tú te cargas —se mofó y me reí.

Salimos del ascensor y llegamos al área de cuidados intensivos, las enfermeras estaban al tanto de nuestra presencia y nos permitieron el paso hasta llegar cerca de donde se encontraba Myles; solo me dejaron entrar a mí a su habitación, pero antes me dieron algunas indicaciones y me colocaron un traje verde especial y una mascarilla. Los sonidos de los aparatos colocados alrededor de él me estremecieron, sus ojos estaban cerrados, su piel pálida y sus labios resecos y agrietados; una lágrima se me escapó al verlo en ese estado y maldije al culpable de eso.

Llegué a su lado y lo tomé de la mano, se sentía fría y si no fuese por el sonido de su corazón a través de los aparatos, hubiese creído que estaba muerto.

—¿Por qué tienen que sucedernos estas cosas, Myles? —susurré limpiando mis lágrimas con la mano que tenía libre— Te juro por Dios que daría todo de mí por no verte así —Acaricié su rostro—, vosotros sois la única familia que me queda y si os pierdo, ahora sí me volvería loca en serio.

—¿Isabella? ¡Viniste! —La voz de Eleanor me interrumpió, la vi parada bajo el marco de la puerta, pero pronto corrió hacia mí. Solté la mano de Myles justo en el momento que ella envolvió sus brazos en mi cuerpo—. Creí que no vendrías —susurró— ¿Por qué no avisaste?

—Lo siento —dije mientras nos separábamos—. Tengo a alguien encargado de mi seguridad y creyó conveniente que nadie supiese de mi regreso —Me sonrió como lo haría una madre a su hija, comprendiendo todo lo que decía; ese gesto suyo me hizo sentir en casa, aunque también mucha nostalgia.

Fueron pocas veces las que vi sonreír a Elijah y su sonrisa era una copia de la de su madre.

—El chico rubio allá afuera, ¿es él? —preguntó y asentí— Qué bueno que te proteja tanto, lo necesitas, cariño. Si no mira a mi Myles —lamentó señalándole con la barbilla—. Incluso con toda la seguridad que usa fue atacado y ahora está postrado a esta cama —Se alejó de mí y llegó a su esposo, acarició su mejilla con amor y también con mucho dolor.

—Sé que pronto saldrá de aquí y lo hará con bien —hablé con convicción—. No me iré hasta que él esté a salvo y seguro.

—Gracias por volver, hija. Sé que dejaste tu vida atrás para venir aquí, pero recuerda que también es nuestra vida. Sois nuestra vida —dijo viéndome a los ojos y me estremecí.

—¿Nadie lo sabe? —quise asegurar, aunque sonó a pregunta.

—Todo ha sido y será como tú mandes —Asentí agradecida— ¿Os quedaréis en la mansión?

—Todavía no me siento capaz de volver allí, Eleanor —confesé y de nuevo tomé la mano de Myles—. Sin embargo, prometo quedarme cerca y llegar al fondo de esto. Tu seguridad y la de Myles será reforzada; Caleb, el chico de afuera ya se está encargando de todo —anuncié.

—Gracias otra vez, Isa —En su voz se notaba el más puro agradecimiento.

—No se merecen —susurré—, es mi deber cuidar de mi familia y de Grigori —aseguré.

Hablamos un rato más y la puse al día sobre algunos asuntos de mi vida, ella hizo lo mismo con cosas de ahí y por nuestra salud mental acordamos no hablar sobre Elijah, para ambas era muy doloroso y con la situación que se vivía, no necesitábamos agregarle más tristeza.

Salí del hospital con Caleb y nuestra seguridad rumbo al cuartel; nos informaron antes que allí solo se encontraban los chicos —a excepción de Jacob— y Caleb consideró que era el momento de volver. Por supuesto que mis nervios se aceleraron al saber que era hora de reencontrarme con ellos y tuve miedo de ver su reacción; mis viejos amigos —si es que todavía les podía llamar así— no sabían mis motivos para marcharme ni lo sabrían aún, eso volvía todo más complicado. No obstante, tenía que enfrentarlo. Me quedaría un buen rato y necesitaba trabajar con todos, solucionar mis problemas y así poder seguir adelante.

Roman corrió hasta el portón de seguridad para recibirnos, todo se hallaba igual en el cuartel a excepción de que había más seguridad; reconocí a algunos compañeros de La Orden del Silencio que estaban estratégicamente colocados, nadie se daría cuenta de ellos a menos que fuese otro Silencioso —que era como nos llamábamos— y supe que llegaron ahí por petición de Caleb y órdenes del maestro Cho. Estando dentro de aquel lugar, en el área de parqueo —territorio seguro— bajé del todo terreno y varios de los guardias se acercaron y saludaron a los chicos que se encontraban conmigo, aunque ninguno se dirigió a mí.

—¿Señorita White? —La voz de Roman era ronca y profunda. Mis ojos estaban cubiertos por gafas de aviador y mi corto cabello iba oculto en una gorra— ¿Es usted? —preguntó con dudas y asombro.

—Soy yo, Roman. La misma —dije con una media sonrisa.

—No creo que sea la misma, pero… ¡Por Dios! ¡Está viva y bien! —exclamó con alegría.

—Gracias —musité sintiéndome tímida ante él—. Es bueno volver a verte, Roman —dije sincera.

—Gracias, aquí estoy a sus órdenes, dispuesto a protegerla ante lo que sea —Un nudo se formó en mi garganta al escucharlo. Todavía no terminaba de acostumbrarme a eso.

—Por el momento nadie a excepción de vosotros debéis saber que ella está aquí —dijo Caleb llegando a mi lado—. Soy Caleb, por cierto —Se presentó amable con él—, mi objetivo es traer a Isabella sana y salva y llevármela de la misma manera y como ya viste, pienso cumplirlo al pie de la letra.

—Cuente conmigo para lo que sea, señor, puede confiar en mí —habló seguro el hombre moreno que respondía al nombre de Roman, quién ya había cuidado mi espalda antes.

—Llámame Caleb, nada de señor —pidió afable—. Al entrar puedes quitarte las gafas, pero no la gorra —Se dirigió a mí y asentí.

Puse la mano sobre el lector de huellas, este me las negaba al principio y todo era porque sudaba, mi nerviosismo era notorio; después de limpiarla sobre mi pantalón al fin el aparato se dignó de mí y abrió la puerta sin problema. El aire acondicionado golpeó mi cuerpo y sentí frío en esos momentos, por inercia tomé la mano de Caleb y él me recibió sin problema, regalándome un pequeño apretón en señal de apoyo; Dom estaba a mi lado izquierdo y el otro chico —de quien tenía que averiguar el nombre— estaba al lado derecho de Caleb, escoltándonos aun dentro del cuartel.

Eso solo me confirmó que Caleb sentía una profunda desconfianza por todos.

«El rubio era inteligente».

Las oficinas estaban solas, el motivo era obvio; las evité y fueron los guardias quienes se acercaron a revisar. El pequeño comedor estaba igual y los gritos desde el fondo nos avisaron que los chicos se encontraban en el salón de entrenamientos.

Mis intestinos se revolvieron al acercarnos allí.

«¿Cómo con ganas de ir al baño?»

Eso era asqueroso, pero sí se sentía de la misma manera.

Poco a poco se escuchaban más claros los gritos de una chica; no era Tess, pero sí me parecían familiares. El sonar de las armas de madera me recordaba a mis entrenamientos en ese mismo salón, mi respiración se había acelerado demasiado y por primera vez me sentí incapaz de hacer algo y me detuve.

«Cobarde».

No era fácil.

—¿Qué pasa, linda? —preguntó Caleb a centímetros de mí.

—No puedo hacerlo —susurré con la voz entrecortada. Me miró con asombro.

—No digas estupideces, Isabella —me reprendió—. Tú, la que siempre nos alienta en La Orden, la líder de dos clanes poderosos, la que siempre va un paso adelante, la que no se detiene ante nada ni nadie… ¿¡No puede hacer algo tan simple como esto!? —Me avergoncé con sus palabras, pero él no entendía mis motivos.

Ahí yo era débil, los fantasmas de mi pasado me asustaban hasta la mierda y tenía miedo de enfrentarme a lo que sabía que me volvería a destruir.

—Tú, pequeña idiota… vas a ir allí y te enfrentarás a ellos, porque si no puedes con esto no podrás con Fantasma. No podrás con el hijo de puta de Lucius y mucho menos con Derek —Lo miré con odio, mas el tonto tenía razón.

Si no podía con quienes fueron mis amigos, no podría con mis enemigos y no me lo podía permitir.

Caminé segura sin decirle nada y abrí de forma brusca la puerta doble del salón. Jane se encontraba luchando contra Tess y eso me descolocó mucho; mi tímida amiga ya no lucía cohibida, su cabello cobrizo estaba en una coleta al igual que el cabello color fuego de Tess, ambas vestían ropa de entrenamiento negra y Jane sabía cómo golpear y defenderse. Connor, Evan y Dylan estaban a las orillas de las colchonetas que recubrían el suelo, observando cómo las chicas peleaban; el sonido que los chicos detrás de mí hicieron los hizo poner atención en nosotros, sus ojos se clavaron en mí y me sentí pequeña, muy pequeña.

—¿¡Bella!? —dijo Evan y me estremecí desde la punta de los dedos de los pies, hasta las de mi cabello. No me reconocieron del todo, la gorra en mi cabeza y la poca luz en el salón se los dificultaba.

—¡Evan! ¡Chicos! —musité.

«Y fue lo más estúpido que pudiste decir».

¡Arg! Lo sabía.

Jane caminó a paso seguro y rápido hacia mí en cuanto se aseguró de que era yo, se veía guapa vestida de esa manera; su rostro era un poema y no podía descifrarlo, pero me alegraba que se acercara.

—Isabella —dijo, su voz tampoco era tímida.

—Ja… —No terminé de decir su nombre, ella no lo permitió.

Lo impidió cuando conectó su puño a mi mandíbula haciendo que mi gorra cayera de mi cabeza, mis gafas volaran de mi camisa y yo cayera sobre mi costado.

«Vaya perra».

Corazón de Fuego

¿Qué pasa cuando lo que tanto deseabas se cumple? ¿Cuándo lo imposible se vuelve posible? Pero sobre todo, ¿qué se siente cuando la traición llega de un gran amor? Derretí un corazón de hielo y eso me dejó un corazón oscuro, hice lo inimaginable por la sed de venganza y me convertí en lo que una vez odié por obtener algo que creí que me ayudaría a seguir adelante y, sin embargo, al final conseguí lo que no buscaba, pero deseaba, aunque estaba segura de que era algo imposible de volver a tener. Hasta que sucedió. Él volvió a mí cuando cuando la oscuridad me consumió y los secretos me volvieron una mujer despiadada. Yo, Isabella White, amaba con intensidad, pero odiaba de la misma manera. Elijah Pride se creía un demonio, mas yo era el jodido diablo y muchos lo iban a descubrir de la peor manera. Una vez tuvo a un ángel, ahora solo encontraba a un demonio. Antes fui su salvación y él mi destrucción, ahora yo era lo que él un día fue y LuzBel pretendía ser mi redención. Pero un demonio jamás podría llegar a salvar a otro y eso, tenía muy claro que iba a demostrárselo. ¿Será suficiente el amor para perdonar?

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Cuando La Vi

Elijah

Tres años atrás…

 

Salí de la oficina, rendido luego de haber intentado seguir con mi juego y fracasar en el intento; las palabras de White me afectaron, su confesión puso mi mundo de cabeza —si es que eso era posible— y no podía sacar de mi mente su rostro lleno de dolor y decepción al escuchar toda la sarta de estupideces que le dije. Ella no tenía que haberse enamorado de mí, caer en su propio juego fue un grave error y quise demostrárselo al irme con Laurel y Elena; pero al estar ya en el lugar, con esas dos hermosas tías dispuestas a cumplir mis fantasías, me di cuenta de que el del error era yo.

Mi capricho se fue a la mierda cuando en mi cabeza se repitieron las palabras de Isabella, luego de que en mi mente solo tuviese su rostro lleno de dolor, después de que de lo único que tenía deseos, era de que fuese esa Castaña la que estuviese provocándome de aquella manera. Mas no era ella. La chica que deseaba estaba afuera, odiándome por ser tan maldito y no la culpaba; sin poder más con eso, tomé la decisión de salir de la oficina dejando a Laurel y a Elena disfrutando de la noche, mientras yo me revolcaba en mi propia mierda.

Y no fui hacia donde los chicos estaban, era tan hijo de puta que no quería que todos se enteraran de que había desaprovechado una gran oportunidad, así que me quedé por allí, como un total idiota, esperando a que las chicas salieran de la oficina. Cansado, frustrado y desesperado, saqué un cigarrillo, hacía mucho que no fumaba, pero decidí volver a hacerlo en ese momento; la ansiedad me ganaba y necesitaba calmarme. Cerré los ojos mientras inhalaba el humo mentolado y tras retenerlo un rato, lo solté y con él, también se me escapó un intenso suspiro.

—Me enamoré de ti.

Sus palabras seguían repitiéndose en mi cabeza y no sabía ni cómo reaccionar. Isabella White cometió la peor cagada de su vida al enamorarse de mí. Escuché unos pasos acercándose y me percaté de que era Laurel, Elena se había adelantado y agradecí de que al fin salieran de su fiesta personal.

—¿Os divertisteis? —pregunté, intentando no sonar tan aliviado.

Ella se acercó más, tiré el cigarrillo y lo pateé.

—No tanto como nos hubiésemos divertido contigo, pero no me quejo —Sonreí al escucharla, Laurel siempre intentaba provocarme y en el pasado, lo logró cada vez que quiso— ¿Qué te pasó allí adentro? —Su pregunta me incómodo mucho, no deseaba abordar ese tema— Te conozco, LuzBel y jamás hubieses desaprovechado una oportunidad como esa. Dime, ¿no se te paró? —bromeó y la fulminé con la mirada.

La tomé del cuello para luego empotrarla a la pared y presioné mi pelvis en su vientre haciéndola sentirme. Claro que se me había parado, era un hombre y lo que esas tías hicieron provocaría hasta a un gay, pero me rehusé a estar con ellas por razones distintas.

—Bien, no fue por eso —confirmó—. Entonces hay una chica, ya superaste a Amelia y al fin alguien más ocupa su lugar —aseguró.

—Ella no es como Amelia —repuse pensando en Isabella y Laurel asintió.

—No lo dudo, estando con Amelia te seguías acostando conmigo y hoy me despreciaste, y no solo a mí —Me alejé un poco tras escucharla, lo que decía era cierto; jamás me importó acostarme con Laurel estando con Amelia—. Es esa castaña que bailaba con Ed ¿cierto? —La miré procesando lo que decía.

En lo único que pensaba al ver a Laurel y a Elena, era que deseaba a White allí.

—No te habría despreciado si esa Castaña hubiese estado en el lugar de Elena —solté y la cagué, lo comprobé al ver cómo la morena intentaba no reírse—. Jamás me sucedió con Amelia. Cuando te follaba o cuando me provocabas, nunca pensé en ella, pero hoy…

—Solo pensabas en ella, en la chica castaña —terminó por mí.

—Esa maldita tía me está volviendo loco, Laurel —bufé desesperado, a pesar de que ella se burlaría de mí, era a la única a la que podía decirle tales cosas y que fuese una hija de puta como yo, creo que ayudaba mucho—. Desde que apareció aquel día en el campus, supe que jodería mi vida.

—¿Para bien o para mal? —formuló— Pregunto eso porque veo que no te es indiferente, la chica siente algo por ti, pero ¿tú por ella? —cuestionó y no me sentí para nada cómodo.

—No puedo sentir nada por ella, me niego a sentir algo más que atracción por esa chica —bufé con frustración.

—Tranquilo, tigre —Dio golpecitos en mi hombro con la palma de la mano—. Si no quieres sentir nada por ella, aléjate antes de que se meta más en la cabeza —aconsejó y reí con ironía.

—Más de lo que ya se metió, creo que no se puede.

Tarde comprendí que respondí sin pensarlo o más bien, dije en voz alta lo que pensaba y la reacción de Laurel me confirmó que también cometí un puto error.

—Tu secreto siempre estará a salvo conmigo —prometió, tratando de ser mi apoyo.

Laurel me ayudaría a seguir manteniendo mi fachada y se lo agradecía porque existían cosas que no podían ser dichas o sentidas.

 

 

____***____

 

Estaba a punto de matar al estúpido tío que se atrevió a tocar a White después de haberla secuestrado, mi ira era grande y ya me había desecho de un imbécil encapuchado, uno más sería fácil para mí y ese, pagaría caro el meterse conmigo y con las personas cercanas a mí.

—¡Mátame! Porque si me dejas vivir, te juro que me vengaré con esa zorra —advirtió con dificultad y sonreí con descaro y burla cuando vi cómo sus ojos se volvían rojos; lo tomé solo con una mano y llevé la otra hasta su gorro.

—Quiero tener la dicha de conocerte con vida —hablé satírico y quité su gorro de un jalón, sin embargo, le solté de inmediato el cuello y retrocedí al recibir un fuerte impacto que me dejó aturdido y no por el dolor.

«Eso no podía estar pasando».

Era Amelia.

No era un chico, Fantasma era una chica, mi chica.

Infinidad de sentimientos se arremolinaron en mi interior, ella reía mientras me quedaba pasmado. Estaba viva, frente a mí, burlándose de mi sorpresa.

—¿¡LuzBel!? —gritó Elliot, no le respondí, mi lengua estaba paralizada— ¿Pero qué demo…? —Su voz se perdió al verla.

Me puse de pie muy rápido y me giré para mirar a Elliot, su rostro era como si acababa de ver a un fantasma y en efecto, ambos estábamos viendo a uno.

—¿Cómo, Lía? —pregunté al fin— Te vi morir.

—Viste cómo me dispararon luego de que este cobarde me entregara —dijo con desprecio hacia Elliot—. Para tu mala suerte, no morí.

No era mala suerte.

—Tuve que hacerlo, Amelia. Eras tú o mi novia —se defendió Elliot.

—Me llevaste a la cama, me hiciste creer cosas distintas a las que yo creía —reclamó ella.

—Tampoco fuiste tan difícil —declaró él y lo miré mal. Sabía que lo que sucedió entre ellos no fue obligado, pero… ¡Demonios! Era mi mujer, fue mi chica y odiaba que Elliot se expresara de esa manera hacia ella.

Nos adentramos en una estúpida discusión, pero no hubo más aclaraciones; Amelia estaba distinta, más hermosa que antes, aunque en sus ojos había una maldad que jamás vi en ella y sabía que su regreso me acarrearía muchos problemas. Los Vigilantes que la cuidaban llegaron a su rescate y se marchó con una promesa de volver a vernos pronto y hacerme pagar por la muerte de su amigo, el imbécil de Sombra.

Corrimos con Elliot hacia afuera del edificio y luchamos contra otros tipos que esperaban por nosotros; vi de cerca cómo Isabella y su padre luchaban y no pude hacer nada cuando Amelia arremetió contra ellos y acabó con la vida de Enoc, diciéndole luego algo a la Castaña; intenté correr detrás de ella, pero su voz a través del intercomunicador me detuvo.

Te dije que, si no me matabas yo acabaría con tu zorra y apenas estoy comenzando.

—¿Qué mierda quieres? —pregunté con rabia.

Pronto lo sabrás —respondió y vi que quitó el aparato de su oído para terminar con el discurso.

Miré a Isabella en shock ante lo que sucedía y pronto rompió en llanto al ver a su padre; me acerqué a ellos, Enoc yacía sobre sus brazos y le susurraba algo.

—N–no ol–vides tu pro-me-sa —pidió él, viéndome a los ojos y asentí.

Su mirada se quedó clavada en la mía, pero sin verme y el grito de dolor de la Castaña me confirmó por qué el brillo de vida había desaparecido de los ojos de él.

Estaba muerto.

Los Vigilantes acababan de quitarnos a un grande, pero despertaron a una gigante. Y algo me decía que se desataría el puto infierno en la tierra, porque el ángel que lloraba con el dolor más puro y fuerte frente a mí comenzaba a despertarse y sabía que su despertar no sería bueno.

 

(****)


Ver a Isabella sufrir en silencio la muerte de su padre, no era nada fácil para mí, y menos cuando no sabía cómo consolarla; siempre supe hacer gozar de placer a una chica —a ella, sobre todo— y hacerlas llorar por mis mierdas, pero jamás supe ser el apoyo de una y se me estaba complicando. La Castaña estaba rota y, aunque mi intención desde un principio fue tenerla en la organización, nunca quise que hiciera el juramento, mas era su obligación y estaría ahí para apoyarla.

No quería que se sintiera culpable por lo de Elsa, porque no lo era, fue solo mi culpa y eso lo cargaría por siempre. Y cuando bajaron el ataúd de mi pequeña loca, fue lo más duro que me tocó vivir, aparte de ver a Isabella llorar, y cuando creí que todos se marcharon, me quedé frente a la lápida donde yacían los restos de una de las mujeres a las que más aprecié.

Quería a Elsa, aunque mi actitud siempre demostró lo contrario, la quise como a una amiga, mi mejor amiga; compartimos demasiados momentos a lo largo de nuestras vidas, crecimos juntos y nos apoyamos siempre de forma mutua. Su equivocación fue haberme creído más de lo que era. La mía, no haberla valorado como se lo merecía.

—Te extrañaré —susurré a la nada, ya le había pedido perdón desde que murió y sabía que tenía que hacer algo para hacer pagar a Derek.

Me quedé unos minutos más meditando todo lo que estaba pasando; no sabía nada de Amelia, pero junto a Elliot estábamos investigando su regreso.

—Aún no sé cómo, pero estoy segura de que vengaremos su muerte —La voz de Isabella interrumpió mis pensamientos, puso una mano sobre mi hombro y ese inocente gesto me estremeció—. Dices que no es mi culpa, pero en verdad lo siento, Elijah —No paraba de decirlo.

—Te juro que si algo te hubiese pasado a ti, habría hecho un pacto con el mismo diablo para tenerte de nuevo a mi lado.

Recordé las palabras que susurré en su oído cuando la encontré muerta en llanto por el asesinato de Elsa y todo lo que vivieron.

—¿Recuerdas lo que te dije? —pregunté y asintió, el brillo en sus ojos me confirmó que en verdad recordaba cada palabra y jamás las olvidaría— Lo dije en serio —aseguré y volvió a asentir.

Esas palabras cambiaron mucho de lo que había entre nosotros.

—¿Elijah? —me llamó y la miré— ¿Recuerdas lo que te confesé en el club? —Claro que lo recordaba y me tensé ante eso, aunque asentí— También lo dije en serio —Quise decirle algo, pero puso el dedo índice sobre mi boca para silenciarme—. El sentimiento es demasiado fuerte, tanto, que me alcanza para sentir por los dos.

No pude ocultar la sorpresa por sus palabras, era una locura de su parte porque yo no estaba preparado, aún, para admitir lo que estaba sintiendo por ella.

—No te pido que sientas lo mismo por mí, pero sí que me dejes sentir esto por los dos. Ya perdí a mis padres y te juro que si me faltas tú, perderé todo.

Escuchar lo último me hizo sentir miserable.

—No digas eso, White, eres más fuerte de lo que crees —mascullé molesto y sabía que no fue por lo que me dijo, sino por cómo me sentí.

—Soy fuerte porque aún me quedas tú, Pride —siguió y me tomó el rostro con sus pequeñas manos, la miré a los ojos—. Aún sigo fuerte tras perderlo casi todo porque siento esto por ti —La tomé la cintura para tener un apoyo y así soportar lo que seguía—, soy fuerte porque te amo —Un escalofrío recorrió mi cuerpo al escucharla decirlo de nuevo.

Pero no debía, ella no debía amarme.

—No digas eso —pedí presionando mi frente contra la suya y haciendo mi agarre en su cintura más fuerte—. Y-yo… no merezco ser amado por ti, no cuando he sido tan idiota.

Y porque por primera vez le ocultaría algo.

—Eres mi idiota —Se me escapó una media sonrisa al escucharla—, eres mi compañero y te necesito a mi lado ahora que soy tu jefa —Agradecí que jugara un poco para liberar la tensión que se creó, ya que no sabía cómo responder; luego me alejé de ella y alcé una ceja por lo que dijo.

—Ni creas que me darás órdenes —bufé de inmediato y comenzamos a caminar hacia el coche—. Podrás ser la nueva líder del clan en California, pero jamás mi jefa, White —farfullé, tenía que hacerle entender que jamás lograría tal cosa y la vi reír—. Aunque te rías, olvídate de eso y de los absurdos sentimientos que tienes hacia mí —aconsejé.

Vi que eso la lastimó, mas tenía que hacerla desistir de semejante locura. No podía alimentar su ilusión cuando mi vida estaba a punto de volverse una mierda con Amelia de regreso y enfurecida conmigo.

—Bien, como quieras —refutó con capricho—. Me olvidaré de todo, de nuestros juegos y de dormir en tu habitación —recordó y maldije, eso no lo iba a permitir.

—De todo menos de los juegos y de que a partir de hoy dormirás conmigo —advertí y me sacó el dedo medio en respuesta, reí cuando la vi subir al coche.

Manejé en silencio hacia su antigua casa y pensé en lo que sucedería desde ese momento. Todo se había vuelto de cabeza después de que la bonita castaña se cruzara en mi camino, luego de que la hice mía y tras confesarme sus sentimientos. Estaba decidido a alejarme de ella, pero me era imposible hacerlo; me sentía su dueño y un maldito egoísta, porque a pesar de que no quería que me amara, tampoco deseaba que no lo hiciera y todo se volvió peor cuando vi a Amelia con vida.

Oficialmente mi vida se tornó mierda.

Dejé a Isabella en su espacio y no la acompañé hasta adentro de su casa, había cosas que tenía que hacer sola y otras que yo debía resolver por mi cuenta; buscar a Lía era una de ellas. Necesitaba hablar con esa chica, explicarnos mucho y esa loca no me lo pondría fácil. Aproveché el tiempo que la Castaña se fue y decidí realizar unas llamadas; mantenía en mi mente el número telefónico de uno de los Vigilantes que siempre me ayudó con ella y se llegó el momento de usarlo.

—Nos volvemos a escuchar, Marcus —saludé cuando descolgaron el teléfono.

El maldito LuzBel —respondió y sonreí.

 

 

____****____

 

Vi salir a Isabella de su casa, rato después de estar esperándola, sus ojos estaban llorosos y se veía perdida mientras arrastraba una maleta. Me sentía el hijo de puta con más suerte al saber que la tendría en casa, pero me afectaba más de lo que debía el verla de esa manera; podía ponerme en sus zapatos y seguro estaba de que yo en su lugar, habría arrasado con el mundo entero con tal de hacer pagar a los que me arrebataron todo. Ella en cambio se contenía y lo admiraba, siempre sería un ángel para mí, con autocontrol y muy sorprendente.

—¡Espera, Bonita! —pedí cuando quiso abrir la puerta del coche, iba pensativa— ¿Qué piensas? —pregunté intrigado y la tomé de las manos.

—En cómo haré pagar a todos —espetó y eso me sorprendió—. Si me has visto tranquila —ironizó— es solo porque sé que me vengaré por lo que me han hecho. Cada lágrima que he derramado y cada cuchillada que ha atravesado mi corazón me lo cobraré al doble, Elijah. Con la misma vara que me han medido, mediré —aseguró y la solté.

Me llevé las manos a la cabeza, me sentía demasiado frustrado; su manera de hablar fue cargada de odio y no era bueno. La miré a los ojos y fue peor.

—No me gusta lo que veo en tus ojos —solté tomándola del rostro y haciendo que me viera.

—¿Qué ves?

No respondí de inmediato.

—A mí, veo la oscuridad que miro en mis ojos cada vez que estoy frente al espejo —Sonrió sin quererlo, esa no era la sonrisa de mi dulce ángel.

—Necesitaré tu ayuda, Elijah —Me daba miedo preguntar para qué, al verlo en sus ojos sabía que no era nada bueno.

—¿Para qué? —dije cuando me armé de valor.

—¿Recuerdas al tipo con voz de robot al que te enfrentaste?

¡Mierda, mierda y más mierda! La solté de inmediato después de que formuló esa pregunta, sabía que era malo.

—El Fantasma que mató a mi padre frente a mí, el que juró hacerme vivir un infierno.

—¿Qué pasa con él? —inquirí inquieto, tratando de no delatarme frente a ella.

—Pasa que yo también le juré arrastrarlo conmigo a ese infierno, pasa que quiero a ese Fantasma arrodillado a mis pies, suplicando por su vida y tú me lo vas a entregar —Quise reír, pero si lo hacía ella me mataría.

—¡Estás loca, White! ¡Quieres hacer una locura! —espeté y vi la sorpresa en sus ojos por mi respuesta.

Sé que parecía un imbécil, pero odiaba cuando ella solo callaba y no replicaba a lo que le decía. La conocía y sabía que su silencio, no era nada bueno. Estaba jodido.

Y como dije antes, el silencio de esa loca castaña no era bueno y lo comprobé luego de llegar al cuartel por petición de ella. No me gustaba la confianza que seguía teniendo con el imbécil de Elliot, a pesar de que estaba seguro de que entre ellos no había nada a parte de la amistad —por lo menos, no, de parte de Isabella—. No podía obviar el sentimiento que se instalaba en mi pecho cada vez que los veía tan íntimos, cada vez que hablaban de algo que solo los dos sabían y eso pasó cuando al llegar al cuartel, lo primero que hizo White fue preguntarle algo de lo que yo no tenía ni puta idea.

—Cuida bien lo que haces —advertí a Elliot después de que Isabella se adelantó para hablarle a los que, desde su juramento, también eran sus súbditos.

—Deja las amenazas y preocúpate por lo que haremos de aquí en adelante.

—¿A qué te refieres? —cuestioné frunciendo mi entrecejo.

—A que, Isabella tiene muestra de la sangre de Amelia, la hirió cuando se enfrentaron y ya que no conoce su identidad, me ordenó mandar a fabricar un aparato para identificar el ADN —Maldije al escucharlo.

—¡Mierda! Eso no puede pasar —bufé.

—Mira, LuzBel, seré claro contigo —dijo y en su rostro vi que no era nada bueno lo que saldría de su boca—. Sabes que puedo boicotear la sangre, puedo alejar a Isa de Lía —También lo sabía, incluso por mi cabeza pasó esa idea, mas no podía traicionar a la Castaña de esa manera—, pero eso es algo que no pasará y deduzco que tú tampoco me pedirás algo así —Quise romperle la cara por su manera de ironizar lo que decía—. Ordenaré que fabriquen lo que quiere y pobre de nosotros cuando se entere quién es Fantasma y sepa que tú y yo lo sabíamos.

No dije nada después de eso, estaba consciente de que la chica frente a nosotros se volvería loca al saber que le callamos algo tan importante y sabía a la perfección que si Elliot no hablaba, era por la culpa que aún sentía al haber entregado a Amelia y creerla muerta por su causa, pero yo, no lo hacía porque no podía imaginarla muerta de nuevo, mi corazón casi volvió a la vida cuando la vi; era muy diferente a la tía que conocí, de la cual me enamoré, sin embargo, era Amelia al fin al cabo. Viva, más hermosa y también más despiadada.

Mi cabeza era un enredo, por momentos quería decirle todo a Isabella, hablarle con la verdad en lugar de omitir lo que sabía y por otro lado, no podía traicionar a Lía, no cuando muchas veces pedí una segunda oportunidad para verla de nuevo y al fin me la estaban dando.

Nos quedamos mirando con Elliot después de escuchar a White dirigirse a todos y exigir que le llevaran a sus pies al tipo que asesinó a Enoc; estaba destrozada y lo comprendía, pero a pesar de lo loca que estaba Amelia, no la imaginaba ante los pies de nadie; prácticamente me encontraba en una encrucijada de mierda porque así como no quería a Amelia rendida ante ninguno, tampoco permitiría que White lo estuviera. Mi juramento seguía e iba a proteger a esa chica por encima de todos, por encima de mí mismo si era necesario.

Maldije cuando los Grigoris estuvieron de acuerdo con sus órdenes, incluso mi padre, quien la apoyó y animó a todos para obedecerla, yo sin embargo, no podía aceptar tal orden, nunca acataba ninguna y esa vez, era más difícil hacerlo. Vi caminar a Isabella hacia la puerta, supe que iba a irse y tenía que jugar mi juego e intentar que se olvidara de su maldito mandato. La tomé del brazo cuando casi abría la puerta y la hice girar hacia mí, su delicioso aroma llegó a mi nariz y por poco olvido el motivo de retenerla.

—Necesito que desistas de esa orden, White —le exigí, después de concentrarme y dejar de lado lo rico que olía.

Por la cara que puso, supe que no lo tomó bien.

—¿¡Cuántas veces te he obedecido!? —preguntó harta. Ahí estaba la contestona a la que estaba acostumbrado— ¡Necesito esto, Elijah! ¡Necesito vengar a mis padres y a Elsa! No entiendo por qué tú, que tanto quieres vengar la muerte de tu amada Amelia, no me comprendes —Esas últimas palabras salieron amargas de su boca y lo odié mucho.

¿Cómo iba a responder a eso?

—No es eso, Bonita… ¡Maldición! Entiende que te estás lanzando solita hacia los lobos —la sermoneé queriendo que entendiera que solo buscaba mantenerla a salvo, sin que notara lo desesperado que me sentía.

Al girar esa orden, ella también se enfrentaría a Lucius, Amelia era su hija y al ser Isabella hija de Leah, su exmujer, el odio hacia la Castaña era triplicado y no podía permitir que cayera en sus manos.

No iba a soportar que la dañaran.

—Entonces ayúdame a saber cazarlos, es más, ayúdame a domarlos, Elijah —suplicó y me quedé sin palabras.

Era difícil ver el dolor en sus ojos y la necesidad de venganza que tenía, la comprendía a la perfección al haber estado en su lugar hacía muy poco y a pesar de lo que yo sentía por Amelia, no podía fallarle al hermoso ángel frente a mí e iba a cometer una locura al abrir la boca, pero me era inaudito seguir viendo a White en ese estado o que ella suplicara.

—¡Joder! —bramé y suspiré antes de seguir hablando— Bien, White. Te ayudaré —concedí—, pero lo haremos a mi manera—advertí.

—Perfecto —concedió sin chincharme más. Feliz de contar con mi ayuda me abrazó fuerte, pero no pude corresponderle en ese instante—, solo entrégame a ese Fantasma, por favor —pidió una vez más y cerré los ojos, estaba cometiendo un gran error.

—Lo haré, lo pondré a tus pies —aseguré y me permití corresponder a su abrazo, reconfortándola y reconfortándome a mí mismo en el proceso.

Tenía que aprovechar esos gestos porque algo en mi interior me decía que muy pronto los extrañaría.

Y entonces sí iba a estar muy jodido.

Su Sangre

Elijah

 

Me quedé sin palabras luego de lo que Elliot acababa de decirme; no quise hablar con White tras su ataque de celos por la llamada que recibí de Laurel, y que según ella, era para planear otro trío. Que si bien, hubiesen sido otros tiempos, de seguro mi amiga me habría llamado para planificar una orgía a la cual con gusto me hubiera unido, pero esa vez fue diferente.

Laurel me estaba ayudando para darle un regalo especial a la gruñona que dormía en mi cama, lo planeé muy bien y esperaba que le gustara, más le valía que lo hiciera porque era la primera vez que me dignaba a regalar algo a alguien y, las burlas de Laurel fueron prueba de ello.

 

Entrégaselo cuando creas que es el momento indicado pedí en su momento a la morena, luego de detallar todo lo que haría.

Esto es raro, LuzBel, sería mejor que se lo entregaras tú alegó, pero por alguna razón que todavía desconocía, quería que fuese ella la que se lo diera.

Quiero que lo hagas tú. Su cara será épica cuando sea la chica que cree mi amante, quien le entregue esto Reí al pedir aquello—. Confío en que sabrás cuándo entregárselo —agregué y no entendí el motivo, pero decir tal cosa me hizo sentir un poco triste.

Me estaba convirtiendo en un jodido maricón.

 

—¿Estás seguro de lo que dices? —pregunté una vez más a Elliot.

—Compruébalo tú mismo —recomendó y lo seguí al laboratorio.

La Castaña se fue con mi hermana y no tenía idea de adónde, pero decidí darle su espacio después de molestarse conmigo por sus tontos celos. Elliot al fin había logrado callar ese molesto sonido del ID-DNA, aunque las razones por las que se activó eran estúpidas e increíbles. Y casi me voy de culo al comparar yo mismo las muestras de sangre.

—¿Estás seguro de que estas muestras son de Amelia e Isabella? —A pesar de verlo, seguía incrédulo.

—Seguro y solo por si acaso, la comparé también con la de Dylan, ya sabes que nuestros registros están aquí —Señaló el laboratorio—. Me fue fácil cotejar la sangre de Isabella y Dylan, ambos tienen cromosomas similares heredados del padre; pero la de Amelia es distinta a la de Dylan, no hay nada igual. Con Isabella es diferente —Me llevé las manos al rostro en señal de frustración—. LuzBel, sabes lo que significa —Asentí—, Amelia e Isabella compartieron la misma madre.

—¡Esto es una mierda! —espeté poniéndome de pie— Odio los estúpidos enredos familiares y odio que esas dos chicas estén unidas de esa manera.

—¿Crees que Amelia lo sepa? — Negué a su pregunta.

Saqué mi móvil sin decir nada más y marqué el número de Marcus, esperaba que él ya se hubiese contactado con ella y me tuviese una buena respuesta.

—¿Me tienes una respuesta? —dije de inmediato cuando él descolgó.

—La condición es que vayas solo, ella te esperará en un club llamado Karma —informó.

—Perfecto —opiné.

Te enviaré la dirección ahora mismo —Colgué luego de que dijese eso y en segundos mi móvil sonó, la dirección había sido enviada.

—La verás —aseguró Elliot y lo miré frío.

El hecho de que Amelia estuviese viva no borró el tiempo que llevaba odiándolo y en esos momentos era por una razón distinta. Si lo toleraba era solo porque necesitaba trabajar con él.

—Hoy más que nunca debo hacerlo, tengo que averiguar si ella sabe que Isabella es su hermana —repuse tajante.

—Ahora que sabes que está viva, ¿estarás de nuevo con ella? —Reí con gracia por su pregunta, sabía a qué se debía y para su mala suerte, sus planes no se llevarían a cabo.

—Sé que eso quisieras, así tú te quedas con White ¿cierto? —me burlé— Para tu mala suerte, no me he cansado de esa castaña —confesé tranquilo.

—LuzBel, si aún amas a Amelia deja a Isabella —exigió y el tono que usó no me gustó para nada—. Ella solo fue tu venganza hacia a mí, no se merece que juegues así con sus sentimientos y si amas a Lía, entonces déjame a mí cuidar de Isabella y no te metas más entre nosotros.

—Eso quisieras, Elliot —repetí fuerte, mi sangre se estaba calentando—, pero para tu maldita suerte, no dejaré a Isabella. Ella seguirá conmigo y mientras esté vivo, nadie que no sea yo la tocará de la manera en que lo hago —Sus intenciones de decir algo más fueron cortadas cuando la puerta se abrió de golpe.

—¡Chicos! Tess e Isabella han activado su ubicación, están siento atacadas por los Vigilantes —anunció Dylan.

—¡Puta mierda! —espeté y salí corriendo del laboratorio.

Elliot y los otros chicos me seguían y nos fuimos hacia el estacionamiento donde las Hummer ya estaban preparadas. Salimos de ahí en dos de ellas como si fuésemos unos locos, pero la ocasión lo ameritaba; era increíble cómo esa Castaña terca se exponía al peligro solo por dejarse llevar por su enojo hacia mí, y Tess… ¡Coño! Con esa tonta Zanahoria era imposible. En lugar de ayudarme, la ayudaba a ella y por eso ambas estaban corriendo peligro; sería imperdonable para mí que de nuevo los Vigilantes de mierda las secuestraran, no soportaría que una vez más cayeran en sus manos.

No después de perder a Elsa y velar el sueño interrumpido de Isabella a causa de las pesadillas que la atacaban tras el secuestro. Había intentado hablar con Tess acerca de eso, pero siempre se negaba y se ponía histérica, Isabella en cambio, sabía cómo obviar el tema, mas ninguna de las dos hablaba acerca de lo sucedido y eso era frustrante.

—Están en el cementerio —informó Elliot y asentí, conduje hacia allí y esperaba llegar a tiempo.

Tenía que hacerlo.

Cuando llegamos, vimos a lo lejos algunas camionetas estacionadas en puntos estratégicos, nos bajamos de nuestros coches y ya armados, nos acercamos hasta donde se encontraban las chicas. Era solo un puto Vigilante de pie, había otros tirados en el suelo, pero ese me parecía familiar. Vestía igual al hijo de puta que acompañaba a Lía el día del secuestro, era imposible que fuese el mismo porque yo lo asesiné y a ese también lo asesinaría; sobre todo al ver cómo se acercó a White. Sus intenciones no eran matarla, eran peores y mi ira aumentó al comprobarlo.

—¡Aléjate de ella! —grité con la voz cargada de la más amarga ira. Mi advertencia lo puso alerta y se separó de ella.

Le indiqué a todos que lo atacaran y antes de lograrlo mi ira incrementó mucho más al ver cómo esa maldita Castaña los detuvo.

—Estás loca, White. Déjanos matarlo —bramé y negó.

—No, Elijah, pienso pagar ojo por ojo y diente por diente —aclaró y negué, en verdad deseaba matarla a ella en esos momentos—. Él evitó que nos mataran así que por hoy, no morirá —aseguró viendo al imbécil con disfraz de mierda frente a ella, lo miró amenazante— ¡Vete ya! Y no olvides mi promesa —le dijo y él asintió para luego marcharse.

Pero algo me dijo que ese hijo de puta me daría muchos problemas por dejarlo vivo.

Connor corrió hacia el coche para ver el estado de Tess y nos informó que estaba inconsciente por el golpe y perdiendo mucha sangre del brazo, así que la llevamos de inmediato al hospital privado en el que siempre nos atendían a todos los Grigoris. Al llegar ahí, vimos cómo la intervinieron de inmediato y después de esperar unas horas, el doctor salió y nos informó que mi hermana estaba estable y nos permitieron pasar a verla; mis padres llegaron para asegurarse de que Tess estuviese bien y sabía que madre aprovecharía lo sucedido para intentar sacarla de la organización.

Noté a Isabella más tranquila por mi hermana y con ganas de marcharse.

—¿Me llevas a la mansión? —pidió a Elliot y él asintió con gusto.

Eso no iba a suceder.

—Puedo llevarte, además, tenemos muchas cosas de que hablar —increpé acercándome a ella.

—Te espero allá —avisó el imbécil dándoselas de digno.

—Podemos hablar luego y Elliot también puede llevarme —alegó entonces ella y su respuesta en verdad me molestó y lo notó—. Deduzco que tienes planes con Laurel así que no quiero estorbarte —su ironía era notoria y no pude evitar reírme y negar a la vez.

Se veía más hermosa cuando estaba celosa. Seguía molesta y aprovechaba cualquier oportunidad para reclamarme. Sin embargo, aunque eso me gustaba, esa vez no dejaría que por sus celos se marchara con otro.

—Laurel es solo una amiga, White —aclaré en voz baja para que solo ella me escuchara. No era de mi agrado que todos se enteraran de que le daba explicación alguna.

—¡Oh, claro! Una amiga con la que follas y haces tríos —Mierda, me recordaría eso siempre.

Podía dejarle claro todo, hacerle saber que nada sucedió, pero aceptaba que muchas veces era un idiota y prefería que siguiese pensando lo que le diera la gana.

—No sabes de lo que hablas, Bonita. Además, no quiero que te vayas con Elliot —le reclamé y no mentía.

—Elliot es solo un amigo —aseguró.

—Uno que te ama y al que amaste, un amigo con el que jugaste muchas veces y no precisamente a las muñecas —aclaré, su negativa me estaba fastidiando y la vi muy nerviosa—. Un amigo que tocó lo mío y ahora quiere comérselo —No me agradaba pensar eso, odiaba imaginar que, aunque no se entregó a Elliot como se entregó a mí, él sí logró disfrutar de su cuerpo y eso me hacía hervir la sangre.

—¡Ya basta, Elijah! —pidió molesta— Lo mío con Elliot es pasado y si yo tengo que soportar a tus amigas, entonces tú soportarás a los míos —aclaró —. Además, tú y yo no somos nada ¿recuerdas?

Mi paciencia se había agotado.

—No te confundas, Castaña terca —bufé tomándola del brazo y alejándola de los demás para que no nos escucharan—. Te he dicho miles de veces y te he dejado claro que tú eres mía y por lo tanto no me verás la cara de idiota.

—¡Agr! —gruñó y se zafó de mi agarre— No te veo la cara de idiota, LuzBel, eres un idiota —sus respuestas irónicas eran insoportables— y me voy con Elliot, no quiero ni tengo ganas de discutir contigo y disculpa por lo que te dije de tus amigas, es obvio que no me corresponde ese papel y no tengo por qué perder el tiempo —zanjó, recomponiéndose como una cabrona.

Quise alegar, pero no me lo permitió, le hizo una señal a Elliot y tuvo el atrevimiento de dejarme ahí con la palabra en la boca. Observando cómo el imbécil de mi primo la seguía como un perro fiel. Ambos éramos unos tercos y yo estaba acostumbrado a tener el control siempre; durante toda mi vida lo que decía, fuese orden o no, se cumplía; pero con Isabella… ¡Demonios! Esa tía me estaba volviendo loco, hacía lo que quería y lo peor de todo, es que muchas veces yo mismo terminaba aceptando lo que ella deseaba y eso estaba mal, muy mal. Yo no era así antes de conocerla, no tenía que ser así, no tenía por qué cambiar; aunque a veces comprendía su forma de ser, White intentaba actuar igual a mí solo por el puto objetivo de hacerme sentir lo que sentía y lo estaba logrando.

Esa cabrona lo estaba consiguiendo y me negaba a ello. Mi posesividad y orgullo muchas veces eran mi punto débil, Isabella lo había descubierto y estaba logrando darme donde me dolía.

Salí del hospital después de que ella se fue, mi intención era seguirla hasta la mansión, no permitirle estar a solas con Elliot, pero me contuve. No era su jodido novio y no tenía que importarme lo que hiciera, yo mismo luchaba por entender eso. Mi actitud no era correcta, así que, desvíe mi camino hacia una ciudad cercana, rodeada de lagos; allí se encontraba uno especial, alejado del bullicio y necesitaba estar solo en esos momentos para poder pensar bien lo que iba a hacer esa noche, para analizar todo lo que le diría a la mujer que creía amar todavía.

Cuando la noche ya casi iba a entrar, supe que el momento de regresar a la mansión de mis padres había llegado; estaba calmado, pensé mejor las cosas y extrañamente deseaba regresar con urgencia. Esperaba que Isabella estuviese en mi habitación, pero conociéndola, era lógico que se iría a la de huéspedes de nuevo. Iba a buscarla sin embargo, aunque prefería hacerlo al día siguiente. No obstante, mi corazón reaccionó de manera extraña al encontrar a la dueña de mis pesadillas recostada en un lado de mi cama que tomó como suyo.

En verdad me alivié al verla ahí a pesar de que no tenía intenciones de buscarla esa noche. Me quité la chaqueta de cuero negro y medio sonreí cuando la escuché suspirar.

—¿Podemos hablar? —pedí y asintió haciéndose a un lado y dejándome espacio para que me sentara— ¿Qué sucedió en el cementerio? —pregunté, el tipo que estuvo con ella no salía de mi cabeza y estaba seguro de que averiguaría quién era esa misma noche.

—Unos Vigilantes nos atacaron, le dije a Tess que pidiera ayuda y cuando al fin logramos llegar al coche… —comenzó a narrarme todo lo que vivieron y no dejó de lado ningún detalle, me incomodé cuando habló de su conversación con aquel tipo sin dejar nada oculto y mis ganas de asesinarlo incrementaron, él y Elliot me estaban jodiendo demasiado.

—¿Cómo dijiste que se llama? —pregunté luego de que terminó de hablar e informar lo que pasó.

—Lo llamaron Sombra —repitió, eso era raro. Lía se volvió loca cuando mencionó ese nombre.

—Es imposible que ese tipo esté vivo —aseguré, ella no comprendió por qué lo decía y entonces le expliqué—. El día de tu rescate yo lo asesiné con mis propias manos, White y te aseguro que de la manera en que lo hice, no pudo haber resucitado —Que hablara de asesinar siempre la ponía nerviosa y esa vez no fue la excepción.

—No lo entiendo, Elijah. Dices que lo mataste, pero te aseguro que hoy todos lo llamaron Sombra y los tipos son súbditos de él, le obedecen en todo y se nota que tiene poder —aseguró.

—Algo raro sucede, Bonita. El tipo que describes es diferente al que yo me enfrenté. El que maté solo era un simple lamebotas.

—Y el que yo describo es alguien con poder e igual de arrogante que tú —agregó y la miré indignado, pero solo se encogió de hombros.

—Jamás nadie será igual que yo —dije, dejándole saber que mi arrogancia era incomparable, eso causó que pusiera los ojos en blanco—. Desde hoy solo saldrás conmigo o con alguno de los chicos, pero nunca más tú sola o con alguna de las chicas —aseguré ganándome una mirada asesina de su parte.

—No eres ni mi padre ni mi jefe, Elijah y no pretenderás ponerme niñera.

—Solo te protejo y así tenga que atarte a mí, te aseguro que no te perderé de vista, no dejaré que te expongas y más con ese tipo tras de ti.

—¿Intentas protegerme de que ese tipo no me mate o de que no vuelva a tontear conmigo? —cuestionó.

—Te aseguro que correría con mejor suerte si intenta matarte a si intenta ligarte de nuevo —le aseguré, debía tenerlo claro, aunque la descarada se rio de mí—. Bueno al menos te estás riendo y no quieres matarme, así sea porque te burlas de mí —dije y aprovechándome de eso la halé para poder abrazarla—. Me gusta verte así, Castaña gruñona —acepté y contuve un suspiro—, que te rías y no que llores y sufras en silencio los malos recuerdos que están en tu cabeza.

Me estaba aprovechando del momento, quería tenerla vulnerable solo para que se soltara conmigo y me hablara de eso que sabía que la estaba atormentando día y noche, pero no cedía y, aunque me frustraba, algo me gritaba que debía darle su espacio y esperar paciente hasta que tuviese el valor para decirme todo.

—Solo espero obtener mi venganza pronto y así poder marcharme de aquí —susurró ensimismada en sus pensamientos. Escucharla decir aquello hizo un clic en mi interior.

—No sabía que pensabas marcharte de aquí —informé sorprendido— y no tienes por qué hacerlo, esta casa es muy grande, mis padres por lo visto te adoran y además, si no te sientes a gusto aquí podemos marcharnos a mi apartamento —luego de decirle eso, fue ella la que se sorprendió.

Yo lo hice más al hablarle de esa manera, pero no podía permitir que se fuera. De ninguna puta manera ella se iría.

—Gracias, Elijah, pero quiero marcharme de este estado o incluso del país. Una vez obtenga mi venganza ya nada me retiene aquí, perdí a mis padres y sé que tú no puedes amarme así que pienso buscar otros horizontes, mi propio centro de la tierra, mi paraíso personal —confesó su decisión y sus palabras no me agradaron, ella tenía que seguir en la ciudad.

Y sí, tal vez no lo amaba, no tenía que amarla, pero ella me amaba a mí y por eso no podía dejarme, no iba a permitírselo y si antes había decidido persuadirla de su decisión de venganza, con esa declaración lo haría más. Si Isabella no la obtenía pronto, entonces no se iría. Así de fácil.

—Richmond puede ser tu centro de la tierra, tu paraíso personal, White. Eso que deseas tanto estará donde tú lo quieras —declaré de pronto, se acercó a mí y me acarició el rostro.

—Lo quería aquí, pero no se me dio. Tengo que buscarlo en otro lugar, lo necesito —Suspiró, ella intentaba persuadirme a mí, quería lograr algo de mi parte con su declaración y vi su decepción al no lograrlo— ¿Dónde está tu centro de la tierra, tu paraíso personal? —preguntó y decidí copiar su reacción.

Me acerqué a ella, acaricié su rostro y sonreí.

Pensaba mentirle, pero también me iba a mentir a mí; al ver sus hermosos ojos miel me di cuenta de muchas cosas, incluso tuve el descaro de comparar sus irises con otros en color marrón que conocía de memoria. Me era difícil creer que eran hermanas, incluso sus apellidos daban a relucir lo diferentes que eran. Entre Amelia Black e Isabella White había un mundo de diferencia, una era el bien, la otra el mal. Isabella era un bello ángel, seducida por mi oscuridad, esa dicha me embargaba, la hice caer y aun así, su bondad no la abandonaba. Amelia en cambio era un hermoso demonio, maniática y malévola, llena de amargura y al igual que su hermana menor, tenía sed de venganza.

Una era luz, la otra oscuridad total al igual que yo.

Pero en esos momentos me di cuenta de algo que nunca quise. Yo amaba la oscuridad, me sentía bien, era mi confort, mi campo de juego. Sin embargo, me había aburrido de ella cuando me atreví a probar la luz y en esos momentos, solo quería más luz.

—Si te confieso donde está, entonces luego tendría que asesinarte, Isabella. Ese es y será siempre mi mayor secreto —dije, viendo la luz que irradiaban sus ojos.

Isabella sería mi secreto mejor guardado, uno jamás revelado.

Era mejor así, no quería que nada de lo que sentía por ella lo usaran para dañarla, porque si algo le sucedía a esa castaña terca de ojos color miel, entonces sería mi perdición.

Mi fin.

Reencuentro

Elijah

 

Llegué al club Karma con las condiciones que Amelia puso, tal vez era un idiota al confiar en alguien que estaba muy lejos de ser la persona que conocí años atrás, pero fue así como ella lo quiso y necesitaba que habláramos; así que, me importaba muy poco ser un idiota, además, aunque Amelia fuese muy diferente a la del pasado, estaba seguro de que seguía siendo una mujer de palabra, eso no pudo haber cambiado.

Llamé a Marcus y le informé que ya estaba fuera del club, decidí ir vestido con ropa oscura y la chaqueta que usaba tenía un gorro que ayudaba a ocultar un poco mi identidad, había muchos Vigilantes y me desesperaba que el maldito moreno se tardara tanto. Cuando llegó me hizo entrar por la puerta de servicio, ¡la maldita puerta de servicio! Y lo habría matado ahí mismo si él no hubiese estado cumpliendo órdenes.

La música sonaba fuerte y el lugar estaba repleto de personas, algunas eran ajenas a los malditos que ahí se encontraban.

—Deberías tomarte un trago antes de subir con ella —aconsejó Marcus y negué, quería ir con Amelia de inmediato.

Caminamos en medio de la gente y luego nos fuimos por un pasillo que llevaba a los baños, más allá de ellos, el camino seguía hasta conducirnos frente a la puerta de metal oscuro que me dividía de ella: de la protagonista de muchos de mis sueños.

—¿Está sola? —pregunté antes de entrar.

—Así es, sola y esperando por ti. Lucius y los demás no vendrán hoy —anunció y le creí.

Creía en Marcus porque a pesar de que pertenecíamos a organizaciones enemigas, él era un viejo amigo y de mucha confianza.

Abrió la puerta y me invitó a pasar, hacía mucho que no me sentía nervioso, no de la manera en la que me encontraba en esos momentos. Quité el gorro de mi cabeza cuando Marcus cerró la puerta, «Down» resonaba en unos pequeños altoparlantes y Amelia estaba dándome la espalda, mientras se servía un trago. Sonreí al verla como la chica que recordaba, usaba un corto vestido beige, un poco flojo de la cintura para abajo; medias de malla oscura cubrían sus piernas y unos botines de taco alto terminaban ese juego. Suspiré sin pretenderlo, su cabello estaba en una coleta alta, giró un poco el rostro y me dejó ver su perfil —su precioso perfil—. Iba maquillada de esa manera que la hacía lucir única, segundos después sonrió de lado, su sonrisa ya no era inocente y de pronto imágenes de ella e Isabella se cruzaron en mi mente, cerré los ojos para olvidar aquello, pero la sonrisa traviesa de la Castaña seguía distorsionando la imagen del hermoso demonio frente a mí.

—Nos volvemos a encontrar —Se giró y me dejó verla por completo—, Elijah —pronunció mi nombre cómo lo hizo muchas veces en el pasado.

Esa chica hizo muchas cosas malas al volver, estaba destruyendo a Isabella y sabía que no tenía que estar ahí frente a ella en esos momentos, pero eso no era lo malo de todo. No. Lo malo era lo que estaba sintiendo en esos instantes, quería acercarme y abrazarla fuerte, estar seguro por completo de que era mi Amelia y no un espejismo.

—Amelia —dije, cerró levemente los ojos y sonrió traviesa y sensual.

Igual a como sonrió siempre que estuvo frente a mí, desnuda, en mi cama.

Era un maldito hijo de puta, de eso estaba convencido al cien, así que, no resistí más y llegué hasta ella, la abracé fuerte, envolví su pequeña cintura con mis brazos y respiré fuerte su aroma; fragancia que era diferente y ya no tan agradable como me fue antes, pero lo ignoré, minutos después la chica correspondió a mi abrazo y la sentí real, sentí a mi Lía, como solía llamarla.

—¿De verdad estás feliz de verme? —preguntó incrédula, insegura.

Me separé de ella y acuné su rostro entre mis manos, sonreí por su tonta pregunta.

—Eres una tonta —dije y me sonrió tímida—. Ahora mismo no hay palabras para explicar lo que siento al tenerte de nuevo en mis brazos, viva y sana —señalé. Puso el vaso con la bebida en la mesa y llevó sus manos a las mías.

Sin esperarlo se acercó a mí, con los ojos abiertos y temiendo mi reacción, yo me quedé sin saber qué hacer cuando unió su boca a la mía. Sus labios eran suaves y cálidos, como siempre imaginé sentirlos, cerré los ojos y pensé en responder a ese beso, pero entonces sus labios se sintieron desconocidos para los míos, su sabor era diferente al que yo deseaba sentir en esos momentos, así que, con delicadeza la separé de mí; nos vimos a los ojos y la mirada que recordaba desapareció.

—Tienes razón, no tienes palabras para explicarlo —siseó y se alejó—. Como tampoco tienes el mismo sentimiento que antes tenías para mí.

—¿Qué sentimiento? —pregunté y la manera en la que lo hice le dio a entender algo que no quería— Lía…

—¿A qué has venido? —me interrumpió.

La había cagado con ella.

—Esa es una pregunta estúpida —bufé y la miré serio—. La última vez que te vi te fuiste huyendo y antes de hacerlo, hiciste cosas terribles y desataste peores —Bufó en respuesta.

—Solo hice lo que esa puta se merecía.

—Isabella no es ninguna puta —hablé sin pensar, mas no me arrepentí, era lo correcto, aunque no lo más inteligente en un lugar dónde podía salir envuelto en una bolsa negra.

—Ella se merece eso y más. Y no descansaré hasta dárselo, le hice una promesa que pienso cumplir —espetó con un odio puro oscureciendo sus ojos—. Elijah, si de verdad estás feliz de verme y si alguna vez sentiste el mismo amor que yo siento por ti, ayúdame a lograrlo; llévame a ella y venguemos lo que Elliot nos hizo —Reí sin poderlo evitar, era absurdo lo que me estaba pidiendo—. Así que es verdad —dijo al ver mi reacción, no sabía por qué lo decía.

—¿El qué?

—Que esa maldita zorra no solo me quitó a mi madre —soltó y descubrí muy rápido que Elliot no se equivocó—, sino también al hombre que amo. ¡Te has enamorado de ella! —gritó.

La miré serio, procesando lo que dijo y temiendo que todo se volviera en mi contra de un momento a otro.

—¡No! —dije fuerte— No estoy enamorado, que me acueste con Isabella no significa que tenga sentimientos por ella —Abrió mucho los ojos al escucharme y supe que tenía que seguir aventando mierda para así no alimentar su odio—. Me conoces, Amelia y sabes que por la única que alguna vez sentí algo fue por ti, las demás mujeres que han pasado por mi vida solo fueron simples pasatiempos y esa tía es uno más; además de haber sido mi venganza hacia Elliot por haberse acostado con mi mujer —recalqué lo último, no quería reclamarle nada, pero necesitaba evadir el tema de Isabella.

Ella se quedó sin saber qué decir al recordarle aquello.

—Y de paso es tu venganza hacia mí, por acostarme con tu primo —Negué—. Lo es —aseguró—. No te sorprendió que dijera que ella me robó a mi madre, eso es porque ya sabes que somos hermanas —Cambió de tema y lo preferí así.

—Apenas lo descubrí —confesé—. Isabella no lo sabe, ella cree que solo Dylan es su hermano, no sabe nada de ti y aún no entiendo el porqué.

—Porque mi perra madre me abandonó —se quejó entre dientes y con mucha ira—, se fue con Enoc y me dejó cuando apenas tenía dos años, se embarazó de esa idiota y yo quedé en el olvido —Me quedé sin palabras al escucharla.

Me era difícil creerlo y no conocí a Leah, pero mis padres sí y jamás se expresaron de ella como una mala mujer o madre. El que Amelia hablara así tenía que ser una artimaña de Lucius, ese imbécil logró engatusar a su propia hija en contra de la madre e hizo muy bien el trabajo, tanto así, que logró deshacerse de su mayor enemigo usando a su hija.

—¿Por qué nunca me buscaste? Sabías que sufría creyéndote muerta —pregunté.

—Porque si lo hacía mi padre iba a matarte —confesó con dolor y sentí sinceridad de su parte.

—¿Qué ha cambiado?

—Todo. Hice mi juramento hacia los Vigilantes y una promesa de vida a mi padre —informó con orgullo—, el odio que ambos sentimos hacia Enoc y su familia nos unió. La confianza que perdí cuando me fugué contigo, la recuperé al asesinar a su peor enemigo, por eso ahora puedo salir y estar contigo sin que nada malo te pase. Me conoces, Elijah y sabes que jamás haría algo que te lastimara —Ya no estaba seguro de eso.

Sin embargo, asentí al escucharla, tratando de procesar todo lo que dijo, pero era demasiado. Sin que ella me invitara, me senté en el sofá individual de la oficina y la miré con detenimiento, la escruté con la mirada y descubrí que lo que quedaba de la Amelia que yo conocí, solo era la sombra.

—Ya no eres la misma —confirmé viéndola a los ojos.

—No, Elijah, ahora soy un demonio igual o peor que LuzBel —se mofó— y si tú lo deseas, puedes unirte a mí —propuso y comenzó a caminar hacia donde yo estaba—. Ambos somos unos demonios con sed de poder —Llegó y se colocó a horcajadas sobre mi regazo—, consigamos juntos ese poder, seamos jefes y señores de nuestra propia organización, una que deje en la sombra a Grigoris y Vigilantes —Volví a acariciar su rostro cuando la tuve sobre mí, quiso besarme de nuevo, pero esa vez la detuve antes de lograrlo.

—Soy jefe y señor de donde quiero serlo —le aclaré. Me puse de pie con ella aún en mi regazo y me giré para después dejarla sobre el mullido sofá— y no necesito de un demonio al igual que yo para obtener el poder que deseo —Mi respuesta no fue la que esperaba y la ira que deformó su precioso rostro me lo confirmó.

—Prefieres a una zorra que se cree ángel —escupió con asco.

—Isabella no se cree ángel —aseveré y sonreí con cierto orgullo— y a diferencia de los dos, ella sí tiene el poder que tú deseas —le recordé—. Lo irónico de todo es que le ayudaste a obtenerlo cuando asesinaste a su padre e hiciste despertar a ese ángel. La convertiste en la reina de Grigori —añadí y supe que mis palabras llegaron a profundidades peligrosas.

Pero no me importó y me di cuenta de que mi tiempo en ese club había terminado. Comprobé lo que tenía que comprobar, Amelia era real, pero ya no mi Amelia y jamás lo sería, aunque volviese a ser la misma.

—Fue bueno saber que eres real, Lía, aunque ya no seas la misma —dije y comencé a caminar hacia la puerta.

—¡LuzBel! —me llamó y giré el rostro para verla— Tú vas a ayudarme a quitarle el reino a Isabella White, eso y todo lo que ama —Reí con burla, estaba loca si creía que cedería a dañar a esa castaña—. No es una petición, lo harás por las buenas o por las malas —Odié su manera de hablarme y me giré de forma abrupta hasta llegar de nuevo a ella.

—¿Me estás amenazando?

—¡No! Solo te estoy advirtiendo —ironizó y en ese momento era ella la que se reía con burla.

Y esa forma de reírse me hizo temerle en verdad.

 

(****)

Todo se fue a la mierda al salir del maldito Karma y muy en el fondo sabía que mi juego podía volverse en mi contra en cuestión de segundos. Necesitaba proteger a Isabella, hacerla desistir de su sed de venganza y no me sería fácil, por no decir que sería imposible lograrlo. Por otro lado, tenía que evitar a toda costa que Amelia se enfrentara a ella o encontrara la manera de hacerme caer en su juego.

Marcus fue de gran ayuda al informarme del imbécil que se ocultaba tras la maldita máscara de Sombra y lo que me dijo, no fue de mi agrado. White tenía razón cuando mencionó que el maldito no era un simple súbdito.

No lo era.

El tipo tenía su propia gente y solo estaba suplantando al amado amigo de Amelia —el cual asesiné—, por un juramento que le hizo a Leah antes de que ella muriera en manos de Lucius; no fue un juramento de sangre ni de vida, pero el maldito era de honor y al jurarle a Leah en su lecho de muerte que cuidaría a su hija, se sentía obligado a cumplir y sobre todo, cuando la chica se metía en cuanto problema había.

Darius Black.

Ese era su nombre, en la infancia fue adoptado por Lucius y Leah, por supuesto que el cabrón de Lucius no lo quería, solo cedió a la adopción para ganarse el amor de la mujer que tenía por esposa y por la decepción de que ella no pudo darle un hijo varón y, en cambio nació Amelia; para mala suerte de Lucius, Darius no resultó ser el tipo que él esperaba. Al contrario, el tío siempre fue un hombre de negocios y, aunque tenía su liderazgo y gente, siempre su buen corazón lo hizo débil ante los ojos de su padre adoptivo, en cambio para Leah, fue el hijo que deseaba tener.

Había muchas cosas que no comprendía y muerto Enoc, solo mis padres podían ayudarme y contaba con que padre ya no me guardara más secretos.

 

 

_____****_____

 

El día del baile en el Inferno llegó, sabía que Isabella no quería ir, pero era necesario para la organización y para los planes que tenía preparados con ella. Había muchas cosas que la Castaña deseaba de mí y sus planes de irse, me obligaban a tomar medidas diferentes; no podía darle lo que ansiaba, pero contaba con Laurel para hacer que se quedara un poco más en la ciudad y llevarla a Inferno, era parte de ese plan.

¿Era peligroso? Sí y mucho.

Allí habría Vigilantes, eso era seguro y solo esperaba que Amelia no se apareciera para joderme todo, aunque según Marcus, la chica prefería permanecer muerta ante todos y utilizar su nueva identidad como Fantasma para lograr sus objetivos, no era bueno, sin embargo, yo también lo prefería así.

Era un maldito cabrón. No lo podía evitar y más cuando Isabella estaba en el medio de todo.

Mis ojos se deleitaron al verla tan hermosa, enfundada en un vestido negro que me hacía querer arrancarle los ojos a todo el que la veía. A pesar de las hermosas mujeres en el baile, ella sobresalía ante todas, su belleza era incomparable y sencilla de describirla. Era como una rara y hermosa rosa negra, en medio de un rosal rojo.

Y era mía, solo mía.

Me propuse no dejarla ir de mi lado, darle un poco de lo que deseaba solo para que siguiera conmigo. Ser egoísta era un don en mí y con la Castaña lo era más; no quería sentir más por White, pero necesitaba que ella sintiera todo por mí.

Así de hijo de puta era.

Quería colarme hasta su alma, hacer que me amara solo a mí, marcarla hasta el punto de lograr con ella lo que me era fácil con todas, pero llevarlo a niveles más extremos; y me lo propuse aún más mientras la tomaba de la cintura y bailábamos «Apologize». Vi en sus ojos que ese momento fue único y ahí, en mi interior, me juré lograr hacer que me amara tanto, que si en algún momento yo no podía estar más a su lado, si por algún motivo moría, Isabella no pudiera amar a nadie más. Con esa castaña quería remarcar más una de mis reglas: antes de mí, muchos. Después de mí, ninguno.

Y quería, deseaba eso con White; robarme su alma, su corazón y poseerlos para siempre y si algún otro cabrón corría con la suerte de tenerla después de mí, entonces yo me daría el gusto, el lujo de saber que ese pobre hijo de puta solo obtendría una sombra de ella, porque su esencia sería mía para toda la vida.

La canción casi terminaba cuando hubo un apagón, me tensé en el momento que vi a una chica a lo lejos, indicándome que la siguiera. Era una mierda pensar que Lía estaba cerca y no podía permitir que llegara a la Castaña; decidí seguir a la tía esa y dejé a Isabella al cuidado de Evan. Mientras iba tras la misteriosa mujer, ella me miraba para comprobar que la seguía; me guio hasta una habitación del segundo piso y quitó su máscara cuando estuvo frente a mí, fue un alivio saber que no era Amelia.

—Están preparando un plan para llegar a ti y a la chica que te acompaña —soltó de golpe.

—¿Quién demonios eres tú? —exigí saber.

La tía era rubia, delgada y muy bonita. Se asustó cuando le hablé fuerte.

—Marcus me envió para darte este mensaje, su móvil está interceptado y no puede hablar contigo, me pidió que te avisara y sobre todo, que te diga que cuides a tu chica —dijo y al saber que era enviada por Marcus, tuve un poco de confianza—. Él pide que la saques del país si puedes, no dejes que lleguen a ella porque sus intenciones son hacerla sufrir mucho antes de matarla —Me tensé cuando dijo eso—. Amelia quiere quitarla de su camino.

—¡Mierda! —me quejé, eso no iba a pasar. No mientras estuviese vivo.

—Vete de aquí ya. No pueden verme contigo —dijo y asentí dispuesto a sacar a Isabella de ese maldito lugar.

—¿Cómo te llamas y por qué Marcus confía en ti? —le pregunté antes de salir.

—Mi nombre es Alice y soy hermana de Marcus —explicó y la miré con sorpresa, ella era blanca y Marcus moreno. Sonrió cuando vio mi reacción—. Somos adoptados —aclaró y asentí.

Vaya locura en la que se había convertido mi vida. Chicas volviendo de la muerte, ángeles convirtiéndose en demonios, exnovias locas y hermanos adoptados. ¡Puf! Parecía un maldito y muy mal chiste.

Antes de bajar encontré a Laurel, ella ya había hecho su trabajo y me mostró las fotos que tomó, escogí la que quería y después de despedirme fui hasta donde dejé a la Castaña dispuesto a sacarla de ahí. Casi mato a Evan cuando me informó que la dejó ir sola al baño, casi asesino a todos cuando no la encontraba por ningún lado; imaginaba todo tipo de mierdas después de lo que Alice me dijo y me maldecía por haber confiado en Evan.

Toda mi mierda se fue hasta arriba cuando Isabella no aparecía.

Cómo loco, busqué habitación por habitación, quité mi maldita máscara y ya no me importaba que me reconocieran, estaba a punto de desquiciarme y gritar el nombre de la Castaña hasta que ella apareciera, pero no fue necesario, la encontré en la última recámara que me quedaba y no me agradó lo que vi.

Sombra había tocado muy fuerte mis cojones.

Perversa Seducción

En la vida hay secretos muy bien guardados, miedos tormentosos y momentos insuperables. Dolores que te marcan y personas que jamás superas, decisiones mal tomadas y consecuencias difíciles. Hay amores que matan y otros que mueren, personas que sacan tu luz y otras que te arrastran a la oscuridad. Amores correspondidos y amores prohibidos. Batallas fáciles y guerras perdidas. Hay personas que callan por temor y otras que juzgan por ignorancia. Hay pérdidas que te dejan un dolor irreparable y triunfos que te llenan de orgullo. Hay pasiones candentes, pero sobre todo existen Perversas Seducciones. Esas que te niegas a aceptar, pero que disfrutas en tu mente y en la soledad.

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Estrella Fugaz

 

Laurel

 

Decidida a no dar marcha atrás, llegué al avión para abordarlo y tomé el asiento que me asignaron, me puse mis auriculares luego de que me fue permitido e ignoré a las personas que iban a mi lado. Viajaría en clase doméstica y no era que me agradara —porque no, no era agradable—, pero sí lo único que podía permitirme sin recurrir al dinero de mis padres y prefería la incomodidad de un viaje comercial a los lujos de los señores Stone.

—Me podría avisar cuando hayamos llegado, por favor —pedí a la señora que iba a mi lado, leía lo que creí que era un libro romántico.

«Tú eres y siempre serás el centro de mi tierra[1]».

Alcancé a leer una parte y, por la tristeza de la señora, imaginé que aquello no era tan bueno. Me sonrió con amabilidad y asintió, cambiando su expresión.

—Con gusto, cariño. ¿Te vas a dormir? —cuestionó, y asentí.

—Será un viaje largo —le recordé.

—Por eso vine preparada —aseguró al sacar dos libros más, y reí.

—Bien, dicen que mujer prevenida vale por dos —bromeé, y sonrió con muchas ganas, haciendo que las arrugas en los contornos de sus ojos se marcaran más.

—Duerme tranquila que se nota que trasnochaste, yo te aviso cuando lleguemos —me tranquilizó y acarició con ternura mi brazo.

No estaba equivocada.

La celebración con mis amigos se alargó demasiado y en realidad, al unir las pocas horas que había logrado cerrar los ojos cada día, tal vez dormí en total unas doce horas en casi una semana; aunque valió la pena contando con el hecho de saber que me iba de Italia sabiendo que muy pronto volvería a ser tía postiza.

«Claro, sobre todo porque mi primera tarea es estudiar a una estrella fugaz e intentar atraparla».

Esas palabras no me abandonaban y eran lo que más me robaba el sueño. El tipo que las dijo me marcó igual o más que la primera vez que estuvimos juntos.

Darius Black.

Él era todo lo que no podía tener ni merecería. Era un niño en el cuerpo de un hombre, un inocente que fingía ser culpable, un alma buena pretendiendo ser pecadora. Era prohibido para mí como una manzana en el jardín del edén y, a diferencia de Eva, yo no caería en esa tentación.

Ya había estado con él y rompí todas mis malditas reglas por su culpa, lo hice sin pensarlo y por lo mismo sabía que, si cedía, ese hombre se convertiría en mi perdición.

Fue por eso que, después de estar en Italia celebrando la felicidad de dos de mis grandes amigos y escuchar la declaración de aquel chico que me estremecía hasta el alma, corrí a los brazos de otro hombre, uno que representaba peligro real, que sabía que solo iba a usarme al igual que yo a él, uno que me daría lo que quería sin esperar nada a cambio… ¿Por qué?

Porque al igual que yo, Fabio D’Angelo, protegía su corazón.

—¿Llevas todo? —preguntó la noche anterior con su mirada enigmática, y asentí.

Durante una semana evité a Darius en casa de mis amigos, fue difícil y me quedé solo porque quería celebrar la felicidad de ellos al ser padres de nuevo. Mi amigo fue un hijo de puta que juró jamás ser cazado, pero se convirtió en presa fácil de una loba que llegó a su vida vestida de oveja, por lo tanto, era el protagonista de muchas de mis bromas y vaya que lo aprovechaba.

Por esa razón estaba en Italia y me encantaba verlo extasiado y borracho de felicidad por la nueva y buena noticia que su cazadora le había dado. Pero el tiempo de marcharme llegó y una noche antes le pedí a Fabio llevarme al aeropuerto.

 

—Sabes que yo podía llevarte, Laurel, es absurdo que te niegues a estar cerca de mí cuando ambos sabemos que tiemblas en mi presencia. —Fueron las palabras de Darius al saber que Fabio me llevaría.

—No te creas tanto —dije, pero con ese hombre no funcionaba ser cortante. Era obstinado hasta la médula—, puedo temblar también cerca de él —añadí solo para joderlo, para que desistiera de querer estar conmigo.

Solo se encogió de hombros, restándole importancia a mis palabras.

—Así como yo puedo hacer temblar a otra —atacó y sí, eso me dolió, pero no se lo demostré, ya que merecido me lo tenía—. Eso no quita el hecho de que nunca podremos borrar de nuestras mentes la follada que nos metimos hace más de un año. Porque sí, Laurel Stone, sé que piensas en eso cuando estás con otro, así como yo lo hago cuando estoy con otra —dijo haciéndose el gracioso.

—Eres imposible —me quejé.

—Y sabes que tengo razón —aseguró.

 

Y sí… ¡Maldición! El maldito tenía razón y odiaba eso porque después de que estuvimos juntos nadie había logrado superarlo y pensaba en él cada vez que otro me tocaba.

 

—¿A dónde iremos? —le pregunté a Fabio el día anterior, después de que me ayudó a subir las maletas cuando llegó por mí a casa de mis amigos.

Ya había estado con Fabio en el pasado cuando fui a Italia para ser el apoyo de mi mejor amigo.

—Sabes los hijos de puta que somos al hacer esto, ¿cierto? —Asentí de nuevo cuando me respondió con una pregunta.

 

Fabio era amigo de Darius y, luego de haber estado conmigo la primera vez y descubrir que Darius y yo también nos acostamos, fue hasta donde él y le dijo lo que pasó; me molesté, ya que esperaba que no tuviese memoria, como era sabido, pero se defendió y dijo que ante todo era leal e iba de frente, y Darius al enterarse destacó que no tenía importancia y que al igual que con él solo fue un acostón.

Tener la reputación de puta era cansado, mas no me quejaba.

Yo era algo así como un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer —como la sociedad solía tachar a las personas con mi personalidad— y muchas me odiaban por eso, porque disfrutaba mi vida y la vivía a mi antojo, por eso me denominaba una estrella fugaz y, por muy bueno que fuese el astrónomo, jamás lograría atraparme.

 

Y como buenos hijos de puta, llévame a un buen lugar y dame una excelente despedida porque esta será la última vez que te comas este cuerpecito. —Decidí responderle de esa manera a Fabio y señalé mis curvas, sonrió de lado y negó—. ¡Ah! Y esta vez no es necesario que vayas de chismoso a contárselo a Darius porque ya sabe que me iré contigo y si me conoce si quiera un poco sabrá que no solo te daré un abrazo de despedida. Además, él y yo solo somos conocidos, no hay necesidad de darle explicaciones —aclaré, sus ojos verde-azulados se clavaron unos segundos en mí.

—¿Ustedes se acostaron de nuevo? —preguntó, y negué. No lo hacía por celos ni posesividad, fue más una pregunta curiosa hecha por un amigo.

—Nada ha pasado entre nosotros desde la vez que nos conocimos en aquel memorial —ironicé, y asintió.

 

Sin hablar más del tema me llevó a un bonito hotel cerca del aeropuerto y me despidió tal cual esperaba de él. Fabio sabía cómo tocarme y volverme loca, aunque por desgracia para mí, desde hacía poco más de un año me eché una maldición encima y tras ese día no volví a sentir nada en comparación a lo que sentí en los brazos de Darius Black.

Él sería mi castigo eterno y era consciente de tal cosa.

 

 

____****____

 

París fue mi primer parada. Terminé mis estudios en administración de negocios seis meses atrás y durante toda mi vida estuve ahorrando para hacer ese viaje que incluía varios países del mundo; miré la pequeña agenda donde marqué todo el itinerario y sonreí, ya que lo hice desde que comencé la secundaria, mi letra me delataba y me sentía orgullosa de que después de tantos años al fin cumplía uno de mis sueños.

Llegué al hotel en el que me registré antes vía telefónica y luego de instalarme salí a caminar, a conocer la ciudad y a sacarme fotos en algún lugar pintoresco, lo hice sola, pero cuando vi a un chico guapo aproveché para pedirle que me hiciera una. Estaba en mi naturaleza coquetear y, cuando la tarde llegó y fui a un acogedor restaurante para comer algo, descubrí que terminé con cinco números telefónicos distintos. Me reí divertida, pareciendo una loca, y luego tiré a la basura aquellos números.

Un desperdicio.

Contando con que los dueños de aquellos números estaban para chuparse los dedos, pero se cruzaron en mi camino en un mal momento, en un tiempo de descanso, así que perdieron su oportunidad. Abrí la agenda mientras bebía un poco de vino, ya había terminado de comer y fue algo bueno después de lo que vi en una de sus páginas, algo que me habría quitado el hambre si lo hubiese leído antes.

Este es nuestro sueño y te juro que voy a cumplirlo porque te amo y quiero darte siempre lo mejor, lo que te haga feliz, mi pequeña escurridiza.

Con amor, Olek Sandr.

Tomé todo el vino que me quedaba de un sorbo y cerré con fuerza los ojos.

Maldije porque después de tantos años aquel infeliz me seguía jodiendo la vida, ya que así como fue el chico de mis sueños, se había convertido en la mayor bestia de mis pesadillas y me enervaba no poder dejarlo en el pasado ni olvidarlo tras hacer todo lo que hice para lograrlo. Odiaba a Olek porque por su culpa me convertí en una mujer fría, llegué a sufrir fobias y me negaba a amar a alguien más, por su culpa me impuse reglas estúpidas y por su maldita culpa perdí a lo más importante de mi vida.

Acaricié mi estómago y pensé en Edward —mi mejor amigo gay— el chico que por razones del destino también fue mi amante. Recordé a Jace, alguien que pudo ser mi amigo, pero que jodí por mis miedos; también en John Palmer, mi maestro, el hombre que quiso darme su amor sin restricciones, y luego a mi mente llegó Darius, mi más reciente desliz, el único que representaba un verdadero peligro. Todos ellos fueron lastimados por mí y por el mismo malnacido que escribió la nota en mi agenda y tras eso me destruyó sin pudor —sin remordimientos— y desapareció de mi vida dejándome hecha cenizas y permitiendo que renaciera siendo alguien peor.

Con él tuve todo y también lo perdí todo.

Cogí mis cosas y salí del restaurante tras pagar la cuenta, me fui directo al hotel y tomé una ducha rápida para luego meterme a la cama, antes de dormir agarré de nuevo la agenda y releí la nota que Olek me dejó años atrás, cuando juntos planeamos ese viaje que hacía sola. Rememoré mi vida en esos instantes y me transporté hasta el principio, al momento que me hizo cambiar, en el que decidí ser quien era, y supe que esa noche sería larga, pero necesitaba hacerlo.

Era masoquista tal vez, sin embargo, mi alma, mente y corazón me pedían volver al pasado, ver mis errores y aprender de ellos; necesitaba recordar la razón de ser tan perra, el motivo por el que protegía mi corazón y la necesidad que tenía de negarme a amar. Y fue fácil saber por dónde comenzar.

Suspiré con fuerzas y recordé dos frases, nueve letras, un nombre, un apellido y un sentimiento fuerte hacia el dueño de todo aquello. Para redescubrirme tenía que volver al pasado y lo haría, aunque doliera.

—Olek Sandr, el principio de todo. Al fin pensaré de nuevo en ti —susurré a la nada.

[1] Esta parte es una frase de los libros que conforma la trilogía Corazón, de ellos nació este Spin Off.

Olek Sandr

 

Laurel

Tiempo pasado…

 

Era el día de mi cumpleaños número dieciséis, estaba muy emocionada, como pocas veces lo estuve en mi vida; de nuevo mis padres se encontraban de viaje y solo se preocuparon por hacerme llegar su regalo, ya que se les haría difícil poder llamarme. Eso ya no importaba, tenía a Judith, la mujer que me había criado, la persona que llamaban nana y que muchas veces era mejor que una madre —al menos mejor que la mía— y también tenía a Olek, un chico un año mayor que yo.

Aunque corrigiéndome, no era un chico, era el chico. Ese que me tenía loca desde hacía tres años, el sueño hecho realidad para una joven como yo y, a pesar de que me consideraba bonita, él no puso sus ojos en mí hasta un mes atrás cuando por accidente chocamos en los pasillos y derramé mi jugo de arándanos en su playera blanca.

 

—¡Maldición! —masculló y sacudió su camisa para que el líquido no se siguiera empapando en ella. En el percance también salí salpicada, pero supongo que eso no importaba en ese momento para él.

—Oye, lo siento —murmuré avergonzada, él ni siquiera me había visto a la cara—. Venía distraída y no miré por dónde caminaba. —Lo escuché reír con sarcasmo.

Había rumores de que era un tipo egocéntrico y me iba a desilusionar comprobarlo por mí misma.

—Por supuesto que venías distraía —habló con desdén—, eres una… —Levantó su mirada al fin y me vio a la cara, se quedó en silencio y luego negó—. Esto me lo vas a pagar —anunció, y lo miré incrédula.

—¡Pero fue un accidente! —aseveré—. Además, yo también dañé mi ropa —señalé mi vestido, y él miró justo en mis pechos, aunque quitó su mirada antes de que le dijera algo—, y no por eso estoy armando un alboroto. ¡Joder! Pareces más chica que yo —me quejé, fue su turno de mirarme incrédulo, luego molesto y por último rio con diversión.

—Me gusta tu forma de ser —halagó, y me quedé sin saber qué decir, estaba lista para defenderme de alguna ofensa, mas no de un halago—, y me pagarás esto —señaló de nuevo su camisa—, yendo a tomar algo conmigo. ¿Te parece? —preguntó, tampoco pude responder eso.

Sí, era mi amor platónico, siempre trataba la manera de observarlo y admirarlo sin que se diera cuenta, pero jamás aspiré a nada con él; nunca había tenido novio y era una inexperta en el ámbito de los hombres, así que decidí pasar el hecho de que podía cumplir una fantasía que jamás tuve.

—¡Ohm! Gracias, pero no. Ni siquiera te conozco —mentí—, y de nuevo perdón por eso —añadí señalando el accidente que tuvimos y decidí irme antes de meter la pata porque había comenzado a ponerme muy nerviosa.

Él sin embargo no pensaba dejar todo hasta ahí, ya que con suavidad me tomó del brazo y me detuvo.

—Hola, pequeña escurridiza, mi nombre es Olek Sandr y ha sido un gusto para mí que jodas mi playera favorita —se presentó con diversión y vaya que casi me derrito.

Me sabía su nombre, claro que sí, como estúpida me la pasaba escribiéndolo en mi cuaderno y adornándolo con flores luego de encerrarlo con corazones.

¡Ja! Así de idiota me tenía.

—Bueno, soy Laurel Stone y también ha sido un gusto joder tu playera —respondí e intenté no titubear, él me regaló una hermosa sonrisa y luego sin esperarlo besó mi mejilla.

—Beso de presentación —alegó antes de que, según él, yo protestara.

Qué iba a protestar, ¡joder! Si me sentía en las nubes.

 

Desde ese día, Olek y yo fuimos inseparables, acepté su invitación y luego otra, otra y otra hasta que pasar las tardes con él se volvió mi hobby favorito; en la escuela siempre comíamos juntos e incluso con nuestros amigos —tanto los míos como los de él— habíamos formado un numeroso grupo que a la hora del almuerzo le dábamos batalla a las señoras de la cocina, pero por fin me sentía feliz y completa, olvidé la ausencia de mis padres y me concentré en lo único que me importaba, mis amigos, Judith y Olek.

—Cariño, el joven Olek ha llegado por ti —avisó Judith, y bajé corriendo las escaleras.

—Te veo luego —avisé, y asintió con una sonrisa, tras eso se fue y me dejó justo frente a mi cita.

Ella, al ser la mujer que más me amaba, había hecho que mi día comenzara grandioso con un delicioso desayuno y una pequeña tarta adornada con un número dieciséis en rosado brillante, me reí de tal cosa porque no iba para nada conmigo, aun así amé su gesto y lo disfruté. Era sábado, así que Olek preparó un día entero para mí; me llevaría a conocer algunos lugares, ya que pasé de la fiesta que pensaba hacerme con nuestros amigos y lo apreciaba, pero deseaba estar sola con él sin interrupciones de nadie, y lo entendió.

—¡Estás preciosa! —exclamó al verme luego de escrutarme como si tuviese rayos equis en los ojos.

—¿Y me lo dices tú? Que estás para comerte y sin cubiertos. —Sus ojos se achicaron cuando rio por mi halago y luego negó, convenciéndose de que sería imposible ganarme en un piropo.

Llegó de inmediato a mí y, sin dar señales de sus intenciones, me cogió del rostro y unió su boca a la mía.

¡Dios mío! ¡Me estaba besando! ¡Era mi primer beso! Bueno era el segundo y no hablaría del primero porque fue asqueroso y para cumplir una apuesta, pero ese beso… ¡Carajo! No sabía ni cómo explicar lo que me pasaba.

Estaba helada —casi congelada— y no sabía cómo mover los labios, mi respiración decidió abandonarme y agradecí a mi amiga Bianka por aconsejarme comer una menta antes de salir con Olek, él sabía delicioso, su aliento fresco era tal cual lo leí en algunos libros y sus labios suaves como el algodón de azúcar, pero se movían como una pluma que hacía cosquillas en los míos y fue tan atento que luego con sus dientes alivió el picor que me provocó.

Me encontraba tan nerviosa que ni siquiera me di cuenta de que no me moví hasta que su lengua pidió la intromisión en mi boca y comencé a corresponderle con torpeza, en esos instantes mi respiración decidió volver y tuve que apartarlo con suavidad cuando sentí que me estaba ahogando.

¡Uf!

—¡Feliz Cumpleaños! —exclamó, sus labios estaban llenos de mi brillo labial y yo respiraba con dificultad. Sentí que me sonrojé, ya que me era vergonzoso verlo después del beso, y por lo mismo bajé la mirada.

—Gracias —musité, y él con dos de sus dedos levantó mi barbilla.

—Moría de ganas por besarte desde el día que nos chocamos —confesó.

Yo me moría de ganas por eso desde tres años atrás, pero él ni me ponía atención y yo era una niña, técnicamente lo seguía siendo, aunque ya no jugaba a las muñecas así que suponía que eso era un avance.

—No sabes besar, por cierto —añadió, y quise morirme de la pena—, pero me encanta saber que seré tu maestro y pondré tanto empeño en ti que te prometo que para hoy en la tarde serás la mejor de la clase —aseguró con orgullo, a él le encantaba decirme cosas como esas, siempre buscaba la manera de avergonzarme y no era en mal plan, eran sus juegos y sabía por qué lo hacía.

—Tienes suerte de que mi primer beso haya sido para pagar una apuesta y fue tan horrendo que hasta hoy puedo decir que besas como los ángeles, aunque tampoco he besado a uno, es pura metáfora —hablé, era una suerte que mi vergüenza se fuera así como llegaba—, pero deja que coja práctica y bese a alguien más, entonces hablaremos —advertí al pasar a su lado para salir de la casa.

—¿Y quién te dijo que besarás a alguien más? —me cuestionó indignado cuando me alcanzó, y reí al comprobar que cayó fácil—. ¡Joder, Laurel! Jamás podré ganarte una, ¿cierto?

—Cierto —dije orgullosa, y rio.

Así éramos, siempre metidos en juegos, en bromas, en un tira y afloja divertido que en lugar de alejarnos —porque sí, algunas veces nos pasábamos— más nos unía; nos complementábamos, éramos los mejores amigos y compañeros a pesar de que él iba un año adelante.

En mi cumpleaños también me pidió ser su novia y logró que mi día fuese aún más inolvidable y después de seis meses de relación todo seguía igual de perfecto, tanto que por las noches el miedo de que fuese un sueño me atacaba y a veces hasta me impedía dormir. Porque nada en mi vida fue tan bueno como cuando choqué con Olek, lo nuestro comenzó con un hermoso accidente y el pasillo de la escuela en donde ocurrió todo se volvió nuestro lugar favorito.

Ese chico de ojos azules, cabello castaño que siempre lucía en un lindo desorden y labios desiguales —no por error sino por la hermosa anatomía que Dios le hizo, con su labio superior más delgado que el inferior— que hacían de su rostro una bella obra de arte, junto a su cuerpo atlético, sabía cómo volverme loca.

Me había enamorado de Olek de forma platónica, lo hice incluso cuando los demás hablaban cosas malas de su persona por ser popular, luego me enamoré de su personalidad juguetona y de su forma de tratarme, de su manera de hacerme volar, de su humildad, esa que descubrí bajo la coraza ególatra y antipática. Olek era todo en uno y amé cada parte suya, tanto que sin pensarlo me atreví a dar el siguiente paso en nuestra relación a pesar de ser muy jóvenes, me entregué a él porque no solo me enseñó a besar sino también a amar y me demostró lo que era sentirse amada. Olek llenó el vacío que mis padres habían dejado, se convirtió en mi todo, con él era capaz de conquistar al mundo sin miedo a nada, a su lado me comía el universo entero, soñaba y lo hacía de verdad.

—¿En qué piensas, amor? —preguntó mientras acariciaba mi espalda desnuda. Estábamos en su casa, sus padres trabajaban todo el día, pero a diferencia de los míos, estaban con él cada noche.

—En el viaje que haré cuando me gradúe de la universidad —respondí y luego suspiré.

—Que haremos —corrigió, se acomodó en la cama hasta quedar sentado y cogió mi agenda de la mesita de noche.

La dejé ahí luego de platicarle un poco de lo que quería hacer y de que él me persuadiera con sus besos y termináramos desnudos en la cama, mostrándome y enseñándome muchas cosas que no me atrevía a describir, porque aún me ganaba el pudor.

—Inclúyeme siempre, no seas mala —pidió e hizo un gracioso puchero—, tendremos que ahorrar mucho, ya que iremos a Francia, Italia, Reino Unido, España…

—El Salvador, Costa Rica, México, Perú, Chile, Ecuador, Argentina, Brasil, Rusia —seguí, pero me interrumpió.

—¿Seguro que quieres ir a Rusia? —cuestionó, sonreí y luego asentí con entusiasmo—. ¡Rayos! Tenemos mucho que ahorrar —confirmó.

—¿Cómo sabes que me acompañarás? —le pregunté, diciendo por primera vez en voz alta uno de mis miedos—. Es mi sueño y ahora también el tuyo, pero sabes que todo puede pasar, Olek, y….

—¡Shss! —Me calló y puso su dedo índice en mis labios—. Lo sé, pero también sé que conmigo o sin mí tú cumplirás tu sueño, eres demasiado increíble, Laurel, siempre logras lo que te propones y me encanta eso de ti. Confiemos en que lo haremos juntos —pidió, él creía más en mí de lo que yo misma creía de mi persona.

—Te amo, Olek —confesé por primera vez, me miró asustado, y entonces me asusté yo, sabía que podía ser demasiado pronto, aun así no me detuve; no quería asustarlo y fue lo primero que hice—. Oye —lo llamé, y negó, luego salió de la cama y se puso su bóxer, entonces sí comencé a sentirme avergonzada, esa vez de verdad—, lo siento —susurré con miedo.

—No lo sientas —pidió—. ¡Joder, Laurel! Creí que jamás lo dirías. —Me quedé pasmada al oír eso—. Hasta comenzaba a creer que no lo sentías y yo como un idiota muriéndome de ganas por oírlo, pero más por decirlo porque también te amo —confesó, y no sabía si reír o gritarle.

—¡Eres un idiota, Olek! ¡Me asustaste! Creí que la había cagado. —Opté por gritarle molesta, él en cambio comenzó a reírse.

—¡Sí! Sabía que en algún momento te tomaría el pelo, confié en que me pagarías todas las que me has hecho —dijo con júbilo, y quise matarlo; regresó a la cama de inmediato y comenzó a besarme todo el rostro—. Te amo —repitió y una maldita sonrisa que se escapó de mis labios arruinó todas mis intenciones de enojarme con él.

Y luego, como si fuésemos dos personas mayores, volvimos a hacernos el amor, éramos jóvenes, pero nos amábamos mejor que cómo se amaban los adultos.

Lo tenía comprobado.

 

 

____****____

 

Dos meses después…

Miraba aterrorizada aquel objeto blanco y largo en mis manos, me temblaban al sostenerlo para verlo bien, lo agité miles de veces con la intención de que las líneas se movieran y así el resultado cambiara, pero nada de eso pasó, siguió igual, y las otras cinco pruebas de embarazo tiradas sobre el suelo de mi cuarto de baño lo confirmaban.

Estaba embarazada.

No debía tener mucho, ya que mi periodo era exacto y solo tenía una semana de retraso, sin embargo, al saber lo puntual que siempre fui, supe que algo no andaba bien y no me equivoqué. No había sentido malestares de nada, aunque justo en esos momentos mi estómago se revolvió, llegué rápido al váter y vacié mi estómago; vomité de miedo y por los nervios, era una adolescente y sí, estaba consciente que para tener relaciones sexuales no pensé que todavía lo era, solo me dejé llevar por los sentimientos y jamás se me cruzó por la cabeza que tal cosa iba a pasar, pero pasó y estaba cargándome del terror.

Mis padres llegarían a casa esa noche y tenía que hablar con Olek… ¡Jesús! Pensar en su reacción me daba más miedo que la reacción de mis padres y de corazón deseaba que no me fuese a dejar sola en eso. Tenía miedo de ver mi estómago, a pesar de que estaba plano aún, pero ya sabía que tenía a alguien más en mi interior, aunque aún no lo sintiera.

Respiré profundo y, luego de lavarme bien la boca, tomé una ducha, me sentía como un robot al hacer todo aquello de manera automática, pero era lo único que me salía en esos instantes. Al estar vestida tomé mi móvil y le envié un mensaje de texto a Olek pidiéndole verlo, diciéndole que teníamos que hablar.

Te veo en el café de siempre, ahora mismo voy para allá.

Respondió y no quise decir más, solo tomé mis cosas y salí para el café en el que siempre nos veíamos cuando no estábamos en su casa… ¡Carajo! Hasta pensar en las tardes en su casa me provocaba náuseas.

Cuando estuve cerca del lugar sentí que mi cuerpo comenzó a temblar de nuevo, enfrentarse a la verdad nunca era fácil y menos a una declaración como la que iba a hacer; el frío había llegado a la ciudad, ese día tan helado jamás lo olvidaría; acomodé la bufanda en mi cuello y metí las manos en las bolsas delanteras de mi chaqueta para protegerlas. La campanita que avisaba la llegada de un cliente al café sonó con intensidad logrando que todos en el interior se fijaran en mí; no me molestaba que me miraran, pero ese día en particular lo odié.

—¡Hola, cariño! —saludó la señora Claus al verme, era la dueña del café y no, Claus no era su apellido, pero Olek y yo la llamábamos así por su parecido a la verdadera señora Claus y su amable carisma.

—Hola, abu —dije lacónica, la llamaba de aquella manera porque era la abuela que nunca tuve.

Vi a Olek ponerse de pie para que pudiese verlo y me hizo una señal de mano, sonreí a la señora Claus y luego caminé hasta la pequeña butaca en la que se encontraba el chico que tanto amaba y al que en mi interior rogaba para que no me decepcionara. Cuando llegué me besó, iba a hacerlo en la boca, sin embargo, y sin pretenderlo del todo, giré el rostro y solo besó la comisura de mis labios, frunció su ceño y me miró extraño.

—Hola —saludé con una sonrisa forzada.

—¿Hola? —respondió y con una señal de mano me invitó a sentarme—. ¿Pedimos algo o hablamos de una vez? —Sentí un poco de molestia en su voz al decir aquello.

—Como tú quieras —le animé, me quité la bufanda y luego suspiré.

Mi corazón estaba acelerado y mi respiración se cortaba por instantes, Olek no dijo nada, solo se quedó en silencio y, cuando tuve el valor para verlo a la cara, cogió mis manos justo cuando las puse sobre la mesa.

—¿Dime por qué? —preguntó, y lo miré estupefacta, sin saber qué decir. Su rostro mostraba miedo e incertidumbre—. Vas a dejarme, lo presiento, y necesito saber la razón, ya que creí que me amabas tanto como yo te amo. —Mi garganta dolió y ardió al retener las lágrimas que deseaban salir con urgencia después de escuchar tal cosa.

Me provocó ternura y dolor ver el miedo en su rostro por creer que quería dejarlo y también me dio miedo al pensar que él podía dejarme a mí luego de soltarle semejante bomba.

—No, Olek —hablé tomándolo de las manos también—. No quiero dejarte y espero que tú tampoco me dejes después de lo que voy a decirte —advertí y aproveché ese momento en el que el valor había vuelto a mí—. Acabo de hacerme seis pruebas de embarazo y todas han dado positivo —solté sin filtros, sin siquiera esparcir aceite para que aquella confesión resbalara mejor.

Olek sonrió incrédulo luego de procesar lo que dije, soltó mis manos y se recostó bien en el sillón acolchonado de la butaca y negó.

—Repite lo que has dicho porque creo que escuché mal —exigió, hablándome con frialdad por primera vez desde que lo conocí.

Una frialdad que congeló mi cuerpo más que el día frío, más que aquel inicio de invierno.

Cruel y Frío Invierno

 

Laurel

Tiempo pasado…

 

Estaba que me cagaba del miedo y no necesitaba esa actitud de su parte, era una niña, sí, pero eso no significaba que él me iba a hacer sentir culpable de algo en lo que participamos los dos y eso me hizo pensar con su manera de hablarme.

—Me hice seis pruebas, Olek. ¿De verdad quieres que te lo repita? —cuestioné molesta.

Nos miramos fijo, para ese momento mi miedo fue opacado por la molestia y la incredulidad de verlo a él a la defensiva, retándome como si yo solo buscaba joderlo. Minutos después relajó el ceño y me mostró otra cara.

—¡Dios! —exclamó llevándose las manos al rostro y lo restregó con fuerza, logré ver el temblor que lo atacaba y me di cuenta de que estábamos igual de aterrados—. Amor, perdóname, pero… esto me supera —habló casi en un susurro y volvió a tomar mis manos, se encontraba tan helado como yo—. Nos concentramos demasiado en hacer planes para el futuro, soñamos mucho y se nos olvidó cuidarnos. —Aceptó y un poco de tranquilidad me embargó—. ¿Qué pasará con esos sueños? —Me reí, era la persona menos indicada para responderle—. ¿De cuánto estás?

—No lo sé, aunque supongo que de unas cuatro semanas. —No podía ser mucho porque mi retraso apenas era de una semana.

Suspiró con demasiada fuerza y desordenó su cabello, lo vi llamar a una mesera y la chica llegó de inmediato.

—¿Tienes algo que me ayude a calmar los nervios? —le preguntó y me habría reído si hubiésemos estado en otra situación. La chica asintió y le dijo todos los tipos de té que tenían—. Tráeme dos por favor y bien cargados. —Ni siquiera preguntó si yo quería, solo lo asumió, me conocía y sabía que me encontraba peor que él—. Te haré una pregunta y no me lo tomes a mal —advirtió cuando la mesera se fue con el pedido y mi estómago hizo una revolución horrible—. Nos acabamos de joder la vida, Laurel, aunque creo que hay solución. —Mi corazón se aceleró demasiado al intuir lo que iba a decir—. ¿Quieres tener a ese bebé? Porque si no, puedo….

—No termines eso, Olek, te lo suplico. —Estaba a punto de llorar, él lo notó y se pasó a mi butaca para abrazarme con fuerza.

Me sentía aterrorizada de una manera inexplicable y era consciente de que mi vida iba a dar un giro de ciento ochenta grados y todos mis sueños y planes quedarían para después, mis padres me matarían, la gente se burlaría y apoyaba y respetaba las decisiones y deseos de cada persona; vivía en un país libre donde mi cuerpo era mío y podía hacer con él lo que quisiera, pero jamás pasó por mi mente la probabilidad de abortar y me sentí enferma en ese instante que Olek lo insinuó porque a pesar de lo difícil que mi vida se volvería, pretendía asumir mis errores y enfrentar las dificultades que se avecinaban sin dañar a esa pequeña cosita en mi vientre.

—Lo sé, perdón, perdón, perdón —repitió mientras me abrazaba y sobaba mi espalda de arriba a abajo. Contuve las lágrimas y disfruté de aquel abrazo que tanto necesitaba—. Estoy asustado, cariño, por eso estoy pensando estupideces. No te voy a obligar a nada y si deseas tener a ese bebé, te juro por Dios que estaré a tu lado, no te voy a abandonar, Laurel —aseguró, y esas palabras me dieron fuerza, era todo lo que necesitaba escuchar de su parte.

—Te amo tanto —dije en su oído, con la voz atestada miedo.

Respetaría si él decidía hacerse a un lado y dejarme sola, ya que, a pesar de ser una niña, no pretendía amarrarlo a mi lado, no obstante, me sentí bendecida porque en ese instante me apoyó y no me abandonó.

—Y yo a ti, te amo demasiado y vamos a salir de esta —me tomó por sorpresa cuando llevó su mano a mi vientre y lo acarició—, se los prometo. —Mis ojos se abrieron demás y una lágrima rodó por mi mejilla.

Ambos éramos adolescentes y nos obligaríamos a madurar por el bien de la personita en mi panza, pero él estaría ahí para mí, lo sabía y fui feliz al confirmar una vez más que Olek no era el tipo que los demás creían, a mí me había demostrado ser el ser humano más bueno del planeta y no me abandonaría.

Pasamos el resto del día juntos, un tanto pensativos y asustados, modificando los sueños que ambos teníamos, pero no cambiándolos, fue así como él lo dijo; había planes que tenían que ser modificados y otros pospuestos por un tiempo, mas íbamos a cumplirlos, de eso estábamos seguros. Cuando la noche llegó decidí irme a casa, mis padres llegarían pronto y no deseaba que me encontraran fuera, le insistí a Olek que no era necesario que me acompañara, ya que habíamos decidido no decirle nada a nuestros padres aún, sin embargo, y como ya sabía, decidió dejarme en casa y no hubo nada que lo pudiese evitar.

—Te veo mañana en la escuela —recordó cuando ambos estábamos frente a la entrada de mi casa—. Duerme bien, amor, lo necesitas —pidió, y asentí.

Sonreí cuando metió un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, Olek tenía la capacidad de hacerme sentir como una chica de Disney.

Embarazada, pero chica Disney al fin.

—Gracias por seguir aquí —susurré, se acercó y me besó, fue un beso rápido que incluso así me dejó embobada.

—No podía ser diferente —aseguró.

Lo vi irse y suspiré fuerte antes de entrar a casa, un poco de tensión me abandonó al saber que Olek seguiría a mi lado y al menos la carga que según yo significaba ser madre cuando aún no terminaba de ser niña ya no pesaba tanto. Saqué mi llave para abrir la puerta y antes de lograrlo la misma se abrió sola, bueno, no sola. Dana Stone —mi madre— estaba detrás y me veía con su característica mirada gélida.

—¡Hola, mamá! —saludé con entusiasmo, no la veía desde hacía un mes.

—¿Quién era ese chico? —preguntó sin ocultar su molestia, no hubo emoción por verme al fin y me dolía, aunque era estúpido de mi parte esperar alguna cuando las únicas veces que la veía emocionada era al irse de viaje con mi padre.

—Gracias, mami, he estado bien, ¿y tú? —ironicé, y me observó con cara de pocos amigos, luego cerró la puerta de golpe, di un respingo por el fuerte sonido y supe que no era momento de ponerme graciosa—. Es mi novio, lo habría invitado a pasar si hubiese sabido que ya estaban en casa, pero, como lo ignoraba, lo dejé ir. Ya sabes, no es correcto que una chica de mi edad meta chicos en casa cuando está sola.

¡Uf! Sabía que estaba comenzando mi vida en la hipocresía con eso, ya había dejado entrar a Olek hasta en mis rincones prohibidos, no obstante, era algo que mi adorable madre no debía saber. No en ese momento al menos.

—¿Cómo se llama? —Siguió con su interrogatorio.

—Olek Sandr y, antes de que preguntes lo que ya sé que quieres saber, es de buena familia, es un año mayor que yo y vamos a la misma escuela. —Me hice la ignorante referente a la familia de Olek y deseaba que ese no fuese otro problema que sumar a mi lista porque ya era muy larga.

—Sé de qué familia es, los Sandr son conocidos en la ciudad y, por si no lo sabías, también nuestra competencia, así que no los denominaría buena familia —se quejó, estaba molesta de nuevo. ¡Qué novedad!—. Sabiendo eso, espero, Laurel, de verdad que sí, que ese chico solo sea un pasatiempo.

Me molestó escucharla decir eso, ella no tenía ningún derecho de escoger u opinar con quien debía estar o quien tenía que ser solo un pasatiempo para mí y la razón era fácil, mi mamá ni siquiera era parte de mi vida, sirvió solo para traerme al mundo y luego me dejó al cuidado de otras personas, así que sí, era la menos indicada para opinar.

Mis padres manejaban una empresa tecnológica, eran famosos por crear joyería con tecnología incrustada de último nivel y aparte mi madre tenía una empresa floricultora, y aceptaba que era una mujer exitosa y ella sola logró hacer un imperio partiendo de una pequeña floristería que Greg Stone —mi padre— le compró años atrás; su fuerte era el injerto y creación de nuevas especies de rosas, gusto que yo había heredado, ya que me encantaba probar dichos métodos, mas eso era lo único que teníamos en común, dejando de lado la sangre. Y por supuesto que Greg y Dana tenían sus rivales y cuando descubrí que ellos eran Steve y Olivia Sandr —padres de Olek— ya era muy tarde.

—No, madre, no lo esperes —advertí y comencé a subir los escalones para irme a mi habitación.

—¡Lo que no puedo obtener, lo fuerzo, así que más te vale que solo sea un pasatiempo, chiquilla malcriada! —se quejó y sentí que me seguía, no me importó y continué con mi camino.

Era increíble que después de no verlos por tanto tiempo ella se preocupara más porque su hija no estuviera con su supuesta competencia, Olek y yo no teníamos la culpa de nada, sus padres comprendieron eso y no me trataron como una intrusa cuando me conocieron, fueron amables, ellos sí se comportaban como padres.

—Hola, nena —saludó mi padre al verme en el pasillo que conducía a mi habitación.

—¡Papá! —exclamé y lo abracé, si bien nuestra relación no era la mejor, al menos él se interesaba un poco en mí, aunque siempre se pusiera del lado de mamá cuando las decisiones debían tomarse.

—¿Qué pasó? —preguntó al verme alterada.

—Pasa que la acabo de ver llegar con el hijo de los Sandr y aceptó que es su novio —habló mamá, se expresó como si hubiese cometido la peor traición del mundo con ellos.

—¿Hija? —me llamó papá, y odié aquel tono. Me separé de él dispuesta a enfrentarlo.

—Sí y no solo eso, Olek es lo mejor que me ha pasado, papá, y no pienso dejarlo ni mucho menos permitir que solo sea un pasatiempo y todo para cumplirles a ustedes cuando jamás me han cumplido a mí —les recordé a ambos y vi cuando mamá alzó la mano para golpearme.

—¡Dana! —advirtió papá, y ella se detuvo casi pulverizándolo con la mirada.

—Todo esto está pasando por tu culpa —le reclamó ella con más ira de la que la situación merecía—. Si tan solo hubieses aceptado mi decisión, ahora mismo no tendríamos que pasar por esto.

Mi padre se quedó en silencio, pasaba lo mismo cada vez que discutíamos por algo, ella siempre decía esas mismas frases y en algún momento le pregunté a papá qué significaba y solo negó, no quiso darme una respuesta.

Y para mi mala suerte ellos estarían en casa más de lo acostumbrado, por lo mismo, ya no podía verme con Olek tanto como deseaba y al día siguiente de que mis padres llegaron le conté todo lo que sucedió con ellos, dijo que eso era algo para lo que estaba preparado, que incluso sus padres se lo advirtieron, y me sentí muy avergonzada. Durante una semana tuve que conformarme con ver a mi príncipe azul solo en la escuela y lo de nuestro embarazo seguía en secreto, aunque él se lo quería confesar a sus padres, pero le pedí que esperara.

Después de aquella semana, mis padres aún seguían en casa y la situación se volvió tensa entre nosotros, aunque la cosa se puso peor al sentir a mi madre con ganas de asesinarme cada vez que me miraba y eso me ponía nerviosa; papá se la pasaba trabajando en su oficina así que lo veía poco. Mis malestares habían iniciado, la náuseas se hicieron presentes por las mañanas y, ya que todavía no podía ir al médico porque mi estado era un secreto y al ser menor de edad necesitaba de mis padres para ir a la clínica, tuve que investigar en internet y comencé a cuidarme al menos en las comidas, y, como la cereza del pastel, Olek comenzó a cambiar conmigo, lo sentía un poco distante y la paranoia volvió a mí.

—¿Has visto a Olek? —pregunté a Elijah Pride, ellos dos eran muy amigos y en los últimos meses se había vuelto el mío. Era un chico guapo al extremo y se llevaba muy bien con Olek porque ambos eran casi iguales en su forma de ser.

—Lo vi con tu amiga Bianka, creo se fueron a la biblioteca. —Me pareció raro que Olek estuviese con Bianka, aunque no quise mostrar mi sorpresa frente a Elijah así que disimulé lo mejor que pude.

—Gracias, Pride —dije, me había acostumbrado a llamarlo por su apellido porque él lo prefería así.

—¿Puedo darte un consejo? —preguntó de pronto, y sentí que mi estómago se presionó mucho, asentí sin embargo y me llevé las manos al vientre—. Jamás confíes en nadie, Laurel, porque hasta tu propia sombra te abandona. —Tragué fuerte cuando escuché aquello y sonreí.

Me marché en seguida sin decir nada y, aunque le preguntara por qué me dijo eso, sabía que no hablaría; Olek era su amigo, yo también lo era y estaba segura de que no traicionaría la confianza de ninguno de los dos.

Llegué a la biblioteca con el corazón acelerado y busqué a los chicos en las mesas donde estaban otros estudiantes leyendo algún libro, no vi ahí ni a Olek ni a Bianka, así que decidí buscarlos entre los pasillos de las libreras y el alma casi se me salió por la boca al encontrarlos en uno de los más alejados y solos, Olek acunaba el rostro de Bianka y sus labios estaban pegados a los de ella, quise que la tierra me tragara en ese instante, deseé jamás haberlos visto en esa situación y me recargué en una librera al sentir que un mareo me atacó y mi vista se nubló, boté unos libros al buscar apoyo, ellos se asustaron por la intromisión y más al verme frente a sus narices.

—¡Laurel! —gritó Olek y corrió hacia mí, quise alejarlo, pero me sentí muy mal y necesitaba apoyo para llegar a una silla—. ¿Estás bien? —preguntó al cogerme en brazos.

—¿Tienes idea de lo estúpida que es esa pregunta? —Logré decir, y se quedó en silencio.

No pude seguir hablando, solo cerré los ojos y hundí el rostro en su cuello, lo sentí suspirar con fuerza y me aferró más a él, estaba dolida por lo que acababa de ver y me sentía demasiado mareada, por esa razón no me separé.

—Tenemos que llevarla a la enfermería —habló Bianka, quería gritarle muchas cosas, pero no podía así que agarré la playera de Olek y la hice puño, él sabía que no podía ir a la enfermería.

—No, ayúdame trayendo una botella con agua y algo dulce —le pidió él.

—¿Laurel? —me llamó ella con vergüenza.

—Solo desaparece. —Logré mascullar.

No escuché nada más que pasos alejarse, cerré los ojos y me separé de Olek en cuanto me ayudó a llegar a una silla, me sentía demasiado mal, tenía muchas náuseas y todo me daba vueltas; estar embarazada era una real molestia y pensar en lo que acababa de ver me ponía peor. Bianka era mi mejor amiga, ella sabía lo enamorada y estúpida que estaba por Olek y aun así se atrevió a traicionarme, lo de Olek era incluso más doloroso porque ambos estábamos pasando una etapa en la que lo necesitaba a mi lado como mi mayor apoyo y él en cambio buscaba a otra.

Y no a cualquier otra sino a mi mejor amiga.

—Perdóname —susurró, y no dije nada, solo me limité a verlo y luego suspiré con fastidio.

—A mí no me vas a tener de tu estúpida, Olek —advertí—, te necesito a mi lado, sí. Eso no significa que me vas a arrastrar por el suelo solo porque me aterra tener a un hijo sola.

—Ya, amor. Sé que la cagué, pero no tienes idea por todo lo que estoy pasando. —Me reí, el malestar se me pasó por la furia que sentía y me puse de pie indignada.

—De todo lo que me podías haber dicho, de todas las excusas que pudiste haberme dado escogiste la más estúpida —espeté enfurecida y comencé a caminar hacia afuera de la biblioteca.

Sabía que ambos lo estábamos pasando mal, pero en mi caso era peor; era yo la que me iba a enfrentar al mundo siendo una adolescente embarazada, la que iba a tener que confrontarse a unas personas que parecían más dictadores que padres. Era a mí a la que el cuerpo le cambiaría, la que arriesgaba la vida con aquel estado al no haberle permitido a mi cuerpo desarrollarse como era debido, la que sufría malestares, a la que le harían bullying porque por desgracia vivía en un país donde tal cosa era una moda y, aun con todo eso, no fui a besarme con el mejor amigo de mi novio para intentar olvidar lo que sucedía, así que, como le dije a Olek, era estúpido que me diera tal excusa.

Durante dos días pasó llenándome el móvil de llamadas que rechazaba y mensajes de textos melosos, no respondí a nada, no me sentía capaz y todavía estaba muy dolida, y más después de haber hablado con Bianka, y no porque quise, sino porque llegó a mi casa y se metió sin ser invitada.

 

—Sé que éramos amigas, pero no pude evitarlo. También estoy enamorada de Olek y no puedo decir que lo siento.

Esas fueron sus palabras y de manera inevitable nuestra amistad llegó a su fin, y lo único que agradecía es que al menos me dijera las cosas sin tapujos.

—Gracias por darme esta lección, Bianka —dije antes de sacarla de mi casa—. Me has enseñado a no volver a tener «mejores amigas» porque son peores que las enemigas —solté con sorna y luego abrí la puerta—. Espero no tener que cruzarme otra vez contigo. —Eso era algo ilógico, ya que íbamos a la misma escuela, pero no me importó analizarlo en aquellos instantes.

Antes de salir de casa me miró avergonzada, y reí satírica; desde el jardín de niños habíamos sido casi inseparables hasta que un hombre logró lo que creí imposible. Bien decían que nada duraba para siempre.

 

—¡Ahora mismo vas a explicarme cómo es eso de que estás embarazada! —Casi caigo de culo cuando salí del cuarto de baño de mi habitación y mi madre entró dando tremendos gritos.

Supe que estaba blanca como el impoluto edredón de mi cama en cuanto procesé aquellas palabras y ella me miró horrorizada, Dana en cambio iba roja de la ira y mi padre muy decepcionado. ¿Cómo se habían enterado? Me aseguré de tirar las pruebas y mantuve mi estado en secreto con Olek, ni siquiera se lo dije a Bianka cuando la creía mi mejor amiga porque aún no terminaba de asimilarlo yo misma.

Me quedé petrificada bajo el marco de la puerta y apreté más la toalla en mi cuerpo como si eso me fuese a proteger y sentí náuseas seguido de las ganas incontenibles de vomitar, eso mismo me hizo moverme, me apresuré a llegar al váter y saqué todo el miedo que me embargaba, vomité hasta lo que había comido el día anterior y las lágrimas ya no salieron solo por el esfuerzo que hacía sino también porque le estaba dando a mi madre una respuesta más concreta, una explicación irrefutable de mi estado, y me aterroricé cuando me cogió del cabello justo en cuanto intenté lavarme la boca.

—¡Maldita estúpida! ¿¡Cómo pudiste vernos la cara de idiotas!? —Mamá podía ser demasiado cruel cuando se molestaba, pero en esos instantes la desconocía.

—¡Suéltala, Dana! —pidió papá y se acercó a ella para quitar su agarre de mi cabello, y terminó dándole una bofetada a él. Lloré aterrorizada y me aferré más a la toalla.

—¡No, Greg! ¡Me jodiste la vida a mí y no se la joderás a ella! —No entendía nada de lo que decía y solo fui capaz de coger mi pijama y meterme al baño para cambiarme, todo fue hecho con rapidez y salí antes de que mi madre matara a mi padre.

—¡Mamá, lo siento! —le grité para que pusiera su atención en mí, giró mi rostro con una tremenda bofetada y caí sobre la cama.

La miré incrédula por lo que hizo, era mi madre y comprendía su molestia, mas no entendía por qué me atacaba de aquella manera; me veía con repulsión, desconociéndome como su hija, y tal cosa me dolió como no creí que lo hiciera. No dije nada más, solo corrí de la habitación escuchando un «regresa aquí» de su parte. No me detuve.

Seguí mi camino hasta llegar a casa de Olek. Necesitaba verlo, hablar, y olvidé en ese instante lo que había hecho con Bianka; la señora del servicio me abrió la puerta y se asustó al verme en pijamas y llorando, no le dije nada, solo corrí escaleras arriba hasta la habitación de Olek. Sus padres no estaban, me lo había dicho él en un mensaje de texto que no quise responder, pero sabía que ellos no volverían hasta el día siguiente. Abrí la puerta de golpe y me quedé sin respirar por lo que veía frente a mí; Olek estaba desnudo, dormido, abrazado a alguien, y deseé morirme.

—¡Dios mío! —jadeé horrorizada.

—¡Laurel! —me llamó su acompañante, asustado al verme, Olek ni siquiera se movió.

—¿Esto no puede ser real? —musité. Andrew Lewis salió de la cama, también estaba desnudo y ni siquiera se molestó en cubrirse y a mí no me llamó la atención que no lo hiciera.

Mi shock era demasiado en ese instante, me sentía estúpida al haberlos encontrado de aquella manera, ambos desnudos y abrazados. Era una ignorante en muchas cosas, pero deduje que aquello no era por una simple amistad, por calor o cualquier otra mierda.

—Puedo explicarlo —se apresuró a decir Andrew e intentó tocarme, con él me desquité la bofetada que me había dado mi madre, y gruñó de dolor.

—¡Me dan asco! —espeté y odié que, incluso con tal alboroto, Olek no despertara.

Me fui de la habitación sin decir o esperar más; Andrew era gay, todos lo sabíamos y lo aceptábamos, sin embargo, jamás se me cruzó por la cabeza que él y Olek tuviesen algo, mi novio jamás me demostró que le gustaba ser bateado, le gustaba batear, yo misma lo comprobé, y encontrarlo en tal situación me hizo sentir aún más estúpida que la bofetada de mi madre. No tuve más remedio que volver a mi casa, derrotada y decepcionada; cuando entré y subí los escalones encontré a mi madre esperándome, su rabia todavía no había pasado.

—Te advertí que esperaba que ese chico solo fuese un pasatiempo. —Ya no gritaba, aun así la ira era palpable en su voz, la miré sin verla en realidad; de mi cabeza no salía la imagen de Olek y Andrew desnudos y abrazados.

—Acabo de encontrarlo en la cama con un hombre —dije, y me miró serena, como si lo que había dicho no era nada del otro mundo.

¡Mierda! ¡Me acababan de engañar con un hombre!

—Encima te embarazaste de un gay —bufó con asco, y de nuevo dejé salir las lágrimas cuando mencionó aquello. Me negaba a creerlo incluso cuando lo vi con mis propios ojos—. Eres menor de edad, y por lo mismo yo tomo las decisiones por ti, y he decidido que no tendrás a ese bebé —soltó, y mis ojos se ensancharon al escuchar semejante idiotez.

—¿¡Acaso te volviste loca!? —cuestioné y me llevé las manos al vientre.

—¡Estoy más cuerda que cuando decidí tenerte a ti! —espetó y sus palabras tocaron profundidades en mi interior que ardían—. Porque sí, chiquilla estúpida, me jodí la vida contigo solo porque tu padre me lo exigió para seguir a mi lado y lo amaba demasiado, por lo mismo te parí, pero no te quería, Laurel, y ya que yo no pude evitarlo, tú sí —zanjó, y dejé de escucharla, era demasiado cruel lo que había dicho.

Y era por esa razón que no estaba en contra del aborto, ya que así quisiera a mi bebé, sabía que había personas que no tenían el instinto y el amor de ser madres y por los mimo existían personas como yo, hijas no deseadas que, a pesar de tenerlo todo, carecían de lo más importante y fundamental: el amor de padres.

Pero no dejé de escucharla solo por eso, sino también porque me desvanecí y lo supe cuando escuché el grito aterrador de mi padre mientras yo rodaba por los escalones hasta llegar al final de ellos y me sumí en la oscuridad.

Quién iba a decirme que aquel invierno sería tan cruel.

Orgullo Blanco

Aiden

Una promesa inocente, un cumpleaños, un viaje; un engaño, una hermosa vista al mar, una noche de borrachera, la mayor decisión, una tremenda confesión y un amor incondicional son suficientes para cambiar una vida entera. Él, se ha preparado toda su vida para ser el amor literario de las chicas que le rodean y su mayor objetivo es hacerlas felices a todas. Ella, ha pasado sus dieciocho años enamorada del único chico al cual nunca podrá tener y lucha constantemente para sacarlo de su cabeza. Y eso la lleva a cometer el mayor error en su vida. Pero una noche todo cambia para ellos y a partir de ahí tendrán que decidir si vale la pena continuar o dejarlo como un error inocente, ya que podría costarles la familia. Para él, ella es el error más hermoso de su vida. Para ella, él es la mayor prueba a la que se tendrá que enfrentarse, descubriendo en el proceso que muchas veces los tabúes pesan por más que una mente aprenda a modernizarse. Amar lo prohibido no siempre es un pecado, creían ambos, pero les importaba lo que sus familias pensarían.

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Cumpleaños

Aiden

 

Los viernes eran mis días favoritos, sobre todo las noches; y más después de pasarme estudiando toda la semana. La universidad estaba robando lo mejor de mí y ya ansiaba que las vacaciones de invierno llegaran, pero todavía faltaban un par de semanas, así que me conformé con tener una distracción especial para soportar el martirio que implicaba querer ser un profesional y no depender de mis padres toda la vida.

Ese viernes dieciséis de noviembre era especial y mi hermano gemelo, a mi lado, me lo confirmó. Nos encontrábamos detrás de un telón negro, agradeciendo que la calefacción amortiguara el frío del exterior. Élite se había prestado para nuestras locuras esta vez, un club especial que perteneció a mi padre durante años, pero nos lo obsequió a mi hermano y a mí una semana atrás como regalo.

Cumpliríamos veintiún años el veinte de noviembre —la misma fecha en que padre también nació—, pero debido a que nuestro natalicio decidió caer justo un martes, cuando a la universidad se le antojó hacernos exámenes, y luego llegaba la celebración del día de acción de gracias, tomamos a bien montar una fiesta antes y estábamos dispuestos a hacer de todo para darle la bienvenida a la mayoría de edad.

—Si madre nos viera en estas —gruñó Daemon, mi hermano, y me reí.

—¡Joder, D! No nos eches sal —pedí, llamándolo «Di»[1], ya que de pequeño se me hizo más fácil y desde entonces todos lo nombramos así.

—Si llegara a pasar, le diré que me obligaste —advirtió y me reí.

—Eres un blando —lo chinché y él negó.

—Como si tú fueras diferente —se defendió y reí incluso más.

No es que tuviéramos a una desquiciada como madre, pero definitivamente Isabella Pride White era una mujer a la que debíamos temerle. Nuestra madre era todo un amor cuando estaba de buenas o cuando nos portábamos bien según sus reglas. Sin embargo, si era todo lo contrario no había poder humano que nos salvara.

Pero imaginé que todas las mamás grandiosas eran así, unas enojonas y serias, aunque se rieran de algunas de las travesuras de sus hijos cuando no las veían. Y nosotros ya habíamos cachado en varias ocasiones a la nuestra conteniendo la risa por alguna que otra estupidez que hacíamos.

—¡Y con ustedes, damas y caballeros…! —gritó con emoción nuestro presentador designado, mejor amigo, primo y casi hermano: Dasher Black—. ¡Nuestros agasajados de la noche! ¡Las flechas gemelas que todas aman que se claven en sus preciosas dianas y los pavos de acción de gracia que muchas se han comido! ¡Aiden y Daemon Pride White!

Los «¡Aww!» colectivos de las chicas resonaron al unísono y los «¡Así se hace, amigos!» de nuestros compañeros de locuras se unieron al momento de salir al pequeño escenario que se había montado en nuestro club.

Como mencioné antes, éramos gemelos y, al fin, luego de tanto tiempo deseándolo, estábamos cumpliendo nuestra añorada mayoría de edad. Mi hermano estaba emocionado y eufórico —sin llegar a excederse— después de mostrarse dubitativo. Ambos lucíamos un disfraz de pavo que compramos especialmente para esa ocasión.

Y no éramos los típicos pavos ridículos.

¡Claro que no!

Ambos usábamos tangas diminutas en color rojo y nuestros fieles compañeros de batalla —y me refería a nuestros penes— estaban cubiertos por la cabeza del pavo que esa noche, de seguro, iban a ser degollados para celebrar un buen día de acción de gracias. Los dos comenzamos a bailar al ritmo de «U Can’t Touch This» que, con gracia, Dasher escogió en ese instante. Las chicas no dudaron en lanzarnos billetes de toda denominación para, según ellas, animarnos a movernos más.

Como si aquello hubiese sido necesario.

Daemon siempre había sido el más serio de los dos, así que tuve que prometerle de todo para que me apoyara con esa locura. A pesar de haber cedido, se limitó a copiar mis pasos y negar con la cabeza, pues le parecía increíble que me hubiera salido con la mía.

Minutos más tarde se alejó, pues decidí acercarme a una hermosa pelirroja que se deleitaba tocando mi torso desnudo.

—Puedes tocar y ahorcar al pavo también… si deseas —le dije con voz ronca y después le guiñé un ojo.

Estaba con sus amigas y todas se pusieron nerviosas al escuchar mi proposición. Aceptaba que esas eran las reacciones que me gustaba obtener de las mujeres y me enloquecía cuando las sonrojaba con unas cuantas palabras. Secretamente, sabía que yo era el orgullo de mi padre en eso, pero también el dolor de cabeza de mi madre, pues a ella no le agradaba cuando, de vez en cuando, usaba mis encantos con sus amigas.

 

—Es mentira que gallina vieja hace mejor caldo. Ni se te ocurra probarlo, Aiden, porque me vas a conocer.  

Así me había amenazado una vez mamá y no lo entendí hasta que mi padre me lo explicó con palabras más explícitas.

—¿Y tú probaste si eso es así, papá? —le cuestioné en aquella ocasión y casi se ahogó con su bebida. Volteó a ver a todas partes buscando a mamá y me reí por ello.

Nada es mejor que el caldo que prepara tu madre —alegó y me guiñó un ojo.

Y aunque su respuesta podría haber dejado traumados a muchos otros hijos, a mí no. Me sentí muy feliz de saber que mis padres eran una de las pocas parejas que conocía que se seguían disfrutando y amando con el pasar de los años.

Mi madre mataría por mi padre y él besaba el suelo por donde ella caminaba.

 

Junto a mi copia gemela seguimos con nuestro ridículo espectáculo —ya que sí, era consciente de que era absurdo—, pero era nuestra noche, nuestro club y todo se nos estaba permitido. Mi padre era un hombre de negocios y respetado por todos, así que no esperábamos problemas. También creíamos que era temido por algunos después de ciertos rumores que nos llegaron, aunque jamás los comprobamos.

Daemon era mayor que yo por unos minutos y luchaba contra la bipolaridad que desarrolló siendo apenas un niño. Toda su vida había tenido que buscar las maneras para controlar sus emociones y, sin embargo, esa noche me estaba haciendo sentir orgulloso de él al disfrutar sin temor a cagarla.

Una de las amigas de la pelirroja logró acercarse a él a medida que pasó la noche —ya habíamos acabado con nuestro espectáculo y pasamos a las felicitaciones— y pronto estuvimos disfrutando en grupo.

—Una para ti y otra para ti —dije haciendo que dos de las chicas que estaban a mi lado se fueran hasta el regazo de Dasher y Lane, nuestros mejores amigos y compinches de muchas locuras.

Como dije antes, Dash era nuestro primo —hermano por decisión nuestra—, hijo de uno de los hermanos de mamá. Y a Lane Morgan lo conocimos en el curso preuniversitario, luego de mudarnos de Italia a Estados Unidos.

—Dos para ti y dos para mí —añadí tomando a dos hermosas chicas, incluida la pelirroja, y dos que envié justo hasta las piernas de mi copia.

—Eso no es justo, viejo —bufó Dasher.

—Esta noche sí, somos los cumpleañeros —alegué obteniendo mi mejor excusa.

—Se dejan tratar como mercancía —refunfuñó el gruñón de mi hermano cuando era obvio que las chicas estaban felices de estar con él y no lo aprovechaba.

—Esta noche lo seremos solo por ti —señalaron ambas y besaron las mejillas de D.

—¡Me encantan los regalos de cumpleaños! —grité y cogí de la cintura a mis dos preciosas acompañantes.

Casi no bebíamos alcohol porque llevábamos una dieta saludable debido a la condición de Daemon —yo la acogí por apoyo hacia él y con el tiempo me gustó vivir así—, pero esa noche cedimos y lo disfrutamos como nunca.

—Antes de que algo más pase debo confesarte algo —susurró Roisa, mi amiga pelirroja, y noté su nerviosismo. Eso me hizo tener una idea de lo que sucedía.

—No me digas que fuiste hombre antes, porque de ser así no me importa —jugué con ella y me reí cuando sus ojos se ensancharon.

—¡No!

—Lo sé, solo jugaba. Pero sí sé que estás comprometida y de seguro viniste aquí por tu despedida de soltera —comenté y se quedó pálida.

Era joven, pero no idiota; y desde que se acercó a mí noté el anillo de compromiso en su mano y cómo lo giró para que no viese un enorme diamante en él.

—Y-yo… —titubeó al hablar y quise ayudarla.

—Cariño, no me molesta. Y si antes de casarte quieres vivir la última y mejor aventura de tu vida, con gusto te ayudo —dije tomando la postura de galán que había practicado después de mi último libro leído, que tía Maokko me regaló.

Maokko Kishaba no era mi tía por consanguinidad, sino una de las mejores amigas de mi madre. Desde pequeño nos criamos con ella, así que la comencé a llamar tía por respeto y aprecio. La asiática fue la que me fomentó la práctica de la lectura y, al cogerle el gusto a los libros, crecí con una meta en mi vida: convertirme en el amor literario de todas las mujeres.

Leí mucho para aprender cada faceta y personalidad de aquellos personajes.

La de cabrón me salía a la perfección.

—¡Es más! Te propongo que juguemos a que estamos en las Vegas y lo que aquí se hace, aquí se queda —sugerí con una sonrisa traviesa y, al tomarle la mano, le zafé el anillo bajo su atenta mirada. Luego lo deposité dentro de la copa de champagne que bebía.

Tras eso me llevé su mano hasta mis labios y deposité un beso suave justo en el dedo donde antes estuvo aquel símbolo que la ataría de por vida a un solo hombre. Si es que no se aburría pronto. La mirada llena de vergüenza que tenía antes cambió a una cargada de deseo y sonreí victorioso al saber que mi lista crecería esa noche.

—Muéstrame lo que me perderé en unos días —musitó y me acerqué para darle un beso justo detrás de la oreja.

Y no juzgaría a esa chica de nada, tampoco me sentiría culpable, ya que no la estaba obligando. Simplemente le serví el plato y ella tomó la decisión de comerlo. De igual manera, no ignoraba que existía el karma y tarde o temprano me cobraría el acostón que me daría con una mujer comprometida, así que lo disfrutaría al máximo para que, al menos, valiera la pena el castigo.

—Me aseguraré de que no te arrepientas —susurré en su oído y luego lamí el lóbulo de su oreja.

Roisa tenía los ojos cerrados y las piernas apretadas cuando volví a erguirme y sonreí. Tras eso le pedí que me esperara, ya que iría a avisar a los chicos que me marcharía al apartamento y, de paso, me llevaría a nuestra otra compañera. 

—No olvides las reglas —le recordé a Daemon cuando nos quedamos solos unos minutos, luego de avisarles que me adelantaría.

—Sin besos —aseguró él y di unas palmaditas en su hombro—. Eso lo olvido solo cuando estoy oscuro —señaló recordando cuando caía en sus estados más críticos.

—Pero allí yo me aseguro de cuidarte —le dije, aunque era algo que él ya sabía a la perfección.

Y no teníamos complejo de hombres bonitos como muchos creían. Era una medida de seguridad que papá nos había enseñado, pues, como él decía: «nuestra boca no la podemos proteger al besar, pero nuestros penes sí al follar».

¡Joder! Teníamos un padre sabio.

Habíamos besado mucho, pero solo cuando eran relaciones serias, así que eran muy pocas las afortunadas y mientras no llegaran las siguientes seguiríamos siendo ateos a los besos.

Cinco shots de tequila después de que Lane y Dasher me animaran a beber antes de irme, nuestras respectivas chicas llegaron y me adelanté como les avisé.

Una hora después ellos también llegaron al apartamento que compartíamos, con sus respectivas mujeres para esa noche, y se encerraron en sus habitaciones correspondientes. Y todos disfrutamos de los regalos adelantados de cumpleaños y acción de gracias que nos habían llegado.

La noche seguía siendo joven hasta que el sol decidiera hacer su aparición y estaba seguro de que todos habíamos disfrutado de las preciosuras que se nos unieron en nuestra fiesta.

 

____****____

 

—¡Viejo! Siento mucho despertarte, pero mamá me llamó y dice que la tuya está a punto de mandar un contingente hacia aquí porque ni tú ni Daemon responden sus llamadas —avisó Dasher al llegar a mi habitación.

Me encontraba solo, ya que horas antes mis acompañantes se marcharon.

—¿Qué hora es? —pregunté con la voz ahogada por la almohada y adormilada por las pocas horas que dormí.

—Las dos de la tarde —dijo y me caí de la cama tras escucharlo e intentar salir de ella con rapidez.

—¡Mierda, Dash! Isabella nos va a matar —me quejé tras lograr salir de entre las sábanas.

—Eso mismo aseguró mamá —respondió riéndose.

Se quejó cuando pasé a su lado y lo empujé en mi arrebato, después se fue a despertar a Daemon y, de seguro, a burlarse porque su reacción sería igual a la mía. Y no juzgaba a mi clon, más bien lo entendía, ya que le prometimos a nuestros padres estar listos, sobrios y frescos para recibir a la familia que nos visitaría de lejos para acompañarnos en la fiesta que nuestra madre organizó para el día siguiente.

La había querido hacer esa noche, explicando que era mejor sábado, ya que así nos recuperábamos del desvelo y la cruda el domingo. Era su tradición cada año, pero esa vez no accedimos, puesto que no se cumplían veintiuno todos los años y menos teníamos la oportunidad de celebrarlo en nuestro propio club.

Padre la convenció de permitirlo, diciéndole que esa emoción de ser mayores de edad no nos duraría mucho tiempo.

Un rato más tarde, ya bañados y listos para irnos a casa de nuestros padres, entre mi hermano y yo debatimos quién haría la llamada a nuestra madre.

—Padre llegó anoche de su viaje, mejor lo llamo a él —alegó D después de jugar a piedra, papel o tijera y que él perdiera.

—Ni mierda, D, llama a mamá —le dije mientras subía nuestras maletas al Rubicon gris que nos conduciría ese día con nuestra familia.

Lo vi suspirar con fuerza y después se animó a dar aquel temido paso mientras yo conducía y Dash iba a mi lado; nuestros padres eran también nuestros mejores amigos, pero eso no quitaba que fueran estrictos cuando hacíamos algo mal y nuestra madre muchas veces nos sobreprotegía en demasía.

Y más después de que ambos decidimos irnos de casa al comenzar la universidad, noticia que no fue de su agrado y que aún le costaba aceptar. Nos daba nuestro espacio. Ella no era de las mamás que ahogaban a sus hijos entre sus faldas, pero sí era más unida a nosotros que a nuestra pequeña hermanita Abigail, quien pronto —en febrero para ser claros— cumpliría diecisiete años; de ella se encargaba papá y, aunque era su consentida y nosotros los de mamá, ambos nos demostraban un amor incondicional por igual.

—Dice madre que si seguimos así se deshará de nuestro regalo en Virginia Beach —avisó D todavía con el móvil en la oreja.

—Ni se te ocurra, Isabella Pride —grité mirando a D por el espejo retrovisor, puesto que él iba en el asiento trasero.

Mi hermano cerró los ojos y alejó el móvil de su oreja.

¡Chiquillos cabrones, me dan ganas de colgarlos de los…!

—¡Ey! ¡Calma, madre, que nos están escuchando! —le avisó Daemon antes de que terminara aquel sermón.

Dasher rio, a él siempre le caía en gracia cuando mamá nos regañaba así.

¿Y qué? Ustedes también escuchan cuando Laurel lo pone en su lugar —nos recordó y entonces nos reímos de él.

Sí, Laurel Black —esposa de Darius, uno de los hermanos de nuestra madre y, por consiguiente, mamá de Dash— era la reina de los regaños, a diferencia de nuestra madre.

Además, esto es nada para lo que se merecen, clones desconsiderados.

—Lo sentimos mucho, madre, pero las chicas de anoche nos dejaron sin batería —expliqué y tanto Daemon como Dash me fulminaron con la mirada—. ¿¡Qué!? Es mejor que sepa la verdad y no que se imagine que estuvimos en peligro —me defendí.

—¡Imbécil! —bufó D cubriendo el auricular.

¡Dios! Dame paciencia —murmuró ella y los tres nos reímos sin que nos escuchara—. Maneja con cuidado, Aiden. Aquí hablaremos. —Nuestra sonrisa se borró con lo último que dijo y después cortó la llamada.

—¡Imbécil! Ahora perderemos la casa de la playa y no tendremos donde quedarnos después de la universidad —me reprochó Dasher, ya que habíamos terminado el contrato de nuestro apartamento en Virginia Beach porque madre nos propuso quedarnos en la casa de la playa que ellos tenían allí.

¡Mierda!

Tenía que convencer a mamá para que no nos quitara esa casa y hasta ese momento creí que quizá sí la había cagado y solo rogué para que papá lo lograra, ya que convencerlo a él era más fácil.

En un principio habíamos planeado irnos a otra universidad fuera del estado para terminar nuestras carreras, pero nos convencimos de que todavía no estábamos preparados para dejar a nuestras familias, así que optamos por movernos de ciudad, a casi tres horas de distancia —de nuestro hogar medio natal— solo para respirar otros aires. A los tres nos encantaba la playa, así que Virginia Beach fue perfecta para eso, sus universidades nos daban lo que buscábamos y mamá tenía negocios allí.

Mi hermano y yo estudiábamos Ingeniería y Dasher Arquitectura. Nuestras carreras eran perfectas para hacernos cargo en un futuro de la compañía constructora familiar que mi madre y su otro hermano —Dylan— heredaron del abuelo, ya fallecido, John White.

Llegamos a casa veinte minutos más tarde, puesto que nos quedamos en el apartamento que antes fue de papá y que nos prestaba para hacer nuestras reuniones con los amigos —o amigas— y fuimos recibidos por nuestros abuelos paternos —Myles y Eleanor Pride—, quienes fueron los primeros en llegar para celebrarnos a nosotros y a papá. Ellos vivían a dos horas de distancia, en una hacienda inmensa que nos servía para acampar en el verano o la primavera, gracias al campo y río que poseía. Tía Tess —hermana de papá— también estaba ahí junto a su esposo Dylan —sí, hablaba del hermano de mamá— y sus dos hijos, Mateo de ocho años y Eleana de once.

También estaban tío Darius y su esposa Laurel junto a Maokko y su pareja Marcus.

—¡Joder! Los viejos ya han comenzado la fiesta y nosotros con ganas de dormir —señaló Dasher y estuvimos de acuerdo.

Esa solo era la antesala y madre nos mataría si decíamos que nos sentíamos indispuestos, así que pusimos nuestras mejores sonrisas y saludamos a los presentes.

—¡Hey, compañero! —gritó Daemon y cayó al suelo cuando alguien más de la familia se fue sobre él y casi lo meó de felicidad.

Nuestro amigo y fiel perro, Sombra, estaba dándonos la bienvenida. Había sido un regalo de tío Elliot —primo de nuestro padre— cuando teníamos tres años y, por increíble que pareciera, seguía vivo, aunque viejo y perezoso, pero sacaba muchas energías cuando ambos llegábamos a casa.

No vimos a nuestros padres en cuanto llegamos y sabiendo lo molesta que estaba mamá, optamos por unirnos a todos en el patio trasero de casa. El deck estaba techado y con antorchas por todos lados para darnos el calor necesario en esos días fríos. Tío Darius se encontraba frente al asador, volteando la carne y bebiéndose una cerveza mientras charlaba con el abuelo Myles, Marcus y tío Dylan. Tía Tess nos avisó que Dominik D’angelo y su familia ya estaban en el país y solo se instalarían en el hotel para luego incorporarse con nosotros.

Sonreí en respuesta y una nueva felicidad hizo que mi corazón se acelerara dos palmos.

Dominik era el padre de Leah, mi prima, una chica hermosa con la cual crecí en Italia, mi país de nacimiento. Fuimos muy unidos siempre, adonde quiera que fuésemos ella nos acompañaba, como uña y carne o como tostada y mermelada. De hecho, hubo un momento en el que Abigail llegó a sentir celos de ella, ya que muchas veces era Leah quien ocupaba el lugar de hermana, pero con el tiempo nuestra hermanita entendió que nadie la usurparía jamás y a veces era mejor tenernos lejos cuando nos poníamos un poco cavernícolas con las mujercitas de la familia.

Solo nos separamos de Leah cuando tuvimos que mudarnos de Italia hacia Estados Unidos y juro que esos dos años no habían sido los más fáciles, ya que cada día la extrañábamos más.

—Lane vendrá más tarde con nuestras amigas de anoche —avisó Dasher tras recibir un mensaje de texto.

—Solo dile que las controle —pedí y asintió.

—Essie se quiere unir más tarde. Escuchó cuando le mencioné a mamá que vendrían unas amigas y que era posible que nos fuéramos para el garaje. —Lo miré intuyendo lo que iba a pedir y negué.

—Pues será un gusto que esté con nosotros —señalé dándole a entender que no haría sentir mal a esa pequeña solo por sus ganas de mantenerla lejos de la diversión.

—No, Aiden, sabes que odio que los imbéciles de nuestros amigos la miren de más y ella, al saber cuánto la consientes, se refugia en ti para cumplir sus caprichos. —Reí irónico cuando dijo eso. Era el menos indicado para juzgarme.

—¡Jódete, idiota! Tú hacías lo mismo con Abby y no te importaba que te pidiéramos que dejaras de solaparla —largué, recordando que dos o tres años atrás él actuaba igual o peor al sobreproteger a nuestra hermana, aunque cambió. Imaginé que se debía a que no le gustaba que hiciéramos lo mismo con Essie—. Además, Essie es solo una niña y te aseguro que sobre mi cadáver alguien la verá con malicia. —Iba a alegar, pero alguien hizo su aparición impidiendo aquello.

Como no habíamos deambulado por la casa no sabíamos dónde se encontraban las más chicas de la familia hasta que hicieron su aparición en el patio trasero. Como siempre, ellas le huían al frío y aprovechaban a hablar de sus cosas cuando los adultos no las escuchaban.

—¡Por Dios! ¿¡Eres tú, amor de mi vida!? —exclamé cuando una de mis pequeñas consentidas se acercó abrazada a la cintura de Daemon.

—¡La única! —gritó y se enganchó a mi cuello.

—¡Merda[2], Abby! Cómo odio tu falda —puntualicé mientras la abrazaba con la misma efusividad que ella a mí.

—Yo igual —aseguró D viéndola con reproche.

Dasher solo la observó serio y no dijo nada.

—Les aviso cuando llegue Lane —gruñó Dasher y nos dejó con nuestra hermana.

Pasó por su lado sin saludarla y casi se la llevó con él. El idiota se molestó con mi respuesta, pero no le di importancia.

—¿Y a este qué mosca le picó? —inquirió Abby viendo su actitud y negué.

Ella y Dasher habían dejado de llevarse bien poco antes de mudarnos y cuando los enfrentamos alegaron que no era lo mismo verse de vez en cuando que tener que tolerarse casi a diario.

—La misma de siempre, y no trates de ignorar lo que te dije —advertí.

Abby puso los ojos en blanco cuando seguimos renegando de su vestimenta y le exigimos que se fuera a cambiar por una falda que llegara debajo de sus rodillas al menos, ya que se negó con rotundidad a hacerlo por una que cubriera sus tobillos, y alegó que, si nuestro padre no la había logrado convencer de usar otra, menos nosotros.

—Tan terca como tu madre —espetó D.

—Es gracioso que papá haya dicho justo lo mismo —habló ella con una sonrisa divertida.

No era porque fuese nuestra hermana, pero a pesar de los metales en sus dientes y de que en esos momentos tenía unas libras de más —que no la hacían ver gordita, pero sí rellenita—, Abigail era una chica preciosa de cabello castaño como el de mamá, pero sus ojos eran de un color gris verdoso, en una combinación de los de nuestros padres. Alta para su edad gracias a que mamá también lo era.

Ella sabía que era hermosa, aunque muchas veces se acomplejaba por su peso y nosotros no ayudábamos mucho al decirle que era nuestro patito feo.

Y de hecho la llamábamos así: Patito.

—¿Dónde están nuestros padres? —preguntó Daemon cuando los susodichos no aparecían por ningún lado.

—No lo sé —respondió Abby—, pero iré a ver su habitación —avisó y comenzó a alejarse de nosotros.

—Ten cuidado —le advertí y rio al comprender la razón de mi consejo.

No queríamos cortar algo que pusiera de peor humor a nuestros padres.

—Y dicen que nos extrañan —bufé cuando volví a quedarme solo con D. Sin embargo, no estaba molesto.

—Calma, chicos —escuchamos a nuestras espaldas. Aquel acento asiático era inconfundible.

Nos giramos y vimos a Lee-Ang del brazo de su esposo Dominik D’angelo, felices, al igual que nosotros, de volver a vernos.

—Su padre debe de estar pidiéndole a Isabella su regalo de cumpleaños adelantado —exclamó Dom y negamos con diversión.

Él era el psicólogo de Daemon y durante algún tiempo fue el mío también. Tras decir eso nos abrazaron y desearon muchas cosas buenas para nuestras vidas, sin importar que todavía faltaran tres días para nuestro cumpleaños.

—Y no bromeamos, eh. Su madre debe de estar dándole el regalo de cumpleaños a su padre —apostilló Lee y todos nos reímos.

Para ninguno de los presentes era desconocido que a veces nuestros padres eran los adolescentes hormonados de la casa y no era que se exhibieran con descaro, sino que desaparecían por mucho tiempo y siempre cargaban una sonrisa enorme en el rostro, al menos mamá; porque papá era serio y decían que, por eso, Daemon salió igual.

—¿Y Leah? —pregunté al no verla. Dominik puso cara de pocos amigos al oírme y Lee de preocupación.

—¡Aquí estoy! —gritó saliendo de la casa toda despampanante, vestida con la moda italiana que tan orgullosa la hacía.

Su cabello castaño estaba en un moño desordenado, vestía con ropas de casi tres tallas más grandes, pero que según ella era la moda del país en que vivía. Y sí, también odié su vestimenta porque, aunque era floja…, su vestido estaba demasiado corto y su cuerpo había cambiado mucho en el tiempo que llevábamos sin verla.

Pero odié más verla del brazo de un fulano que se creía el Ken de la Barbie a su lado.

—¿Dónde están mis repetidos favoritos? —preguntó entusiasmada hablando en italiano y soltó al tipo a su lado.

Comprendí la cara de pocos amigos de Dominik y hasta lo apoyé; Leah todavía era una niña. Cumpliría dieciocho años pronto, pero para todos todavía era muy pequeña para pretender tener novio.

—¿Quién es este? —cuestionó Daemon, también hablando nuestro idioma natal y robándome la pregunta de la boca.

El rubio al lado de Leah sonrió con desdén. Al parecer, disfrutaba de nuestra reacción.

—¡Los extrañé tanto! —gritó Leah ignorándonos y me crucé de brazos.

Sin importarle nuestra actitud se fue sobre D y lo abrazó hasta que él cedió y correspondió a su abrazo, después llegó a mí e hizo lo mismo; olía delicioso, como siempre, y tuve que ceder también al sentirla tan cálida. Había sido nuestra compañera de travesuras en la niñez. Una hermana, más que prima, y la habíamos extrañado durante los seis meses que llevábamos sin verla.

—No me veas mal y apóyame en esto —susurró y después se separó de mí—. Familia, él es mi novio, Joshua —habló de nuevo en italiano y presentó al idiota que llegó con ella. Quise matarla por decir aquello.

—Dirás tu exnovio, porque no tienes edad para eso —advirtió Daemon robándome de nuevo las palabras.

—¿La ves, viejo? —preguntó el imbécil— No es una niña, no te pongas en ese plan.

—La vemos, viejo —espeté imitando su voz—, por eso mismo creemos en lo que decimos. —Me incluí—. Además, no nos gustas para ser su novio.

—Ya, chicos —pidió Lee.

—¡Tú les metiste esas cosas en la cabeza, papá! —chilló Leah a Dominik.

—No, ni siquiera he tenido tiempo de hablar sobre eso. Ellos solo ven lo mismo que yo —se defendió.

Estábamos un tanto alejados de los demás, pero al alzar la voz era obvio que notarían que algo no andaba bien, incluso si la mayoría no entendía nuestro idioma. Lee-Ang los saludó apenada por el espectáculo que montaban su hijastra y su esposo. Daemon negó con fastidio al ver la actitud de nuestra prima.

—¡Perfecto! Nos vamos —señaló Leah, caprichosa, cuando terminó de decirse cosas con su padre.

—¡Y una mierda! Se va él, no tú —advertí.

—¡Te dije que esto no era buena idea! —bufó el idiota y no me agradó su forma de hablarle a Leah.

Vi la tristeza de ella y tampoco me agradó eso, pero no íbamos a ceder.

Solo maldije cuando tomó a su noviecito de la mano y comenzó a caminar con la intención de marcharse. Dom chasqueó la lengua enfurecido por los berrinches de su hija y Lee le sobó el brazo para calmarlo, pidiéndole que le diera espacio. Y al ver a mi copia solo observando por donde Leah se fue, decidí ser quien impediría que esa tonta siguiera con su niñería y le diera más importancia a ese imbécil oxigenado.

Pero antes de lograrlo me encontré con mi madre, justo cuando iba pasando los escalones de la casa hacia la puerta principal y ella los bajaba de la mano de mi padre.

—Qué bueno encontrarlos, chicos. Así al fin aclararemos algunas cosas —ironizó con una sonrisa fría y maldije.

¡Demonios!

Ni siquiera noté que Daemon me había seguido y odié tener que dejar a Leah marcharse con ese idiota, ya que el tono de mi madre indicaba que esa vez no toleraría que la dejara para después. Aunque ya era mayor, nunca le perdería el respeto a mi progenitora por un capricho.

No cuando sabía las consecuencias.

 

[1] Aiden llama a su hermano con la primera letra de su nombre, pero en inglés. Y el nombre de la letra «D» es Di en inglés.

[2] Merda significa mierda en italiano.

Apóyame

Aiden

 

Maldije en la mente y empuñé las manos al entender que tendría que dejar ir a Leah, ya que ni Daemon ni yo podíamos ir tras ella esa vez. Madre también necesitaba hablar con nosotros y no me gustaba hacerla sentir desplazada de nuestras vidas. Desde que nos mudamos a Virginia Beach nos veíamos menos y el día anterior ni siquiera llegamos a casa a saludarlos. Nos fuimos directos al apartamento de la ciudad y luego a nuestra fiesta en Élite.

Así que dejaría de lado a la caprichosa de Leah, por mucho que eso me cabreara.

—Madre, padre —dijo Daemon a manera de saludo y subió un par de escalones para saludarlos con un beso en la mejilla.

—Juro que nos hemos portado bien —dije yo alzando las manos y sonriendo, fingiendo que no estaba furioso por lo que Leah hizo y llegué hasta ellos para hacer lo mismo que mi hermano.

—Tan bien como siempre, no lo dudo —murmuró padre con sarcasmo y me rasqué la cabeza conteniendo una sonrisa.

Y como un imbécil, luego de eso miré de soslayo y con esperanzas hacia la puerta, deseando que Leah volviera.

No lo hizo.

—Vayan a la oficina de su padre, iremos a saludar rápido a los demás y volveremos pronto con ustedes —avisó madre con seriedad.

—Vamos, mammina[1]. Podemos dejar esto para mañana —dije y ella negó alzando una mano.

Daemon solo observó divertido y negó. De los dos yo era el que siempre insistía, jodía y no paraba hasta conseguir lo que me proponía con nuestros padres.

—A la oficina, ya —dijo ella entre dientes.

—¡Carajo, mamá! No sé cómo puedes seguir luciendo tan bella incluso enfadada —señalé y antes de que me dijera algo la cogí del rostro para comérmela a besos hasta que trató de apartarme y la escuché reír.

No la mentía, aunque también estaba poniéndole más énfasis a todo.

—¡No me vas a chantajear, cariño! —advirtió, pero ya no me llamó muchacho cabrón o dijo todo lo que pensaba hacerme.

Me llamó «cariño» y supe que ya la tenía. Daemon hizo lo mismo que yo y, a pesar de que ella quería parecer enfadada, su mirada llena de amor hacia nosotros delataba lo feliz que estaba de vernos en casa, sanos y salvos. Cosa que me causaba gracia, ya que vivíamos en una zona segura, aunque todo podía pasar. Lo sabía y solo por eso también la llegaba a entender.

—Tienen que enseñarme a hacer eso, chicos, porque cuando se enfada conmigo hasta el diablo le teme —señaló papá haciéndonos reír a los tres. Madre lo miró diciéndole que era un exagerado.

—Eso será imposible de lograr para ti porque nosotros somos sus consentidos —alegué y vi cómo él la abrazó con una sonrisa de suficiencia en el rostro.

Dijo algo en su oído y logró que mamá sonriera nerviosa, con las mejillas sonrojadas. Después ella lo ignoró deliberadamente para que nosotros no imagináramos lo que padre le había dicho y siguió con la atención en sus hijos.

Padre sonrió con arrogancia al lograr lo que se propuso. Yo en serio necesitaba aprender eso.

Nuestro padre no era de los hombres que sonreían a cada momento, la mayoría del tiempo se le veía serio y frío, pero nos amaba y lo demostraba a cada instante. Cualquiera que lo veía se imaginaba que era un tipo malo y, sobre todo, al ver la multitud de tatuajes en su cuerpo. Al igual que nosotros se cuidaba en lo físico y mental, y por lo mismo no lucía mayor para su edad; en realidad, papá parecía muy peligroso, pero como mamá decía: «esa era la pinta que tenía ante el mundo, mas no era la que usaba en su propio universo» y con ello se refería a nuestro hogar, ahí donde mostraba su verdadero rostro, el de un padre consentidor que nos defendía de nuestra —a veces— estricta madre.

Tras ese momento en el que nos sentimos victoriosos junto a mi copia, nuestros padres salieron a saludar a los demás y con un mensaje de texto le pedí a tío Dylan que los distrajera, los entretuviera o algo para que no nos llevaran a darnos ninguna charla. Y funcionó, no solo por lo que tío hizo sino también porque Lee-Ang acaparó a madre para que hablaran de todo lo que se habían perdido en el tiempo que estuvieron separadas. Ella era la hija del maestro chino-japonés, Baek Cho —el sensei que instruyó a nuestra madre en todo lo que sabía— y cuando éramos niños ejerció de nuestra niñera y fue la encargada de introducirnos en el mundo de las artes marciales.

Fue así como conoció a Dominik, ya que él era amigo de mi padre, y cuando tía Amelia Black —madre de Leah y hermana de mamá y tío Darius— falleció, Lee-Ang se encargó de cuidar a nuestra prima. Tiempo después ella y Dominik se enamoraron y formaron la grandiosa familia que eran.

—¿Sabes si Leah se marchó? —pregunté a Abby cuando volví a verla.

Acababa de salir junto con Essie, la estrellita de la familia. La chiquilla pelinegra estaba muy guapa y llevaba en brazos a Sabina, la perrita que le regalé meses atrás para su catorce cumpleaños.

—Sí, me envió un mensaje diciendo que lo sentía mucho por no poder saludar, que volvía mañana —explicó mi hermana y negué con molestia— ¿Sabes qué le ha pasado?

—Un puto capricho —espeté sin poder controlarme. Abby me miró con una ceja alzada, al igual que Essie; esta última le tapó las orejas a la cachorrita.

—No hables así frente a Sabina —pidió Essie y me reí.

—No creo que lo repita —señalé sonriendo y le quité a la perrita, quien ya había crecido mucho en esos meses.

Ella, muy feliz, comenzó a lamerme la cara y me aparté de inmediato.

—Es gracioso que no te dejes lamer de Sabina, pero sí de otras perras.

—¡Essie! —exclamó Abby.

—¡Joder, Estrellita! —dije yo riéndome. En serio no me lo esperé de esa chiquilla, quien actuó como su madre al solo encoger los hombros, restándole importancia a lo que acababa de decir.

—Como dice mi sabia madre: «Sorpréndete de las mentiras, no de las verdades» —soltó con desdén y tanto mi hermana como yo nos pusimos a reír cuando imitó a tía Laurel.

Y no era la primera vez que Essie me soltaba comentarios como esos —aunque los demás fueron suaves en comparación a ese—, la chiquilla era bastante madura para su edad y podía decir con seguridad que el chico que cayera en sus encantos tenía que ser muy listo para saber lidiar con su inteligencia. Rogué para que el afortunado tardara en llegar, aunque no dudaba que ya tenía a muchos de sus compañeros babeando detrás de ella.

Y por eso Dasher vivía con dolores de cabeza.

—Y entonces, ¿ya sabes lo que quieres para tu cumpleaños? —le pregunté cuando Abby nos dejó solos.

Y confieso que todas las mujercitas de mi familia eran mis consentidas, pero Essie y Abby lo eran de una forma muy especial y muy muy diferente a Leah.

—Falta mucho para el diez de mayo —respondió riendo.

—Medio año pasa rápido y con los regalos que pides es hasta muy poco tiempo para conseguirlo —señalé, recordando que la mamá de Sabina casi se pasó del tiempo estipulado y me iba a quedar sin su regalo.

—Esta vez quiero un gato negro como la noche. De hecho, le pondré así, Noche —dijo pronunciando el nombre casi de forma poética y alzando la mano al cielo al decirlo.

Me reí y negué.

—Tus padres pondrán como locos con tanto animal que deseas tener.

—Mis padres no, pero Dasher sí —señaló con una sonrisa pícara, demostrándome el placer que sentía al joder a su hermano.

Pensé en que Abby era igual que ella, ya que la tonta nos amargaba a propósito, podía jurarlo.

Más tarde Essie se fue con Abby y yo me reuní con mi hermano, Dasher y Lane, quien había llegado con algunas de las chicas que nos acompañaron la noche anterior. El plan esa vez era suave, ya que tendríamos fiesta al día siguiente y no queríamos trasnochar. Al final las chicas estaban encantadas porque también les pedimos que volvieran para otra celebración de nuestro cumpleaños.

La pelinegra que Daemon se había llevado a la cama lucía fascinada, incluso sin que el cabrón le prestara la atención que ella deseaba.

Para sorpresa de todos, el sueño me venció antes de lo que esperaba y me despedí para subir a mi habitación. Madre me dijo que no había olvidado mi regaño cuando me acerqué a besarla y solo negué divertido, pero consciente de que la charla llegaría tarde o temprano.

Al llegar a mi habitación, tras cepillarme, desvestirme y meterme bajo las sábanas de la cama; entendí que no era el cansancio lo que me llevó a buscar privacidad, sino la necesidad de saber de Leah. Me molestaba más de lo que me hubiera imaginado que se hubiera ido con ese chico. Saber que tenía novio me golpeó de una forma que no esperaba y rogué para que lo que tuviese con él fuera pasajero, un capricho como esos que le daban por tener o usar alguna prenda de vestir que no le quedaría bien sin importar que era la moda.

Todavía no me creo que te hayas ido.

Le escribí, deseando que estuviera sola en su habitación de hotel, aunque eso era pasarme de imbécil y me sentí lleno de coraje al analizar que ese rubio oxigenado salió ganando esa noche con nuestro ataque.

Todavía no creo que te pusieras tan idiota.

Me respondió.

Teníamos la costumbre de mensajearnos a diario. No sé si Daemon hacía lo mismo, pero yo sí o sí debía saber de Leah, así fuera solo con un mensaje de buenos días.

Sabía que este momento llegaría y lo odio más de lo que imaginé.

Respondí con sinceridad. Su estado se puso «en línea» y después en «escribiendo», acción que, de alguna manera, me puso nervioso.

Yo he tenido que verte saltando de chica en chica como si fueras un picaflor y nunca dije nada.

¡Yo soy hombre!

¡No, Aiden Pride! Eres un imbécil y más con ese comentario.

—¡Mierda! —bufé para mí mismo al releer la estupidez que acababa de escribirle.

Lo siento.

Escribí de inmediato y me envió un emoji de una manita mostrando el dedo medio y, aunque me reí, también sentí una punzada en el pecho. Y no quise insistirle, ya que la había cagado suficiente. Abby tenía razón cuando me reclamaba que de nada le servía a nuestra madre enseñarme valores si al final siempre terminaba actuando como un tóxico o posesivo. No me enorgullecía para nada.

Dejé el móvil en la mesita de noche y me tapé el rostro con la almohada.

No me gustaba lo que me hacía sentir el saber que Leah salía con alguien, que posiblemente se estuviera acostando con esa persona y menos que el afortunado fuera ese imbécil rubio que se creía el Ken italiano más deseado del planeta.

—Hijo de puta —espeté para mí.

«Yo he tenido que verte saltando de chica en chica como si fueras un picaflor y nunca dije nada».

Pensé demasiado tiempo en ese mensaje. Leah y Abby eran muy celosas, pero solo mi hermana se mostró así cuando nos vio con alguna chica y lo tomé como que solo quería desquitarse por nuestra sobreprotección con ella y su dichoso amigo Jacob Phillips, que, aunque el chico fuera hijo de una pareja amiga de mis padres, no quitaba que en algún momento quisiera algo más que amistad con mi hermanita.

Leah, en cambio, solo se limitó a observar siempre que me vio de picaflor, nunca demostró celos ni nada de eso, así que, que lo mencionara en ese mensaje me sorprendió; y más por la advertencia implícita en él de que no tenía que decirle nada si ella nunca me dijo nada a mí.

Sin embargo, no estaba dispuesto a callarme.  

Durante un par de horas me mantuve dando vueltas en la cama hasta que el sueño se apiadó de mí y me fundió en la profunda oscuridad.

 

____****____

 

Al siguiente día desayuné rodeado de mis padres, hermanos, abuelos y dos de mis tíos junto a sus hijos —tío Dylan y Tess—. De niño amaba esos momentos, cuando toda la familia se reunía y la mesa gigante del comedor principal parecía pequeña. Y los seguía amando, estando ahí sentado al lado de Abby lo comprobé.

Horas más tarde todo se volvió un caos con los preparativos de la fiesta. Madre juró que sería pequeña y por lo mismo la harían en casa, pero yo sabía que, contando solo con la familia y sus amigos más íntimos, las reuniones daban para realizarse en un salón. Sin embargo, con Daemon decidimos preparar nuestro espacio para huir de los mayores y montar nuestra propia fiesta, así que nos fuimos para la casita interior que padre construyó como su campo de juegos. No obstante, nosotros se la quitábamos cuando queríamos hacer una reunión con nuestros amigos y amigas, tal cual sería esa noche.

Así que preparamos todo para la ocasión.

Justo a las seis de la noche —puesto que oscurecía temprano en esa época— estábamos listos y preparados para recibir a los invitados. Padre vistió casual, nosotros en cambio optamos por lo informal y nos ganamos una mirada reprobatoria de nuestra madre que solo nos hizo reír. Los primeros en llegar fueron Connor Phillips junto a su esposa Jane y su hijo Jacob. Este último ni siquiera nos felicitó, solo nos asintió con la cabeza y se fue en busca de nuestra hermana.

—¿Crees que sería demasiado cabrón si le doy un sustito? —le murmuré entre dientes a mi hermano y este rio.

—Cabrón no, imbécil sí —respondió él y lo miré sobre mi hombro, ya que estaba a unos pasos detrás de mí, para que me explicara por qué eso y no lo otro—. Deja de lado que sea el hijo de amigos de nuestros padres, lo que Abby dirá será lo jodido. Esa chiquilla pondrá el grito en el cielo si le tocas a su mejor amigo y no creo que padre se sienta feliz contigo al molestar a su princesa. Ni yo me atrevería a tanto, bro —señaló dándome una palmada en el hombro y me reí.

Como mencioné anteriormente, Abigail era la consentida de nuestro padre y nos metimos en muchos problemas en el pasado solo por probarlo.

¿Vendrás a la fiesta? ¿O pasarás de ella para no incomodar a tu Ken?

Le escribí a Leah cuando pasó el tiempo. La mayoría de los invitados ya había llegado —incluidos sus padres— y ella no daba señales de vida. Negué con molestia al ver que había leído mi mensaje, pero no había respondido. Aunque traté de ignorar mis sentimientos y me dediqué a ser cortés con las personas que nos felicitaban, no podía olvidarlo.

Diez minutos más tarde la puerta principal de casa se abrió y me dejó ver a Leah —estaba ahí, gracias al cielo, sin su Ken—. Iba vestida con un pantalón y una chamarra de mezclilla azul gastada. Por dentro usaba una camisa blanca y acompañó su atuendo con unas botas negras que le llegaban a las rodillas. Un tanto sencilla para lo que nos tenía acostumbrados, pero más bella de lo que ella imaginaba con el cabello suelto echado a un lado, dejándonos apreciar unas suaves ondas, y los labios rojos.

—Con tu permiso, viejo, pero Leah está más hermosa que antes —dijo Lane al llegar a mi lado y lo miré serio.

—No me hagas convertirme en asesino justo hoy, porque ya demasiadas cosas tengo en la lista de madre —le advertí con frialdad.

—Ya, Aiden. Tampoco es un pecado que señale lo obvio. Vivimos en un país con libre expresión —se defendió y solo negué.

Me contuve de decirle algo cuando comenzó a ir hacia Leah, ya que Dasher apareció a mi lado llevando una cerveza para mí.

—Yo te ayudo —me dijo y alcé una ceja al no entender—, a capar a Lane, ya que odio que haga eso. —Señaló con la barbilla a nuestro amigo cuando este le daba un fuerte abrazo a Leah y ella le correspondía feliz.

—¿Y si capamos primero al Ken? —propuse.

—Hecho —aceptó y me tendió el puño para cerrar el trato.

Sonreí al presionar el mío al suyo y luego le di un trago a mi cerveza. Más tarde nos reunimos con Daemon y charlamos un poco con los invitados. Lane se nos unió e ignoró con descaro nuestras advertencias. Leah ni siquiera se acercó a saludarnos, se la pasó con Abby y Essie, y de vez en cuando con madre y las otras mujeres, demostrándonos que seguía molesta con Daemon y conmigo por nuestra actitud con su chico la noche anterior.

—Necesito varias de estas —bufó Dominik al unirse a nosotros. Estábamos solo hombres en ese instante, a excepción de Jacob y Mateo, el hijo pequeño de tío Dylan. Ellos estaban por otro lado, el primero de seguro en algún lugar con Abby.

—Te compadezco, hermano. No quiero llegar a eso jamás —murmuró padre y levantó su cerveza para brindar con Dom.

—Yo no tengo ningún problema en deshacerme del que tenga el suficiente valor para acercarse a Eleana —confesó tío Dylan y nos reímos.

—Yo en poco tiempo terminaré asesinando hasta a mi propia mujer —soltó tío Darius y todos lo miramos sorprendidos—. Ya conocen a Laurel, ella no es de las que alejará a los chicos o chicas de Essie —explicó y nos reímos por su certeza.

Tía Laurel era más como una amiga de Essie, emocionada porque conociera el amor, y eso a tío Darius no le agradaba.

—No te agrada para nada el tal Joshua —me atreví a decirle a Dominik.

Con él siempre hablábamos en italiano, pero al estar rodeados de personas que no dominaban ese idioma decidíamos hacerlo en inglés para no mostrarnos como maleducados.

—Y no solo por su actitud arrogante, ya lo conocieron anoche —confirmó—, sino más bien porque siento que hay algo raro en esa relación, pero Leah se ha empecinado de una manera increíble y ha entrado en esa etapa donde busca imponerse —explicó.

Y siguió hablando de eso, lo cual escuché atento y estuve de acuerdo. Dominik nos dijo que fue él quien le exigió a su hija que no llevara a Joshua a la fiesta y ella amenazó con no llegar tampoco, ya que se sintió muy ofendida con el rechazo que estábamos expresando a su novio. Sin embargo, Dominik logró imponer su autoridad como padre y por eso no llegó.

La busqué de vez en cuando con la mirada y la encontré con mi hermana, Essie y Jacob; con el pasar del tiempo dejó de lucir molesta y hasta se reía con las cosas que soltaban sus primas, así que de cierta manera también me alegré, puesto que no deseaba que se sintiera obligada a acompañar a su familia, aunque no dejaba su maldito móvil e imaginé que se mantenía en contacto con el Ken para no hacerlo sentir desplazado.  

—De regalo de cumpleaños quiero que, al menos, dejes esta mierda por un rato y nos prestes atención —bufé cuando decidí acercarme en el instante que se quedó sola y le quité el móvil de las manos, lo metí en la bolsa de mi pantalón y me planté frente a ella.

Me jodía que el imbécil la distrajera tanto.

—¡Aiden! —chilló molesta y no me importó.

La tomé de la mano y me la llevé escaleras arriba para llegar hasta mi habitación sin que los demás se percataran de nuestra ausencia. Me sentía como el hermano mayor y malhumorado, pero no me importaba, porque ella estaba actuando peor que Abby cuando intentábamos alejar a Jacob de ella.

La imitadora de modelo de pasarela caminaba a regañadientes, pero no se negó cuando la metí en mi cuarto y la encerré conmigo.

—Ahora prefieres a ese imbécil por encima de tu familia —espeté cruzándome de brazos. Ella me imitó, pero se sentó en la cama mirándome con detenimiento y evidente molestia.

—Ese imbécil, como todos le llaman, es mi novio; el único chico que ha demostrado amarme y con el cual me siento feliz. Pero mi padre, tú y toda mi familia han decidido darme la espalda en algo que me importa; y si es así, pues sí, me importa más él —soltó y juro que quise darle un par de azotes por idiota.

—¿Dónde has dejado a mi Leah? ¿Qué hiciste con mi princesa? Porque está claro que tú solo eres una tonta que no logra ver lo que nosotros vemos —inquirí.

—¡Arg! —soltó frustrada y lejos de todo lo que esperaba que hiciera, se puso a llorar. Sus sollozos y gimoteos me rompieron el corazón.

Me fui con prisa hasta ella y me puse en cuclillas. Maldije al verla así y la abracé con fuerza. No buscaba hacerla llorar, solo que entendiera que nos dolía que nos dejara de lado y más por un tipo que desde lejos se notaba que no la amaba como ella creía.

—Apóyame —suplicó entre el llanto y envolvió sus brazos en mi cuello, llorando con más ganas—. Hazlo al menos tú. Lo necesito, Aiden.

—Pero… piccolina —comencé a alegar llamándola «pequeña» en italiano—, sé que hay hombres mejores y tú te mereces al mejor de todos. —Sobé su espalda para que se calmara y después le hice mirarme a los ojos, limpiando sus lágrimas en el proceso.

—Dale una oportunidad, al menos tú. Permite que demuestre que es el mejor para mí —rogó, y supe que me iba a arrepentir de mis siguientes palabras, pero no podía verla en aquel estado.

Tal vez tenía razón. Yo era un jugador de primera y no estaba en condiciones de juzgar a nadie. Me gustaba estar con las mujeres, pero no les prometía nada que no fuera a cumplir. Apenas conocíamos al chico y sabía que no podíamos juzgarlo del todo solo porque la primera impresión que nos dio fue la de un pijo que jugaba con las mujeres y disfrutaba ilusionándolas, llevándolas a la cama y después desechándolas como si fueran envolturas de chocolate.

¡Joder! No me agradaba imaginar a mi princesa en aquella situación y me daban ganas de asesinar al imbécil que la mirara con deseo. 

—Está bien, Leah, te apoyaré, pero te juro que…

—Gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias —me interrumpió a la vez que se me lanzó encima hasta hacerme caer al suelo y me besó el rostro. Estaba emocionada, aunque todavía hipaba por el llanto pasado, pero contenta porque al menos ya no estaría jodiéndola por su relación.

Mi corazón se aceleró en ese instante de una forma que me asustó. Sobre todo cuando me miró a los ojos con el cabello de ella cubriéndonos, demasiado cerca el uno del otro. Leah se dio cuenta de eso y se irguió hasta apartarse de mí con una rapidez increíble. Entonces sonrió avergonzada.

Carraspeé al sentir la tensión.

—Espero no arrepentirme por esto —dije y me puse de pie. Luego caminé hacia la puerta, la abrí y la invité a salir.

La dejé adelantarse y sacudí la cabeza para espabilarme y borrar las imágenes que llegaban a mi mente.

Bajamos para incorporarnos de nuevo a la fiesta, pero no sin antes advertirle que estaría vigilando a su dichoso novio y, volviendo a ser los de siempre, sin la tensión que nos provocó aquel momento, hablé con Daemon y Dasher acerca de lo que había accedido porque se lo prometí a Leah. Me gané un tremendo sermón por parte de mi hermano y se enfureció por lo que hice. Dash, en cambio, aseguró que iba a arrepentirme, alegando que entre perros nos conocíamos y que era seguro que ese tipo destruiría el corazón de nuestra chica.

No me gustó pensar en eso y supliqué para que se equivocaran, pero Dash tenía razón en algo: para nadie era desconocido que los cuatro —incluyendo a Lane— éramos unos casanovas empedernidos y tras nosotros había una larga lista de corazones rotos, pero no era del todo nuestra culpa, puesto que tratábamos de ser siempre claros con las chicas.

Ofrecíamos una noche de cama inolvidable y, en mi caso, solo por esa ocasión podía convertirme en el príncipe que todas deseaban, en el galán literario y personificado de sus historias, pero que no me hablaran de compromisos porque mi tarea al llegar al mundo fue el de hacer feliz a todas, no a una en especial.

—¡Bueno, es hora de separarnos de los viejos y montar nuestra propia fiesta! —gritó Dasher a todos cuando Lane llegó con cuatro chicas. Nuestras invitadas.

Sus padres lo reprendieron con la mirada y los míos, lejos de molestarse por aquella imprudencia, se rieron y nos dejaron marchar hacia la sala de ocio de nuestro padre que ya teníamos lista para ese momento. Había bebidas alcohólicas, no obstante, las advertencias eran innecesarias porque confiaban en nosotros y eran conscientes de que el alcohol no era nuestro mejor amigo.

Antes de irnos, a lo lejos vi a Essie, molesta porque Dasher se había salido con la suya y logró que tío Darius no la dejara incorporarse con los jóvenes adultos. Vi a Abby adelantarse con Leah para unírsenos y consideré injusto lo que el cabrón de Dash quería; si bien Essie solo tenía catorce años, era muy madura para su edad, incluso más que mi hermana a veces. También una chica preciosa, ya que la adolescencia le favoreció mucho y solo por eso comprendía la sobreprotección de su hermano, pero era mi jodida celebración y deseaba estar con todos mis seres amados.

Dasher se iba a cabrear mucho y me iba a reír de eso.

—¡Ey! Hola otra vez, familia —exclamé al llegar donde estaban mis padres hablando con los de Dash.

—Hijo, creí que ya estarías con los demás chicos —señaló mamá.

—Tenía que venir a por mi pequeña estrella —avisé. Tío Darius me miró con advertencia y me encogí de hombros—. No estaría completo en mi cumpleaños sin ella —los chantajeé.

Abracé a Essie y besé su mejilla. Ella contuvo una sonrisa para no demostrar la emoción frente a sus padres.

—Dasher dijo las razones que tenía para que no se uniera —informó mi tío.

—Las mismas que tengo yo para que Abby no esté allí, pero vamos, tío… sabes que con nosotros cerca nadie se atreverá a nada —alegué.

—Puedes llevártela, pero cuídala bien.

—Laurel —advirtió él cuando ella dijo eso.

Aproveché que ellos se quedaron hablando sobre los límites y me llevé a Essie conmigo, ya mi tía se encargaría de limar asperezas con su marido.   

La chica a mi lado susurró un gracias, emocionada por irse junto a mí a la verdadera diversión, y por supuesto que cuando Dasher nos vio se molestó, pero evitó decir algo en cuanto Lane envió hasta él a una de las chicas que había llevado para distraerlo.

—Te debo una, viejo —le dije por haber actuado rápido y de manera inteligente. Todos sabíamos que solo una chica calmaría al cabrón de mi primo. 

—De nada, hermano —respondió—. Y bienvenida a la verdadera diversión, pequeña. —Essie lo abrazó eufórica y comenzó a hablar con él mientras seguíamos nuestro camino. 

Me reí cuando D miró serio a Jacob después de que el chico tomara de la mano a Abby. Ella puso los ojos en blanco al percatarse del porqué su amigo la había dejado caminar libre y se unieron a Leah, quien ya estaba más tranquila y disfrutando de la noche como la chica que yo conocía.

Hicimos las presentaciones de nuestras amigas y la diversión dio inicio. Era obvio que esa noche nuestras invitadas no tendrían lo que deseaban, puesto que respetábamos a nuestras princesas y no deseábamos darles un mal ejemplo, sobre todo yo al recordar lo que Leah me dijo por mensaje. La noche se basó en juegos, bailes locos y bromas; nos relajamos y olvidamos las cosas que nos molestaron en el día y al fin disfrutamos como la familia y amigos que éramos.

Por todo eso me rehusé a irme lejos cuando la oportunidad de la universidad se nos presentó.

La libertad era emocionante, pero nada se comparaba con el calor de la familia; vivimos solos durante parte de nuestra niñez, en la adolescencia nos tocó alejarnos por las crisis de Daemon y no fue hasta que cumplimos diecinueve años que nos mudamos de Italia hacia Estados Unidos y, aunque dejamos atrás a Leah porque su padre era reacio a vivir en el país que ya nos acogía, estábamos casi completos ahí y ella trataba de estar con nosotros en cada fiesta importante. Esa era la razón de valorar la cercanía con todos los que nos importaban.

La familia era y sería siempre primero; y no se trataba de una imposición, era más bien una necesidad.

 

____****____

 

—¡Joder! Me estás pinchando —escuché una queja a mi lado.

Era la mañana siguiente, estaba en mi cama y aquel murmullo molesto me despertó.

Sentía calor y sabía que no era por la calefacción de la casa que usábamos en días fríos.  Descubrí la razón de aquella calidez cuando abrí los ojos. Leah estaba a mi lado y se quejaba de un pinchazo en su costado.

— ¡Mierda! —me quejé y puse una almohada entre nosotros.

—¿Qué? ¿Acaso duermes con una linterna? —bufó todavía con los ojos cerrados y me reí.

—Nah, es mi bastón mágico. Suele recargar su poder a esta hora. —Sus ojos se abrieron de golpe cuando dije aquello y pegué una carcajada.

Aunque hubiese querido inventarle una excusa, mi erección matutina iba a delatarme, así que opté por decir la verdad.

—¡Idiota! Ve a mear —bufó y se alejó de mí poniéndose bocabajo.

Había llegado a mi cama la noche anterior y cuando le pregunté el porqué, respondió con que Daemon la echó de su lado cuando intentó dormir con él.

Había más recámaras libres en casa, —ella tenía la suya— sin embargo, alegó que no quería dormir sola, ya que tenía muchas cosas en la cabeza, de las cuales no deseaba hablar ni pensar, y Abby estaba durmiendo con Eleana porque ya se lo había prometido. Daemon le explicó que era una mala noche para recibirla en su habitación y, sabiendo lo que sufría, le dio su espacio. Al parecer, si yo no la aceptaba entonces se hubiera ido para el hotel con la mala imitación de Ken y, por supuesto, no lo permití.

Esa fue la razón de que amaneciera conmigo. No era la primera vez que dormíamos juntos, pero sí en la que me pasaba tal cosa. Nos teníamos confianza, por eso no me avergonzó, es más, me causó gracia. Salí de la cama para ir al baño, aunque mi sonrisa divertida se borró justo cuando llegué a la puerta y analicé mejor lo que me exigió que hiciera.

—¿Por qué mierdas sabes lo que tengo que hacer para que se me baje la erección? —exigí saber y, aunque estaba bocabajo y casi cubierta de pies a cabeza por la sábana, noté su tensión—. ¿¡Leah!? —la llamé, y al no hacerme caso tomé la sábana y la quité de su cuerpo.

Cogí su tobillo y tiré de ella hasta casi sacarla de la cama.

—¡Demonios, Aiden! —se quejó haciéndose la ofendida y la miré con seriedad cuando se puso de rodillas, acomodándose en la cama.

—¿Cómo lo sabes? —repetí molesto y juré que iría a degollar a su noviecito si la había tocado ya de esa manera.

—Lo comentamos entre amigas del colegio y una de ellas, que tiene más experiencia, nos lo explicó. ¿Contento? —farfulló y vi que decía la verdad.

O fingía demasiado bien.

Lo cierto fue que le creí y me arrepentí por mi acción anterior.

—Todavía eres una niña, Leah. No la cagues, por favor —pedí, diciendo más para mí lo primero.

—No inventes, Aiden, tengo dieciocho años —soltó y comenzó a caminar hacia el baño llevándose la sábana con ella. Cuando estuvo cerca de mí me la tiró a la cara, pero tenía buenos reflejos y la cogí antes de que me impactara—. Y cubre tu maldito bastón —se quejó y miré hacia abajo.

Dormía solo en bóxer y mi amigo, en lugar de calmarse, estaba casi en toda su potencia. ¡Perfecto! Jodía a mi prima por imaginar lo que hacía con su novio y yo le mostraba justo lo que no quería que viese en ningún hombre.

—Todavía no los cumples —alcancé a decirle antes de que desapareciera dentro del pequeño cuarto.

Y si bien faltaba menos de tres semanas para cumplirlos, me seguí diciendo a mí mismo que era una niña. Mi prima. Me lo repetí como un mantra.

 

El desayuno en familia nos esperaba rato después. Leah se había ido sin decir palabra alguna cuando salió del baño y tampoco quise hablar nada. Me tardé más de lo necesario y casi fui sacado por mi madre de la oreja de aquella habitación por hacerlos esperar. Nos marcharíamos esa tarde para Virginia Beach, puesto que estábamos perdiéndonos la clase de ese día.

Cuando llegué al comedor saludé a todos notando que ni Leah ni Daemon estaban en la mesa y justo cuando me dispuse a sentarme escuchamos unos gritos afligidos fuera de casa. Salí de inmediato al percatarme de que se trataba de Leah. Papá se había ido detrás de mí y juntos maldijimos y corrimos al ver la escena frente a nosotros.

Daemon se encontraba sobre Joshua. Lo estaba moliendo a golpes y el pobre chico ya ni se defendía ante la furia de mi hermano.

Los problemas apenas comenzaban.

[1] Mammina es mamita en italiano.

Todo estará bien

 Aiden

 

¿Qué podía ser peor que el hecho de que Daemon casi matara a la mala imitación de Ken? Ah, ¡sí! Que ese idiota estuviera a punto de caer en coma, que mi hermano estuviese casi llegando a la oscuridad una vez más y que los padres de Joshua fueran personas influyentes en su país y mi copia estuviese amenazado de ir a la cárcel, acusado de intento de homicidio.

Y la razón de que Daemon hiciera tal cosa no era clara, ya que Leah estaba más preocupada por su novio que por uno de sus familiares más cercanos.

Dominik y Lee-Ang se fueron al hospital después de que la ambulancia lograra llevarse a Joshua, cuando al fin pudimos quitar a D de encima de él. Controlar a aquella bestia no era fácil y sobre todo porque siempre lo hacíamos evitando inyectarle sedantes que lo noquearan. Utilizar la fuerza era más cansado, pero no importaba porque era menos dañino para mi hermano y nos habíamos prometido no envenenar su cuerpo con tantos químicos, pues en el pasado tuvo que utilizar demasiados cuando la enfermedad que padecía amenazó con arrebatarle la cordura.

Desde muy pequeños nuestra madre nos hizo practicar diferentes tipos de artes marciales y deportes, todo para canalizar la energía de sobra con la que mi hermano había sido recargado de nacimiento. Su vida no era fácil, sin embargo, él era demasiado fuerte y luchaba cada día para vencer sus demonios internos y mantenerlos en paz sin necesidad de los venenos. Daemon estaba perdido en aquel momento, la ira en su interior lo volvía loco y, siguiendo los pasos ante esas situaciones, madre llenó la tina con cubos de hielo y agregó agua fría mientras padre me ayudaba a meter a Daemon sin quitarle la ropa, ya que eso era imposible de lograr sin llevarnos un par de golpes.

Y los golpes de mi copia recargada no eran algo que deseaba recibir.

—¡Voy a matarlo! —gritó con ímpetu. Papá lo agarró de los brazos y yo de sus piernas— ¡V-Voy…a…m-matarlo! —siguió vociferando con la respiración entrecortada.

La frialdad de la tina cortó su respiración y habla. Luchó aún más por salir de ahí y tanto papá como yo jadeamos al ser salpicados por el agua-hielo. Todavía seguíamos creyendo que era cruel hacerle eso, y sobre todo cuando en ocasiones aquel líquido enrojecía su piel al quemarlo, pero era la única manera que teníamos de bajarle un poco la ira y evitar que su estado empeorara. Su oscuridad iniciaba, sus ojos todavía no cambiaban de color y estábamos a tiempo de evitar que cayera en su pozo profundo de depresión.

Sabía que mis ojos estaban igual de brillosos y rojos como los de padre. Evitamos que las lágrimas salieran de ellos y más cuando vimos a mamá intentando ser fuerte y estar ahí para uno de sus hijos, para el que más la necesitaba en aquel momento.

La primera vez que utilizamos ese método corrimos el riesgo de que D sufriera un paro cardíaco, pero lo hizo demasiado bien y con el tiempo se acostumbró a aquello, hasta colaboraba cuando le quedaba una pizca de cordura.

—Todo estará bien, mi ángel bello —afirmó mamá con convicción.

Metió las manos al agua e hizo una mueca al sentirla, sin embargo, dejó de lado el dolor que la situación le provocaba y mojó la cabeza de D.  

Él ya tiritaba y buscó con el rostro la caricia de nuestra madre. Lo soltamos al saber que se estaba calmando. Mis brazos estaban rojos por haberlos tenido en el agua, mis músculos se entumecieron y mis huesos dolían. Padre estaba igual, aunque aquello era nada para lo que en realidad sentíamos.

¡Joder! Esos momentos eran siempre los peores de mi vida, mi hermano era mi todo y me sentía como un cretino cuando tenía que hacerle tal cosa.

La policía llegó un rato después en busca de Daemon. Deseaba ir al hospital y saber cómo estaba Joshua, no porque su vida me importara sino porque de su estado dependía la libertad de mi clon; quería saber también cómo se encontraba Leah, pero en ese momento para mí era más importante proteger a mi hermano y evitar que se lo llevaran. Por fortuna, padre tenía influencias e impidió que lo hicieran de momento, aunque iría a juicio si el Ken o sus padres ponían una denuncia.

Debíamos evitar eso. En Italia Daemon ya había tenido un problema grande y si lo que acababa de suceder llegaba a las oficinas de seguridad de ese país iban a reclamarlo para castigarlo, ya que, aunque nos habíamos naturalizado como estadounidenses, nacimos en Italia y, por lo tanto, respondíamos a sus leyes. Esa era una situación que no estaba dispuesto a permitir.

Me sentía demasiado preocupado también porque D no había dado indicios de caer, siempre llegaba la manía antes de la ira para terminar en la depresión, pero en ese momento la manía no hizo su aparición y eso complicó todo. Mi pecho dolía al pensar en mi otra mitad. Dejé caer mis lágrimas sin temor a parecer débil porque me asusté como la mierda y seguía así por la incertidumbre de lo que iba a suceder con Daemon. Padre llegó a donde estaba y, sin decir nada, me abrazó; permitiendo que llorara en su hombro. Pasarían los años y jamás me acostumbraría a estar en ese lado de la vida.

Deseaba ser yo el de aquella condición, sin duda alguna me habría cambiado de lugar con mi hermano al tener esa opción. Aceptaría el triple de eso si él tuviera la oportunidad de liberarse un poco de su infierno.

—Él no irá a ningún lado —aseguró papá con la voz gruesa—. Te lo prometo, Aiden, nadie te alejará de tu hermano, y a nosotros ningún malnacido nos quitará a uno de nuestros hijos. Antes tendrán que matarme y te juro que les costará un infierno lograrlo. —Lloré en silencio, sin embargo, creía en él.

Padre siempre cumplía las promesas.

Entré a la habitación de D cuando mamá salió, estaba dormido después del litio y el sedante suave que se le había administrado. Dormía tranquilo, su piel seguía roja y me sentí culpable por haber provocado eso. Cuando la ira llegaba a él siempre íbamos al gimnasio de Evan —uno de los amigos de mi padre—. Allí tenían un ring adecuado para esos momentos y solo Dasher o yo podíamos hacerle frente a la furia que amenazaba a Daemon con hacerlo explotar. Los golpes no se sentían bien a pesar de la protección que usábamos, pero prefería eso a recurrir a esos baños de hielo.

Me subí a la cama y besé la frente de mi hermano antes de acostarme a su lado, tal gesto no me hacía sentir menos hombre, como a muchos de mi edad les pasaba; estaba seguro de mi sexualidad y gustos, así como también de la educación con la que nuestros padres nos hicieron crecer. Además, amaba al tipo que estaba a mi lado, era mi alma gemela y me desgarraba el corazón verlo así.

—¡Mierda, D! Siento mucho lo que te hice —susurré en nuestro idioma natal, a pesar de que no me escuchaba.

Un tremendo suspiro entrecortado hizo subir su pecho con brusquedad y eso me puso peor al imaginar que todavía resentía la frialdad del agua. Mamá lo había cubierto con una sábana gruesa, aunque tardaba en hacer su efecto.

Salí de la habitación cuando me aseguré de que dormiría por muchas horas y decidí ir al hospital para averiguar la razón por la que mi hermano actuara casi como un asesino desquiciado.

—¡Joder! Dime que está bien. —Encontré a Dash a punto de entrar por la puerta. Su rostro reflejaba aflicción pura y más cuando me observó a mí.

—Ahora sí, pero sabes a costa de qué —informé. Llegó hasta la cama y observó a mi hermano, hizo lo mismo que yo antes y luego se sentó en una silla que estaba cerca.

—Era eso o perderlo por días, y lo sabes, Aiden. No te sientas culpable, sé por lo que pasas, ya que me ha tocado hacerlo en el pasado y es una mierda. No obstante, él nos agradece por no permitirle caer en la oscuridad; hacemos todo para retrasar ese momento y Daemon es feliz de tenernos congelando su culo antes de que la mierda lo tumbe por semanas —me recordó y asentí.

—Mis padres estarán aquí a cada momento, pero échale un ojo por mí en lo que voy al hospital. Necesito saber cómo está Leah —pedí y asintió.  

—No moveré mi culo de aquí hasta que ese grandullón lo pateé fuera de su territorio —avisó y sonreí agradecido—. Tía Isabella les comentó a mis padres lo sucedido y ellos a mí. Te juro que quiero terminar lo que D no pudo con ese bastardo —bufó. Me sentía igual.

—Volveré pronto —avisé.

—Llama a Dominik antes y dile que vas para allá. Podrían pensar que eres Daemon y deseas rematar a ese idiota —recomendó y saqué mi móvil para seguir su consejo.

Aunque si Daemon tenía que ir a la cárcel estaba seguro de que me haría pasar por él, porque por nada permitiría que sufriera tal cosa.

Mis padres no estaban de acuerdo con que fuera, aunque respetaron mi deseo y solo me pidieron que cuidara lo que diría o haría. Estuve marcando el número de Leah durante todo el viaje hasta el hospital, pero no se dignó a coger ninguna de mis llamadas y cuando llegué la encontré con Lee y Dominik. Él me aseguró que se estaba encargando de todo y que por ningún motivo iba a dejar que Daemon saliese perjudicado. Leah había tenido que enfrentarse a los policías que cogieron el caso, no obstante, ella no pudo hablar debido al ataque nervioso que todavía sufría por haber presenciado la pelea.

La comprendía, cualquiera se hubiese cagado del miedo al ver el estado de D, pero yo necesitaba averiguar la razón por la que mi copia hizo lo que hizo.

—¿Cómo estás? —le pregunté cuando Lee me cedió su lugar para estar a su lado.

Sus ojos estaban hinchados y llorosos, su nariz roja y se abrazaba a ella misma. La envolví entre mis brazos y la hice recostarse a mi costado, besé la coronilla de su cabeza y respiré su aroma con profundidad. Mi pobre pequeña tuvo que haberse asustado hasta la mierda.

La convencí para ir a la cafetería y la insté a tomar un té. No me había hablado aún y apartarla del lado de aquel imbécil me costó un infierno, cosa que empeoró mi humor. Y tenerla en ese estado me costaba incluso más. Ambos estábamos uno frente al otro, ella miraba el vaso entre sus manos y yo presionaba el mío, viéndola con impaciencia, dándole de forma obligada el tiempo para que se animara a decir algo.

—Háblame, Leah… —pedí cuando me harté de la situación y le cogí una mano— ¿Qué sucedió para que Daemon reaccionara así? —cuestioné tratando de ser cuidadoso y darle confianza, aunque la sentí tensarse y ponerse un tanto nerviosa; busqué su mirada y me la negó.

Joshua estaba sedado, pero supe por Dom que ya había hablado con Leah antes de volverse a dormir y eso me enervó. No era ningún estúpido y él solo aparentaba serlo, podía jurar que era más un lobo vistiendo de oveja.

—Nunca creí decir esto, pero D es un monstruo. Atacó solo por hacerlo. —Mis cejas se alzaron al escucharla, me negué a creer lo que estaba diciendo y se lo demostré—. Es verdad, Aiden. Joshua me estaba abrazando y besando, de repente fue arrancado de mi lado y después solo fui capaz de ver a Daemon sobre él. Josh ni siquiera pudo defenderse ante esa mole que tenía encima. 

—¡Mientes! —largué—. Sabes bien que Daemon no hiere ni ataca solo por hacerlo, y no es un monstruo. No olvides que estás hablando del tipo que te ama como a una hermana y te cuida como tal. Jamás te dañaría a ti, Leah, y él sabe que arremeter contra ese imbécil que tienes por novio sería hacerlo contra ti —espeté furioso y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Vi culpa y dolor en ellos, después furia y odio. 

—Cree lo que te dé la gana. Yo sé lo que vi —repuso poniéndose de pie y antes de que se marchara la tomé del brazo.

Hizo una mueca de dolor y al querer aflojar mi agarre en ella miré hacia abajo y noté un morado en su piel lechosa. Mi corazón latió rápido, martilleando con dolor mi pecho; mi ira amenazó con salir a la luz.

—¿¡Quién te hizo eso!? —exigí saber. Leah se zafó de mí y quiso esconder lo que ya había visto.

Miró a todas partes al percatarse de que las personas estaban comenzando a observarnos y a mí me importó una mierda, solo me puse de pie para que entendiera que no se escaparía de mí tan fácil.

—¡Responde de una puta vez! —siseé entre dientes a punto de ir hasta la sala en la que se encontraba aquel hijo de puta y matarlo yo mismo, porque algo me decía que había sido el causante del daño en la delicada piel de una mujer que jamás debió tocar.

—Lo hizo Daemon —soltó de pronto y retrocedí asustado. No lo creía y me dolía que ella blasfemara así contra él.

—¡Puta mentira! —gruñí. Ella negó.

—Se puso como loco, como una bestia, y me apartó con demasiada fuerza cuando quise impedir que dañara a Joshua. Pero despreocúpate porque mi novio me ha prometido que no levantará ninguna denuncia y se echará la culpa de lo sucedido para no dañarme con el hecho de ver a mi primo en la cárcel; puedes estar tranquilo porque Daemon no será apresado —aseguró como si con eso arreglase todo. Se fue dejándome estupefacto.

Era simple para mí no creer en lo que había dicho. Me negaba a imaginar a mi hermano dañando a aquella chica que él veía como su hermana, puesto que ni en los peores momentos de su enfermedad Daemon dañó a ninguna mujer. Y también me resultaba difícil aceptar que Leah hubiera dicho semejante blasfemia.

¡Demonios!

¿Cómo Daemon lastimaría a Leah o a alguna otra mujer? Si a las chicas era cuando más les gustaba estar con él porque, aunque era salvaje, les daba placer en lugar de dolor.

En el pasado, durante la niñez y adolescencia me metí en muchos problemas por defenderlo de los abusos que recibía de otros chicos, y no era porque él no supiera hacerlo. ¡Joder, no! Era porque se controlaba para no dañar a nadie ni por accidente en su descontrol y el maldito hijo de puta, falsa y patética copia de Ken sabía lo que era sufrir en carne propia la furia de mi hermano.

Él y el maldito profesor italiano que una vez trató de propasarse con nuestra madre eran los únicos conocedores de la ira de un verdadero monstruo. Leah no tenía ningún derecho de llamarlo así.

 

____****____

 

Llegué a casa pensativo y todavía preocupado. Lane había llegado y lo encontré fuera de la habitación de Daemon junto a Dasher. Me dijeron que Abby estaba dentro y se quedó dormida al lado de mi copia, por esa razón decidieron salirse y darles privacidad.

«Idiotas inteligentes». Pensé al entrar y ver a mi hermanita con sus piernas desnudas por el pantaloncillo corto que usaba. ¡Carajo! Sabía que ella era libre de vestirse como quisiera, pero eso no significaba que yo dejaría de odiar su estilo. Solo me lo tragaba para evitarme varias peleas.

Total, solo me amargaba, ya que no la haría cambiar de opinión y menos de estilo.

Y de haber encontrado a Lane y a Dasher adentro con ella así creo que solo habría servido para desquitar mi frustración con ellos. Con Lane sobre todo, ya que había notado que se le iban los ojos en Leah cuando estaba cerca y no deseaba comprobar si haría lo mismo con mi hermana. El cabrón estaba olvidando el límite que nos impusimos debido a que Dasher una vez cometió la estupidez de invitar a salir a la hermana de Lane. El idiota se enfureció al enterarse y le exigió a mi primo que se alejara de la chica.

Dasher valoró más su amistad en esa ocasión y desde entonces nos hicimos la promesa de jamás pretender nada con las mujeres de nuestras familias. Mi hermana y primas eran prohibidas para ellos, las de ellos eran prohibidas para Daemon y para mí.

Así funcionaba todo mejor.

Mamá llegó a la habitación para cerciorarse del estado de mi hermano y cuando notó que él dormiría por mucho más tiempo, lo dejó descansar. Su rostro demostraba el dolor que sentía y también la preocupación.

—¿Podemos hablar? —le pedí y asintió.

La llevé hasta mi recámara y se sentó a mi lado en la cama. Antes de decir algo la abracé con fuerza. Me correspondió con intensidad. Eso me demostró cuánto necesitaba aquel gesto.

—Te amo, mujer —susurré en su oído. Su respuesta no se hizo esperar y me plantó un beso en la mejilla—. Ven aquí —le pedí. Me recosté sobre la cama e hice que se acomodara a mi costado.

—Tu padre fue a visitar al alguacil que tomó la declaración de Leah. Están esperando a que todo sea más claro para saber cómo proceder —me informó y me quedé viendo al techo, sobando su espalda y pensando en lo que Leah me había dicho.

—¿Crees que D sea capaz de lastimar a una mujer estando en su mal momento? —Me odié en seguida de haber hecho esa pregunta. Lo hice por tener siquiera una mínima duda de que mi copia hiciera tal cosa.

—No. —Su respuesta fue rotunda—. Desde que ustedes nacieron me dediqué a formarlos como hombres con respeto a las mujeres y confío en que nunca lo olviden, incluso en sus peores momentos. Y cuando supimos de la bipolaridad de Daemon, hice todo lo que estuvo en mis manos para que sus ataques y oscuridad fueran más llevaderos, por lo mismo soy capaz de meter las manos al fuego. No solo por él, sino también por ti.

La besé en la coronilla y respiré profundo.

Todavía recordaba cuando ella nos decía que las chicas eran monstruos que nos iban a buscar con la excusa de ser nuestras novias solo porque querían comernos. Sin embargo, cuando cumplí quince años descubrí que me gustaba cómo esos monstruos me comían; desde entonces Isabella Pride se dio por vencida con esa tonta excusa y comenzó nuestro nuevo aprendizaje: las chicas no eran objetos, por lo tanto, no eran pertenencia de nadie. A las mujeres se les respetaba y en el ámbito de las relaciones solo se podía jugar con ellas sí también buscaban juego, de lo contrario, y si no estábamos interesados en relaciones formales, teníamos que alejarnos para no lastimarlas.

Las chicas eran rosas delicadas aun cuando sabían defenderse, como en el caso de las mujeres de nuestra familia, pero eso no significaba que podíamos lastimarlas físicamente.

¡Mierda!

Me sentí peor cuando madre me hizo recordar todo eso. No tenía que dudar de mi alma gemela, así fuera Leah la que lo pusiera en entredicho. Esa mujer podía volverme loco con sus locuras, incoherencias o estupideces, pero Daemon era mi hermano, mi sangre, mi todo; Y sí, estaba por encima de cualquiera que no fueran mis padres. Y no se trataba de preferencias entre hermanos, sino de que con él compartía, literalmente, la vida desde que fuimos concebidos.

—Adelante —dijo mamá cuando tocaron la puerta. Abby se asomó a través de ella.

—D ha despertado, lo dejé con los chicos para venir a avisarles. —Ambos nos pusimos de pie de inmediato. Patito todavía estaba adormilada, pero su rostro de felicidad me hizo respirar un poco más tranquilo.

Cuando llegamos cerca de la habitación escuchamos risas y, por reflejo, nos sonreímos entre mi hermana y mamá. Eso era señal de que mi hermano estaba allí adentro y no Dep, como él se llamaba cuando estaba deprimido. 

—¡Madre! —Entramos enseguida de que él gritó y llamó a mamá.

Nos reímos cuando encontramos a Dasher recostado y abrazándolo por la espalda y Lane por el frente. D cubría su rostro con la almohada e intentaba sacárselos de encima.

—¡Chicos, basta! —pidió ella siendo algo inútil. Daemon quitó la almohada de su rostro y nos miró, casi volví de nuevo a mi verdadera vida cuando noté que sus ojos seguían gris miel.

Seguía ahí, el gruñón que tanto amaba estaba de regreso.

Mi felicidad fue demasiado grande y me uní a aquella ridícula celebración. Me tiré sobre él y escuché su gruñido cuando, sin querer, le hice perder el aire.

—Sácame a estos idiotas, madre —gruñó, pero su voz no indicaba enojo.  

El cabrón les huía a las muestras de cariño que siempre le dábamos cuando superaba esas etapas, pero estábamos seguros de que las disfrutaba en silencio.

Abby y mamá lograron quitarnos, pero después ellas se recostaron a cada lado de él y lo llenaron de mimos. Su cara de culo jamás desapareció cuando nos burlamos porque se deshizo de nosotros, aunque no de las muestras de cariño a las que huía.

Salió de la cama solo para tomar una ducha y lavarse los dientes. Cuando volvió lo vi y no pude ocultar la culpa que sentía; ya solo estábamos los dos porque minutos antes les pedí a todos que me dejaran hablar a solas con él.

—Sé lo que quieres, Aiden, ni me mires así porque sabes lo que pienso —advirtió y negué.

—Nunca me voy a acostumbrar a hacer eso, aunque sea por tu bien —murmuré. Logré atajar la toalla que me tiró y se quedó desnudo—. En serio, ¡lo siento, D! No me castigues haciendo que vea tu culo o tu polla chica. —Medio sonrió cuando le dije eso.

—Sabes que somos idénticos hasta en eso, así que no me ofendes solo a mí. —Fue mi turno para sonreír y lo vi irse hacia el closet.

No teníamos una polla chica, según las chicas.

Cuando volvió ya vestido solo con un pantalón de chándal comenzamos a hablar de lo sucedido; noté que sus nudillos estaban lastimados y hasta sentí un poco de pena por la mala copia de Ken. Preguntó por Leah y cuando le dije dónde estaba la ira se hizo presente en él y no me agradó su reacción, así que decidí ir al grano.

—¿Por qué lo hiciste? —Miró para otro lado y maldije. Siempre hacía eso cuando no iba a decirme nada, y sabía la razón: quería hablar antes con nuestra prima—. Vamos, D, estarás metido en problemas si ese idiota decide arremeter contra ti. Papá está moviendo sus hilos, pero si dices lo que de verdad pasó ayudaría mucho.

—Hablaré, pero antes quiero ver a esa tonta y saber qué es lo que ha dicho —aseguró y su tono de voz no permitía que alegara.

—Odio cuando te pones en ese plan, y esa tonta dijo que la agrediste. Tiene un morado en su brazo —bufé molesto por su decisión, sobre todo en cuanto escuchó lo que dije de Leah me miró incrédulo e indignado.

—Necesito ir a ese hospital y hablar con ella —avisó cogiendo una playera que tenía al lado. Me puse de pie y lo detuve.

—Si vas allí te meterás en más problemas. Hay policías custodiándolo, así que piensa lo que vas a hacer.

—Entonces ayúdame a traer el culo de esa mentirosa aquí —pidió molesto y temí que regresara a su estado—. Voy a aclarar muchas cosas con ella porque puedo perder el control, mas no mis principios —zanjó y se zafó de mi agarre.

Comenzó a ponerse ansioso y deseé tener a Leah frente a nosotros para que aclarara muchas cosas porque, por su culpa, Daemon la estaba pasando muy mal.

Había mentido, blasfemó contra un hombre que la amaba y me entristeció que hiciera tal cosa por culpa de un tipo al que apenas conocía. Recordé el golpe en su brazo y la seguridad con la que aseguró que Daemon la había lastimado y solo pude pensar en que si lo hizo así es porque buscaba proteger a aquel mal nacido.

—¿Golpeaste a ese imbécil porque fue quien lastimó a Leah? —pregunté con mi voz ronca y furiosa.

Daemon solo se limitó a mirarme.

Daemon

Él nació de un hombre apodado como el demonio más bello y de una mujer comparada con el ángel más malvado. Su destino fue plagado de oscuridad, a pesar de estar rodeado de luz, y su mayor lucha siempre fue lograr sobrevivir. Ella nació de la maldad encarnada en un hombre y la ignorancia vestida de una bella mujer. Su vida fue la de una princesa, hasta que su príncipe la abandonó, y la bestia llegó a su vida disfrazado de una indefensa oveja. Todo choca cuando sus mundos se cruzan y el pasado vuelve, amenazando con ser su peor enemigo. Él busca la luz de su vida, y ella pretende serlo, aunque juntos descubrirán que ambos son oscuridad.

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Nueva ciudad

Inoha

 

Salí del aeropuerto de Norfolk, Virginia, cansada del largo viaje que tuve que hacer y de las impresiones que me llevé al no estar preparada para quedarme varada luego de perder mi vuelo. Aunque mi compañero de asiento había sido de lo más divertido, un chico extrovertido que, a pesar de la tristeza que opacaba sus ojos, supe que la genialidad lo acompañaba siempre.

—Fue un gusto conocerte, Aiden Pride —dije, sincera, y me sonrió, amable.

—Lo mismo digo, Inoha Nóvikova. —Me extendió la mano cuando salimos del área de revisión del aeropuerto y se la tomé con gusto.

El tipo me cayó muy bien y esperaba que su apellido solo fuera una mala coincidencia que no afectara los motivos que tuve para mudarme a Virginia Beach. Una ciudad que me prometía la oportunidad de saldar algunas deudas.

Y otro nuevo comienzo.

Tenía veintiún años y durante trece estuve viviendo en Rusia. Al principio solo con mi madre, quien tuvo que huir de Estados Unidos para poder protegerme de los enemigos de mi padre, a quienes no les bastó con deshacerse solo de él.

Yo ni siquiera me enteraba de lo que mamá hacía en realidad, solo sabía que viajábamos por cuestiones de su trabajo, que fue lo que me explicó siempre, hasta que tres años después de ese ajetreo conoció a Jasha Nóvikov —quien seguía siendo su esposo— el hombre que después de que se casara con ella me dio su apellido para, así, obtener mayor protección. Nos instalamos en Novosibirsk y no volvimos a mudarnos más hasta que mi familia paterna me necesitó y fueron la razón de que regresara a Estados Unidos para ayudarlos.

La mayor parte de mi infancia la viví en Richmond, Virginia, la ciudad que me vio nacer, a tres horas de distancia de donde me encontraba. Y tenía muy buenos recuerdos de aquella época inocente, aunque, de cierta manera, todo lo lindo de esa etapa siempre se vio opacado por la ausencia de mi padre.

Derek Black Sellers fue el príncipe de mi vida, pero me lo arrebataron y me dejaron en el limbo cuando no llegó más a casa para leerme mi cuento favorito: «La bella y la bestia». Y, aunque mis recuerdos con él eran vagos, mi madre, mi abuelo y mi tía abuela se encargaron de hablarme más de mi progenitor. En su momento me contaron una parte de la historia que necesitaba saber para entender por qué tuve que huir del país, siendo apenas una niña y no me gustó para nada de lo que me enteré.

Crecí odiando a los enemigos acérrimos de mi padre y desde muy pequeña se me inculcó buscar justicia para mi héroe. Y es lo que haría, no importaba lo que tuviera que hacer o sacrificar para lograrlo.

—¡Joder, mujer! Al fin llegas. —Ese fue el saludo de Alana Russell, la chica a la cual conocí por medio de internet y quien me rentaría una habitación de su apartamento.

Todo eso formaba parte del plan que armé con mi familia y la chica no tenía idea de quién era yo en realidad. Para ella solo era una extranjera con ganas de hacerme un hueco en su país.

—Lo siento, mi vuelo se retrasó en Denver.

—Bueno, lo importante es que ya estás aquí. Es un gusto conocerte en persona, Inoha, y espero que podamos llevarnos muy bien, ya que seremos compañeras de apartamento. —Le sonreí cuando me habló con amabilidad—. ¡Muévete, mujer! Tengo dos horas de retraso y debo limpiar una casa más para acabar mi día como Cenicienta —avisó y me apresuré en meter mis maletas en el baúl de su coche.

Temí morir antes de cumplir mi objetivo cuando esa mujer se colocó al volante y condujo como si estuviese en una persecución policíaca, maldecía cada vez que un semáforo en rojo la hacía detenerse, y entre mi miedo entendí lo importante que era para ella limpiar la dichosa casa.

—Te dejaré en el apartamento y te tocará conocerlo sola, pero siéntete como en casa ¿eh? Te juro que si la dueña de esa mansión no fuera tan bruja no estaría a punto de asesinarte de un paro cardiaco por mi forma de conducir. —Me reí cuando señaló tal cosa. Era muy parlanchina y se notaba que también era una buena persona.

—Te comprendo, ya tendremos tiempo para conocernos mejor. Solo espero que tengas suficientes cosas en tu refrigerador para hacer una deliciosa cena y esperarte para comer. ¿Llegas a tiempo?

Down on the corner, de una banda que a mamá le encantaba, comenzó a sonar a todo volumen y su cabeza se movió al compás de la música.

—Tienes suerte, hoy es mi día de descanso en mi segundo trabajo —avisó sin dejar de mover la cabeza. Ese era el efecto que Creedence Clearwater Revival tenía en mi madre, y hasta en mí, después de escucharlos tanto.

—¿Y cuándo estudias?

Me dijeron que Estados Unidos era un país donde los sueños se cumplían a punta de trabajar como burros, pero al verla a ella tan apurada… imaginé que la realidad era peor.

—Este semestre tengo solo clases en línea, así que trabajo ocho horas limpiando casas o locales, cuatro como recepcionista en un gimnasio y al salir dedico dos horas a mis estudios.

—Vaya vida la que tienes… —señalé y se encogió de hombros.

—Espera un momento —pidió cuando llegamos a otro semáforo en rojo. Me reí cuando le dio todo el volumen a la radio y comenzó a cantar el coro a todo pulmón.

Su voz no era para nada afinada, pero la pasión con la que cantaba me hizo disfrutar de aquella letra.

Me giré para ver por la ventana de su Honda —que, si bien no era nuevo, estaba en excelentes condiciones para transportarla a dónde quisiera, incluso con la barbaridad de cosas que llevaba en el asiento trasero— y juro que mi corazón se aceleró al ver que en un hermoso Rubicon en color gris plomo, que estaba a nuestro lado, se encontraba mi compañero de viaje.

Solo que en ese instante lucía más serio y hasta un poco molesto, fue por eso que no quise saludarlo, creyendo que no era un buen momento, pero, por alguna razón que desconocía… lo miré como si fuera la primera vez que se cruzaba en mi camino, y, a diferencia de cuando lo tuve sentado a mi lado, su belleza me cautivó de una manera indescriptible.

«¡Santa mierda!», exclamé en mi mente cuando sentí que el corazón se me aceleró y unas cosquillas en el vientre me hicieron apretar las piernas.

En verdad no esperaba esa reacción de mi parte cuando rato atrás todo entre nosotros fluyó como una amistad. Sin embargo, no pude evitarlo, y no logré apartar mi mirada de él por más que lo intenté. Los minutos se volvieron eternos, detenidas en ese semáforo.

Su sonrisa era hermosa, mas esa seriedad y frialdad que lucía lo hacía ver como un tipo misterioso, peligroso y muy interesante. Mi cuerpo se paralizó cuando sintió mi mirada y sus ojos conectaron con los míos, dejándome sin habla en el instante que aquellos iris color tormenta me observaron. El coche en el que conducía hizo todo peor, puesto que me sentí más chiquita y hasta inferior al verme atrapada.

Sonreírle fue todo lo que logré hacer. Era Aiden… el alegre chico que alivianó mi viaje y eso me dio el valor para hacer tal cosa.

—¿¡Me conoces!? —Mi tonta sonrisa se borró cuando hizo semejante pregunta y, sobre todo, me desconcertó el tono tan tosco que utilizó.  

No pude reaccionar o responder. Primero, porque el semáforo se puso en verde y con la prisa que llevaba Alana salimos chispadas, casi como si ese Honda utilizara nitrógeno. Y, segundo, porque mi lengua seguía sin poder moverse y mi cuerpo todavía estaba paralizado. Aunque la sensación caliente en mi rostro me hizo saber que la vergüenza ya me había coloreado las mejillas.

¡Mierda!

Sabía que existían chicos que olvidaban a una chica al siguiente día de haber tenido sexo, pero desconocía que había otros que la olvidaban horas después de estar a su lado hablando de cosas triviales o idioteces que los hicieron reír como a una pareja que recién salían.

—¡Ey! —Alana chasqueó sus dedos frente a mi cara para llamar mi atención.

—¡Lo siento! ¿Qué decías?

—No dije nada, solo quise asegurarme de que no te había paralizado un íncubo sin ni siquiera estar dormida —señaló riéndose.

Negué divertida por lo que dijo.

Había escuchado hablar de esos demonios y cómo te poseían durante el sueño, pero jamás tuve una experiencia así, aunque lo que me sucedió con Aiden en aquel semáforo era casi lo mismo que describían sobre ellos; pero ese chico no tenía nada ver con esas cosas.

—Estás loca —respondí fingiendo diversión y miré por el espejo retrovisor de su coche, pero ya no veía ningún Rubicon detrás de nosotras, aunque seguí sintiendo el sabor amargo de la vergüenza por la forma en la que actuó al verme de nuevo.

 

____****____

 

Dos días más tarde ya estaba instalada por completo en aquel apartamento que se convertiría en mi hogar. Mamá se mantenía al pendiente de mí de forma discreta y mi abuelo me dio la bienvenida al país a través de una llamada telefónica, pero no lo vería ni a él ni a nadie de mi familia paterna hasta que fuese el momento correcto y, mientras llegaba, tenía que acoplarme a mi nueva vida.

Me inscribí en la Universidad de la ciudad desde Rusia, ya que, así mis planes no fueran quedarme en Estados Unidos por el resto de mi vida, no sabía cuánto tiempo me llevaría ejecutar la misión que me encomendó mi abuelo. Necesitaba aprovechar los días y acoplarme de nuevo al país como si me encantara estar de regreso, cosa que no era así, ya que, para ser sincera, me acostumbré a Novosibirsk y a los lujos que Jasha nos daba junto a mamá.

Y, ya que no tendría muchas clases hasta tener todo mi papeleo en orden, y debía seguirme acoplando y parecer como una chica común y corriente en busca de un mejor futuro, decidí pedirle empleo a Alana y me uní a su futura compañía de aseo —como ella llamaba a su trabajo—. Esa mujer era una soñadora empedernida y, por cómo luchaba por su futuro, estaba segura de que iba a cumplir todas sus metas. 

—Y ¿tienes novio? —pregunté mientras estábamos limpiando una de sus más de quince casas que tenía como trabajo.

—¡No! Y ni quiero. Con mi última relación entendí que los chicos de ahora no buscan nada serio, solo quieren follar, tirar, coger y volver a follar. —Negué, divertida, al escuchar los sinónimos—. Así que decidí ser igual y de vez en cuando solo busco un buen polvo para desestresarme, luego sigo en lo mío.

Apliqué un líquido limpiador en una mesa de cristal que ya llevaba como veinte minutos pasando el trapo y maldije al notar que todavía se veían manchas.

—Creo que es mejor eso. Al final las relaciones solo se interponen en tus planes, y si eres muy tonta como para dejarte consumir por ellas, terminas por cambiar tus sueños y cumplir los de tu pareja —alegué y asintió de acuerdo.

—Me encanta que entiendas eso. —Entonces cogió la aspiradora para conectarla a la corriente—. Por cierto, tengo una curiosidad enorme contigo. —La miré—. Tu acento es muy parecido al estadounidense, hasta parece que eres de aquí y no de Rusia, a excepción de algunas palabras que mencionas a cada momento en tu idioma. —Sonreí de lado.

—Mi madre es de aquí, así que ella se ha encargado de hablarme en inglés todo el tiempo. Con los únicos que hablo en ruso es con Ja… mi padre —me corregí de inmediato— y con mis amigos.

La vi satisfecha con mi farsa y agradecí que no hiciera más preguntas sobre eso, ya que me caía muy bien como para que mi familia tuviera que encargarse de ella si se metía donde no debía.

Seguimos en lo nuestro tras esa charla y al salir de esa casa nos fuimos directas a la Universidad. Ella tenía que ir a por unos documentos y yo a la única clase que recibiría ese día. Me gustaba la compañía de Alana, aunque evitaría considerarla mi amiga.

«No hagas amigos porque al final solo te estorbarán». Recordé las palabras de mi tía abuela y me sentí incómoda. Buscar justicia no siempre era placentero cuando tenías que sacrificar buena parte de tu vida.

—¡Joder! —me quejé al unísono con otra persona cuando chocamos en la vuelta de un pasillo.

Mi único cuaderno cayó al suelo y me apresuré a recogerlo, pero la persona contra quien impacté hizo lo mismo y quise reírme por lo cliché del momento. 

—En mis libros esto se lee diferente, en la realidad sentí rabia y hasta quise tratarte de… —El chico frente a mí calló al reconocerme y no supe si sonreírle o salir huyendo para que no volviese a hablarme como la última vez—. ¿Inoha Nóvikova? —No creía que hubiese cambiado tanto en dos días, pero su reacción me dio a entender que sí.

—Aiden Pride, otra vez —respondí y, aunque le causó curiosidad lo último, me regaló una sonrisa cálida.

—Iba a decirte tonta, pero… ¡Joder! Qué pequeño es el mundo.

—Al menos hoy me reconoces y no actúas como un capullo —señalé. Él sonrió, divertido.

—¿Por casualidad te cruzaste conmigo en un semáforo el día de nuestro viaje y tenía cara de culo? —preguntó y me reí.

—Sí que la tenías. —Se carcajeó.

Al parecer le divertía tal cosa y seguía sorprendido de verme ahí. Yo también lo estaba, ya que creí que no volvería a verlo.

—Perdóname por eso, luego te explicaré las razones —prometió y me entregó mi cuaderno. Llevaba unas gafas hípster colgadas del cuello de su camisa y bajo su brazo un libro muy grueso de pasta celeste—. ¿Estudiarás aquí?

—Sí, de hecho, voy a mi primera clase —informé y asintió.

La curiosidad de Alana por mi acento, horas atrás, me hizo darme cuenta de que Aiden tenía uno muy distinto al de ella.

—Me alegra volver a verte, pequeña rubia. Te acompañaría hasta dejarte en la puerta de tu salón de clases, como un galán de novela, pero ahora solo soy un simple mortal que muere por ir al baño —confesó y me reí como loca, dejando de lado su acento.

—Anda, ve antes de que te hagas en los pantalones —lo animé y se rio. Se veía demasiado guapo y esa confesión que hizo en ningún momento lo hizo parecer ridículo.

—Sé que nos volveremos a ver, y si vuelvo a tener cara de culo en ese momento te aconsejo que no te asustes y me tengas paciencia —pidió, besó mi mejilla sin que me lo esperase y se marchó con el paso acelerado.

No quería ni imaginar lo que lo llevaba con tanta urgencia para el baño, pero al ver el libro que sostenía bajo su brazo… Me volví a reír como loca.

Esa era la prueba viviente de que los chicos guapos también cagaban y que no todo era como lo describían en los libros.

Llegué a mi salón de clases pensando en mi encuentro con Aiden y antes de que la asignatura diera inicio me di cuenta de un detalle que antes pasé por alto: ver al chico que conocí en el aeropuerto no me causó la misma impresión que cuando lo vi en aquel semáforo, ni los mismos nervios.

El Aiden de minutos antes era un ángel en comparación al capullo de dos días atrás y que me pidiera paciencia me causó mucha curiosidad.

Voces en mi cabeza

Daemon

 

Qué fácil era tachar de bipolar a alguien o encerrarte en esa condición por tu cuenta sin tener una puta idea de lo que conllevaba vivir con esa maldición.

Un día siendo bipolar para una persona sana mentalmente podía ser algo insoportable, casi una vida completa siéndolo —como en mi caso— era como acostumbrarte a pasar tus días en el infierno.

Deberías molerlo a golpes.

Coincido con ella, hazlo para que aprenda quién manda aquí y deshazte de esa copia barata que tienes para que solo seamos tú y nosotras.

No lo hagas, no les hagas caso. Después Aiden no nos amará, nos odiará por lastimarlo, y no soportaría eso. Me moriría de dolor si él faltase.

Me cogí las sienes y las acaricié para intentar que aquellas voces se fueran de mi cabeza, pero era imposible. Nací con ellas y cuando cumplí seis años se revelaron y demostraron que estaban ahí, me aseguraron que jamás me abandonarían y serían mis fieles compañeras; unas que muchas veces querían que hiciera cosas malas, aunque Tristeza siempre se encargaba de recordarme todo lo que me pasaría si hacía caso a Muerte y a Dolor. Tenía también a Esperanza y Felicidad, pero esas putas casi siempre se escondían y aparecían muy rara vez en mi vida. Y las controlaba a todas la mayor parte del tiempo, sin embargo, había días en los que se tornaba imposible para mi voluntad.

En ese momento me encontraba recargado en la puerta del coche, esperando a Aiden —mi gemelo— en los estacionamientos de la Universidad; el cabrón tenía la costumbre de quedarse hablando con los demás después de clases sin importarle que yo tuviese que aburrirme ahí. Dasher, mi primo, y Lane, nuestro amigo, tenían clases en diferentes horarios ese día y, por lo mismo, me tocaba aguantarme la pelea que se formaba en mi cabeza, hasta que a mi hermanito le diera la gana de llegar.

Saqué mi móvil y abrí el juego de puzles que jugaba en línea con otras personas que ni siquiera conocía, y decidí pasar el tiempo de esa manera hasta que el dulce príncipe apareciera. Podía irme solo, pero no estaba en condiciones para conducir, así que jugar era la opción más divertida y la mejor distracción para deshacerme de aquellas voces chillonas. O eso creía hasta que del otro lado del estacionamiento vi a la persona que menos esperaba ver.

Sabía que era la misma chica que vi en el semáforo, aunque más pequeña de lo que imaginé; pero ese cabello rubio y las facciones tan delicadas de su rostro eran inconfundibles, aun en la distancia.

La bonita chica a la que hicimos que le hablaras mal, recordó Dolor.

Me arrepentía de haber sido tan cabrón con ella dos días atrás, cuando me sonrió con amabilidad, como si me conociera, pero, como mi copia decía —refiriéndome a Aiden, un apodo que nos pusieron desde chavales, al igual que clones—: no siempre podía medir mis reacciones y mi forma de ser. O no siempre podía evadir los mandatos de aquellas voces.

La chica caminaba al lado de una castaña a la que vi antes en la Universidad y por un momento sentí ladear mi cabeza y ver con detenimiento cómo se marcaba aquel bonito culo en el jean azul que usaba.

—¡Ey, cielo! ¿Cómo estás? —Dejé de ver a la rubia y puse mi atención en una morena que se acercó a mí, muy entusiasmada.

Usaba una falda vaquera que apenas cubría su culo y, solo por una fracción de segundo, vi lo largas que eran sus piernas e intenté recordarlas, ya que era eso, las tetas o el culo, lo que más veía cuando quería algo con alguna chica. Sin embargo, no reconocí nada de ella e imaginé que me estaba confundiendo.

—Muy ocupado —respondí lacónico y se detuvo de golpe al escuchar mi tono.

—¡Mierda! Eres el gruñón —dedujo y por poco logró que sonriera cuando me llamó así.

No es que no me mereciera ese apodo, pero era gracias a Lane, Dasher y Aiden que todos me identificaban de esa manera.

—Pues sí, el donjuán que buscas está todavía dentro de la Universidad, viendo quién deja que se la meta —solté siendo un hijo de puta y ella sonrió, divertida.

—Pues los dos son unos picaflores, eh. Solo que tú eres como las perras y solo cuando entras en celo te sueltas como el mejor de los jugadores. —Bufé con una sonrisa de mala gana al escucharla—. Y no te lo digo como ofensa, es solo que es la única manera de describirte. No llevas mucho por estas tierras, pero ya has demostrado que la mayoría de las veces mantienes una sexy cara de culo, aunque hay un momento en que cambias y, según los rumores…, te conviertes en un excelente amante. —Puso el dedo índice en su boca y mordió su larga y arreglada uña en un intento por parecer sensual.

Y no es que lleváramos poco tiempo en la ciudad y, por ende, en la Universidad, sino más bien el hecho de que Aiden era el fiestero de los dos y, por lo tanto, lo conocían más a él que a mí.

Ambos estudiábamos Ingeniería Civil y nos mudamos de Richmond a Virginia Beach junto a Dasher y Lane para estudiar juntos en la misma universidad, ya que nos negamos a alejarnos tanto de nuestras familias. Y todos los fines de semana viajábamos a casa para pasar con nuestros padres y hermanos, —en nuestro caso con Aiden. Teníamos una hermana, Abigail, la pequeña princesa de la familia—, aunque hubiera ocasiones en la que los chicos se inventaban excusas para quedarse en la ciudad de fiesta.

Cuando mi condición me permitía conducir, sin cometer una locura o ser temerario, me iba solo a ver a mis padres y hermana. Aiden, por su parte, se quedaba de fiesta, y por eso a veces tendían a creer que él tenía más tiempo en la ciudad, pero la verdad era que a mí me gustaba aislarme para evitar el descontrol y, por lo mismo, me gané que me reconocieran como altanero, poco social o el recién llegado a Virginia Beach.

Algo que no me importaba en realidad.  

—Hoy no estoy en mis días de perra en celo, así que deja de intentar provocarme porque no lo lograrás —zanjé y la chica me miró indignada—. Tal vez tengas suerte de cruzarte en mi camino cuando eso pase y ahí te demostraré que tan bien jodo a las chicas necesitadas de una buena dosis de sexo.

Vi a lo lejos que Aiden iba saliendo de la universidad, así que aparté a la morena con mi cuerpo y me subí al coche dispuesto a irme y encontrarlo. Ella volvió a sonreírme, coqueta, en lugar de ofenderse por lo que le dije. Entonces negué.

Era una lástima, ya que era muy bella, pero sin nada de valor por su persona; y no había cosa que aborreciera más que una chica sin dignidad.

—¿Por qué tardaste tanto? —gruñí al llegar frente a mi clon. Me bajé del coche y me fui para el lado del copiloto.

Le había hablado en nuestro idioma natal —ya que nacimos en Italia—, y, aunque nuestra primera lengua fue el inglés gracias a que nuestros padres nos hablaron así siempre; nacer y crecer en Florencia nos hizo acoplarnos al idioma. Así que la mayoría del tiempo con Aiden y Abby hablábamos en italiano y utilizábamos el inglés con las personas de fuera.

—Cálmate, viejo. Necesitaba mear y, además, te traigo noticias —se excusó y solo lo miré para que continuara—. Me encontré con una nueva alumna y resulta que fue mi compañera de viaje hace dos días —dijo y se puso en marcha.

Me tensé un poco al imaginarme quién era esa persona y no me gustó ver su entusiasmo, pero quise creer que mi molestia se debía a que era consciente del rollo que mi hermano tenía con su novia actual y cierta chica de la familia, y odiaba que solo jugara con ellas.

Aiden tenía la capacidad de meterse en cada problema habido y por haber, pero esta vez se estaba pasando, y si no dije nada fue solo porque lo respetaba y no me gustaba meterme en su vida, a menos que lo ameritara. Y, de hecho, una pelea que tuvo con nuestro padre —y la cual pude evitar, mas no quise para darle un escarmiento— fue lo que lo hizo viajar a California desde Italia y pasar unos días en la ciudad natal de nuestra madre. Por esa razón fui al aeropuerto a recogerlo el mismo día que me comporté como un capullo con aquella chica.

—Y antes de que me congeles con esa mirada porque, sí, aunque no te vea siento esa frialdad… te aviso que la vida te está dando una segunda oportunidad para que enmiendes tu error de la otra vez con la chica del semáforo, ya que mi compañera de viaje es la misma y está aquí como nueva estudiante, es una pequeña rubia de nombre Inoha Nóvikova y, para tu suerte, cree que yo fui el capullo que le habló grosero el otro día. —Comenzó a reírse mientras yo solo pensaba en aquel nombre y la dueña de él.

Mis demonios internos se agolparon como chismosas en una tarde de té, queriendo saber todo sobre aquella rubia; murmuraban cosas en mi mente y casi me hicieron hablar y preguntarle a Aiden todo lo que sabía sobre Inoha, pero callé, ignorándolas, y me concentré en la carretera. Para mí no existían las segundas oportunidades y mucho menos creía que esa chica volvió a cruzarse en mi camino para poder hacer las cosas bien.

Después de aquel día pensé mucho en sus ojos claros observándome con amabilidad y luego con desconcierto. Deseé retroceder el tiempo y solo devolverle la sonrisa, pero eso era algo que no podía hacer, y que estuviera ahí, tan cerca de mí… solo me indicaba que el destino quería joder conmigo y ver si podía volver a cagarla. 

—Necesito ir al gimnasio —avisé a mi hermano sin verlo.

—Esta vez no puedo acompañarte, solo ir a dejarte y recogerte, si quieres. He quedado para comer con Yuliya —explicó. Todavía me costaba creer que iba en serio con esa chica, y más que sería padre.

Y solo porque era mi hermano y lo amaba hasta el punto de doler, callaba lo que sabía de él. Me guardaba mi opinión acerca de lo que estaba haciendo con Yuliya y esperaba, paciente, a que se decidiera a aclarar todo, pero odiaba ese juego que se tenía y muchas veces deseaba golpearlo por ser tan idiota.

—Está bien, vamos a casa para poder cambiarme de ropa y luego me llevas al gimnasio.

—¿Estás bien? Porque te noté un cambio que me preocupa y no me gustaría dejarte solo si no estás en condiciones para estarlo —señaló y negué.

Odiaba mi condición, y no solo por lo que me hacía sentir sino también porque no podía ser independiente en su totalidad y casi siempre necesitaba de una niñera para que cuidara mi culo. Tenía veintiún años, pero debía ser vigilado como un chiquillo de seis, y eso era una total mierda. Sobre todo cuando Aiden dejaba de vivir su vida para cuidar la mía.

—Le pediré a Lane o a Dasher que me acompañen, así no tienes que llevarme tú. Y no te preocupes, estoy bien. Solo he venido pensando en algunas cosas —le informé y esa vez sí lo miré.

Cuando llegamos a casa nos encontramos solo con Lane. Él y mi copia no estaban llevándose bien en esos momentos y, aunque Lane no entendía del todo las molestias de Aiden, yo sabía a la perfección sus motivos y en mi interior me reía de que mi hermano fuera tan infantil.

Tuve que esperar a Dasher para que me acompañara al gimnasio, ya que Lane casi se iba a sus clases, así que a las cinco de la tarde pusimos rumbo a uno de los lugares donde más relajado podía sentirme.

—Bueno, es hora de nuestra rutina y de alegrarles el ojo a algunas nenas. —Suspiró Dasher mientras aparcaba el coche y solo negué, un tanto divertido.

—Es por eso que te quitas la camisa cada vez que estamos dentro —señalé y me guiñó un ojo cuando ya nos acercábamos a la entrada—. ¡Idiota! Te encanta mostrar tus miserias.

—¡Auch! Bien sabes que eso no es cierto, cariño. Tengo solo bondades. —Sonreí burlón cuando me dijo eso.

Ellos sabían que odiaba que me llamaran cariño, a excepción de mi madre, pero desde hacía un tiempo dejé de prestarles atención, ya que mientras más me molestaba peor se ponían, y decidí no llevarles la contraria.

Dimos nuestras tarjetas de identificación y me sorprendí un poco cuando vi a la castaña de la Universidad detrás del mostrador. Dasher, como siempre, fue muy amable y lanzado. Solté un pequeño bufido de resignación y le entregué a la chica mi pase cuando llegó mi turno.

Me fui hasta el área de casilleros para dejar algunas cosas y solo me llevé conmigo mi bebida con proteína. Esa parte no tenía puertas, solo una pared larga que daba la privacidad necesaria entre el área de ejercicios y las duchas y baños, pero debía entrar por un lado y salir por el otro, como indicaban las señales. Sin embargo, a alguien se le antojó entrar por el lado de la salida y justo cuando yo giraba en la esquina de la pared, esa persona dio de lleno en mi pecho y tuve que cogerla antes que cayera de culo.

—¡Madre mía! Lo siento mucho —se excusó. Miré con detenimiento aquel cabello rubio agarrado en una coleta alta y cuando sus ojos verdes se posaron en mi rostro, sonrió, divertida— ¡Joder, Aiden! ¿Es así como nos vamos a estar encontrando? —Tensé la mandíbula y la solté cuando me llamó con tanta confianza y, sobre todo, porque me confundió con mi hermano.

—Siempre y cuando pases de las señales, creo que será así —respondí molesto y su sonrisa se borró.

Me gusta cuando demuestras quien manda.

Hazle saber que es una tonta.

Cerré los ojos un segundo y sacudí la cabeza al escuchar aquello.

—Sí, fue un error de mi parte, pero no es para tanto. Respira hondo, hombre, y cálmate —ironizó. También se había molestado y la vi con intenciones de seguir su camino—. Sé que me dijiste que tuviese paciencia cuando te viera con cara de culo, pero eres difícil en este estado, guapo. Y si te hago caso pronto me volveré loca.

Pasó por mi lado y una rabia estúpida me atacó cuando mencionó lo que, según ella, le había pedido. Tenía mucha confianza con mi hermano, y para ser recién conocidos no me agradaba la idea.

La tomé de su delgado brazo para detenerla y mi corazón se alocó cuando ella se estremeció con mi contacto.

Golpéala contra la pared hasta que su cabeza explote.

Me asusté con aquel pensamiento porque imágenes de esa chica con el cabello rubio manchado de rojo se me revelaron. La solté de golpe y me miró sorprendida por lo que hice.

—Lo-lo siento —titubeé.

—Eres raro cuando estás así. Interesante y misterioso, pero muy raro, y prefiero evitarte hasta que vuelvas a ser mi compañero de viaje. Nos vemos luego —avisó y, sin esperármelo, se puso de puntitas y besó mi mejilla.

Odié todo lo que dijo e hizo porque no se estaba refiriendo a mí, sino a mi hermano, así que me di la vuelta y me fui antes de que ella lo hiciera.

—¡Ey, gruñón! —La escuché gritarme.

La ignoré y seguí mi camino, no estaba preparado para lo que sea que fuera a decirme, o lo que quería decirle a Aiden.

—Yo no soy Caín y mi hermano no es Abel… —susurré para mí cuando deseé ir a buscarlo y hacer justo lo que aquel ser hizo.

La historia de Caín y Abel me había marcado desde el momento en que la escuché y cada vez que mis demonios me pedían, en mis peores días, que lastimara a mi hermano, siempre la recordaba. Y no era posible que Inoha Nóvikova me hiciera pensar esas cosas, sobre todo cuando recién la conocía. La vida solo quería joderme.

Confundida

Inoha

 

Desde aquel encuentro con el chico Pride me había sentido muy confundida. Era demasiado extraño cuando se ponía en su plan frívolo, y por un momento me sentí muy mal por aquel miedo que vi en sus ojos en el instante en que me tocó.

A mí me causó de todo menos miedo, pero, al parecer, él opinó otra cosa.

De nuevo estaba experimentando sensaciones diferentes. En la Universidad me sentí tranquila y contenta de volver a verlo, en el gimnasio los nervios se apoderaron de mí y los escalofríos en mi cuerpo me gritaban que estaba frente a alguien muy diferente e intrigante; y no se equivocaban, Aiden era muy distinto en su plan gruñón y hasta un patán al ignorarme cuando le quise decir algo y siguió su camino como si le hubiese hablado al culo.

Los días pasaron y, con ellos, tuve noticias de mi familia. Mi abuelo había querido verme, y cuando nos encontramos en una ciudad muy lejana de donde me hospedaba, me demostró que seguía siendo un hombre serio y con mucha dificultad para mostrar su afecto, aunque fue cordial, y con eso me bastaba.

—Demian está emocionado de volver a verte. Quiso acompañarme hoy para darte la bienvenida, pero tuvo algunas cosas que hacer. Prometió buscarte pronto —avisó mientras nos tomábamos un café.

Me sentía extraña al estar rodeada de tantos hombres con caras de asesinos, nerviosa por poder ser su próxima víctima y lo único que lograba tranquilizarme era que, por órdenes de David Black, mi abuelo, yo también era protegida por ellos.

Demian era primo de mi fallecido padre y teníamos la misma edad. En el pasado nos criamos juntos; él, Yuliya —una prima lejana— y yo.

Fuimos muy unidos siempre y los favoritos del abuelo, aunque Demian y Yuliya se ganaron más la voluntad de él cuando fueron sus salvadores en un ataque de sus enemigos, en el cual estuvo a punto de morir. A mí me siguió mimando por ser su nieta y estoy segura de que, si mi madre no hubiera tenido que llevarme a Rusia para protegerme, me habría hecho parte de su organización, al igual que Demian.

Los Vigilantes, una organización criminal que creó el hermano de mi abuelo y, al fallecer, fue él quien tomó su lugar.

—También me emociona verlo. Dile que no tarde —pedí y asintió.

Lo vi darle un sorbo a su taza de café y tras eso miró su móvil. La conversación no era nuestro fuerte.

—Abuelo, sé que tus órdenes son claras, pero es un poco aburrido dedicarme solo a estudiar y trabajar cuando estoy perdiendo tiempo en lo importante. —Sonrió.

Tenía pocos días en la ciudad y ya deseaba volver a Rusia, pero evité decirlo porque sabía que eso no le agradaría.  

—No estás perdiendo el tiempo, cariño. De hecho, desde que llegaste marcaste a tu primer objetivo y estoy tan feliz por eso que decidí verte en cuanto recibí los informes. Solo te pido que sigas haciendo todo como hasta ahora. Cuando Demian te busque te llevará más noticias. —Tuve que conformarme con eso e imaginé algo que no me sentó bien.

Aiden no había sido solo una mala coincidencia, después de todo, y, muy en el fondo, lo lamenté, pero sabía que cosas como esas podían pasar y por eso me advirtieron de que no me encariñara con nadie.

Me fui de aquel lugar rato después y uno de los hombres de mi abuelo se encargó de llevarme cerca del apartamento que compartía con Alana. Pensé durante todo el camino sobre lo jodida que podía ser la vida al ponerme frente a un chico tan encantador y que mi objetivo en la vida fuera joderlo por culpa de un pasado que, tal vez, no fue su culpa, pero que me dejó sin padre y a mí huyendo para lograr sobrevivir.

Pero su familia jamás imaginó que, trece años después, aquella niña, a la cual le jodieron la vida, volvería para cobrárselas y muy caro.

 

____****____

 

Me seguí encontrando con Aiden durante los siguientes días y por poco me vuelvo loca al tener que enfrentarme a sus drásticos cambios de humor, puesto que había momentos en los que era un tipo extrovertido y divertido que disfrutaba de nuestros cortos encuentros, y en otras ocasiones se comportaba como un patán al cual le resultaba insoportable verme.

Así que, cansada de todo eso, un día, cuando se comportó amable en un rato y pésimo en otro, decidí ser muy clara con él. Era mejor alejarlo, así también me haría las cosas más fáciles.

—¿Sabes lo cansado que es ser amable contigo cuando estás con ánimos de ser igual y lo mierda que se siente que otras veces me trates con la punta del zapato? —pregunté al llegar a su Rubicon. Estaba en el estacionamiento de la Universidad y jugaba algo en su móvil.

Tenía su cara de culo y usaba una camisa diferente a cuando me saludó horas antes; me escrutó con los ojos cargados de hielo; tras eso bufó y siguió en su juego.

¡Qué cabrón!

—¡Puf!¡Perfecto! Ahora también eres un irrespetuoso. —Sin pensármelo, me acerqué a él y le arrebaté el móvil de las manos, acción que lo sorprendió en demasía—. Odio que seas así, Aiden, y me fastidia que no me pongan atención cuando hablo.

—No soy Aiden —zanjó y su tono casi me paralizó.

—Ah, qué bien. Eres su doble —ironicé y esbozó una sonrisa ladeada.

De pronto una idea comenzó a formarse en mi cabeza y mis mejillas ardieron por la vergüenza. ¿Sería posible que él…?

—¡Ey, pequeña rubia! —El gruñón frente a mí miró a mis espaldas y creo que yo pasé de estar roja a blanca en cuestión de segundos.

—No me jodas… —susurré, pero estaba claro que el chico que había frente a mí me escuchó.

El tipo que me había llamado se colocó justo al lado de quien yo creía que era Aiden y casi me fui de culo. Era evidente que no tenía ningún doble, pero sí un gemelo casi idéntico, a diferencia de sus personalidades y la calidez y frialdad que cada uno poseía en sus ojos.

—¿Recuerdas que te dije que en algún momento te lo explicaría todo? —Hasta en ese momento estaba segura de quien era Aiden y de la vergüenza pasé a la ira en un nanosegundo. Sobre todo al verlo rascando su cabeza como un niño revoltoso descubierto en su travesura.

—¿¡Es en serio!? ¿¡Y después de que me has hecho pasar por todo esto!? —Vi su pena.

—Puedo explicarte todo —aseguró y reí satírica.

A su gemelo no le caía en gracia lo que estaba sucediendo y lo vi ponerse muy tenso cuando vio que su hermano intentaba excusarse conmigo como un novio cuando la caga con su chica.

—¿¡Qué me vas a explicar!? ¿¡Que tú y tu hermano me vieron la cara de estúpida con este juego de niños traviesos!?

—Te juro que no fue eso. Lo parece, sí, pero las razones son distintas. No te enojes, pequeña.

—Te espero adentro —avisó el chico a su lado, estaba furioso y no podía ocultarlo.

Al parecer yo nunca noté la diferencia, pero mi cuerpo y mi corazón sí, ya que reaccionaban diferente cuando el gruñón hablaba o me miraba.

—¡Claro! Vete y alude tu culpa —satiricé cruzando mis brazos a la altura de mis pechos.

Él estaba más cerca de mí y cuando hice tal cosa su mirada se desvió a mi escote durante una fracción de segundo. Me sentí desnuda, así que descrucé los brazos enseguida.

—No te he hecho nada. Tú fuiste la tonta que jamás se enteró de que tenía a personas diferentes frente a sus narices, así que no quieras culparme. En todo caso arregla tus cosas con tu Aiden. —Su tono seco y pedante salió a la luz y mis ojos se abrieron de más con indignación.

Retrocedí un poco y lo vi irse para subir al coche. Estaba demasiado molesto, como si al que le vieron la cara de idiota hubiese sido a él.

¡Perfecto!

—No te dije nada porque quise darle la oportunidad a mi hermano de que se disculpara contigo por haber sido tan imbécil el día que nos cruzamos en el semáforo —habló Aiden. Miré hasta donde estaba su hermano y sus ojos me encontraron.

Me dio una mirada molesta y no la apartó hasta que yo no pude sostenérsela más. Observé a Aiden entonces y recordé lo que sucedió en aquel semáforo, así como todas las veces en las que me crucé con su hermano. Me sentí más estúpida por no haber intuido que eran gemelos.

—Créeme que jamás tuvo intenciones de disculparse —solté al pensar en sus miradas llenas de molestia.

—No es eso, Inoha. Te lo juro, es solo que Daemon no se relaciona fácil con las personas.

—Daemon. —Susurré su nombre sin darme cuenta. Entonces vi que Aiden medio sonrió al percatarse.

—Creo que le interesas. —Lo miré con incredulidad y burla al escucharle—. Ha querido molerme a golpes desde que sabe que te llevas bien conmigo —añadió como para hacer verídico lo que creía y sentí cosas locas con su declaración, aunque negué en mi interior, tratando de controlarme.

Daemon era un frívolo cavernícola y lo único que de seguro le interesaba de mí era seguir rebajándome con esa forma de ser tan tosca que tenía.

—Perdóname por no haberte dicho nada, solo quería que él enmendara su error. 

—Ya olvídalo, al menos ahora sabré a quién debo hablarle y a quién no —señalé, intentando parecer desinteresada y restándole importancia a la travesura que hicieron conmigo—. Nos vemos después, tengo mucho que procesar. —Besé su mejilla sin esperar a que dijera nada.

Sé que Aiden no esperaba esa reacción de mi parte, pero si le mostraba cómo me sentía le daría a entender algo que no deseaba, así que mi mejor opción era comportarme como si nada de lo que hizo me afectara. Pensando en eso me di la vuelta para irme a mi lugar a esperar a Alana y di gracias al cielo cuando vi que ella ya estaba ahí y observaba interesada a donde yo había estado.

Me seguía sintiendo molesta y avergonzada por lo sucedido, aunque comprendí la buena intención de Aiden. Sin embargo, estaba claro que su hermano no deseaba disculparse por nada conmigo, y en lugar de demostrar que le interesaba, como Aiden dijo, Daemon parecía querer matarme cada vez que me tenía cerca, ese día, sobre todo.

—Recién llegas y ya estás de golosa con los gemelos Pride. —Me sentí más tonta al saber que Alana los conocía y no se me ocurrió mencionarle en ningún momento lo que me pasaba. Así, al menos, habría estado preparada para lo que tuve que descubrir.

—Nada de golosa, esos chicos son como niños y me jugaron una muy mala broma.

—Cuenta todo. —Lo hice tal cual.

Ella se reía de mis vergüenzas y casi la golpeé cuando no paraba de hacerlo, pero me detuve al escucharla hablar de todo lo que sabía de los gemelos y lo interesantes que resultaban ser los dos. Eran chicos procedentes de una familia con dinero, aunque no sabía nada de sus padres, y en ese instante —por muy tonta que eso me hiciera parecer— sentí un poco de alivio y esperanza de que no fueran quienes intuí.

Según Alana, Aiden era el más amigable de los dos —cosa que comprobé de primera mano—, pero también un picaflor empedernido y dispuesto a follarse a todas las chicas de la Universidad, aunque en los últimos días estaba más calmado que de costumbre. Y Daemon, aparte de ser gruñón, casi no se relacionaba con chicas, y, según mi roomie[1], se rumoreaba que podía ser gay, información que la pasé como un trago de hiel por mi garganta. Sin embargo, deduje que podía ser cierto por cómo me había tratado.

—Es una lástima si llega a ser cierto porque ese chico, así con su frialdad y todo…, me parece demasiado interesante. Es como el tipo malo que muchas deseamos. —Rodé los ojos al escucharla.

—También el que muchos quieren —le recordé.

—Algunas chicas aseguran que han estado con él y desmienten a morir esos rumores —avisó y bufé con una sonrisa.

—Como sea, espero no tener que cruzármelo de nuevo. —Justo cuando dije eso jugueteé con el móvil en mi mano y lo sentí más grande que el mío.

Al mirarlo me di cuenta de que jamás le devolví el suyo a Daemon después de arrebatárselo y tuvo que irse tan molesto como yo, ya que ninguno se dio cuenta de nada.

—¡Joder! —bufé y Alana me miró desconcertada. Iba a preguntarme qué me pasaba, pero el aparato en mi mano vibró con una llamada entrante y en la pantalla se desplegó el nombre de Aiden—. Acabo de darme cuenta de que no lo devolví —informé cuando descolgué.

No te preocupes, solo quería asegurarme de que lo tuvieses tú.

—Dile a tu hermano que lo siento. Se lo devolveré mañana. —Entonces recordé que era viernes y no volvería a clases hasta el lunes—. ¡Joder! —me quejé y escuché a Aiden reír.

Estaremos en el gimnasio a las cinco de la tarde. Si puedes me lo envías con tu amiga —propuso. Alana podía escuchar, ya que el volumen era alto, y negó.

—No voy a trabajar allí hoy, tengo que servir en una fiesta esta noche. Pero si quieres vas a dejarme y te quedas con mi coche para que se lo puedas entregar tú —sugirió ella y asentí.

—Te lo llevaré yo —avisé a Aiden.

Perfecto, te espero allí entonces. —Tras eso nos despedimos.

Cuando finalicé la llamada vi que en la pantalla de bloqueo se desplegó una imagen, era de una mujer muy bonita y elegante junto a una chica joven, como de diecisiete años. Ambas tenían un leve parecido y eran igual de hermosas. No obstante, ver esa foto no fue de mi total agrado y presioné el pequeño botón en el lateral del móvil para que se apagara.

 

____****____

 

Horas más tarde estaba escogiendo la ropa que usaría y Alana se burló de mí diciendo que tenía mucho interés en estar bonita para ir a entregar un simple aparato. Me avergoncé porque era la verdad, actué sin pensar en el momento que saqué los atuendos que pensaba ponerme; pero no me mentiría a mí misma, y aceptaba que algo cambió desde que me enteré que aquel tipo serio era Daemon y yo no le era de su agrado. En mi interior deseaba cambiar esa situación y que ese hombre me llegara a ver, al menos, como lo hacía su hermano.

—No suelo acceder a estas cosas y la chica que vivió antes conmigo se fue precisamente porque no toleré que lo hiciera, pero… tú me caes muy bien, Inoha. Así que, si las cosas salen bien con la entrega de ese móvil, puedes llevar a ese guapo gemelo a casa. —Le di un golpecito suave al escucharla.

—Acepto que tengo la vanidad de que me vea guapa, pero no pienso llevar a nadie al apartamento, así que despreocúpate. —Ambas nos reímos y se despidió de mí cuando la dejé en la mansión en la que esa noche trabajaría.

Ya eran las cinco de la tarde y estaba a media hora del gimnasio, así que me sentí orgullosa de mí misma al no estar allí de manera tan puntual, pues no quería que pensaran lo que no era.

A las seis estaba llegando a mi destino y cuando estacioné me di cuenta de que no tenía el número telefónico de Aiden, así que no me quedó más remedio que activar el móvil de Daemon y rogué para que no tuviese un patrón o algún tipo de contraseña. Para mi buena suerte el chico era práctico y pude entrar con solo deslizar la pantalla de bloqueo. Me fui a las últimas llamadas, copié el número de Aiden en mi móvil y marqué de inmediato.

¿Diga? —respondió con cautela.

—¡Hola! Soy Inoha, estoy en el estacionamiento con el móvil de tu hermano. Conseguí tu número de ahí —expliqué rápido. Se escuchaba muy agitado e imaginé que era por su rutina.

¡Okey! ¿No te molesta que sea él quien vaya a recogerlo? Sé que aún debes seguir molesta por lo que pasó, e iría yo, pero estoy en la tercera repetición de mi segunda serie y odio interrumpirlas —dijo con diversión y no le creí demasiado.

—Con que no quiera asesinarme será suficiente —apostillé y lo escuché reír—. Estoy en un Honda rojo a tres coches a la derecha de tu Rubicon.

¡Perfecto! —respondió y corté la llamada de inmediato.

Saber que esos chicos eran personas tan diferentes me hizo sentir muy nerviosa.

Me bajé del coche al notar que me ahogaba y respiré profundo, sin importar que se me quemaran los pulmones por el aire helado del exterior. Estábamos todavía en invierno, pero el clima se había vuelto loco y en algunos días se sentía mucho frío y en otros una calidez deliciosa; en ese momento sentí las cuatro estaciones en todo mi cuerpo en cuestión de segundos.

Quince minutos después el dueño del maldito aparato no aparecía y me estaba molestando mucho, así que caminé hasta su coche decidida a dejar el móvil sobre el capó. No me importaba si lo encontraban o no; encima de que se burlaron de mí, Daemon era muy descortés. Me sentí ridícula por arreglarme de más para verlo.

—¡Ey! Así que tú eres mi nueva socia. —Un chico alto, de cabello rubio y cuerpo muy trabajado se acercó a mí. Era muy guapo y descarado, y parecía divertirle algo.

—¿Perdón?

—Soy Dasher y tú debes ser la descarada que se quedó con el móvil de mi chico. —Mis ojos se desorbitaron y mi corazón se aceleró como loco al escucharlo, y, muy en el fondo, sentí una desilusión terrible. Al final los rumores eran ciertos.

Enfrentarse a una novia celosa era una cosa, pero enfrentarse a un novio… ¡Mierda! Quería que la tierra me tragara. Dasher era hermoso, pero Daemon muchísimo más. Solo pude pensar y entender lo que muchas chicas: era una tremenda lástima que a esos chicos no les atrajeran las mujeres, pero igual los respetaba.

Y envidiaba.

—Lo-lo siento mucho, t-te juro que no fue mi intención —titubeé al hablar. Sentía terror de que, a pesar de ser un hombre, actuara como una chica loca y me cogiera del cabello pensando que quería quitarle a su novio.

—Eso espero —advirtió y entrecerró los ojos al verme. No estaba enfadado, más bien divertido, y eso me desconcertó.

—Tengo que irme, y, otra vez, discúlpame.

No esperé a que dijera algo y avancé a pasos agigantados hasta el coche de Alana. Mi corazón seguía desbocado y decepcionado.

¡Joder! Y yo, como estúpida, me vestí para impresionar, pero la sorprendida terminé siendo yo.

No era justo que un hombre siempre se quedara con lo mejor de ellos.

 

[1] Alana en realidad es la arrendadora/casera de Inoha, que en inglés se traduce a lessor, pero cuando se convive como amigos se tiene la costumbre de llamar roomie, que significa compañera de cuarto o vivienda.

 

Heart Trilogy

Cold Heart

They say an adventure is most attractive when it’s dangerous or forbidden or when it’s presented to you by a guy full of tattoos with a cold heart. That’s what Isabella White believed when she made the mistake of falling in love with the most dangerous guy in town. At that moment, she discovered that not all relationships are wrapped in a cliché to last and that, to get it right many times, you have to fail. She also understood that sometimes darkness is more pleasant than light or that many times light attracts darkness, and that’s what Elijah Pride taught her. A dangerous guy who threatened her sanity and pushed her to the limit with the most remarkable boldness, the guy who made her see that for her, the good could become boring and the bad, very lethal. With him, she learned that many times love and pain goes hand in hand, and that can give you the greatest pleasure. But he refuses to love, and she is not satisfied with just playing. That will be her biggest obstacle. Will this girl be able to melt the cold heart of her beloved?

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The beginning of a storm

Isabella

Two years ago…

 

It was in one of the most exclusive cemeteries in the area we lived in, Newport Beach, California, it was my home until I reached the age of sixteen, for the first time I wore black, I never wanted to wear that color even for the gala events that my father did in his company; I refused because I associated it with pain, with the mourning that is carried in the soul after losing a loved one.

I had never participated in a wake, much less a funeral; they terrified me as much as the darkness, and many times I prayed to God that it would never be my turn to live one, but there I was, living the most painful of all, feeling that my soul was lost. My heart was turning to pieces, wanting to cry and not being able to because my tears were scarce in the last two days ago.

My father, John White, was standing in front of the casket of the woman of his life, his eternal love, my mother. He was trying to give a few words of thanks to all who were with us, trying not to break down, not to show his actual pain, one that I could not hide no matter how hard I fought. The rain began to fall as the coffin containing the body of Leah White Miller began to descend; I thought that only happened in the movies, but apparently, the weather had the virtue, sometimes, of showing itself according to the feelings we were experiencing.

For two years, Elliot Hamilton, my best friend, and boyfriend was by my side, supporting me as always. He intended to open an umbrella to protect us, but I refused. I needed the rain to wash away some of my pain. I threw a white rose after my father did too, and we left that place until Mom’s grave was ready.

We left in silence until we got home. My father went to his office advising that he had to make some calls, and Elliot accompanied me to my room. He’s two years older than I, and Dad always trusted him and didn’t mind us being alone, especially at that moment when he decided to lock himself in his grief bubble and shut me out.

“I’m worried about his attitude,” I commented to Elliot when we were in my bed.

We lay down on it, and I rested my head on his arm. He caressed my back; he looked tired, and I understood him. Since my mother’s passing, he had not stopped, and together with his family, they helped dad with the preparations for mom’s wake and burial.

“He will get over it. Give him time, baby. It’s not easy what he’s going through, what you’re going through, and you each deal with it in your way,” he comforted me.

I understood that I lost my mother, the best that life could give me, but dad lost an irreplaceable companion; I witnessed the love they both had for each other, even when they argued, it showed, and that was always amazing to me.

Leah White Miller was a beautiful woman from head to toe, a role model, and a mother by choice, with a big heart. My father went out of his way for her, and they loved each other unconditionally and uniquely. He swore to protect us from everything, but he could not fulfill his goal. I did not blame him, although I would always regret it.

I still didn’t know the reason for her death, nor the details. Dad didn’t want to tell me, and I let it go because I wasn’t in the mood for it at that time. Still, I was not allowed to see her in her coffin as my father refused to let me do it in that state. And it was for the best since I didn’t want to remember her that way but with life, love, and joy, which always characterized her.

I needed to go back to two days ago when mom went to drop me off at school, and before getting me out of the car, she hugged me tightly and told me how much she loved me. At that moment, I didn’t find her attitude strange because it was something she often did, but just in those moments, I understood that she really said goodbye to me with those words and that gesture.

She looked a little nervous or perhaps excited. That was something I would never know.

Could it be that my mother sensed her death?

My conscience asked. I had the habit of talking and answering myself, and I even believed that my inner self had a life of its own.

When I discovered this as a girl, and my mother found me talking to myself, I told her what was happening to me and the little voice I was able to hear in my head; I asked her if I was going crazy, and she smiled tenderly: “No, my dear. You only can listen to yourself and many times that is good but try to listen only to the good things your conscience tells you and ignore the bad ones,” she said, and I nodded more calmly. Although sometime later, I asked her to take me to a doctor to be sure, he confirmed the same as she did, and since then, I have let myself be guided by my inner voice.

However, I often fought more than talked with my conscience, as it advised me to do more bad things than good, at least wrong for me at the time.

“Thank you for being with me, for not leaving me alone,” I whispered and clung to my boyfriend’s body.

“I’ll always be there for you, Isa. Don’t thank that,” he begged and kissed me on the crown of my head.

Elliot was too sweet, and our story could almost be compared to that of romantic, cheesy books. We knew each other since I was eight years old. When we attended the same school, he was two grades ahead of me, but my best friend at the time had her brother in the same grade Elliot was in. That’s how we started to relate. The attraction was born when I turned fourteen. Of course, he had several girlfriends and I had to swallow a lot of jealousy because he did not look at me as I wanted, but no one could separate us when everything happened.

I admit that I was very spoiled by my parents, which made me always dream of a life like Disney princess stories, and Elliot became my perfect prince.

With sadness, I recognized that I was getting closer and closer to getting my own fairy tale since I not only had the charming prince, but I also lost my mother.

It was better to find a new fairy tale and fall in love with the villain.

Poof! Of course not. I love my prince.

I pleaded when my inner voice suggested such a thing.

 

____****____

 

Days passed, and with them, everything became worse.

Dad began to close in on himself more and took refuge in his work, and I began to feel lonely even though I had Elliot and my nanny Charlotte Sellers. The woman was my mother’s age, and both were best friends from a very young age; I looked to Dad to comfort me in his arms, but he didn’t always have time for me. When he came home from work, he would lock himself in his office and make calls in which he always ended up yelling and angry. I hated what my life was becoming and to ignore it. I ended up taking up my training again. Since I was ten years old, my mother enrolled me in self-defense and martial arts courses, there was a time when she also practiced with me, but I stopped when I became more interested in beauty parlors and going out with my friends.

Likewise, I ended up taking my father’s path and drifting away from the few friends I had. My days began to be based on going to school, coming home to practice, doing homework, spending some afternoons with Elliot when he wasn’t coaching on the soccer team he belonged to, or hanging out with his friends.

“Excuse me!” I exclaimed as I was leaving the training room we had at home.

I had bumped into a man who was stationed outside there, he was dressed in a black suit, and his posture was stiff and dangerous; it wasn’t the first time I had seen him, and the only friend I still kept at school, commented that she noticed someone following me. That man was the same person.

“Forgive me, Miss White. It was my fault,” he acknowledged, and I nodded.

“Why are you here, and have you been following me these days?” I wanted to know, and he looked at me a little uncomfortably.

“I work for your father. Those are his orders,” he informed, and that didn’t sit well with me.

All the nevers are being fulfilled since my mother’s death, and this is another one. I have never needed a bodyguard, and I thought it was time to make my father listen to me. Since my life was taking a one-hundred-and-eighty-degree turn, he wouldn’t condescend to explain anything to me.

Determined that and having seen his car earlier, I headed to his sacred place; I noticed the man from earlier following me and brought out the Miller in my blood.

“Let’s see, let’s get something straight,” My voice sounded demanding as I said that I was also getting the White mixed up, and that was already other levels. “I’m at home, and I don’t think that here, someone wants to hurt me, so I’ll appreciate it if you leave me alone. You make me nervous, and I’m already stressed enough without you making me worse,” I blurted out. The poor man looked at me, scared.

“I don’t mean to, but I have my orders, miss,” he defended himself, and I denied.

“I’m going to talk to my father, and I want to do it alone,” I settled. “If you insist on following me even when I go to the bathroom, I swear I’ll make you have a challenging job from here on out, and believe me, I have the means to make you swear for agreeing to take care of me,” I warned.

Damn it! That wasn’t my suggestion.

I smiled satirically when my conscience pointed out such a thing, and the poor man thought I did it for him and looked at me in fright. It wasn’t my intention to be disrespectful, the guy was carrying out orders, but the tension I was living in those days was already taking its toll on me.

I resumed my way, and I was grateful that he was no longer following me. Dad definitely had to listen to me and was more determined than before I headed to his office, but I stopped when I heard that he was not alone. The other voice was Elliot’s father’s, and although it wasn’t my way, I stayed silent and listened to the little argument they were having.

“You need to calm down, John. You’re acting like a rookie, just like that lowlife wants you to,” Mr. Hamilton requested.

“It’s easy to ask that when you’re not in my shoes, isn’t it, Robert?” Dad sounded too angry. “Tell me, what would you do if it was your wife who met my Leah’s fate?”

“I know, John. I’m not saying it’s easy what you’re going through,” Mr. Hamilton replied.

“It’s not,” Dad agreed, “and I assure you that if you were in my shoes and you found Eliza just like I found Leah, you wouldn’t be telling me I’m acting like a rookie.”

There was silence for a few seconds, and my heart broke when I heard Dad sob, but the blood left my body when he spoke again and said the following words:

“She was raped, Robert. That son of a bitch outraged my precious Leah’s body. He defiled it in the worst way and was not satisfied with that. He killed her! He took my heart and stomped on it in the vilest way there is! So don’t tell me he didn’t…”

A loud sob escaped my mouth. There was no way to stop it.

There was no power to take away the pain I felt again, this time intensified to a thousand percent. The pain was mixed with hatred, with the desire to find the fuckers who murdered mom, who raped her, and take revenge on them; I needed to make them pay, to make them regret having touched and harmed her.

“Isabella! Daughter!” Dad called to me.

He and Robert Hamilton came out of the office when they heard me. I was sitting on the floor, hugging my knees and denying. I covered my ears, wishing I hadn’t heard such an atrocity.

“Tell me I misheard, that it’s a lie what you just said,” I pleaded between sobs. “Daddy, please! Tell me Mommy died in an accident!” I never saw him cry before as he did in those moments.

And he didn’t say what I wanted to hear. He just reached out to me and cradled me in his arms as I wanted so badly since my mother was gone.

They used to say that there were better left unsaid truths because they were more upsetting than unsaid information. It was often preferable to remain in ignorance at least for a while, while the heart healed from one wound and then bear another.

And after discovering something so aberrant, I had to face more changes in my life. Apparently, I had only made a one-hundred-and-sixty-degree turn. The other twenty followed and did not please me, as dad decided to send me to live out of the country, a week after I turned sixteen, claiming that I was also in danger. He was not willing to lose me. I felt it very unfair that he would take away the life I was used to, that he would take me away from my boyfriend and make me start a new life, apart from the fact that I wanted to be with him and support each other in our mourning. However, the fear in his eyes made me understand that he was doing this out of love, and it was the only thing that convinced me to give in.

“It won’t be easy, but we’ll make it,” Elliot assured me when we were at the airport.

Since I found out the details of my mother’s death, I cried every day, and again I was without tears, although my heart and soul wept with that goodbye. Dad said that everything that happened was because he had enemies who wanted the power, he wielded with his construction company. Because of a million-dollar contract, he won from the competition. And it was still unbelievable to me to know that there were people so sick and capable of acting against human life for simple greed.

Mom was worth more than a million-dollar contract.

No doubt about it.

“Keep your promise and come visit me on summer vacation,” I almost demanded.

“Baby, you well know that in our families, promises are sacred,” he reminded me. “You’ll have me with you on day one when the vacations start.” He kissed me softly, and I reciprocated gratefully.

“I love you,” I whispered.

The final call to catch my flight was made, and Dad lovingly took my arm.

“I love you,” he replied before I pulled away from him.

His blue eyes turned bright as I began to walk farther away from him.

I didn’t want to say anything to him, but inside I felt that nothing would be as easy as he claimed, and that this departure would change our lives forever. I hoped to return, although I sensed that I would no longer be the same girl who was saying goodbye at that moment to her sweet prince.

Something was screaming inside me that the spoiled and sweet Isabella White Miller died the day her mother did.

 

A hurricane returns

Isabella

 

 

Time passed faster than I expected, and it was a year since I left my country.

“Take it as a sabbatical, honey.”

My father suggested it at the time, and it kept me traveling.

I visited Italy, England, France, Spain, and many other countries, all in Europe; my traveling companions were people Dad would put into looking after me. In one or another of the trips, he joined me. Maybe my father didn’t spend as much time with me as I required, but he gave me what he could, the best of his version after losing my mother. He always told me that he avoided being near me for my protection, although he never gave me more explanations than he wanted to.

With Elliot, I only had contact by phone, and in the last few months, not even that. Since I left California, I assumed that nothing would be as we planned, but living it was worse. Dad explained that my boyfriend was still looking out for me, and if I didn’t hear from him, it was because they thought it was better for my safety.

“Miss, tomorrow we will be traveling to Tokyo,” reported Ella, my bodyguard in Austria, which was where I was staying.

My orbs almost bulged out of my eye sockets when I heard such a thing.

“You’re kidding, right?” She denied a little chagrined. “Call Dad. I need to talk to him,” I asked louder than I intended.

I was staying in the most incredible hotel, it was almost dreamlike, and Austria was one of the few countries I really enjoyed; I had been there for two weeks, the same two weeks in which everyone taking care of me was acting weird. They got rid of my cell phone on dad’s orders, and I could only communicate with him through them. Fuck! They wouldn’t even let me use the internet, and if my dad intended for me to enjoy my gap year, he was screwing it up.

Nothing was the same without social media, outings with friends, evenings with my boyfriend. Shit! I missed even the complicated math exercises or the boring history class at my posh school.

Ugh! And the delicious games with Elliot, not to mention.

I blushed at the thought of that.

“I can’t, miss. Communication with him will be suspended until further notice.” I opened my mouth in surprise, unable to believe she actually said that. “I advise you to pack your bags because we will be leaving before the sun comes up.”

“I haven’t even learned to speak Japanese properly!” I shouted when I saw her leave.

I imagine that Dad, from the beginning, had plans to send me to Tokyo since he always had a Japanese language teacher with me, apart from the private teacher who helped me continue my basic studies, a martial arts instructor, and a weapons expert. At first, I thought he did it so I wouldn’t get bored and spend too much time on the trips, but knowing my destination, I sensed that it was all planned.

What if he was really preparing us for something?

It was possible.

But at that moment, the rage for not understanding anything that was happening around me did not let me see beyond my nose.

“Everything would be different if you were here, mommy,” I whispered, looking at the sky through the window.

My heart was still rebuilding after her loss. It still hurt, I wished I had made all those trips with her by my side, but nothing I did was for pleasure; instead, it was an escape. Daddy was afraid that his enemies would find me, which was why I train and learn to defend myself. And yes, I was aware that if one day those bastards found me, I would not make it easy for them.

 

____****____

 

A year and a half later, I was fully settled in Tokyo. After six months of traveling around Europe, I could finally see a city as a temporary home.

I resumed my high school years there and joined a martial arts academy, where I spent most of my time. My teacher Master Baek Cho became my second father, actually. He played his role better than my own father, and his daughter Lee-Ang Cho, my best friend and sister. Elliot finally kept his promise and traveled to spend all the summer vacations with me, dad joined us for a few days, and I’m sure that after my mother, that was the first time I felt like a family and happy. 

“You look so much different, more handsome,” I said to Elliot when we were in my room that summer.

He had completely lost his teenage image. By now, he looked like a nineteen-year-old boy. His body had more muscles, and he already had to shave every day.

“You too, you look more beautiful, and I like the shape your ass has taken,” I blushed when he pointed that out. “Those jeans you wear make it impossible for me not to get my gaze glued to your ass. I think even your dad noticed as he smacked my head as I watched you walk up the steps.”

“OMG, Elliot!” I exclaimed in embarrassment and made him laugh out loud.

And he wasn’t wrong. Dad noticed his stare on my ass so much. He even ended up talking to me that night.

Too awkward of a conversation.

Fuck! More than too awkward.

Telling him I was still a virgin since my relationship with Elliot wasn’t entirely innocent, we weren’t taking that big step yet, was easier for me than his advice on birth control.

Elliot spent the whole month of August with me. Dad, on the other hand, was with us for three weeks. I said goodbye to them at the beginning of September and sadly continued with my life. Things were more relaxed, and my father no longer showed the fear of before. I felt that everything was getting back on track, and one night I found myself begging him to let me go back to California. I only got only a “we’ll see” from him, and that gave me a little bit of hope.

The following month, just as I turned one and a half years living in Tokyo, he gave me the most anticipated news of my life: he would let me come back. But it was not as good as I imagined because although I would return to the United States, I would not return to my hometown. I had no choice but to accept since that was his only condition, and I couldn’t wait to be back in my country.

Although I had to wait two and a half more months for the long-awaited day to arrive, Dad wanted to prepare everything well before setting foot in my new city: Richmond, Virginia.

I would be away from him and Elliot by a little over four thousand two hundred and twenty-two miles, but worse was the distance between the United States and Japan.

That was a huge and good point.

Agreed my conscience.

Just a week after the second anniversary of my mother’s death, I was at the Tokyo airport; January undoubtedly became the worst month of the year for me, and my mourning was still mostly intact. The color black became part of my closet after that fateful day, and my cheerful and spontaneous attitude was like a blurred version of the old Isabella.

But it was not for less, that horrible death I received my most significant example of life, marked my damn existence, changed me from the tip of my toes to the last hair on my head, and I would never forget it.

I would come back a different Isabella, a girl who wouldn’t let herself be fucked so quickly by anyone.

We would fight to the death.

And I agreed with my conscience.

I would travel from Tokyo and stop in different countries until I got to Richmond, Virginia. The trip would be long, but I was excited to get back, to resume my life and try to start over, trying to forget the pain a little bit or at least know how to deal with it and learn from it.

Lee-Ang and the girls I was with all the time in Tokyo made sure to give me a friendly farewell a day before, my classmates from the martial arts academy became part of my family, and I was sure I would miss them a lot.

“I will miss you very much, American Girl,” Lee-Ang said in her thick Asian accent before leaving my apartment the day of my trip.

American Girl was the nickname I was baptized with by her father.

“And I to you, thank you for everything,” I replied sincerely, and then we hugged goodbye.

My teacher was waiting for me in his car, and during the whole trip to the airport, he dedicated himself to advising me and thanked me from the bottom of my heart for everything he did for me.

You were grateful for all the times he got your ass kicked.

Yes, I learned a lot from that.

Poof! I felt so sorry for you in those moments.

I smiled unconsciously at the crazy things my crazy conscience whispered to me. I suffered a lot, the learning was not easy, but I was very proud of everything I accomplished.

“Well, American Girl, here ends the journey of one of the many trips you will get to make in life,” spoke Master Cho when the call to board the plane was made.

“I’m not good at goodbyes, so please don’t do that,” I asked with a rare gesture somewhere between laughter and tears. He smiled at the sight of me.

Did you know he was making fun of you, right?

I ignored such foolishness.

“I’m not going to say goodbye because this won’t be the last time, we see each other,” he assured. The final call to board my plane came. “Live your life to the fullest and take advantage of the opportunities life gives you, and don’t forget that learning is a treasure…”

“That it will follow its owner everywhere,” I finished for him, the motto of his academy. The words with which he trained my classmates and me.

He smiled in satisfaction as he heard me.

I gave him a short hug, and after that, I left for the plane, the nerves were present again, and from my heart, I wished that the decision I made to return would mark me for good in my life.

And that at last, a good shag with Elliot would come!

Thinking about the words of my subconscious made my nerves worse, and with them as my companions, I began my long journey, my return to my country and a new home.

 

The trip was longer than I expected, but I finally finished it. I took a deep breath when I was already in my new house. Since I saw it, I loved it both inside and out, and I was shocked that my father chose an ordinary house with only one level. It had four bedrooms with its bathroom, besides the living room, dining room, kitchen, back garden, and shed in front.

It was nothing like the ostentatious mansions I was used to, although it had its luxuries. Dad was like that, and I did not criticize him. It is logical that working hard as he did, he indulged in everything he wanted. When I asked him why he changed the mansions, he gave me a reason that did not please me much: he did not want his enemies to find me, and according to his words and thought, “there was nothing better than to go unnoticed in a normal house.” No one would ever imagine that he could find the daughter of the most influential businessman in the construction industry, far from the life of luxury and without being surrounded by bodyguards.

That was what he believed.

And what I expected.

My father had come to pick me up at the airport, and for a week, he accompanied me in my new life. Those days with him were the best days after our stay in Tokyo, and we tried to make up for some lost time and enjoy each other as father and daughter. He accompanied me to the University of Richmond to enroll in a photography course since I didn’t want to take a full degree at that time. After doing that, we got to know the city a bit.

It was nothing compared to Newport Beach, lacking in luxuries, but it was noticeably quieter and had better air as trees and dense woods surrounded it. Unfortunately, the day my father had to leave came, and goodbye was inevitable.

How much I missed mom.

I sighed wistfully at the thought.

The only thing that kept me somewhat excited and made me forget my sadness was that the start of school would be the day after he left. So, after dropping him off at the airport, I went to bed early, after picking out the clothes I would wear on my first day. It had been a long time since I had felt like I did in those moments. I was finally back to being like another girl of my age, an almost eighteen-year-old wanting to eat the world in one night.

But when you had your world in front of you, you didn’t eat it.

Elliot came into my head at that moment.

As was customary since he visited me in Tokyo, I reached out to him every night by calling or texting. It was complicated for both of us to maintain a long-distance relationship, although we managed it up to that point.

“You’ll be eighteen soon, baby, and I want to be there with you,” said the owner of my world, reminding me of the approaching date.

That was still three months away, but I guess it was already good to remember.

“I want it too, honey. You’ll be my best gift,” I expressed sincerely and excitedly.

Eeww, can you be more cheesy?

I laughed to hear such an inner whisper as I accepted that I was getting the cotton candy queen thing with Elliot.

“I love you, Isa. Don’t ever forget that” he pleaded, making my heart race at his words.

“Me too, and you know it,” I reminded him, a little tired and not from him, but from everything, I did all day. “Honey, I have to leave you, classes start tomorrow, and I want to try to get some sleep.” A yawn escaped me unintentionally.

“I hope you can. Have a good night, babe, kisses,” he wished and said goodbye.

After ending the call, I lay tossing and turning in bed for a while, thinking and remembering when mom was alive and her peculiar way of waking me up whenever it was my birthday. I couldn’t help but shed a few tears, I missed her so much, and I knew I could never get over her loss.

But I would try to live the best I could since I was sure that was something she would have wanted from me.

____****____

 

The alarm went off at six-thirty in the morning. Typical that after not sleeping, the time to wake up came to like it was nothing.

I pulled my hand out from under the covers and groped my way to my cell phone. It was official! As much as I loved a song, it wouldn’t change the outcome if I set it as my alarm tone. I hated that stupid sound and would hate the song if I didn’t change it soon.

After turning off the annoying sound, I got out of bed with all my hair messy and went to take a shower; it took me half an hour, not counting the time I took to brush and do all my business. I came out of the bathroom, and my heart was hammering in my chest as if I was about to meet Elliot. Maybe that was the typical reaction in a girl my age about to start a new stage in her life.

The clothes I chose to wear that day included black, as I still didn’t feel able to stop wearing it; being almost ready, I went to the kitchen, and after greeting Charlotte, I had some of the breakfast she prepared for me.

“Nervous?” she questioned as she watched me eat impatiently.

I hadn’t noticed that I was moving my legs as if I had a tremendous urge to go to the bathroom and at times let my gaze linger on a single point, albeit wholly gone.

“Very much,” I spoke with the truth, it was easy for me to be honest with her, “I don’t know if it’s how I must be actually, since even when I started my classes at school in Tokyo, I didn’t feel like this. And this that there I had to speak a different language and wear a uniform with weird shoes.” Charlotte smiled, amused to hear me.

“It’s normal, honey. You’ll start a new life again,” she blurted out wryly, and I laughed, “but this time, you’re where you belong. Your destiny was here all along.” I noticed a hint of malice in her voice and looked at her with a frown.

“What do you mean?”

“Nothing,” she replied immediately. “Don’t mind me. I think I’m being affected by the change too. Better hurry up because you’re running late.” I looked at the clock on my cell phone when she pointed that out.

I ran to the bathroom to brush and applied some pink lipstick as I finished, grabbed my bag with all my stuff in it, and said goodbye to Charlotte. I heard her yell a “Go beautiful!” as I walked out the front door and replied with, “Thank you.”

Being late for the first day of school did not look good.

True, you had to hurry.

I thanked the heavens because Dad took care to leave me a vehicle, that time, he chose a Honda Fit of the year in orange. It was not to my taste, but still, a car was a car, and I was never one of those who gave importance to that. I drove fifteen minutes to get to the university. I had enough time to look for the room where I would have classes, and I was happy to find a free parking lot near the main entrance.

Although I was about to back into the free space, another car pulled out in front of me, immediately gaining the spot.

“Are you fucking me?!” I shouted and blew my horn sharply.

That was a tremendous lack of politeness.

The car was an Aston Martin sports car in black. I didn’t know much about cars, but that was one of Dad’s favorites, and I recognized it in the soup; it had tinted windows and didn’t let me see inside. However, the driver responded by honking his horn at me three times, and without thinking, I took out my middle finger looking in the rearview mirror, and then I beeped my way out of there to find another free parking space.

“Imbecile!” I mumbled, whether female or male.

I wasn’t supposed to let myself go on first impressions, but that first day wasn’t going as I planned the night before.

I just hoped the rest of the day would get better.

So do I, partner. So, do I.

LuzBel

Isabella

 

When I finally found a free parking spot, I parked the car, grabbed my bag, got out of it, and made sure to leave it locked. I took a deep breath to try to calm my anger for the bully from before. Looking around the campus, which, to be honest, was immense, I noticed some guys standing nearby, and they saw me a little weird. However, it was strange that in a university, such a thing would happen. I thought their looks were because maybe they witnessed what happened to me with the blessed parking lot. Oblivious to the moment, I set out on my way, but before I had even made it, someone behind me gave an admiring whistle, and I turned my gaze to that person.

“Nice car,” complimented a beautiful girl with white skin, long reddish auburn hair, blue eyes, and a few inches shorter than me.

She had a beautiful smile and came across as being very friendly.

“Thank you,” I replied, smiling at her.

“I’m Jane Smith,” she introduced herself immediately, extending her hand for me to take as a greeting.

“Isabella White,” I said, giving it a gentle squeeze.

“You’re new, aren’t you?” she asked.

Holy shit, did it show that much? At a college?

Apparently, it did.

“Yeah, does it show that much?” I expressed, making her smile again.

“Actually, yes, only a new person would think to park where you were thinking of parking.” I looked at her ignorantly.

“It wasn’t labeled private,” I repeated, and she denied it.

“Don’t worry about that anymore, Isabella. Come with me, and I’ll show you part of the campus and the places where you shouldn’t park, even if they don’t have any signs,” she proposed kindly. “By the way, what will you be studying?”

“Photography.”

“Perfect, we’ll be classmates and from this moment on friends,” she assured.

So fast?

Well, you were living it with me, so enough of the complaining.

Jane turned out to be a great girl as I sensed, she showed me around the campus, and then we headed to the classroom where we would have our classes. She had her own career on the side and took the photography course just because she always had a passion for art; she informed me about everything about the university and the city. She was easy to talk to, immediately gave me confidence, and made me confident.

The class passed between laughs and whispers from Jane, I didn’t regret at all to have decided on that course, and I thought that in the next semester, I would enroll in the entire career without any doubt; despite missing my father and Elliot, I really liked my life there, and I had the feeling that in that place I would finally be happy, and I would be able to recover my energy.

Lunchtime came soon that first day, and together with Jane, we went to the cafeteria to get something to eat; on the way there, I could realize my new friend’s great charisma and kindness since she almost didn’t say hello to all the students on campus. After waiting our turn and ordering our food, we went to sit at one of the tables. She called for regular people, and I laughed at her comment, but then she explained why.

“You know that both in the world out there and here inside the campus, there are different social classes.” She began, making me remember that I was always placed among the popular ones at my old school, something I never considered necessary, “those over there are the nerds,” she pointed with her head to some boys and girls sitting at a table to my right. “Those over there are the outcasts. Although they are the ones who consider themselves that way since most have gotten in on scholarship, which I consider, is not outcast and they should be proud,” she continued, pointing to a table to my left, “those behind you are the popular ones. Still, I would rather call them sluts.” She was cracking me up with her comparisons.

We weren’t in high school, for God’s sake!

And I was aware of that, but apparently, everything in Richmond was different.

“You’re funny,” I pointed out, still laughing.

“I’m just honest,” she replied with a shrug.

“So, this area we’re in is for us commoners,” I started playing along, and she nodded immediately, taking a sip of her juice.

I looked at mine and grimaced as I realized I was given one that wasn’t the one I wanted.

“What’s wrong with you?” asked Jane, noticing my gesture.

“This is not the juice I ordered. I’ll go change it,” I replied, but before I stood up and left, I saw five guys and a girl enter the place.

Everyone there was silent and staring at them, some whispering things in each other’s ears, and you could see the fear or respect they had for these people.

I felt like I was in the Twilight movie.

Yes, the scene when Bella meets Edward.

Exactly and look at that coincidentally, you even have the same name.

I shook my head at the thoughts my conscience was making me have.

Each of the boys came in a row, one after the other. They were very handsome, rough, and imposing, and there was no doubt about that. Maybe that’s why they caused the impressions I noticed in the people present in the cafeteria, or perhaps, because of those reactions, the guys were growing in ego, since they had a very big and annoying one for me. The girl was beautiful, a little taller than Jane and shorter than me, slim, with curly reddish-brown hair and very bushy eyebrows.

Just like the boys who accompanied her, she walked with arrogance, they didn’t smile at anyone, and from everyone’s attitude, I thought they thought they were the kings of the campus.

Without being exaggerated and above all, without that having happened to me before, I felt my world stopped when I saw the last of the boys. From what his black clothing let me admire, I noticed that he was heavily tattooed “almost in full” on his hands, arms, and neck, leaving only his beautiful face free of ink; he wore black jeans ripped from the knees, and there I also managed to see tattoos. His jaw is square, his eyebrows a little thick. However, defined, thin nose, gray eyes, or so clear, copper-colored hair, short on the sides, long in front and combed perfectly to one side; with piercings in both ears and both sides of the nose, the body worked, and very defined every muscle that showed under the clothes, his shoulders are broad and slender hips, the perfect body of a Greek god.

I only hoped that what hung between her legs was not like that of a Greek god.

Neither did I. In the pictures, they looked very petite.

I shook my head as I realized I was thinking about something that didn’t interest me. The guy is too handsome, but without fear of being wrong, also the most arrogant of them all. For he walked even loftier than the others, giving off the power, security, and a dark aura around him that, although I did not see it, I felt it no matter how far away we were; he did not smile, did not look at anyone and his eyes showed absolutely nothing.

I had never seen a boy this attractive, but he was different. I thought he was the most beautiful man I had ever seen in my short life.

More beautiful than Elliot?

“And what class do they belong to? Richmond Ink?” I asked Jane raising an eyebrow and ignoring my conscience.

For if there was one thing they had in common aside from their arrogance, it was that they all had many tattoos plastered on their bodies, except for the girl.

I saw them sitting right at the table in front of us.

“Shut up! Don’t let them hear you,” she said fearfully, almost in a whisper. I raised my eyebrow once again as I noticed that she was just like everyone else in the cafeteria. “They are the most respected and feared here and all over the city. When you are around them, don’t talk to them or look at them or do anything that might disturb them, like parking in their spots,” she recommended.

That was ridiculous!

Too ridiculous.

“Are you kidding?” I asked, puzzled as I understood the last thing she said and shook her head repeatedly. “Hey, I’m sorry, but I am not and was not made to lower my head to anyone, and I thought I couldn’t park in certain places because they were reserved for important people, not for idiot buffoons,” I refuted, a bit annoyed by such a situation.

“Trust me, Isabella. You wouldn’t want to do the opposite with them,” she continued speaking in whispers, and that was exasperating me, “they belong to an organization called Grigori. Elijah Pride, the boy who is tattooed almost all over his body, is the son of the head of that organization and, therefore, the second in command. They are mighty, and the boys who accompany him are his subjects.”

I listened to her say it all carefully, and that was something I had a hard time believing.

I thought Richmond was a different city than I was used to just because of its quiet and woods, but not because of this craziness I was hearing.

Fuck! Even being close to Hollywood, I didn’t face what I was facing in my new home.

“The first guy’s name is Connor Phillips, and the second is Jacob Fisher, the third is Evan Butler, the fourth is Dylan Myers, and the girl is Elsa Lynn. She’s kind of like Elijah’s official lover. They’re the only ones who can get close to him, the only ones who can talk to him.” Everything she was blurting out both surprised and amused me at the same time.

Where were we? In a fucking movie?

It sounded like it.

Fuck! And that girl even knew her last name. It was terrifying.

I noticed that too, but it wasn’t scary. You were exaggerating. She just had a good memory.

Poof, it was scary to me.

“Why the lover and not his girlfriend?” I asked curiously about the girl.

Really, dude!!! Did it matter?

I was just curious.

Aha!

“Elijah doesn’t have girlfriends, Isa, and he doesn’t love anyone.” Hearing that caused me some surprise, though it was sure to be one of the many ridiculous things happening to me that day. “Don’t talk about him to anyone but me, okay? And if you do, never call him by his name, but by LuzBel.” I heard his nickname, and for some reason, a shiver crawled up and down my spine.

Could it be because he was nicknamed after the devil?

“His nickname is like Beautiful Light, but in Spanish, Luz Bella,” I said in a whisper, unintentionally copying Jane, and she nodded. “The Grigori were a select group of fallen angels, and LuzBel was the first angel to fall.” The girl just nodded at what I said. “It makes perfect sense that they would call him that since LuzBel was the most beautiful angel created by God,” I agreed.

“Yes. And LuzBel or Elijah is just that: the most fucking beautiful man in town and the world, but inside he carries a demon and a cold heart.”

When Jane finished saying such a thing, my gaze immediately shifted to the table in front of us, I found myself right in those gray eyes looking straight at me, and I checked what Jane had said, for in those orbs I saw only coldness. The way he looked at me made me shudder, and I felt every hair on my body stand on end. My heart accelerated, and my hands froze; another shiver ran through me the moment our eyes connected, but I didn’t stop looking at him; it was as if our gazes were anchored. I knew that mine transmitted many things, but in LuzBel’s, I could perceive nothing but… fear?

What an intriguing demon.

After a few seconds that seemed eternal, I forced myself to stop watching him, but before that, I raised an eyebrow and gave him a half-smile. However, on his part, I didn’t receive anything at all, and that made me feel completely stupid. The girl with him whispered things in his ear and smiled tenderly at him, but he just answered her seriously.

“Jesus, Isa! I tell you what you shouldn’t do, and you go, that’s the first thing you do,” Jane reprimanded me, making me laugh.

You were just in time to give up that friendship.

That was cruel.

“It’s no big deal, woman. None of them scare me,” I said confidently.

“Don’t play with fire, Isabella. You’ll get burned. Don’t turn away from the light because the darkness may consume you,” she warned seriously.

Well, maybe if I could consider that friendship.

See!

Nah! Jane was a nice, pretty.

“Jane, I was born to take risks, I love dangerous games, I’m attracted to the dark, and I’m not afraid of anything anymore,” I contradicted, playing with her and making her sigh with annoyance.

“You have no idea what you’re going to get yourself into if you keep thinking that way,” she expressed with distress.

“Stop it, Jane! It’s not like I’m doing anything or going to do anything, either.” I clarified to reassure her. “You better wait for me. I’ll go change my juice,” I ordered, standing up.

I made my way towards the cafeteria counter, passing right next to the Grigori boys’ table, and decided to listen to Jane and not see them again so that she would be calm, but just as I took a step away from their table, I felt someone slap me on my butt.

What the hell?

 

Dark Heart

After heavy blows and overwhelming losses, Isabella continues her life, rising from the ashes like a phoenix, but with a dark soul. The loss of her great love turns her into a cold and frivolous woman; the new order she joins makes her lethal and fearless to kill. The Order of Silence, the name of her new organization, introduces her to an unfamiliar world, although one of family heritage, that teaches her to operate stealthily and precisely. Thus, giving her the opportunity to fight the evil she hates and providing her with the patience to achieve her longed-for revenge against the Watchers. A matter of life keeps her away from her country. A matter of honor makes her return and face her greatest fear: the absence of her demon. Everything goes according to plan until the Watchers reappear to screw up her existence and, although she manages to deal with them, there is something she didn’t count on and complicates things for her: Shadow. He returns being a cold man with everyone but vulnerable to her, trying to protect her even though his orders are to hurt her. Trying to push her away yet wanting to win her heart and possess her body, offering her a clandestine love, surrounded by darkness as he cannot show her his identity. But nothing will be easy with him hiding behind a mask and she hides secrets that would make her vulnerable; when the ghost of a great love haunts them, enemy associations drive them apart and a soul reluctant to new opportunities. Can a dark heart see the light again?

Lee Gratis

A new life

 

I was on my way to my new home after a hard training session with Master Baek Cho, while the driver was in charge of driving the black SUV that I had acquired to facilitate my missions. Watching the road, I was lost in my thoughts, trying to take a breath. I was immersed in my longings, in what I wished with all my heart, and yet I knew I could not have anymore.

Watching the clouds racing in the blue sky, I sighed, pressing between my hand that rare and unique locket that always accompanied me around my neck. I never took it off since the day it came into me, and that black rose along with the note written with the fist of my beloved demon, I always kept it in a special and unique place.

Exactly three years passed since his death, and every day I missed him more.

I never got used to his departure. I never got over the fact that he was no longer with me, and there was no way I would ever get over it. I clung tightly to the only thing I had left of him, and that became my life, my greatest treasure, and what gave me the strength to go on.

A unique gift from him.

A part of him.

No calm sea ever made a sailor an expert, Isabella,” Master Cho once said. He quoted those words in my moments of depression when I saw myself without the man I loved so much.

My Elijah, I would never forget him, and my love for him would never die.

His memory made my days more transient, and I lived patiently waiting for the moment when I would take revenge for his death. Derek was for a long time the first on my list, but ultimately Ghost had replaced him not only by snatching my father but also my demon.

Different countries and continents were my home for all those years. I never stayed long in one place, I did it for safety, and it worked for me so far. I didn’t return to Richmond, Virginia since two years and seven months ago when I left there with my Master. I talked to Myles and Eleanor from time to time, but even they didn’t know my actual whereabouts.

It was always better that way.

Currently, I was in Tokyo again. The Order to which I belonged had requested my presence due to specific problems, and I was there to solve them. The darkness that once settled in my heart was making its way into my soul, but that was something I no longer cared about. I was happy in a way, even if it meant losing my friends.

I preferred not to have them or have feelings that made me vulnerable. It was better that way, for the safety of those I cared about.

The Order of Silence was my new family and an inheritance from Leah White Miller, my mother, which took me by surprise. When Master Cho informed me of everything, it was shocking, and immersing me in what went on in that organization was like a way out of my pathetic world. Mom created The Order after Dad helped her get out of the clutches of that bastard, Lucius Black. Little by little, they grew into an organization of justiciaries almost the same as Grigori, with the difference that in The Order, they killed silently and only candidates who earned it by heart, although both organizations had something in common: as in Grigori, in The Order, treason was paid with death.

I changed the motto of my old organization: “Justice, reason, and passion… make a Grigori from the heart”; to that of The Order: “Stealth, justice, and mercy… make a quiet one for real.”

When I knew that motto, I first asked the Master why choosing it. He answered with the phrases: “Without mercy, justice is taken for cruelty. And mercy without justice is weakness.” For that reason, in The Order, we balanced both things as well as good and evil in the yin yang, but they added stealth since it was their best way to act.

My place in Grigori and Dad’s companies was in the hands of Elliot and Dylan, with whom, despite having lost communication, I still maintained the trust in them to take action for me, and from what I knew, they were doing very well. Even if the Watchers crossed their path from time to time. I knew nothing about Tess, Jane, and the other guys, but from what I once heard, the first two hated me for disappearing from their lives. My brother and Elliot, were in charge of calming them down, keeping a little faith in me.

My brother and only family.

I hardly had time to get close to him, and although nothing was good between us at first, we eventually managed to get along in a civilized way, and I knew that if nothing had been the way it was, maybe in those moments, we would have been the best of brothers.

But the “had been” didn’t exist.

That’s just the way it was. And life sucked for me, so I made decisions that took me away from everyone.

I got out of the car and went home. I first called Italy and got in touch with Maokko Kishaba, a girl from The Order and my best friend since two years ago when I met her. The only one I trusted with my life. After making sure everything was okay, I went to take a shower and then tried to sleep.

The next day would be heavy and very long.

“Good night, my love,” I whispered to the picture of Elijah placed on the nightstand beside my bed. I would never get an answer, yet in my mind, his voice whispered one I always longed for, “Goodnight, White.”

I missed his voice like crazy.

I did more.

 

____****____

 

As I predicted earlier, I had been having a hefty day. Sensei Yusei, the second in command at The Order, informed us of particular misfortunes in the city, a new gang of criminals was causing too much trouble and frightening everyone. That was something we could not allow, and therefore we were going to take care of them.

The whole plan was laid out and ready. The people in charge of the investigation informed us earlier that some gang members were gathered in a nightclub, and that was where we were heading to fix that once and for all.

I needed to do it so I could leave for Italy again.

“American girl!” called Master Cho as I was leaving, “Be careful of what you face and don’t forget to hide your identity.” I nodded in response, and before leaving the old warehouse we used to meet, I pulled my hood tightly over my head and covered my face leaving only my eyes free.

Our uniforms were in wine red, and we looked like real ninjas.

I left the place with Caleb, an English boy who became my most faithful battle companion since I arrived at The Order. Some time later, we arrived at the right place along with the other members of The Order.

The infiltrators at the club did their job, and by the time we arrived, approximately fifteen guys dressed all in black were cornered in an alley behind the club. I immediately tensed up when I caught sight of the red “W” engraved on the side of the men’s clothing; old memories came to my mind, horrible memories that for a long time I tried to avoid.

“What’s wrong, Isabella?” asked Caleb beside me, pulling me out of my thoughts. I silently thanked him.

“I need you to take care of this situation,” I asked, and he nodded.

We approached together to those assholes, and with every step I took, my heart was accelerating. I knew that someday that moment would come, and I wanted to be prepared, but being there, I realized that I wasn’t.

Letting myself be carried away by the adrenaline of the moment I took out my katana, the desire to kill those idiots was getting stronger and stronger.

“We have been informed that you have come here to terrorize the city,” Caleb spoke in his stern, cold voice, “and that is something we cannot allow.”

“Our orders have been to win this city,” spoke the bravest of the group.

“The only thing you will win will be the blood of your buddies!” My colleague’s warning was very accurate. If they didn’t leave, blood would be drawn, and I would be in charge of spilling a lot of it.

The time had finally come, Isa.

Yes, I thought it was time to collect a little of everything they owed me.

“What makes you think it will be easy to spill our blood?!” I gripped the katana tighter. My heart began to pound wildly as I heard that robotic voice again; out of the shadows and pushing his way through the other guys, he came out.

This time he wore a suit just like ours, but in black, and as always, a mask covered his face and let us see only his eyes; his muscles were more marked, and therefore his body looked more robust. He looked more imposing, and his gaze was colder.

In another time, I would have been terrified to see him because he looked evil, a tough guy in every sense of the word. Shadow had changed too much, and I was aware that I had changed a lot too, but he…

He what?

He still looked too much like Elijah, and my heart ached to see it.

Shadow was my enemy to the death, and I hated that he reminded me so much of the man I loved, still love, and the organization he belonged killed him.

“Shall we check it out?” challenged Caleb casually, and that was a sign for us. “Get the hell out of here or die.”

“Let’s see who dies then,” of course, that idiot wouldn’t flinch either.

I forced myself out of my idiocy as the fight started, and without waiting any longer, I went for several of the assholes present; maybe that wasn’t revenging, but at least I would start to enjoy killing some of them. There were fewer of us, so it was up to us to fight two or three simultaneously. However, that was no problem.

We were trained to kill and prepared for battles like that.

I thrust my katana into the chest of one of those fools, and his blood splashed my clothes. He fell inert to the ground, and without wasting time, I went for another one; Caleb was fighting with two more, and several of my companions were also doing it. I managed to see when one of the guys approached me, and I tried to move away, not out of fear… but because I didn’t want to be near him. Although my flight was cut short by his saber, he stood to the side of me and stopped my step when I felt the edge of the weapon on my neck.

“Why are you running away?” he asked, very close to me, and my body was run through with a shiver.

I didn’t want to answer him. Instead, I moved away from him in one swift movement and took an attack position. I couldn’t see him, but I could tell he was smiling. I didn’t wait long and attacked him without remorse; I had prevented, twice, he being killed, but at that moment, I was ready to do it myself.

He protected you, remember that.

Yes, damn conscience, he did.

And that’s why I didn’t let them kill him before, but he didn’t protect me from the worst, he wasn’t there for me that night, and he was part of that fucking organization. He had to die. I attacked him with more strength and managed to knock him down; I wanted to sink my katana into his chest, and he realized that. With agility, he blocked my attack and made me hit the wall of one of the buildings. He put his forearm on my neck and left me immobile. Our breaths were ragged, we were both panting from exhaustion, and his closeness didn’t help at all. His resemblance to Elijah stunned me too much, although I forced myself to see him differently.

He wasn’t Elijah.

“You know how to fight very well,” he complimented, and I wished I could hear his own voice and not through that device on his neck. “I don’t understand why you wanted to run away.” I tried to wriggle free again, but it was impossible.

Nothing was going right, and I had to get out of there.

“Are you mute? Because I know you’re a girl; even in this outfit, I can see your curves.” I stirred uncomfortably, and as best I could, I put my katana to his neck. “Mute, excellent fighter, with good curves and smart,” he praised with amusement. “I want to check if you are also beautiful,” he concluded and, in one swift movement, ripped off my mask, leaving me uncovered.

Fuck! I saw the surprise in his eyes, the disbelief and even relief, something that puzzled me greatly. I backed away from him immediately, and he allowed me.

“Isabella!” he whispered in amazement, and hearing my name in his robot voice paralyzed me for a few seconds.

“I’d say the same one, but then I’d be lying,” I formulated, wanting to hear myself loud; letting myself be surprised again by him, he grabbed me by the waist and dragged me into the darkness of the buildings. “Let go of me, asshole!” I mumbled. He didn’t care.

He let go of my waist when we reached a secluded spot away from everyone, and his gloved hands took hold of my face.

“Damn it! I’ve been looking for you for a long time,” that statement left me speechless. His hands continued the tour of my face, and I let him until he uncovered my head. “You cut your hair,” he whispered pitifully, and I hated that.

My hair was kept short. However, it already reached a little below my shoulders; I removed his hands from me and stepped away from him.

“I don’t know why the hell you were after me, but I recommend you to get the fuck out of here and get your fucking gang out of my sight!” I demanded.

“You look very different,” he pointed out, ignoring my warning. “Your body has changed. You look more womanly… more beautiful.” He tried to approach again, and I stopped him with a hand signal. “Your gaze is colder, and I saw how you enjoyed killing my men.”

“And if you keep provoking me, I will enjoy killing you too,” I warned confidently. “Go away, Shadow. Disappear from my life because I swear if you don’t, I will kill you.”

“No, you won’t,” he asserted with impetus. “And yes, I will stay away from you, for your sake and mine.” I looked at him for a second, wishing he was my demon but aware that he wasn’t and never would be.

“Get your crap out of here as soon as possible, save me the trouble of eliminating them and forget you ever saw me,” I said.

“No, Isabella. I can never forget, and even though you are now different from the angel I knew, I am grateful to find you well.” His words stirred something that I didn’t like, and I tried to ignore it immediately before I became uncomfortable.

I turned to leave and, within seconds, felt his chest pressed against my back.

“I know the girl I knew is still there. Only now you’re an angel by day and a demon by night,” he whispered in my ear, shuddering me on the spot and letting his scent permeate my mind through my nostrils; “I’m glad it was all worth it, Bella.” His hand traveled to my waist and lingered on top of my belly, over that scar that was already a part of me, and I cursed for feeling so vulnerable. “And even though you may not understand now, I want you to remember that it was all because of you.” The last thing he said made a dent in my mind.

I turned around to face him and ask for an explanation, but he was already gone.

I cursed in frustration as I watched him disappear as fast as the wind. I ran in hopes of seeing him in the alley, but there was no longer a Watcher and those that were, lay inert on the ground. Caleb saw me and panicked. I didn’t understand why until he pointed to my mask, I immediately put it on and approached them.

“Are you okay, pretty girl?” He came to me with his concerned voice and caressed my face above the mask.

Yes, Caleb claimed to feel more than brotherly affection for me, and even though I made things very clear to him, he wouldn’t give up; the boy was blond, blue-eyed, tall, and muscular, very handsome, and anyone would drool over him.

Everyone did except Maokko, with whom he had a relationship before, and me. And in my gut, I sensed that he was using me to make her jealous.

Something he would never achieve with that crazy Asian.

Exactly.

“I am,” I replied, subtly pushing his hand away.

I was lying, I wasn’t doing well at all, but I wouldn’t tell him that.

“I hope those idiots never cross our path again,” he mumbled.

“I hope so too.” The assurance in my voice was surprising, and I really hoped so.

 

____****____

 

“You knew it!” I claimed to Master Cho as I arrived at the apartment where he was waiting for me. “So that’s why your warning! Was it so hard for you to tell me who I was going to face?” I asked reproachfully. He just watched me, seated on the sofa in the living room, hands on his knees.

I, on the other hand, paced back and forth.

“If I told you, you would run away,” he assured me in his thick Japanese accent.

He was not born in Japan, he was born in China, but when he was a child, he migrated to the nation he lives in.

“And it’s about time you faced your demons. If you run away, you will never be able to move on with your life. You’re stuck, and that won’t let you fight or be with the people you love.”

“I’m with the only people I love, the only people I care about!” I yelled, and I knew I was being disrespectful, but I felt so angry.

“What did you feel when you were in front of those Watchers?” I stopped my pace after his question and looked at him thoughtfully.

“Hatred, the urge to kill in the cruelest way, the need for revenge, to feel their blood on my hands, the urge to…”

“What stopped you from doing it?” he interrupted me with his question. “You disappeared for quite a while and only killed two of them. If you say you felt all that, why didn’t you do it?”

I turned my back on him, not knowing what to answer him. Or rather, I did know why I stopped, though I wasn’t sure I’d tell him.

Shadow.

He was the reason, and I was still very frustrated that I didn’t understand the meaning behind his words. And on top of all the jumble of feelings that assaulted me in those moments, I had to add the worry that he already knew my whereabouts, and that was something I had to sort out immediately.

“I have to return to Italy,” I announced. “It doesn’t matter why I stopped, Master. It only matters that I have to leave Tokyo as soon as possible.” Tired, being rude and very impolite to the man who helped me so much, I walked towards the exit of my apartment and opened the door inviting him to leave.

I was too exhausted and didn’t need to keep reminiscing about what had happened.

“Don’t let the ghosts of the past take over your present,” he formulated, coming to my side, “because they will steal the peace of the future and won’t let you be happy. Please, my daughter, don’t let yourself be consumed by the darkness,” he finished by leaving my apartment.

I closed my eyes, watching his back as he walked, and looked at him coolly; he didn’t have to worry about that. The darkness had long consumed me, and there were only two people capable of bringing a little light out of my dark heart.

Strange Events

 

I was in Italy for three months before leaving for a new mission and what Shadow said stayed with me from the moment he spoke. After that, I never saw him again, and despite the curiosity his words caused me, I was never going to look for him; his closeness hurt me, gave me false hopes, and that would only drive me crazy.

I finished showering, and after drying myself with the towel and wrapping it around me, I went out to the bedroom and stood in front of the full-length mirror. I began to dry my hair with a smaller towel and dropped the one on my body. For a moment, I stared at the scar that was already part of me and reminded me of the greatest pain of my life, and not the one I felt from being marked but the one of having lost the one I loved the most.

I caressed the mark on my abdomen with two of my fingers, and the sensation that this act caused me made me remember what I least imagined.

Shadow placed his hand too gently on it, and regardless of the gloves he was wearing and the clothes I was wearing, his touch burned me in a way I didn’t expect, and I remembered perfectly the tingling that remained in that area when he stopped touching me.

You were terrible, buddy. You really needed a man badly.

Like a total fool, I was embarrassed by the words of my conscience. It wasn’t right for me to feel that way, not with Shadow or with any other man; that was betraying the memory of my Darkness, and I flatly refused.

As a woman and after having sex, I felt the need to be with someone, but I always refused. I preferred to touch myself rather than allow anyone else to do so, and it would remain that way.

Gentle knocks on my bedroom door interrupted me. I picked up the towel I had dropped on the floor and placed it around my body. I went to the door and met Caleb; we shared an apartment since our mission began. His gaze ran all over me when he saw me half-naked, and I noticed how my skin burned, his blue eyes darkened immediately and I felt exposed to him and the way he looked at me.

Caleb was a good choice for you to unburden all your desires.

That’s out of the question.

Did you prefer Shadow?

“Do you need anything?” I questioned, ignoring the stupid question in my head.

“You,” he replied in a whisper, and I gave him a dirty look. “I mean… Do you want to have dinner with me? We have work to do.” A playful smile appeared on his face. “Although it would be a treat for me if you let me eat you, you’d be like a delicacy of gods… Ouch!” he groaned as I punched him.

“Stop it, Caleb! Don’t keep trying,” I warned, turned around, and went straight for the suitcase containing my clothes.

“Oh, come on, pretty girl! I assure you, you wouldn’t regret it,” he pleaded, entering my room and lying on my bed on his back, his hands under his head.

His slightly long blond hair settled to the sides of him, and on his forehead, his biceps contracted with the movement of his arms, the shirt rode up a bit, exposing part of his abdomen, revealing golden skin, and letting me admire his six-pack.

I would never deny the beauty that asshole owned, but just as he was beautiful… he was also a complete heartbreaker.

“We’ve had this conversation a million times before,” I snorted as I slid some panties down my legs. Despite everything, we had immense trust in each other. “And the result is always the same. I won’t sleep with you.” I slipped a T-shirt over my arms, and after putting it on, I pulled out the towel that had protected me from that pervert’s harassing gaze. “Besides, I don’t want any trouble with Maokko,” I reminded my crazy friend, and he flinched just hearing her name.

“I just want to help you, you know?” I rolled my eyes as he continued, ignoring the mention of his nemesis. “You live bitter all the time. I just want to make you release a little bit of….. Stress?” Against everything I could do to him in those moments, I just chuckled in amusement, and he joined me as he saw my reaction.

“You’re impossible,” I ditched and threw the towel over his face. The bastard sniffed it like a sex maniac.

“I’m just irresistible,” he whispered, “and even if I have to take a bullet for you just to get you to sleep with me, I know you’ll fall, you sneaky little thing,” he used his nickname for me, and I decided it was time to ignore him.

Ultimately, nothing would happen between us.

 

____****____

 

We walked into the club Caleb had informed me earlier that we would be going to after his crazy hormones calmed down. The music was blaring out loud. Rap from a few years back played, making my head bob. But, this wasn’t just a friends’ night out. Our target was close, and it was a corrupt politician who was using his influence to supply weapons to a group linked to drug trafficking and prostitution of women. And he was one of those who were taking advantage of these women. The Order, of course, was against that, even though some girls did it for their own pleasure.

“Shall we dance?” asked Caleb close to my ear so I could hear him.

“You know that won’t happen,” I said, pushing him away. He pouted like a five-year-old, and I rolled my eyes at his attitude.

“I was hoping you’d agree so you’d rub your beautiful ass on my di…”

“Enough!” I said, and he raised his hands in surrender and couldn’t hide his playful grin.

“Okay, pretty girl… just sayin’.” He made a good boy face, and I bit my lip to avoid laughing at the stupid things he was coming up with. “Shall we go get a drink?” I nodded at that, and we started walking towards the bar.

Our eyes were everywhere, hoping to find something that would get us to the guy we were looking for. The fucker knew how to cover his crap since we hadn’t managed to discover anything in the time we had been there, and it was starting to frustrate me, especially since I didn’t like being away from Italy for too long.

In the distance and near a private, I saw how two guys were saying things to each other’s ears, and one of them pointed at me. That was a sign that we had arrived at the right place, and I smiled to myself. When I got to the bar, I told Caleb what was going on, and he became alert to everything that was going on.

Ten minutes later and with our drink served, we decided to stay at the bar because sitting there we had a good view of the whole club, but again nothing was happening, and waiting was not one of my virtues.

“Hey, gorgeous!” I tensed as I heard the way he called me. Memories of Elijah calling me came immediately into my head, which was not the time to waver with my memories.

I turned around and saw the guy who called me by that nickname. He looked like a hippie college boy with his shorts and flower print t-shirt. He was thin, his hair a little long and in dire need of a haircut.

“Hi,” I replied and felt Caleb turn to look at him slyly. The guy had a glass in each hand filled with what appeared to me to be wine.

“Can I buy you a drink?” he asked, and my answer could have been no. However, I nodded and took the glass he held out to me; something about him was odd, and I noticed it in how he looked at me.

Caleb tensed when he saw me take the cup, but trusting my actions, he stayed quiet and turned away, pretending to ignore what was happening.

“We could have a good time together,” he suggested, and that was very stupid of him. I smiled and brought the cup to my lips not before I sniffed it without him noticing and confirmed my suspicions.

He wasn’t there to have a good time with me.

The glass contained red wine and also cyanide. I forced myself to keep smiling so that the guy wouldn’t realize that I had discovered him and thus change the game’s rules in my favor. Almost a year drinking poison with Master Cho taught me to know the types of chemicals that could be lethal and the drinks with which they were camouflaged. It was not pleasant learning at all, but I saw its benefits and knew it was all worth it.

In that training, which was almost the last phase I had to overcome, the Master poisoned me on purpose, in minimal quantities, to always be aware of what I received from other people. There came a time when I would no longer accept even water for fear of those horrible cramps in my stomach. Still, I learned that I had to face it and recognize what I would drink or eat. At that instant, the cyanide could be camouflaged by the wine, and if I did not have that knowledge, I would soon have been a corpse, and I was no longer willing to die, especially not in that way.

“Let’s go to the restrooms,” I proposed in a sultry voice. I saw a triumphant smile on his pretty worn face, and Caleb got my message.

I knew he would follow me soon.

“Let’s go, but… don’t forget your drink,” he stressed, and with that, he just signed his sentence. I smiled sideways, wanting to look excited about what he said was about to happen between the two of us.

“I would never.”

I walked behind the boy, and when we got to the dirty, stinky bathroom, it was curious that everyone who used it left immediately. I set my cup down near the sinks and watched as he locked up.

“What’s your name?” I asked.

“For what we’re going to do, you won’t need to know my name.” He approached me wanting to look sultry, though it only seemed like a joke to me. He tried to kiss me, but I turned my face away before he succeeded.

“For what we’re going to do, you won’t need to kiss me,” I used his words, and without expecting it, I hit his groin.

The fucker writhed in pain, and when he bent to take his hands to his balls, I hit his jaw and made him fall to the ground; the guy tried to get up, and I outsmarted him by pulling out my gun with silencer included, ready to kill him, but first to interrogate him.

“Who sent you?” I questioned. He spat blood and then started laughing with blood-stained teeth.

“My mission was to kill the fucking Queen Grigori!” he spat, and I took the safety off my gun when I heard the way he called me. Derek had named me that before, and it wasn’t good to be reminded of it. “It had to be quiet, without a trace.”

“And you failed, stupid! But believe me, I will very much enjoy killing you otherwise,” I snorted with a smirk. “This fucking queen Grigori knows a lot of tricks, and if you don’t start talking, I’ll show you some.”

“I’m not afraid of you, queen, and rest assured that if I don’t succeed, many will come after you, and we’ll bring you down no matter what.”

Various sounds were heard outside the bathroom, and I knew Caleb had arrived and engaged in a fight. I heard them struggling to open the door, and when it was about to give way, the guy who tried to poison me pulled out a gun and pointed it at me, ready to accomplish his mission.

But as I said before, it wouldn’t be easy to kill me, so I went ahead and shot him just once right in the middle of his eyes, the same that seconds later saw me without actually seeing me. I smiled at what I did, not because I liked it but because I remembered the first time I killed someone in the same way and how traumatized I was then.

I looked up at the person who witnessed it all, as just as the door opened, I pulled the trigger.

“I told this fucker, and I’m telling you,” I spoke with my voice hoarse. I pointed my gun at him, though he didn’t flinch. “It won’t be easy to kill me, and before you succeed, I’ll drag many with me.”

“You well know that I don’t want to kill you,” he assured in his robotic voice. “I came here because I was tipped off that you were seen coming in with this son of a bitch.” He pointed his head at the corpse of the guy who failed in his mission, and I saw the disgust in his gaze.

“Did you want to check with your own eyes if he had succeeded in his mission?” I asked sarcastically without lowering my gun. Then, being brave, Shadow closed the door behind him and walked closer to me.

“I wanted to get rid of him with my bare hands, but you beat me to it.”

His black eyes scrutinized me closely, and those irises were the only ones that kept my feet on the ground, confirming to me that he was not my demon.

“I know why you’re here, and I want to help you.” That surprised the hell out of me, and I lowered my gun, keeping an eye on him, “I have enough information for you to take that bastard behind bars.” He referred to the politician we were watching, held out a small USB, and I took it.

His fingers covered by those black gloves brushed mine, and a tingle ran through me after his touch.

“Get out of here, Bella, and take your boyfriend with you.” I knew by the last he meant Caleb. In those moments, I wondered where that idiot was and why he never came, “My friend is holding him outside.” Either he read my mind, or my expression gave me away.

“Someday, you’ll find me in a bad mood, and I’ll end up shooting you in the head,” I warned. “You insist on crossing my path, and that’s not good.”

“No, it’s not good, and believe me, getting away from you is what I want most.” Despite being camouflaged by that device, his voice sounded cold, and I was annoyed by what he said. If he wanted to get away from me so badly, then he had no business being in every place where I was, “but it’s a pity… or luck, that your path always crosses mine and also a danger.”

“Danger to you,” I scoffed.

“No, for you,” he pleaded, took a quick step, and was immediately close to me. “Your presence challenges my self-control too much, and one day I’ll let that go to shit.” Then, as if an inert body wasn’t at my feet, Shadow grabbed my waist nimbly and pressed me against a grimy door of one of the cubicles in the bathroom.

His closeness made me stupid, and I hated that; wanting to react as I should, I brought my weapon to his neck, though he managed to get rid of it in a second. I quickly drew my dagger and pressed it against his crotch, just as he drew his and pressed it to my throat. My heart raced as he pulled his body closer to mine, making me feel his scent, his warmth.

“The more you struggle, the more I want you,” he whispered, released my waist, and brought that hand to mine, the one with the dagger threatening his cock.

He pushed it aside, and I almost squealed as his erection pressed against my pelvis; it was clear he did this on purpose so I would check what he was saying.

“It’s hard to control myself on that every time I see you.” I brought my free hand to his chest to put space between us, but he wouldn’t let me.

With no man other than Elijah, I never got to feel what I was feeling in those moments. Unfortunately, Shadow was achieving that same effect on me, and it wasn’t right. I couldn’t allow it. I shouldn’t betray the memory of my demon.

“You’ll have to,” I mused, trying to sound confident. “It’s no use wanting me. You can never have me.” His eyes bore into mine, and I held his gaze, trying to be cool. “I’ll never be with any man again, least of all one who hides behind a disguise.” The fucker laughed at my words, I struggled again to get out of his grip, and he allowed me to.

“My disguise is for your safety,” he pointed out.

“You said that before,” I reminded him, “The night you took advantage of your resemblance to…” I fell silent, unable to continue. It hurt to remember that night.

“LuzBel,” he finished for me. I looked at him icily, hating that out of his mouth came that nickname my demon was known by.

I wanted to say many things to him at that moment, but the ringing of my cell phone interrupted me. I pulled it out still with my eyes on it, then looked at the device and frowned when I recognized the number.

“Eleanor?” I asked. It was strange that she was calling me. I was always the one who got through to them.

Isa!” she called me in desperation, and I noticed in her melodic voice that she was crying.

“Is something wrong? It’s strange for you to call me.” Shadow stood in front of me, and I didn’t care that she heard.

It’s Myles, Isa.” Sobbing prevented her from speaking properly. It worried me to hear her like this, and I knew she wouldn’t tell me anything good.

“You’re scaring me,” I confessed and noticed Shadow standing at attention.

The Watchers have attacked him.” My heart stopped when I heard that, and I looked at the guy in front of me. That time, I did it with hatred. “You have to come back, please, daughter.

“Goddamn sons of bitches!” I spat. “Tell me he’s alive!” I demanded.

They’ve taken him to intensive care. His condition is serious… I’m scared, Isabella! I’ve already lost my son. I don’t want to lose him!” A tear ran down my cheek as I heard her. Without thinking, I reached where my gun had fallen and grabbed it with more force than necessary. “Come back, Isabella. I need you here. The organization does. Myles needs you.” Anger coursed through my veins like a torrent of liquid fire. I was sick of those fuckers constantly fucking up my life.

“I’ll come back,” I promised and cut the call short without waiting for a response.

“Can I help you with anything?” That question only made the anger rise.

“Get the fuck out of my life, you and your fucking organization, Shadow,” I rebuked with hatred. “I didn’t think what I told you earlier would come so soon,” I asserted, and without thinking, I fired into his left arm; pain shot through his eyes. He cursed when he felt the impact. However, it did nothing but put pressure on the wound. “Next time, it will go straight through your heart,” I warned, and he just watched me in amazement.

The bathroom door opened, and a huge brown-skinned guy appeared behind it. When he saw Shadow wounded, he wanted to attack me, and I braced myself for it, but he stopped himself.

“Let her go, Marcus!” ordered Shadow. Reluctantly, I obeyed him, and he gave me room to get out. “We’ll meet again, Bella, and you’ll pay for this.” I didn’t flinch as I listened to him. On the contrary, I confronted him.

“Do you swear?” I asked with a satirical smile.

“No, Bella… I promise,” he replied, causing my smile to fade, a shiver to run through me, and old memories to return.

That was so strange.

Back to the past

 

Two thick silver bracelets were on each of my wrists. One of them matched the one Jane gave me for my birthday, along with Tess and Master Cho’s pendant; the new accessories were not worn for pure girlish vanity. Nah! They served instead to hide the scars of my past, of the moment when I hit rock bottom and didn’t want to live anymore, not if he wasn’t by my side, and without wanting it, I would not only have become suicidal but also a murderer.

Whitish marks adorned the skin on the back of my wrists. The cut had been deep and almost achieving my goal if Elliot had not appeared at that moment. In the past, I always wondered why some people made those decisions, and I always concluded that they were cowards; they preferred to die and leave their loved ones suffering for the loss and with the doubts of why they made that decision until it was my turn to live it in my own flesh.

I still believed that the main reason was cowardice. I was a coward to make that decision, even though at the time, and in my opinion, it was the best thing I could do. I fell into a deep depression when I lost Elijah. The emptiness in my chest was huge, I didn’t find a sense to live without him, and I forgot about the people I had left and wanted me in their lives. Feelings such as disbelief, grief, emotional blockage, anger, and guilt were cruelly mixed inside me, and there was no word said to comfort me in those moments. I felt sorry for myself and the man I lost, especially because it was unexpected and fateful.

In the beginning, disbelief was my method of defense against the pain that was going through me. For that reason, I fell into denial, to not feel my soul being torn apart. I did it when I lost my mother, then my father, and I thought that when it happened again with Elijah, the same tactic would work for me, but I did not count on the fact that this time everything was more intense and my strategy was already outdated.

My moments of rest in that suffering no longer worked the same way, and it was no longer useful to try to call my beloved, I did. I called his number thousands of times, trying not to go crazy. I wrote him thousands of messages and even argued with him through them because he didn’t answer me; I accused him of being with someone else, and even that felt better than falling into the harsh reality. The guilt swept me entirely, and I always thought that I could do something to prevent him from leaving me; after that came the rage, and when I could not deal with all that burden, as soon as my strength was gone, I could only think that my parents were gone and just like them, the man I fell madly in love with for the first time. I was saying that because with Elliot, everything was very different, very nice, but not a love like the one I felt for his cousin. I also decided to do the same, and I felt alone, even surrounded by my friends. It was there when I let cowardice win because he promised me rest and a stop to my suffering. It was easier for me than to look for professional help.

Because I needed it, however, I opted for the easy way. As a result, I made the worst mistake of my life, one that ironically also gave me the biggest lesson of all, because when lucidity came back, I understood that I had many reasons to move forward and that there were people who would go through the same as me and with that I would disappoint my mother and her greatest teaching: Never do to others what you would not like them to do to you. They did go and hurt me, though. But it wasn’t because they wanted to. I would do it because I wanted to.

However, thanks to Laurel, Elliot, and life, I got my breath of hope, and after that, I was once again reborn from the ashes.

There was no need to hide my marks in Tokyo, Italy, or any other country I was in. I almost always wore long-sleeved shirts because the weather allowed it, or my Order’s uniform helped me with it. However, returning to Virginia forced me to wear something to camouflage them since long sleeves wouldn’t do me any good there, especially since I would be arriving in summer and the heat could be unbearable. I didn’t want to hide them out of embarrassment but rather to save myself from uncomfortable questions and prevent the people I left behind in that city from remembering such difficult times.

When I left that club with Caleb, after demanding some explanations from him and giving him others, I asked him to accompany me to the place I swore I would never return to. It was difficult, not to say horrible, to return to the country and the city where I knew I would not see him anymore, his absence would hit me hard, and that is why I needed the company of my idiot friend. He didn’t know everything about my past, but he knew enough to understand why I needed him so much. And in those moments, more than ever, I would need Maokko to stay in my place protecting what I couldn’t while I was away; my intentions were to return to Italy soon, and I prayed to heaven that Myles would come out of his serious condition.

It frightened me to think of seeing again those I had abandoned one day without any explanation, knowing that I would be in front of them again and who knew how they would react to my arrival. Caleb was in charge of the preparations for the trip, the security, and how we would handle things being at our destination; he was a damn for that and had the best nose for spotting traitors. That was the reason to trust him and leave everything in his hands.

My heart was beating wildly when the plane landed at Richmond airport. The trip was very long and tiring, but all that disappeared, and nerves supplanted everything else when we landed. We were soon greeted by some men who had been in charge of my father’s security when he was alive. They welcomed us and showed their respect. Caleb went ahead to talk to one of them, and then the suitcases were put in the back of one of the black SUVs they always used.

“Miss White, it’s good to have you back with us.” The burly man I recognized as Dom greeted me.

“Thank you,” I whispered, feeling unsure.

Another one of them opened the door to the van, and I climbed in. Caleb did so beside me and gave me a smile indicating that everything was going as planned. Then, two more SUVs started their engines and began their march. Ours was placed in the middle of the others so we could be escorted.

“I think this is too much,” I muttered at the sight of all this security. The driver and his co-driver were armed to the teeth.

“I take your security very seriously,” the blond next to me pleaded, “it’s not the same here as in the countries we’ve been to, you’re in the nest of your enemies, and I have a feeling that Myles’ attack wasn’t random, they have a clear purpose.” I looked at him, arching an eyebrow. It was the first time he mentioned that.

“Do you think it was to force me to come back?” I asked.

“I don’t rule it out,” he repeated and gave my hand a squeeze trying to calm the nerves that were starting to attack me. “You have nothing to fear, Isa, I told you before in a moment of trying to fool around with you, but I repeat it now: I would be able to take a bullet for you, you are like my sister, and I will always take care of you,” he assured, and I smiled.

“You’re sick to want to take your sister to bed,” I joked.

“I don’t mind committing incest with you,” he pointed out, raising his eyebrow flirtatiously.

“Idiot,” I replied and laughed more.

“Right. In all seriousness,” he continued, “you have nothing to worry about. I will indeed keep you safe and get down to solving a doubt that has been gnawing at me since I met you.” I looked at him, wondering what he was referring to in this way. “You are the daughter of one of the organization’s bosses and now the successor boss,” he explained the obvious. “Still, the Watchers got to you in an easy and planned way that smells like a betrayal to me,” he assured me, and I tensed. Although, I never thought of that before. It was hard for me to do so.

We were all very close and had each other’s backs.

But even so, you almost got killed.

Good point.

And how were you going to think about that or even notice if something happened in the organization when all you thought about was fucking our Darkness.

Well, that’s enough of that.

Although well… I have nothing to say about that. I enjoyed it too.

Poof!

Getting back to the point, Caleb had planted a little thorn in my side with that statement, and thinking things over, I agreed that he was absolutely right; it was all very weird and for the Watchers to get to us was pretty easy. But… Who betrayed us? That was a good question. Cameron was part of the Watchers. However, he joined them because of Elijah.

Elliot?

No! No way, I strongly refused.

He had reasons.

Stop it! He couldn’t do something like that.

Anyway, Isa, I was just guessing.

Like a bad habit obtained since I was little, I started biting my right thumbnail, and thoughts swirled in my mind like a deadly tornado; the drive was long and quiet, my nerves calmed down, but entering South Garden nostalgia started to hit me. My sight remained fixed on a couple riding a motorcycle. Possibly they had just left some party. The girl was clinging to the guy with her arms around his waist. Both were dressed in black, and helmets protected their heads; I sighed deeply and painfully as I remembered that first time I got on Elijah’s Ducati. I smiled nostalgically, thinking about how I refused to go around his waist and how he got me to do it.

Or the way he played with your mind and made you crave his kisses.

All of that began to replay in my mind when I recognized the coffee shop we were in; it was closed since it was almost dawn, but I could never forget it. When we passed in front of it, and as if it was a mirage, I saw myself on Elijah’s lap; the two of us facing each other mounted on the motorcycle, him trying to drag his hands on my hips and me preventing him from doing so, him bringing his hand to my back and joining our chests, me closing my eyes waiting for a kiss that never came and then… him laughing when he saw my reaction. I hated him in those moments and many others, though I hated myself more for wanting him so badly when I was trying to really hate him.

“I never thought it would be so hard for you to come back to this place.” Caleb’s voice snapped me out of my thoughts, and then his hand ran down my cheek, wiping away the tears I spilled and didn’t feel.

I didn’t speak. If I did, then the sobs would come out, and I didn’t want that. I couldn’t afford it. Caleb understood my silence and pulled me to him. I let myself be and settled into his side; his arm went around my waist, and I lay there engulfed in my sorrows, crying inside.

Our Darkness did mark us.

Yes, he did to the soul.

 

____****____

 

Caleb had checked us into a hotel. I didn’t want to contradict him because I trusted my safety in his hands, and he showed me how good he was at it. I slept for about three hours, and after showering and dressing, we left for the hospital. We passed a McDonald’s and ate while the men in charge of us drove on the way there.

No one knew of my return except for my father’s people, they were the only ones Caleb trusted, and that’s why he communicated with them. The hospital was guarded discreetly, and we knew that by the time we arrived, only Eleanor would be with Myles.

My heart was racing as we rode up the elevator. Caleb was beside me. One of the men had gone up earlier and announced to Dom that everything was clear. After we went up, so would Dom, and we would maintain discretion and security.

“You’re a fucker,” I complimented, and he winked at me, “I feel like I’m the president of the country.”

“No, pretty girl. Even the president doesn’t have the security that you carry yourself,” he scoffed, and I laughed.

We stepped off the elevator and into the intensive care area. The nurses were aware of our presence and allowed us to pass until we got close to Myles’s; they only let me into his room, but first, they gave me some directions and fitted me with a special green suit and mask. The sounds of the devices placed around him made me shudder. His eyes were closed, his skin pale, and his lips parched and greasy; a tear escaped me seeing him in that state, and I cursed the one responsible for that.

I reached his side and held his hand. It felt cold, and if it weren’t for the sound of his heart through the braces, I would have thought he was dead.

“Why do these things have to happen to us, Myles?” I whispered, wiping away my tears with my free hand. “I swear to God I’d give all to not see you like this.” I caressed his face, “you people are the only family I have left, and if I lost you, now I would seriously go insane.”

“Isabella? You came!” Eleanor’s voice interrupted me, I saw her standing under the door frame, but she soon ran to me. I let go of Myles’ hand just as she wrapped her arms around my body. “I thought you weren’t coming,” she whispered. “Why didn’t you call?”

“I’m sorry,” I said as we pulled apart. “I have someone in charge of my security and thought it was wise that no one knew of my return.” She smiled at me as a mother would at her daughter, understanding everything I was saying; that gesture of hers made me feel at home, though also very homesick.

I saw Elijah smile a few times, and his smile was a copy of his mother’s.

“The blond boy out there, is that him?” she asked, and I nodded. “Good thing he’s so protective of you. You need him, honey. If not, look at my Myles,” she lamented, pointing at him with her chin. “Even with all the security, which he uses he was attacked and is now lying on this bed.” She turned away from me and reached for her husband, stroked his cheek lovingly and also painfully.

“I know he will be out of here soon, and he will be well,” I spoke with conviction. “I won’t leave until he is safe and sound.”

“Thank you for coming back, daughter. I know you left your life behind to come here, but remember it is our life too. You are our life,” she said, looking into my eyes, and I shuddered.

“No one knows?” I wanted to assure, though it sounded like a question.

“Everything has been and will be as you command.” I nodded gratefully. “Will you stay at the mansion?”

“I still don’t feel able to go back there, Eleanor,” I confessed and again took Myles’ hand. “However, I promise to stay close and get to the bottom of this. You and Myles’ safety will be reinforced. Caleb, the guy outside, is already taking care of everything,” I announced.

“Thanks again, Isa,” in her voice was the purest thank you.

“You don’t have to,” I whispered, “it is my duty to take care of my family and Grigori,” I assured.

We talked for a while longer, and I updated her on some things in my life, she did the same with things there, and for our mental health, we agreed not to talk about Elijah, for both of us, it was too painful, and with the situation at hand, we didn’t need to add to the sadness.

I left the hospital with Caleb and our security, heading to the quarters. We were informed earlier that only the boys were there, except for Jacob, and Caleb felt it was time to go back. Of course, my nerves were accelerated, knowing it was time to meet them again, and I was afraid to see their reaction. My old friends, if I could still call them that, didn’t know my reasons for leaving and wouldn’t know yet, which made everything more complicated. Nevertheless, I had to face it. I would be here for a while, and I needed to work with everyone, solve my problems, and then I could move on.

Roman ran to the security gate to receive us. Everything was the same in the barracks except for more security; I recognized some companions of The Order of Silence that were strategically placed. No one would notice them unless it were another Stealthy, which was how we called ourselves. I knew that they arrived there at Caleb’s request and orders from Master Cho.  Being inside that place, in the parking area, safe territory, I got out of the SUV, and several of the guards approached and greeted the boys who were with me, though none of them addressed me.

“Miss White?” Roman’s voice was husky and deep. Aviator glasses covered my eyes, and my short hair was hidden in a cap. “Is that you?” he asked with hesitation and astonishment.

“It’s me, Roman. The same one,” I said with a half-smile.

“I don’t think it’s the same one, but… My goodness, you’re alive and well!” he exclaimed with joy.

“Thank you,” I mused, feeling shy in front of him. “It’s good to see you again, Roman,” I said sincerely.

“Thank you, here I am at your command, ready to protect you in the face of anything.” A lump formed in my throat as I listened to him. I still wasn’t quite used to it.

“For the moment, no one but you should know she’s here,” Caleb said, coming to my side. “I’m Caleb, by the way,” he introduced himself kindly to him, “my goal is to bring Isabella back safely and take her with me the same way, and as you saw her, I plan to fulfill it perfectly.”

“Count on me for anything, sir, you can trust me,” spoke the confident dark man who answered to the name of Roman, who had watched my back before.

“Call me Caleb, no sir,” he asked affably. “When you come in, you can take off your glasses, but not your cap,” he addressed me, and I nodded.

I put my hand on the fingerprint reader, it denied them at first, and it was all because I was sweating. My nervousness was noticeable; after wiping it on my pants, at last, the device finally complied with me and opened the door without a problem. The air conditioning hit my body, and I felt cold at those moments. I took Caleb’s hand by inertia, and he received me without problem, giving me a little squeeze as a sign of support. Dom was on my left side, and the other guy, whose name I had to find out, was on Caleb’s right side, escorting us even inside the quarters.

That only confirmed to me that Caleb felt a deep distrust for everyone.

The blond one was smart.

The offices were alone. The reason was obvious; I avoided them, and the guards came over to check. The small dining room was the same, and shouts from the back alerted us that the boys were in the training room.

My bowels churned as we approached there.

As in the urge to go to the bathroom?

That was gross, but it did feel the same way.

Gradually a girl’s screams became clearer; it wasn’t Tess, but it did sound familiar. The sound of wooden weapons reminded me of my training in that same room, my breathing had gotten too fast, and for the first time, I felt unable to do anything and stopped.

Coward.

It wasn’t easy.

“What’s wrong, pretty girl?” asked Caleb, inches away from me.

“I can’t do it,” I whispered with my voice cracking. He glared at me.

“Don’t say stupid things, Isabella,” he scolded me. “You, the one who always encourages us in The Order, the leader of two powerful clans, the one who is always one step ahead, the one who stops at nothing and no one? Can’t you do something as simple as this!!!” I was embarrassed by his words, but he did not understand my motives.

There I was weak, the ghosts of my past scared the shit out of me, and I was afraid to face what I knew would destroy me again.

“You little idiot… you’re going to go in there and face them because if you can’t handle this, you won’t be able to handle Ghost. You won’t be able to take on that son of a bitch Lucius, let alone Derek.” I glared at him with hatred, but the moron was right.

If I couldn’t handle those who were my friends, I couldn’t handle my enemies, and I couldn’t afford it.

I walked confidently without saying anything to him and pushed open the double doors to the room. Jane was fighting Tess, which really threw me off; my shy friend no longer looked self-conscious, her copper hair was in a ponytail just like Tess’s flame-colored hair, they were both wearing black training clothes, and Jane knew how to punch and defend herself. Connor, Evan, and Dylan stood at the edges of the mats lining the floor, watching the girls fight; the sound the boys behind me made caused them to turn their attention to us, their eyes bore into me, and I felt small, very small.

“Bella!?” said Evan, and I shivered from the tips of my toes to the ends of my hair. They didn’t quite recognize me. The cap on my head and the dim light in the room made it hard for them.

“Evan! Guys!” I mumbled.

And it was the stupidest thing you could say.

Arg! I knew it.

Jane walked at a sure and quick pace towards me as soon as she was convinced who I was. She looked cute dressed like that; her face was a poem, and I couldn’t decipher it, but I was glad she was coming over.

“Isabella,” she said. Her voice wasn’t shy either.

“Ja…” I didn’t finish saying her name. She wouldn’t allow it.

She prevented it when she connected her fist to my jaw, causing my cap to fall off my head, my glasses to fly off my shirt, and me to fall onto my side.

What a bitch.

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Fugaces

Essie, Noches Oscuras

Una nueva vida… Londres significó siempre un nuevo comienzo para Essie Black Stone, quien tras un trágico atentado tuvo que renacer y ya no más como la estrellita de sus padres. Decidida a crear sus propios recuerdos, se embarca en un viaje que devasta a su familia, pero que la reconforta a ella a niveles que nadie jamás entenderá. Con nuevos amigos, cambio de planes y conociendo el amor por primera vez, el destino le enseñará que puede ser muy caprichoso y peligroso, sobre todo cuando se disfraza y divide en dos hermanos, provocando que también se divida su corazón. Pasión y peligro… Esas palabras definen a la perfección a los hermanos Gambino, poderosos en su tierra y donde quiera que caminen. Ambos derrochan inteligencia, riqueza y dominio; la unión es su mayor fortaleza y la que los mantiene en la cima, intocables para sus enemigos. Pero esa se ve amenazada cuando se dejan envolver por la inocencia de una pelinegra que se desborda en sensualidad y pasión en cuanto cae en sus manos. Un imperio está a punto de ceder, demostrando que pasen los siglos o los años, una mujer puede ser capaz de destruir naciones, fidelidades, hermandades y asociaciones poderosas solo con una sonrisa. Y no será fácil resistirse a la Helena renacida de la oscuridad, una chica que con su inocencia y pasado hace caer al ladrón más buscado.

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Estaba en la parte favorita de mi apartamento, sentada sobre el alfeizar grande de la ventana que me regalaba una hermosa vista hacia la ciudad. A veces me tranquilizaba el silencio y pasividad, pero en otras ocasiones disfrutaba del ajetreo de las calles de Londres. La noche había entrado y ni siquiera sentí el tiempo al sumergirme en las páginas de aquel libro que devoré como hambrienta.

«Ladrón de recuerdos» era el título, escrito por un autor de moda que usaba un seudónimo para identificarse.

O para que no lo identificaran, según lo quisieran ver.

El libro ni siquiera lo escogí yo, me lo obsequiaron en mi cumpleaños número veintidós y era una de esas lecturas que mis padres no habrían aprobado jamás —y nada tenía que ver el que siendo mayor de edad todavía me controlaran, sino más bien a situaciones de nuestras vidas que nos marcaron de una manera cruel—. El objeto llegó a mis manos gracias a Oliver O’Kelly, uno de mis mejores amigos desde que llegué a Londres y acertó demasiado, ya que amé cada letra plasmada en esas páginas color arena.

¿Lista para mañana?

Leí en la pantalla de mi móvil tras haber desplegado la barra de notificaciones luego de recibir un WhatsApp. Se trataba de Dalia Montés, una guapa española que se convirtió en mi amiga y compañera, la conocí en Eckington Llanerch, una de las mejores instituciones a nivel mundial cuando de cocina se trataba; era la escuela culinaria a la cual me uní cuando llegué a Londres y no nos separamos desde entonces.

Juntas comenzaríamos un nuevo trabajo al día siguiente, aunque ella ya había trabajado antes en la compañía a la que nos uniríamos gracias a que su tía le conseguía un medio tiempo en las vacaciones.

Para mis padres no era de su agrado el tenerme lejos y, mucho menos que prescindiera de su dinero y comodidades, viviendo una vida lejos de los lujos que ellos podían darme, pero trataban de respetar la decisión que tomé desde el día en que pude valerme por mí misma tras pasar un par de años dependiendo de máquinas para sobrevivir o de los cuidados de mi madre.

 

Lista y ansiosa, ¿y tú?

Respondí a mi amiga y dejé el móvil a un lado para retomar mi lectura.

Mis padres no tenían ni idea de que me metería a trabajar, para ellos me encontraba estudiando y las vacaciones estaban lejos. Sin embargo, acabábamos de terminar el curso, pero decidí inscribirme en otro que comenzaría dentro de dos meses, mientras, tomé a bien aplicar para el puesto de preparadora en Joddy´s Healthy Food una compañía londinense de comida saludable creada por Casa Gambino, uno de los restaurantes italianos cinco estrellas más famosos del país y, al que muchos queríamos entrar para comenzar nuestra carrera como chef profesionales.

Por María Montés —tía paterna de Dalia— nos enteramos de que muchos de los chef del famoso restaurante salieron de Joddy´s, así que esperábamos correr con la misma suerte y unirnos pronto a Casa Gambino.

Más que lista estoy emocionada de volver, ya mañana sabrás la razón.

Respondió Dalia y negué, sobre todo porque tras ese mensaje me envió muchos emoticonos de diablillos.

«Antes soñabas con obtener tu licenciatura en trabajo social, querías unirte a nuestra ONG y viajar por el mundo para abogar por el bienestar de los niños», recordé a mamá decirme cuando le comenté sobre mis planes de viajar a Londres y estudiar cocina.

La verdad es que entendí la tristeza en su voz, de querer ser trabajadora social para trabajar en Pequeño Ángel —la ONG que fundaron mis padres años atrás— a chef había una gran diferencia y eso solo le confirmaba que la Essie Black Stone que un día conoció, su hija, su Estrellita como solían llamarme, no volvería más.

Perdí la memoria total años atrás, tras un atentado que sufrió alguien de mi familia y en el que me vi envuelta para mi muy mala suerte. Tuve un accidente cerebrovascular que me ocasionó demencia; creo que mi destino era morir esa noche, pero por alguna razón se torció y sobreviví, aunque renaciendo en alguien muy distinta y no solo por la carrera que quería sino también porque desde que desperté y fui capaz de valerme por mí misma, ya no me sentí parte de los Black Stone por mucho que lo intenté.

Eso no significaba que no quisiera a mis padres y hermano, claro que lo hacía. Sin embargo, la conexión entre nosotros —o al menos de mi parte— ya no fue la misma desde que comencé a tener consciencia.

Nunca le desearía a nadie —ni siquiera a un enemigo— pasar por lo que yo tuve que pasar. Para un recién nacido era más fácil porque desde el vientre de la madre ellos ya comienzan a conocer las voces de las personas que los rodean. Para un renacido podía volverse un infierno y todavía recordaba el miedo que sentí cuando abrí los ojos y me vi rodeada de extraños.

En ese momento ni siquiera pude identificar el sentimiento, solo sabía que el corazón me golpeaba el pecho con fuerza, la respiración se me cortaba y únicamente quería llorar.

Lo peor de todo era ver y escuchar hablar y yo no poder hacerlo, tampoco entendía nada. Actué por puro instinto y el miedo se convirtió en mi mejor amigo. Tuve que comenzar mi vida desde cero, aprender a dar mis primeros giros en la cama o a levantar la cabeza, luego a mover las piernas y dar mis primeros pasos.

La vergüenza fue el segundo sentimiento que experimenté, puesto que mi consciencia me hacía entender que no era correcto para una chica de mi edad hacer sus necesidades en un pañal desechable y, menos que alguien más tuviera que asearme, bañarme o vestirme. Tras eso caí en depresión y la tristeza y frustración no me abandonaron por un buen tiempo.

Mi madre fue quien estuvo a mi lado en todo momento y por eso aprendí a amarla mucho antes que a papá o a Dasher —mi hermano—. Laurel Stone fue la primera en entender que habíamos vuelto al punto de partida —aunque con más complicaciones que una mamá primeriza y su recién nacido—, donde aprendía a conocerme al mismo tiempo que yo a ella y así a veces olvidara que nada de lo de su anterior hija volvería, trataba de hacerme sentir cómoda a su lado.

Con mi padre y Dasher fue más complicado, puesto que ellos me seguían tratando como si nada hubiese pasado, hablaban de anécdotas del pasado con la esperanza de que recordara algo de ello y eso en lugar de ayudarme…me dolía. No lo sentía justo porque pretendían saber todo de mí e implantaban cosas en mi cabeza que ya no eran mías.

 

Ya no soy ella, deja de hablarme como si me conocieras le dije una vez a papá cuando sacó un álbum de fotos en lugar de leerme un cuento como el doctor había recomendado que hicieran todas las noches.

Habían pasado siete meses desde mi última operación, esa que resultó exitosa. Aprendí a hablar bien cuatro meses después de eso, caminar todavía se me dificultaba, pero ya era consciente de mis sentimientos, comenzaba a tener más raciocinio y tomar decisiones propias ya no se me dificultaba.

Esa noche entendí que ya quería al hombre que herí con mis palabras sin pretenderlo, porque cuando vi sus ojos brillosos por las lágrimas, mi corazón se rompió.

Papá, lo siento pedí arrepentida y me limpié una lágrima. Tras el dolor que vi antes llegó el asombro al escucharme llamarlo de esa manera, porque sí, era la primera vez que me refería a él por lo que era—. No quise dañarte, es solo que me duele que me hables de alguien que ya no soy y te niegues a conocer a tu nueva hija.

Abigail, mi prima, me había dicho meses atrás que no tuviera miedo de decirle a papá lo que me sucedía y lo incómodo que era para mí que me recordara a esa Essie, incluso le enseñó a mi hermano a que me conociera y por lo mismo ya me llevaba mejor con él.

Pero nunca me atreví a decirle nada a mi padre hasta en ese instante, cuando me cansé de que mi vida siguiera siendo una eterna noche oscura, donde mi rumbo no tenía sentido, ya que caminaba en la dirección de otros y no en la que yo quería.

Es-es la primera vez que me llamas papá señaló él con titubeos y me cohibí.

Lo sé, pero desde que conseguí esta nueva razón sé que lo eres y no solo porque me lo han enseñado así sino también porque lo siento aseguré.

Me tomó desprevenida cuando me acunó entre sus brazos y me apretujó con fuerza, comenzó a besarme la cabeza y a repetir la palabra «lo siento tanto». Después de estar triste se mostró feliz, eufórico y mi corazón se aceleró con emoción.

No le mentí, sabía que era mi padre porque lograba sentir ese amor tan inmenso que me profesaba. Yo era su estrellita y me gustaba mucho que me llamara así a pesar de no demostrárselo. Y desde ese día todo cambió entre nosotros, puesto que al fin entendió que esa Essie entre sus brazos era alguien nueva, renació y necesitaba crear sus propios recuerdos.

 

Aunque la convivencia siguió siendo un poco difícil, ya que yo seguía siendo una especie de recién llegada a la familia. Ellos ya tenían sus recuerdos juntos, sus vivencias, anécdotas divertidas y unas no tanto, todas esas cosas que caracterizaban a una familia de verdad y no me gustaba incomodarlos cuando tenían que privarse por no hacerme sentir mal.

Poco a poco fui recuperándome por completo y llegó un momento en el que necesité crear mis propios recuerdos, pero con personas que no supieran nada de mí para sentirlos reales. Fue allí cuando la decisión de mudarme llegó a mi cabeza y, aunque a mis padres no les agradó la idea y menos a mi hermano, tuvieron que aceptarlo.

 

Londres fue mi casa por un par de años y te aseguro que es un excelente lugar para comenzar de cero —Recomendó Abby cuando le comenté mi decisión, ella se convirtió en una gran amiga aparte de ser mi familia y admito que era con la que mejor me llevaba.

 

Mi vida en esa ciudad inglesa era lo más real que tenía después de despertar de la inconsciencia, el nuevo comienzo que tanto añoré desde que vivía en Estados Unidos —el país que me vio nacer y crecer, el mismo que me dio todo y también me lo quitó todo—. En Londres vi una oportunidad de encontrar mi identidad, de forjarme a mí misma y así pareciera egoísta o malagradecida, en ese país al fin respiré tranquila y crecí a pasos agigantados, avancé como se suponía que tenía que avanzar rodeada de mi familia, pero lo cierto era que no sentía ya a esa familia como mía por mucho amor que me dieran.

Cuando ya eran las diez de la noche decidí dejar de leer y puse un marcapáginas en el libro para no perder la parte en la que me quedé. Me fui para el baño y tras eso me metí entre las sábanas de mi cama. Tenía que tomar unos medicamentos para controlar mi presión arterial y el hipertiroidismo que me aquejaba luego de las operaciones y, uno de ellos me provocaba insomnio, así que dormir fue una tarea bastante larga.

«Si te animaras a conseguirte un tío guapo, no pasarías por esas noches tan difíciles». Recordé a Dalia decirme eso y sonreí.

Los tíos guapos como ella los llamaba, no estaban en mi lista de prioridades por el momento… ¡Carajo! Ni siquiera sabía lo que era besar o tener sexo, es más, no tenía ni la menor idea de si era virgen. Y si sabía todas esas cosas era gracias a mamá, que sin ningún pudor me instruyó y explicó situaciones que, para mi pobre cerebro de bebé fueron bochornosas.

Y claro que conocía a muchos chicos guapos, Oliver era uno de ellos, pero él no contaba porque le gustaban los hombres igual o más que a Dalia, así que no me daría lo que según nuestra amiga, yo necesitaba. Sin embargo, nadie llamaba mi atención como para querer experimentar todo lo que veía en la tele o leí en ese libro que mi amiga me convenció de comprar cuando fuimos a la librería.

—Un tío guapo —susurré para mí y sonreí.

Esa noche me dormí pensando en lo que imaginaba que era conocer a alguien que te provocara más insomnio que un medicamento y te dejara sin la estabilidad emocional que solo un libro podía provocar.

 

____****____

 

Al día siguiente Dalia pasó por mí para irnos a nuestro nuevo trabajo. Me sentía emocionada por iniciar una nueva aventura y conocer a otras personas con la misma pasión que nosotras. Aprendí a cocinar gracias a Aiden, otro de mis primos y hermano de Abby, quien utilizó la cocina para acercarse a mí sin tener idea de que me llamaría tanto la atención y terminaría por quererlo como carrera.

Cocinar me relajaba y perfeccioné mi lectura y escritura con las instrucciones e ingredientes de ciertos platillos que Aiden me retaba a hacer. Gracias a maestros privados completé mis estudios básicos y por lo mismo no se me dificultó entrar a la escuela culinaria.

Cuando llegamos a Joddy´s Healthy Food, el chico que sería nuestro encargado ya nos esperaba; nos habíamos conocido en la entrevista que hicimos, por lo mismo pasamos de las presentaciones y nos fuimos directo a conocer las instalaciones que se convertirían en nuestro nuevo hogar por un tiempo.

La cocina por supuesto sería nuestro campo, pero era necesario que también nos familiarizáramos con el área de etiquetado, la bodega, las oficinas y la zona de control de calidad.

Joddy´s era una compañía bastante grande para ser nueva, y tenía a muchos empleados; era también como una especie de prueba para los chef que ansiábamos entrar a un restaurante cinco estrellas para adquirir experiencia.

Mis padres querían ayudarme a tener mi propio restaurante, sin embargo, opté por comenzar de cero y así conocer más el mundo al que deseaba pertenecer.

—María las va a entrenar en lo básico, ella se unirá a ustedes en un momento —avisó William, nuestro encargado.

—¿Dónde está? —inquirió Dalia, noté que le hacía ojitos a William y negué.

—Con Charles, nuestro jefe y con Izan Gambino —respondió él de buena manera, sin importarle que mi amiga estuviese siendo una entrometida.

—¡Uh la la! —expresó Dalia con coquetería. Ella tendía a ser una sin vergüenza en muchas ocasiones— ¿Y se puede saber qué hace ese guaperas por aquí? —preguntó con más interés del que debía y temí que ese posiblemente sería su primer y último día en Joddy’s.

William la miró con sorpresa, pero incluso así fue muy amable en responderle.

Demasiado para ser sincera.

—Él y, en algún momento también su hermano, van a tomar posesión de los negocios de sus padres, así que Izan se ha incorporado hoy para manejar Joddy´s Healthy Food.

Carraspeé un poco fuerte y tomé a Dalia del brazo dándole un pellizco en el proceso cuando la vi con intención de seguir haciendo sus preguntas fuera de lugar.

Porque la conocía bastante y sabía que no preguntaba solo por intereses laborales.

—En serio, gracias por el recorrido que acabas de darnos, William. Estamos muy emocionadas por comenzar —le dije y me sonrió.

—No agradezcas, es un honor tenerlas en la familia —respondió.

—¡Ostras, tía! Que aguafiestas que eres —me reprochó Dalia cuando William se alejó para pedirle a una compañera que nos asistiera mientras María llegaba.

—Me lo agradecerás cuando dures al menos un mes en el trabajo —le dije y negó— ¡Por Dios, Dalia, apenas es nuestro primer día y ya te expresas así de uno de los dueños! ¡Y frente a un compañero de trabajo! —largué y sonrió con picardía.

—Si ya conocieras a Izan, me entenderías —aseguró y bufé rendida, provocando que ella se riera con diversión.

—No lo sé, Dalia, pero sí te aseguro que incluso conociéndolo, me apegaría a las reglas de la compañía. Sobre todo a esa que dice que no se permiten relaciones entre compañeros de trabajo —señalé.

—¿Y quién te dijo que quiero una relación con Izan o qué él quiere una con cualquier mujer? —inquirió más divertida que antes y la miré con el ceño fruncido.

—¿Y con un chico? —pregunté sin pensarlo.

—No lo creo, es solo que tiene una historia y desde entonces nunca se le ha visto con pareja —explicó.

—Como sea —dije entonces, regresando del camino equivocado por el que me estaba yendo.

Minutos más tarde María llegó y nos saludó muy contenta de vernos. Ella se había convertido en una gran chef desde diez años atrás y la mayoría del tiempo trabajó en Casa Gambino como la jefe de cocina, pero según me comentó su sobrina, le ofrecieron mejores beneficios y paga cuando nació Joddýs y desde entonces se convirtió en la cocinera estrella de la compañía.

Joddy’s Healthy Food nació para crear alimentos sanos para los deportistas o personas que querían llevar una vida saludable, pero que no tenían tiempo para cocinar y, debido a que por un tiempo fui una consumidora asidua de ellos, sabía que preparaban la mejor comida que alguna vez comí. Un poco costosa, sí, pero deliciosa y por lo mismo iban creciendo día con día.

Para entrar a la cocina era obligación quitarnos la joyería si llevábamos, vestirnos con batas blancas debidamente esterilizadas, gorros desechables —y no hablaba del típico gorro de chef sino más bien a uno quirúrgico— y protección para los zapatos, a parte de un lavado de manos bastante minucioso, mascarillas y gafas transparentes.

Para muchos ese trabajo podía ser común, pero ahí en esa cocina encontré a varios chef populares y otros famosos, cosa que nos sorprendió en demasía. Por esa razón no nos sorprendió comenzar como ayudantes.

Dalia había trabajado en la zona de empaquetado, por eso desconocía la presencia de esas personas que creímos que solo veríamos como dueños de sus propios restaurantes o en hoteles cinco estrellas.

—¡Madre mía! Qué recompensa tan buena la que estoy teniendo por haberme portado bien esta semana —exclamó Dalia de pronto.

Ambas estábamos en la mesa de picado junto a María, esta última se encontraba a mi lado y Dalia frente a nosotras, por lo tanto le dábamos la espalda a lo que sea que Dalia veía.

—¡Joder, cariño! Un día me vas a meter en problemas —repuso María al mirar a donde lo hacía su sobrina.

Imité la acción de ambas y giré la cabeza, justo en ese instante dos hombres estaban entrando a la cocina vestidos igual que nosotros, el primero era un señor de aproximadamente cincuenta años, de estatura media, un poco delgado y cabello canoso, pero estaba completamente segura de que fue el segundo tipo quien hizo que Dalia reaccionara como niña malcriada a punto de cumplir un capricho. No podía decir mucho de él puesto que por el vestuario no apreciaba sus rasgos, sin embargo, esa altura de alrededor de un metro ochenta —o más— y su postura, me indicaba que debajo de esa bata había músculos y detrás de esas gafas y mascarilla, un rostro atractivo.

El porte era el de un hombre que sabía lo que provocaba, y no solo en el sexo opuesto, y los tatuajes que sobresalían en su cuello le daban un toque de chico malo como los que describían en los libros. Y acepto que nunca sentí, lo que en ese momento, al ver a un hombre.

Mi impresión fue bastante cuando nuestras miradas se cruzaron y, aunque ninguno de los dos la mantuvo por mucho tiempo, fue suficiente para que tragara con dificultad y mi corazón se acelerara dos palmos.

—Si ya lo conocen, por favor díganme que detrás de esa mascarilla no hay un chico sin dientes —musité bajo y Dalia no pudo evitar reírse.

—¡Madre mía! Vosotras me vais a meter en serios problemas —advirtió María con su acento español bien marcado—. Seguid trabajando por favor, el señor Charles se está encargando de que Izan conozca bien su nuevo parque de juegos —avisó y lo último captó mi atención.

Fue como si ella no estuviera de acuerdo en que ese chico tomara las riendas de la compañía.

—¡Vale, tía! Pero déjame disfrutar de que Essie al fin muestra interés por un chico, aunque sea en uno equivocado —pidió Dalia.

La miré con el ceño fruncido y entrecerré los ojos, era la segunda vez que insinuaba algo de Izan y no estuve segura de si lo dijo porque el chico era uno de esos que consideraban un peligro, o porque ella había puesto sus ojos en él.

—Sigue por favor, cariño. Corta eso un poco más delgado —me pidió María asentí.

Cogí otra zanahoria para hacerla en finas julianas y seguí con mi trabajo, sin embargo, tuve que ser más cuidadosa, ya que minutos después escuché la voz de dos hombres a mis espaldas y me puse nerviosa de una manera que nunca esperé. Fue como si cuerpo y sentidos percibieran algo que mi mente no. ¿Una señal buena o mala? No lo sabía, lo único que sí podía asegurar es que mis vellos se erizaron y mi mente trató de hacer clic con algo que no logré encajar.

¡Maldita cabeza! 

Dalia me observó como intuyendo mi estado y vi que sus ojos se achicaron en señal de que se reía de mí. No obstante, el reflejo en sus gafas protectoras me distrajo, puesto que por ellos vi a quiénes pertenecían las voces.

—¡Carajo! —chillé en el momento que me corté un dedo.

—¡Essie! —exclamó María al verme y me cubrí el dedo con la mano en cuanto vi la sangre.

—¡Ostras, cariño! ¿¡Estás bien!? —inquirió Dalia y corrió hacia mí.

El escozor que me provocó el corte no era nada en comparación a la vergüenza que me embargó, era inaudito que me sucediera eso y si me despedían cuando apenas iba comenzando, no me quejaría, ya que ese descuido de mi parte era tomado como imperdonable para mi ex maestro y con mucha razón.

Cuando manipulabas objetos filosos en la cocina, por mucha experiencia que tuvieras debías mantener la concentración y lo olvidé como si fuese una novata.

—Oye, déjame ver —pidió de pronto el señor Charles y agradecí tener puesta una mascarilla que cubriera mis mejillas rojas por la vergüenza.

No lo sentí llegar a mí, de repente lo tuve enfrente y me cogió de la muñeca con mucho cuidado. Solté mi dedo y la sangre corrió del corte como si fuese agua saliendo de una fuente.

—Tranquila, no es profundo, pero la sangre tiende a ser muy escandalosa —dijo y tomó un paño que María le entregó.

Ellos al no ser parte de la cocina debían usar guantes para entrar, así que no le importó que mi sangre lo manchara un poco.

—Perdóneme —pedí deseando que la tierra me tragara.

—El que aquí haya profesionales no significa que no pasen estás cosas, niña. No te disculpes por un accidente —pidió siendo amable—. Salgamos de aquí y te llevaremos a un área adecuada para revisarte y tomar la decisión de llevarte a un hospital si es necesario.

Puso una mano en mi hombro y me alentó a seguirlo.

Ni siquiera quise ver a mi amiga o a su tía en el momento que el señor Charles les indicó que continuaran con su trabajo y menos al chico que nos siguió.

Hasta en ese instante supe que se quedó cerca y si alguien me hubiese dicho que el día que conociera a un tipo que llamara mi atención me pasaría eso, juro que habría preferido no hacerlo.

—Izan, si lo prefieres te buscaré en tu oficina cuando me asegure de que lo sucedido no es grave —dijo mi nuevo jefe, y esperaba que no se convirtiera en ex tan pronto.

—Mejor deja que yo me encargue de ella —pidió él y por el tono de voz que utilizó intuí que no lo decía como opción.

Mis nervios se alocaron más y sobre todo cuando el chico se quitó el gorro permitiendo que viera su cabello negro. Lo llevaba recortado de los lados, desde el frente hacia la nuca y un poco más largo del medio, pero no fue hasta que se arrancó la mascarilla y las gafas que deseé que la tierra en verdad me tragara por el bochornoso momento que acababa de ofrecer frente a él y los demás.

Verlo fue entender por qué ningún hombre llamó mi atención antes, él era hermoso de una forma que se podía considerar pecado, porque de seguro incitaba a pensamientos perversos. De ojos oscuros y cejas pobladas, nariz recta y perfilada con una argolla en un lado de ella. Sus labios gruesos y rosados me indicaban que eran el delirio de muchas personas y la combinación de su piel blanca los hizo resaltar junto a esa dentadura perfecta que mostró cuando le dijo algo más al señor Charles que no escuché.

El tatuaje en su cuello le abarcaba parte de la mandíbula sin estropear ese rostro aguileño y perfecto, llevaba una barba incipiente y piercings en las orejas —dos en una y uno en la otra— y cuando hablaba unos pequeños hoyuelos se formaban en sus mejillas.

—¿Te llamas Essie? —inquirió con interés al caminar más cerca de mí y tuve que alzar la cabeza para verlo.

Sí, tenía que medir un metro ochenta o más y calculaba que era de mi edad o un par de años mayor.

Y su voz… ¡Dios mío! No sé en qué hechizo acababa de caer, pero debía ser uno poderoso escondido en ese tono melodioso y oscuro que acarició mis tímpanos y recorrió mi torrente sanguíneo como el más letal de los venenos.

—Sí —musité suave cuando logré espabilar un poco mi estupidez.

Culpe al shock que me provocó ese accidente.

—Ven conmigo —pidió y un escalofrío me recorrió el cuerpo completo cuando puso una mano a la altura de mi omóplato derecho para que caminara a su lado.

Olía de maravilla, su fragancia era fresca con un toque de chocolate; la sentí a pesar de mi mascarilla.

La salida de la cocina daba de inmediato con unos escalones y los subí a su lado hasta que pasamos por el área de control de calidad y luego llegamos a una oficina. Había archiveros por todos lados y un pequeño escritorio con dos sillas.

—Siéntate aquí —dijo y me llevó hasta una de las sillas.

De un cajón de uno de los archiveros sacó un botiquín y lo abrió para buscar algodón, alcohol, una crema, gasas y esparadrapo.

—Esto de verdad es vergonzoso —me atreví a decirle cuando haló la otra silla y la puso frente a mí para luego sentarse.

—Cortarse no debería ser vergonzoso, doloroso tal vez —señaló y su voz ronca activaba ciertos sentidos en mí que no creí que fuera posible despertar—. Déjame revisarte —pidió.

Cerré las piernas como estúpida, como si él me hubiera insinuado otra cosa.

¡Joder! ¿¡Qué pasaba conmigo!?

Me tomó las manos y juro que vi un atisbo de sonrisa que desapareció de manera fugaz; con cuidado descubrió el corte, el paño se había pegado un poco por la presión que hice en la herida y siseé de dolor sin poder evitarlo.

—Calma —dijo, pedía algo imposible.

Él también usaba guantes, pero la manga de la bata se subió un poco y me dejó ver parte de un tatuaje.

Me corté el dedo índice justo entre la yema y la uña, pero como dijo el señor Charles, no era una herida profunda y no necesitaría puntos de sutura; bastaba con desinfectarla, parar el sangrado, que por fortuna ya había disminuido, y aplicar una crema cicatrizante junto a una gasa para protegerla.

Ese chico lo sabía y lo hizo tal cual, pero me dejó en jaque cuando al poner alcohol sopló con delicadeza para evitar un poco el escozor. No obstante, ese se esfumó cuando los nervios se apoderaron de mí. Su acción se sintió bastante íntima y no sabía si era porque su belleza me tenía embobada.

No hablé durante los minutos que dedicó a auxiliarme y me atrevía a decir que tampoco respiré, pues lo que me estaba pasando era irreal.

—Es una suerte que haya sido un corte superficial —dijo cuando estaba terminando de pegar el esparadrapo.

—Menos mal —aseguré con ironía y con la otra mano me saqué las gafas.

En ese momento sonrió y me miró al entender lo irónico de mis palabras.

¡Dios mío! En serio era muy guapo y más allá de eso.

Me atreví a sacarme la mascarilla, ya que comenzaba a ahogarme y deseé volver a ponérmela cuando su sonrisa murió al verme por completo.

¡Mierda!

No me consideraba una chica fea, al contrario, me gustaba lo que veía en el espejo cada vez que estaba frente a uno, pero ese chico logró que por primera vez me sintiera insegura.

—Dime que estás bien —pidió de pronto y carraspeó.

Había estado inclinado hacia mí todo el tiempo, pero en ese instante retrocedió el torso y se sentó recto.

—Lo estoy, aunque muy avergonzada con usted y los demás —respondí.

Quise agregar que también estaba cohibida por su reacción al verme, e insegura, pero lo omití.

—Yo en cambio estoy feliz, Essie —aseguró pronunciando mi nombre de una forma que erizó mi piel y medio sonreí alzando una ceja—. Feliz de haberte ayudado y de estar aquí —añadió y recostó su espalda en el respaldo de la silla.

No sé si me equivocaba, pero vi que soltó una bocanada de aire y me miró a la vez que de manera casi imperceptible negó, como si ni él mismo creyera dónde estaba y con quién.

—¡Hey, chicos! ¿Cómo va todo? —dijo el señor Charles de pronto, sorprendiéndonos a ambos al llegar de sorpresa.

Me puse de pie de inmediato.

Izan alzó la mirada desde su posición y fue intimidante su manera de verme, así que decidí que era mejor concentrarse en Charles.

—Fue algo superficial, pero como usted dijo, la sangre es muy escandalosa —confirmé y me sonrió.

Charles iba sin máscara y descubrí que se veía como un señor bastante amable y comprensivo. Entabló una pequeña plática conmigo y de soslayo vi a Izan llevarse la mano a la barbilla y quedarse pensativo. Aunque de vez en cuando volvía a poner su atención en mí y se quedaba viéndome por demasiado tiempo con expresión un tanto incrédula, situación que me ponía muy nerviosa.

Mi nuevo jefe —y me refería a Charles— me dio la opción de irme a casa a descansar o quedarme en el trabajo viendo lo que los demás hacían para seguirme familiarizando con el lugar y las personas, así que opté por lo último ya más tranquila de que no sería mi último día en Joddy´s Healthy Food.

 

—Bueno, es hora de volver al trabajo —dije cuando Charles volvió a dejarnos solos y antes me pidió que lo llamara por su nombre y le quitara el señor.

Izan se mantuvo callado todo el tiempo y solo respondió con monosílabos cuando Charles le dijo algo, pero a él no pareció molestarle e intuí que esa era la forma de ser del chico sentado frente a mí.

—En serio, muchas gracias por lo que hizo por mí —añadí y se me cortó la respiración cuando se puso de pie.

Esa altura me intimidaba demasiado, pero más me impactaba la reacción que estaba mostrando ante ese chico.

—No me trates de usted, eres solo dos años menor que yo. Tienes veintidós y me haces sentir viejo —Alcé una ceja por la sorpresa de que supiera mi edad.

—¿Cómo sabes mi edad? —quise saber y retrocedí un paso cuando sentí que se acercó mucho a mí.

Por una tonta razón que estaba descubriendo con él, no me molestaba que invadiera mi espacio personal, pero tenerlo tan cerca era como alzar la cabeza viendo al cielo para poder mirarle el rostro y por lo mismo prefería alejarme.

—En realidad sé la de Dalia y luces de la edad de ella —explicó— ¿Me equivoco? —Sin la mascarilla y con esa cercanía, su aroma me golpeó más de lleno y quise respirar profundo para llenarme de ella.

Pero parecería una loca a punto de obsesionarse y más con ese tono de voz que estaba utilizando conmigo.

—No —susurré.

Y recordando las reglas de la compañía, esa advertencia de Dalia que todavía no conocía bien y el hecho de que no tenía experiencia con los hombres a menos de que fueran literarios, decidí que era mejor poner suficiente distancia con el chico que me miraba como si quisiera comerme.

—Debo volver al trabajo, Izan —recordé más para mí y noté un amago de sonrisa que logró hacerme temblar—. De nuevo, gracias por tu ayuda —dije y me di la vuelta para marcharme de una buena vez.

—¡Essie! —me llamó y me paralicé en el instante que puso una mano en mi antebrazo para detenerme.

Ya no usaba guantes, así que vi los tatuajes en ella y sabía que si corría la manga de su bata descubriría que el arte en su piel seguía y temí que querría descubrir hasta donde terminaba.

—Me alegra que estés bien —aseguró y con sutileza me zafé de su agarre.

—Gracias a ti —le respondí y vi un brillo en sus ojos oscuros que no supe descifrar y tampoco me convenía averiguar, así que me marché de inmediato al darme cuenta de que ese a ti estuvo demás.

Y mientras caminaba de regreso a la cocina, trabajé con respiraciones profundas y lentas para apaciguar mi corazón, porque conocer a ese chico y estar tan cerca de él, ocasionó un desastre en mi interior del cual necesitaba recuperarme lo más pronto posible.

Era como si mi subconsciente reconociera que Izan Gambino podía ser sinónimo de peligro.

Dalia estaba saliendo de la cocina justo cuando comencé a bajar los escalones, ya iba sin la bata y la vi tirar el gorro y las protecciones de los zapatos en la basura.

Miré el reloj inteligente en mi muñeca izquierda para confirmar que eran las diez de la mañana, el momento para coger nuestro primer descanso.

—Dime que todavía tienes dedo —pidió en cuanto llegué a su lado y reí.

—Por suerte solo fue un susto y mi enorme vergüenza —aseguré mientras me quitaba la bata y la tiré en un depósito exclusivamente para eso.

La imité a ella al quitarme el gorro e intenté hacer lo mismo con las protecciones de los zapatos, pero ella me detuvo.

—Deja, yo te ayudo, cariño —pidió y negué.

—Tranquila, puedo hacerlo por mí misma —aseguré agradecida de su ayuda.

—Tía Mari se fue a las oficinas principales del otro lado, la llamaron para que atendiera algo así que no tomará su descanso —avisó y asentí, luego me dejé guiar por ella hacia el cuarto de descanso— ¿Quién te ayudó con eso? —quiso saber señalando mi dedo.

No sé por qué sonreí al responderle.

—Izan Gambino —musité y sus ojos se abrieron con sorpresa.

—¡Ostras, tía! Ven conmigo —pidió y no me dejó decirle más.

Pasamos del área de las mesas en donde todos aprovechaban para descansar un rato y me guio hasta los baños de mujer. Solo había dos cubículos en esa área, a parte de los casilleros donde las mujeres dejábamos nuestras pertenencias.

Debido a que la compañía tenía varias áreas de trabajo y solo dos para descanso o para tomar el almuerzo, salíamos a horas distintas, por esa razón solo fuimos nosotras al entrar al baño y casilleros.

Dalia se sentó en una de las bancas de madera y me pidió que tomara lugar a su lado.

—¿Estás segura de que Izan te auxilió? —inquirió y la miré frunciendo el ceño.

—¿El chico que llegó con el señor Charles era Izan? —quise saber, creyendo que me confundí, aunque lo dudaba porque escuché a mi jefe llamándolo por ese nombre.

—Sí —respondió.

—Pues entonces sí, quien me ayudó fue Izan.

—¡Joder! No me lo puedo creer —exclamó y sentí que fue muy exagerada.

—¿Por qué? A mí me pareció un tipo muy amable —dije recordando su manera de curar mi herida, fue demasiado cuidadoso.

Dalia pegó una sonora carcajada.

—Cariño, creo que hablamos de personas distintas porque el Izan que yo conozco, de amable no tiene nada.

—¿Cómo es el que tú conoces? —me animé a preguntar y sonrió divertida al ver mi interés.

Pero con gusto comenzó a decirme todo lo que sabía de Izan Gambino.

Y no, no es que fuera un tipo borde, al contrario, saludaba siempre a todo el personal de la compañía o ayudaba si era necesario cada vez que llegaba de visita, aunque sí era un chico de pocas palabras que se dedicaba solo a entablar una relación de trabajo con las personas. Y cuando recién lo conocían podían tacharlo de engreído o un chico consentido que solo chasqueaba los dedos y le cumplían los deseos.

Su seriedad lo caracterizaba y más lo mucho que se apartaba de quienes lo rodeaban y según Dalia, cada vez que llegó a la compañía antes, solo se entendía con el señor Charles quien resultó ser también su padrino.

—Según tía Mari, hay muchas chicas de aquí que han intentado acercarse a él con la intención de que ese monumento se cuele entre sus piernas sin importarles las reglas, pero Izan las manda a tomar por culo.

—¿Y los chicos? —inquirí.

—Nunca he escuchado nada de él con tíos, puede ser que sea reservado en eso —respondió.

No lo juzgaría si decían que era gay y mucho menos comentaría que era un desperdicio por serlo, ya que cada quien amaba a quien se le diera la gana. Sin embargo, no deseé que lo fuera y su manera de cuidarme con mi accidente me dio una pequeña esperanza por muy absurdo que pareciera.

—Tía Mari dice que Izan estuvo viviendo un tiempo en el exterior y allí tuvo una novia. Su primer amor según las malas lenguas y la mía que no es tan buena —añadió haciéndome reír y entendí por qué encontré raro que el acento de él fuese distinto al de los londinenses—, pero algo pasó entre ellos que hizo que la tía lo dejara y él cayó en depresión por causa de la ruptura. Y cuando te hablo de depresión no lo digo de manera literal sino en serio, sus padres tuvieron miedo de que tomara una decisión fatal y lo pusieron en control psicológico por lo mismo. Desde entonces Izan ya no volvió a enredarse con nadie y creo que lo hace más por su salud mental. Y si acaso se le ha visto con alguna chica es pasajero. Acostones de una noche o máximo una semana, mas nunca una mujer que tome en serio.

—Por eso me dijiste que me fijé en el equivocado —señalé—, porque es un jugador de primera.

—Por eso y por su familia, pero ese es otro tema del cual no debemos hablar y menos aquí —me recordó.

Recordé que Dalia me había mencionado que había cámaras por todos lados, e imaginé que por eso fue su advertencia.

Seguimos hablando de la familia Gambino por el resto del descanso y vaya que me enteré de muchas cosas. Dalia aprovechó el tiempo cuando trabajó en la compañía para las vacaciones y se nutrió de mucha información con la ayuda de su tía.

Los Gambino eran una familia italiana de cuatro, con raíces norteamericanas —aunque no me dijo de qué país exactamente—. El padre era italiano de nacimiento, la madre una mezcla; tenían dos hijos, ambos hombres e Izan era el menor. Al mayor no lo conocían, ya que nunca visitaba Londres; según mi amiga prefería Italia y le dejaba a su hermanito reinar en Londres.

Francamente no entendía lo de reinar o el que María dijera que Joddy´s se convertiría en su parque de juegos. Más bien pensé que lo subestimaban por ser el hijo de los dueños de uno de los restaurantes más famosos de la ciudad y de una de las compañías con mayor éxito.

Regresamos al trabajo cuando la hora llegó y en ese instante me dediqué solo a observar y a ayudar en lo que no se me dificultaba. Nuestros compañeros eran muy amables y nos enseñaron con gusto las tareas que tendríamos que desempeñar solas dentro de poco.

De vez en cuando miraba hacia la puerta con la ilusión de que un tipo alto, tatuado y guapo volviese a entrar, razón por la que me regañé en muchas ocasiones durante el resto del día, ya que si bien el chico me impactó con su belleza y esa aura atractivamente peligrosa, también entendía que Dalia no estaba equivocada: Izan no era el indicado para que llamara mi atención de esa manera. Y entendía sus ganas de protegerse después de la decepción amorosa que atravesó y por lo mismo sabía que se volvió frío, un punto enorme y suficiente para alejarme.

Mi caso era similar, perdí mis recuerdos y toda mi vida con el atentado, situación que me llevó a alejarme de mi familia y algunas personas que dijeron ser mis amigos, no quise estar con nadie a mi alrededor que ya me conociera porque esa dejó de ser mi vida y necesitaba comenzar de cero con gente que desconociera todo de mí para hacerlo más fácil.

Nunca supe si tuve novio, si me enamoré al punto de la idiotez, si amé o hice locuras por amor. Si sufrí por decepciones amorosas, si caí en depresión porque algún chico me dejó; no tenía idea de si alguna vez hice el amor o continuaba siendo virgen.

Nada.

A mis veintidós años solo recordaba haber vivido tres y el primero fue un desastre total.

Y por mi experiencia tratando de huir y de protegerme de recuerdos que ya no eran míos, entendía a Izan e imaginaba que el menor de los Gambino buscaba algo similar a mí: vivir nuevas experiencias sin exponerse al dolor del pasado, o en mi caso, de lo que suponía que fue el pasado.

No obstante, nuestras formas de encontrarlo eran distintas, él cerrándose a lo que lo dañó, y yo huyendo.

—Para ser el primer día, no estuvo mal —dijo Dalia cuando salimos de la cocina.

La hora de ir a casa había llegado.

—Habla por ti —ironicé y rio.

—¡Hey! Hasta mañana, damas —exclamó el señor Charles cuando entramos al área de descanso.

La salida se encontraba ahí.

Él estaba acompañado de un hombre que desconocía y al cual le daba unas indicaciones, pero el otro a su lado jamás lo desconocería desde ese día y de hecho, era el mismo tipo que rondó por mi mente durante toda la jornada de trabajo.

Izan ya no llevaba bata, no. Solo una camisa negra y lisa de mangas cortas que me dejó ver sus brazos totalmente tatuados. Su pantalón casual era gris oscuro y le ajustaba perfecto en las piernas, calzaba zapatos del color de la camisa y supe que no me equivoqué antes: ese chico tenía músculos muy bien definidos, hombros anchos y una cintura estrecha donde de seguro también había músculos que no creí que fueran fáciles de hacer y, ya que estaba de lado también noté que tenía un trasero que cualquier mujer envidiaría, incluida yo.

—Gracias, señor —dijimos con Dalia al unísono.

El otro tipo a su lado también nos saludó y deseó una buena tarde, pero Izan captó toda mi atención de una manera increíble. Y no habló a nadie, no obstante, su mirada y media sonrisa me dijo lo que su boca no pudo.

O no quiso.

—Hasta mañana —dije hacia él sin poder evitarlo y le sonreí.

—Cuida esa herida —fue su respuesta y despedida.

Pero fue su amago de sonrisa lo que me bastó para comenzar a entender que la próxima herida ya no sería en mi piel.

 

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—¿Hasta mañana? ¿Es en serio? —inquirió Dalia cuando nos subimos al coche y rodé los ojos.

Seguía incrédula por mi despedida con Izan.

—No sé tú, pero conmigo ha sido amable. Así que no le veo nada de malo al haberme despedido de él —me defendí y la tonta se rio de mí.

—Es obvio que es amable contigo, quiere llevarte a la cama así que tiene lógica que no sea borde como lo es con todo el mundo —largó y su comentario me molestó mucho por la burla ponzoñosa incluida.

Me hacía sentir como la chica más estúpida del planeta.

—¿Te molesta tanto? —espeté y no la dejé responder— Y no creo que sea así conmigo solo por llevarme a la cama. Confío en mí misma y en mi capacidad de llevarme bien con los chicos sin que haya sexo de por medio —apostillé y me miró con sorpresa—. Además de que pienso que tú te empeñas en ver solo el lado malo de él, ¿o ya has intentado saludarlo y no solo comértelo con la mirada? Porque eres guapa y bien podrías darle un buen polvo.

—¡Joder, Essie! No te enojes —pidió y negué.

—No, Dalia. Creo que lo juzgas mal y el hecho de que sea hombre no significa que no lo incomode tu forma de mirarlo, porque he visto cómo lo desnudaste con la mirada hoy y pueda ser que por eso Izan sea borde contigo.

—¡Ostras, tía! Que te he dicho que no te enojes. Tienes razón, vale.

—Izan es el chico más malditamente guapo que he conocido, lo acepto. Y sé que él sabe lo que provoca en las mujeres, pero, Dalia, eso no significa que tienes derecho a pasarte de esa manera, ¿o no te molesta a ti que un tipo te desnude con la mirada? —seguí, porque en realidad me molestó su manera de hablarme— ¿No te has puesto a pensar que la borde seas tú y no él, ya que lo ves solo como un pedazo de carne?

—Me cago en la puta, Essie —se quejó cuando al fin me callé y solté el aire que había retenido.

La cabeza comenzó a dolerme por no permitir que el aire me llegara al cerebro y supe que necesitaba mi medicamento de inmediato.

Dalia iba cogiendo con fuerza el volante sin dejar de ver a la carretera, con el rostro colorado e incrédula por mi reacción y todo lo que le solté.

Y de verdad ni yo creía aún esa reacción que tuve, desconocí esa necesidad que me embargó de defender a ese chico sin siquiera conocerlo; aunque era de las que pensaba que no era bueno tachar a nadie de nada solo por lo que otros te decían, no obstante, no era de defender a personas que apenas conocía.

—Nunca te había visto así en el tiempo que tengo de conocerte —añadió y estuve de acuerdo.

Y no era la primera vez que la veía desnudar a un chico con la mirada, pero nunca me importó ni lo vi como algo grave hasta ese día.

Todo estaba pasando demasiado rápido.

—Y, aunque tienes razón en todo lo que me dijiste, no dejo de pensar en que estás siendo muy territorial con ese chulo —Rodé los ojos.

Con el tiempo aprendí algunas de sus jergas, aunque muchas veces todavía me quedaba buscando señal hasta entenderle.

—Te gusta, ¿cierto? —quiso saber y negué.

—No es guapo, es hermoso. El primer chico que me ha impactado de esta manera, pero no te dije todo eso solo por su físico, sino también porque fue amable conmigo y no lo vi con ninguna otra intención —aseguré y en ese momento fue ella la que negó—. No soy una idiota o ilusa, aunque así lo creas.

—¡Ya! Está bien, Essie, lo siento y te lo repito, tienes razón en lo que me dijiste y discúlpame por lo que insinué. Solo te pido que tengas cuidado, cariño y que recuerdes que yo conozco un poco más de ese tío a diferencia de ti.

—Dejemos este tema por la paz —pedí yo.

—Hecho —aceptó y lo agradecí.

Todavía sentía la sangre caliente por el pequeño agarrón que tuvimos y, aunque no pensaba en dejar de hablarle, sí quería dejar de verla y estar sola en la tranquilidad de mi apartamento; me urgía tomar una ducha, comer algo y sentarme en el alfeizar de mi ventana junto al único mejor amigo que tenía de verdad. Ese que en lugar de juzgarme me ayudaba a distraerme, a desconectarme de la realidad y a no preocuparme por el día a día.

Y gracias al cielo tras hacer lo que quería y luego acomodarme en mi lugar favorito, cogí a mi fiel compañero en ese instante y abrí sus páginas hasta dar con la que dejé pendiente la noche anterior.

Ladrón de Recuerdos trataba sobre Megan, una chica que tras un accidente perdió la memoria y años después al estar recuperada conoció al amor de su vida, pero las teorías que se formaban en mi cabeza con cada párrafo leído, cada vez me decían que Jessi —el chico que la tenía loca— también era el causante de aquel hecho que robó sus recuerdos.

—Hola, mamá —saludé justo a las siete de la tarde.

Eran las dos de la tarde en Virginia y ella esperaba me llamada luego de un mensaje que le envié.

Le pregunté cómo estaba ella, papá y mi hermano como casi siempre lo hacía. Papá obviamente estaba a su lado así que también lo saludé y les conté parte de mi día omitiendo que estaba trabajando.

Con mamá era con la que más charlaba y me divertía, ella siempre tenía una pregunta fuera de lugar o incluso bochornosa la mayoría de las veces, pero ya me había acostumbrado y su forma de ser me alegraba hasta en los peores momentos.

Admiraba su forma de ver la vida y quería aprenderle eso.

—¿Mamá? ¿Y tu pregunta sobre si hay algún chico guapo en mi vida, dónde está? —inquirí cuando pasó mucho tiempo y no la hizo.

Ya me estoy convenciendo de que en Londres no hay ninguno o tú necesitas un ajuste —soltó y pegué tremenda carcajada.

La primera vez que me dijo lo del ajuste se arrepintió y hasta lloró pidiéndome disculpas creyendo que me había ofendido, yo en cambio me reí de eso. No me molestó ni lo tomé como una broma de mal gusto, al contrario, me gustaba que fuera tan espontánea y olvidara lo que me pasó. Eso me hizo sentir normal.

¡Espera! ¿Quieres que haga esa pregunta? —dijo emocionada y me reí— ¡Carajo, amor! No me ilusiones ni hagas que a tu padre le dé un infarto con una falsa alarma! —suplicó y entonces me carcajeé— Estrellita, esa risa no es solo por diversión, espera, espera —exclamó más eufórica y vi el móvil cuando me avisó del cambio de llamada normal a videollamada.

Mamá tenía una mascarilla verde puesta en el rostro y el cabello negro en un moño malhecho.

Todos opinaban que me parecía a ella, pues también tenía el cabello negro —aunque corto luego de raparlo todo debido a las operaciones a las que fui sometida—, labios gruesos como los suyos —los míos eran un poquitín más llenos, pero con las misma forma—, ojos grandes y almendrados, nariz casi idéntica, rostro aguileño y cuerpo esbelto. Sin embargo, papá aportó lo suyo y no solo el esperma, ya que mi color de ojos era idéntico al de él y por supuesto que tenía que heredarme las pecas.

Muchas de ellas.

Dime que hay un inglés guapo y grandote —Leí en sus labios puesto que no hizo ningún sonido.

Laurel, te estoy viendo en la pantalla —se quejó papá y eso me hizo reír.

Él también tenía puesta la misma mascarilla y usaban pijama idéntico a pesar de ser las dos de la tarde en su ciudad. Acababan de llegar de un viaje, así que solo les apetecía descansar y pasar horas en la cama sin importar la hora.

O eso fue lo que dijo papá que hacían, con un tono de advertencia sin embargo que intuí que no era para mí.

Me encantaba eso de mis padres, que no importaba el tiempo o los años, ellos se acoplaban perfecto a las épocas.

—Mamá es una exagerada, papá —dije con cara inocente.

Y sin embargo, insististe por primera vez con esa tonta pregunta —señaló y sonreí avergonzada.

A ver, amor. Dame cinco que necesito ir a la cocina por un té —intervino mamá y salió de inmediato de la cama.

¡Que ahora te vayas no me hará olvidar lo que ya escuché! —gritó papá y mamá rodó los ojos.

Casi corrió fuera de la recámara y solo cuando cerró la puerta volvió a hablar.

¡Listo! Quiero saberlo todo —demandó y negué.

Pero le conté todo lo que me pasó ese día, omitiendo que sucedió en el trabajo, ya que ella al igual que papá tenían esa absurda necesidad de investigar y estudiar los lugares donde estaría y me hacían sentir como una tonta que todavía no sabía escoger los pasos que daría.

No obstante, había descubierto que dejando de lado lo anterior, a mamá podía contarle lo que fuera y no me juzgaría, ni siquiera me corregía. Se limitaba a aconsejarme y guiarme, haciéndome saber lo bueno y lo malo. Así que con confianza le hablé sobre mi accidente, por qué me sucedió y quién me distrajo; le di hasta el detalle más mínimo de cómo Izan me cuidó y mencioné la opinión de Dalia, admitiéndole también que por primera vez me sentí abrumada e impactada por un chico y que solo cuando cogí mi libro y me perdí entre sus páginas, logré sacarlo de mi cabeza.  

—¿Y por qué te asusta sentirte así? —preguntó cuando terminé de contarle todo.

Sí hizo su té y hasta se lo estaba terminando de beber.

—Porque acabo de conocerlo, mamá. Solo lo he visto hoy y que me impacte de esta manera, al punto de no poderlo sacar de mi cabeza y sentirme en un nube solo porque fue amable conmigo y no lo es con los demás, me hace sentir como una novata inmadura que se emociona por nada—señalé lo obvio.

¿Y te han dicho que para que alguien te guste o te impacte así se necesita tiempo de convivencia? ¿Hay reglas o límites de tiempo? —Negué con la cabeza— Hija, no te diré que es el primer amor o enamoramiento, pero obviamente es la primera vez que un chico te gusta, eres nueva en esto y por las descripciones que me has dado de él, ese jovencito me tuviera loca hasta a mí si no amara a tu padre.

—¡Mamá! ¡Por Dios! —exclamé riéndome de su descaro.

¿¡Qué!? Es cierto, amor —afirmó y negué—. Y siendo totalmente sincera, yo me acosté con tu padre la primera vez que lo conocí porque desde que lo vi me sentí en una nube —confesó y mis ojos se desorbitaron—. Y que quede claro que no estoy diciendo que hagas lo mismo…bueno, si quieres hazlo.

—¡Carajo, mamá! ¿¡Cómo es posible que sea yo la que te pida que te midas en lo que me dirás!? —inquirí y blanqueó los ojos tal cual lo hizo con papá antes.

¡Ya! A lo que voy es, que yo no me detuve por lo que tu padre me hizo sentir y en su momento me asustó, eh, no mentiré. O porque recién acababa de verlo por primera vez, ya que las relaciones, el primer amor, el amor en sí  es cuestión de química no de tiempo. Por eso me lancé con él y así nuestro camino haya estado lleno de espinas, no me arrepiento, Essie y por más de veinte años he sido la mujer más feliz del mundo.

Lo sabía, lo noté al poco tiempo de conocerlos.

—¿Y qué pasaría si Dalia tiene razón y él solo quiere llevarme a la cama para luego dejarme? —pregunté con vergüenza.

Bueno, con él también conocerías lo que es tener un corazón roto y la decepción que vivirás te enseñará a ser más fuerte.

—Eso no me ayuda —me quejé.

Estrellita, el amor y el desamor son parte de nuestro ciclo vital así como la vida y la muerte —me recordó y suspiré—. Para que sepas lo que es ser feliz antes debes conocer la tristeza, para valorar la riqueza muchas veces pasarás por la pobreza y, para aprender a ser fuerte siempre vas a tener que ser débil antes, amor. Pero jamás te detengas por el miedo, porque eso solo te hará vivir en un mundo de incertidumbre. O no te dejará vivir en realidad.

Entendí su punto y lo compartía. De hecho también era consciente de que me estaba ahogando en un vaso de agua y todo se debía a los nuevos sentimientos que estaba experimentando; era como una adolescente metida en el cuerpo de una joven de veintidós años y por un balazo en la cabeza tuve que volver a ser niña y crecer mentalmente a la velocidad de la luz, por lo mismo había situaciones que me las salté y cosas en las que sería una novata por mucho tiempo.

—No sé por qué por un momento creí que me dirías que me alejara de ese chico porque solo me rompería el corazón —dije con burla y ella rio.

No, hija mía. Soy mujer y fui joven, tengo los pies bien plantados en la tierra y sé que el desamor lo vas a vivir tarde o temprano. Además de que te amo con toda mi alma y no te mentiré jamás o te encerraré en una burbuja por más que me duela lo que atravieses. Como madre tengo la esperanza de que sigas mis consejos siempre para que no sufras tanto, pero si no lo haces… puedo prometerte que estaré allí para ti, para consolarte y para hablar mal del cabrón que no te valore.

—Eres única —le dije con un nudo en la garganta.

Sí, Estrellita. Lo soy —se mofó haciéndome reír—, así como tú también lo eres y sé que te he dado un buen ejemplo como mujer y con tu padre te hemos mostrado lo que es tener un amor sano, y si alguien te ofrece menos que eso, confío en que lo dejarás para esperar al chico o a la chica que te dará tu lugar como reina —añadió y sonreí feliz de tenerla como mi madre.

  

Logré dormir un poco más tranquila y menos abrumada después de hablar con ella, me hizo sentir mejor con sus palabras y ya no como una tonta que se ilusionaba con la primera sonrisa que le daban.

Y no era la primera en realidad, pero sí la única que había hecho que mi corazón se acelerara.

Mamá tenía razón en eso, Izan no era el primer chico extremadamente hermoso que veía, no. En Londres había demasiados y varios de ellos me miraron con interés y sonrieron con malicia cuando me conocieron, pero no sentí nada hasta que ese Gambino llegó y cambió mi rutina en cuestión de segundos.

¡Carajo! Ni siquiera lo había visto por completo cuando hizo que mis nervios se alocaran, su presencia bastó. Fue química como dijo mamá y ya estaba en mí controlarme para no desilusionarme o seguir en ese camino sin freno alguno.

 

____****____

 

Por fortuna o por desgracia, como quisiera tomarlo, mi semana laboral continuó sin la presencia de Izan. Alguna veces escuché que estaba en la compañía, mas no se asomaba por la zona de trabajo y se limitaba a mantenerse en su oficina. Y sí, de cierta manera me sentí triste, aunque también entendí que eso era una señal de que no debía precipitarme con mis sentimientos.

Evité hablar de él con Dalia para que no me juzgara ni tachara de nada por un interés que al parecer era solo mío, pero sí estuve atenta a escuchar todo lo que algunos compañeros de trabajo decían de su familia.

María se perdía cada vez que Izan estaba en su oficina y Dalia bromeaba con su sospecha de que a su tía le gustaban los yogurines. Y me reí cuando dijo tal cosa, aunque por dentro sentí una punzada de decepción porque podía ser cierto.

Hasta pensé en que esa era la razón por la que el chico mandaba por un tubo a las chicas que se le acercaban —como aseguró Dalia—. Podía ser que tuviese algo a escondidas con María, quien era una mujer en sus cuarenta muy hermosa, soltera y de buenas curvas, ya que invertía su tiempo libre en cuidarse, así que no me parecía raro que los hombres, ya fueran mayores o menores, babearan por ella.

—¿Te irás conmigo hoy? —quiso saber Dalia y negué.

Todavía no aprendía a conducir. Me dijeron que antes podía, mas ya no y le tenía pavor a coger un coche. Mi presión arterial se iba a las nubes con la sola idea de tener que sentarme frente al volante, así que prefería pagar Uber o viajar con mis amigos.

Estábamos en la sala de descanso cogiendo nuestro almuerzo.

—Oliver vendrá por mí, necesita que le ayude a comprar algo para su chico —avisé.

—¿Irás a la fiesta de cumpleaños mañana? —quiso saber con emoción.

Oliver era amigo de ambas, lo conocimos en la cafetería que frecuentábamos todas las tardes después de salir de la escuela culinaria. Él era el dueño y fuimos una especie de celestinas entre él y Arthur —su actual pareja—, así que sí, debía estar presente en el cumpleaños del alma gemela de mi mejor amigo.

—Obvio que sí, de hecho creo que me quedaré con ellos esta noche y antes de que sueltes una de tus payasadas, le advertí a Oliver que no quería servir de mal tercio, pero aseguró que por hoy se portarán bien.

Dalia se rio de lo que dije y sabía la razón: ni yo creía que Oliver fuera a cumplir.

Había leído sobre gemidos y parejas que hacían el amor —aunque evitaba las lecturas con escenas eróticas siempre que podía—, pero escucharlos era otro nivel y terminé con un trauma luego de quedarme con Oliver y Arthur una noche tras una de sus fiestas. Los tontos no pudieron aguantar las ganas e hicieron lo suyo sin importarles que tenían a un alma inocente en la otra habitación.

Su alboroto fue tanto esa noche, que no pude quedarme en mi habitación y tuve que ir a la de ellos para asegurarme de que estaban bien, pues llegó un momento en que no supe si les dolía o les gustaba lo que se hacían tras unos gemidos que parecieron más a alaridos.

Por supuesto que Oliver le contó a Dalia lo sucedido y por un rato fui la burla de ellos, claro está que hasta yo terminé riéndome de mi ingenuidad.

Desde esa noche traté de evitar dormir en casa de Oliver, pero cuando debí hacerlo ya no me tomaron desprevenida y mejor dormí con los audífonos puestos.

—Prepara una buena playlist, cariño, porque a esos dos les encanta echar un quiqui cada que tú llegas —recomendó.

Y sí, no dudaba en que fueran a follar por mucho que Oliver prometiera lo contrario.

—¿Mari no nos acompañará hoy? —pregunté cambiando de tema y negó.

—Supongo que se está echando un quiqui también con su yogurín —respondió y negué.

No sé si lo hacía por probarme o porque en verdad creía que María tenía algo con Izan. Y al principio me afectó que dijera tal cosa, sin embargo, con los días me hice a la idea de que podía ser cierto así que mejor lo acepté.

—¿No te da miedo crearle un problema por lo que dices de ella? —inquirí recordando las reglas de la compañía.

Aunque supuse que con él no se aplicaban por ser el jefe.

—Claro que no, porque esto solo lo comento contigo, con nadie más —aseguró y asentí.

El día transcurrió normal, tranquilo. Sin metas esa vez, ya que el día anterior habíamos sacado una orden de dos mil platos preparados para un supermercado.

Así era en Joddy´s, días de locos y días tranquilos.

Justo a las tres de la tarde vi mi reloj cuando recibí una notificación de mensaje, era Oliver avisando que ya estaba saliendo de su casa para ir por mí y sonreí al leer su recordatorio de no olvidar mis audífonos.

—Idiota —susurré para mí y escondí bien el reloj bajo la manga de mi bata.

—William, ¿sabes dónde está Mari? —inquirió mi amiga cuando el susodicho llegó.

—Deberían estar por llegar, ya que se fueron desde la mañana —avisó él.

—¿Deberían? —preguntó Dalia.

—Ella e Izan —confirmó él y mis cejas se alzaron casi por inercia.

Dalia murmuró algo y me miró, tenía los ojos achicados así que deduje que estaba sonriendo con picardía, puesto que esa respuesta de William le daba más realce a sus sospechas.

Justo a las tres y treinta ambas estábamos registrando nuestra salida en la computadora de escritorio que designaron para eso. Me fui a los casilleros a tomar mis cosas y me apresuré sabiendo que Oliver ya tenía un rato esperándome. Dalia se quedó porque William le pidió algo y ella encantada aceptó ayudarle así que me despedí y prometimos vernos al día siguiente.

Cuando salí ubiqué a Oliver, su coche estaba estacionado al lado de un deportivo blanco, mi amigo se había salido del suyo y se recargó en la parte trasera para mirar embobado al que reconocí como Lamborghini y me reí de él.

—Arthur estaría celoso en este momento —le dije cuando me acerqué y lo distraje.

Oliver iba muy guapo como siempre y el cabello rubio y largo esa vez se lo había recogido en una coleta pegada a la nuca.

—Mi vida, qué hermosa estás —exclamó y le sonreí para luego darme la vuelta y que me apreciara mejor.

Nuestro uniforme era un pantalón negro ajustado —para las mujeres— y una chaqueta filipina blanca con negro como las tradicionales. Y no importaba que usáramos una bata por higiene cuando estábamos en la cocina, siempre debíamos vestir el uniforme oficial de un chef.

Oliver decía que soñaba con verme vestida así y al fin se le estaba cumpliendo.

—¡Uh la la! —exclamó y le moví las caderas riéndome.

Aunque me puse más roja que un tomate en el momento que las puertas del Lamborghini se abrieron y me permitieron ver a María saliendo del lado del copiloto y a Izan del lado del piloto.

¡Mierda! El coche tenía los vidrios tintados y cerrados, por lo mismo asumí que estaba solo y Oliver también, puesto que se sorprendió tanto o más que yo al ver al chico alto —más que él— vestido con pantalón negro y camisa blanca junto a unas gafas de aviador, pasar por su lado.

—Luciendo bien el uniforme, eh —murmuró María hacia mí con mucha diversión y no supe si reír o llorar.

—Lo siento, no sabía que estaban dentro —dije para ambos y ella rio.

—Lo notamos —repuso Izan y tragué con dificultad.

—Hasta mañana, Essie —se despidió María siguiendo su camino y le hizo un asentimiento a Oliver.

Ni siquiera pude presentar a mi amigo con ella.

Por alguna razón Izan no siguió a Mari de inmediato y sentí que se quedó viendo a Oliver por demasiado tiempo.

Carraspeé incómoda.

—Oliver, él es Izan, nuestro jefe —me animé a decir y mi amigo asintió hacia él sin demostrar que en su mente ya estaba desnudando a semejante ejemplar vestido similar a mí—. Izan, Oliver es mi mejor amigo —terminé y en ese momento sentí su mirada en mí, aunque las gafas no me permitieran ver sus ojos.

—Tu mejor amigo —satirizó, pero le tendió la mano a Oliver.

—Gran coche, ¿eres italiano, cierto? —dedujo mi amigo e Izan sonrió.

Se dieron un apretón de manos.

—¿Se nota? —inquirió él sardónico y lo miré embobada.

—Algo —respondió divertido Oliver y miró un detalle del coche de Izan del cual me percaté hasta ese instante.

Tenía tres rayas en la parte de abajo de la puerta, eran los colores de la bandera italiana.

—Excelente producto nacional —añadió Oliver y me puse roja por haber entendido el doble sentido implícito.

—¿El coche o yo? —se mofó Izan.

Abrí la boca con sorpresa, no lo pude evitar.

Obviamente el tipo sabía la belleza que poseía y demostró que así como podía ser amable para unas personas y borde para otras, también se le daba el ser un engreído.

—Ambos —respondió Oliver.

—Bien, esto ya se volvió incómodo —bufé y los dos me observaron con diversión.

En serio no quería estar presente con esa tensión cortando el aire.

—No te preocupes, mi vida. No estamos ligando, tu jefe sabe lo que quiere y está muy seguro de lo que es, así que no tiene ningún problema con soltar esos comentarios o con que se los suelten, ¿cierto? —dijo hacia él.

Izan se subió las gafas y me miró a los ojos en ese instante.

—Cierto —respondió seguro y se relamió los labios volviéndolos brillosos y más rosados.

¡Vaya suerte la de María! Si es que de verdad tenía algo con él.

Y para mi desgracia, en ese momento supe lo que era sentir envidia.

—Bien, los dejo seguir con su camino —añadió entonces Izan y ambos asentimos. Comenzó a caminar hasta pasar por mi lado—. Te veo, luego —dijo hacia mí y me regaló una sonrisa que me dejó más idiota de lo que ya estaba.

Ahí iba de nuevo esa sensación de nervios y revoloteo en mi estómago.

—¿Izan? —lo llamó Oliver y solo en ese instante noté que había estado viendo mi reacción ante ese chico— Mi novio cumple años mañana y sería bueno que nos acompañaras a la fiesta si te apetece y no tienes nada mejor que hacer —lo invitó tomándome por sorpresa.

Izan lo miró y alzó las cejas, pero luego puso su atención en mí.

—¿Tú irás? —me preguntó y sentí que mi cerebro estaba comenzando a fallar de nuevo porque no logré mover la lengua para responder.

—Por supuesto que irá, no se lo perdería por nada —respondió Oliver por mí y volví a ponerme roja.

¡Dios mío! ¿Qué me pasaba?

—Entonces iré —aseguró Izan y olvidé cómo respirar.

—Será en el Café A Little Peace que está una calle abajo de Eckington Llanerch —indicó mi amigo.

Izan nunca dejó de mirarme.

—Bien, entonces hasta mañana, Essie —se despidió.

No respondí.

No pude.  

Me metí al coche de Oliver todavía sin creerme lo que acababa de pasar. Con muchas preguntas dándome vuelta en la cabeza y dudas que pronto me provocarían una tremenda jaqueca.

—Amor, como no comiences a hablar me veré tentado a darte un golpe en la cabeza —advirtió Oliver cuando ya habíamos recorrido un buen tramo y lo miré incrédula.

Él casi nunca me llamaba por mi nombre, siempre tenía un apelativo cariñoso para mí y una vez confesó que era porque le recordaba a su hermanita menor, misma que perdió debido a una enfermedad terminal.

—¿Por qué invitaste a Izan a la fiesta de Arthur cuando eres tan cerrado con las personas que recién conoces? —dije, pudiendo hablar al fin— ¿Y cómo es eso de excelente producto nacional? —añadí más con tono de reclamo.

Oliver comenzó a reírse.

—Mi niña hermosa, si a ti ya solo te falta cargar un pañuelo para limpiarte la baba cuando lo ves —aseguró por lo primero que pregunté y me avergoncé— y no te culpo, ese tipo está como quiere. ¡Joder! Si te hace pecar con el pensamiento con solo verlo y te juro que ahora mismo tengo un remordimiento de conciencia y la necesidad de pedirle perdón a Arthur, porque la próxima que vez que follemos, ten por seguro que voy a imaginarme a tu jefe.

—¿¡Qué demonios, Oliver!? —chillé y le di un golpe en el brazo.

—¡Auch! —se quejó y me asusté porque por un momento perdió la dirección del coche.

—¡Dios! Lo siento, Oli. No quería pegarte fuerte —dije y sobé justo donde le golpeé.

—Aja, esa ni tú te la crees —comentó con diversión y negó—. Y qué buena mano tienes, amor. No esperé que un golpe tuyo doliera tanto —señaló mis brazos flacuchos y presioné los labios para no reírme.

—Lo siento —repetí.

—Y respondiendo bien a tu pregunta, lo invité porque vi tus ojitos al verlo. Parecías una damisela viendo por primera vez a un príncipe —se burló y quise volver a golpearlo, pero me contuve—. Así que solo quise ser el celestino esta vez —añadió y me hundí en el asiento del coche.

Solté tremendo suspiro y Oliver me miró sorprendido y divertido a la vez.

—¡Oh mierda! Yo creí que era algo del momento, pero ese suspiro y esa carita de tontuela me están diciendo que ya escuchas las campanas de boda, te ves caminando hacia el altar y hasta ya pensaste en el nombre que vas a ponerle a tus hijos —exclamó riéndose.

—¡Joder, Oliver! No te burles —exigí y se carcajeó.

Mas no me hizo caso y solo negué y me hundí más en el asiento, pensando en que lo que dijo tenía algo de cierto. No me imaginaba ni campanas ni boda y menos nombres de hijos, pero sí me estaba ilusionando y apenas tenía una semana de conocer a Izan, hablamos solo una vez o dos con la de esa tarde y tenía la espinita de que a lo mejor estaba en algo con María, así que en definitiva no iba por el mejor camino, aunque no lo podía evitar por más que lo intentara.

Incluso pensando en lo que me dijo Dalia sobre él y en las grandes posibilidades de terminar con el corazón roto, Izan me estaba afectando demasiado.

—Dalia opina que Izan es amable conmigo solo porque quiere llevarme a la cama —le dije rato después con un tono de tristeza que no esperé.

—Bueno, pues aprovéchalo, amor y deja que te dé la follada de tu vida para que te enteres por ti misma que en la cama, los gemidos de placer y dolor son fáciles de confundir.

—¡Mierda, Oliver! ¿¡Es en serio!? —largué riéndome después de estar triste.

Por supuesto que él también se rio, justo en ese momento llegamos al centro comercial y estacionó el coche, pero no nos bajamos.

—A ver, ya hablando en serio —dijo y supe que se había puesto en modo terapeuta y eso me gustó porque sus consejos siempre eran buenos—. Amo a Dalia, pero muchas veces la chica habla desde sus sentimientos más oscuros y pueda ser que no se equivoque e Izan solo quiera llevarte a la cama, sin embargo, ese es un riesgo que vas a correr con todo los hombres, no solo con él —aclaró y me hizo ver algo que había olvidado.

Oliver tenía toda la razón, corría el mismo riesgo con todos por muy buenos que parecieran ser.

—Y a veces, los tipos que se te presentan con las mejores intenciones resultan ser los más cabrones, cariño. Al menos con Izan sabes a lo que te arriesgas y si llegase a suceder, no te decepcionará tanto como con uno que te bajó el cielo y las estrellas antes de bajarte las bragas.

Me recosté en su hombro y reí, sus palabras iban cargadas de la más pura verdad.

—Pero también te puede sorprender, amor. Porque por muy cabrones que seamos los hombres, siempre hay alguien capaz de volarnos la cabeza y cuando llega, no hay poder humano que impide que caigamos como unos idiotas. Y con esto no quiero decir que tú serás la caída de ese tipo ni que te ilusiones más, solo quiero que tengas claro que no debes dejar de vivir por miedo.

Recordé a mamá al escucharlo, su consejo fue el mismo. Así que volví a enderezarme para verlo al rostro.

—Ábrete a las experiencias, conócelo si es lo que quieres. No tengas miedo de mostrarle que te gusta y si quieres irte a la cama con él, hazlo, solo protégete y no me refiero a que te cuides de un embarazo o enfermedad sino también a que protejas tu corazón. Ya sabes que hay una gran posibilidad de que solo quiera follarte, pero tú no sabes si ya después de hacerlo será a ti a quien ya no le gusta ni ilusiona Izan. Quien sabe que la tenga chiquita y en lugar de gemidos te provoque risa, aunque lo dudo. Noté su paquete y se veía grande.

—No me jodas, Oliver. ¿¡Viste eso!? —inquirí y asintió con una risita.

—Me es imposible no hacerlo, amor, No sé, es como adicción en mí verle el paquete a tipos guapos —confesó y mis ojos se desorbitaron.

—Idiota pervertido —bufé.

—Al menos ya te advertí que la tiene grande y con eso ya te evité una decepción —se mofó y negué divertida.

 

Seguimos hablando unos minutos más dentro del coche y, junto a la plática que tuve con mamá, logró que ya no me sintiera tan tonta por lo que Izan me provocaba, ambos aseguraban que era normal y que al ser la primera vez que alguien me afectaba, los sentimientos tendían a volverse más intensos.

Luego nos adentramos al centro comercial y recorrimos cada tienda habida y por haber en el lugar. Por mi parte, odiaba ir de compras y solo lo hacía si de verdad necesitaba algo e iba directo al grano, pero por Oliver terminé haciendo una excepción y juntos buscamos el regalo perfecto para Arthur. Mi amigo lucía más emocionado que yo por mi interés en Izan y el saber que existía la posibilidad de que al siguiente día volvería a verlo, así que fui fácil de convencer cuando entramos a una tienda de ropa y Oliver me aconsejó comprar algo lindo para usar en la fiesta.

Al final del día salí del centro comercial con varias bolsas en mano y un gato negro de felpa bajo el brazo.

Extrañaba a mi Luna, el gato que siempre me acompañó cuando estaba en casa de mis padres, el de felpa bajo mi brazo era idéntico a él, así que lo representaría mientras lograba tener a mi amigo conmigo. Cuando convenciera a papá y a mamá de que no volvería a Estados Unidos.

 

____****____

 

Al día siguiente amanecí un poco trasnochada, ya que en efecto, Oliver no cumplió su palabra, aunque esa vez los escuché solo porque tuve curiosidad, pero me arrepentí luego de recordar la confesión de mi amigo sobre imaginar a Izan.

            Estuve tentada a ir a la habitación y confesarle todo a Arthur, pero la lealtad de mi amistad con su pareja me detuvo.

            Ese día el Café cerró para poder decorar el lugar con globos y adornos dorados y negros; Oliver había pensado hasta en el más mínimo detalle para agasajar a Arthur y me sentía emocionada. Una voz en mi interior me susurraba a cada momento que esa emoción se debía a otra cosa o a una persona en realidad, pero la ignoré.

La fiesta estaba prevista para comenzar a las siete de la tarde y justo a las cuatro Oliver insistió en que quería maquillarme y peinarme, pasé del peinado, ya que no me gustaba recogerme el cabello porque eso permitía que las cicatrices en mi cabeza se vieran. Había una en especial que sobresalía en mi sien derecha y solo podía ocultarla con el cabello suelto.

Mi amigo entendió la razón y por lo mismo no insistió, en lugar de eso lo alació de forma perfecta.

Él y Dalia sabían que fui sometida a operaciones en la cabeza, pero nunca les hablé del motivo real y menos de que perdí la memoria. Terminé por contarles una mentira y en ocasiones me sentía mal por ello, mas trataba de olvidarlo.

Oliver era excelente maquillando, así que no me sorprendió cuando me vi en el espejo, con colores ahumados en los párpados y un delineado de ensueño junto a unas pestañas largas que se encargaban de enmarcar mis ojos y resaltar el color.

La iluminación en los pómulos marcaba más la forma de mi rostro y la nariz me la perfiló como si me hubiese sometido a una rinoplastia. Las cejas eran otro nivel con ese relleno que realizó y las mejillas con tono dorado me daban un toque de bronceado único.

Y mis labios seguían viéndose gruesos incluso con el labial en color melocotón que lucía un poco más pálido que mi piel.

 

—¡Mierda! Hasta yo me he enamorado de ti al verte así —halagó Arthur al verme salir de la habitación cuando la hora irnos llegó.

Oliver escogió el atuendo también por mí, así que iba vestida con un enterizo supercorto y con un poco de vuelo que lo hacía confundir con un vestido. No tenía escote por lo que se cerraba justo en mi cuello y de mangas largas. Era azul marino con detalles de florecillas blancas y un cinturón para dar mejor forma. Las sandalias de plataforma beige, altas y con agarre negro en los tobillos fueron lo único que elegí yo, ya que incluso los aretes de aro grande eran a elección de mi amigo.

—No me tientes a cancelar la fiesta —advirtió Oliver y me reí.

Nos fuimos justo cuando consideramos que la mayoría de invitados había llegado y al estar en el Café, Arthur fue recibido como una celebridad. Él también estaba guapo esa noche, con el cabello recién cortado y muy bien peinado, la barba la tenía afeitada a la perfección y el nuevo piercing en su nariz le daba ese toque rebelde que a mi amigo lo volvía loco.

Dalia ya estaba ahí con otras conocidas y me acerqué a saludarlas, mi amiga me halagó y le devolví los piropos puesto que también iba muy guapa con su mini vestido dorado y sandalias de tira. A diferencia de mí, ella podía lucir su cabello —también negro— recogido sin tener que dar explicaciones incómodas del por qué llevaba feas cicatrices.

Yo era más baja, así que incluso con plataformas de diez centímetros, Dalia seguía siendo más alta. Y, en ningún momento le comenté que Oliver había invitado a Izan a la fiesta y no fue por lo que opinaba sino más bien porque mientras las horas pasaban, perdía las esperanzas de que el chico se hiciera presente. A lo mejor tuvo que hacer otra cosa más importante, o planes más interesantes, que asistir a una fiesta de gente que recién conoció.

La pasamos un rato con Arthur y Oliver cuando los invitados lo permitieron y nos reímos de las payasadas que mi amigo y Dalia soltaban a cada segundo, pero admito que nunca dejé de ver hacia la puerta esperando a que Izan se hiciera presente.

Y Oliver lo notó, de hecho estuvo a punto de decirme algo al respecto, pero con disimulo le pedí que lo dejara para después, entendiendo de inmediato que no quería que Dalia se enterara y soltara algún comentario que me amargara la noche. Así que terminó por ofrecerme un trago de sandía el cual juraba que era lo más exquisito que probaría en mi vida después del sexo y, tras los ruegos de él y Dalia, cogí el vaso con líquido rosado y demasiado hielo.

Oliver no me mintió, el trago sabía de maravilla y luego de terminarlo tomé otro. Y al no estar acostumbrada a beber, con dos comencé a sentirme diferente.

—¡Me cago en la leche! —exclamó Dalia.

Arthur estaba saludando a unos amigos. Oliver, ella y yo nos quedamos sentados en los taburetes de la barra luego de cantar el Feliz Cumpleaños y que Arthur partiera su torta repleta de velas.

—¿¡Pero qué coño hace tía Mari aquí!? —No quise mirar hacia donde ella lo hacía porque mi intuición me dijo quién la acompañaba— ¿Y con Izan? —confirmó.

Escucharla fue como que me vertieran una baldada de agua fría encima, pues que María lo acompañara confirmaba un poco más las sospechas de Dalia. Y eso significaba que tenía que dejar mi entusiasmo por ese chico sí o sí, ya que era un hombre comprometido y jamás me metería en una relación siendo la tercera en discordia.

Nunca.

 

____****____

 

Oliver me observó pidiendo auxilio, yo simplemente le di un sorbo a mi bebida y traté de trabajar en mis respiraciones, ya que estaba a punto de entrar en taquicardia. Mis ilusiones estaban perdidas al imaginar que Izan no llegaría, que se pasó la invitación de mi amigo por el arco del triunfo, pero que apareciera con una acompañante las mató.

—Bueno, admito que yo invité a tu jefe, pero jamás a la mujer que lo acompaña y que hasta hoy sé que es tu tía —admitió Oliver cuando miró a donde Dalia miraba.

Tenía el tercer trago en la mano así que le di un gran sorbo tras escucharlos.

Oliver le explicó a Dalia que conoció a Izan un día antes en la salida de nuestro trabajo y que yo se lo presenté, aunque le dio una razón vaga de por qué lo invitó. Luego se disculpó con nosotras para ir a recibirlos y ambas asentimos.

—Essie, por qué no me dijiste esto —inquirió mi amiga al estar solas.

—Lo creí irrelevante y menos creí que viniera —admití.

—Pues te has equivocado, guapa —dijo y le sonreí restándole importancia—. Esta mañana le pregunté a tía si tenía algo con Izan y me respondió con que no era de mi incumbencia —confesó.

—Y no lo es —confirmé y me miró entrecerrando los ojos.

—Como sea, Essie. Igual le advertí que no creo que a los padres de Izan les guste saber que su hijo está saliendo con alguien mayor, sobre todo cuando le buscan una chica de su nivel —ironizó.

No tenía por qué sorprenderme, ya que había ciertos ricos que se creían inalcanzables, pero lo hizo. No imaginaba a Izan viniendo de una familia así.

—Bueno, amiga. Al final a quien le debe de gustar es a él no a ellos —aclaré, incluso cuando las palabras se sintieron amargas en mi boca.

—Ya, pero la cuestión es que no hablamos de una familia cualquiera sino de los Gambino —enfatizó como si ellos fueran una especie de realeza.

Decidí no seguir tocando ese tema y opté por terminar el trago. Pensaba pedir otro, pero antes tenía que ir al baño así que me puse de pie con la intención de pedirle a Dalia que me acompañara y me mareé.

—¡Carajo! —exclamé riéndome.

—Bien, cariño mío. Como que ya bebiste suficiente, eh —señaló Dalia y negué.

—¡Hola, guapas! —exclamó una voz femenina a mis espaldas.

Me giré para encontrar a María.

La mujer iba muy bella enfundada en un vestido negro con brillantes que se ajustaba perfecto a sus curvas, con unas sandalias de tiras transparentes, cabello recogido en un moño y maquillaje suave.

En ese atuendo lucía más joven que con el uniforme de trabajo y parecía como si acababa de escaparse de una fiesta de gala importante, solo que se llevó al príncipe con ella y este como todo un caballero le puso el saco sobre los hombros para evitar que la dama pasara frío.

Sin embargo y como ya se me estaba haciendo costumbre, fue el dueño de ese saco quien llamó mi atención como si se tratase de un imán. También iba vestido bastante formal, con un pantalón negro de lino y una camisa blanca, la cual ya tenía con las mangas arremangadas hasta los codos permitiendo que sus tatuajes resaltaran. La había desabotonado del cuello y la corbata la llevaba con el nudo deshecho.

—Hombre tía, que acaso vuestra fiesta estaba aburrida y por eso decidisteis buscar la diversión en otro lado —inquirió Dalia al besar a Mari una vez en cada mejilla— y, hola guapo —añadió como saludo a Izan— ¿o tendré que llamarte tío muy pronto? —soltó antes de besarlo igual que como hizo con María.

Quise matarla por imprudente, pero me limité a negar. Oliver hizo lo mismo.

—Ustedes los españoles ya llaman así a todo el mundo —respondió Izan con un gesto sardónico que trató de pasar como sonrisa.

Tras eso me miró con esa intensidad que lo caracterizaba.

—Estás preciosa, nena —halagó Mari cuando llegó cerca. Me abrazó como saludo y luego besó mi mejilla.

—Tú más —dije sincera y me fue imposible no respirar profundo en cuanto el aroma de Izan en el saco que Mari usaba me golpeó de lleno.

Esa fragancia tenía un efecto relajante en mí y junto a los tragos que ingerí, la reacción se intensificaba.

—Hola —le dije cuando María se alejó y él se acercó con la intención de saludarme.

No sabía si darle un beso en la mejilla o solo la mano, él por el contrario lo tenía claro e ignoró mi mano para poner una de las suyas en mi cintura y acercarme.

El contacto fue inesperado y el brillo travieso en sus ojos mucho más.

—El aroma en mi cuello es más intenso, por si quieres inspirarlo de ahí —susurró en mi oído tras hacer el amago de saludarme.

El alcohol que bebí no ayudó a apaciguar mi vergüenza al darme cuenta de que se percató de lo que hice con María.

—Luces preciosa, por cierto —añadió y luego dio un beso muy cerca de la comisura de mis labios.

No sé qué clase de magia poseía ese chico, pero tenía la capacidad de encerrarme en una burbuja cada vez que estaba cerca de mí. Era como si todo el mundo desapareciera a excepción de él y yo.

Creo que musité un gracias cuando se alejó y rápido busqué con la mirada a Dalia. Por fortuna, María le estaba diciendo algo y eso impidió que se diera cuenta del acercamiento de Izan. Oliver por su parte estaba sonriendo con picardía y diciéndole algo a Arthur que no supe en qué momento llegó.

—Siento mucho llegar tarde y con una invitada inesperada —dijo Izan más para mí—. Tuvimos que atender un evento y nos escapamos tan pronto como pudimos. Feliz cumpleaños —añadió para Arthur y le tendió la mano junto a una botella que se veía muy fina.

Arthur pareció reconocer la bebida, ya que sus ojos se desorbitaron y le musitó un gracias.

Oliver entabló una charla bastante amena logrando que mis nervios se calmaran y más tarde fueron a bailar a la pequeña pista que armaron. Arthur se llevó a Dalia con él y mi amigo a María, dejándome sola con Izan.

—Ven —dijo Izan y me tomó de la mano para llevarme a la pista.

«Fire on fire» de Sam Smith se escuchaba de fondo.

Mi mano entrelazada a la de Izan se sintió muy pequeña, pero se ajustó a la perfección. Su piel era suave a excepción de ciertas secciones ásperas en sus palmas que de seguro tenía por levantar peso y la calidez se sintió más intensa por lo heladas que tenía las mías.

—¿No hubiese sido mejor que vinieras a bailar con Mari? —pregunté en cuanto me tomó de la cintura y yo puse las manos en sus hombros tratando de mantener una distancia prudente.

Recordándome que era posible que ese chico estuviese comprometido.

 

Fuego en fuego.

Normalmente nos mataría…

 

Tragué con dificultad al escuchar aquella estrofa y más cuando Izan me apretó contra su duro y cálido cuerpo, eliminando cualquier distancia entre nosotros.

—¿Por qué con ella si con la que quiero bailar es contigo? —inquirió.

Ya había dicho que el chico era alto, pero tenerlo tan cerca y ambos de pie, me hizo pensar en que me equivoqué con mis cálculos.

Los tatuajes en su cuello lucían con un color fresco, y muy bien cuidado, y el tono que usó al hacerme esa pregunta hizo que una corriente eléctrica se concentrara en mi ombligo.

Ni siquiera sabía que eso fuera posible.

—No quiero ocasionar problemas con ella si es celosa —dije y su sonrisa me hizo sentir tonta.

 

Dicen que estamos fuera de control y algunos dicen que somos pecadores.

Pero no dejes que se arruinen nuestros hermosos ritmos.

 

Amaba esa canción y cuando estaba a solas la cantaba a todo pulmón, pero ahí, entre los brazos de ese chico, olvidé la letra y quizá hasta cómo se respiraba.

—No creo que sea celosa, nunca me ha parecido así. Pero si lo es, celará a su pareja, no a mí, Essie —aseguró. La voz de Izan en ese instante me pareció más melodiosa que la de Sam y con eso ya estaba diciendo mucho.

La ilusión revoloteando en mi pecho me hizo sentir más tonta y sobre todo por la sonrisa que no pude ocultar.

—Tú también hueles delicioso —añadió.

Jamás le dije que él olía así, aunque considerando que notó mi reacción al saludar a María, intuí que no era necesario.

Subí la mirada a su rostro, ya que me mantuve viendo a los lados y no directamente hacia él, y me arrepentí al darme cuenta de que estábamos demasiado cerca.

Sus labios rosados y brillosos me tentaron a dar mi primer beso, pero fue su sonrisa suave y mirada intensa la que me hizo pensar en que me sería fácil entregarle a él mis primeras veces en todo.

Sin embargo, mi cerebro gritó que era muy pronto y lo hizo tan fuerte, que giré el rostro cuando creí que se acercó más a mí.

—¡Maldición! Lo siento —susurró confirmándome que no me equivoqué.

El corazón me iba a mil por hora y apreté su camisa entre mis manos con la esperanza de mantener los pies sobre el suelo, ya que ese simple acto me hizo subir a las nubes.

—No, Izan. Yo lo siento —dije y cuando me quise separar me tomó un poco más fuerte de la cintura.

Posé las manos en su pecho y volví a verlo a la cara.

Su mirada se intensificó, se volvió serio e intimidante de una forma sexi.

—No me iré por la ramas contigo, Essie —advirtió— y sé que acabas de conocerme, pero muero por probar tus labios —confesó y mi pecho subió y bajó con respiraciones aceleradas—. Y voy muy rápido, lo reconozco, mas no me juzgues cuando me enloqueces con solo mirarme.

—Izan, yo… —Me quedé petrificada al sentir su dedo pulgar acariciando mi mejilla.

Su forma de tocarme era casi como si me estuviera adorando, las pestañas le enmarcaban los ojos haciendo que su mirada se volviera peligrosa, justo como un animal feroz a punto de cazar a su presa. Y no le bastó solo acariciar mi mejilla, puesto que recorrió mis labios con una delicadeza que por increíble que pareciera, me erizó la piel y con ella también los pezones.

—Necesito un poco de aire fresco —dije, agradeciendo que la canción terminó y tuve la excusa perfecta para alejarme.

Y ni siquiera esperé a que me respondiera, solo me di la vuelta y comencé a caminar hacia la puerta trasera del Café. Oliver había adecuado el pequeño patio como una zona bastante cómoda para que sus trabajadores tomaran los descansos, así que lo consideré el lugar perfecto para que el aire me refrescara las ideas y calmara mis hormonas.

El temor me hacía pedazos.

 

____****____

 

Recordé los consejos de Oliver y los de mi madre y pensé en lo fácil que era comprenderlos cuando Izan no estaba cerca, pero era llegando y el miedo se hacía presente, arrasando con la valentía que tenía lejos de él. Y podía parecer algo infantil de mi parte o quizá lo típico de la etapa adolescente, aunque llegado a ese punto reconocía que una chica de quince años tenía más valor que yo cuando de relaciones se trataba.

A lo mejor estaba dándole demasiadas vueltas al asunto o quizá podía ser el destino dándome una advertencia, suplicándome porque me alejara antes de que fuera demasiado tarde.

 

—¿Essie? —me llamaron y al girarme encontré a Izan detrás de mí.

La luz de la luna lo bañaba haciéndolo ver peligroso y sexi. Él era como de esos chicos que veías en la TV o redes sociales, siempre impecables, misteriosos e inalcanzables.

Hasta que te seguían sin darte cuenta. Fuera para lo que fuera que él lo hizo.

Mi pecho subía y bajaba, empuñé las manos para que dejaran de temblar y por un instante me sentí congelada con su mirada intensa. Nunca lo creí posible en la vida real, pero estaba comprobando que Izan era como un ser oscuro bañado por la luna y en efecto, reafirmando lo que dije antes, también misterioso, peligroso y con un encanto que seducía sin decir ni una sola palabra.

            Pero me obligué a aterrizar y a no dejarme consumir por lo que me provocaba.

—Iré directo al grano como tú conmigo allá adentro —dije, retomando el valor y queriendo acabar con esa incertidumbre de una buena vez.

—Prefiero eso a que huyas de mí —aseguró y se acercó dos pasos.

Sé que sin el alcohol en mi sistema habría flaqueado justo en ese instante.

—¿Tienes algo con María?

Bien, no era eso con lo que quería comenzar, pero, ya que estábamos en esas tenía que aprovechar a que todo quedara claro.

Al principio Izan frunció el ceño con sorpresa, luego sonrió. Lo hizo de verdad y no como los gestos que tenía con las demás personas, dándoles simplemente una mueca educada o irónica.

—Si te refieres a que si follamos, la respuesta es no. María es solo una persona importante en mi compañía y me ayuda en todo lo que necesito —respondió sin titubear, sin una pizca de inseguridad—. Pero ambos preferimos que crean que tenemos algo más allá del trabajo —admitió.

—Yo no —solté y en ese momento sin vergüenza alguna.

Izan no lo esperó, pero al analizar mi respuesta su mirada se intensificó y dio otro paso más hacia mí, marcando de nuevo la diferencia entre nuestras estaturas.

—Me gustas —admitió y eso casi me hace perder el valor de nuevo.

—¿Te gusto para follar o para conocerme? —inquirí.

—¡Mierda! —musitó, lo vi bastante sorprendido de lo directa que fui.

—¿Pregunta difícil de responder? —ironicé.

—Para nada, más bien ha sido sorprendente.

—¿Entonces? —insistí.

Dio un paso más, así que solo las puntas de sus zapatos y mis sandalias nos separaban.

—Me gustas para follar —respondió y su sinceridad fue como una bofetada en ese instante—, también para conocerte. Me encantas para presumir, Essie Black —añadió y alcé la mirada hacia la de él—. Me fascinas como para pasar los días a tu lado, las tardes, las noches —añadió con una seguridad increíble.

Si ese chico utilizaba esa labia para llevar a las chicas a la cama, le aplaudía. Ya que decía justo lo que queríamos escuchar.

—Es muy pronto para que asegures eso —señalé y me tomó de una mano.

Vi embobada cuando la llevó a su boca y me besó en la palma de ella, tras ello la posó en su mejilla buscando mi tacto.

—No para mí, pequeño Ónix —susurró observando mis labios como si no soportara las ganas de devorarlos, eso y su forma de llamarme me dejaron descolocada.

Con la otra mano acarició mi cabello y suspiró profundo.

—Izan… —musité al sentir que el corazón se me iba a salir por la boca.

—No contigo —me interrumpió.

Y así sin más las ganas lo vencieron y en un segundo su boca estaba sobre la mía.

 

Orgullo blanco

Caos

Para muchos, Sadashi Kishaba era solo una chica fría y sin alma, pero muy pocos conocían su verdadera historia y la oscura razón por la que era quien era, para no tener sentimientos y para creer que el romanticismo era solo una debilidad. Nació siendo un ángel que obligaron a vivir en un infierno y la forzaron a convertirse en el peor demonio; para ella matar era como su diario vivir y no porque lo disfrutara, sino por supervivencia. La presionaron para dejar la bondad de lado y de una forma muy dura descubrió que la familia solo era una de las peores caídas. No tuvo niñez ni adolescencia, al menos no como la que para todos era normal; para Sadashi ser común era pelear por comida o por vivir un día más, sus juguetes fueron armas blancas y su parque de diversiones un campo de batalla, hasta que sus padres se sacrificaron por su libertad y la hicieron huir en busca de lo que ellos tanto añoraron. Pero ellos jamás imaginaron que la libertad solo dañaría más a su pequeña y que el mundo real la aterreraría. Aprender a vivir sin sus padres sería lo más difícil en su vida y adaptarse a la realidad, algo que muy pronto aborrecería. Sobre todo, cuando su vida se cruza con la de Aiden Pride White, un chico que le enseñará lo que ella considera la mayor debilidad. Y desde la primera vez que Aiden la vio algo en su interior le gritó que esa chica era un peligro inminente, uno al que estaba dispuesto a enfrentarse sin importar las consecuencias. Sadashi era el tipo de pendiente en la que él deseaba dejarse ir sin frenos, dejando que el camino lo llevara directo a estrellarse o a seguir en su libre destino. —Prometí que yo sería tu caída, pero en el proceso creo que tú te convertirás en mi verdadera libertad —Confesó viéndola directo a los ojos y atravesando su alma. En esa mirada ambos descubrieron que amor y caos era la combinación más fascinante y peligrosa.

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Pasado oscuro

Sadashi

Años atrás…

 

Iba sentada en el asiento trasero de una camioneta negra, envuelta en una manta cálida, recién bañada después de semanas de no saber cómo se sentía el agua sobre mi piel. A penas tenía quince años y tiempo atrás soñé con el momento que estaba viviendo, pero en ese instante no me provocaba las sensaciones que creí que sentiría.

La mujer sentada en el asiento del copiloto era muy parecida a mamá, aunque con varios años menos, piel muy bien cuidada y cabello con el brillo del firmamento; eran diferencias monumentales con mi progenitora, pero sabía que si mamá hubiese tenido una vida como la de su hermana, también habría poseído aquellas cualidades físicas.

Mi corazón dolía al pensar en mi madre, todo era muy reciente y se reproducía en mi cabeza como si acababa de pasar.

Tres semanas atrás habíamos logrado escapar de un grupo de hombres que nos sacaron del campo de concentración en el que éramos reclusas, perteneciente al país que me vio nacer: Corea del Norte; a papá no le importó sacrificar su vida con tal de defendernos de aquellos enfermos que intentaban llevarnos a China, a mi madre para que hiciera trabajos forzados y a mí para venderme con cuanto tipo quisiera aprovecharse de mi cuerpo.

Pero de nada importó que mi padre muriera con tal de que no nos sacaran, pues siempre lo hicieron y si no hubiésemos aprovechado la extrema confianza de uno de ellos, al dormirse con la llave de la jaula donde nos tenían, en la bolsa del pantalón y muy cerca de donde nos encontrábamos, habríamos sido condenadas por el resto de nuestras vidas a un infierno distinto.

El sueño de la añorada libertad se convirtió en la peor de las pesadillas y ni siquiera la podía comparar con mis años como prisionera.

Junto a mi madre y otras personas más que huíamos, caminamos por el desierto de Gobi, guiados por un hombre que aseguraba ser nuestra ayuda, aunque también nos llevara rumbo a China, un país que se esconde detrás de las palabras libertad y sueños y a pesar de eso, lograr llegar allí en busca de refugio no nos alegraba del todo, puesto que todavía corríamos peligro de encontrar más esclavitud o muerte.

Mas era un riesgo que debíamos correr si queríamos escapar del infierno al que fuimos condenados por hacer una llamada internacional, a la familia de mamá, en la que descubrieron que ella era japonesa que estuvo viviendo en el país de incógnita, razón suficiente para acusarlos de quebrantar la ley, ya que en Corea del Norte nunca hubieran permitido de buena fe que mi madre se quedara para establecerse de forma permanente.

Las leyes norcoreanas eran así de tontas y si las quebrantabas, pagarías en un lugar que solo podía compararse con el infierno.

Al llegar a China fuimos protegidas por un empresario que aseguraba que nos haría llegar con los Kishaba —la familia de mamá—, pero el maldito buscaba aprovechar la mercancía antes de entregarla y sus ojos fueron puestos en mí. No le importó que estuviese sucia, tenía un objetivo que ansiaba cumplir y lo haría a toda costa; mamá supo las intenciones de aquel malnacido y antes de que me tocara, ella me defendió con uñas y dientes, convirtiéndose así en la nueva finalidad de aquel ser repugnante.

Durante años crecí escuchando un dicho famoso en Corea del Norte: «Las mujeres son débiles, pero las madres son fuertes» y lo comprobé la noche en la que mamá se hizo violar y tras eso asesinar con tal de que me no me dañaran. El olor de su sangre todavía seguía impregnado en mi nariz, su rostro de horror se grabó en mi cabeza casi como leyes escritas en piedras y las risas estridentes de aquel hijo de puta continuaban atormentándome cuando cerraba los ojos.

Corrí de aquel lugar por órdenes de ella, lo hice sin parar hasta que mis pies sangraron y no podían más, me escondí durante días entre basureros y callejones de mala muerte, peleé por comida y dormí sobre charcos y asfalto hasta que unos hombres vestidos de ninja me encontraron. Me opuse a ellos cuando intentaron atraparme, luché con todas mis fuerzas para evitar que me llevaran porque temía que iban a regresarme a Corea del Norte, mas fue en vano; eran muchos y fuertes, peleaban mejor de lo que yo fui entrenada y tras sentir un pinchazo en mi cuello, caí en una profunda oscuridad.

Pero incluso ahí sentí miedo y lloraba de terror al imaginar que mis padres murieron en vano.

 

____****____

 

Desperté horas antes de irme con Maokko, la hermana menor de mi madre, lo hice al escuchar el canto de los pájaros; apreté con fuerza los ojos por el brillo molesto que daba en mi rostro y dañaba mis retinas. Cuando me acostumbré a la luz miré para todos lados y me descubrí en un lugar desconocido y nuevo, ya que mis ojos jamás vieron lo que en ese momento veía.

La superficie en la que me encontraba acostada era demasiado suave, en nada se comparaba al rincón duro y apestoso en el que dormí desde que tenía cinco años, la tela que me cubría era muy delicada y diferente al papel que usé como sábana durante años, tan fina que hasta se trababa en mi piel áspera.

Salí de aquella superficie acolchonada cuando la puerta del cuarto donde estaba se abrió, me puse en posición de ataque y cogí un vaso de cristal que se encontraba en una especie de mesa, al lado del lugar donde antes estuve acostada, el vaso era más pesado de lo que imaginé; siempre bebí de mis manos u objetos de plástico, y, aquel tipo de vaso solo lo vi de lejos. En el campo donde me crie había unos pocos y los utilizaban solo cuando una persona importante llegaba a ver cómo marchaba el lugar de sus juegos.

—Definitivamente eres sobrina de Maokko —habló un tipo de piel café, llevaba muchos dibujos en su piel y vestía todo de negro, incluido un gorro que cubría su cabeza.

En sus manos portaba una especie de plato rectangular y en esa cosa se encontraba otro plato redondo, una taza y un vaso. Había comida y bebida sobre eso, pero no reconocía de qué tipo, ya que jamás vi más allá de arroz y agua.

—Mi nombre es Marcus, soy novio de tu tía Maokko. Ella está arreglando unos asuntos, pero pronto vendrá aquí para hablar contigo —siguió hablando.

Lo hacía en japonés y se notaba que se le dificultaba mucho esa lengua, pero lo intentaba.

Yo hablaba coreano, pero mamá se aseguró de enseñarme su lengua y la llegué a dominar a la perfección, aunque hablarla me hacía ganar castigos espantosos, puesto que en aquel país también era prohibido hablar en otro idioma a menos que estuviera en lugares donde se permitía estar a los extranjeros.

Mi madre tomó un riesgo mortal al enseñarme el idioma japonés luego de ser condenada por vivir en Corea del Norte como incógnita, pero se empeñó en que aprendiera con la esperanza de que un día lográramos escapar; como niña no entendía el castigo que recibiría si me escuchaban, así que en una o dos ocasiones repetí palabras que no debí y mis padres lo pagaron. Luego de eso me mantuve en silencio hasta que la rebeldía llegó a mi vida.

A los soldados que nos cuidaban no les agradaba el no entender lo que estaba diciendo y muchas veces los maldije en japonés, la recompensa por hacerlo eran días sin comer, pero era la única manera de decirles todo lo que me provocaban, ya que si se los decía en coreano, de seguro me habría ganado la muerte y no estaba dispuesta a morir en aquel infierno.

—¿Quiénes fueron los tipos que me atraparon? —pregunté, vi al hombre poner en una mesa la cosa que llevaba en sus manos y sacó una de las sillas que reposaban debajo de ella.

No son tus enemigos, son personas que trabajan para nosotros y nos ayudaban a encontrarte. Tuvieron que sedarte al ver que no cederías tan fácil, pero no iban a dañarte. Maokko los envió para que te rescataran y trajeran acá —Sonrió amable, aunque para mí seguía luciendo peligroso—. Ven a comer, imagino que no has probado bocado en días y tienes que estar bañada y alimentada antes de marcharnos —pidió.

—¿Dónde estamos y a dónde iremos? —seguí con mi interrogatorio, las tripas me rugieron cuando el olor de la comida me llegó, pero necesitaba algunas respuestas.

Ven a comer y te respondo mientras lo hagas —propuso— y deja ese vaso, ya que no es la mejor arma contra mí —El tono usado para decir eso fue divertido.

Miré el vaso y sin pensarlo lo golpeé en la mesita haciendo que se quebrara y un pedazo grande, puntiagudo y afilado quedó en mi mano.

—¡Mierda! —lo escuché decir y sonreí.

—¿Sigue siendo inservible contra ti? —ironicé.

Por suerte no me lastimé y Marcus lo notó, sus ojos se desorbitaron al percatarse de la razón que me llevó a romper el vaso y tras negar con la cabeza, sonrió de nuevo, pero con más diversión que antes.

—Sí, tú también eres una Kishaba —aseguró como si antes todavía no lo tenía claro y escuchar que me llamaran con el apellido de mi madre me estremeció, ya que desde que tenía uso de razón solo me reconocieron con el apellido de papá—. Vaya suerte la mía —añadió.

La verdad, no entendí en qué contexto dijo lo último, pero me dio un poco de confianza y con cuidado llegué a la mesa. Comí todo lo que llevó para mí y solté algunas lágrimas en el proceso, mismas que intenté disimular frente al tipo que me cuidaba como si fuese una soldado más del campo de concentración.

Deseé haber podido compartir esa comida con mis padres, celebrar que al fin éramos libres, aunque a veces intentaba convencerme de que de alguna manera, ellos también lo eran.

Maokko llegó rato después, mamá me habló de ella en repetidas ocasiones y siempre confió en que su hermana menor lograría dar con nosotros y nos salvaría de aquel calvario al que fuimos condenados —aunque para mí, llegó muy tarde—; la reconocí de inmediato, jamás vi una foto suya, pero escuché tanto de esa mujer, que sus rasgos me los sabía de memoria y ayudaba el que se pareciera a mi madre.

Le pregunté si sabía algo de su hermana y me dolió en el alma confirmar que en efecto, estaba muerta; Maokko pudo recuperar su cuerpo y aseguró que los malditos culpables ya estaban pagando por lo que hicieron y algo en su tono de voz me hizo creerle.

Después de tomar una ducha hicimos una pequeña ceremonia para despedir a mis padres y, aunque no era típico de mi cultura, acepté que cremaran el cuerpo de mi madre para así poder llevármela. Aquel proceso no era rápido, sin embargo, Maokko dijo que tenía métodos para lograr que lo hicieran pronto y tras obtener todo, salimos rumbo a Japón; al llegar a ese país fuimos recibidos por un contingente, personas que se ocultaban entre los transeúntes.

Al parecer, la pequeña de los Kishaba tenía una doble vida y una influencia tremenda en un mundo que todavía desconocía.

—Descansa un poco, mañana nos reuniremos con mi jefa. Ella nos ayudará con lo que corresponde hacer contigo de ahora en adelante —pidió cuando estábamos en su casa.

No respondí a nada, me sentía reacia a ella. Su novio nos acompañaba y hablaban en un idioma desconocido para mí y por primera vez entendí a los malnacidos que me custodiaban en el campo, pues odiaba no poder entender lo que decían.

A la mañana siguiente y tras tomar una ducha, nos conducimos hacia algún lugar que todavía ignoraba. Tokio era hermoso, aunque todo me parecía así después de ver solo tierra, alambres con púas, árboles y campamentos de peleas.

Vestía ropa que Maokko me prestó y me cubría con una manta, ya que me sentía más protegida, estúpido de mi parte al ser consciente de que solo podía protegerme con un arma improvisada, puños y patadas, pero me estaba pasando: me sentía vulnerable en un mundo que desconocía y cuando todavía no confiaba del todo en una mujer que llevaba mi sangre, y en su novio.

—¿Qué es esto? —pregunté sin dejar de ver la enorme casa frente a mis ojos.

Maokko sonrió divertida al ver mi admiración y sorpresa por aquel lugar tan majestuoso.

Puedes llamarlo Templo o Monasterio Justiciero —explicó—, sé que tu madre debió hablarte mucho de ellos. Este es uno muy particular, ya que, fue creado para el servicio de La Orden a la que pertenezco —Recordé a mamá hablando de ellos en susurros, cuando me contaba las historias de su país y ciudad.

Ella las describía como torres de madera, de dos o tres pisos, con sus paredes hechas de un material semi transparente que se asemejaba al papel maché con el que fabricaban los faroles que dejaban volar al cielo para sus ceremonias importantes, cubiertos por techos que formaban una pagoda. Las historias detrás de esos lugares eran increíbles y siempre que mi madre me hablaba de ello, me hacía soñar.

En mis sueños era una princesa guerrera que ayudaba a su príncipe a ganar las guerras más difíciles. Aunque a quien creí mi príncipe, prefirió luchar sus guerras él solo.

—Vamos —dijo y me sacó de mis pensamientos.

Un hombre había llegado y le dijo algo en el idioma que hablaba con su novio. Así que me concentré en lo que me rodeaba.

En el templo sobre todo, que era muy distinto al de las historias de mi madre, pues sus paredes eran de ladrillos con puertas del hierro más fuerte y custodiado por demasiadas personas. No era en nada parecido a un lugar de paz, sino más bien se veía como una maldita fortaleza.

—Voy a ir a reunirme con unas personas, espera aquí y no te muevas porque puedes perderte. Ya después te mostraré el lugar —pidió Maokko y asentí. 

La vi irse junto a su novio, ellos eran una combinación muy graciosa y admiré el valor que tenía para estar con un tipo tan grande, con toda esa piel manchada y una actitud que podía poner a cagar hasta al dictador de mi país. Maokko era muy pequeña y menuda, yo lo era aún más debido a mi mala alimentación y las condiciones en las que viví.

Miré a mi alrededor después de que ellos se perdieron entre unas puertas, el interior seguía siendo de ladrillo desnudo y las paredes altas estaban adornadas con todo tipo de armas; sabía que mis ojos brillaban al verlas, eran hermosas y en nada se comparaban a la daga de piedra que mi padre me forjó justo unos días antes de entrar a mi primer combate. Reconocí algunas luces que iluminaban el lugar como candelabros; las descripciones de mamá fueron perfectas.

Nunca pude ver revistas y mucho menos la televisión y, los pocos recuerdos que tenía de mis días antes de entrar a aquel encarcelamiento, eran borrosos.

El piso era de madera o al menos así parecía, estaba tan brilloso que mi reflejo en él era como el de un espejo; no me reconocí al verme, mi piel, aunque quemada por el sol, se veía limpia y mi cabello parecía más suave después de las cosas que Maokko me hizo untarme en él. Su ropa, a pesar de que me quedaba un poco floja, era más adecuada para mi cuerpo que las piltrafas que usé durante una década.

Respiré profundo el olor delicioso que envolvía todo aquel lugar y al acercarme a una pequeña mesa que adornaba los pasillos, descubrí un recipiente de madera y en él, delgados palitos que desprendían humo, la fragancia de antes salía de ellos y quise tomarlos, pero un grito proveniente de un salón aledaño a donde me encontraba, me distrajo por completo.

Dejé la manta en una silla que se encontraba cerca e ignorando la petición de Maokko, caminé hasta donde provenía el grito, comencé a escuchar más, era de una mujer y un hombre. Sonaba como si estaban peleando y curiosa por saber de qué se trataba, abrí la puerta sin pensarlo.

—¡Cuidado! —gritó una mujer en tono de terror.

Una daga voló directo hacia mi rostro, mis reflejos estaban muy bien entrenados y antes de siquiera pensar en qué hacer, mi mano había reaccionado con vida propia y golpeó el arma justo a milímetros de que se clavara en mi frente, aunque logró hacerme un leve corte que sanaría dentro de unos días.

La mujer y el hombre que se encontraban en ese lugar me miraron estupefactos, limpié un hilillo de sangre que comenzó a correr de mi ceño hacia mi nariz y me preparé para una pelea cuando los vi acercarse a mí. La chica me decía cosas que no entendía, se notaba furiosa después de salir de su shock y solo me limité a verla con frialdad.

—¿No entiendes nada de lo que te digo? —Lo hice hasta ese momento, puesto que habló en japonés.

—No soy fácil de matar y antes de que lo logres, te aseguro que no saldrás bien librada —espeté. Hablando el idioma que al parecer también entendía.

—No quería lastimarte, ¿¡qué acaso no sabes leer!? —me sermoneó y empuñé las manos dispuesta a irme sobre ella— El cartel en la puerta dice claro: «No entrar. Zona de entrenamiento». ¡Mierda! Pude haberte matado, chiquilla tonta.

—No sé leer y ya te dije: no soy fácil de matar —confesé y recordé.

Sí sabía leer, pero solo coreano.

El hombre de cabello amarillo brillante que la acompañaba le dijo algo, hablando de nuevo el otro idioma que ya me estaba hartando.

—¡Isa! —Escuché la voz de Maokko a mis espaldas, iba corriendo hacia donde nos encontrábamos— ¡Joder! Creí que llegarías pronto a la oficina del maestro Cho, estaba esperándote allí —Agradecía que ella se dignara a hablar en una lengua que yo conocía— ¡Mierda, Sadashi! Te dije que me esperaras en donde te dejé —me reprochó, pero se asustó al verme— ¿Estás bien?

Me alejé de ella en cuanto intentó cogerme el rostro, era mi única familia, pero mi habilidad para confiar en las personas estaba desfasada y todavía no me sentía del todo cómoda con ella. Además, que me llamara por ese nombre se seguía sintiendo extraño.

Nací bajo el nombre de Jiyu Park, mis padres lo escogieron porque desde que me concibieron juraron que sería una mujer valiente. Algo que demostré ser en aquel campo de concentración, no obstante, ser llamada por aquel nombre coreano me recordaría toda la vida el infierno que vivimos, así que mi madre me bautizó con uno nuevo antes de que llegáramos a China.

Sadashi Kishaba.

Un nombre japonés que ella siempre deseó que llevara su primogénita, pero que debido al destino no podía usar hasta que fuera libre. Y que Maokko me llamara así era una confirmación que todavía me parecía increíble.

Era libre al fin. 

—Solo fue un rasguño, sanará pronto. Estoy acostumbrada a peores —solté al volver a mi presente y me miró un tanto extraña.

—¿Es tu sobrina? —quiso saber la mujer que casi me atravesó la cabeza con una daga. Maokko asintió y el rostro de molestia de la tal Isa desapareció de inmediato— Tiene unos malditos reflejos —Su forma de maldecir se contradecía con la emoción en su voz— y ya veo que la fanfarronería es parte de la sangre Kishaba —añadió y Maokko sonrió divertida.

—Créeme que ahora mismo estoy odiando esa actitud —soltó viéndome molesta por haberle desobedecido.

Ambas se metieron en una conversación que no entendí y decidí alejarme, aunque el hombre con cabellos de sol se acercó a mí y me sonrió amable, pero detrás de la amabilidad siempre se escondían segundas intenciones, así que me mantuve alerta a lo que haría.

—Solo déjame limpiarte ese corte y ponerte algo, si no se te hará una cicatriz bastante fea para tu delicado rostro —dijo cuando me alejé de él.

También sabía hablar mi segundo idioma.

—No necesito limpiar o ponerme nada, sanará en unos días y no dejará huella, al menos no en comparación a mis marcas —solté y solo esperaba que no se pusiera a preguntar nada.

—No permitamos que se haga otra marca —sugirió—. Soy amigo de Maokko y desde ahora si quieres, también tuyo —comentó.

—¿Amigo? —Me reí al decir tal cosa— No existen. Dejemos en que eres conocido de alguien que lleva mi sangre y te repito: mi corte sanará, estoy acostumbrada a mis marcas y ya no me molestan. Una más no hará ninguna diferencia.

El tipo se sorprendió por mi respuesta y vi en sus ojos que se rindió, aunque también noté lástima y odié tal cosa.

Mi vida fue y era dura, sin duda alguna; crecer en un campo de concentración desde los cinco años condenada a pagar por algo que no hice había sido mi destino. Peleé desde la edad de ocho años por comida, ropa y derecho a tomar un baño cada dos semanas; recibí golpes y heridas que me llevaron al borde de la muerte, pasé por castigos que me mantuvieron en agonía por noches enteras y tuve que enfrentarme a mis peores demonios cuando arrebaté vidas con tal de que no me quitaran la mía o la de mis padres.

Claro, muchos podían sentir lástima por eso, pero no estaba en Japón por lo que ese sentimiento provocaba, no.

Estaba ahí porque mis padres dieron la vida para que obtuviera mi libertad, me convertí en una huérfana libre y no estaba dispuesta a que nadie me viera como ese tipo lo hacía. Mi cuerpo, en efecto tenía muchas marcas, toda mi columna vertebral fue tatuada con cortes profundos y luego cauterizada para que jamás se borraran. Mi sangre fue la tinta y una daga, la aguja que me marcó como Propiedad del Campo de Concentración 666 y odié cuando me las vi, quise quemarme la piel de nuevo para borrar aquello, pero Kwan —el tipo que en su momento creí mi príncipe— me enseñó a verlas como mi fortaleza y desde ese entonces, cada cicatriz que mi cuerpo recibió, fue un tatuaje de fortaleza.

Así que no, nadie tenía por qué verme con lástima, era una sobreviviente, de las pocas que lograba escapar de aquel infierno.

—Maokko me informa que está siendo un poco difícil para ella tratar de entenderte y que te abras con tus sentimientos —comunicó rato después la mujer llamada Isabella.

—No tengo sentimientos, no sé por qué espera que abra lo que no poseo —expliqué.

Tanto ella, Maokko y su novio, se encontraban conmigo en una oficina, así le llamaron todos.

—Cuando asesinaron a Akiko frente a tus ojos no sentiste felicidad. Aunque si dices que no posees sentimientos, imagino que en realidad te dio lo mismo —enfatizó y apreté los puños con fuerza.

¿Quién mierda se creía esa tipa?

Y que llamaran a mi madre por su nombre real fue un golpe crudo, ya que ella tuvo que usar uno falso que de nada le sirvió, porque al final de todo siempre descubrieron que había sido una intrusa en un país cruel.

—La familia es debilidad, lo aprendí desde que tengo uso de razón. Y el amor es la forma más estúpida de suicidarte —escupí llena de furia al recordar que por eso mis padres se condenaron y me condenaron—, pero te aconsejo que no intuyas lo que sentí cuando violaron y asesinaron a mi madre frente a mis malditos ojos —bramé entre dientes. Ella sonrió levemente con mi respuesta—. Maokko puede tener mi sangre, pero no la considero mi familia, ya que se supone que la familia está cuando más lo necesitas y ella no estuvo en el momento que más requerí de su ayuda —confesé lo que me venía tragando desde que se cruzó conmigo en China.

—Está cuando más la necesitas —enfatizó la mujer de cabello café dorado frente a mí.

—Perdiste a tu madre, pero yo también perdí a mi hermana —habló Maokko—. Y si no sabes, no hables, Sadashi. Las busqué durante años, pero meterme a Corea del Norte era ir derecho a la boca del lobo y si me atrapaban, nadie más las sacaría de ese infierno y sí, puede que tus padres murieran, sin embargo, ellos sabían los riesgos e incluso así los tomaron. Tuve que conformarme con salvarte a ti y perder a mi hermana, la decisión no fue fácil, mas tu madre así lo quiso.

Me mordí la lengua para no decir nada, conocí a mi madre a la perfección y estaba consciente de que ella decidió que yo viviera por encima de su propia vida.

—Está claro que no estás preparada para vivir con Maokko y ella tampoco para lidiar contigo y el duelo que atraviesa por la muerte de Akiko, así que hemos tomado la decisión de que te quedes un tiempo aquí en el Monasterio —informó Isa—. Te tomaré bajo mi tutoría y te enseñaré a pulir tus destrezas, pero sobre todo, te enseñaré a respetar y a que veas a tu familia como una fortaleza; dentro de tres semanas nos mudaremos a Italia y allí estudiarás y te convertirás en lo que debiste ser desde un principio.

—Puedo decidir por mí —mascullé.

No sabía si Italia era una ciudad más de Japón, aunque el nombre sonaba raro y no tenía nada que ver con el país en el que estábamos, pero era una ignorante de momento.

Mis conocimientos se basaban en Corea del Norte y su dictadura.

—No, no puedes. Maokko es tu tutora legal y ella me ha cedido tus derechos; así que si dices no tener sentimientos, pues que te importe un carajo lo que haremos contigo de aquí en adelante.

—¡Eres una dictadora de mierda más! —grité— ¡Y ya estoy harta de que me quieran gobernar la vida! He probado la libertad y libre me voy a quedar —aseguré.

Isabella sonrió con malicia.

—Caleb te enseñará tu nueva habitación y se te proveerá de ropa adecuada para estar aquí. Desde mañana a las cuatro de la madrugada comenzaremos con tu entrenamiento y nueva vida. Esta dictadora de mierda te mostrará lo que es la libertad y el respeto cuando te lo ganes —Negué, estaba estúpida si creía que me iba a someter—. Y te aconsejo que no intentes escapar porque las personas que viven aquí pueden llegar a ser peores que los soldados que te custodiaban antes y tienen órdenes de darte unos azotes si te portas mal.

Vi a varios tipos llegar, había mujeres también. Caleb, el chico rubio estaba incluido en ese grupo de personas y me sacaron de la oficina en la que estábamos.

Pensé en demostrarle a Maokko e Isabella lo mucho que se equivocaron conmigo, las odié a las dos por darme órdenes, por quererme quitar lo que yo creí que era la libertad, pero con los días en aquel templo y después mi nueva vida en un país llamado Italia, descubrí de lo que me estaba perdiendo con mi actitud altanera.

Con el tiempo respeté a mi Sensei —Isabella Pride White— y entendí a tía Maokko, mi única familia de sangre.

Conocí a Grigori y La Orden del Silencio, organizaciones anticriminales a nivel mundial que pronto se convirtieron en mi nuevo hogar; estudié nuevos idiomas y por fin llegué a entender lo que Marcus y los demás hablaban. Me gané la confianza de personas que me brindaron su ayuda sin pedir nada a cambio, lo hicieron solo por el simple gusto de verme convertida en una buena mujer.

Cursé mis estudios básicos en línea, ya que a pesar de todo, no lograba confiar en nuevas personas que estuvieran en mi alrededor; supongo que había cosas que no cambiaban. Y con los años, llegué a obtener un puesto muy importante en La Orden del Silencio, hasta que aquella misión llegó y mi pasado me encontró.

Una vez más Kwan Jeong, el chico que consideré mi mejor amigo y mi primer amor, me hizo caer hasta lo más bajo.

Traición

Sadashi

Tiempo atrás…

 

Estaba a punto de atraparlo, habíamos dado el más grande golpe en La Orden y me sentía orgullosa de que todo se logró bajo mi organización y mando. Mi Sensei me miró con orgullo antes de salir del Templo, pasaron seis años desde que logré resurgir del infierno y me convertí en todo lo que una vez quise y más.

No solo me preparé de forma académica, sino también me convertí en la mejor de mi generación en La Orden del Silencio y pronto estuve incorporándome a Grigori, ostentando el cargo de Contraalmirante en ambas organizaciones; a mi edad, ese era un suceso casi único, puesto que quienes lograban ese galardón, era porque tal vez sus superiores eran parte de su familia.

Yo, en cambio, comencé como soldado a la edad de dieciocho años y a mis veintiuno, ya me daba el lujo de tener bajo mi mando a un pequeño escuadrón. Todo se lo debía a Isabella Pride White —mi Sensei—, a tía Maokko y al hombre que por un corto tiempo fue mi amor platónico: Elijah Pride.

Tenía diecisiete años cuando me fijé en él como hombre y no como mi segundo jefe o el esposo de mi Sensei, sucedió cuando se tomó la molestia de enseñarme todo lo que sabía en armas; el hombre poseía la dureza y frialdad que una mujer con sueños de princesa quería en su príncipe, o la que una guerrera esperaba de su compañero de batallas.

Y fui víctima de muchas burlas cuando tía Maokko se enteró de mi enamoramiento por el hombre, incluso se atrevió a confesárselo a Isabella.

¡Joder! Fue el peor momento de mi vida.

Jamás pensé en hacerle saber a nadie lo que me pasaba con mi maestro en ese momento, él ni siquiera me dio motivos o me vio como no debía para alimentar lo que sentía. ¡Mierda! Él no veía a nadie que no fuera su mujer, con malicia; solo lo llegué a respetar y admirar demasiado.

Por suerte, Isabella se tomó mi locura como un halago y en ningún momento cambió su forma de ser conmigo después de saber tal cosa. Pero perdí a mi maestro por culpa de la indiscreción de tía Maokko y pasé molesta con ella y sin hablarle, por alrededor de un mes.

El señor Elijah tuvo que alejarse de mí, según él para que yo no siguiera con mi confusión.

Recordar el tiempo después de eso todavía me hacía sonrojar, puesto que a él tampoco le hablé por una buena temporada y ni siquiera era capaz de mirarlo a la cara.

—Shi, es hora —avisó mi compañero, sacándome de mis pensamientos.

Shi significaba muerte, y me gané ese apodo a pulso.

La primera vez que asesiné para La Orden del Silencio fue con mis jefes presentes y todos se sorprendieron al ver que lo ejecuté de forma limpia y sin ningún remordimiento. Mi Sensei se sintió mal porque creyó que tendría pesadillas esa noche tras lo que hice; sin embargo, estoy segura de que fue ella quien terminó soñando feo después de que le confesé que maté por primera vez en mi vida cuando tenía diez años y todo por un plato de arroz.

Mamá había estado enferma por falta de comida esa vez y si yo no ganaba aquella pelea, donde el premio era un plato de arroz, ella hubiese muerto antes de salir de aquel campo.

—Me gusta esa chica.

Dijo esa vez el señor Elijah Pride, menos mal mi locura por él mermó y sus palabras ya no me provocaron esas horribles cosquillas en el vientre.

—No dejen vivo a nadie, mataremos a todos. Es una orden —informé a mi compañero cuando volví a la realidad, y a todos los que me escuchaban por los intercomunicadores.

Avanzamos con sigilo hacia nuestro objetivo: una banda de mafiosos chinos que llegaron a Tokio en busca de proveedores de mujeres para explotarlas de forma sexual. A esas cucarachas era a las que más disfrutaba al aplastar, sobre todo si imaginaba que eran los mismos que me sacaron del campo de concentración junto a mamá.

Por supuesto que ellos estaban preparados y nada fue fácil, el tipo que ellos cuidaban y que se apodaba Escorpión, era mi más grande objetivo, ya que los rumores decían que era el quinto en la línea de sucesión para liderar a la mafia a la cual pertenecían.

Los trajes que usábamos esa vez eran negros, llevábamos amarrado un lazo rojo en nuestro brazo izquierdo para reconocernos. Mi rostro era cubierto por una pañoleta del mismo color de mi ropa y mi cabeza la cubría el gorro de mi chaqueta. Una katana y una glock con silenciador eran mis armas, fui la primera en atacar; corté el cuello del primer tipo y disparé a la frente del segundo, esas pequeñas guerras eran las que me daban vida y años atrás me convencí de que esa parte de mí que desarrollé en mi niñez, ya no iba a poder cambiarla.

Nací para asesinar, para sobrevivir por encima de quien fuera.

¡Mierda! Uno logró alertar a los demás, debemos darnos prisa —avisó Lupo por el intercomunicador.

Él siempre se encargaba de la comunicación y la tecnología, pero también era muy bueno para pelear y esa noche decidió unírsenos en la acción; estaba dos puestos debajo de mí en cuanto a rango, nos llevábamos muy bien e incluso tuvimos nuestros encuentros sexuales en su momento. No obstante, el cabrón tenía más fidelidad y pasión por las organizaciones a las que servíamos que por las relaciones personales.

Todos nos pusimos alerta al escuchar lo que dijo y nos deshicimos con más rapidez de los idiotas que querían truncar nuestros planes, logramos llegar hasta donde se suponía que estaba el hombre que buscábamos, mas él ya  se encontraba huyendo y un séquito de sus seguidores y guardaespaldas se quedó para cubrirlo.

No obstante, me fui detrás él mientras mi equipo me cubría, lo alcancé justo cuando llegó al enorme muro que protegía la mansión en la que nos encontrábamos, le lancé un shuriken de los que tenía en mi cintura, pero el maldito tenía buenos reflejos y logró esquivarlo.

Casi me provocó admiración ver cómo se impulsó con los pies en la pared de piedra delante de él y con un salto mortal quedó frente a mí en posición de combate, también usaba protección en el rostro, por esa razón seguía siendo un misterio para nosotros; sin perder el tiempo me fui en su contra y nos metimos en una lucha en la que nuestros Kiai[1] eran la melodía que marcaba cada golpe que ejecutábamos uno contra el otro. El tipo era muy bueno e incluso algunos movimientos fueron demasiados parecidos a los míos, al estilo con el que aprendí a pelear años atrás en aquel infierno.

Era muy alto y su cuerpo, aunque delgado, se notaba muy musculado y sus agiles movimientos me aseguraban que no me estaba enfrentando a cualquier pelele.

—Al fin me envían a una verdadera contrincante —dijo en japonés y cerca de mi oído cuando pudo empotrarme a una pared, mi mejilla derecha se presionaba a aquel muro con brusquedad y grité de dolor cuando retorció el brazo que tenía hacia mi espalda.

No era la primera vez que las organizaciones iban tras de él, pero sí la única en la que logramos acorralarlo hasta el punto de atraparlo; muchos de mis compañeros murieron en sus manos, ya que el maldito era sádico y no dejaba a nadie vivo. El señor Elijah era el más interesado en atraparlo, ansiaba tener el culo de ese imbécil para poder torturarlo y hacerlo pagar por sus crímenes y las vidas de nuestros compañeros y, yo quería dárselo.

Así que haciendo uso de mis nuevos conocimientos, logré zafarme de su agarre y al notarlo desprevenido por mi agilidad, aproveché para sacarle el gorro pasamontaña que cubría su identidad y me quedé estúpida al verlo y él lo notó, ya que sonrió de lado.

—Admito que me sorprende mucho que sea una chica quien haya logrado verme —confesó.

Di un paso hacia atrás sin poder creer a quién tenía frente a mí, mi sangre se congeló, mi cerebro dejó de dar órdenes y por lo mismo mis pulmones dejaron de funcionar, mi corazón fue el único que siguió con su trabajo, aunque desbocado por todo lo que estaba sintiendo.

Y de pronto me vi envuelta en el pasado.

 

¿¡Por qué, Kwan!? grité con todas mis fuerzas.

Los soldados nos encontraron justo en la barrera por la que pretendíamos escapar, fue solo unos meses antes de que nos sacaran con mi madre. Ese chico se convirtió en mi amigo cuando solo tenía diez años y él once, a los catorce nos enamoramos y nos convertimos en novios. Me entregué a él cuando cumplí quince, estaba loca y perdidamente enamorada, el maldito me profesaba lo mismo, pero me traicionó de la peor manera a la primera que pudo.

Es por sobrevivir y soy un superviviente fue su maldita respuesta.

Los soldados se lo llevaron esa vez sin ser bruscos con él, lo trataron como a uno más de ellos mientras que a mí me comenzaron a golpear como si hubiese sido un hombre. Lloré mientras veía la espalda de aquel chico flacucho alejándose de mí, gemí y grité de dolor, en ningún momento se giró para verme, para ayudarme.

Había sido muy lindo conmigo esa noche, me trató con una delicadeza a la que no estaba acostumbrada; tuve miedo cuando me propuso ir cerca de la barrera, hacia un escondite que nadie conocía, aunque él estuvo muy tranquilo, muy seguro de que ningún custodio nos descubriría, de que ninguno nos interrumpiría.

Tras tener nuestra primera vez dijo que todo estaba muy pacífico y me convenció de que escapáramos, alegando que era nuestra única oportunidad; pensé en mis padres, pero él aseguró que estarían felices de que lográramos irnos de ese infierno. Fui egoísta por su culpa, por los sueños que me enfundó de una vida juntos, felices y libres. No obstante, cuando nos descubrieron, se defendió diciendo que todo fue mi plan, que yo lo convencí y casi me matan de la golpiza que me dieron como castigo.

No supe más de él desde aquel día, y por dos semanas fui obligada a combatir con las manos y pies esposados, la cadena que me apresaba a penas me dejaba dar dos pasos seguidos y mis padres no pudieron defenderme, solo me observaron con dolor, amarrados de unos gruesos barrotes de madera.

 

—¿¡Jiyu!? —Su voz me sacó de mis pensamientos, ni siquiera me enteré cuando me sacó el paño que me cubría.

Escuchar el nombre por el que fui llamada en aquel campo me estremeció como nunca. Dejé de usarlo porque juramos con mi madre que al ser libres nos olvidaríamos de aquel pasado que por poco nos consumió la vida, así que no quería que nadie me llamara más así, me hacía revivir mis vivencias y no estaba para eso.

Y menos por él, el hombre que por mucho tiempo fue solo Escorpión para las asociaciones que estábamos detrás y que hasta ese momento descubrí que estaba más ligado a mí de lo que pensaba.

Kwan ya no era aquel chico desnutrido que conocí años atrás, la vida lo había tratado muy bien; estaba igual de sorprendido al verme y a pesar de que ambos habíamos cambiado en demasía, nos reconocimos al instante de vernos a la cara.

—¡Mierda! Eres tú —exclamó en coreano.

Logré sacar un arma adicional que usaba en mi espalda y lo apunté cuando quiso acercarse a mí.

—La misma a la que dejaste tirada a su suerte hace seis años —escupí con resentimiento.

Él alzó ambas manos sorprendido de mi acción.

—Aunque no lo creas me dolió, pero sabes bien que fuimos entrenados para sobrevivir. Habrías hecho lo mismo en mi lugar —aseguró y negué.

—No, me habría entregado con tal de salvarte —aseguré y sus ojos se abrieron demás con mi respuesta.

Iba a decir algo más, pero mis compañeros llegaron y le lanzaron más shurikens, esa vez sí lo hirieron y su rostro se deformó de dolor, mas no dejó de observarme. En ese instante el odio, dolor, curiosidad y añoranza se mezclaron en mi interior, ese tipo fue parte de mis sueños y estuvo en muchos de mis malos momentos; así fue como cometí la mayor estupidez después de entregarme a él.

—Golpea mis manos, coge el arma y amenázame con ella. Solo así escaparás —dije en lo bajo.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, aunque no tardó en hacer lo que le dije; amenazó con volarme los sesos si no lo dejaban ir, mis compañeros temieron por lo que podía pasarme, eran parte del escuadrón a mi cargo y capaces de dar la vida por mí. Bajaron sus armas al ver que aquel tipo hablaba en serio, Kwan caminó conmigo como su as bajo la manga hasta que llegó a un pequeño bosque cerca de la mansión, lugar seguro donde podía escapar.

—Si te vuelvo a ver, hablaremos de verdad —susurró en mi oído antes de marcharse.

Me empujó hacia adelante y casi caí de bruces, cuando volví a ver hacia atrás ya no estaba, logró desaparecer como si hubiese sido capaz de moverse con la rapidez del aire. Mi corazón seguía acelerado por aquel encuentro y mi cerebro comenzó a aclararse, haciéndome maldecir por lo que hice.

—Te creí más inteligente, Shi —Busqué con la mirada la voz de Lupo, apareció de entre las sombras.

Él no era parte de mi escuadrón, sino que había llegado como apoyo al mío junto con su Contraalmirante; me tensé al verlo tan serio, me hablaba en inglés, aunque su acento italiano era muy marcado.

—Ya sabes qué hacer, Lupo —dijo Cameron, su jefe, mi compañero.

Todos me rodearon, Grigoris y Sigilosos —como éramos reconocidos los de La Orden del Silencio—, incluido mi escuadrón.

Mi corazón se oprimió con dolor.

—No apagaste el intercomunicador cuando le pediste a ese hijo de puta que te usara como un puto escudo. Pensé que eras bella e inteligente, pero ahora descubrí que solo eres bella —Tenía conocimientos básicos de Italiano, así que entendí lo que Lupo me dijo y me dolió tanto, que una lágrima escapó de mis ojos.

Tenía razón esa vez, ver a Kwan me volvió muy estúpida.

—Y ni siquiera puedo ayudarte, pues no te escuché solo yo. Mi dispiace, tesoro —aseguró y asentí.

Hizo un asentimiento para que me apresaran y no me opuse, él solo hacía su trabajo, lo que yo habría hecho es su lugar.

Cuando llegamos al Templo fui acusada de traición, mi Sensei no podía creer tal cosa y el señor Elijah me miraba decepcionado; tía Maokko me preguntaba las razones que tuve para hacer lo que hice, mas solo me quedé callada. Me dejé ganar por los recuerdos del pasado y lo peor fue que olvidé los malos, permití que el autor de las muertes de mis compañeros escapara, mismos que debían ser vengados, pero preferí salvar a un traidor y me convertí en lo mismo.

—¡La traición se paga con muerte! —gritó el señor Elijah y brinqué en mi lugar.

El rostro de tía Maokko solo mostró preocupación, igual que el de mi Sensei.

—Y lo sé, sabes que sí —alegó ella, la mujer que en un principio odié y que en ese instante intentaba abogar por mí—. También eran mis compañeros, mi gente la que murió en manos de ese malnacido, pero en mi interior algo me dice que Sadashi no hizo lo que hizo solo por jodernos.

—¡Pues manda a la mierda a ese algo que te grita en tu interior, porque no daré mi brazo a torcer! —Él me miró y sentí que me congeló con aquellos ojos que parecían una verdadera tormenta. Nunca lo vi tan molesto como esa vez— Me fallaste como jamás debiste hacerlo —Pasó por mi lado tras decir eso, rozó mi hombro y me hizo retroceder con brusquedad.

Mi Sensei lo siguió, ella ni siquiera me miró; a pesar de que intentaba salvarme la vida, sabía que estaba decepcionada de mí.

Irónico que al salir esa tarde del Templo me mirase con orgullo y al volver, con decepción.

Tía Maokko llegó a abrazarme, tenía las manos esposadas hacia atrás, también me apresaron los pies. El escuadrón más fiel a Elijah Pride me estaba custodiando en ese momento. Esperaba mi muerte, era consciente que lo que hice lo iba a pagar de esa manera, sabía demasiado y dejarme libre no era opción para nadie, ya que si no me mataba La Orden o Grigori, el gobierno se encargaría de hacerlo, de una u otra manera estaba perdida.

Me encerraron en una celda por dos días, Lupo llegó a verme y se seguía disculpando por no haberme ayudado; el tipo guapo y duro estaba perdiendo su fachada y me mostró a un sentimental empedernido, ya que presentía mi muerte. Le dejé claro que es lo que debía hacer y procedió tal cual yo lo hubiese hecho.

Hacía un tiempo que nuestras aventuras acabaron, mas esa última noche en la celda me permití ser tocada por un hombre una última vez; el sexo era una de las pocas cosas buenas que la libertad me dio y quería llevarme aquel recuerdo.

Lupo siempre fue un buen amante, así que era el indicado para aquello.

Pero cuando me enfrenté a mi juicio final, me llevé la sorpresa de que me dejarían vivir; llevaron mi caso a votación y la mayoría optó por darme una oportunidad. Aunque por un momento preferí la muerte, lo hice cuando se me comunicó que estaría fuera de servicio por un buen tiempo, puesto que nadie confiaba ni en que volviera a ser un soldado; el señor Elijah no obtuvo lo que deseaba, pero se aseguró de quitarme la vida de una manera diferente, de una forma muy cruel y él lo sabía.

—De corazón siento mucho haberle fallado —susurré, ya no era una prisionera y pude acercarme a él.

De verdad no lo juzgaba por querer mi muerte ni por el castigo que estaba dándome.

—Espero que algún día me digas la razón por la que lo hiciste, porque ahora mismo no puedo entenderte y si te han dado esta oportunidad, es solo porque Isabella te ve como a una hija —No quise verlo a los ojos cuando me dijo eso.

No iba a decirle que aquel tipo al que dejé escapar fue mi amor, el dueño de lo más valioso que me dejaron conservar en aquel campo y quien peor me traicionó; por esa razón comprendía la actitud del señor Elijah, nada dolía más que la traición de una persona en la que habías depositado toda tu confianza.

A partir de allí pasé sirviendo en las organizaciones como una conserje más y seguí bajo la vigilancia de aquellos que un día recibieron mis órdenes, a veces me permitía llorar cuando me cansaba de ser fuerte, pero estaba decidida a volver a ascender, me propuse ganarme de nuevo la confianza de mis jefes y me mentalicé en que esa caída debía de servirme como un gran impulso, una vez más hacia arriba.

Y lo logré, pues al año de aquello conseguí que se me considerara ser parte de los soldados, aunque mi Sensei tenía otros planes para mí, unos que no me agradaban, mas no iba a decepcionarla de nuevo.

—Sé que no es lo que esperabas, pero eres a la única que podría confiarle tal cosa. Tengo a otros de tus compañeros destinados para la misma misión, uno para cada chico y chica —Estábamos instalados de nuevo en Italia e Isabella me daba todos los detalles.

—Soy más de peleas, de estrategias, de acción. No creo que ser guardaespaldas se me dé bien —Me rasqué la cabeza un tanto frustrada y traté de tener mucho tacto.

No conocía a los hijos de mis jefes, tampoco a sus sobrinos. Esos chicos eran como de oro y los mantenían siempre al margen de todo, pero las corazonadas de aquellos líderes no eran por gusto y estaban viendo cosas que no les agradaban, por lo mismo iban a optar por ponerles seguridad personal. 

—Si no quieres lo entenderé. Buscaré a alguien más, capacitado para esto —aseguró.

En ese momento me rasqué la frente, me estaba poniendo muy nerviosa.

Si aceptaba cuidar a uno de sus hijos, iba a tener que mudarme a Estados Unidos. Ella y su familia estaban en Italia por el cumpleaños de su sobrina; mudarme no me suponía ningún problema, puesto que ya estaba acostumbrada a ello, ser niñera era otro rollo, uno en el que nunca pensé meterme.

—¿Qué pasará conmigo si no decido ser guardaespaldas? —me atreví a preguntar.

Como siempre, mi Sensei fue directa.

—Seguirás aquí, en realidad no hemos pensado en incorporarte a ninguna misión.

«¡Mierda!», Espeté en mi mente.

Me estaba oxidando por estar tan quieta y comprendí en ese momento que todavía no iban a quitarme el castigo y cuidar el culo de cualquiera de aquellos niños pijos, solo era parte de este. La diferencia estaba en que podría salir, ir a donde quiera que ellos fueran.

Iba a hablar, a decirle mi decisión, pero alzó la mano para que esperara, ya que recibió una llamada; en el escritorio tenía tres archivos con información de las personas a la cuales se cuidarían, se puso muy contenta cuando su esposo le dijo algo y guardó dos archivos, se despidió de él y me animó a decirle lo que antes no pude.

—Supongo que ya no puedo escoger a quien cuidaré —Señalé con mi barbilla el archivo frente a ella y sonrió al saber que le estaba dando un sí.

—Elijah acaba de escoger a dos Grigoris para esas tareas y han elegido a estos dos, lo siento —No tenía por qué hacerlo.

—No se preocupe, me limitaré a hacer mi trabajo con quien sea y prometo que esta vez no la defraudaré —aseguré y ella asintió.

Me tendió el archivo y lo tomé para después ponerme de pie y marcharme, antes de lograrlo ella habló.

—He respetado tu silencio y lo seguiré haciendo, pero espero que algún día me digas por qué dejaste ir a Escorpión —Me tensé al escucharla. Pero continué mi camino sin responder nada.

Pasaría el tiempo y sentía que jamás estaría preparada para hablar de aquel tipo.

Llamé a Lupo y le pedí que me informara todo lo que sabía de Aiden Pride White —el chico que la suerte decidió para que cuidara—, puesto que había sido parte de la seguridad de él y sus hermanos cuando los cuidaron en grupos. Curioso, extrovertido y un donjuán fueron las tres palabras con las que mejor lo describió y al siguiente día que tomé mi cargo de forma oficial, entendí muy bien porqué.

Vaya que la curiosidad de ese tipo era tan grande como para querer saber qué se sentía follar a su prima y tuve que presenciarlo de primera mano.

Al aparecer la vida no me quería poner las cosas fáciles.

Como tonta imaginé que esos chicos serían pijos sin gracia alguna, olvidé los genes que poseían y me di en la cara al comprobar que no solo eran guapos y bien dotados —al menos el que me tocó cuidar poseía un arma de alto calibre—, sino que también les encantaba meterse donde no debían.

Mis órdenes fueron informar cada uno de sus pasos, cada persona que se les acercaba, aunque mi intelecto me decía que la escena que estaba viendo era mejor mantenerla en secreto; al menos hasta donde pudiese. 

—¿¡Qué tal se está portando Aiden!? —preguntó mi Sensei en una llamada de rutina.

Me debatí entre decirle si muy bien o muy mal, justo cuando él estaba penetrando a su prima como si la vida se le fuera a ir en ello.

—Pues curioso sí es, eh —admití y la escuché reír—. Digamos que de momento se está portando como supongo que es su forma de ser —respondí al fin su pregunta.

Gracias por aceptar cuidarlo, me has salvado la vida —dijo y su tono demostraba el agradecimiento.

Me despedí sin responder a lo que me dijo, puesto que intuí que le estaba salvando la vida a ella, pero me arriesgaba a perder la mía.

«¿En qué mierda me metí?»

Me cuestioné y cerré los ojos para no seguir presenciando tremendo porno en vivo.

Y con el tiempo comprobé que me metí en una buena mierda al cuidar el culo de aquel niño bonito.

 

 

[1] Gritos de ataques.

Acercamiento

Sadashi

Tiempo actual…

 

Un años atrás, cuando tuve la brillante idea de aceptar ser guardaespaldas de Aiden Pride White, jamás imaginé que me metería en el mayor problema de mi vida. Dormir se había convertido en una ilusión para mí, mi cabello se estaba cayendo más de la cuenta y mis nervios se mantenían a flor de piel todo el tiempo; era flaca, pero para este momento ya pesaba al menos diez libras menos.

¡Joder!

Ese chico necesitaba desacelerar un poco y un buen examen médico con ese ritmo de vida tan desinhibido que llevaba.

Estaba harta de investigar mujeres, tener sexo dejó de parecerme placentero después de verlo follar casi cada puto día de su vida y pensar en viajar ya me hacía doler la cabeza tras tener que hacerlo todos los fines de semana, puesto que si Aiden no iba a California a visitar a su hermano, iba a casa de sus padres y, por momentos añoraba la tranquilidad de Italia y mis días como conserje metida solo en el centro de operaciones de Grigori y La Orden. 

—¡Arriba, Shi! Tu siesta ha acabado —Me levanté de mi lugar como si me hubiesen prendido fuego en el culo.

Un compañero me había estado relevando en las cámaras esa mañana, ya que llegué a la furgoneta de vigilancia que se convirtió en mi habitación, a las cuatro de la madrugada; hora en la que a la reverenda alteza se le dio la gana de volver de su ya típica fiesta. Si se graduaba ese año, en verdad me iba a sorprender muchísimo, pues esos chicos tenían de fiesteros lo que yo de asesina.

—No me digas que ese cabrón se ha levantado ya —supliqué, mi compañero sonrió entre divertido y empático.

—Al aparecer recibió una llamada de su padre y se dirige hacia Richmond —informó. 

—¡Dios! —grité y me cubrí el rostro con las manos.  

No era de llorar, pero en ese momento quise hacerlo con todas mis fuerzas.

Tiempo atrás sus padres descubrieron la aventura que sostuvo con su prima Leah Black y el señor Pride casi lo colgó de las bolas, mi Sensei hubiese hecho lo mismo, mas se enteró un día antes de que lo secuestraran y eso lo salvó de otra regañiza. Cambió un poco tras aquel suceso, de hecho, me llegué a sentir en la gloria cuando por fin pude dormir, comer, bañarme y hacer todo lo mío como una persona normal, ya que Aiden se comportó como un chico renovado durante varias de semanas.

No obstante el descanso no duró mucho.

En aquellos días el estrés me hizo cometer varios errores, como por ejemplo, que en un arranque de desesperación cambié de lugar con el guardaespaldas de Daemon, el hermano gemelo de mi mayor pesadilla, y eso por poco me llevó a la muerte, puesto que el chico descubrió que lo seguía y me tendió una emboscada. Aunque admitía que aquella pelea en la que nos metimos fue como un respiro de aire fresco para mí.

Y quise quedarme como su guardaespaldas a pesar de nuestro choque, pero mi Sensei no lo permitió, alegando que así yo fuese lista, fuerte, ágil e inteligente, Daemon necesitaba que lo cuidara un hombre debido a su condición.

Por esa razón, no me quedó más remedio que seguir cuidando al sátiro de los Pride White.

Meses después me dejé ver por Aiden y casi descubre mis motivos para estar cerca de él, aunque en ese momento su actitud de donjuán me jugó a favor y me ayudó a despistarlo. Lo único bueno de esos días fue que tuve acción de verdad y podía ser egoísta de mi parte, pero me sentí viva al volver por un tiempo a mi zona de confort, mi verdadera naturaleza.

—Al menos allá tendré un poco de descanso —me consolé a mí misma.

Estar en la mansión de mis jefes significaba descanso y libertad.

Los Pride estaban siendo como lobos hambrientos y sedientos por esos días, aunque también inteligentes, debido a que sus más grandes enemigos volvieron y dañaron a uno de sus hijos. Admitía que Aiden demostró ser digno hijo de mis jefes cuando decidió inmiscuirse en la asociación y se volvió un maniático asesino cuando de su hermanos gemelo se trató.

Pero el que Daemon decidiera mudarse a California lo afectó más de lo que admitía y demostraba, después de eso fue que buscó más las fiestas y agregó mujeres a su largo repertorio.

—Dime —respondí a Caleb, cuando mi móvil sonó con su llamada.

Deja que Aiden continúe su camino, Lupo va a cubrirte con él. Tú dirígete a la dirección que estoy enviando a tu GPS y prepárate, Shi. LuzBel necesita a la hija de puta —Esas palabras activaron la adrenalina en mi interior y sonreí.

—¿Puedo saber para qué debo prepararme?

Abby huyó después de una pelea con él, la seguimos hasta la casa de una amiga de ella, pero hemos descubierto que más que amiga, es una hipócrita celosa y al aparecer le tendió una trampa —Miré la pantalla del coche y vi mi nueva dirección.

Ya estaba en Richmond y para mi nuevo destino solo me quedaban diez minutos.

—Soy como una vampiresa en abstinencia, así que después de estos días tan estresantes, al menos espero obtener un poco de sangre —dije. 

Tal vez tengas suerte —repuso y cortó la llamada.

Aceleré el coche más de lo debido y llegué antes de lo previsto a una zona boscosa y alejada del bullicio de la ciudad, mis compañeros Grigoris me indicaron que entrara de inmediato a la casa y me proporcionaron un intercomunicador, por él me informaron que el guardaespaldas de la chica pidió refuerzos al ver que la amiga se la llevó para ahí.

La casa era protegida por un muro alto y descuidado que impedía la vista hacia ella, todo parecía viejo y abandonado; un lugar perfecto para cometer fechorías. Ahí se encontraban unos tipos y una mujer de aproximadamente cuarenta años, la tipa tenía antecedentes de trata de blancas y Abby parecía demasiado dócil como para ir a meterse por su voluntad a una zona como en la que estábamos.

Tuve lista mi arma cuando escuché gritos de pelea, entré a la casa tomando mis precauciones, por dentro tenía demasiados lujos en comparación a cómo se veía por fuera.

—¡No dejen escapar a nadie! —Aquel grito casi jodió mi tímpano.

Había tipos jóvenes, pero en su mayoría eran mayores; más Grigoris estaban adentro y se encargaron de todos aquellos que quisieron salir, subí los escalones y llegué a la habitación donde vi más ajetreo y mis ojos se desorbitaron ante lo que presencié.

¡Puta mierda!

El infierno iba a desatarse en ese lugar.

Abby lloraba y su ropa estaba rota, en el rostro tenía algunos golpes y su cabello se encontraba alborotado; aun así se notaba que no estaba en sus cincos.

—¿¡Te atreviste a violar a mi hija!? —preguntó el señor Pride a un viejo frente a él.

—¡No le hice nada, te lo juro! —respondió aquella mierda, fingiendo temor y arrepentimiento.

Se quejaba de dolor y se tomaba el brazo izquierdo.

—No me hizo nada, papá. No pudo —aseguró Abby—, pero lo intentó —añadió.

Guardé la glock en mi cinturón y en su lugar saqué una daga.

—Me siento mal, creo que Dani me drogó cuando llegué a su casa, aun así pude defenderme de este imbécil que quiso tocarme, pero el cobarde llamó a sus amigos cuando vio que no podía conmigo, entre todos me doblegaron y casi logran su objetivo si no hubieses llegado.

—Cameron, saca a Abby de aquí —ordenó el señor Pride con voz gélida, luego de escuchar aquella confesión de su nena.

—¿Papi? —lo llamó ella, él ni siquiera se volvió a verla.

Tenía su mirada fija en aquel pobre imbécil que hasta ese día iba a vivir.

—Sal de aquí, nena. Me reuniré contigo pronto —Su voz no daba pie a una alegación más y la chica obedeció de inmediato yéndose con Cameron—. Traigan a los demás a esta habitación —pidió cuando su hija ya no estaba.

Crujió su cuello y sus órdenes fueron cumplidas.

—Ya sabes qué hacer, Kishaba —Me miró y asentí.

Él sabía que cuando de matar se trataba ahí estaba yo, siempre dispuesta y encantada de hacer mi trabajo.

—Este pobre imbécil conocerá las consecuencias de tocarle un solo cabello a la hija del diablo —sentenció y piel se puso chinita.

Pocas veces lo vi actuar como en ese momento y lo admiré un poco más. Sin duda alguna era mi ejemplo a seguir.

 

____****____

 

Llegué a casa de tía Maokko a tomar una larga ducha, mis mejillas estaban rojas, ya que hacía un día caluroso, y mi piel con algunas salpicaduras de sangre que no pude evitar; mi energía aumentó en un santiamén tras haber estado en aquella casa que se convirtió en un cementerio clandestino y agradecí sentirme un poco más relajada después de haber tenido acción de verdad.

Lupo se estaba haciendo cargo de Aiden, me mantenía informada cada cierto tiempo, aunque lo ignoré por un buen rato, puesto que no quería saber nada de aquel chico, al menos por tres horas seguidas.

¡Mierda! Ya había comenzado a verlo hasta en la sopa, todo me recordaba a él, sobre todo cuando veía a chicas rubias quienes al parecer eran sus favoritas.

—Sadi, no quiero ser inoportuna ni joder tu momento de relajación, pero Isa llamó y pide que te presentes esta noche en su casa —Apreté los ojos con fuerza y hundí mi cabeza en el agua de la tina tras escuchar a tía Maokko.

Ya intuía que la paz no me dudaría tanto tiempo.

Salí de debajo del agua cuando la respiración me comenzó a faltar y me encontré a tía frente a mí, con los brazos cruzados y viéndome con diversión.

—Dijiste que tendría privacidad aquí, por eso dejo la puerta sin llave sin temor a que Marcus entre, pero veo que es contigo mi problema —hablé con falsa diversión.

No me cubrí, ya que no me avergonzaba que ella me viera desnuda.

—¿Tan mal te tiene Aiden que buscas ahogarte? —ironizó y negué con una media sonrisa en el rostro— No me digas que te está quedando grande esa misión —Esa era Maokko Kishaba, le encantaba chincharme cada vez que podía.

—Ya vete y déjame relajarme un poco más antes de volver a mi misión, una que no me queda grande —repuse y ella se rio de mí. 

—Esta noche huirá después de lo que su madre le informe, así que prepárate —me advirtió.

La vi marcharse y me quedé pensando en las razones que tendría para hacer tal cosa, puesto que había dejado de ser tan idiota como para escaparse, sobre todo, después de aprender y conocer los peligros que corría con los enemigos de sus padres cerca.

Pero agradecí el sobre aviso de tía Maokko, ya que en efecto, salió esa noche de su casa, furioso como jamás lo vi en el tiempo que tenía cuidándolo y por unos segundos temí que me descubriera detrás de él. En el pasado vi a su gemelo así de encabronado y descontrolado, mas a él nunca y me pareció raro; por primera vez tuve que pedir refuerzos en información para saber a qué me enfrentaba y mientras lo seguía llamé a tía para que me explicara un poco.

Aiden es igual de posesivo que su padre y acaban de informarle que Abby se irá del país, no sabe nada acerca de lo que sucedió con ella esta mañana ni lo sabrá debido a lo impulsivo que puede ser e Isabella no lo quiere más envenenado de lo que ya está. Pero como ya sabrás, no tomó a bien que su hermanita se vaya y sobre todo, cuando piensa que lo hace por un capricho —Estacioné el coche alejado de donde lo ubiqué y escondido de el de Aiden.

Supe a donde dirigirme y agradecí que esa vez no me lo pusiera difícil.

—¿Se irá por lo de esta mañana? —cuestioné.

Sus motivos en un principio fueron otros. De hecho, esta mañana huyó porque se lo comunicó a su padre y él se negó rotundamente, dejando claro que no cambiaría de opinión y advirtiéndole a Isabella que esta vez no lo convencería, ya que su hija no se alejaría de ellos, pero luego de lo que le hicieron y lo que por poco lograron, LuzBel ha cambiado de opinión y cedió por la salud mental de Abby.

Escuché muy atenta a tía y entendí por primera vez a Aiden.

Yo también había notado lo posesivo que era con las chicas de su familia, la manera en la que las cuidaba y cómo intentaba consentirlas cada vez que podía; el cabrón desaparecía siempre que una mujer Pride, Black o White estaba cerca, incluso con tía era todo un caballero, pero llegué a notar algo que a lo mejor solo mi Sensei descubrió y fue por eso que me pidió estar presente esa noche: Aiden se estaba sintiendo solo.

Meses atrás tuvo que dejar ir a su hermano, chico del cual nunca se separó desde que nacieron y esa noche sentía que también estaba perdiendo a su hermanita, quien a pesar de que no veía a diario, sabía que la tenía a dos horas de distancia y siempre que ella podía iba a verlo o viceversa. Y si algo comprobé en mi tiempo con él, es que era demasiado unido a su familia.

Cuando dejé de hablar con tía Maokko lo busqué y no tardé mucho en encontrarlo, pues sabía el lugar exacto donde estaría; siempre que estaba mal iba al riachuelo que rodeaba la mansión de sus padres, aunque le encantaba el lado frente a su casa, alejado de ella por kilómetros de agua, pero a la vista de él siempre. El lugar era cubierto de la carretera por los árboles que formaban un pequeño bosque y cuidado por Silenciosos que se camuflaban muy bien. Aiden seguía en territorio de su familia, mas sus padres preferían tenerlo vigilado, no importaba donde.

Se había quitado la camisa, eran las ocho de la noche y el sol todavía seguía dando su luz a pesar de que ya estaba escondido; el tatuaje que tenía en su torso llamaba mucho mi atención, no era la primera vez que lo veía, pero siempre surtía el mismo efecto en mí. El calor mermó un poco para esa hora, aunque se seguía sintiendo humedad en el aire y daban ganas de meterse a bañar al río.

—¡Maldición! —gritó de pronto y lanzó la camisa al suelo con mucha furia— ¡Joder! ¡Mierda! —siguió despotricando en italiano.

Estaba escondida entre los árboles y mi visión era perfecta.

Se puso de rodillas y comenzó a golpear el suelo con una potencia tremenda, por experiencia propia sabía que no le dolía, estaba descargando toda su frustración así, pero no protegía sus manos y las estaba dañando con la tierra y las pequeñas piedras, y tal vez en ese momento no lo sentía, aunque el día siguiente no iba a poder moverlas si es que corría con la suerte de no quebrarse algún dedo.

—¡Carajo! —murmuré para mí por lo que iba a hacer.

Sentí un poco de empatía por él y decidí salir de donde estaba y casi la cago al hacer semejante estupidez, puesto que lo hice en silencio, el chico me escuchó y no sé de dónde sacó la daga que me lanzó en un santiamén.

¡Joder! ¿¡Qué mierda tenían con lanzarme dagas!?

Logré tirarme al suelo milésimas antes de que el arma se clavara en mi cabeza, miré hacia atrás cuando escuché un golpe y vi la daga clavada en un árbol con la mitad de la hoja hundida en él, tras eso puse mi mirada furiosa en Aiden y cuando me reconoció, sus ojos se desorbitaron.

Ojos que por cierto estaban rojos y dejando caer algunas lágrimas.

—¿¡Engreída!? —me llamó y lo fulminé con la mirada.

Él sabía que odiaba ese apodo, lo comprobó en algunos encuentros que tuvimos en el pasado, pero seguía llamándome así.  

—Nunca imaginé que un niño bonito supiera usar ese tipo de armas —bufé.

Cogió su camisa de inmediato y se limpió el rostro, tras eso caminó hacia a mí cuando ya me estaba poniendo de pie. 

—¡Mierda! He cortado un mechón de tu cabello —avisó.

Vi mi pelo en el suelo y comencé a tocarme la cabeza, afligida de que se me notara.

—¿¡No te basta con todo lo que ya haces que se me caiga!?

—¿¡Eh!? —dijo y negué al darme cuenta de lo que dije y la confusión que le provoqué.

—Dime que no me dejaste calva —siseé y me di la vuelta para que viera la parte de atrás de mi cabeza.

—¡Demonios! Engreída, lo siento —soltó afligido.

Cubrí mi cabeza de inmediato y creí que mis ojos se iban a salir de sus cuencas y mis mejillas se calentaron con vergüenza.

—¡Imbécil! —Le grité y sin pensarlo lo empujé con fuerza.

Lo tomé desprevenido y trastrabilló hacia atrás, usaba un jeans negro desgastado que se ajustaba a sus piernas y caía demasiado bajo en sus caderas, sus deportivos ya no eran blancos sino cafés por la suciedad del lodo que había pisado antes y su tatuaje nunca estuvo tan cerca de mis ojos como en esos momentos.

—¡Cálmate, mujer! Te estoy jodiendo —Cogió mis manos cuando iba a darle otro empujón y comenzó a reírse.

Odié que lo hiciera e intenté zafarme para esa vez darle un puñetazo, pero me cogió con más fuerzas.

—Solo corté un mechón, se ve lo corto, pero no estás calva. Cálmate ¡joder! —insistió, ya que me seguía retorciendo.

—¡Eres un idiota, pudiste haberme asesinado! Y suéltame ya —reclamé. Lo hizo enseguida, sus dedos quedaron marcados en mis muñecas, también me dejó sucia y con unas manchas de sangre.

Miré de inmediato sus manos, sus nudillos sangraban demasiado.

—Para ser una Sigilosa de primera, deberías acercarte con más cuidado.

—Y qué me iba a imaginar que tenías una daga —siseé.

—Me subestimas demasiado, pequeña Engreída. Tengo mis trucos bajo la manga… y bajo el pantalón —soltó con malicia.

Me giré para ver hacia el río, ya empezaba con su absurdo juego de donjuán. 

—Y además, ¿qué demonios haces aquí? ¿me estás siguiendo? —Me tensé al escucharlo.

Eso me pasaba por querer ser diferente a lo que era.

—¿Seguirte? ¡Puf! Vengo aquí cuando tengo tiempo libre —mentí.

—Aja, eso es extraño, nunca te había visto.

Lo sentí caminar y pasó a mi lado hasta llegar al río, se puso en cuclillas y comenzó a lavar sus manos; era increíble que no se le hiciera ningún gordito al estar en esa posición, pues yo, a pesar de estar flaca, no me salvaba de ningún rollito. Su pantalón se bajó demás y me dejó ver la cinturilla de su bóxer y el inicio de la raya de su culo, me sentí patética al verlo con tanto detenimiento, pero me fue imposible.

Como se lo dije en el pasado, tenía las pompas muy tonificadas, incluso más grandes que las mías y eso me hacía sentir un poco envidiosa.

—Siento tu mirada clavada en mi nunca, Engreída, o más bien en mi culo —se burló y empuñé las manos.

—Es imposible no hacerlo cuando me estás mostrando casi media raya —bufé.

Se puso de pie y se subió el jeans solo de un lado, sacudió sus manos y tras terminar se colocó de nuevo la camisa.

—Tus manos se ven muy mal —Las señalé con la barbilla, seguían sangrando.

Las extendió frente a él y se las miró.

—Mis manos ahora mismo son lo de menos —Retrocedí cuando caminó hacia a mí—. No estoy pasando por un buen momento, los chicos están en Virginia Beach y no quiero estar en casa, tampoco en el apartamento donde vivía antes, así que invítame a tu casa —Reí al escuchar lo último.

—Jamás haría eso, a ti menos que a nadie invitaría a mi casa —aseguré y lejos de molestarse, vi diversión en sus ojos.

—No tengas miedo, solo entraré donde tú quieras —Rodé los ojos—. Te invito a un trago entonces, en serio no quiero estar solo.

—Según vi, tu prima está en casa, podrías invitarla a ella —No quise decir eso con burla, pero me salió tal cual y me arrepentí al ver la mirada sospechosa que me dedicó—. Ustedes se llevan muy bien, podría ser mejor compañía —me corregí de inmediato.

—No quiero estar con nadie de mi familia, eres como mi último recurso —Odié lo que dijo.

Era cierto que no nos llevábamos bien, pero tampoco tenía que ofenderme de esa manera.

—No sé cómo es que consigues tantas mujeres, ya que está claro que no solo eres idiota sino también un completo patán.

Eso fue todo lo que dije antes de darme la vuelta y volver a mi coche.,Esa noche estaba comprobando una vez más porqué jamás me llevaría bien con ese chico; me ponía los nervios de punta de una mala manera cada vez que tuvimos algún encuentro y eso no había cambiado.

—Sabes demasiado de mí.

—¡Mierda! —chillé cuando me cogió del brazo y me hizo verlo.

—Estás en mi lugar favorito, dices cosas extrañas y las insinúas, te comportas toda fastidiada como si ya estuvieses harta de mí y ahora lo de no saber cómo es que consigo tantas mujeres. ¿Por qué, Sadashi? —Me había empotrado a un árbol y su rostro estaba demasiado cerca del mío.

Pensé en tía Maokko diciéndome que la misión me estaba quedando grande y al recordar todas las cosas que solté en un rato con él, acepté que esa mujer no se estaba equivocando.

—Y dame una buena explicación antes de que comience a creer que estás obsesionada conmigo, porque si es así, ahora mismo te la quito —sentenció con chulería.

¡Joder!

Eso fue todo lo que pensé cuando acercó su cadera a la mía. 

Tenía que inventarme una buena excusa a las de ya.

Resiliencia

Cuando era pequeña, Rahsia Brown creyó que su vida acabaría siendo muy joven. Todo apuntaba a eso y se resignó tanto que llegó a atentar contra ella misma para acabar con el sufrimiento. Imaginaba que era mejor eso a seguir viviendo como lo hacía desde que tenía cinco años, hasta que en su vida apareció un hombre que le mostró que los milagros aún existían. Él, fue el príncipe que la rescató de su infernal castillo. Y en todos los cuentos de hadas que su madre le leyó, describían a los príncipes como chicos guapos e impresionantes que le robarían el corazón con el primer vistazo que se dieran, se casarían y vivirían felices por siempre. Rahsia lo esperaba tal cual, pero la vida la sorprendió con uno que en realidad se enamoró de su madre, a ella la amó como a una hija y Rahsia lo aceptó como su padre. Él le enseñó que el pasado solo servía para dos cosas: para aprender o para estancarse y le ayudó a recuperar el amor por sí misma, convirtiéndola en una mujer completa, luchadora y resiliente. Nada ni nadie la detendría en lo que se propusiera y trabajaba día a día por ser mejor. Aprendió a amarse tal cual era, fuera de los estándares noventa, sesenta, noventa, lejos de ser esa chica de cabello abundante y sedoso, con un cutis de bebé que impresionaba a cualquiera y, construyó su vida a base de esfuerzos, mismos que la llevaron a ser una mujer exitosa, que valía por su inteligencia y no por su físico. Hasta que su vida se cruzó con la de un sexi paciente que la hizo regresar a sus tiempos de inseguridades. Daemon Pride White era ese hombre del cual las mujeres tenían que alejarse y no, no era por ser el tipo de chico que las novelas modernas describían. Él representaba un peligro verdadero, uno que amenazaba con acabar con la autoestima de cualquiera y no por ser condenadamente guapo, sino más bien porque no había una chica capaz de encajar en su vida y Rahsia lo sabía. Pero en saber y entender hay una enorme diferencia y las cosas se complican en cuanto el muro que los ha mantenido a raya se cae, cuando ambos olvidan que nunca es bueno mezclar lo profesional con lo personal y cuando la pasión se vuelve más fuerte que la sensatez. Daemon no quiere dañarla, pero le es inevitable cuando su naturaleza lo reclama y le muestra un pasado que jamás debió volver a recordar. Al final de todo, siempre pagan justos por pecadores y para mala suerte de Rahsia, ella siempre ha sido la que paga por los errores de los demás.

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Romeo

Rahsia

 

¡Uf! Respiré profundo y vi hacia el frente, lista, preparada, decidida. Iba a hacerlo, esa vez sí y me propuse llegar al final, no importaban las consecuencias. Así que tomé el mando a distancia y di clic en reproducir.

—¡Bien, mis reinas! Gracias por estar aquí, con las energías puestas y dispuestas a perder esos kilos demás. Así que comencemos girando los hombros. ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Cuenten para mí! —La música sonaba de fondo, alegre y energética. 

—¡Y uno, y dos y tres! ¡Eso es, vamos! —Comencé a moverme tal cual lo hacía el entrenador y sus acompañantes.

¡Dios! Era la tercera vez en el año que decidía hacer ejercicios, comenzar una nueva rutina, comer sano, perder así fueran dos kilos.

Mientas me movía miraba el vestido que puse sobre el sofá de mi sala, donde me encontraba, lo hice como inspiración. Lo compré dos tallas menos y deseaba que cuando me lo volviese a probar, entrara con facilidad y ya no se me mirase como si fuera una gusano o la versión femenina de «Michelín».

—¡Vamos, Rahsia! ¡Tú puedes! —me dije cuando el entrenador pidió que lo hiciéramos.

Me movía con energías, con actitud, decidida. Me sentía con dos kilos menos en ese momento y con el corazón acelerado en apenas cinco minutos de ejercicios. Pero bueno, tenía que animarme psicológicamente, creerme una chica de revista para obligar a mi cuerpo a que se sintiera así. En los últimos meses mi peso se descontroló y nunca en mi vida había estado en una talla tan grande, así que sabía que era momento de hacer algo, otra vez.

Mi móvil comenzó a sonar y dejé perder la llamada porque si respondía, me desconcentraría, pero el aparato siguió y siguió hasta que vi que se trataba de Angie, mi mejor amiga y sabía que si no le respondía, no pararía de marcarme.

—Espero que sea urgente, porque me has interrumpido de algo muy importante —dije con la voz agitada y entrecortada.

¿Estás follando, picarona? —inquirió alegre y rodé los ojos, aunque no me mirase.

—No, Angie.

¡Ah! ¡Ya sé! Estás haciendo ejercicios de nuevo —dedujo y rio—. Haz tres horas esta vez, amiga. Así te duran para dos semanas, si es que esta vez aguantas eso.

—Voy a colgar, veo que solo llamas para estar de metida —zanjé y la escuché carcajearse.

Ya, cielo. Lo siento —exclamó—. Bien sabes que eres bella en la talla que sea.

—Eso ya lo sé —confirmé en tono engreído—. Si estoy haciendo ejercicios es solo para no aburrirme —bromeé.

Aja…y para que ese chico misterioso que te tiene como loca, te vea preciosa cuando vuelvan a encontrarse.

—No debí haberte dicho nada —me quejé.

Le di parar al vídeo y me senté para hablar con ella, ahí estaba yo, dejando los ejercicios de lado para ponerme a chismear con Angie, otraaaa vez.

Ese era mi cuento de nunca acabar. Quería bajar unas libras, pero me daba pereza hacer ejercicios y mi fuerza de voluntad para meterme en dietas, era nula. Angie me estaba proponiendo ir a comer, pues dejó de invitarme a ir al gimnasio con ella desde que la dejé plantada nueve veces de diez.

Éramos las dos caras de la moneda, pues mientras ella era pelirroja, esbelta, con músculos abdominales, piernas torneadas y sin una pizca de celulitis y hermosa como la chica de revista fitness. Yo era, rubia, robusta, con rollos por donde quiera que la ropa me apretara, piernas cargadas con piel de naranja y hermosa como una modelo de tallas grandes. Y no es que fuese engreída por creerme bella, sino más bien, me enseñaron a verme así, a creer en mí sin importar el físico que tuviese.

El tiempo de quejarme por ello quedó en el pasado y sí, en las últimas semanas no me estaba sintiendo tan conforme, pero… ¡Hombre! Seguía siendo humana e imperfecta y es obvio que no todos mis días eran buenos, pero tampoco me quitaban el sueño. De eso se encargaba una persona y no mis kilos demás.

—¡No me jodas, Rahsia! No me salgas con que pedirás solo una ensalada —se quejó Angie cuando estábamos en un restaurante cerca de su casa. Después de que interrumpió mi rutina de ejercicios y me la cambió por vernos y comer algo.   

—Pediré también el plato fuerte, esta es solo la entrada —avisé y ambas nos reímos—. Ya sabes cómo soy, pídeme de todo, menos que meta en dietas estrictas o que deje el café, porque ahí sí me matas.

Ella negó divertida y sus ojos brillaron al verme.

—Eres grandiosa, cielo. No sabes todo lo que diera por tener un poco de tu espíritu. Me encanta tu actitud y que no te dejes deprimir por los estereotipos de la sociedad —susurró al tomarme la mano.

Angie era de esas chicas de las cuales al verlas a primera vista, te imaginabas que tenían el mundo a sus pies y chicos por doquier, besando el piso por donde caminaba, pero la realidad se alejaba mucho de eso. Pasó por situaciones difíciles un año atrás, mismas que bajaron su autoestima y todavía estaba recuperándose, aunque no le era fácil. Le conté un poco de mi historia en un intento por ayudarle y demostrarle que no estaba sola, no obstante, ella no lo veía así y me dolía mucho porque la quería.

—Bueno, sigue juntándote conmigo para que se te pegué un poco —recomendé entrecerrando los ojos y sonriéndole—. Te ves hermosa hoy, ¿será que tu Romeo llegará a tirar piedritas en tu ventana más noche? —inquirí.

Tenía semanas viéndose con alguien, pero todavía no quería contarme todo con detalles y no es que no confiara en mí, sino más bien, era su manera de protegerse por lo que pasó.

—Tú también estás bella, me encanta como se te ve ese vestido. Marca más ese gran trasero que posees y no, Rahsia, no me gustan las mujeres, no me vayas a salir con eso de nuevo. Simplemente sé admirar cuando una mujer tiene buenos atributos, no solo los hombres pueden hacer eso —se quejó cuando vio mi rostro ante lo último que dijo sobre mí—. Y ya te comenté que mi Romeo carece de romanticismo, es más como el chico de las cavernas y antes de tirar piedritas en mi ventana, me gritaría para que yo baje a su encuentro.

Sonreí cuando dijo eso, pero a mi mente llegó el chico que me estaba quitando el sueño a mí. Él también parecía ser de ese tipo, aunque no había tenido la oportunidad de conocerlo en ese sentido.

Angie comenzó a hablarme de Romeo, nombre que ambas le pusimos para no hacerlo tan serio, pues mi amiga lo prefería así. Era su primera relación después de un tiempo, aunque por lo que me comentó, no era nada formal, al menos no por parte del chico y me daba miedo que ella fuera a darle más de lo que él le daría, ya que estaba segura de que de ser así, solo Angie sufriría y ya lo había hecho mucho como para volver a lo mismo.

Pasamos un par de horas juntas hasta que la vi tomar su móvil y comenzar a escribir lo que deduje que era un mensaje. Tras enviarlo estuvo pendiente de la respuesta por un buen rato y noté que se desesperaba al no recibirla con la brevedad que quería y esto que la persona lo leyó enseguida ya que vi cuando se marcó en azul, y cuando se dignó a dar una respuesta, Angie cogió el aparato de una para volver a teclear algo.

—¡Joder, Angie! Yo que tú me tardaba más en responder —señalé molesta.

Y no es que me regía por eso de pagar ojo por ojo, pero venga, que no estaba mal hacer sufrir a los tipos cuando mostraban esa falta de interés en uno y eso es lo que veía en el caso de mi amiga y su dichoso amante. 

—¿Qué? ¿Por qué? —respondió a la defensiva y negué.

—No me gusta ni quiero meterme en tu vida, amiga, pero ya pasamos por esto y no quiero que se repita. Mínimo que el tipo espere el tiempo que tú esperaste por su respuesta ¿no? —hablé tranquila para que comprendiera.

—No se repetirá, ya hemos dejado claro con mi Romeo que esto no es serio, solo estamos pasando buenos ratos juntos. No más.

—Sí y por parte de él lo creo y veo, pero por tu parte no, Angie. Hazme caso esta vez, por favor —supliqué. Negó y se puso de pie hasta llegar a mí.

Bufé al ver su actitud. ¿Qué carajos pasaba con las chicas y su manía de fijarse en tipos que no las valoraban?

—No te preocupes, cielo. Lo tengo claro ¿okey? Y te dejo porque tengo una cita, yo pago nuestra cuenta.

Iba a decirle algo, pero me besó la mejilla y me dejó ahí sin darme la oportunidad. Levanté las manos en señal de fastidio y negué viéndola irse emocionada, odiaba que fuera así. Mi amiga era hermosa y valiosa, pero al parecer solo yo lo veía y no ella que era lo que más importaba. Lo peor de todo es que su sufrimiento pasado y el que veía que se aproximaba, no era solo culpa de otra persona, sino más de ella por no valorarse como se debía.

Bufé otra vez, exasperada al pensar en eso y tras unos minutos me puse de pie de para irme a mi apartamento.

Cuando llegué traté de no pensar más en Angie y me dediqué a los asuntos que tenía pendiente para el siguiente día en mi trabajo. La secretaria me había hecho llegar mis citas de la semana y las agendé en mi Tablet para no olvidar ninguna. Llevaba un año trabajando como terapeuta en los consultorios de mi mentor, Tomas Cleveland, y me sentía feliz por la confianza que él depositó en mí estando recién graduada. Hacer mi trabajo social en el grupo de apoyo me sirvió para demostrar mi capacidad y supe que lo hice bien cuando mi jefe puso a mi cargo a un grupo de pacientes que según su experiencia, eran los más importantes.

¿Todas las citas están confirmadas?

Le pregunté a Karina, la secretaria, por medio de un mensaje de texto.

Todas a excepción de la del señor Pride. He intentado contactarme con él, pero hasta el momento no he tenido suerte.

Respondió y mi corazón hizo cosas locas al leer su apellido. Traté de controlarme y no olvidar mi posición con él, sobre todo cuando el chico demostraba ser ese tipo de problemas con los que no me convenía lidiar, y no hablaba de su condición, sino más bien del interés que él demostraba en las relaciones con el sexo opuesto, que era casi el mismo que yo tenía por los deportes.

Y me estaba viendo en el espejo de Angie, así que me negaba a caer en esa situación.

Le dije a Karina que no se preocupara, que yo me encargaría de dejarle un mensaje al señor Pride y cuando recibí su respuesta, me dispuse a escribirle a mi paciente desde mi teléfono de trabajo.

Hola, Daemon. Solo te escribo para recordarte que tenemos una cita agendada para el martes. Te agradeceré que le confirmes tu asistencia a mi secretaria en cuanto puedas. Ten una buena noche.

Le di enviar tras revisarlo tres veces seguidas, chequeando que nada fuese a leerse de forma errónea y sí muy profesional. Lo trataba de porque acordamos que las formalidades no funcionarían bien en sus terapias, pues necesitábamos confianza de terapeuta a paciente y viceversa, para que todo marchara bien con su proceso. Aun así, cuidaba de que las cosas no se salieran de lo correcto con ese chico, pues de un tiempo para acá, aceptaba que lo estaba comenzando a ver de otra manera y no era sano para ninguno de los dos.

Al pensar en él e intentar describirlo, siempre soltaba uno que otro suspiro y era algo que no podía evitar. El hombre es de ese tipo que piensas que solo verás en revistas, con su cuerpo bien cuidado y cincelado casi a la antigua, con elegancia al vestir y sus ojos combinados entre gris y miel tenían el poder de hipnotizar a cualquiera, sus labios rosados daban ganas de comérselos y su aura era capaz de convencer a la más inocente para que cayera en pecado. Y es ahí donde estaba el truco con ese chico, pues el peligro que representaba no era literal sino verdadero.

Y yo, a pesar de saberlo, cometí el error de comenzar a verlo de una forma distinta a mi paciente y cada vez que lo recordaba, me daban ganas de golpearme la cabeza en la pared por haber sido tan tonta.

Como su terapeuta, tenía acceso a la mayoría de sus secretos, me los contaba por su voluntad y como parte de nuestras sesiones. Prácticamente sabía cuándo tenía sexo y lo que significaba eso para él, era consciente de su desafecto por la mayoría de las personas y su lucha por ser diferente. Mi trabajo era ayudarle a aferrarse a su verdadera esencia y lo llegué a conocer casi como me conocía a mí misma, pero en el fondo de mi ser, sabía que existía algo que Daemon no me permitía ver y su capacidad para esconderlo lo frenaba en mucho y también me asustaba, tal cual como atraía.

Dejé el móvil cerca de mi bolso estando consiente de que no me respondería, pues como lo dije antes, a él todo tipo relaciones —profesional o personal— le importaban lo que a mí un partido de tenis.

Y yo casi siempre confundía el tenis con el ping pong.

¿Jugamos?

Leí en mi móvil personal, era la notificación de PuzzleWorld con un mensaje de Demon.

Llevaba cerca de dos años jugando partidas con él en la aplicación y era increíble como ese alias, que se parecía tanto al nombre del chico culpable de llevarme cerca de mis inseguridades otra vez, me provocara cosas locas sin siquiera conocerlo.

Angie sabía un poco de Demon, aunque de forma inconsciente le hablé de él pensando en Daemon. También le guardaba ese secreto a mi amiga, pero en mi caso lo hacía porque no era correcto decir en voz alta que un paciente me interesaba. Eso no hablaría bien de mí como profesional.

Acepté jugar con él como siempre y me la pasé en ello durante tres horas. No pasábamos de mensajes de invitación a juegos o saludos cortos y creo que se debía a que los dos estábamos conscientes de que si comenzábamos a querer saber más el uno del otro, nuestras partidas ya no serían interesantes.

Demon y Princess funcionaban mejor en lo virtual.

 

 

____****____

 

Al día siguiente llegué temprano a la oficina a pesar de que mi primera cita era a las once de la mañana, pero quería dejar unos informes listos para el doctor Cleveland antes de que volviera de su seminario en Nueva York. Tenía una taza de café a un lado y mi portátil abierta dispuesta a comenzar a trabajar, así que me coloqué las gafas que me protegían de la luz del dispositivo y comencé a escribir sin parar hasta que los toques en la puerta me interrumpieron.

—Señorita Brown, siento molestarla, pero el señor Pride está afuera y pregunta si puede hablar con usted —informó Karina y me quité las gafas de inmediato.

Eran las nueve de la mañana de un lunes y no tenía que verlo hasta el día siguiente.

—Dame cinco minutos y que pase —pedí y ella asintió.

Me puse de pie y me metí al pequeño cuarto de baño en mi consultorio. ¡Dios! No tenía por qué actuar así, pero no me quería ver mal para mi paciente. Así que solo me acomodé el cabello y la falda que usaba y me puse un poco de labial.

Menos mal todavía no había tomado café…no es que me fuera a acercar tanto a él, pero quería estar presentable.

Justo iba llegando a mi silla en el espacio que usábamos para las terapias cuando la puerta se abrió y Karina entró junto al ladrón de mi tranquilidad. Me regaló una media sonrisa y cerré las piernas como reflejo.

¡Ay, Jesús! Estaba actuando como desesperada tan temprano.

—Hola, no esperaba verte hoy aquí —saludé y él me regaló una media sonrisa.

En todo el tiempo que llevábamos conociéndonos, pocas eran las veces que vi sus dientes junto a una sonrisa de verdad.

—Lo sé, anoche ya no pude responder nada porque tuve unas visitas inesperadas. Espero que no te quite el tiempo y puedas atenderme hoy —dijo y con la mano lo invité a que tomara asiento en el sofá frente a mí.

Iba vestido con un traje azul claro, por dentro llevaba una camisa celeste y acompañaba su atuendo con unos zapatos color pardo. Su cabello estaba peinado en un estilo muy jovial y olía a gloria, o bueno, a «Armani Code» que era lo mismo para mí. Se quitó el saco antes de sentarse y lo colocó a un lado del sofá junto a un paquete de papel marrón que llevaba con él y admiré cómo sus músculos sobresalían aun con la ropa puesta. Ese tipo era un espectáculo para mi vista y mi mayor locura si no me controlaba de una buena vez.

—¿Cómo estuvo la boda? —inquirí cuando tomé asiento.

—Quise casarme con la novia, pero esta vez me reconoció —comentó tranquilo y me reí.

En una sesión pasada me habló de lo que pasó con la novia de su hermano gemelo y lo molesto que el chico se puso porque su chica lo confundió.

Lo dicho antes, por mi trabajo tenía el privilegio de saber muchas cosas sobre su vida, así me las contara por obligación y no porque me considerara su amiga. Comenzó a platicarme todo lo que hizo en la estadía con sus padres, lo feliz y orgulloso que estaba de su gemelo, su cuñada y la pequeña hija de ambos; solo en ese momento logré ver que sus ojos brillaron con emoción ante la mención de su sobrina, aunque se opacaron al recordar a su prima y la situación que la chica estaba pasando después de un atentado que su familia sufrió.

—Veo que hablar de tu sobrina te provoca una enorme felicidad —señalé y me miró por unos segundos.

Admito que a pesar del tiempo que pasábamos juntos, todavía no me acostumbraba a su manera tan intensa de observar a las personas. Nunca sabía si me estaba asesinando o desnudando con ella, aunque no creía mucho en lo último, eso era más una ilusión en mí, pues por el récord de ese hombre, deduje que su tipo de chica era más la de medidas perfectas.

—Quise traérmela, pero su madre casi me mata —recordó y me reí de eso.

Imaginarlo con una nena en brazos me daban celos y me ponía cachonda a la vez.

Ahí iba de nuevo con mi ridiculez.

—Creo que nunca hemos tocado este tema, pero ahora mismo quisiera saber si has pensado en tener hijos algún día. Y sé lo que opinas de las relaciones serias y que no tienes ningún tipo de interés en ellas, pero ¿qué pasa por tu cabeza con el tema de los hijos?

Nuestra forma de trabajar se basaba en que Daemon hablara sobre su diario vivir conmigo para que no guardara nada solo para él, pues muchas veces el que callara podía convertirlo en una olla de presión muy peligrosa o una bomba de tiempo que al explotar, dañaría a muchos. Sus miedos eran los temas más difíciles de tratar y en ocasiones tuve que persuadirlo de muchas maneras para que me los confiara.

—Es sencillo y algo que he tenido claro desde siempre, Rahsia —se animó a responder tras un rato.

La forma en la que pronunciaba mi nombre era única y no sabía si se debía a su acento, pues era sabedora de que nació y vivió en Italia por años, o por lo hechizada que me tenía.

—No quiero hijos, nunca los he querido ni los querré.

¡Mierda! No es que tuviera fe de que algún día me casaría con ese hombre y compartiría mi vida con él para siempre, pero oírlo tan decidido con ese tema me provocó una fea punzada en el pecho.

—¿Por qué? —cuestioné y ya no lo hice solo como su terapeuta, sino también por curiosidad.

—Porque no voy a condenar a ningún inocente con mi maldición —soltó y tragué con dificultad—. No me lo perdonaría nunca y por eso tomé la decisión de practicarme una vasectomía meses atrás. No le heredaré mi oscuridad a nadie.

¡Jesús! Me sentí decepcionada con su noticia y lo observé dándome cuenta de lo cierto que era ese decir de: ya sabía que no podía ser tan perfecto. Porque, así fuera capaz de entender su decisión, se sentía fatal saber que una persona tan maravillosa como él, a su manera, no quisiera dejar frutos en el mundo.

Daemon Pride White en definitiva era un hermoso desastre.

Pero bueno, me concentré en mi trabajo y me obligué a recordar que solo era su terapeuta y estaba para comprenderlo y ayudarle. Y vaya que lo hice porque al final Daemon tenía razones más que válidas para hacer lo que hizo y estaba tan seguro de su decisión, que tomó cartas en el asunto para no cometer ningún accidente y le aplaudí eso, pues era muy valiente al renunciar a algo tan bello con tal de no heredar los genes que tanto lo hicieron sufrir en su pasado.

Y supe que su decisión no fue precipitada, la estudió bastante antes de llevarla a cabo y se reunió con doctores expertos para que lo informaran bien. La probabilidad de que heredera su enfermedad a un hijo estaba entre un treinta y cinco o cuarenta y cinco por ciento, era muy poca, pero aun así no se quiso arriesgar. También me comentó que incluso con su sobrina tenía ese miedo y ya había hablado con su hermano para que se mantuviesen pendiente.

Ese era uno de sus más grandes miedos y lo que lo tenía un poco inquieto.

—Pero hay algo más ¿cierto? —inquirí— Sé que tú no adelantas tus sesiones a menos que algo te preocupe.

Bufó una sonrisa irónica y recargó los codos en sus piernas, miró hacia el suelo y segundos después regresó su mirada hacia mí, sin levantar la cabeza del todo, solo los ojos y regalándome una posición muy peligrosa que tenía.

—A veces no me gusta que me conozcas tanto —aceptó.

—Pero todavía sabes esconderte de mí, Daemon —le recordé—. Crees que te conozco y tal vez lo haga en muchos aspectos, aunque sabes guardarme ciertas cosillas y eso no me deja ayudarte como quisiera —Miró hacia un lado y negó.

—Tú sabes más de mí que mi propia familia —increpó.

—Bueno, pues sigue dándome ese privilegio y no me cambies el tema —pedí.

Sabía que lo que buscaba era eso y no lo lograría.

—Fui a ver a Essie al hospital —habló, sabiendo que de nada le servía retrasarlo.

—Espero que se encuentre mejor —deseé. El atentado de esa chica casi logra que Daemon se derrumbara y jamás me asusté tanto como en eso días.

Por suerte, junto al doctor Cleveland logramos mantenerlo estabilizado y no perdimos todo el avance que llevábamos ganado, aunque había notado que desde ese tiempo, Daemon no daba ni un paso hacia adelante como me lo esperaba y me preocupaba.

—Lo está, aunque el camino será largo con ella. El punto es que cuando fui a verla me encontré a un enfermero en su habitación —explicó y lo escuché atenta—. Usaba el uniforme habitual y una mascarilla cuando llegué, no le habría dado importancia ya que es común que el personal médico esté pendiente de la salud de mi prima, pero…ese tipo me dio la impresión de haberlo visto antes y no allí.

De cierta manera me inquietó lo que decía, pues Daemon olvidó buena parte de su vida debido a un tratamiento delicado al que fue sometido y por su médico de cabecera sabíamos que no sería bueno que recordara ciertas cosas, incluso deseaban que a su mente no volviesen a llegar algunas vivencias de su pasado, pero todo era posible y necesitábamos estar preparados y prepararlo para cuando el momento llegara.

—Pero no le viste el rostro —señalé, pues mencionó que la persona usaba mascarilla.

—No, pero fueron sus ojos los que se quedaron en mi mente y desde ese día, no he podido dormir más de tres horas seguidas. Estoy seguro de que la mirada de ese hombre es de mi pasado y me preocupa que haya sido parte del motivo que me llevó a recibir electrochoques.

¡Mierda!

Suspiré con fuerza al escucharlo y una voz en mi cabeza me gritó que tenía que mantenerme alerta porque se avecinaban problemas.

¿Quién soy para ti?

Rahsia

 

Desde ese momento supe que tenía que tratarlo con más cuidado y agradecía que el doctor Cleveland volviese pronto, ya que para mi mala suerte, no tenía el privilegio de saber los motivos exactos que llevaron a ese chico a los electrochoques. Se me comunicó lo esencial puesto que todavía me tenían en prueba y temían que al saber la verdad, cometiera algún pequeño error con Daemon y me lamentaba por eso, pero era consciente de que me lo gané a pulso por ciertas cosas que hice y no debía.

No en mi trabajo.

—¿Desde cuando comenzaron los problemas para dormir? —pregunté, más preocupada que antes debido a lo que escuché. 

—Desde ese día en que lo vi. Fue el lunes pasado.

—¿Has estado tomando tu medicamento? —Asintió en respuesta— ¿Y qué más has hecho para ayudarte?

Lo vi incomodarse con mi última pregunta y supe que la respuesta que me daría no me gustaría como mujer, aunque como profesional iba a entenderlo.

—Creo que he entrado a un periodo maniaco leve, el libido lo tengo por las nubes y ya sabes lo que me sucede cuando eso pasa —soltó y decidí no verlo y escribir algo en mi libreta.

«Al parecer ha habido muchas chicas con suerte en estos días», pensé y estuve tentada a escribir eso, pero me contuve ya que parecería la tía del meme. No era la terapeuta pensando en esos momentos, si no la tonta chica frustrada por no ser parte de ese grupo de mujeres.

—No sé cómo tomarme eso, Rahsia —Lo miré con los ojos desorbitados y me avergoncé como nunca.

¡Mierda! No era posible que haya dicho eso con palabras y cuando sonrió y esa vez de verdad, mis mejillas se calentaron y estaba segura de que también se me pusieron rojas.

—Digo… ¡Dios! Lo que quise decir es… ¿No te servirá comer chocolates para matar ese antojo? —Cerré un ojo y fruncí la nariz en un gesto irónico e inocente al soltar tremenda estupidez.

—¿Perdón? —expresó y se carcajeó entonces.

¡Joder! Si hubiese sabido que haciendo el ridículo lograría ver ese hermoso gesto en él, creo que lo habría hecho antes.

—¡Ya! No te rías, hombre. Solo dije eso porque algunas mujeres calmamos nuestra libido muchas veces, comiendo chocolate. Al menos yo sí lo hago ¿o no lo notas? —ironicé y me señalé de la cintura para abajo.

Todavía riéndose, Daemon me observó poniendo un puño bajo su barbilla y mordiéndose el labio en el proceso. Me sentí incómoda en ese momento pues mi inseguridad quiso asomarse y traté de meter la barriga para que no se me notara mucho.

¡Madre santa! ¿Por qué me tenía que pasar eso justo cuando buscaba impresionar y no dar pena?

—Pues la verdad, noto muchas cosas —Dejé de respirar al oírlo.

Eran pocas las ocasiones en la que él hizo comentarios de ese tipo y nunca sabía cómo tomarlo, sobre todo al recordar que tenía que ser profesional. Mi ética me lo exigía.

—Muchos michelines ¿cierto? —inquirí, queriendo llevar el tema hacia otro lado. Me miró sin entender de lo que hablaba— Muchos gorditos, rollitos de gordura, Daemon —aclaré y él negó—. Bueno, pero concentrémonos en lo importante —pedí.

Era momento de regresar a él y lo que pasaba y rogué para que se olvidara de mis tontos comentarios.

—Si te parece, quisiera verte más seguido hasta que logres superar este momento. Tal vez tres veces por semana, no incluyendo la sesión grupal —pedí.

—De hecho, esperaba que lo propusieras —admitió y me hizo sentir bien, pues eso me indicaba que iba a poner todo de su parte para superar cualquier crisis por muy dura que fuera—, pero no sé si fuese posible dejar al menos una sesión fuera de aquí —Entonces fui yo la que lo miré sin entender en ese instante—. Tal vez podríamos ir a almorzar o a un lugar tranquilo donde puedas trabajar conmigo sin que se sienta siempre como que lo haces por obligación —soltó y, aunque no fue su intención, me lastimó que lo sintiese así.

—¿Te he hecho sentir eso? —cuestioné.

—No porque lo hayas querido, es solo que llevamos tiempo viéndonos aquí o en el grupo y me estoy comenzando a hartar de ello. Y entiendo que debe ser así porque nuestra relación es profesional, de terapeuta a paciente y no conviene hacerlo de otra manera por mi bien —Más bien por mi bien quise decir, pero me callé—, sin embargo, estoy actualmente en un momento en el que no quiero sentirme más como un imbécil con problemas o que tú me escuchas solo porque te pago.

¡Wow! Eso último no me gustó y sentí una pizca de decepción en su comentario, algo que me alertó. Él estaba hablando más de normal y logré entender que el encuentro con esa persona una semana atrás, lo afectó más de lo que esperé.

—Daemon, me conoces desde hace mucho tiempo ya. Sabes que no pude ser la terapeuta de Lucas por haberme involucrado más de lo debido con él, dejé que mis sentimientos por nuestro amigo interfirieran en su proceso y no quiero que pase lo mismo contigo, por eso soy cuidadosa —expliqué.

Lucas Morris fue la persona que llevó a Daemon al grupo de apoyo en el cual nos conocimos, mismo en el que me inicié en mi carrera. Y al igual que él, sufría a causa de la bipolaridad. A Lucas lo conocí mucho antes que al hombre frente a mí, lo quería como se quiere a un mejor amigo y justo eso me llevó a cometer errores a la hora de tratarlo. El doctor Cleveland se vio obligado a darme de baja como terapeuta del chico y me advirtió que si se repetía, pasaría lo mismo y no podía darme el lujo de perder pacientes y no solo por el lado profesional, sino porque me importaban demasiado esas personas.

Sobre todo Daemon.

Si involucraba sentimientos con él, me impedirían ser su terapeuta. Y estaba segura, porque Daemon me lo dejó claro de forma inconsciente, que solo podía estar a su lado de manera profesional y la verdad es que era lo mejor para ambos, para mí sobre todo. Él tenía chicas solo para desahogar sus necesidades sexuales, no pasaba a más con ninguna. Como una vez me lo dijo, las mujeres solo le servían para tener sexo, así fuese vacío y algo carnal.

—Lo sé, perdóname por ponerte en esta situación —dijo y me quedé en silencio— ¿Lo pensarías? Puede ser en otro lugar, solo salgamos de aquí así sea un día —propuso—. No sé, podríamos ir a caminar y sería divertido que me terapearas mientras trotamos o algo.

—¡Ja! Creo que le estás proponiendo eso a la persona equivocada —solté irónica—. Mi mejor amiga sería la indicada para ti en eso. La pobre dejó de invitarme a hacer ejercicios porque la dejé plantada nueve veces de diez que me lo propuso. Hoy en día mejor me invita a comer, al cine o a actividades que no impliquen sudar en exceso o quedarse sin aire y con el corazón agitado.

Esa vez se mordió el labio y rio sin mostrar los dientes, pero lo vi divertido después de estar frustrado por mi negativa.

—Rahsia, ¿si sabes que hay cierta actividad que implica todo eso último que dijiste y no son ejercicios? —satirizó y me dejó sin palabras— Y estoy seguro de que no te quejas de ello.

—Oh, por Dios. Haré como que no escuché eso —aseguré más por mi bien y vergüenza. Ya que no hacía ni ese tipo de actividad que insinuó.

Pero ese fue otro punto que noté y me alertó.

La mayoría del tiempo, Daemon era serio y en muchas ocasiones hablaba solo cuando le preguntaba algo. No era un tipo de bromas y menos de comentarios sarcásticos o con doble sentido y sobre todo, nunca hizo eso conmigo. Por esa misma razón me concentré en evaluarlo mejor y así confirmar si su etapa de manía era leve como me lo aseguró, puesto que a esas alturas no íbamos a arriesgarnos a dejar pasar ninguno de sus estados como pasajeros.

Seguimos hablando largo y tendido y cuando su mirada no estaba en mí sino que en el suelo, aprovechaba para observarlo con detenimiento. Tenía algunas pecas en el rostro que provocaban que me relamiera los labios, pues las imaginaba como chispas de caramelo en un bola de helado de vainilla, y con lo que yo amaba ese postre… ¡Ufff! ¡Joder! No podía seguir así y me juré que me sacaría a ese tipo de la cabeza de una buena vez, pero mis intentos duraban lo mismo que mis rutinas de ejercicios.

Cuando faltaban diez minutos para las once, terminamos la sesión y tuve que despedirme de él. Lo vería hasta el miércoles en el grupo de apoyo y si no hubiese sido porque tenía una cita pronto, creo que habría alargado nuestro tiempo juntos.

—Esto es para ti —dijo de pronto y me entregó el paquete marrón que llevaba con él.

Me sorprendió ese detalle y me vi un poco tímida al tomarlo.

—No es mi cumpleaños —dije y me miró divertido—. Gracias —añadí.

—Ábrelo —me animó y rompí el papel de inmediato.

Enseguida tuve un libro en mis manos, era gordito, así como los amaba. La cubierta era en tonalidades oscuras y en el centro tenía una hermosa daga atravesando una manzana. «Pasión y Caos», leí en el título y de inmediato llegaron a mi cabeza muchas cosas relacionadas con el tema. Pero fue cuando vi el nombre del autor que miré a Daemon de inmediato y sonrió. 

—¡Joder! Espero que venga autografiado —advertí y se encogió de hombros.

Abrí el libro y encontré en la primera página una dedicatoria escrita con caligrafía perfecta.

Todavía no te conozco, pero desde ya te agradezco por todo lo que haces por mi alma gemela y también por tu interés en leerme. Espero que disfrutes el primero de muchos de mis libros.

Atte. Aiden Pride White.

—¡Ay, por Dios! Me siento con ganas de gritar en este instante —dije y cerré el libro de golpe.

También quería abrazar a Daemon por llevarme ese regalo, pero en definitiva no era una buena idea, así que me contuve y solo volví a darle las gracias como veinte veces más.

La dedicatoria era hermosa y me hizo alucinar como nunca ya que en palabras del gemelo de ese hombre que me tenía como una adolescente hormonada, yo sí le estaba ayudando a su alma gemela, como lo llamaba, y lo mejor de todo es que le había hablado de mí… ¡Joder! Hablaba de mí con su hermano.

¡Ufff! Tenía que respirar y controlarme.

—¿Ya lo has leído? —quise saber.

—¡Joder! No. ¿Has visto lo grueso que es? Debe tener como mil páginas —se quejó y reí por lo exagerado que fue.

—No exageres, si acaso son quinientas y créeme, cuando un libro es bueno y llega a manos de una mujer como yo. Eso es poco —aseguré.

—Bueno, entonces me haces un resumen cuando termines de leerlo —pidió y negué—. Nos vemos el miércoles —se despidió entonces y asentí.

Volví a darle las gracias y solo me hizo un gesto de mano como diciendo así que no era nada, sin embargo, para mí era mucho que tuviese ese detalle conmigo.

Lo vi marcharse y sentí que estaba sonriendo. Quise llamarle a Angie y contarle todo, pero me contuve ya que no quería llegar a confesarle que me estaba volviendo loca por un paciente, pues sentía que eso no iba a hablar bien de mí y se prestaría para comentarios que podía llegar a perjudicarme en un futuro. Así que decidí seguir guardando eso solo para mí y me concentré en mi trabajo por el resto del día, aunque en ningún momento me saqué a Daemon Pride de la cabeza y menos cuando veía a cada segundo aquel libro que me llevó. Amaba leer, los libros eran una de mis debilidades más grandes, pero ese en especial se volvió mi favorito sin siquiera leerlo.

Cuando llegué a casa por la noche, llamé a Angie para vernos y hacer algo juntas, pero ya tenía planes con su Romeo así que me quedé viendo la tele y pedí comida a domicilio, aproveché también para llamar a mamá y hablamos casi por tres horas. Nos tuvimos que separar por primera vez tres años atrás y confieso que el primer año fue duro para ambas, aunque su esposo y el hombre al cual yo amaba como padre, nos ayudó en sobremanera para que nos viéramos de vez en cuando sin levantar sospechas y todo porque no era seguro para ninguna de las dos, que nos relacionaran en ese país.

Sacudí la cabeza para no pensar en mis días pasados, puesto que eso no me hacía bien.

El martes tenía pocas citas, así que salí temprano del trabajo y me dirigí a casa de mi amiga, quien me llamó al mediodía para que nos viéramos, pues quería compensarme el no haber estado conmigo la noche anterior. No la culpaba por eso, era obvio que ambas teníamos una vida que atender y no podíamos vivir pegadas todo el tiempo; de hecho, lo que me gustaba de nuestra amistad es que no nos enfocábamos solo en nosotras sino que también en amigos y rutinas ajenas a nuestro alrededor.

Angie tenía asuntos y amistades ajenas a mí y viceversa.

—Hice la pasta que tanto te gusta —avisó cuando ya estábamos dentro de la casa de sus padres y me deleité con el delicioso aroma de la comida— y renté unas películas. Así que espero que no tengas trabajo mañana muy temprano porque esta noche será larga.

—¿Celebraremos algo en especial? ¿O en serio crees que voy a molestarme por lo de anoche? —inquirí y ella asomó la cabeza por la ventana que dividía la cocina del comedor.

—Solo estoy feliz de pasar la noche con mi mejor amiga. ¿Qué tiene eso de malo? —ironizó. 

—¡Diablos! Tienes que darle las gracias a Romeo de mi parte por ponerte así —me burlé y ella negó mordiéndose el labio para no reírse.

Había pasado ya mucho tiempo sin ver esa actitud en mi amiga y, aunque me daba miedo, también me hacía feliz verla así y no triste como siempre estaba desde escapó de las garras de aquel malnacido que por poco la destruye.

Llegué a la cocina y me dispuse a ayudarle a terminar lo que hacía falta. Hablábamos de cosas triviales y reíamos con las tonterías que soltábamos de vez en cuando. Rato después estábamos cenando frente a la tele, comiendo y comentando la peli que veíamos, eso era algo que solo podíamos hacer entre ambas, pues la mayoría de las personas detestaba que se hicieran comentarios al ver una película, nosotras en cambio, amábamos hablar mientras veíamos alguna y por increíble que fuera, no nos perdíamos ningún detalle. Al contrario, entendíamos mejor y hasta resolvíamos los misterios antes que los personajes.

Tras ver tres pelis seguidas, optamos por buscar algún programa cualquiera en los canales del cable y mientras comenzamos a hablar de algunas de nuestras cosas. Angie usaba su pijama corta, estaba con las piernas cruzadas —como si fuese una india— y tenía un cojín sobre su regazo, le dije algo que le causó risa e hizo el amago de golpearme con el objeto y se lo quité divertida, pero mi risa se borró de golpe y me congelé en mi lugar al verle un tremendo cardenal en la pierna, muy cerca de la cadera.

—¿¡Qué demonios!? —solté horrorizada.

Cuando ella se percató de mi mirada se bajó el short de algodón para volver a cubrirse, pero ya no servía de nada.

—Dime que no es lo que estoy pensando —supliqué alerta y ella negó.

—No, Rahsia. No es lo que estás pensando —aseguró y sonrió para restarle importancia al asunto, no lo logró.

—Por Dios, Angie. Júrame que Romeo no es Dante en realidad.

Dante Steward era su ex, el malnacido que no tuvo corazón para amar a mi amiga como ella a él y el causante de muchas de sus desgracias. Me aterroricé al ver el morado en su pierna y a mi cabeza llegaron recuerdos de Angie toda golpeada, ida y tratando de defender a ese imbécil y justificarlo.

—¡Mierda, Rahsia! En serio me ofendes al pedir eso —dijo a la defensiva y negó—. Tengo un año de no saber nada de ese imbécil y ni quiero saber su paradero —espetó.

Pero lejos de tranquilizarme me asustó más, pues eso significaba que si no era Dante, Angie cometió el error de enredarse con otro imbécil igual a él.

—Entonces ese idiota de Romeo es de la misma calaña que el maldito de tu ex. ¡Mierda! Yo sabía que era extraño que te negaras a hablarme de él y estúpidamente lo asocié con que solo querías ser prudente y no con que… 

—¡Joder, Rahsia! ¡Ya para! Lo que has visto no fue provocado por maltrato. ¡Mierda! Dame créditos amiga no soy tan estúpida como crees y esto —Estaba de pie para ese momento y se bajó el short para mostrarme bien lo que antes vi. Mis ojos se desorbitaron al darme cuenta de que el cardenal entre su pierna y cadera tenía forma de dedos y en la nalga había otro igual— no se hace solo con maltrato, también se hace por placer desmedido y créeme que en ningún momento sentí dolor y fue hasta esta mañana que los noté.

Negué como loca.

—No trates de justificarlo, Angie. No vuelvas a lo mismo porque ya sabemos cómo termina. Ningún acto de placer por muy intenso que sea te dejará marcas de ese tipo —aseguré.

Angie sonrió al escucharme y de nuevo se sentó a mi lado, en ese momento ya no estaba molesta al escucharme y sin esperarlo me acarició el rostro y negó.

—Gracias por quererme tanto, Rahsia y entiendo tu preocupación porque al final tú también has tenido malas experiencias que te llevan a creer que toda marca del tipo de las que tengo en mi cuerpo, son malas —señaló y respiré profundo para controlar mis recuerdos en ese instante— y si te hace sentir más tranquila, te juro por mi vida que mi Romeo no me ha maltratado de ninguna manera. Bien sabes que yo mejor que nadie sabría identificar entre un maltratador y un hombre intenso a la hora de follar.

—¡Carajos! Yo no veo la diferencia —contradije.

—¿Con cuántos hombres te has acostado? —inquirió y negué.

Eso era golpe bajo y no tenía nada que ver.

—Mi falta de experiencia no me hace estúpida —me quejé.

—Pero obviamente sí inexperta —Quise replicar, pero no me lo permitió—. Rahsia, solo has estado con Andy y digo estado en el sentido que tuviste una relación con él y lo terminaste después de la primera vez que intentaron acostarse solo porque te dolió y lo hiciste parar en el primer empuje. El chico te entendió y dijo que te daría tu tiempo, pero tú decidiste que era mejor alejarlo por completo de ti. ¡Mierda, amiga! Bien sabes que duele que te desvirguen y tú lo ves como maltrato y no como parte del proceso, así que es obvio que pienses así.

Me quedé en silencio, en eso tenía un punto.

Al final del día yo también tenía mis demonios y luchaba día con día para encerrarlos en lo más profundo de mi ser. Actuaba siempre como una chica experimentada, pero carecía de eso en muchos sentidos de mi vida. Seguía siendo virgen porque no estaba dispuesta a pasar por ese dolor y porque para mi desgracia, cuando estuve con Andy me atacaron recuerdos que no deseaba volver a tener y me aterrorizó lo que haríamos.

No quise volver a verlo más, aunque Andy de vez en cuando me escribía para saludarme y pasada olímpicamente del chico por vergüenza. Fue muy lindo siempre en nuestra relación y consideré que no merecía cargar con mis complejos y sí ser feliz con una chica que se entregara a él sin miedos.

—Rahsia, solo cuando de verdad conozcas al tipo indicado y te entregues a él por completo, comprenderás lo que has visto en mí. Hasta el hombre más romántico y delicado, es capaz de dejar morados en su pareja a la hora del sexo y no se debe al maltrato sino a la intensidad con la que muchas veces se folla y ni siquiera sientes dolor o imaginas que eso pasará. Lo descubres hasta el día siguiente y si el momento ha sido mágico como en mi caso lo fue anoche, al ver estas marcas sonríes y quieres repetirlo.

La observé al decir todo eso y fui capaz de notar la diferencia en esos momentos, pues en el pasado, cuando dijo tantas cosas por justificar a Dante, lució nerviosa y triste, en esos instantes solo veía satisfacción en sus ojos y mucha pasión. Así que confiando en eso, decidí respirar profundo y tratar de calmarme, mi paranoia no tenía por qué afectarla y tenía razón en que mi inexperiencia en el ámbito sexual me impedía ver el placer en ciertos actos.

Cuando me vio más tranquila, decidió hablarme de su encuentro la noche antes con su Romeo y pude entender por medio de mi amiga que tanto ella y su amante eran fuego puro al estar juntos. Llegué a sonrojarme con todo lo que dijo y admito que odié no haber sentido ya todo lo que ella describía como alucinante, pues de momento, había ciertas cosas que me parecían exageradas e increíbles.

—Aunque hay algo con lo debo tener cuidado ¿sabes? —inquirió y la miré atenta, pues era la primera vez que se abría conmigo con el tema de ese chico— Cuando lo conocí, dejamos claro que sería algo de una noche, pues no le gusta alargar sus encuentros sexuales con la misma chica para no hacer creer que puede suceder algo más.

» Y de hecho fue así, solo nos acostamos esa vez, puesto que yo tampoco he querido rollos intensos con tíos tras lo que viví, pero luego nos reencontramos tres semanas después, cuando fui a un bar a beber algo con unas compañeras de trabajo. Nos saludamos y seguimos en lo nuestro, sin embargo, cuando fui al baño más tarde él me siguió y sin decir ni una sola palabra, volvimos a follarnos como locos y al saciarnos mutuamente, nos separamos y cada quien siguió su camino. De alguna manera consiguió mi número de teléfono y en esos mismos días me invitó para quedar de nuevo y darnos placer. Seguimos así hasta el día de hoy, aunque te confieso que en algún momento he llegado pensar que existe un motivo fuerte para que me haya buscado, irrespetando una de sus reglas.

—Sé que es fácil pensar eso, Angie, pero ten cuidado. Al tipo puede que le guste más cómo lo follas y por eso te ha seguido buscando. Eres mi mejor amiga y nos decimos todo por muy cruel que parezca y esto que te digo no es porque crea que no eres capaz de hacer que un tío se interese en ti por lo que vales, sino porque sé de buena fuente que hombres como Romeo, en verdad le huyen a las relaciones serias y no quiero convertirme en una asesina si ese chico te rompe el corazón —confesé y asintió.

—Lo sé, cielo. Por eso te quiero mucho y no te preocupes, seré cuidadosa —afirmó y me obligué a creerle.

Dormí con ella esa noche, sus padres estaban en una convención de trabajo y no quería quedarse sola, así que la acompañé y al día siguiente me fui temprano a casa a prepararme para ir al trabajo. Era miércoles, así que en lugar de ir a la oficina, me fui hacia el salón donde trabajamos con el grupo de apoyo.

Los miércoles nos dedicábamos a trabajar todo el día con grupos de diez personas en diferentes horarios, en ellos se compartían vivencias, avances, fracasos, problemas y miedos. Y sus integrantes decidían en qué momento unirse, aunque de vez en cuando los alternábamos para hacerlos interactuar a todos. Había otras dos terapeutas conmigo y el doctor Cleveland, aunque ese día no estaría pues regresaba hasta el fin de semana de Nueva York.

—¡Mierda! Por ti, los miércoles son mis días favoritos —Sonreí al escuchar a Lucas, él siempre tenía un halago o un comentario listillo para mí.

—Yo tengo varios favoritos, pero no por ti —solté con una sonrisa e hizo un puchero gracioso.

—¡Joder, contigo! Eres la única chica en toda la faz de la tierra, que me batea de forma olímpica. Pero te lo pierde eh, te-lo-pierdes —zanjó haciéndose el ofendido.

Negué y llegué a él para darle un enorme beso en la mejilla, me abrazó con fuerzas y lo golpeé en el brazo por haberme levantado en el aire y darme una vuelta como si se tratara de un novio emocionado por ver a su chica. Con Lucas siempre era así y casi llegué a tener problemas por su culpa, aunque con el tiempo mi jefe entendió que no era yo quien buscaba o provocaba la actitud en ese chico, sino que era su forma de ser y hasta habló con el doctor Cleveland cuando se enteró de lo que provocó. Y sí, parecía como si flirteáramos, pero no era así. Lucas era mi mejor amigo, lo veía como el hermano que nunca tuve y sabía que él me veía de la misma manera, además, era muy parecido a su amigo Daemon en muchas cosas, sobre todo en lo de las relaciones serias con las mujeres.

Ambos le huían a eso.

Y, tanto Lucas como Daemon siempre llegaban juntos a las sesiones grupales, así que no me sorprendió ver a este último pronto tras de él, mirando serio la escenita que montamos.

—¡Hola! —lo saludé entusiasmada y me acomodé la ropa que por culpa de Lucas ya no lucía impoluta.

Me sorprendió que solo asintiera en respuesta y de inmediato pasó por mi lado sin decir o hacer nada más.

¡Carajo! No es que esperara que también él me abrazara como su amigo, pero tampoco esa actitud que tuvo, pues fue muy antipático y de alguna manera me hizo sentir incómoda, apenada y mal.

¿Dónde mierdas estaba el Daemon que llegó a mi oficina el lunes?

—¿Qué mosca le picó? —inquirí.

—Ninguna, nena. No sé por qué te extraña, si él siempre ha sido así. Sorpréndete cuando te sonría mucho o te juegue bromas, porque entonces sí estarás con un tío diferente —respondió Lucas, mas no dije nada.

Era cierto que a Daemon lo caracterizaba la seriedad, pero por alguna razón su actitud fue diferente a la del chico que estaba acostumbrada. No obstante, como profesional me exponía a esos cambios en personas como él y decidí verlo de esa manera y no como la chica que esperaba algo más.

La reunión dio inicio cuando el grupo estuvo completo e hicimos las actividades de siempre, pero incluimos algunas nuevas para hacerla dinámica. Lucas no paraba de gastarme bromas cada vez que me acercaba a él y nadie más lo notaba, también aprovechaba a contarme algunas de sus vivencias personales, mismas que no le confiaba a su terapeuta y eso no me agradaba ya que no le hacía bien. Miré a Daemon siempre que se concentraba en lo que hacía y me seguía sintiendo mal, pues sabía que en su caso me ignoraba adrede. Desde que llegó no volvió a verme más y sentí que entre ambos se estaba formando una distancia muy grande.

Hablaba de terapeuta a paciente.

—Vamos a comer algo después de la sesión —propuso Lucas cuando estábamos en la última actividad.

—Solo si me prometes que hablarás con Tania de todo lo que me has mencionado —dije refiriéndome a su terapeuta y una de mis colegas.

Alzó la mano en señal de promesa y asentí.

—Te espero a la salida —avisó y se alejó de mí.

Daemon estaba cerca de nosotros, sentado en una silla frente a un panel blanco que tenía un punto negro dibujado al centro y varios círculos y líneas rectas a su alrededor. Se miraba muy tenso y noté que se le dificultaba mucho concentrarse en el bendito punto, que era el objetivo de esa actividad. Con cautela decidí acercarme y cuando estuve a un paso suyo, vi su espalda moverse con intensidad, como si estaba inspirando con fuerza.

—Un truco que funciona a menudo, es que le pongas el rostro de la persona que más te importa, a ese punto —dije y me paré frente a él, justo al lado del panel.

Sus ojos me buscaron y me sentí pequeña por cómo me miró.

—Ya, gracias —respondió lacónico tras varios segundos y sentí que solté la respiración que sin saber, estuve reteniendo.

—¿Pasa algo? Porque te noto raro, conmigo en específico —Dejó de mirarme cuando hice esa pregunta y se siguió concentrando en el panel— ¿Daemon? Es en serio, sea lo que sea, sabes que me lo puedes decir y si lo necesitas, podemos hablar al acabar la reunión.

Lo escuché soltar un bufido y sonrió satírico.

—¿Y qué? ¿Dejarás plantado a Lucas? —inquirió y de nuevo me miró de aquella manera tan dura.

Bien, olvidé mi comida con Lucas cuando propuse eso y me sentí muy mal amiga. Ya lo había plantado antes por atender a pacientes que surgían de forma inesperada y no era justo que se lo siguiera haciendo. Aunque admito que por ese chico era capaz de hacerlo, y no, no era la terapeuta hablando y pensando, si no la chica tonta que no quería que ese hombre se molestara conmigo cuando no sabía ni qué hice para merecerlo.

Y pensándolo mejor, eso fue muy tonto de mi parte.

¿Qué carajos me estaba sucediendo? Estaba ahí queriendo saber qué hice para que ese chico se molestara conmigo, cuando sabía a la perfección que no hice nada.

—No, tienes razón —respondí entonces—. Siendo así, lo hablaremos mañana y haz lo que te digo para que logres concentrarte solo en ese punto —le animé y sonreí.

En instante sí estaba siendo la terapeuta, como debía ser siempre.

—¿Pensaste lo que te propuse? —me cuestionó cuando vio mis intenciones de alejarme.

Lo había pensado, pero todavía no tomaba una decisión. Estaba esperando a mi jefe para comentárselo y que me aconsejara, ya que no quería que me afectara en nada si lo hacía por mi cuenta.

—Sí, pero tomaré una decisión hasta la otra semana —avisé.

—¿Vas a comentarlo con Lucas antes de responderme? —soltó y mis ojos se abrieron demás al escucharlo.

¡Wow! Me quedé estupefacta.

Daemon sabía a la perfección que Lucas y yo solo éramos amigos y me descolocó demasiado lo que insinuó con esa pregunta.

—Haré como si jamás hiciste esa pregunta —dije un tanto ofendida.

—Pero sí la hice y quiero que me respondas.

¿¡Qué!? El tono que usó en ese instante fue demandante y altanero. Sentí que las orejas se me calentaron por la molestia y traté de controlarme al darme cuenta de que Daemon estaba teniendo un cambio abrupto y del enojo pasé a la preocupación.

—Siéntate, por favor —pedí ya que se puso de pie con lo último que me dijo.

No obedeció, por supuesto.

—Ahora mismo necesito que veas ese punto, Daemon y canalices lo que te está pasando —hablé más tranquila y me acerqué a él.

No dejaba de mirarme de esa manera tan gélida y estuve a punto de quitarle la mirada porque llegó a intimidarme, pero alcé la barbilla y con la mano le señalé la silla para que hiciera lo que le pedí. En esa sesión, se suponía que los pacientes debían trabajar solos o con sus compañeros, las terapeutas solo estábamos ahí para guiarlos, aunque en casos como el que estaba pasando, se nos permitía trabajar de forma personal con nuestros pacientes particulares.

Mis colegas se percataron de la situación y trataron de reagrupar a los demás para que no pusieran su atención en nosotros. Y después de lo que me pareció una eternidad, Daemon al fin accedió a tomar asiento y me posicioné detrás de él, aunque no miró al frente como esperaba, sino hacia a un lado buscándome. No podía tocarlo, debíamos solo guiar, pero sin poderlo evitar alcé la mano y toqué con suavidad su hombro, lo sentí tensarse aún más y en lugar de apartarme, con la otra mano toqué el otro hombro.

Me vi tentada a hacer presión en mi agarre, ya que en ese momento, esa acción me estaba afectando demasiado, no obstante, respiré profundo y me contuve. «Este toque no es personal», me repetí una y otra vez.

—Mira el punto, Daemon Pride —hablé al fin.

Su cabello acarició mi brazo cuando giró la cabeza para ver al frente. Mi piel se puso chinita y me avergoncé, a pesar de que él no lo notó.

—Ese es tu objetivo, ese eres tú en realidad, los círculos y líneas son solo lo que crees que eres, esos malos pensamientos que te atormentan. Así que necesito que pongas tu mente en paz y me escuches con atención.

—¿Quién soy para ti? —soltó de pronto y me dejó de piedra.

—Un luchador que busca cada día ser mejor, eso solo pueden hacerlo los valientes —respondí sin titubear.

—Eso soy para la terapeuta Brown —aseguró—. Pero quiero saber quién soy para Rahsia —inquirió.

Dejó de ver el panel y giró el rostro de nuevo para observarme, en la posición que estaba el gris de sus ojos despareció y solo pude identificar los puntos miel. Peligro es todo lo que pude notar en esos irises tan especiales y mi corazón se aceleró con esa demanda de su parte.

¿Cómo iba a responderle sin comprometerme?

 

 

Me perdería

Rahsia

 

Quité las manos de los hombros de Daemon y caminé hasta posicionarme frente a él. Sus ojos me siguieron, lucía molesto, inconforme, expectante y hasta temeroso. Tenía que manejar la situación con cuidado porque la respuesta que daría podía ser mi salvación o perdición y estaba donde estaba porque amaba mi trabajo. Estudié psicología por pasión y no solo porque me gusta, así que no estaba dispuesta a perderlo todo por alguien que claramente no buscaba darme nada.

Y no iba a decir que de momento, porque por un momento o por esperar algo, yo corría el riesgo de arruinar mi carrera. 

—¿Es realmente importante para ti lo que piensa Rahsia? —inquirí, deseando que se apiadara de mí y me sacara de ese apuro por voluntad.

—Yo no pregunto nada que no me importe, Rahsia. Todo lo que te diga será porque quiero decirlo, aunque no siempre lo sienta y las preguntas que haga es porque me importan —zanjó.

Respiré profundo y miré hacia el grupo lejos de nosotros, estaba claro que lo que sucedía con ese chico en ese instante no era profesional ya, sino personal y debía tener claro que podía deberse al estado de manía al que había entrado recientemente.

«Respira y cálmate», me repetí antes de responder.

—Tanto para la terapeuta como para la chica, eres una persona valiente y luchadora. Compartimos la misma opinión —me animé a decir, pero vi la decepción que le provoqué y sentí una opresión en el pecho muy fea—. Aunque Rahsia también te mira como un hombre grandioso, inteligente e interesante —añadí y noté un cambio en sus ojos tras mi respuesta—, eres admirable, Daemon Pride y la capacidad que tienes para reponerte de sucesos dolorosos, solo lo he visto en personas resilientes. Tú eres eso para mí.

Medio sonrió cuando terminé con lo último.

—También eres un tanto guapo, sobre todo cuando sonríes —añadí.

¡Ah, mierda! Ya decía yo que no podía estar un rato sin cagarla, pero es que ese hombre tenía la capacidad de quitarme el filtro de la boca sin darme cuenta y muchas veces odiaba eso. 

—¿Un tanto? —cuestionó, pero en su voz noté diversión.

—Sí, y un tanto engreído —señalé y unas pequeñas arrugas se formaron en los rabillos de sus ojos cuando agrandó más la sonrisa.

Mi corazón se apachurró demasiado al ver ese gesto en él y en ese momento me di cuenta de cuánto había extrañado eso. Una vez más estaba comprobando que Daemon era como un niño necesitado de atención y cuando la obtenía, sus ojos eran capaces de mostrar la felicidad que su rostro y cuerpo no; eso también demostraba que no era un niño malcriado, sino que la condición que lo acechaba muchas veces lo volvía inseguro.

—Daemon, Lucas es solo mi amigo y si tuviese que consultar con él tu propuesta, te aseguro que de una me diría que no lo piense tanto y acepte —decidí decirle y volvió a su seriedad—. Debo hablarlo con mi jefe en realidad, porque salir del consultorio contigo podría prestarse para comentarios mal intencionados y así a Rahsia no le importe lo que la gente diga, a la terapeuta Brown en cambio, podría arruinarla.

—Lo entiendo —aseguró— y perdón por ponerte en esta situación o actuar como si tuviese algún derecho en ti o tus decisiones. Creo que mi mal momento me está afectando más de lo que esperaba —admitió.

Que aceptara eso me decía que no estaba haciendo un mal trabajo con él, pues al principio, cuando recién llegó al grupo de apoyo, era muy difícil que se abriera así y expresara lo que sentía. En muchas ocasiones el doctor Cleveland se frustró con Daemon, yo en cambio luché para ganarme su confianza, busqué las maneras de lograr que confiara en mí como para hablarme de sus secretos y fue por esa razón que al seleccionarme para atender a pacientes por mi cuenta, mi jefe me dejó trabajar con ese chico sin rechistar, pues el mayor avance lo logré con mis propios métodos.

—Y por eso no puedo perderte como paciente —dije—. Si me obligan a dejar tu caso, ya no podremos trabajar como lo hemos estado haciendo por más de un año, así que debo actuar con cautela y según las reglas, porque dime, ¿qué harías tú sin mí? —bromeé.

Sin embargo, no obtuve respuesta de su parte, solo se quedó en silencio y observándome. Fue tan intenso en ese momento que me obligué a desviar la mirada, acomodé las mangas de mi camisa ya que me llegaban debajo de los codos y miré las mariposas en mi brazo.

¡Maldición! Me sentí idiota.

—¿Rahsia, puedes venir un momento? —pidió Tania.

Quise abrazarla por salvarme de ese momento tan embarazoso, pues Daemon logró intimidarme con la mirada.

—Sigue con la actividad, es la última —pedí hacia el chico y comencé a caminar.

—Me perdería —dijo cuando me alejé unos pasos y me detuve de golpe.

Mi corazón se aceleró con esa declaración y volví a verlo para comprobar que escuché mal, que me confundí, que no me lo decía a mí. Él seguía en su posición, viendo hacia el frente, pero juro que supo que detuvo mis pasos y deseé preguntarle a qué se refería, sin embargo, mis palabras no pudieron salir de mi boca porque tuve miedo de ilusionarme, sobre todo al recordar su anterior declaración.

«Él decía lo que quería, aunque no siempre lo sintiera».

Seguí con mi camino entonces y le ayudé a Tania a ordenar algunas cosas que utilizaríamos para la siguiente sesión, en lo que restaba de la actual, me dediqué a pensar en Daemon, su actitud y su respuesta; de vez en cuando también lo buscaba con la mirada, aunque él siguió en lo suyo y pasó de mí como si nunca estuve presente. Todavía me parecía formidable su manera de dejar a todo mundo de lado cada vez que quería, su mente era todo un misterio para muchos y sus cambios de humor una constante carrera que podía dejar sin aire hasta al mejor maratonista.

Y yo, que tenía una relación de amor-odio con el ejercicio, que era capaz de bailar durante una hora, pero incapaz de correr una milla sin parar, estaba dispuesta a meterme a una carrera con sus sentimientos y muy decidida a controlarlos si él me lo permitía, aunque tenía claro que eso era algo imposible.

Ya lo había comprobado con Lucas cuando cayó en una etapa de depresión, quería tanto a ese chico, que fui subjetiva en el momento que debía ser objetiva y terminé afectándolo en lugar de ayudarle como su terapeuta. La culpa todavía me carcomía y si no perdí mi trabajo fue solo porque el doctor Cleveland dijo comprender mi falta, pues era nueva en esto. No obstante, sí perdí el lugar como terapeuta de mi amigo y cargaba con una advertencia en mis archivos profesionales. La asociación Cleveland era una de las mejores en el estado y tuve un golpe de suerte cuando me admitieron como pasante en mi último año de universidad, así que de ser profesional y mantenerme en la línea recta con ellos, dependía mi futuro como una gran psicóloga y más cuando pretendía sacar mi doctorado.

Y tuve la fortuna de ser amiga de Lucas, no lo perdí del todo y siempre que podíamos salíamos a comer, al cine, a pasar el rato, pero con él era fácil eso, pues lo vi como tal siempre. Con Daemon en cambio sabía que no iba a poder porque su forma de ser estaba a años luz de la de Lucas y solo como su terapeuta podíamos estar tan cerca y tener la intimidad que teníamos, pues como mujer… ¡Uf! No lo creía ya que yo no era de rollos de una noche como él y, como amiga… ¡Joder! La verdad es que no me bastaba.

En eso si era del tipo de o todo o nada y me funcionaba mejor el nada.

Todavía recordaba la primera vez que lo vi en el aeropuerto, pasaron casi tres años de eso, pero en mi mente el recuerdo estaba intacto, como si hubiese sido ayer. Estuve de visita en casa de mis padres, mamá fue a despedirme cuando el día de volver llegó y me sentí tan triste, que lo que más deseaba era correr hacia ella de nuevo, pero su esposo ya se había sacrificado demasiado como para seguir jediéndolo, así que de buena fe me regresé a Newport Beach. Me dirigía con prisa hacia la segunda planta para llegar a mi sala de espera y cuando estuve a punto de subir a los escalones eléctricos, vi a Daemon en la sección de al lado, él iba bajando en ese momento y desde ese instante me hipnotizó. Por supuesto que él ni me notó, pues iba muy entretenido viendo su móvil, mi distracción con él me costó caro y no me di cuenta que una de las ruedas de mi maleta se atoró entre las separaciones de las escaleras, la halé con fuerzas y me asusté hasta la mierda al ver que ya casi llegaba al final y de ahí no sabía qué iba a hacer si no la lograba sacar.

—¡Jodida mierda!espeté y halé una vez más la maleta, pero no cedió.

Miré hacia arriba, estaba a punto de llegar al final y quise llorar.

—Ya, no vayas a llorar. Déjame ayudarte —pidió una voz masculina a mis espaldas.

Me giré con brusquedad, tenía el cabello suelto así que voló con el movimiento; jamás esperé que el chico estuviera tan cerca de mí, que se hubiese regresado solo para ayudarme, que me haya notado en realidad, pero lo comprobé al picarle un ojo con las puntas de mi pelo.

—¡Ay, por Dios! Lo siento tanto —supliqué y me llevé la mano a la boca.

Estaba muy avergonzada y ya no solo por lo de maleta sino también por lastimarlo, él rio y aun con el ojo cerrado logró tomar la maleta y de un halón la levantó. Fue el único momento en el que estuve tan cerca de él, que logré sentir su calor corporal y más cuando al llegar al final y por estar más pendiente de su cercanía, me tropecé con la unión de los escalones y el piso, iba a caer de culo, pero Daemon me tomó de la cintura para evitarlo.

—¡Demonios! Tú sí que te levantaste con el pie izquierdo hoy —dijo divertido.

Mis manos estaban en sus anchos hombros y nuestros pechos se unieron por la acción anterior, uno de sus brazos quedó alrededor de mi cintura y con la otra mano sostenía mi maleta. Ya había logrado abrir el ojo, pero lo tenía lloroso por el daño que le hizo mi cabello e incluso con toda la vergüenza que tenía, sus irises me hipnotizaron, el color miel en ellos abarcaba un poco menos de la mitad y el gris lo rodeaba de una forma estupenda.

—Creo que ni me he levantado aún y estoy en un sueño, uno muy vergonzoso, pero sueño al fin —murmuré.

—¿Y en ese sueño me sacas los ojos con tu cabello hasta asesinarme?

 —¡Jesús! ¡No! Lo siento por eso, es solo que me sorprendiste —dije.

—Ya, olvídalo. Mejor promete que ya no te caerás para poder soltarte.

Me di cuenta de que todavía estábamos pegaditos y con pena me aparté de él, mis mejillas se sintieron calientes y sabía que las debía tener rojas ya. Ese chico me volvió una tonta desde ese momento y más con esa actitud dura que tenía y amable a la vez, pues me ayudó con la maleta hasta que se aseguró de que no volvería a tener ningún percance más.

Nuestro primer encuentro fue vergonzoso e inolvidable para mí y cuando volví a verlo el día que llegó junto a Lucas al grupo de apoyo, fue la primera vez que uno de mis sueños más locos se realizó y casi me dio un paro cardiaco al saber que él también me recordaba.

Aunque bueno, con el papelón y el tremendo ataque que le hice sin querer con mi cabello, cualquiera me recordaría.

—¿Qué te tiene en la luna, nena? —preguntó Lucas sacándome de mi ensoñación.

Ambos estábamos en un restaurante cerca del salón en el que trabajábamos con el grupo de apoyo, tomándonos un trago mientras nos llevaban la comida. Aunque yo en realidad solo le daba vuelta a la pajita y hacía sonar el hielo.

—He notado a Daemon un poco extraño y es la primera vez que veo esa actitud en él desde que nos conocimos —Me observó pensativo y suspiró tras unos minutos desde mi respuesta.

—Tienes razón, había logrado controlar a nuestra amiga por mucho tiempo —Amiga era el apodo irónico que Lucas tenía para la bipolaridad, él siempre intentaba verle el lado cómico a la situación—, pero últimamente lo he visto un tanto exaltado. Incluso ha estado trabajando más de la cuenta y de hecho, se quedó en la oficina toda la noche, solo fue a su casa hoy para tomar una ducha, cambiarse de ropa y venir a la sesión.

—¿Está conduciendo? —pregunté preocupada, él negó y tragué con dificultad.

—Si algo hemos aprendido con las terapias, es a ser responsables, aunque se nos dificulte, princesa. Está utilizando a su chofer desde que volvió de Virginia —aseguró y traté de tranquilizarme.

Aunque me fue imposible, pues me preocupaba más de lo que debería el que Daemon entrara a un estado de manía grave y estaba segura de que todo se debía al enfermero que vio y que él creía que era parte de su pasado; deseé llamarle en ese momento, buscarlo y asegurarme de que se tomara su medicamento, pero no podía ni debía y si seguía así, iba a tener que tomar medidas extremas para no afectarlo como lo hice con Lucas.

—¿Has estado con él estos días? Y no me refiero al trabajo —cuestioné de nuevo a Lucas.

—La verdad es que no, he tenido algunos asuntos que atender y por lo que sé, Daemon también. Se podría decir que hemos estado muuuy ocupados —confesó alargando la palabra y no supe cómo reaccionar a esa declaración, pues sabía a lo que se refería—. El lunes por la noche le propuse algo, pero él ya tenía planes y anoche quiso que lo acompañara en la oficina, sin embargo, yo tenía planes ya.

—Bueno, sí es cierto que ambos han estado ocupados —murmuré satírica y con un poco de amargura. 

Lucas solo se encogió de hombros, sonrió orgulloso y continuó bebiendo de su trago.

Yo en cambio seguí pensativa, analizando qué podía hacer para ayudar a Daemon sin involucrarme tanto con él, hasta que rato después la camarera llegó con nuestro pedido, al menos ver la comida me animó un poco y decidí olvidarme del chico por un momento y me concentré en mi amigo; hablamos de cosas triviales mientras engullíamos cada bocado y reímos de las locuras que Lucas decía, también aprovechamos a hablar de cosas personales sobre él y me alegraba que siguiera confiando en mí y me permitiera ayudarle como amiga ya que no podía ser más su terapeuta.

Pero nuestro tiempo pronto llegó a su final y la hora de la siguiente sesión ya se acercaba, así que me despedí de Lucas con el tiempo justo para llegar al salón de apoyo y prometimos que nos reuniríamos pronto. No obstante, deseé no haberme despedido de él y retrasar mi tiempo juntos cuando al cruzar en una esquina, choqué con alguien que iba saliendo de un local y no se fijó por dónde iba.

—Lo siento, lo siento —repitió y me tomó de los brazos.

Era alto, con el cabello cobrizo y barbado. Sus ojos azul verdosos me miraron y cuando lo reconocí, quise esconderme.

—¿Rahsia? —dijo incrédulo.

—Eh… ¿Andy? —traté de sonar con sorpresa y emoción igual que él.

La última vez que nos vimos, dijo que en una semana se iría a un retiro de trabajo y esperaba que de ahí lo seleccionaran para un puesto que deseaba con ansias, aunque se tendría que mudar a otro estado. Fue en la misma ocasión que estuvimos juntos y me refería a muy juntos, tanto, que me dolió. Y lo quise mucho, lo extrañé por días, pero acepté que no estaría con él en plan de pareja porque no estaba dispuesta a darle algo que deseaba seguir manteniendo conmigo y por lo mismo, Andy merecía buscar a una mujer que sí se entregara por completo a él.

—¡Dios! Estás hermosa —halagó y sonreí con ternura al escucharlo. Andy siempre me veía así.

—Y tú estás diferente, mírate, tienes un montón de barba —Él rio al escucharme, lo hizo de verdad.

Pero era cierto lo que dije, tenía mucha barba y muchos chicos lo envidiarían por eso. Era del mismo color de su cabello y le daba un aspecto de hombre irlandés que le quedaba bastante bien.

—Espero que también me veas bien, que te guste —señaló y sonreí.

—Me gusta —acepté y no mentía. 

Le daba un aspecto más varonil y maduro que le sentaba mucho.

Nos miramos tras decirle eso y ambos sonreímos. De pronto me sentí como una chica tonta, pues sabía que ese hombre se merecía una explicación de mi parte, lo estuve ignorando por mucho tiempo cuando él fue muy bueno y lo corté sin darle una buena razón.

—¿Puedo darte un abrazo? —Me sorprendió con eso y miré a todos lados como si me escondiera de alguien.

Actuaba así cada vez que me ponía nerviosa, Andy miró a donde yo vi y se rio al recordar mi manía, tras eso negó y sin esperar respuesta me tomó de la nuca y me acercó con delicadeza a él hasta envolverme en sus brazos. La gente pasaba a nuestro alrededor sin darnos importancia, inspiré su fragancia y recordé nuestro tiempo juntos, fue muy bueno y solo tenía buenos recuerdos, así que pensando en eso lo rodeé de la cintura y me fundí con él.

—¡Diablos! Qué bueno es verte otra vez —murmuró y me apretó más.

No lo hubiera creído antes, pero en ese momento también pensé lo mismo. Se sentía bien volver a verlo y estar entre unos brazos que siempre me protegieron y me dieron mucho amor. ¡Carajo! Hasta en ese instante me di cuenta de cuanto extrañaba la sensación que una buena pareja te daba.

—Lo siento, Andy —susurré y su pecho se movió indicándome que reía.

—¿Por qué, cariño? ¿Por cortarme sin darme una explicación? ¿Por no responder mis llamadas y saludos? ¿Por decirle a Angie que no me dijera nada sobre ti? ¿Por…?

—¡Ya, tonto! Lo siento por todo —lo corté y me separé de él.

Estaba riéndose y negó, mas no se veía molesto o resentido.

—Lo haré solo si aceptas salir a comer conmigo esta noche y a que hablemos de verdad —propuso.

—Está bien —acepté de inmediato. Se lo debía y el destino me estaba dando una segunda oportunidad para hacer bien las cosas con él y no la dejaría pasar.

Cruzamos unas cuantas palabras más y quedamos en que me recogería a las ocho en mi apartamento. Después de todo, llegué tarde a mi trabajo y me disculpé con mis compañeras tras inventarles una excusa, traté de concentrarme al cien en las sesiones, pero me fue imposible. En mi cabeza ya no estaba solo la situación con Daemon sino que le sumaba mi encuentro con Andy y encima, la cena que acepté tener con él.

Mi cabeza me iba a volver loca de tanto pensar y cuando salí del trabajo, le llamé a Angie para descargar un poco de mis penas; ella en cambio estaba emocionada al saber que me encontraría con Andy y hasta quiso convencerme de que esa noche si dejara que me desvirgara. Quise matarla por sus consejos, pero terminé riéndome con sus locuras. Cuando dejamos de hablar me hizo prometerle que le llamaría luego para contarle como me fue con todo y tras eso decidí buscar lo que usaría.

No era una cita en la que pretendía ligar, pero mi vanidad femenina siempre hacía aparición y me gustaba verme linda, no solo para las personas sino también para mí, a veces me maquillaba y peinaba para estar en casa porque me encantaba verme al espejo y que me gustara mi reflejo. Antes de que Andy llegara, Karina me envió un mensaje en el que informaba que todos mis pacientes estaban confirmados para el siguiente día y admito que en mi cabeza solo tenía a uno en especial.

Ya en mi cena, todo fue más fácil y mejor de lo que imaginé, Andy siempre fue un hombre compresivo y de hecho, me conocía muy bien, pues dedujo desde antes de que habláramos, lo que pasó por mi cabeza para alejarme como lo hice. Se fue a Colorado y por eso no me buscó en persona tras romper y confesó que al estar de nuevo en la ciudad, iba a buscarme ya que era su plan el que conversáramos de una vez por todas. Estaba de regreso solo por un mes y platicamos largo y tendido sobre sus logros y los míos.

—Extrañaba esto —señaló cuando comíamos del postre que decidimos compartir. Abrí la boca cuando acercó la cuchara con un poco de la dulce gloria y sonreí. Parecíamos una pareja de verdad—. Hablar contigo es más delicioso que este postre.

—¡Umm! Lo siento si no opino lo mismo —dije, cerrando los ojos mientras disfrutaba de la maravillosa explosión de sabores en mi boca.

El helado de vainilla con caramelo eran mi debilidad, bueno, una de tantas. Y por supuesto que Andy rio de mi sinceridad y negó, aunque no molesto sino divertido.

Estábamos en un restaurante muy mono, tenía su área para comer y una solo de bar por si pasabas de la comida y buscabas unos buenos tragos y se sentía muy acogedor el ambiente. Sin darnos cuenta, terminamos el uno muy cerca de otro y sin esperarlo, en un momento dado, Andy me besó y le correspondí; nunca imaginé que algo así pasaría, no se me cruzó por la cabeza en ningún momento. Mi plan era que comiéramos y habláramos acerca de todo, jamás hacerle caso a los consejos de Angie. Andy alegó que el helado sabía mejor en mis labios y quiso volver a besarme, pero una voz conocida nos interrumpió.

—Siento interrumpirlos, chicos, pero tenía que venir a saludar.

—¿¡Lucas!? —exclamé y me puse de pie de inmediato. Me sentía pillada y él muy divertido al ver mi reacción.

—Espero que no seas uno de sus pretendientes celoso —soltó Andy y quise asesinarlo.

Lucas solo rio y negó, Andy lo acompañó, se puso de pie y lo abrazó. Me quedé pasmada y observándolos sin saber qué hacer o pensar. Era evidente que se conocían, aunque yo no lo sabía. El mundo de verdad podía ser muy pequeño.

—Viejo, tienes suerte de que no le estuvieras comiendo la boca a la chica que estoy pretendiendo —Lucas estaba riendo cuando dijo eso.  

—Y tú de que no pretendas a la chica que sí acabo de comerle de la boca.

—Bien, estoy frente a ustedes y esto es incómodo —murmuré y ambos me miraron.

—Lo siento, nena —se disculpó Lucas y luego me besó en la mejilla.

—¿Se conocen? —preguntó Andy y asentí.

No le dije de dónde o de qué conocía a Lucas ya que eso no me correspondía y entendí que él tampoco deseaba decírselo, pues terminó dándole una excusa para cambiar de tema y lo respeté.  Descubrí que esos dos fueron compañeros en la universidad y, aunque no se frecuentaron mucho desde entonces, se consideraban buenos amigos. Por eso Lucas no dudó en acercarse a saludarnos en cuanto nos vio y me sentí avergonzada por lo que presenció.

—Siéntate, viejo y aprovechemos a charlar un rato —Invitó Andy a Lucas.

—No quiero interrumpirlos más y tampoco vine solo —avisó y por alguna razón me puse nerviosa—. Estoy aquí con unos amigos —Señaló hacia unas mesas atrás de nosotros y cuando me giré, me encontré con unos ojos fríos que me escrutaron sin vergüenza.

Daemon estaba acompañado de dos chicos más a los que no reconocí y alzó su vaso como saludo hacia nosotros, sin sonreír, sin un solo gesto amigable, fue más como algo educado al saber que Lucas nos hablaba de él y sus amigos; aun así lo saludé con la mano y traté de comportarme casual. Algo de ese momento me hizo tener ganas de irme del restaurante y resguardarme en un lugar seguro.

—Al fin logré sacarlo de la oficina —dijo Lucas hacia mí.

No le di importancia frente a Andy ya que tampoco quería que preguntara demás y Lucas lo entendió, esos eran temas privados que no le importaban a mi acompañante. Minutos después Lucas se despidió de ambos y quedó con Andy para salir y ponerse al día pronto.

Mi estadía en el restaurante ya no fue cómoda y agradecí que estuviéramos finalizando el postre cuando Lucas llegó, pues no tardamos mucho para decidir irnos y al ponerme de pie para marcharnos, busqué la mesa de los chicos para despedirme, pero Daemon no me dio la mirada y estaba segura de que me vio ponerme de pie, aunque igual que en el grupo de apoyo, me ignoró de forma olímpica.   

Salí del lugar resignada, Andy me tomó de la mano para guiarme hacia el estacionamiento y abrió la puerta del coche para mí, seguía siendo un tipo caballeroso y me constaba que no lo hacía solo por aparentar. Fue educado de esa manera y la chica que estuviera a su lado sería una afortunada al poder disfrutarlo, le agradecí por el gesto y cuando estuve dentro esperando a que él subiera, miré una vez más dentro del restaurante; desde ahí lograba ver a los chicos. Lucas reía de algo y Daemon hablaba demasiado animado con todos, en ese momento parecía como un hombre normal disfrutando de una salida con amigos y en mi interior rogué para que la noche pasara volando y así poder verlo al día siguiente, porque para desgracia de todos a los que nos importaba ese chico, sus ánimos eran la antesala de algo muy malo si no se trataba como debía.

Cuando llegamos a mi apartamento después de ir a caminar un rato a la playa, me despedí de Andy con la promesa de que nos volveríamos a ver. Quiso volver a besarme, aunque ya no lo dejé profundizar como en el restaurante; me sentía rara, mal, con ganas de meterme a la cama y no despertar al menos en una semana. Algo no encajaba conmigo en esos momentos, pero no sabía qué.

Al siguiente día llegué a la oficina más animada y ansiosa, Karina ya estaba ahí, ella siempre llegaba antes para preparar los expedientes de los pacientes y el delicioso café que me activaba como tanto lo necesitaba, sobre todo esa mañana.

—Tu primer paciente llega a las nueve de la mañana y el siguiente a las cuatro de la tarde —avisó al poner los expedientes en mi mesa.

La miré extrañada.

—Veré a Daemon Pride a las dos —le recordé.

—No, el señor Pride llamó para cancelar su cita y dijo que la reprogramaría hasta nuevo aviso —informó y negué.

Esa noticia me sentó muy mal.

¿Por qué Daemon haría eso?   

 

Abigail

Abigail Pride White creció siendo la niña de sus padres, la princesa de sus hermanos y la consentida de toda la familia. Situación que muchas veces llevó a que algunos confundieran sus deseos con caprichos, lastimándola en el proceso al no tomarla en serio. Llegado cierto momento descubrió que ser sobreprotegida la asfixiaba y también complicaba su proceso de convertirse en una mujer. Sobre todo cuando lo único que quería era ser independiente y vivir su vida al lado del chico que amaba. Hasta que cometió el mayor error de su vida, uno donde aprendió que para ser feliz en el amor no bastaba con que solo uno sintiera, e imponerse no fue tan satisfactorio como esperó, al contrario, su entorno perfecto casi se desmorona por obligar a que sintieran como ella y debido al desastre que ocasiona toma la decisión de irse para reencontrarse y cuando lo logra, el mundo se rinde ante sus pies y le muestra una versión de sí misma que no cualquiera logra dominar. Incluso ni ella, a veces. Segura de su belleza, valor y capacidad, vuelve a casa con la intención de ser y hacer feliz a los suyos, pero no contaba con que esa vez su sola presencia y la combinación de sus genes ocasionarían un desastre. No obstante, entiende que ya no está en sus manos evitarlo y tampoco huirá; el pasado para ella es solo eso y le enseñará a los afectados a dejarlo en donde pertenece. ¿Y el amor? El amor se convierte en un juego al azar donde ni los profesionales ni los experimentados salen ilesos. Sin embargo, el tiempo se encargará de colocar a todos en el lugar correcto, aunque en el proceso inocentes pagarán por culpables o justos por cobardes.

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Piedra fría

 Abby

 

«Wait a minute» de Willow Smith sonaba por tercera vez a todo volumen en aquel club, en la primera ocasión que el Dj la puso me permitieron adueñarme del micrófono y cantarla a todo pulmón. Mis amigos se unieron al coro cuando se los pedí, incluso los hombres que al principio se mostraron reticentes, pero luego de cinco tragos la vergüenza los abandonó.

Esa era una de las tantas noches en las que salíamos a divertirnos luego de pasar estresados la semana completa con trabajos arduos en Hurts Books, la editorial donde hacíamos nuestra pasantía de último año. Amaba la carrera que escogí: diseño gráfico y animación, y me era fácil desempeñarme como freelance a diferencia de uno que otro de mis compañeros, pues varios de ellos ansiaban pertenecer a alguna compañía de prestigio y participar en campañas internacionales que los hicieran reconocidos. En mi caso no temía a emprender por mi cuenta, aunque tampoco descartaba el trabajar con alguna empresa si la oportunidad se me presentaba.

Faltaban dos meses para graduarnos y en lugar de que el estrés disminuyera, más aumentaba entre nosotros, así que por eso y otras razones tomamos a bien salir esa noche. Larissa Clark cogió su vaso de tequila sunrise y lo bebió de una, negué y me reí al verla. Se estaba poniendo una segura borrachera y era obvio que sería yo quien cuidaría de ella en la tremenda cruda que le daría. Vivíamos juntas desde un año atrás y éramos las únicas dos chicas que logramos entrar a la editorial para nuestras prácticas, mis otros tres compañeros —hombres por supuesto— estaban haciendo una apuesta por una tipa que llamó su atención. En mi caso, entre dar sorbos a mi mojito cubano y reírme tanto de ellos como de Larissa, también me aguantaba las ganas de ir al baño.

Siempre me pasaba lo mismo, me divertía ir a los clubes y beber, aunque odiaba los baños así se me hiciera imposible no ir en algún momento cuando mi vejiga no daba para más.

—Menos, menooos mal que Andrea se fue hoy, Abby. Porque de seguro esta noche vomito, vomito todooo —Logró decir con palabras arrastradas mi compañera y amiga.

—¡Eeww! —murmuré con cara de asco y trató de sonreír, yo reí al ver que su gesto torpe no se borró más debido a que los músculos del rostro ya no le obedecían.

—«Aguanta, espera un minuto. Siente la intención de mi corapón» —Solté tremenda carcajada al escucharla cantar y ya no decir bien las palabras.

Comenzó a bailar y me tomó de las manos para llevarme a la pista, sus ojos verdes ya estaban adormilados y su cabello que antes estuvo lacio, volvió a esos rizos negros y rebeldes que la caracterizaban.

—«Olvidé mi conciencia en la sexta dimensión» —tarareé mientras la tomaba de la cintura y me restregué en ella— «Olvidé mi alma en su visión» —grité para que los que pudiesen me oyeran.

En una noche como esa y con varios tragos en mi sistema, esa letra la sentía y me pegaba más.

—«Algunas cosas no funcionan, algunas cosas están obligadas a ser. Algunas cosas hacen daño» —Larissa se dio la vuelta cuando dije aquello y bamboleó su trasero en mi pelvis—. ¡Eso, nena! Dame todo lo tuyo —la animé.

Me reí y de nuevo le cogí la cintura para que se mantuviera cerca y no fuera a caerse, cualquiera podía decir que éramos pareja y nos estábamos provocando, mas lo único que buscaba era mantener a mi amiga con los dientes en la boca.

—¡Chicas, Ángel se quedará con ustedes! —Vi a Mark gritarnos eso para que lo escucháramos por encima de la música, él y Louis estaban abrazados a la cintura de aquella chica por la que apostaron y por esas caras de bandidos que tenían, entendí que se divertirían.

Ángel en cambio lucía aburrido y me reí.

Me acerqué a mi compañero y lo cogí de la mano para halarlo cerca de nosotras, Larissa decidió restregarle el trasero en ese momento a él y yo opté por irme hacia atrás y que Ángel me lo restregara a mí. De soslayo lograba ver las miradas de algunos tipos que observaban atentos lo que hacíamos, pudo haber sido por los movimientos atrevidos o por mi falda de cuero negro que se subía demás cuando me iba hacia abajo. Menos mal decidí usar medias negras junto a mi botines, ellas me protegían un poco. Mi blusa roja de tirantes delgados era otra historia, pues el escote del frente llegaba hasta mi ombligo y se movía para donde quería, aunque gracias a que mis pechos eran pequeños nada quedaba a la vista y esto que pasé de los sostenes.

¡Diablos! Odiaba esas cosas y evitaba usarlos cada vez que me era posible.

—¡Ya vuelvo, tengo que ir al baño! —dije a los chicos cuando lo inevitable llegó.

Por tonta y esperar demás me tocaría correr y rogaba porque los que cubículos estuviesen limpios, ya que me tocaría mear de aguilita y ya no tendría tiempo de empapelar el váter. En lugares de prestigio como ese eran más aseados, pero incluso así jamás me confiaba, solo cuando estaba en casa.

A duras penas pude bajarme las medias y di gracias al cielo por no chorrearme las piernas, sentí tremendo alivio y cuando me aseé lo mejor que pude salí para lavarme las manos y acomodarme el cabello en una cola alta, ya que a diferencia de Larissa, mis ondas habían desaparecido y ya solo me quedaba un desastre que merecía ser recogido de inmediato. Me vi en el espejo y noté mis mejillas rojas, con una servilleta limpié el rímel que se me corrió de los ojos por el sudor que provocó el baile y cuando me sentí decente sonreí satisfecha. Ya llevaba varios tragos, pero me sentía todavía con mis cinco sentidos alertas y por eso mismo me pareció extraño que el baño estuviese tan solo, aunque descubrí la razón pronto, justo cuando un tipo salió del cubículo que se encontraba al lado del que usé.

—O te equivocaste, amigo o debo suponer que eres uno de esos tipos enfermos que les encanta fisgonear a las chicas —dije tratando de mantener la calma.

Lo vi por el espejo y con rapidez inspeccioné sus manos para asegurarme que no llevara nada con lo que me pudiese noquear. Estaban libres.

—Tú me has dejado enfermo con esos movimientos de zorra que hiciste junto a los otros chicos que te acompañan —dijo, abrí el grifo de nuevo y simulé que me lavaría las manos.

El imbécil sabía lo que hacía y me obstaculizaba el paso hacia la puerta de salida.

—No puedes irte ofreciendo de esa manera y luego pretender que nos quedemos de brazos cruzados, con una erección del demonio y resignados a una simple paja —Sonreí de lado y alcé una ceja por su estupidez.

Típico macho de mierda, asegurando que nosotras éramos la únicas culpables de que nos faltaran el respeto.

—Según yo, vivo en un país libre. Donde me puedo vestir, mover, hacer y deshacer a mi antojo —señalé y negó—. Que existan enfermos como tú ya no es mi culpa.

Con agilidad tomé el depósito de servilletas y se lo lancé al rostro, lo agarré desprevenido así que no logró cubrirse y gruñó de dolor; me apresuré a la puerta y chillé cuando el maldito me cogió del cuello. Se recuperó demasiado rápido, pero se equivocaba al creer que la tendría fácil. Me hice la débil por un momento y dejé que me cogiera del brazo y me empotrara a la puerta, esperaba que Michael escuchara el golpe seco que di con mi mejilla.

—Así como tú sabes usar esas caderas para provocar, yo sé usar mi verga para hacerte feliz, zorrita —susurró en mi oído.

Apestaba a alcohol y sentí su dureza en mis nalgas. El muy cabrón se cogió el falo y me subió la falda, de inmediato se restregó en mí. Tomé la decisión de ser dócil y le demostré que estaba dispuesta a cooperar, incluso fingí un gemido de placer y sonreí con malicia.

—Sabía que te gustaría, putita —dijo y lamió mi cuello.

Levanté con agilidad la pierna cuando me soltó el brazo y se concentró en subir mi falda, aproveché la oportunidad antes de que me bajara las medias y le di en las bolas justo con el talón de mi pie. Gruñó y maldijo, esa vez no le di tiempo de recuperarse y me giré para darle con la rodilla justo en la boca y luego con el codo golpeé su nariz y lo hice caer al suelo. Le di una patada en el estómago y cuando lo tuve donde quería, con fuerza pateé su entrepierna y presioné el tacón de mi botín en sus bolas.

—Conmigo los tipos usan su verga solo cuando yo quiero, hijo de puta —dejé claro mientras chillaba de dolor—. Te equivocaste de mujer, violador de mierda y lo vas a pagar —sentencié.

—¡Abigail! —exclamó Michael entrando en ese momento al baño y rodé los ojos.

—Justo a tiempo, Michael —ironicé al escucharlo maldecir.

El tipo a mis pies soltó tremendo grito cuando volví a clavar mi taco en sus bolas antes de separarme de él. Me acomodé la falda y luego el cabello. Michael era mi guardaespaldas personal y siempre trataba de estar al pendiente de mí, aunque admito que a veces no se la ponía fácil y por lo mismo no lo culpé de que llegara tarde a mi rescate.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó y asentí. Tenía más o menos la edad de mis hermanos y más que mi guardaespaldas era mi amigo.

Cuando lo conocí —o más bien, cuando descubrí que me cuidaba dos años atrás— tuve una especie de flechazo con él, pero era muy profesional y nunca dio pie a mis insinuaciones, así que me resigné a que solo cuidaría mi trasero y opté por buscar su amistad en mis momentos de soledad.

—El imbécil quiso violarme, así que tú sabrás lo que merece. Aunque conoces muy bien mis deseos en situaciones como estas —dije con asco y asintió.

Cinco o seis años atrás jamás me hubiese expresado con tanta frialdad hacia una persona por muy malvada que fuera, pero aprendí a las malas que tipos de la calaña de ese malnacido merecían lo peor así que la lástima de mi parte no existía en ese instante. Michael era cruel cuando lo provocaban y estaba segura de que actuaría tal cual mis padres lo esperaban ante situaciones como esas.

Salí del baño con la frente en alto como si nada hubiese pasado, sin sentir ni una pizca de remordimiento. Todavía no entendía si eso era bueno o malo, todo comenzó aquella vez cuando Dani, la tipa que creía mi mejor amiga se aprovechó de mi estado vulnerable y me drogó para luego llevarme a un lugar que de seguro se convirtió en el infierno de muchos jóvenes. Mis padres nos habían entrenado a mis hermanos y a mí en muchas disciplinas desde muy pequeños y eso me permitió ganar tiempo para que llegaran a mi rescate, sin embargo, pude vivir de cerca el terror de sentirte indefensa y la falta de lástima por parte de tus agresores.

Unos minutos más y mi historia hubiese sido diferente, pero para mi suerte, papá llegó justo a tiempo y me salvó, no obstante, el hecho dejó secuelas en mí y la falta de misericordia era una de ellas.

—¡Amiga, mi amor, mi vida! ¿¡Dónde estabas, cariñooo!? —inquirió Larissa y se enganchó a mi cuello.

Ángel negó y yo rodé los ojos, era hora de marcharnos, ya que faltaba muy poco para que esa hermosura de tez morena comenzara a vomitar por todos lados y no quería quejidos por parte del taxista cuando ensuciaran su medio de trabajo. Nuestro amigo y compañero nos acompañó hasta dejarnos sanas y salvas en el apartamento, sabía que Michael se mantenía cerca, pero siempre siendo discreto ante los ojos de los demás. Ese era el trato con mis padres, me cuidarían, aunque dándome mi espacio y agradecía el esfuerzo de papá en eso. Para él y Aiden fue más difícil dejarme partir y por un momento creí que no lo lograría sobrevivir sin mi familia, mas lo hice y me sentía orgullosa de mí misma.

No era fácil dejar los mimos y la seguridad de un hogar en el que te protegían como lo más sagrado y de hecho no lo fue, pero me propuse algo y mamá me ayudó a cumplirlo. Al pequeño patito indefenso de la familia le tocó crecer y para sorpresa de todos, no era un patito sino un cisne.

Uno que muchas veces en lugar de ser blanco, era de negro. La mayoría del tiempo a decir verdad.

 

____****____

 

Como lo preví antes, no dormí por pasármela cuidando de que Larissa no se ahogara con su propia miseria. No me quejaba porque aparte de que éramos amigas, también a ella ya le había tocado hacer lo mismo por mí, así que siempre íbamos a mano.

Cuando ya su estómago expulsó todo el alcohol y la mañana llegó, ambas pudimos irnos a la cama y dormir unas horas. Ese día lo pasaríamos en casa y la comida a domicilio sería la orden del día. Despertamos justo a las cuatro de la tarde y tras comer algo le hice una videollamada a mis padres para ponernos al día. Era imposible para mí pasar tantos días sin saber de ellos y cada vez que podían me visitaban.

Mamá era para mí el rigor que necesitaba mi vida y papá, el consentidor que me malcriaba y no permitía que dejara de ser una mimada en muchos sentidos.

—Lastimosamente es algo a lo que estoy expuesta igual que muchas mujeres, papi. Y no voy a dejar de vivir mi vida por miedo —le dije.

Michael le había informado de lo sucedido con el tipo del club, era su obligación y, aunque no me agradaba, tampoco me quitaba el sueño.

—Espero que Michael se haya encargado de él y lo desaparezca de la faz de la tierra.

¡Abby! —sentenció mamá.

Lo hizo —aseguró papá y sonreí complacida.

Estaba consciente ya de la vida secreta de mis padres y la verdad es que no fue nada que me quitara el sueño o me sorprendiera, de hecho hasta los imaginé en cosas peores y admito que me flipaba la idea de ser hija de unos gánster. Papá tenía toda la pinta de serlo y una vez hasta admitió que estuvo en el lado malo y le gustó, pero optó por hacer feliz a mi madre y por lo mismo terminó trabajando con los buenos. Y como lo señalé antes, mamá aparte de ser el rigor que necesitaba también intentaba ser la razón, aunque muchas veces no funcionara conmigo.

—A ver, amores de mi vida. Hablemos de cosas más interesantes, ¿dónde está Aiden, Shi y la usurpadora de mi lugar? —pregunté para cambiar de tema.

Asia, la pequeña de mi hermano era esa usurpadora, pero la adoraba así que el mote era más de cariño. Mamá negó con una sonrisa al escucharme y papá igual. A veces me gustaba hacerle berrinches solo por joder y me fingía celosa, él respondía como lo esperaba.

Con mimos y apapachos.

Están en Newport Beach, acompañando a Daemon. Leah y Dasher con sus respectivas parejas los acompañan —informó mamá y rodé los ojos con lo último.

—Así que Barbie todavía intenta ser parte de la familia —solté con desgano a la vez que me acomodaba de nuevo entre las suaves y calientitas sábanas de mi cama.

Lane prácticamente siempre fue de la familia, ya que desde que se conocieron en la escuela con mis hermanos y Dasher, jamás volvieron a separarse y me hacía muy feliz que él y Leah siguieran juntos, supo ganarse a mi prima y sabía que no existía mejor tipo en la tierra para ella. Por lo tanto, deseaba que fueran felices y comieran perdices. Bárbara por otra parte no es que me cayera mal, al contrario, se notaba que la chica a pesar de ser hija única y una mimada como yo, también era un alma buena que le caía bien a todo el mundo, pero en cuestión con Dasher, no sé, sentía que todo lo llevaban forzado.

O a lo mejor yo me empecinaba a verlo de esa manera.

Hay que darle su mérito, nena. Porque aguantar a la bruja de Laurel no es fácil —señaló papá y con mamá nos reímos.

Laurel —la madre adoptiva de Dasher— y mi padre eran mejores amigos desde toda la vida y de hecho, papá parecía más hermano con ella que con tía Tess y ambos tenían ese no sé qué de joderse, estuviesen juntos o no. Por mi parte, adoraba a tía Laurel, pues es ese tipo de consejera que todas las chicas queremos, pero que tu madre odia y no, mamá tal vez no lo hacía, aunque bien que se discutían cada vez que la pelinegra me daba un consejo subido de tono.

«¡Puf, mamá!» «Si tú supieras», es lo único que pensaba cada vez que ella creía que estaba escuchando cosas nuevas.

Y sé que mamá no me tiene por una chica inocente, aunque tampoco sabe los alcances de mi diversión puesto que muy vigilada podrían tenerme, pero con Michael teníamos un trato y el tipo había sabido mantener mi privacidad solo para él y para mí.

—Los quiero mucho —finalicé cuando me estaba despidiendo de ellos y les lancé un beso en el momento que me respondieron.

Todavía pensaba meterme a la ducha y relajarme un rato antes de dormir, pero eran las nueve de la noche, la una de la tarde en California y de seguro la hora de mayor diversión para mis hermanos; teníamos días de no hablar y pensé que era un buen momento para recordarles que su hermanita se estaba portando bien dentro de lo que cabía esa palabra para mí. Opté entonces por llamar directo a Daemon y casi cuelgo al ver que no respondió de una.

Colgaría al cuarto llamado, pero justo tomó la llamada.

¡Patito, llamas en el mejor de los momentos! —Ese fue Lane respondiendo por mi hermano, llevaba una copa de champagne en manos.

Daemon también tenía una y negó con fastidio cuando Lane se adelantó a responderme, me reí por su gruñonería, aunque también porque pasaran los años, Lane seguía siendo un bocazas.

—¿Y eso por qué? —inquirí al verlo tan emocionado, Daemon le dio una mirada de advertencia que ignoró como los grandes.

Pues tu querido primo ha decidido dar el siguiente el paso con Barbie y está a punto de pedirle matrimonio —soltó con tanta emoción, que me sentí ensordecida.

Y sé que la sonrisa se me borró de golpe al escucharlo y estoy segura de que si hubiese estado bebiendo algo, lo habría escupido de golpe porque me esperé todas las locuras del mundo, menos esa.

Me salí de la cama sintiéndome ahogada, el aire se me había atascado en el pecho y comenzó a dolerme, de pronto todo se volvió extraño, fue como si un mundo alterno me hubiese atrapado y todo giró a mi alrededor, el tiempo pasado volvió sin necesidad de una máquina especial. Daemon me habló, Lane siguió diciendo cosas que no entendí y de un segundo a otro, lo que creí superado me ardió como fuego puro lamiendo mi piel.

«Es muy pronto», pensé. O al menos creí que solo fue un pensamiento, pero la mirada de mi hermano me dio a entender que me escuchó.

Pienso igual, pero Dasher está cegado en hacerlo —confesó e intenté volver a la tierra y poner los pies en ella.

Traté de fingir mi mejor sonrisa y me tragué aquel horrendo nudo que se instaló en mi garganta. Daemon no tenía por qué lidiar con mis estupideces, ya que tenía bastante claro después de años que solo era eso. El sonido a su alrededor fue más audible entonces, escuché a Leah gritar emocionada, Aiden rio fuerte y el plop del corcho de una botella los acompañó.

¿Quieres ser mi compañera de aventuras por el resto de nuestras vidas? —Sentí que esa pregunta se grabó en mi piel como si me la hubiesen hecho con hierro caliente.

Daemon me dijo algo que no entendí y recuerdo que solo fui capaz de ir a la cocina por una vaso con agua. En el camino el «sí quiero» con la voz dulce de Bárbara me hizo tropezar y lo que una vez creí superado, me quemó como si me hubiesen tirado de lleno al infierno.

—Acércate para felicitarlos —le pedí a Daemon y me observó con advertencia.

No era necesario decirle algo, ni siquiera fingir con mi hermano que nada me pasaba porque así jamás hayamos tocado ese tema, estaba consciente de que él descubrió mis razones para irme de Estados Unidos poco más de cuatro años atrás.

Odio que te encapriches con esto, Abby —gruñó y fingí una sonrisa divertida.

D vio que necesitaba hacerlo, que tenía que ver y comprobar con mis propios ojos que esa propuesta estaba sucediendo así que en contra de su voluntad se acercó a los novios. Por mi parte ni siquiera me digné a mejorar mi imagen para que ellos me vieran, al contrario, me veía despreocupada y me gustó aparentar que estaba de esa manera. Mi hermano felicitó primero a Bárbara y ella al verme por la pantalla me regaló una sonrisa dulce, cargada de emoción y amor.

¡Por Dios, Abby! Tú tendrías que estar aquí, acompañándonos en este momento tan…tan… ¡Dios mío! Estoy flotando en una nube —Sonreí al escucharla.

Daemon le entregó el móvil y nos dejó para irse en busca del flamante novio.

—Me siento muy feliz por ti, por ustedes —aclaré— y así no esté presente, quiero que disfrutes por mí —pedí y su sonrisa se hizo más grande.

Mis deseos llevaban un doble sentido implícito que ella jamás entendería.

Emocionada buscó a Dasher y cuando estuvieron juntos puso el móvil de frente, él se sorprendió bastante al verme. Teníamos años sin hablar con la confianza con la que se crían los primos, ya que así hubiese vuelto al país en dos o tres ocasiones desde que me mudé a Londres, nuestra relación se fracturó de una manera irremediable y siempre nos evitamos hasta donde nos fue posible.

Abigail, no sabía que estabas en videollamada —dijo al verme y medio sonrió de lado.

—Pues ya ves, primito. La vida también me quiso hacer parte de este momento tan importante para ustedes —dije.

Bárbara presionó la cabeza al pecho de él, lucían bien juntos. Dasher fue un tipo increíblemente guapo desde adolescente y eso no cambió con los años. Al contrario, a sus veintiséis estaba mejor, demasiado para mi gusto. Su cabello rubio lucía un poco más largo del frente en ese instante, había perdido grasa corporal —aunque no esa cantidad de músculos que acentuaban de una forma sexi su cuerpo— y por esa razón sus pómulos se volvieron más afilados, sin embargo, eso le daba un toque maduro y caliente. Sus labios gruesos y rosados estaban tal cual los recordaba y tuve que controlarme para no viajar al pasado.

Barbie era una castaña de ojos marrones, alta, delgada y elegante. Educada a la antigua para casarse con un buen partido y por lo visto, lo estaba logrando. Su familia de seguro tiraría la casa por la ventana con esa noticia. Los Lupin eran inversionistas millonarios y muy conservadores.

—Chicos, como se los dije en la boda de Aiden y Shi, se ven lindos juntos —me animé a decirles y no mentía. De verdad se veían así— y sé que serán la pareja perfecta —añadí.

Dasher se puso serio y hasta intentó desconectarse de esa conversación viendo a su alrededor.

—Y no tengo la menor duda de que tú, Bárbara, eres la chica que mi primo tanto buscó y al fin encontró. Una mujer en todo el sentido de la palabra, ¿cierto, Dash? —inquirí, llamándolo por su mote y eso lo sorprendió.

Ambos dejamos de llamarnos por nuestros apodos desde que todo sucedió. Bárbara lo miró con ilusión, esperando paciente por la respuesta de su amado.

Cierto —respondió él al fin y sentí que esa confirmación era todo lo que merecía por meterme donde no me llamaban.

Te amo —dijo ella y en su voz noté la emoción.

—Que sean muy, pero muy felices futuros señores Black —deseé y tras eso me despedí.

Recargué las manos sobre la isla de la cocina, ya que no me moví de ahí cuando fui por el agua y negué al sentir mi corazón partirse en mil pedazos una vez más.

Cuatro años después la herida en mi corazón se estaba abriendo y aquel chico al que creí haber superado, hacía de las suyas una vez más conmigo. En ese momento y con tremenda noticia descubrí que mi capricho por él no desapareció como creía y que me dolía más de lo que esperé, que otra estuviese en un lugar que nunca fue para mí.

—¡Mierda! —me quejé cuando una lágrima rodó por mi mejilla y me limpié con brusquedad.

Cogí una botella de vino y dejé de lado la copa para servirme un poco.

Bebería directamente de la botella porque necesitaba olvidarme de todo, relajarme y concentrarme en mi vida. Me fui a la tina como ya lo había planeado y cuando tuve lista el agua con las sales aromáticas y prendí las velas, puse música y me sumergí de lleno en la calidez de aquel líquido vital, pero sonreí con ironía cuando la melodía de «Stone Cold» de Demi Lovato inició. Mi subconsciente tenía la costumbre de joderme en instantes como ese y en lugar de cambiarla, me quedé atenta escuchando la letra y rememorando mi pasado.

 

No puedes seguir así, Abigail. ¡Por Dios! Pareces un perrito faldero detrás de un imbécil que ni te pela espetó Jacob con frustración.

En lugar de molestarme acepté que mi amigo tenía razón y lo abracé de la cintura sin importarme que él por su enojo no me correspondiera el gesto.

Lo sé, Jacob, pero dime cómo hago para no sentir esto por él. Si cuando lo veo mi mundo tiembla. Si es mi príncipe, aunque para él yo solo soy su patito feo musité en su pecho con voz triste.

¡Mierda, Abby! bufó al oírme y hasta ese instante correspondió a mi abrazo para consolarme.

 

Mi Jacob, mi amado y loco amigo nunca me abandonó y estuvo a mi lado en los momentos más difíciles. Y no me arrepentía de nada de lo que hice —en su momento sí— y a lo mejor a esas alturas de mi vida hubiese vuelto a hacerlo, solo cambiaría el método, incluso si el resultado era el mismo. Masoquista de mi parte a lo mejor, pero las cosas eran así conmigo. Muchos podían juzgarme de egoísta, Dasher lo hizo y me humilló como se le dio la gana por mi error, por engañarlo. Sin embargo y contrario a lo que él aseguró, nada fue un capricho para mí y sí, la vida ya se había encargado de ponernos a cada uno en el lugar al que correspondíamos y superé muchas de las tonterías que antes me hicieron quedar como una inmadura, no obstante, en ese momento quise ser Abigail Pride White, la chica vulnerable y sensible y dejé de lado a la piedra fría.

—Sé que acabas de irte, pero de verdad te necesito —susurré horas después a mi móvil, tras haber marcado ese número que funcionaba como el 911 para mí.

Tras volverme vulnerable me urgía ponerme en manos de una persona que aceptara todas mis cargas y que fuera capaz de manejarme. Necesitaba entregarme en cuerpo y alma y con certeza podía asegurar que no se negaría, nunca lo hacía.

Prepárate para mí, llego en tres horas —aseguró y solté el aire retenido.

Pronto mi carga más grande desaparecería.

 

(****)

 

El lunes estar en la editorial se me hizo pesado, y esto que amo mi trabajo. Me sentía cansada por todo lo que hice el fin de semana, aunque lo de la madrugada agotó todas mis energías. Creí que me sentiría más relajada, pero me equivoqué en grande. El compromiso de Bárbara y Dasher no salía de mi cabeza y cada minuto que pasaba la desesperación por tomar el móvil y hacer esa maldita llamada solo aumentaba.

Pasaron cinco años desde que cometí aquel error que cambió mi vida por completo y cuatro desde que me dejé humillar por última vez.

Tras mudarme a Londres no quise saber más de ese chico y me prometí no volver a buscarlo, incluso fui capaz de ignorar las llamadas que me hizo por remordimiento. Evité ir a Estados Unidos incluso en las fechas especiales para no verlo y si no hubiese sido por el atentado de Essie o el matrimonio de Aiden, no habría vuelto todavía.

El atentado a mi prima fue el mayor motivo por el que nos vimos desde que partí y me sentí orgullosa al no sentir nada en el momento que descubrí que tenía una relación con Bárbara Lupin, la socialite más codiciada de la ciudad. Pero justo ese lunes ya no pude soportar más el mantenerme alejada de algo que me estaba jodiendo la existencia, así que cuando llegué al apartamento que compartía con Larissa, marqué ese número que se negó a salir de mi mente y me aferré a mi regla de tres para que mi dignidad no saliera volando por la ventana.

Si después del tercer tono Dasher no respondía, me sacaría ese maldito número de la cabeza a como diera lugar.

—¿Estás solo? —pregunté en el momento que descolgó.

Odio admitir la forma en que mi corazón latió y mis manos temblaron cuando su respiración se escuchó fuerte por el auricular.

¿Colgarás si no lo estoy? —inquirió con voz dura y sonreí satírica.

Ese era el tono que recordaba, ya no más el dulce y juguetón.

—Sabes bien que soy muy capaz de decirte lo que quiera frente a quien sea, Dasher. Simplemente quiero evitarte el dar explicaciones —aseguré y escuché que bufó una sonrisa.

¡Joder! Te sigo conociendo tan bien, que sabía que esta vez serías tú quien llamaría —dijo y miré al frente tratando de enfocarme en un punto fijo para no desconcentrarme.

—No olvides que fuiste tú el que me exigió que te buscara hasta que mi obsesión por ti terminara —ironicé y seguí hablando antes de perder el valor—. Y ya pasó, al fin lo hizo, Black y en el mejor de los momentos, justo cuando has encontrado a tu alma gemela y decidieras dar el siguiente paso con ella. Así que, felicidades por eso. Te deseo toda la dicha del mundo y el mejor de los éxitos en tu futuro matrimonio.

Solté todo el aire retenido ante la última frase y me felicité por no quebrarme.

Eres increíble, Abigail —se burló y lo escuché más ronco.

—Gracias —me burlé yo y dejé que escuchara mi risa.

No te hagas la graciosa que bien sabes que fui sarcástico —se quejó y negué, aunque no me viese— ¿Por qué hoy, eh? ¿Por qué jodida mierda me llamas hoy?

—Solo quería felicitar a mi primo —aseguré y rio con amargura.

—¡Odio que después de tanto tiempo en el que ignoraste todas mis llamadas, seas tú quien me llame ahora y solo para esto! —gritó y me sacó un respingo.

Juro que mi intención no era discutir, pero el maldito no me estaba ayudando nada.

—Es increíble que me digas esto, Dasher —espeté—, si tú mismo me pediste que despareciera de tu vida, es más, casi me exigiste que dejara de respirar a tu alrededor y sé que si hubieses podido por tu propia cuenta me hubieras mandado a la luna con tal de deshacerte de mí. Y luego me llamas por el maldito cargo de conciencia y pretendías que te respondiera —ironicé y reí sin diversión.

¡Joder! —bufó y rodé los ojos.

—Sí, Dasher. Joder —susurré permitiendo que la tristeza me embargara—. Por una vez en la vida quise hacer lo que tú querías y no lo que mi corazón deseaba. Y bien sabes que mi maldito y necio corazón te deseaba a ti y no por un capricho adolescente como lo denominaste —aclaré y su respiración se volvió pesada—. Ya ves, incluso después de años sigo sabiendo lo que quería esa noche y no me avergüenza aceptarlo porque esta sinceridad me hace ser Abigail Pride White y espero que tú estés seguro de ser Dasher Black, el futuro esposo de Bárbara Lupin —terminé.

Jurándome que esa sería la última vez que lo buscaría.

—¿Abigail? —me llamó.

—Adiós, Dash —me despedí y finalicé la llamada, estando segura de que no intentaría volver a buscarme. No lo hizo antes y no lo haría cuando estaba próximo a casarse, cuando de verdad se volvería prohibido para mí.

Hasta ese día fui capaz de decirle adiós de verdad al que consideré el amor de mi vida y mientras me iba a mi habitación sentí las cadenas de mi pasado por fin dejarme libre.      

 

Peligro

 Abby

 

Tras aquella llamada que también fue una despedida, mi vida continuó como venía siendo desde que me mudé a Londres. Los trabajos en la editorial cada vez eran más complicados y la vida adulta poco a poco me reclamaba más; las salidas con mis amigos los fines de semana se hicieron constantes y me di cuenta de que a diferencia del pasado, pensaba menos en el ojiazul que casi me pone en jaque años atrás y, me obligué a creer que no se debía a que traté de pasármela ocupada, sino porque en serio ese ya era pasado pisado. 

—Jacob viene a comer con nosotras hoy, ponte linda —avisó Larissa cuando entramos al apartamento tras quitar su mirada del móvil por un segundo.

—Siempre lo estoy —me mofé y la vi rodar los ojos bajo sus gafas de marco negro.

Estaba un poco cegatona, aunque podía ver sin ellos, pero se los dejaba porque según ella le daba un aire más interesante.

Larissa y Jacob tenían meses saliendo y vaya que los quería a ambos, a mi mejor amigo sobre todo, pero no les veía futuro como pareja. Ella era muy extrovertida y Jacob demasiado correcto. A veces me preguntaba cómo es que seguíamos siendo amigos él y yo, mas ese era un misterio de mi vida que quizá jamás descubriría.

Con Jacob nos criamos juntos, nuestros padres eran amigos y compañeros y nosotros crecimos como hermanos, aunque el tonto tuvo un flechazo conmigo años atrás y a veces cuando lo recordábamos él se ponía rojo como un tomate y me aprovechaba de ello para tomarle el pelo. Una vez admitió que se confundió gracias al enojo que le provocaba verme babeando por cierto rubio y eso lo llevó a creer que lo que sentía por mí iba más allá de la fraternidad, pero fraternos y todo, también añadió que no le era difícil pensar en echarse un polvo conmigo.

En fin. Tener dos cabezas no significaba que pensaría mejor.

Lo convencí de venirse a Londres seis meses después de que me mudé y le agradecería siempre por seguirme incluso al fin del mundo si era necesario, porque sé que era muy capaz de hacerlo si a mí se me antojaba ir también y con eso me demostraba que sería mi incondicional por el resto de mi vida, no importaba qué o quién. Superó el miedo hacia mis hermanos y con eso ya lo decía todo.

—¿Qué te parece este? —preguntó Larissa horas después.

Al final decidí cocinar algo para comer mientras ella se duchaba y arreglaba para su chico. En ese momento estaba desde la puerta de su habitación mostrándome un conjunto de encaje rojo, con un albornoz cubriendo su cuerpo y una toalla enrollada en su maraña de rizos.

—De haber sabido que serías el plato fuerte, no me habría esmerado tanto con la comida —dije y comenzó a reírse con nerviosismo—. Modélamelo para así darte una mejor opinión —pedí y entrecerró los ojos por mi propuesta.

Me encogí de hombros y saqué las papas del horno, ella sabía que no jugaba. Yo no era de las que daban una opinión solo por lo que suponía, me gustaba confirmar con mis propios ojos y si buscaba una buena critica, debía mostrarme lo que pretendía que mi amigo se comiera.

—¡Dios, Abby! Bien sabes que me pones nerviosa cuando actúas así —se quejó y reí.

—¿Así cómo? —inquirí juguetona y tomé un palito de apio que ya tenía servido en una fuente de comida, lo unté con un poco de aderezo y luego lo lamí con lentitud.

—No hagas eso —pidió y desde donde estaba pude ver lo roja que se puso.

Negué divertida y mordí el apio igual de lento a como lo lamí, estaba jugoso y con el dedo medio limpié un poco de jugo que salió por la comisura de mi boca.

—¿Cómo actúo, Larissa? —volví a preguntar para sacarla del estupor que mi acto le provocó.

—Si no hubiese sido testigo de los gritos que das en esa habitación cuando te follan, juraría que te gustan las mujeres —se animó a decir y comencé a reírme.

Esa vez lo hice con mucha diversión y cuando me calmé, volví a dejarla sin habla.

—El que grite o gima de esa manera cada vez que me follan, no quiere decir que no me puedan gustar las mujeres, pequeña mía —aclaré y fue divertido ver que sus ojos verdes se desmesuraron de una forma increíble.

La alarma de la cocina sonó cuando el tiempo que le di al pollo se cumplió y eso sirvió como un campanazo para la morena, quien negó y se fue a su habitación resignada a que no le daría mi opinión si no modelaba ese conjunto para mí. Me reí de nuevo por su reacción, Larissa me conocía un poco y así no me hubiese visto con una chica antes, sabía que no le mentía. Aprendí a aceptar el amor por lo que era y dejé de lado los géneros.

Cogí una rodaja de tomate y me la llevé a la boca, aunque casi la escupo al ver a mi amiga de nuevo aparecer por la puerta de su habitación. Iba con el conjunto puesto y dejó su cabello expuesto y medio húmedo. Si fuera hombre mi erección me habría delatado, ya que lucía de infarto. Sus piernas más largas que las mías estaban tonificadas y brillaban con la luz artificial de la cocina y su estómago se partía con delicadeza en el centro, demostrando así que a pesar de que no se mataba con ejercicios como yo, sí cuidaba de su cuerpo y, sus pechos…estaban fantásticos.

—¿Aceptas un trío? —pregunté luego de que giró y quedamos frente a frente.

Negó y comenzó a reírse entre divertida y nerviosa.

—Obvio no, Abby y no es que no seas bella. ¡Diablos! Eres preciosa y los chicos que babean por ti te lo confirman, pero no me van las chicas y además, no creo que Jacob acepte acostarse contigo.

Me mordí el labio para no sonreír con ironía ante lo último que dijo y opté por callar.

Respetaba a Larissa y la quería demasiado, pero era muy vulnerable y sería horrible de mi parte confesarle que Jacob sí se acostaría conmigo, sin embargo, mis padres me enseñaron a quedarme callada en lugar de mentir o herir con lo que diría. Así que calladita lucía más bonita.

—Vamos, matadora. Termina de vestirte y prepárate para la follada de tu vida porque esta noche Jacob te come entera —la animé y rio complacida.

Esa noche sería a mí a la que le tocaría estar en su lugar: escuchando gemidos y gritos de placer.

Mi amigo llegó dos horas después con una botella de vino como regalo, el tonto estaba guapísimo con su cabello más largo de lo normal peinado hacia atrás. Era flaco, aunque con músculos muy bien definidos que ponían a suspirar a más de una, vestía de forma casual y me encantaba cómo se mordía los labios cada vez que Larissa le decía algo gracioso. Violaba el onceavo mandamiento al servirles de chaperona, pero quise que se aguantaran las ganas un poco solo por joder.

—Abby, sabes que te quiero mucho, pero en serio es hora de que te vayas a dormir —señaló Jacob cuando llevé los platos a la máquina para lavarlos y me reí porque me siguió fingiendo que me ayudaría.

—¿Y Larissa? —pregunté al no verla en la mesa.

—Fue a su habitación —respondió y encendió el grifo para quitar las sobras de comida de los platos que llevó con él.

—Te va a follar —exclamé con entusiasmo y rodó los ojos.

—Me la follaré si te vas un rato del apartamento o vas a tu habitación —dijo y negué.

—Sé que lo que usa bajo el vestido combina, así que te follará —repetí y me miró alzando una ceja, preguntándome así cómo sabía lo que usaba la morena—. Me lo ha modelado antes de que llegaras.

—¡Joder, Abby! No me digas que tú y ella…

—Cálmate, Jacob. Obvio que no ha pasado nada entre nosotras —aseguré y me siguió observando con dudas—. Solo lo hizo porque quería mi opinión, además ella es hetero —confesé.

—Bien por mí —musitó y reí.

Terminé de meter los platos a la máquina y tras colocar el jabón en su lugar, cogí mi bolso y las llaves del apartamento.

—Aprovecha la noche, me voy para mi otra casa —avisé y el alivio en su rostro fue descarado.

—¿Andrea vuelve esta semana? —inquirió y negué. Me acerqué y le di un beso en la mejilla como despedida.

—Cena mañana conmigo en el lugar de siempre —pedí y asintió—. Te quiero —me despedí entonces y cuando me di la vuelta para marcharme me sostuvo del brazo.

—Mis padres me han comentado esta mañana las buenas nuevas —soltó y negué.

No me sorprendía para nada que ya lo supieran y de seguro en una semana toda la prensa local lo avisaría en sus revistas. Esa sería la boda del año para los amarillistas.

—Cuando viajamos para la boda de Aiden vi que era algo serio, tú también. Así que no debería sorprenderte —señalé.

—Y no lo hace. De hecho me importaría una mierda, ya que sabes que no paso a Dasher ni con aceite, pero nos conocemos casi como las palmas de nuestras manos, Patito y por mucho que hayas cambiado lo tuyo por él fue real.

Sonreí cuando aseguró tal cosa. Solo Jacob vio la verdad y sintió mi dolor siempre. Mis hermanos eran gemelos y tenían una conexión única entre ellos, pero no les envidiaba nada de eso cuando la vida también me premió con mi otra mitad y eso era para mí ese chico que acariciaba mi rostro. Él me conocía y era capaz de verme el alma a través de los ojos si se lo proponía.

—Fue muy real, pero ya lo superé. Tú mismo has visto lo feliz que soy y me alegra que Dasher haya encontrado a su otra mitad —aseguré.

—Sé que eres feliz y no lo dudo ni un instante, pero hay una sombra en tus ojos que se niega a desparecer —soltó y opté por callar.

No podía refutar nada y tampoco tuve qué decirle en respuesta.

—Aprovecha tu noche, hermano. Antes de que a esa morena se le apague el fuego —lo animé minutos después y entendió que no quería seguir dándole vueltas al asunto.

Me fui del apartamento sin dejarlo decir nada y veinte minutos después me encontraba en el lugar donde aprendí a dejar mi inocencia atrás. Entre esas paredes descubrí el cisne que habitaba en mi interior y me aferré a la mujer en la que me convertí. Pero en aquel proceso por el que atravesé también entendí que si quería resurgir y salir adelante, debía ser sincera conmigo misma y me admití que Jacob tenía razón. Siempre habría una sombra en mis ojos porque lamentablemente e incluso con todo lo que hacía, existían situaciones que me costaba superar.

El matrimonio de Dasher, por ejemplo.

Transcurrieron los días y me convencí de que no me afectaba, pero me mentí y volví a los días en los que recién llegué a Londres, cuando me la vivía viendo cuanta cosa posteaba ese chico, solo que esa vez buscaba más lo que publicaban nuestros amigos en común. Las felicitaciones al pie de la foto en el yate que Barbie subió eran muchas y al verla a ella allí, en algo que era mío, con alguien que una vez creí mío, me lastimó.

—¡Oh por Dios! —bufé al tirarme de espaldas en la cama tamaño King cubierta de sábanas de algodón en color beige.

Mi móvil dio un tin y giré el rostro para verlo a mi lado. Siempre mantenía desactivadas las notificaciones de mis redes sociales y solo activaba la de los mensajes y llamadas para no perderme nada de mi familia, sin embargo, esa tarde activé todo y al tomar el aparato entre mis manos y desbloquearlo, vi que Leah había posteado una historia en la que se encontraba con Lane y para mi suerte, también con Barbie y Dasher.

¡Por los futuros esposos! —brindó Leah. Dasher y Bárbara rieron y se unieron al brindis, Lane besó la coronilla de mi prima y luego bebió de su copa.

Era la primera vez que Dasher salía con los chicos después de lo sucedido con Essie —su hermana y mi prima— y a pesar de la situación, me alegraba por él, merecía continuar con su vida y teniendo ese pensamiento en mi cabeza, entendí que yo también. Lo había hecho y no detendría mi proceso así la noticia de su matrimonio intentara derrumbarme.

¿Qué haces?

Leí desde la barra de notificaciones de mi móvil y suspiré profundo.

—Bueno, Abigail. Fue suficiente de compadecerte —susurré para mí.

Abrí un poco mi blusa, activé la cámara del móvil y me tomé una fotografía. El cabello lo tenía desparramado en la cama y mi sonrisa inocente contrarrestaba con mi imagen sensual.

Pensando.

Respondí al destinatario de aquel mensaje y envié la fotografía. Me quedé en línea y esperé por su respuesta. Llegó minutos después.

Hay quesos y vinos en la nevera, también ropa más cómoda que esa para que te relajes y sigas pensando.

Reí por el Emoji que acompañó su respuesta: un diablillo. Y le tomé la palabra. Me fui al guardarropa y comencé a desvestirme en el proceso, saqué una camisa de vestir con manga larga que era como tres tallas más grande que la mía y me la coloqué para cubrir mi desnudez. Me alboroté el cabello y fui a la nevera por una copa de vino, fresas y queso, luego volví a la habitación y corrí las cortinas que cubrían el ventanal que me permitía ver la ciudad, la noche y las luces; tras eso dejé la bebida y los aperitivos en una mesa y me tomé otra fotografía, solo que en ese momento me mantuve en la ventana, de frente hacia el exterior; corrí un poco la camisa por mi hombro izquierdo y medio me giré para ver hacia la cámara.

El cabello cubrió parte de mi rostro, mas no mi sonrisa. Mis piernas desnudas se lucieron perfectas y la imagen quedó como una clara invitación al pecado.

¿Mejor así?

Escribí al enviarla y los Emoji babeando no se hicieron esperar.

¿Puedo alardearte?

Tú, siempre.

Y me sentí segura con lo que respondí. No me daba vergüenza mostrarme al mundo de esa manera, es más, me encantaba. Podía ser un defecto o una virtud, no me importaba, lo único que me interesaba es que era feliz con mi apariencia y nada tenía que ver con el hecho de que me mantenía esbelta y saludable sino más bien con que me amaba, amo y amaría siempre.

Puse música en el reproductor y comencé a mover las caderas cuando «Heaven» de Julia Michaels comenzó a sonar, tomé la copa de vino y cerré los ojos para sentir más la letra. Cogí una fresa y la mordí dejando que el jugo se deslizara por mi garganta. Un tin me sacó de ese momento tan sensual que vivía para mí misma y al ver la notificación vi que se trataba de una historia en la que me mencionaron.

«Carita de buena con intenciones malvadas».

Reí fuerte al leer la descripción, se trataba de mi fotografía anterior y me encantó tanto cómo lucía que terminé reposteándola en mi historia, solo que puse la canción que estaba bailando y añadí parte de su letra: «dicen que todos los chicos buenos van al cielo, pero los chicos malos te traen el cielo».

—Al buen entendedor, pocas palabras —susurré y di otro trago a mi copa.

Seguí bailando para mí, seduciéndome y amándome, entendiendo que el tiempo de lamer mis heridas tenía que ser menos. Mi misión en la vida era ser valiente y no temer a saber que incluso si tomé una mala decisión, fue por una buena razón.

—¡Joder, Michael! —grité al verlo bajo el marco de la puerta, con los brazos cruzados y sonriendo.

Llevé una mano a mi pecho e intenté calmar mi asustado corazón.

—Después de tantos años conmigo, sigues olvidando que no debes bajar la guardia incluso cuando te sientas segura —murmuró y negué.

—También olvido que eres un mirón y lo peor es eso, que solo te gusta ver —me quejé y lo escuché reírse.

Caminó hacia la mesita donde dejé el plato con fresas y quesos y tomó una fruta. Se la llevó a la boca y cuando captó mi atención la mordió con suavidad. Rodé los ojos y le hice una señal de mano diciéndole que no me importaban sus provocaciones.

Michael Anderson era un tipo muy guapo de cabello negro casi al rape, cuerpo muy bien trabajado y alto; servía para el ejército estadounidense, pero aceptó cuidarme gracias al trabajo de mis padres con el gobierno americano y como lo dije antes, tuve un flechazo con él y al idiota le encantaba mofarse de eso cada vez que podía. Para mi suerte ya lo veía solo como un amigo y teníamos la confianza suficiente como para que yo estuviese solo con una camisa de hombre cubriéndome el cuerpo, con los pezones duros como diamantes y transparentándose sobre la tela.

—¿Qué habría pasado si hubiese estado acompañada, desnuda y gritando de placer como posesa? —inquirí y se encogió de hombros.

—Sabía que estabas sola, es mi trabajo.

—No te pregunté eso, Micky —señalé y rodó los ojos.

Odiaba ese apodo, pero de tanto que lo llamé así, comenzaba a tolerarlo.

—Habría pedido que me relevaran y hubiese ido a buscar a una chica con la que pudiese quitarme la calentura —confesó y reí, él supo la razón—. Eso no significa que tú me calientes.

—Aja —me burlé cuando se contradijo y comencé a desabotonarme la camisa— ¿Estás seguro?

—Abigail —advirtió y continué con mi trabajo, sonriendo de lado y demostrándole mi punto. Ya sabía hasta qué punto me dejaría llegar y no me equivoqué.

Salió de la habitación justo cuando llegué al botón frente a mi ombligo.

—¡Eres demasiado correcto, Micky! —le recordé.

—Y tú una tortura —Lo escuché decir entre dientes y me reí a carcajadas.

También un peligro.

Reí todavía más cuando esas tres palabras se desplegaron en mi móvil, vi hacia la cámara que pretendía estar oculta en la pared y guiñé un ojo hacia ella.

Peligro era uno de mis nombres.  

Tic, tac

Abby

Dos años atrás…

 

Estaba preparándome un café y lista para ir a clases cuando mi móvil me avisó de una llamada entrante. Al ver el número de mamá me preocupé un poco, ya que no solían llamarme tan temprano, en Virginia era la una de la madrugada y analizarlo puso mis nervios de punta.

—¿Mamá? —dije con miedo y vi llegar a Michael de inmediato.

Él también hablaba con alguien y me miró con pena tras decir un «de acuerdo, señor».

Amor, hemos notificado a la universidad que viajarás de emergencia —Ese fue el saludo de mi madre, su voz sonaba acongojada y los escenarios que llegaron a mi cabeza fueron los peores.

—¿Están bien? —pregunté preocupada.

Sí, cariño, pero necesito que viajes ahora mismo hacia casa. Confía en mí y no te preocupes —pidió y negué.

—Mamá…

Haz lo que te pido, Abby. Michael te informará algunas cosas en el camino y nosotros te explicaremos todo aquí —zanjó desesperada y me tensé.

Ella solo nos hablaba así cuando estaba molesta, temerosa o afligida y en ese momento no pude adivinar qué provocó ese tono autoritario.

Michael ya tenía mi maleta de emergencia en mano y con un movimiento de cabeza me animó a caminar. Al salir a la calle más hombres nos esperaban en un coche negro y elegante. Micky era discreto a la hora de seguirme, pero en ese momento entendí que no era tiempo de discreciones.

—Abigail, tu hermano Aiden se ha visto envuelto en un atentado —comenzó a explicar Michael cuando íbamos de camino a un hangar.

Iba a mi lado, pero incluso así me giré hacia él como si fuese la chica del exorcista y le supliqué que no callara nada.

—Dime que está bien —exigí con voz lastimera y asintió.

—Afortunadamente lo está —confirmó y sentí que el alma me volvió al cuerpo—, pero la señorita Essie Black se encontraba con él y según me informaron, a ella la han herido.

—¡Por Dios! ¡No! —exclamé y comencé a temblar— Está viva, ¿cierto? —pregunté desesperada, mis mejillas comenzaron a mojarse con las lágrimas que brotaban de mis ojos y más cuando Michael permaneció callado— ¡Micky! ¡Está viva, cierto! —chillé y lo tomé de las solapas de su saco.

Su mirada dubitativa me provocó más terror y lágrimas, me cogió de las muñecas y luego me llevó a su pecho para no tener que verme a los ojos y lo odié por eso. Essie y su sonrisa de sol junto a sus palabras listillas llegaron a mi cabeza como una cruel película que le echaba sal a mi herida. Era mi prima así no lleváramos la misma sangre, la amaba como a mi hermana menor y la idea de perderla no solo me pareció estúpida sino también difícil de creer.

—¡Sshhs! Calma, cariño y no te pongas así. Hay mucha información que no manejo porque acaba de suceder —explicó Michael y sobó mi espalda cuando los espasmos del llanto no cesaban.

—Essie no…no puede morir —logré decir entre hipidos y me aferré a él como mi cable a tierra.

El día que decidí marcharme del país, Essie me reclamó porque dijo que no era justo que la dejara por culpa de un chico y en ese momento me asustó que lo supiera. Su inteligencia la hacía suponer y ver cosas que yo creía que podía ocultar y gracias al cielo desconocía que ese chico era su hermano, pero se enojó conmigo casi por un mes, acusándome de romper la promesa que una vez le hice al mudarnos desde Italia hacia Virginia.

Ella, Jacob y yo éramos hermanos por decisión y siendo adolescentes nos prometimos que nada ni nadie nos separaría y hasta ese momento le habíamos fallado —con Jacob—, porque la abandonamos al no poder llevarla con nosotros y la culpa fue una perra conmigo en ese instante.

—Pronto estaremos en Estados Unidos y tus padres te dirán lo que necesitas saber, Abby. Ahora mismo solo tienes que ser fuerte —dijo Michael y negué.

No se podía ser fuerte ante el miedo de perder a alguien que amas.

No recuerdo ni en qué momento llegamos al hangar donde el jet privado de mis padres nos esperaba y menos cuando ya estábamos en Estados Unidos. Lo único que recordaba era llegar a casa y a mis padres recibiéndome con terror, como si hubiese sido yo en el lugar de Essie.

Siempre me imaginé volviendo a casa cuando terminara mis estudios y superara mi pasado, empoderada y feliz, jamás en esa situación; con el miedo de volver sabiendo que me faltaba alguien. Por fortuna Aiden estaba bien dentro de lo que cabía al igual que Sadashi, su novia. Ese día supe de la verdadera vida de mis padres, de sus organizaciones y enemigos. Por primera vez un odio descomunal me embargó y deseé la muerte de aquel malnacido que puso a mi prima entre la vida y la muerte.

La casa se volvió un caos con toda la familia reunida, Essie tenía más posibilidades de morir que de vivir y la frustración por no poder verla era horrible. La seguridad fue incrementada y en los días que me quedé vi más a Michael que en mi tiempo en Londres, el pobre casi no dormía y lo compadecía. Aiden ya no era el mismo chico que dejé, estaba más inmiscuido en las organizaciones de mis padres y actuaba peor que papá de nuevo, solo que en ese momento lo comprendí porque su actitud fue el resultado de aquel atentado que casi lo mata.

—¿Tía? —susurré cuando me permitieron viajar al hospital donde tenían a Essie.

No iba a poder verla a ella, pero quería estar con sus padres y también con su hermano. Tía Laurel estaba en una habitación que acomodaron para ellos y llegó solo para tomar una ducha y cambiarse de ropa. Quise deshacerme en llanto al no reconocerla, esa no era la mujer venenosa que tanto amaba; su elegancia había desaparecido así como la coquetería que la caracterizaba, incluso noté sus años cuando antes jamás lo hice y todo era culpa de las ojeras, el dolor y el cansancio que marcaba su delicado rostro.

—¿Abby? Mi niña —exclamó al verme y abrió sus brazos para que me refugiara en ellos.

Corrí hasta poder abrazarla y me arropó tan fuerte que tuve dificultades para respirar, mas no emití ningún quejido porque entendí que a pesar del peligro que corría su nena, estaba feliz por mí. Yo en cambio me sentí egoísta, ya que al percibir el dolor de todos, hubiese querido estar en el lugar de Essie.

—Somos fuertes, tía —aseguré entre lágrimas y la sentí asentir.

Laurel Black era como una segunda madre para mí al igual Lee-Ang —la madrastra de Leah, mi prima— y en el pasado me la pasé más en su casa que en la mía, ella y tío Darius, —su esposo y hermano adoptivo de mamá—, creían que se debía a que no me podía despegar de Essie, aunque siempre tuve segundas intenciones para visitarlos.

—Lo sé, cariño. Me estoy aferrando a eso —confesó acongojada y me separó para limpiar mis lágrimas—. Gracias por estar aquí, Patito. Y mírate, estás preciosa —me halagó y sonrió haciendo que las gotas salinas de sus ojos corrieran más por sus mejillas— ¿Dónde dejaste a la niña de frenillos, dulce e inocente que yo despedí hace dos años? —Sonreí.

Y no lo hice solo por su halago sino también por su capacidad de querer ver todo bien incluso cuando se estaba haciendo pedazos por dentro.

—Le gusta más Londres, por eso la estoy cubriendo —bromeé y ambas reímos todavía entre lágrimas.

Volvió a abrazarme y dio besos en mis dos mejillas. ¡Dios! Estaba intentando ser más fuerte de lo habitual, aunque a veces su dolor la traicionaba.

Más tarde me fui con ella para relevar a tío Darius. Ni siquiera los dejaban entrar a la sala donde tenía a mi prima, pero se mantenían afuera como guardias. Él me recibió con el mismo amor que su esposa y me hicieron sentir que mi presencia les aliviaba, eso me provocó una satisfacción inmensa e indescriptible. Mis padres y hermanos también habían viajado a la ciudad donde estaba el hospital y todos nos turnamos para acompañar a los Black. En un momento dado le pregunté a tío Darius por Dasher, todavía me sentía insegura de volver a verlo, pero obvié las razones y pude analizar que ese no era momento para pensar en el pasado.

—Fue a la cafetería con Bárbara por un té para Laurel —informó y asentí.

Había escuchado hablar de esa chica, me llegaron rumores de que era la novia de Dasher, mas nunca quise entrar en detalles ni menos averiguar qué tan en serio iban y a lo mejor el que ella estuviese ahí no significaba nada, aunque tampoco me importaba.

Más tarde me fui al hotel donde nos hospedábamos y almorcé junto a mis hermanos y Sadashi, la chica era demasiado seria y hasta un poco estirada, pero me caía muy bien y estaba segura de que pronto tendríamos la oportunidad de interactuar mejor. Lastimosamente nos conocimos en un mal momento, aunque eso no me impidió ver que Aiden estaba loco por ella y viceversa, incluso con la asiática intentado camuflar sus sentimientos.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté a Daemon en un instante que Aiden y Shi hablaban entre ellos.

Mi hermano lucía un tanto desesperado y me preocupó.

—¿Tú cómo te sientes? —inquirió.

Comenzó a tamborilear los dedos en la mesa y a mover una pierna con mucha insistencia, coloqué mi mano en ella, ya que estábamos uno al lado del otro y luego recargué mi cabeza en su hombro tomándolo de la mano en el proceso. No quería hablar de él y lo capté en seguida.

—Extraña —admití, no lo veía, aunque sentí que él sí me estaba observando a mí. Esperando una respuesta más concisa—. No quería volver hasta terminar mi carrera, pero las circunstancias me obligaron y, ya que considero que no es el momento, siento como que no he crecido y madurado lo suficiente para estar aquí.

—Difiero en eso —murmuró y fue lindo de su parte que besara mi coronilla.

De los gemelos, Daemon era el menos aficionado a las muestras de afecto o a los mimos, pero cuando tenía esos detalles lo hacía sentir a uno muy especial y lo agradecí en ese instante.

—Pudiste haber vuelto al país, pero no era necesario que viajaras a Pensilvania —siguió. Uno de los mejores hospitales neurológicos estaba ahí y por eso trasladaron a Essie de inmediato— y lo has hecho, eso me demuestra que estás creciendo como buscas.

Me tensé un poco ante la mención de ese hecho por su parte, pero opté por no darle importancia, ya que no quería que intuyera cosas que no me convenían. Daemon era muy perspicaz sin embargo y supe que si no siguió con ese tema fue porque notó mi nerviosismo y agradecí que no me forzara a nada. Más tarde descubrí que mis tíos, Dasher y su novia también estaban hospedados en el hotel y cuando me armé de valor decidí ir a la suite de ellos al escuchar a Aiden decir que nuestro primo había llegado por un cambio de ropa para su padre.

Mi inseguridad de regresar se debía a él y sentí tremenda frustración mientras caminaba hacia a la suite y descubría que seguía sintiendo los mismos nervios ante la expectativa de verlo, y miedo al pensar que podría tratarme igual de mal que en el pasado.

—¡Ey, hola! —me saludó con entusiasmo una chica alta y esbelta luego de abrirme la puerta tras haber tocado.

Tragué con dificultad y mi corazón se alocó al verla con una toalla en la cabeza y otra envolviendo su cuerpo. Era de facciones delicadas, con unas cejas medio gruesas que enmarcaban sus ojos marrones y unos pómulos afilados que permitían que sus mejillas tuviesen unos huecos que hasta el mejor maquillista envidiaría. Su nariz fina y labios gruesos complementaban su belleza. Porque era bella, lo admitía, una mujer casi de la edad de Dasher.

—Hola —saludé dubitativa y alcé la mano, ella sonrió amable.

—Tú debes ser Patito, la hermana de los clones —intuyó con emoción y me obligué a sonreír.

—No creí que me conocieras —dije.

—Sería un pecado si no, Abigail. Anda, pasa —animó y me tomó de la mano para acercarme a ella y darme un abrazo de saludo y un beso en la mejilla—. Soy Bárbara, por cierto y perdona mis fachas, acabo de salir de la ducha, Dash sigue allí. Pasar la noche en el hospital no es fácil —comentó y asentí.

Conformidad fue todo lo que sentí al percatarme de muchas cosas.

—¡Barbie! ¿Qué ha…? —la pregunta de Dasher murió al verme frente a su novia.

Sentí que me puse roja al verlo, llevaba solo una toalla aferrándose a sus caderas y estaba muy baja, así que su cinturón de adonis fue demasiado para mi inocente vista en ese instante, con otra toalla se secaba el cabello y sus bíceps lucían… ¡Dios! Ese idiota seguía siendo un pecado para mí.

—Abigail, no sabía que estarías aquí —dijo con voz ronca y expresión fútil.

Si se sorprendió de verme o no, no lo sé, puesto que no demostró nada al percatarse de mi presencia.

—¿Cómo no estarlo? —inquirí.

—Amor, ve a ponerte algo —nos interrumpió Bárbara—. Todavía tenemos tiempo, aprovéchalo para que saludes bien a tu prima —añadió y le sonreí agradecida.

—Tú también puedes hacerlo, yo esperaré aquí —la animé.

—¿Segura? Porque no quiero ser descortés —aseguró y negué.

—Ve tranquila que yo espero —respondí.

Me sonrió y caminó hacia su novio, lo tomó de la cintura y lo hizo caminar con ella. Para ser sincera, me sentí feliz al ver la complicidad entre ellos y entendí entonces que ahí existía algo serio. Antes creí que ver a Dasher con alguna mujer me haría arder en celos y rabia, pero me felicité a mí misma al darme cuenta de que comenzaba a aceptar la situación como debía hacerlo tiempo atrás.

Me tomé el atrevimiento de ir hacia la ventana y abrir las cortinas para que la luz del día entrara, miré por ella y me quedé concentrada en los coches que debajo se movían de un lado a otro, pero mi mente era una traicionera y llevó a mi cabeza las imágenes de Dasher siendo cubierto solo por una toalla minutos atrás y luego llegaron otros recuerdos que lograron que un ardor descomunal creciera en mi entrepierna y me obligué a cruzar las piernas para soportarlo.

—¿Tienes calor? —Me giré como una bailarina profesional de ballet cuando escuché esa pregunta.

La vergüenza tiñó mi rostro y traté de sonreír como si nada pasase al ver a Dasher ya con ropa, el cabello lo tenía medio húmedo e intuí que se lo estaba dejando crecer porque lo llevaba más largo de lo que recordaba.

—Un poco —respondí cuando logré controlarme.

Estaba frío afuera, pero él no tenía por qué saber que mi calor se debía a ciertos recuerdos que de seguro odiaría que le mencionara.

—Regularé el aire acondicionado.

—¡No es necesario! —Lo detuve con mi exclamación cuando se dio la vuelta para hacer lo que dijo y seguí hablando— Solo quería saludarte y decirte que cuentas conmigo para lo que sea —aseguré y asintió—, aunque no lo necesites, Dasher. Estoy aquí por Essie, pero también por tus padres y por ti.

—Gracias —respondió y se quedó mirándome a los ojos.

Vi muchas preguntas en sus orbes azules y sé que él vio en las mías muchos sentimientos encontrados que no iba a poder explicarle con palabras. Estaba más dócil que la última vez que cruzamos palabras —hirientes en su mayoría— y todo era gracias a la situación tan delicada de su hermana. Ese momento entre nosotros comenzó a volverse incómodo y tragué con dificultad al ver sus labios y sentir en mi estómago el nerviosismo y la necesidad de acercarme, meter los dedos entre sus hebras y unirlo de una vez a mí.

—Abigail…

—Chicos, siento interrumpirlos —Dasher calló en el momento que su novia llegó.

Molestia y alivió me embargó porque sabía que todo sería como en el pasado, comenzaba mal y terminaba peor.

—Pero tu madre me llamó para que le llevemos unos documentos que necesitan con urgencia —continuó Bárbara y comencé a caminar hacia la puerta.

En el proceso tenía que pasar frente a Dasher y antes de alejarme por completo le susurré un «lo siento» que él entendería a la perfección.

Me despedí de Bárbara y dejé en el aire un adiós para el rubio que me observó marchar en silencio; esa era la primera vez que lo veía en dos años y estaba consciente de que si no hubiese sido por ese momento tan duro que estábamos viviendo, las historia entre nosotros se habría repetido.

Esa donde abundaban los reproches y reclamos.

 

____****____

 

Un año atrás…

Elite había cerrado sus puertas al público en general para dejarnos en la privacidad de una noche que juré que sería la más divertida de mi cuñadita estirada. Estábamos en su despedida de soltera y tuve que jurarle a Aiden hasta por mi vida, que no le llevaría a su futura esposa con una resaca del demonio y recién follada por un stripper caliente.

El proceso de Essie no estaba siendo fácil, pero continuaba aferrándose a la vida como la luchadora que era y sabía que nos habría odiado al estar consciente y sabiendo que detuvimos todo por ella. Le fastidiaba ser el centro de atención y no nos perdonaría jamás el dejar de vivir por llorarle como si estuviese muerta. Tía Laurel lo respaldó y gracias a sus ánimos pude hacerle una pequeña fiesta a Sadashi.

Estaba de vuelta en Virginia, un año después de aquel maldito atentado a mi hermano y a mi prima, volví para una ocasión increíblemente especial: Aiden y Sadashi se casarían tras haber nacido mi sobrina, mi consentida ya con cinco meses estaba preciosa y mis padres fueron los abuelos más felices al quedarse cuidándola para que nosotras nos divirtiéramos un rato. Leah, tía Tess, Maokko, Sadashi, Bárbara, Jane —amiga de mamá— y yo, estábamos en la barra con el décimo tequila de la noche. A Jane le estaba costando beberlo, así que todas comenzamos a golpear la mesa con las palmas de las manos, animándola a seguir. Esa noche descubrí que mi cuñada con el alcohol en su sistema hasta era divertida.

—¡Diablos! ¡Mi himno! —grité cuando «Genius» de Sia sonó al máximo volumen en los altoparlantes— ¿¡Crees que soy estúpido!? —comencé a cantar al compás del cantante.

Me serví otro tequila y lo bebí de una, las chicas se rieron y gritaron animándome al verme tan emocionada. Lejos quedó la Abigail Pride White que conocieron antes, volví muy diferente a lo que fui y me sentía demasiado feliz.

—¡Eso es, cielo! —dijo Leah cuando me paré en una silla y luego pasé a la barra.

Usaba un vestido negro y tacos de punta, esa vez mi escote cubría arriba de mis pechos, pero la espalda quedaba descubierta hasta cerca de mi coxis. Me había hecho un moño flojo que ya estaba más desordenado que cuando salí de casa, pero me sentía tan sexi que disfruté el comenzar a mover las caderas para mis invitadas.

—No hay strippers, pero sí algo mejor —les dije y subí un poco más mi vestido.

Las mujeres mayores comenzaron a aplaudirme, Sadashi sacó unos billetes actuando como una sensual bisexual, Leah era como una niña emocionada viendo a su ídolo y Bárbara estaba tan asustada que me reí y llegué frente a ella para mover mi cintura, bajé para posicionarme de rodillas y la tomé del collar hasta acercarla a mi boca.

«Solo un genio podría amar a una mujer como yo» —canté y tras eso lamí el lóbulo de su oreja.

—¡Mierda! Eres mi ídolo —gritó Maokko y me reí.

Bárbara se puso más roja que el vestido que usaba, intimidada con mi acción bajó la cabeza y negó con una sonrisa. La chica era demasiado tímida y correcta en comparación a quienes la acompañábamos. ¡Mierda! Incluso era más cohibida que Jane y con eso ya hablábamos de mucho. Seguí bailando y divirtiéndome y cuando esa canción terminó y «Ain’t My Fault» de Zara Larsson siguió, las convencí a todas para ir a la pista y bailamos hasta que la madrugada apareció y la hora de irnos llegó. Le prometí algo a mi hermano y tenía que cumplirlo antes de que el alcohol me hiciera olvidar.

—A penas volviste ayer y mira todo lo que provocas —señaló Daemon cuando llegué a casa de nuestros padres.

Miré hacia el patio frontal donde Michael intentaba ayudarle a Sadashi a bajar del coche y me reí. Llevaba los tacos en la mano y mi moño ya era historia, menos mal el vestido todavía se aferraba a mi cuerpo. Y sí, recién había vuelto y ni siquiera veía a toda mi familia aún —excepto a Essie, ya que me fui al hospital directo del aeropuerto—, pero esa vez divertirme era más urgente después de semanas estresantes de estudios.

—Soy el alma de esta familia, gruñón precioso —dije hablando como una nenita y pellizqué sus mejilla.

Intentó alejarse, aunque no lo logró. Al verme más bebida de lo normal me cogió de las piernas y la espalda y me cargó como un novio a su novia, solo que fue más fraternal. Me reí cuando iba subiendo los escalones y me llevaba hasta mi habitación, lo rodeé del cuello y gruñó cuando sin querer lo golpeé con un taco, besé su mejilla como disculpas y negó.

—Aiden va a matarte si su loca novia no llega a ese altar —me recordó.

—Te quiero tanto —susurré y sentí el movimiento de su pecho al reír.

—Por tu bien espero que no hagas esto en Londres, Abby —advirtió.

—Hago cosas peores —confesé.

—Maldita descarada, le diré a padre.

—Chismoso —bufé y me reí cuando me tiró de golpe en la cama.

Aunque le grité muchas cosas malas en el momento que todo me dio vueltas por la sacudida que dio a mi cabeza. El efecto de los tragos de tequila se estaba intensificando y rogué para que Sadashi estuviese mejor porque, aunque lo tomé a broma, esperaba que mi hermanito no quisiera matarme dentro de unas horas.

 

(****)

Cinco horas más tarde me desperté a tomar una ducha cuando mamá llegó a verme junto a unos analgésicos y bebidas vitaminadas, antes de irse me advirtió que tenía que estar lista para las tres de la tarde y al ver que aún me quedaba tiempo, opté por volver a la cama y tomar una siesta de cinco minutos, aunque rato más tarde me levanté dando tremendo respingo cuando la puerta de mi habitación fue azotada con golpes fuertes y salté de la cama para abrirla.

Temí haber muerto y despertar en el cielo al ver a tremendo ángel frente a mí, pero al notar su expresión enfurecida sospeché que era posible que estuviese en el infierno y con ese diablo tan caliente, me esperaba una dura tortura.

—¡Volviste a hacerlo! ¿¡En serio, Abigail!? —reclamó el rubio caliente y fruncí el ceño al no entender nada.

—Antes que nada, hola, Dasher. Es un gusto volver a verte, pasa adelante —ironicé y abrí del todo la puerta para dejarlo entrar.

Su actitud era la que recordaba: altanera, aunque esa vez ya no me intimidó y ni siquiera me importó estar a solas con él cuando yo solo vestía una camisa blanca de tirantes delgados que dejaba ver mis pezones debido a que no usaba sostén, y un bóxer negro de rayas verticales blancas que apenas cubría mi sexo y pompas.

—Y ahora, ¿de qué carajos me hablas? —pregunté al cerrar la puerta.

Estaba de frente a mi cama y dándome la espalda y si bien el lugar había perdido el toque de mi niña del pasado, todavía se sabía que pisaban mi territorio. Dasher llevaba un pantalón formal que acentuaba su culo de una manera deliciosa, acompañado con una camisa blanca de manga larga que abraza su torso musculado. El pelo lo tenía corto de los lados y largo del frente, peinado a la perfección.

—¿Qué mierda le diste a Barbie? —inquirió al girarse.

Su pregunta me molestó, aunque su reacción al percatarse de mi vestimenta me satisfizo; la mirada le jugó una mala pasada y no pudo evitar el concentrarse en mis pechos y a diferencia de otra chica que a lo mejor se hubiese cubierto, yo crucé los brazos bajo mis tetas para que se realzaran más y consintiera su vista, a la vez de que me paré recargándome en un pie y que así mis caderas se lucieran.

También podía ser altanera.

—Me estás hablando de Bárbara, una mujer de veinticinco años, Dasher. Nadie la obliga a nada y menos una niña —aclaré con ironía.

Pudo verme al rostro entonces y sonreí de lado.

—No estamos hablando de una niña inocente y lo sabes —recalcó y tomé una respiración profunda que alzó mi pecho.

No pasaría, no volveríamos a lo mismo y se saldría con la suya. Ya no más.

—Bebió lo mismo que yo y las demás, que no pueda con la resaca ya no es mi problema. Así que deja la paranoia.

—No me puedo fiar de ti nunca más, Abigail y pobre de ti si te atreviste a…

—Bárbara no tiene nada que me interese, Dasher —lo corté y descrucé los brazos cuando se acercó a mí para lanzar su amenaza.

Su altura era increíble y su aroma aún más, detalles que todavía me provocaban de una forma que odiaba, pero el sentimiento que antes me enloqueció estaba apaciguado y lo agradecí, ya que me confirmó a mí misma que lo que dije era cierto.

—Nunca confiaré en ti de nuevo —aseguró viéndome desde arriba.

Se sentía grande al verme desde su posición, pero ignoraba que la grandeza de una mujer partía desde el suelo y los alcances eran infinitos y, aunque sus palabras hicieron mella en mí, ya no estaba dispuesta a demostrárselo.

—¿Y quién te dijo que busco tu confianza, cariño? —inquirí, mofándome de lo que aprendí a ser. Se quedó callado, sorprendido por mi respuesta y retrocedió un paso— Mejor vete antes de que mi papi llegue, no creo que le agrade que estés en la habitación de su nena, con ella vestida con poca ropa y tú deseando lamerle los pezones por encima de la blusa.

Rio sarcástico y estuvo a punto de decir algo cuando la puerta sonó con los toques de alguien, antes de abrir me acerqué a él y me puse en puntas para alcanzar más su boca sin llegar a tocarla.

—Tic, tac, tic, tac, papi se acerca —susurré.

Esa fue la primera vez que Dasher vio en mí a la nueva Abigail y rogué porque le haya bastado para que dejara el pasado donde pertenecía.

 

____****____

 

Tiempo actual…

—¿¡Dime que es mentira!? —le grité a Aiden cuando llegué a casa de la editorial, tras un día arduo.

Más de un mes pasó desde la propuesta de matrimonio de Dasher y contaba con que volvería a Estados Unidos hasta después de mi graduación, pero el destino tuvo otros planes y maldije porque de nuevo me regresara de esa manera tan cruel.

Mamá no podía estar herida.

Sabes que jamás jugaría con algo así, Patito. Michael se está encargando ya del viaje, padre te necesita, Daemon y yo te necesitamos —dijo entre lágrimas.

Me senté en la cama y me llevé una mano a la cabeza, yo también lloraba de rabia y terror al saber a mi madre herida. Se suponía que la iba a ver dentro de tres semanas para mi graduación y mi hermano me estaba avisando que corría peligro, que la hirieron y estaba en un coma inducido. Más jodida no podía sentirme.

—Te veo, pronto —logré decirle y corté.

Volvería cuando menos deseaba hacerlo, pero no me importaba. Solo me interesaba estar con mis padres y hermanos, no más.

Sombríos

Sombríos

La suerte nunca fue su amiga y el infierno la llevó siempre de la mano en cada paso que dio. A tal punto que el diablo la conoció, la tentó y terminó enamorándose de ella. No es una mujer renacida de las cenizas, pero sí una que surgió del fuego. Aprendió a ser mala y le cogió el gusto. Y cuando él la conoció, reconoció su principio y su final. Un desastre hecho a su medida, destinados a encontrarse, colisionar y someterse. Una oscuridad que le atrae, sabiendo que al final lo destruirá. Ambos fueron creados el uno para el otro en la más siniestra de sus versiones. Aprendiendo que sus seres sombríos se pertenecen y bailarán juntos en su propio infierno.

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Un año antes…

 

Me sentía herida, decepcionada, frustrada, fúrica, traicionada, pero también eufórica y hasta excitada. La gente a mi alrededor me observaban incrédulos y algunos con miedo. Supongo que siempre esperaron todo de mí, menos que permitiera el abuso sexual, dañara a niños o… al amor de mi vida.

            El hombre debajo de mi cuerpo, el tipo por el que era capaz de darlo todo, incluso mi poder, —lo que me gané a base de luchas, sobrevivencia y maldad—. Nicholas Cratch, mi nuevo rey en el bajo mundo, mi maldito mundo, el único que llegó más allá de donde se lo permití a los demás, quien conoció a mi mayor tesoro, pero que en la primera oportunidad que tuvo lo dañó creyendo que mi amor por él era tan grande como para perdonarle cualquier cosa, sin importar lo terrible que fuera.

            Y no se equivocó, mi amor por él era inmenso, pero no estúpido y su gran error fue creer que lo perdonaría así jurara que todo fue una equivocación y que se vio obligado a hacer lo que yo no podía para que no perdiera mi liderato.

            —Solo…solo buscaba ayudarte —explicó con la voz queda cuando todavía podía hablar.

            En ese instante ya no tenía lengua, tampoco polla o bolas.

            Y yo encima de él, me encontraba bañada en su sangre y drogada con el olor metálico que desprendía. Pero incluso metida en esa nube logré ver un movimiento de soslayo y sin dudarlo saqué el arma que llevaba metida en la parte de atrás de mi pantalón y la disparé, escuchando de inmediato un golpe sordo en el suelo y al girar el rostro en esa dirección encontré a uno de los chicos más fieles de Nick dando espasmos, luchando por tomar un último aliento.

            —El siguiente que se atreva a moverse ocupará el lugar de su líder —advertí con la voz oscura.

            Mi gente obligaba a los pocos que quedaban del grupito de Nick a observar todo, como una oscura lección de lo que les pasaría si se quedaban trabajando conmigo y se atrevían a desobedecerme de nuevo.

            Eso contando con que los dejara vivir.

            Miré de nuevo a Nick, quien me observaba con ojos brillosos, los mismos que tanto adoré porque su mirada siempre mostró que me amaba más de lo que yo a él. Pero qué estúpida fui al no reconocer al lobo vestido de oveja que dormía a mi lado, olvidando fácilmente la mayor enseñanza de Frank Rothstein, el hombre que me llevó a la cima del poder.

 

            ¿Entonces tú no confías en mí?le pregunté a Frank cuando estábamos en la cama, me daba una de sus charlas luego de follarme.

            Por supuesto que no, princesa. Que te ame no significa que sea tan estúpido como para confiarte todo de mí, pero sí te has ganado más de lo que todos a mi alrededor respondió con la sinceridad que lo caracterizaba.

            Y no me molestó su declaración, era la más consciente de su vida y los riesgos a los que se enfrentaba por liderar u