MIS LIBROS

Trilogía Corazón

Corazón de Hielo

¿Sabes por qué no es bueno tener un corazón de hielo? Tras pasar dos años en una academia de artes marciales, Isabella obtiene luz verde para volver al país que le quitó la rosa más valiosa de su vida. Lista para tomar venganza y acabar con los malnacidos que le arrebataron a su madre, y empezando una nueva vida mientras pasa desapercibida, no esperaba toparse con aquellos ojos tan grises como un cielo oscuro después de una tormenta. Él no dejará que nadie la toque por una promesa de sangre que hizo. Ella es el blanco de una de las organizaciones criminalísticas más peligrosas del mundo. Cuando sus mundos se unen, empezará una guerra mucho más grande de la que se avecina. Dos personalidades, dos corazones: uno de hielo y otro de fuego. Un juego nunca había sido tan divertido, más cuando la pasión y el deseo están incluidos.

Corazón Oscuro

¿Podrá un corazón oscuro encontrar la redención y la verdad en medio de la violencia y la tentación? Después de pasar tres años en la oscuridad, Isabella regresa a Estados Unidos con un único objetivo en mente: cobrarse todo lo que le arrebataron. Con una sed de venganza insaciable, vuelve más poderosa, letal, sádica y sombría que nunca, liderando implacablemente La Orden del Silencio, una organización temida por muchos. En su búsqueda de justicia, se sumerge en un mundo de penumbras, secretos y ardiente pasión. Pero al encontrarse con uno de sus mayores adversarios, descubre que detrás de su máscara se esconde mucho más que un simple rostro. Él la mantendrá a salvo a toda costa. Ella no tiene necesidad de que nadie la cuide. Luchando por proteger su secreto mejor guardado, un tesoro que lo cambiará todo, Isabella se adentrará en un peligroso juego, donde el placer y el deseo se entrelazan con la vindicta. Una batalla épica, donde balas y traiciones acechan en cada esquina. Verdadero poder y determinación en una historia llena de guerra, acción y confrontaciones mortales.

Corazón de Fuego

¿Será suficiente el amor para perdonar? ¿Qué pasa cuando lo que tanto deseabas se cumple? ¿Cuándo lo imposible se vuelve posible? Pero sobre todo, ¿qué sucede cuando la traición llega de un gran amor? Isabella derritió un corazón de hielo sin prever que, en el proceso, el suyo se volvería oscuro. Cometió lo inimaginable por su insaciable sed de venganza, a tal punto, que se convirtió en lo que una vez odió. Sin embargo, también consiguió lo que anhelaba, lo que era imposible de volver a tener. Hasta que lo tuvo. Pero de la tormenta nunca se sale siendo la misma persona que ha entrado en ella, por eso, cuando él regresa, encuentra a una mujer con el alma consumida por el dolor y la oscuridad. A una reina que ama con intensidad y odia en la misma medida. Ahora ella es pecado y muerte. Y él, un penitente que tras haber librado su propio infierno, enamoró a la muerte. Juntos tendrán que jugar la partida más peligrosa de sus vidas, siendo los jugadores a los lados del tablero, y en ocasiones, las piezas. Aprendiendo a la vez que para destruir a los monstruos, ellos deberán convertirse también en uno. Y que por más fríos u oscuros que se hayan vuelto, será inevitable que el fuego que crean, cuando sus almas colisionan, haga arder el mundo. «No juegues con fuego si estás hecho de papel», le advirtieron. Pero para ese momento, ya se había quemado a mitad del incendio.

Perversa Seducción

En la vida hay secretos muy bien guardados, miedos tormentosos y momentos insuperables. Dolores que te marcan y personas que jamás superas, decisiones mal tomadas y consecuencias difíciles. Hay amores que matan y otros que mueren, personas que sacan tu luz y otras que te arrastran a la oscuridad. Amores correspondidos y amores prohibidos. Batallas fáciles y guerras perdidas. Hay personas que callan por temor y otras que juzgan por ignorancia. Hay pérdidas que te dejan un dolor irreparable y triunfos que te llenan de orgullo. Hay pasiones candentes, pero sobre todo existen Perversas Seducciones. Esas que te niegas a aceptar, pero que disfrutas en tu mente y en la soledad.

Orgullo Blanco

Aiden

«Para destruir a una de las familias más unidas, podría ser suficiente una promesa inocente». Nadie lo previó dieciocho años atrás, cuando aquel niño curioso juró amarla para siempre. Y, por supuesto, nunca imaginaron que un día esa niña sería como una Eva en tiempos modernos, ofreciendo la manzana que con facilidad se convertiría en un pecado letal. Para él, ella es el error más hermoso de su vida. Uno que le acarrearía el infierno incluso sabiendo a cielo. Para ella, él es la representación de lo incorrecto, aunque se sienta correcto. El hombre que ha anhelado que la mire como su reina, pero para el cual solo ha sido una princesa. Y cuando ambos sucumban a lo prohibido, descubrirán que, a veces, un desliz inocente puede ser la entrada al verdadero infierno; a ese que quema hasta hacer cenizas y aniquila sin piedad alguna.

Daemon

«Estaba jugando con fuego sin haber aprendido antes a no quemarme». Ella nunca imaginó la certeza implícita en sus palabras hasta que cometió el error de posar sus ojos en un hombre que, a pesar de estar rodeado de luz, tenía un destino plagado de oscuridad. Sin embargo, decidió revestirse con la ignorancia y ensordeció sus oídos para la verdad, optando por seguir con una mentira que le daba satisfacción momentánea. Y, sin planearlo, en el proceso terminó por convertirse en la bestia de un cuento en el que siempre se creyó Bella. Un títere en las manos de un titiritero que llegó a su vida vestido de la más inocente oveja. Él busca la paz dentro de una vida que lo ha mantenido en guerra desde niño, una luz al final del interminable túnel negro por el que ha caminado durante años; y cuando cree que la ha encontrado, descubre que los monstruos no se esconden en la oscuridad como tanto temió, sino en pleno día. Pero en sus ojos vio la esperanza que tanto añoraba, una ilusión que le impidió ver que ambos fueron creados con los mismos escombros de un pasado que al colisionar, le fracturarían el alma.

Resiliencia

«Llevaba en su sonrisa a un ángel y mil demonios en su cabeza». Ella sabe que él es ese tipo de hombre del cual las mujeres deberían alejarse, y no por ser el bad boy rompecorazones que promete el cielo, pero solo puede otorgar el infierno, sino porque ha sido testigo de los demonios que se esconden detrás de esos ojos gris miel que encuentra hasta en sus sueños. Sin embargo, cuando ambos se atreven a cruzar la línea de lo éticamente correcto y la pasión se vuelve más fuerte que la sensatez, descubren que dar un paso atrás no ayudará en nada y que, un beso puede ser el principio de una caída profunda; el pacto a una condenación perpetua. Él no quiere dañarla, ya que muy en el fondo de su ser sabe que ella es la única mujer capaz de darle cordura y a la vez desatar su locura, quien lo mantiene en paz apaciguando su guerra, quien le despierta la ternura y los demonios al mismo tiempo; pero le es inevitable alejarla de su oscuridad cuando su naturaleza lo reclama y desvela algo que jamás debió volver a recordar. Un pasado difícil de ignorar, lleno de sangre y dolor, de mentiras y venganzas, pero el mismo que les demostrará que incluso siendo piezas muy distintas de un rompecabezas, encajan a la perfección, convirtiéndolos a la vez a él en el rey que salvará a la reina, y a ella en la loba que aparenta temer cuando solo cuida la garganta de su macho. Ellos van a concluir un juego y, con eso, le pondrán fin a un imperio.

Heart Trilogy

Cold Heart

They say an adventure is most attractive when it’s dangerous or forbidden or when it’s presented to you by a guy full of tattoos with a cold heart. That’s what Isabella White believed when she made the mistake of falling in love with the most dangerous guy in town. At that moment, she discovered that not all relationships are wrapped in a cliché to last and that, to get it right many times, you have to fail. She also understood that sometimes darkness is more pleasant than light or that many times light attracts darkness, and that’s what Elijah Pride taught her. A dangerous guy who threatened her sanity and pushed her to the limit with the most remarkable boldness, the guy who made her see that for her, the good could become boring and the bad, very lethal. With him, she learned that many times love and pain goes hand in hand, and that can give you the greatest pleasure. But he refuses to love, and she is not satisfied with just playing. That will be her biggest obstacle. Will this girl be able to melt the cold heart of her beloved?

Dark Heart

After heavy blows and overwhelming losses, Isabella continues her life, rising from the ashes like a phoenix, but with a dark soul. The loss of her great love turns her into a cold and frivolous woman; the new order she joins makes her lethal and fearless to kill. The Order of Silence, the name of her new organization, introduces her to an unfamiliar world, although one of family heritage, that teaches her to operate stealthily and precisely. Thus, giving her the opportunity to fight the evil she hates and providing her with the patience to achieve her longed-for revenge against the Watchers. A matter of life keeps her away from her country. A matter of honor makes her return and face her greatest fear: the absence of her demon. Everything goes according to plan until the Watchers reappear to screw up her existence and, although she manages to deal with them, there is something she didn’t count on and complicates things for her: Shadow. He returns being a cold man with everyone but vulnerable to her, trying to protect her even though his orders are to hurt her. Trying to push her away yet wanting to win her heart and possess her body, offering her a clandestine love, surrounded by darkness as he cannot show her his identity. But nothing will be easy with him hiding behind a mask and she hides secrets that would make her vulnerable; when the ghost of a great love haunts them, enemy associations drive them apart and a soul reluctant to new opportunities. Can a dark heart see the light again?

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Fugaces

Essie, Noches Oscuras

Una nueva vida… Londres significó siempre un nuevo comienzo para Essie Black Stone, quien tras un trágico atentado tuvo que renacer y ya no más como la estrellita de sus padres. Decidida a crear sus propios recuerdos, se embarca en un viaje que devasta a su familia, pero que la reconforta a ella a niveles que nadie jamás entenderá. Con nuevos amigos, cambio de planes y conociendo el amor por primera vez, el destino le enseñará que puede ser muy caprichoso y peligroso, sobre todo cuando se disfraza y divide en dos hermanos, provocando que también se divida su corazón. Pasión y peligro… Esas palabras definen a la perfección a los hermanos Gambino, poderosos en su tierra y donde quiera que caminen. Ambos derrochan inteligencia, riqueza y dominio; la unión es su mayor fortaleza y la que los mantiene en la cima, intocables para sus enemigos. Pero esa se ve amenazada cuando se dejan envolver por la inocencia de una pelinegra que se desborda en sensualidad y pasión en cuanto cae en sus manos. Un imperio está a punto de ceder, demostrando que pasen los siglos o los años, una mujer puede ser capaz de destruir naciones, fidelidades, hermandades y asociaciones poderosas solo con una sonrisa. Y no será fácil resistirse a la Helena renacida de la oscuridad, una chica que con su inocencia y pasado hace caer al ladrón más buscado.

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Estaba en la parte favorita de mi apartamento, sentada sobre el alfeizar grande de la ventana que me regalaba una hermosa vista hacia la ciudad. A veces me tranquilizaba el silencio y pasividad, pero en otras ocasiones disfrutaba del ajetreo de las calles de Londres. La noche había entrado y ni siquiera sentí el tiempo al sumergirme en las páginas de aquel libro que devoré como hambrienta.

«Ladrón de recuerdos» era el título, escrito por un autor de moda que usaba un seudónimo para identificarse.

O para que no lo identificaran, según lo quisieran ver.

El libro ni siquiera lo escogí yo, me lo obsequiaron en mi cumpleaños número veintidós y era una de esas lecturas que mis padres no habrían aprobado jamás —y nada tenía que ver el que siendo mayor de edad todavía me controlaran, sino más bien a situaciones de nuestras vidas que nos marcaron de una manera cruel—. El objeto llegó a mis manos gracias a Oliver O’Kelly, uno de mis mejores amigos desde que llegué a Londres y acertó demasiado, ya que amé cada letra plasmada en esas páginas color arena.

¿Lista para mañana?

Leí en la pantalla de mi móvil tras haber desplegado la barra de notificaciones luego de recibir un WhatsApp. Se trataba de Dalia Montés, una guapa española que se convirtió en mi amiga y compañera, la conocí en Eckington Llanerch, una de las mejores instituciones a nivel mundial cuando de cocina se trataba; era la escuela culinaria a la cual me uní cuando llegué a Londres y no nos separamos desde entonces.

Juntas comenzaríamos un nuevo trabajo al día siguiente, aunque ella ya había trabajado antes en la compañía a la que nos uniríamos gracias a que su tía le conseguía un medio tiempo en las vacaciones.

Para mis padres no era de su agrado el tenerme lejos y, mucho menos que prescindiera de su dinero y comodidades, viviendo una vida lejos de los lujos que ellos podían darme, pero trataban de respetar la decisión que tomé desde el día en que pude valerme por mí misma tras pasar un par de años dependiendo de máquinas para sobrevivir o de los cuidados de mi madre.

 

Lista y ansiosa, ¿y tú?

Respondí a mi amiga y dejé el móvil a un lado para retomar mi lectura.

Mis padres no tenían ni idea de que me metería a trabajar, para ellos me encontraba estudiando y las vacaciones estaban lejos. Sin embargo, acabábamos de terminar el curso, pero decidí inscribirme en otro que comenzaría dentro de dos meses, mientras, tomé a bien aplicar para el puesto de preparadora en Joddy´s Healthy Food una compañía londinense de comida saludable creada por Casa Gambino, uno de los restaurantes italianos cinco estrellas más famosos del país y, al que muchos queríamos entrar para comenzar nuestra carrera como chef profesionales.

Por María Montés —tía paterna de Dalia— nos enteramos de que muchos de los chef del famoso restaurante salieron de Joddy´s, así que esperábamos correr con la misma suerte y unirnos pronto a Casa Gambino.

Más que lista estoy emocionada de volver, ya mañana sabrás la razón.

Respondió Dalia y negué, sobre todo porque tras ese mensaje me envió muchos emoticonos de diablillos.

«Antes soñabas con obtener tu licenciatura en trabajo social, querías unirte a nuestra ONG y viajar por el mundo para abogar por el bienestar de los niños», recordé a mamá decirme cuando le comenté sobre mis planes de viajar a Londres y estudiar cocina.

La verdad es que entendí la tristeza en su voz, de querer ser trabajadora social para trabajar en Pequeño Ángel —la ONG que fundaron mis padres años atrás— a chef había una gran diferencia y eso solo le confirmaba que la Essie Black Stone que un día conoció, su hija, su Estrellita como solían llamarme, no volvería más.

Perdí la memoria total años atrás, tras un atentado que sufrió alguien de mi familia y en el que me vi envuelta para mi muy mala suerte. Tuve un accidente cerebrovascular que me ocasionó demencia; creo que mi destino era morir esa noche, pero por alguna razón se torció y sobreviví, aunque renaciendo en alguien muy distinta y no solo por la carrera que quería sino también porque desde que desperté y fui capaz de valerme por mí misma, ya no me sentí parte de los Black Stone por mucho que lo intenté.

Eso no significaba que no quisiera a mis padres y hermano, claro que lo hacía. Sin embargo, la conexión entre nosotros —o al menos de mi parte— ya no fue la misma desde que comencé a tener consciencia.

Nunca le desearía a nadie —ni siquiera a un enemigo— pasar por lo que yo tuve que pasar. Para un recién nacido era más fácil porque desde el vientre de la madre ellos ya comienzan a conocer las voces de las personas que los rodean. Para un renacido podía volverse un infierno y todavía recordaba el miedo que sentí cuando abrí los ojos y me vi rodeada de extraños.

En ese momento ni siquiera pude identificar el sentimiento, solo sabía que el corazón me golpeaba el pecho con fuerza, la respiración se me cortaba y únicamente quería llorar.

Lo peor de todo era ver y escuchar hablar y yo no poder hacerlo, tampoco entendía nada. Actué por puro instinto y el miedo se convirtió en mi mejor amigo. Tuve que comenzar mi vida desde cero, aprender a dar mis primeros giros en la cama o a levantar la cabeza, luego a mover las piernas y dar mis primeros pasos.

La vergüenza fue el segundo sentimiento que experimenté, puesto que mi consciencia me hacía entender que no era correcto para una chica de mi edad hacer sus necesidades en un pañal desechable y, menos que alguien más tuviera que asearme, bañarme o vestirme. Tras eso caí en depresión y la tristeza y frustración no me abandonaron por un buen tiempo.

Mi madre fue quien estuvo a mi lado en todo momento y por eso aprendí a amarla mucho antes que a papá o a Dasher —mi hermano—. Laurel Stone fue la primera en entender que habíamos vuelto al punto de partida —aunque con más complicaciones que una mamá primeriza y su recién nacido—, donde aprendía a conocerme al mismo tiempo que yo a ella y así a veces olvidara que nada de lo de su anterior hija volvería, trataba de hacerme sentir cómoda a su lado.

Con mi padre y Dasher fue más complicado, puesto que ellos me seguían tratando como si nada hubiese pasado, hablaban de anécdotas del pasado con la esperanza de que recordara algo de ello y eso en lugar de ayudarme…me dolía. No lo sentía justo porque pretendían saber todo de mí e implantaban cosas en mi cabeza que ya no eran mías.

 

Ya no soy ella, deja de hablarme como si me conocieras le dije una vez a papá cuando sacó un álbum de fotos en lugar de leerme un cuento como el doctor había recomendado que hicieran todas las noches.

Habían pasado siete meses desde mi última operación, esa que resultó exitosa. Aprendí a hablar bien cuatro meses después de eso, caminar todavía se me dificultaba, pero ya era consciente de mis sentimientos, comenzaba a tener más raciocinio y tomar decisiones propias ya no se me dificultaba.

Esa noche entendí que ya quería al hombre que herí con mis palabras sin pretenderlo, porque cuando vi sus ojos brillosos por las lágrimas, mi corazón se rompió.

Papá, lo siento pedí arrepentida y me limpié una lágrima. Tras el dolor que vi antes llegó el asombro al escucharme llamarlo de esa manera, porque sí, era la primera vez que me refería a él por lo que era—. No quise dañarte, es solo que me duele que me hables de alguien que ya no soy y te niegues a conocer a tu nueva hija.

Abigail, mi prima, me había dicho meses atrás que no tuviera miedo de decirle a papá lo que me sucedía y lo incómodo que era para mí que me recordara a esa Essie, incluso le enseñó a mi hermano a que me conociera y por lo mismo ya me llevaba mejor con él.

Pero nunca me atreví a decirle nada a mi padre hasta en ese instante, cuando me cansé de que mi vida siguiera siendo una eterna noche oscura, donde mi rumbo no tenía sentido, ya que caminaba en la dirección de otros y no en la que yo quería.

Es-es la primera vez que me llamas papá señaló él con titubeos y me cohibí.

Lo sé, pero desde que conseguí esta nueva razón sé que lo eres y no solo porque me lo han enseñado así sino también porque lo siento aseguré.

Me tomó desprevenida cuando me acunó entre sus brazos y me apretujó con fuerza, comenzó a besarme la cabeza y a repetir la palabra «lo siento tanto». Después de estar triste se mostró feliz, eufórico y mi corazón se aceleró con emoción.

No le mentí, sabía que era mi padre porque lograba sentir ese amor tan inmenso que me profesaba. Yo era su estrellita y me gustaba mucho que me llamara así a pesar de no demostrárselo. Y desde ese día todo cambió entre nosotros, puesto que al fin entendió que esa Essie entre sus brazos era alguien nueva, renació y necesitaba crear sus propios recuerdos.

 

Aunque la convivencia siguió siendo un poco difícil, ya que yo seguía siendo una especie de recién llegada a la familia. Ellos ya tenían sus recuerdos juntos, sus vivencias, anécdotas divertidas y unas no tanto, todas esas cosas que caracterizaban a una familia de verdad y no me gustaba incomodarlos cuando tenían que privarse por no hacerme sentir mal.

Poco a poco fui recuperándome por completo y llegó un momento en el que necesité crear mis propios recuerdos, pero con personas que no supieran nada de mí para sentirlos reales. Fue allí cuando la decisión de mudarme llegó a mi cabeza y, aunque a mis padres no les agradó la idea y menos a mi hermano, tuvieron que aceptarlo.

 

Londres fue mi casa por un par de años y te aseguro que es un excelente lugar para comenzar de cero —Recomendó Abby cuando le comenté mi decisión, ella se convirtió en una gran amiga aparte de ser mi familia y admito que era con la que mejor me llevaba.

 

Mi vida en esa ciudad inglesa era lo más real que tenía después de despertar de la inconsciencia, el nuevo comienzo que tanto añoré desde que vivía en Estados Unidos —el país que me vio nacer y crecer, el mismo que me dio todo y también me lo quitó todo—. En Londres vi una oportunidad de encontrar mi identidad, de forjarme a mí misma y así pareciera egoísta o malagradecida, en ese país al fin respiré tranquila y crecí a pasos agigantados, avancé como se suponía que tenía que avanzar rodeada de mi familia, pero lo cierto era que no sentía ya a esa familia como mía por mucho amor que me dieran.

Cuando ya eran las diez de la noche decidí dejar de leer y puse un marcapáginas en el libro para no perder la parte en la que me quedé. Me fui para el baño y tras eso me metí entre las sábanas de mi cama. Tenía que tomar unos medicamentos para controlar mi presión arterial y el hipertiroidismo que me aquejaba luego de las operaciones y, uno de ellos me provocaba insomnio, así que dormir fue una tarea bastante larga.

«Si te animaras a conseguirte un tío guapo, no pasarías por esas noches tan difíciles». Recordé a Dalia decirme eso y sonreí.

Los tíos guapos como ella los llamaba, no estaban en mi lista de prioridades por el momento… ¡Carajo! Ni siquiera sabía lo que era besar o tener sexo, es más, no tenía ni la menor idea de si era virgen. Y si sabía todas esas cosas era gracias a mamá, que sin ningún pudor me instruyó y explicó situaciones que, para mi pobre cerebro de bebé fueron bochornosas.

Y claro que conocía a muchos chicos guapos, Oliver era uno de ellos, pero él no contaba porque le gustaban los hombres igual o más que a Dalia, así que no me daría lo que según nuestra amiga, yo necesitaba. Sin embargo, nadie llamaba mi atención como para querer experimentar todo lo que veía en la tele o leí en ese libro que mi amiga me convenció de comprar cuando fuimos a la librería.

—Un tío guapo —susurré para mí y sonreí.

Esa noche me dormí pensando en lo que imaginaba que era conocer a alguien que te provocara más insomnio que un medicamento y te dejara sin la estabilidad emocional que solo un libro podía provocar.

 

____****____

 

Al día siguiente Dalia pasó por mí para irnos a nuestro nuevo trabajo. Me sentía emocionada por iniciar una nueva aventura y conocer a otras personas con la misma pasión que nosotras. Aprendí a cocinar gracias a Aiden, otro de mis primos y hermano de Abby, quien utilizó la cocina para acercarse a mí sin tener idea de que me llamaría tanto la atención y terminaría por quererlo como carrera.

Cocinar me relajaba y perfeccioné mi lectura y escritura con las instrucciones e ingredientes de ciertos platillos que Aiden me retaba a hacer. Gracias a maestros privados completé mis estudios básicos y por lo mismo no se me dificultó entrar a la escuela culinaria.

Cuando llegamos a Joddy´s Healthy Food, el chico que sería nuestro encargado ya nos esperaba; nos habíamos conocido en la entrevista que hicimos, por lo mismo pasamos de las presentaciones y nos fuimos directo a conocer las instalaciones que se convertirían en nuestro nuevo hogar por un tiempo.

La cocina por supuesto sería nuestro campo, pero era necesario que también nos familiarizáramos con el área de etiquetado, la bodega, las oficinas y la zona de control de calidad.

Joddy´s era una compañía bastante grande para ser nueva, y tenía a muchos empleados; era también como una especie de prueba para los chef que ansiábamos entrar a un restaurante cinco estrellas para adquirir experiencia.

Mis padres querían ayudarme a tener mi propio restaurante, sin embargo, opté por comenzar de cero y así conocer más el mundo al que deseaba pertenecer.

—María las va a entrenar en lo básico, ella se unirá a ustedes en un momento —avisó William, nuestro encargado.

—¿Dónde está? —inquirió Dalia, noté que le hacía ojitos a William y negué.

—Con Charles, nuestro jefe y con Izan Gambino —respondió él de buena manera, sin importarle que mi amiga estuviese siendo una entrometida.

—¡Uh la la! —expresó Dalia con coquetería. Ella tendía a ser una sin vergüenza en muchas ocasiones— ¿Y se puede saber qué hace ese guaperas por aquí? —preguntó con más interés del que debía y temí que ese posiblemente sería su primer y último día en Joddy’s.

William la miró con sorpresa, pero incluso así fue muy amable en responderle.

Demasiado para ser sincera.

—Él y, en algún momento también su hermano, van a tomar posesión de los negocios de sus padres, así que Izan se ha incorporado hoy para manejar Joddy´s Healthy Food.

Carraspeé un poco fuerte y tomé a Dalia del brazo dándole un pellizco en el proceso cuando la vi con intención de seguir haciendo sus preguntas fuera de lugar.

Porque la conocía bastante y sabía que no preguntaba solo por intereses laborales.

—En serio, gracias por el recorrido que acabas de darnos, William. Estamos muy emocionadas por comenzar —le dije y me sonrió.

—No agradezcas, es un honor tenerlas en la familia —respondió.

—¡Ostras, tía! Que aguafiestas que eres —me reprochó Dalia cuando William se alejó para pedirle a una compañera que nos asistiera mientras María llegaba.

—Me lo agradecerás cuando dures al menos un mes en el trabajo —le dije y negó— ¡Por Dios, Dalia, apenas es nuestro primer día y ya te expresas así de uno de los dueños! ¡Y frente a un compañero de trabajo! —largué y sonrió con picardía.

—Si ya conocieras a Izan, me entenderías —aseguró y bufé rendida, provocando que ella se riera con diversión.

—No lo sé, Dalia, pero sí te aseguro que incluso conociéndolo, me apegaría a las reglas de la compañía. Sobre todo a esa que dice que no se permiten relaciones entre compañeros de trabajo —señalé.

—¿Y quién te dijo que quiero una relación con Izan o qué él quiere una con cualquier mujer? —inquirió más divertida que antes y la miré con el ceño fruncido.

—¿Y con un chico? —pregunté sin pensarlo.

—No lo creo, es solo que tiene una historia y desde entonces nunca se le ha visto con pareja —explicó.

—Como sea —dije entonces, regresando del camino equivocado por el que me estaba yendo.

Minutos más tarde María llegó y nos saludó muy contenta de vernos. Ella se había convertido en una gran chef desde diez años atrás y la mayoría del tiempo trabajó en Casa Gambino como la jefe de cocina, pero según me comentó su sobrina, le ofrecieron mejores beneficios y paga cuando nació Joddýs y desde entonces se convirtió en la cocinera estrella de la compañía.

Joddy’s Healthy Food nació para crear alimentos sanos para los deportistas o personas que querían llevar una vida saludable, pero que no tenían tiempo para cocinar y, debido a que por un tiempo fui una consumidora asidua de ellos, sabía que preparaban la mejor comida que alguna vez comí. Un poco costosa, sí, pero deliciosa y por lo mismo iban creciendo día con día.

Para entrar a la cocina era obligación quitarnos la joyería si llevábamos, vestirnos con batas blancas debidamente esterilizadas, gorros desechables —y no hablaba del típico gorro de chef sino más bien a uno quirúrgico— y protección para los zapatos, a parte de un lavado de manos bastante minucioso, mascarillas y gafas transparentes.

Para muchos ese trabajo podía ser común, pero ahí en esa cocina encontré a varios chef populares y otros famosos, cosa que nos sorprendió en demasía. Por esa razón no nos sorprendió comenzar como ayudantes.

Dalia había trabajado en la zona de empaquetado, por eso desconocía la presencia de esas personas que creímos que solo veríamos como dueños de sus propios restaurantes o en hoteles cinco estrellas.

—¡Madre mía! Qué recompensa tan buena la que estoy teniendo por haberme portado bien esta semana —exclamó Dalia de pronto.

Ambas estábamos en la mesa de picado junto a María, esta última se encontraba a mi lado y Dalia frente a nosotras, por lo tanto le dábamos la espalda a lo que sea que Dalia veía.

—¡Joder, cariño! Un día me vas a meter en problemas —repuso María al mirar a donde lo hacía su sobrina.

Imité la acción de ambas y giré la cabeza, justo en ese instante dos hombres estaban entrando a la cocina vestidos igual que nosotros, el primero era un señor de aproximadamente cincuenta años, de estatura media, un poco delgado y cabello canoso, pero estaba completamente segura de que fue el segundo tipo quien hizo que Dalia reaccionara como niña malcriada a punto de cumplir un capricho. No podía decir mucho de él puesto que por el vestuario no apreciaba sus rasgos, sin embargo, esa altura de alrededor de un metro ochenta —o más— y su postura, me indicaba que debajo de esa bata había músculos y detrás de esas gafas y mascarilla, un rostro atractivo.

El porte era el de un hombre que sabía lo que provocaba, y no solo en el sexo opuesto, y los tatuajes que sobresalían en su cuello le daban un toque de chico malo como los que describían en los libros. Y acepto que nunca sentí, lo que en ese momento, al ver a un hombre.

Mi impresión fue bastante cuando nuestras miradas se cruzaron y, aunque ninguno de los dos la mantuvo por mucho tiempo, fue suficiente para que tragara con dificultad y mi corazón se acelerara dos palmos.

—Si ya lo conocen, por favor díganme que detrás de esa mascarilla no hay un chico sin dientes —musité bajo y Dalia no pudo evitar reírse.

—¡Madre mía! Vosotras me vais a meter en serios problemas —advirtió María con su acento español bien marcado—. Seguid trabajando por favor, el señor Charles se está encargando de que Izan conozca bien su nuevo parque de juegos —avisó y lo último captó mi atención.

Fue como si ella no estuviera de acuerdo en que ese chico tomara las riendas de la compañía.

—¡Vale, tía! Pero déjame disfrutar de que Essie al fin muestra interés por un chico, aunque sea en uno equivocado —pidió Dalia.

La miré con el ceño fruncido y entrecerré los ojos, era la segunda vez que insinuaba algo de Izan y no estuve segura de si lo dijo porque el chico era uno de esos que consideraban un peligro, o porque ella había puesto sus ojos en él.

—Sigue por favor, cariño. Corta eso un poco más delgado —me pidió María asentí.

Cogí otra zanahoria para hacerla en finas julianas y seguí con mi trabajo, sin embargo, tuve que ser más cuidadosa, ya que minutos después escuché la voz de dos hombres a mis espaldas y me puse nerviosa de una manera que nunca esperé. Fue como si cuerpo y sentidos percibieran algo que mi mente no. ¿Una señal buena o mala? No lo sabía, lo único que sí podía asegurar es que mis vellos se erizaron y mi mente trató de hacer clic con algo que no logré encajar.

¡Maldita cabeza! 

Dalia me observó como intuyendo mi estado y vi que sus ojos se achicaron en señal de que se reía de mí. No obstante, el reflejo en sus gafas protectoras me distrajo, puesto que por ellos vi a quiénes pertenecían las voces.

—¡Carajo! —chillé en el momento que me corté un dedo.

—¡Essie! —exclamó María al verme y me cubrí el dedo con la mano en cuanto vi la sangre.

—¡Ostras, cariño! ¿¡Estás bien!? —inquirió Dalia y corrió hacia mí.

El escozor que me provocó el corte no era nada en comparación a la vergüenza que me embargó, era inaudito que me sucediera eso y si me despedían cuando apenas iba comenzando, no me quejaría, ya que ese descuido de mi parte era tomado como imperdonable para mi ex maestro y con mucha razón.

Cuando manipulabas objetos filosos en la cocina, por mucha experiencia que tuvieras debías mantener la concentración y lo olvidé como si fuese una novata.

—Oye, déjame ver —pidió de pronto el señor Charles y agradecí tener puesta una mascarilla que cubriera mis mejillas rojas por la vergüenza.

No lo sentí llegar a mí, de repente lo tuve enfrente y me cogió de la muñeca con mucho cuidado. Solté mi dedo y la sangre corrió del corte como si fuese agua saliendo de una fuente.

—Tranquila, no es profundo, pero la sangre tiende a ser muy escandalosa —dijo y tomó un paño que María le entregó.

Ellos al no ser parte de la cocina debían usar guantes para entrar, así que no le importó que mi sangre lo manchara un poco.

—Perdóneme —pedí deseando que la tierra me tragara.

—El que aquí haya profesionales no significa que no pasen estás cosas, niña. No te disculpes por un accidente —pidió siendo amable—. Salgamos de aquí y te llevaremos a un área adecuada para revisarte y tomar la decisión de llevarte a un hospital si es necesario.

Puso una mano en mi hombro y me alentó a seguirlo.

Ni siquiera quise ver a mi amiga o a su tía en el momento que el señor Charles les indicó que continuaran con su trabajo y menos al chico que nos siguió.

Hasta en ese instante supe que se quedó cerca y si alguien me hubiese dicho que el día que conociera a un tipo que llamara mi atención me pasaría eso, juro que habría preferido no hacerlo.

—Izan, si lo prefieres te buscaré en tu oficina cuando me asegure de que lo sucedido no es grave —dijo mi nuevo jefe, y esperaba que no se convirtiera en ex tan pronto.

—Mejor deja que yo me encargue de ella —pidió él y por el tono de voz que utilizó intuí que no lo decía como opción.

Mis nervios se alocaron más y sobre todo cuando el chico se quitó el gorro permitiendo que viera su cabello negro. Lo llevaba recortado de los lados, desde el frente hacia la nuca y un poco más largo del medio, pero no fue hasta que se arrancó la mascarilla y las gafas que deseé que la tierra en verdad me tragara por el bochornoso momento que acababa de ofrecer frente a él y los demás.

Verlo fue entender por qué ningún hombre llamó mi atención antes, él era hermoso de una forma que se podía considerar pecado, porque de seguro incitaba a pensamientos perversos. De ojos oscuros y cejas pobladas, nariz recta y perfilada con una argolla en un lado de ella. Sus labios gruesos y rosados me indicaban que eran el delirio de muchas personas y la combinación de su piel blanca los hizo resaltar junto a esa dentadura perfecta que mostró cuando le dijo algo más al señor Charles que no escuché.

El tatuaje en su cuello le abarcaba parte de la mandíbula sin estropear ese rostro aguileño y perfecto, llevaba una barba incipiente y piercings en las orejas —dos en una y uno en la otra— y cuando hablaba unos pequeños hoyuelos se formaban en sus mejillas.

—¿Te llamas Essie? —inquirió con interés al caminar más cerca de mí y tuve que alzar la cabeza para verlo.

Sí, tenía que medir un metro ochenta o más y calculaba que era de mi edad o un par de años mayor.

Y su voz… ¡Dios mío! No sé en qué hechizo acababa de caer, pero debía ser uno poderoso escondido en ese tono melodioso y oscuro que acarició mis tímpanos y recorrió mi torrente sanguíneo como el más letal de los venenos.

—Sí —musité suave cuando logré espabilar un poco mi estupidez.

Culpe al shock que me provocó ese accidente.

—Ven conmigo —pidió y un escalofrío me recorrió el cuerpo completo cuando puso una mano a la altura de mi omóplato derecho para que caminara a su lado.

Olía de maravilla, su fragancia era fresca con un toque de chocolate; la sentí a pesar de mi mascarilla.

La salida de la cocina daba de inmediato con unos escalones y los subí a su lado hasta que pasamos por el área de control de calidad y luego llegamos a una oficina. Había archiveros por todos lados y un pequeño escritorio con dos sillas.

—Siéntate aquí —dijo y me llevó hasta una de las sillas.

De un cajón de uno de los archiveros sacó un botiquín y lo abrió para buscar algodón, alcohol, una crema, gasas y esparadrapo.

—Esto de verdad es vergonzoso —me atreví a decirle cuando haló la otra silla y la puso frente a mí para luego sentarse.

—Cortarse no debería ser vergonzoso, doloroso tal vez —señaló y su voz ronca activaba ciertos sentidos en mí que no creí que fuera posible despertar—. Déjame revisarte —pidió.

Cerré las piernas como estúpida, como si él me hubiera insinuado otra cosa.

¡Joder! ¿¡Qué pasaba conmigo!?

Me tomó las manos y juro que vi un atisbo de sonrisa que desapareció de manera fugaz; con cuidado descubrió el corte, el paño se había pegado un poco por la presión que hice en la herida y siseé de dolor sin poder evitarlo.

—Calma —dijo, pedía algo imposible.

Él también usaba guantes, pero la manga de la bata se subió un poco y me dejó ver parte de un tatuaje.

Me corté el dedo índice justo entre la yema y la uña, pero como dijo el señor Charles, no era una herida profunda y no necesitaría puntos de sutura; bastaba con desinfectarla, parar el sangrado, que por fortuna ya había disminuido, y aplicar una crema cicatrizante junto a una gasa para protegerla.

Ese chico lo sabía y lo hizo tal cual, pero me dejó en jaque cuando al poner alcohol sopló con delicadeza para evitar un poco el escozor. No obstante, ese se esfumó cuando los nervios se apoderaron de mí. Su acción se sintió bastante íntima y no sabía si era porque su belleza me tenía embobada.

No hablé durante los minutos que dedicó a auxiliarme y me atrevía a decir que tampoco respiré, pues lo que me estaba pasando era irreal.

—Es una suerte que haya sido un corte superficial —dijo cuando estaba terminando de pegar el esparadrapo.

—Menos mal —aseguré con ironía y con la otra mano me saqué las gafas.

En ese momento sonrió y me miró al entender lo irónico de mis palabras.

¡Dios mío! En serio era muy guapo y más allá de eso.

Me atreví a sacarme la mascarilla, ya que comenzaba a ahogarme y deseé volver a ponérmela cuando su sonrisa murió al verme por completo.

¡Mierda!

No me consideraba una chica fea, al contrario, me gustaba lo que veía en el espejo cada vez que estaba frente a uno, pero ese chico logró que por primera vez me sintiera insegura.

—Dime que estás bien —pidió de pronto y carraspeó.

Había estado inclinado hacia mí todo el tiempo, pero en ese instante retrocedió el torso y se sentó recto.

—Lo estoy, aunque muy avergonzada con usted y los demás —respondí.

Quise agregar que también estaba cohibida por su reacción al verme, e insegura, pero lo omití.

—Yo en cambio estoy feliz, Essie —aseguró pronunciando mi nombre de una forma que erizó mi piel y medio sonreí alzando una ceja—. Feliz de haberte ayudado y de estar aquí —añadió y recostó su espalda en el respaldo de la silla.

No sé si me equivocaba, pero vi que soltó una bocanada de aire y me miró a la vez que de manera casi imperceptible negó, como si ni él mismo creyera dónde estaba y con quién.

—¡Hey, chicos! ¿Cómo va todo? —dijo el señor Charles de pronto, sorprendiéndonos a ambos al llegar de sorpresa.

Me puse de pie de inmediato.

Izan alzó la mirada desde su posición y fue intimidante su manera de verme, así que decidí que era mejor concentrarse en Charles.

—Fue algo superficial, pero como usted dijo, la sangre es muy escandalosa —confirmé y me sonrió.

Charles iba sin máscara y descubrí que se veía como un señor bastante amable y comprensivo. Entabló una pequeña plática conmigo y de soslayo vi a Izan llevarse la mano a la barbilla y quedarse pensativo. Aunque de vez en cuando volvía a poner su atención en mí y se quedaba viéndome por demasiado tiempo con expresión un tanto incrédula, situación que me ponía muy nerviosa.

Mi nuevo jefe —y me refería a Charles— me dio la opción de irme a casa a descansar o quedarme en el trabajo viendo lo que los demás hacían para seguirme familiarizando con el lugar y las personas, así que opté por lo último ya más tranquila de que no sería mi último día en Joddy´s Healthy Food.

 

—Bueno, es hora de volver al trabajo —dije cuando Charles volvió a dejarnos solos y antes me pidió que lo llamara por su nombre y le quitara el señor.

Izan se mantuvo callado todo el tiempo y solo respondió con monosílabos cuando Charles le dijo algo, pero a él no pareció molestarle e intuí que esa era la forma de ser del chico sentado frente a mí.

—En serio, muchas gracias por lo que hizo por mí —añadí y se me cortó la respiración cuando se puso de pie.

Esa altura me intimidaba demasiado, pero más me impactaba la reacción que estaba mostrando ante ese chico.

—No me trates de usted, eres solo dos años menor que yo. Tienes veintidós y me haces sentir viejo —Alcé una ceja por la sorpresa de que supiera mi edad.

—¿Cómo sabes mi edad? —quise saber y retrocedí un paso cuando sentí que se acercó mucho a mí.

Por una tonta razón que estaba descubriendo con él, no me molestaba que invadiera mi espacio personal, pero tenerlo tan cerca era como alzar la cabeza viendo al cielo para poder mirarle el rostro y por lo mismo prefería alejarme.

—En realidad sé la de Dalia y luces de la edad de ella —explicó— ¿Me equivoco? —Sin la mascarilla y con esa cercanía, su aroma me golpeó más de lleno y quise respirar profundo para llenarme de ella.

Pero parecería una loca a punto de obsesionarse y más con ese tono de voz que estaba utilizando conmigo.

—No —susurré.

Y recordando las reglas de la compañía, esa advertencia de Dalia que todavía no conocía bien y el hecho de que no tenía experiencia con los hombres a menos de que fueran literarios, decidí que era mejor poner suficiente distancia con el chico que me miraba como si quisiera comerme.

—Debo volver al trabajo, Izan —recordé más para mí y noté un amago de sonrisa que logró hacerme temblar—. De nuevo, gracias por tu ayuda —dije y me di la vuelta para marcharme de una buena vez.

—¡Essie! —me llamó y me paralicé en el instante que puso una mano en mi antebrazo para detenerme.

Ya no usaba guantes, así que vi los tatuajes en ella y sabía que si corría la manga de su bata descubriría que el arte en su piel seguía y temí que querría descubrir hasta donde terminaba.

—Me alegra que estés bien —aseguró y con sutileza me zafé de su agarre.

—Gracias a ti —le respondí y vi un brillo en sus ojos oscuros que no supe descifrar y tampoco me convenía averiguar, así que me marché de inmediato al darme cuenta de que ese a ti estuvo demás.

Y mientras caminaba de regreso a la cocina, trabajé con respiraciones profundas y lentas para apaciguar mi corazón, porque conocer a ese chico y estar tan cerca de él, ocasionó un desastre en mi interior del cual necesitaba recuperarme lo más pronto posible.

Era como si mi subconsciente reconociera que Izan Gambino podía ser sinónimo de peligro.

Dalia estaba saliendo de la cocina justo cuando comencé a bajar los escalones, ya iba sin la bata y la vi tirar el gorro y las protecciones de los zapatos en la basura.

Miré el reloj inteligente en mi muñeca izquierda para confirmar que eran las diez de la mañana, el momento para coger nuestro primer descanso.

—Dime que todavía tienes dedo —pidió en cuanto llegué a su lado y reí.

—Por suerte solo fue un susto y mi enorme vergüenza —aseguré mientras me quitaba la bata y la tiré en un depósito exclusivamente para eso.

La imité a ella al quitarme el gorro e intenté hacer lo mismo con las protecciones de los zapatos, pero ella me detuvo.

—Deja, yo te ayudo, cariño —pidió y negué.

—Tranquila, puedo hacerlo por mí misma —aseguré agradecida de su ayuda.

—Tía Mari se fue a las oficinas principales del otro lado, la llamaron para que atendiera algo así que no tomará su descanso —avisó y asentí, luego me dejé guiar por ella hacia el cuarto de descanso— ¿Quién te ayudó con eso? —quiso saber señalando mi dedo.

No sé por qué sonreí al responderle.

—Izan Gambino —musité y sus ojos se abrieron con sorpresa.

—¡Ostras, tía! Ven conmigo —pidió y no me dejó decirle más.

Pasamos del área de las mesas en donde todos aprovechaban para descansar un rato y me guio hasta los baños de mujer. Solo había dos cubículos en esa área, a parte de los casilleros donde las mujeres dejábamos nuestras pertenencias.

Debido a que la compañía tenía varias áreas de trabajo y solo dos para descanso o para tomar el almuerzo, salíamos a horas distintas, por esa razón solo fuimos nosotras al entrar al baño y casilleros.

Dalia se sentó en una de las bancas de madera y me pidió que tomara lugar a su lado.

—¿Estás segura de que Izan te auxilió? —inquirió y la miré frunciendo el ceño.

—¿El chico que llegó con el señor Charles era Izan? —quise saber, creyendo que me confundí, aunque lo dudaba porque escuché a mi jefe llamándolo por ese nombre.

—Sí —respondió.

—Pues entonces sí, quien me ayudó fue Izan.

—¡Joder! No me lo puedo creer —exclamó y sentí que fue muy exagerada.

—¿Por qué? A mí me pareció un tipo muy amable —dije recordando su manera de curar mi herida, fue demasiado cuidadoso.

Dalia pegó una sonora carcajada.

—Cariño, creo que hablamos de personas distintas porque el Izan que yo conozco, de amable no tiene nada.

—¿Cómo es el que tú conoces? —me animé a preguntar y sonrió divertida al ver mi interés.

Pero con gusto comenzó a decirme todo lo que sabía de Izan Gambino.

Y no, no es que fuera un tipo borde, al contrario, saludaba siempre a todo el personal de la compañía o ayudaba si era necesario cada vez que llegaba de visita, aunque sí era un chico de pocas palabras que se dedicaba solo a entablar una relación de trabajo con las personas. Y cuando recién lo conocían podían tacharlo de engreído o un chico consentido que solo chasqueaba los dedos y le cumplían los deseos.

Su seriedad lo caracterizaba y más lo mucho que se apartaba de quienes lo rodeaban y según Dalia, cada vez que llegó a la compañía antes, solo se entendía con el señor Charles quien resultó ser también su padrino.

—Según tía Mari, hay muchas chicas de aquí que han intentado acercarse a él con la intención de que ese monumento se cuele entre sus piernas sin importarles las reglas, pero Izan las manda a tomar por culo.

—¿Y los chicos? —inquirí.

—Nunca he escuchado nada de él con tíos, puede ser que sea reservado en eso —respondió.

No lo juzgaría si decían que era gay y mucho menos comentaría que era un desperdicio por serlo, ya que cada quien amaba a quien se le diera la gana. Sin embargo, no deseé que lo fuera y su manera de cuidarme con mi accidente me dio una pequeña esperanza por muy absurdo que pareciera.

—Tía Mari dice que Izan estuvo viviendo un tiempo en el exterior y allí tuvo una novia. Su primer amor según las malas lenguas y la mía que no es tan buena —añadió haciéndome reír y entendí por qué encontré raro que el acento de él fuese distinto al de los londinenses—, pero algo pasó entre ellos que hizo que la tía lo dejara y él cayó en depresión por causa de la ruptura. Y cuando te hablo de depresión no lo digo de manera literal sino en serio, sus padres tuvieron miedo de que tomara una decisión fatal y lo pusieron en control psicológico por lo mismo. Desde entonces Izan ya no volvió a enredarse con nadie y creo que lo hace más por su salud mental. Y si acaso se le ha visto con alguna chica es pasajero. Acostones de una noche o máximo una semana, mas nunca una mujer que tome en serio.

—Por eso me dijiste que me fijé en el equivocado —señalé—, porque es un jugador de primera.

—Por eso y por su familia, pero ese es otro tema del cual no debemos hablar y menos aquí —me recordó.

Recordé que Dalia me había mencionado que había cámaras por todos lados, e imaginé que por eso fue su advertencia.

Seguimos hablando de la familia Gambino por el resto del descanso y vaya que me enteré de muchas cosas. Dalia aprovechó el tiempo cuando trabajó en la compañía para las vacaciones y se nutrió de mucha información con la ayuda de su tía.

Los Gambino eran una familia italiana de cuatro, con raíces norteamericanas —aunque no me dijo de qué país exactamente—. El padre era italiano de nacimiento, la madre una mezcla; tenían dos hijos, ambos hombres e Izan era el menor. Al mayor no lo conocían, ya que nunca visitaba Londres; según mi amiga prefería Italia y le dejaba a su hermanito reinar en Londres.

Francamente no entendía lo de reinar o el que María dijera que Joddy´s se convertiría en su parque de juegos. Más bien pensé que lo subestimaban por ser el hijo de los dueños de uno de los restaurantes más famosos de la ciudad y de una de las compañías con mayor éxito.

Regresamos al trabajo cuando la hora llegó y en ese instante me dediqué solo a observar y a ayudar en lo que no se me dificultaba. Nuestros compañeros eran muy amables y nos enseñaron con gusto las tareas que tendríamos que desempeñar solas dentro de poco.

De vez en cuando miraba hacia la puerta con la ilusión de que un tipo alto, tatuado y guapo volviese a entrar, razón por la que me regañé en muchas ocasiones durante el resto del día, ya que si bien el chico me impactó con su belleza y esa aura atractivamente peligrosa, también entendía que Dalia no estaba equivocada: Izan no era el indicado para que llamara mi atención de esa manera. Y entendía sus ganas de protegerse después de la decepción amorosa que atravesó y por lo mismo sabía que se volvió frío, un punto enorme y suficiente para alejarme.

Mi caso era similar, perdí mis recuerdos y toda mi vida con el atentado, situación que me llevó a alejarme de mi familia y algunas personas que dijeron ser mis amigos, no quise estar con nadie a mi alrededor que ya me conociera porque esa dejó de ser mi vida y necesitaba comenzar de cero con gente que desconociera todo de mí para hacerlo más fácil.

Nunca supe si tuve novio, si me enamoré al punto de la idiotez, si amé o hice locuras por amor. Si sufrí por decepciones amorosas, si caí en depresión porque algún chico me dejó; no tenía idea de si alguna vez hice el amor o continuaba siendo virgen.

Nada.

A mis veintidós años solo recordaba haber vivido tres y el primero fue un desastre total.

Y por mi experiencia tratando de huir y de protegerme de recuerdos que ya no eran míos, entendía a Izan e imaginaba que el menor de los Gambino buscaba algo similar a mí: vivir nuevas experiencias sin exponerse al dolor del pasado, o en mi caso, de lo que suponía que fue el pasado.

No obstante, nuestras formas de encontrarlo eran distintas, él cerrándose a lo que lo dañó, y yo huyendo.

—Para ser el primer día, no estuvo mal —dijo Dalia cuando salimos de la cocina.

La hora de ir a casa había llegado.

—Habla por ti —ironicé y rio.

—¡Hey! Hasta mañana, damas —exclamó el señor Charles cuando entramos al área de descanso.

La salida se encontraba ahí.

Él estaba acompañado de un hombre que desconocía y al cual le daba unas indicaciones, pero el otro a su lado jamás lo desconocería desde ese día y de hecho, era el mismo tipo que rondó por mi mente durante toda la jornada de trabajo.

Izan ya no llevaba bata, no. Solo una camisa negra y lisa de mangas cortas que me dejó ver sus brazos totalmente tatuados. Su pantalón casual era gris oscuro y le ajustaba perfecto en las piernas, calzaba zapatos del color de la camisa y supe que no me equivoqué antes: ese chico tenía músculos muy bien definidos, hombros anchos y una cintura estrecha donde de seguro también había músculos que no creí que fueran fáciles de hacer y, ya que estaba de lado también noté que tenía un trasero que cualquier mujer envidiaría, incluida yo.

—Gracias, señor —dijimos con Dalia al unísono.

El otro tipo a su lado también nos saludó y deseó una buena tarde, pero Izan captó toda mi atención de una manera increíble. Y no habló a nadie, no obstante, su mirada y media sonrisa me dijo lo que su boca no pudo.

O no quiso.

—Hasta mañana —dije hacia él sin poder evitarlo y le sonreí.

—Cuida esa herida —fue su respuesta y despedida.

Pero fue su amago de sonrisa lo que me bastó para comenzar a entender que la próxima herida ya no sería en mi piel.

 

____****____

 

—¿Hasta mañana? ¿Es en serio? —inquirió Dalia cuando nos subimos al coche y rodé los ojos.

Seguía incrédula por mi despedida con Izan.

—No sé tú, pero conmigo ha sido amable. Así que no le veo nada de malo al haberme despedido de él —me defendí y la tonta se rio de mí.

—Es obvio que es amable contigo, quiere llevarte a la cama así que tiene lógica que no sea borde como lo es con todo el mundo —largó y su comentario me molestó mucho por la burla ponzoñosa incluida.

Me hacía sentir como la chica más estúpida del planeta.

—¿Te molesta tanto? —espeté y no la dejé responder— Y no creo que sea así conmigo solo por llevarme a la cama. Confío en mí misma y en mi capacidad de llevarme bien con los chicos sin que haya sexo de por medio —apostillé y me miró con sorpresa—. Además de que pienso que tú te empeñas en ver solo el lado malo de él, ¿o ya has intentado saludarlo y no solo comértelo con la mirada? Porque eres guapa y bien podrías darle un buen polvo.

—¡Joder, Essie! No te enojes —pidió y negué.

—No, Dalia. Creo que lo juzgas mal y el hecho de que sea hombre no significa que no lo incomode tu forma de mirarlo, porque he visto cómo lo desnudaste con la mirada hoy y pueda ser que por eso Izan sea borde contigo.

—¡Ostras, tía! Que te he dicho que no te enojes. Tienes razón, vale.

—Izan es el chico más malditamente guapo que he conocido, lo acepto. Y sé que él sabe lo que provoca en las mujeres, pero, Dalia, eso no significa que tienes derecho a pasarte de esa manera, ¿o no te molesta a ti que un tipo te desnude con la mirada? —seguí, porque en realidad me molestó su manera de hablarme— ¿No te has puesto a pensar que la borde seas tú y no él, ya que lo ves solo como un pedazo de carne?

—Me cago en la puta, Essie —se quejó cuando al fin me callé y solté el aire que había retenido.

La cabeza comenzó a dolerme por no permitir que el aire me llegara al cerebro y supe que necesitaba mi medicamento de inmediato.

Dalia iba cogiendo con fuerza el volante sin dejar de ver a la carretera, con el rostro colorado e incrédula por mi reacción y todo lo que le solté.

Y de verdad ni yo creía aún esa reacción que tuve, desconocí esa necesidad que me embargó de defender a ese chico sin siquiera conocerlo; aunque era de las que pensaba que no era bueno tachar a nadie de nada solo por lo que otros te decían, no obstante, no era de defender a personas que apenas conocía.

—Nunca te había visto así en el tiempo que tengo de conocerte —añadió y estuve de acuerdo.

Y no era la primera vez que la veía desnudar a un chico con la mirada, pero nunca me importó ni lo vi como algo grave hasta ese día.

Todo estaba pasando demasiado rápido.

—Y, aunque tienes razón en todo lo que me dijiste, no dejo de pensar en que estás siendo muy territorial con ese chulo —Rodé los ojos.

Con el tiempo aprendí algunas de sus jergas, aunque muchas veces todavía me quedaba buscando señal hasta entenderle.

—Te gusta, ¿cierto? —quiso saber y negué.

—No es guapo, es hermoso. El primer chico que me ha impactado de esta manera, pero no te dije todo eso solo por su físico, sino también porque fue amable conmigo y no lo vi con ninguna otra intención —aseguré y en ese momento fue ella la que negó—. No soy una idiota o ilusa, aunque así lo creas.

—¡Ya! Está bien, Essie, lo siento y te lo repito, tienes razón en lo que me dijiste y discúlpame por lo que insinué. Solo te pido que tengas cuidado, cariño y que recuerdes que yo conozco un poco más de ese tío a diferencia de ti.

—Dejemos este tema por la paz —pedí yo.

—Hecho —aceptó y lo agradecí.

Todavía sentía la sangre caliente por el pequeño agarrón que tuvimos y, aunque no pensaba en dejar de hablarle, sí quería dejar de verla y estar sola en la tranquilidad de mi apartamento; me urgía tomar una ducha, comer algo y sentarme en el alfeizar de mi ventana junto al único mejor amigo que tenía de verdad. Ese que en lugar de juzgarme me ayudaba a distraerme, a desconectarme de la realidad y a no preocuparme por el día a día.

Y gracias al cielo tras hacer lo que quería y luego acomodarme en mi lugar favorito, cogí a mi fiel compañero en ese instante y abrí sus páginas hasta dar con la que dejé pendiente la noche anterior.

Ladrón de Recuerdos trataba sobre Megan, una chica que tras un accidente perdió la memoria y años después al estar recuperada conoció al amor de su vida, pero las teorías que se formaban en mi cabeza con cada párrafo leído, cada vez me decían que Jessi —el chico que la tenía loca— también era el causante de aquel hecho que robó sus recuerdos.

—Hola, mamá —saludé justo a las siete de la tarde.

Eran las dos de la tarde en Virginia y ella esperaba me llamada luego de un mensaje que le envié.

Le pregunté cómo estaba ella, papá y mi hermano como casi siempre lo hacía. Papá obviamente estaba a su lado así que también lo saludé y les conté parte de mi día omitiendo que estaba trabajando.

Con mamá era con la que más charlaba y me divertía, ella siempre tenía una pregunta fuera de lugar o incluso bochornosa la mayoría de las veces, pero ya me había acostumbrado y su forma de ser me alegraba hasta en los peores momentos.

Admiraba su forma de ver la vida y quería aprenderle eso.

—¿Mamá? ¿Y tu pregunta sobre si hay algún chico guapo en mi vida, dónde está? —inquirí cuando pasó mucho tiempo y no la hizo.

Ya me estoy convenciendo de que en Londres no hay ninguno o tú necesitas un ajuste —soltó y pegué tremenda carcajada.

La primera vez que me dijo lo del ajuste se arrepintió y hasta lloró pidiéndome disculpas creyendo que me había ofendido, yo en cambio me reí de eso. No me molestó ni lo tomé como una broma de mal gusto, al contrario, me gustaba que fuera tan espontánea y olvidara lo que me pasó. Eso me hizo sentir normal.

¡Espera! ¿Quieres que haga esa pregunta? —dijo emocionada y me reí— ¡Carajo, amor! No me ilusiones ni hagas que a tu padre le dé un infarto con una falsa alarma! —suplicó y entonces me carcajeé— Estrellita, esa risa no es solo por diversión, espera, espera —exclamó más eufórica y vi el móvil cuando me avisó del cambio de llamada normal a videollamada.

Mamá tenía una mascarilla verde puesta en el rostro y el cabello negro en un moño malhecho.

Todos opinaban que me parecía a ella, pues también tenía el cabello negro —aunque corto luego de raparlo todo debido a las operaciones a las que fui sometida—, labios gruesos como los suyos —los míos eran un poquitín más llenos, pero con las misma forma—, ojos grandes y almendrados, nariz casi idéntica, rostro aguileño y cuerpo esbelto. Sin embargo, papá aportó lo suyo y no solo el esperma, ya que mi color de ojos era idéntico al de él y por supuesto que tenía que heredarme las pecas.

Muchas de ellas.

Dime que hay un inglés guapo y grandote —Leí en sus labios puesto que no hizo ningún sonido.

Laurel, te estoy viendo en la pantalla —se quejó papá y eso me hizo reír.

Él también tenía puesta la misma mascarilla y usaban pijama idéntico a pesar de ser las dos de la tarde en su ciudad. Acababan de llegar de un viaje, así que solo les apetecía descansar y pasar horas en la cama sin importar la hora.

O eso fue lo que dijo papá que hacían, con un tono de advertencia sin embargo que intuí que no era para mí.

Me encantaba eso de mis padres, que no importaba el tiempo o los años, ellos se acoplaban perfecto a las épocas.

—Mamá es una exagerada, papá —dije con cara inocente.

Y sin embargo, insististe por primera vez con esa tonta pregunta —señaló y sonreí avergonzada.

A ver, amor. Dame cinco que necesito ir a la cocina por un té —intervino mamá y salió de inmediato de la cama.

¡Que ahora te vayas no me hará olvidar lo que ya escuché! —gritó papá y mamá rodó los ojos.

Casi corrió fuera de la recámara y solo cuando cerró la puerta volvió a hablar.

¡Listo! Quiero saberlo todo —demandó y negué.

Pero le conté todo lo que me pasó ese día, omitiendo que sucedió en el trabajo, ya que ella al igual que papá tenían esa absurda necesidad de investigar y estudiar los lugares donde estaría y me hacían sentir como una tonta que todavía no sabía escoger los pasos que daría.

No obstante, había descubierto que dejando de lado lo anterior, a mamá podía contarle lo que fuera y no me juzgaría, ni siquiera me corregía. Se limitaba a aconsejarme y guiarme, haciéndome saber lo bueno y lo malo. Así que con confianza le hablé sobre mi accidente, por qué me sucedió y quién me distrajo; le di hasta el detalle más mínimo de cómo Izan me cuidó y mencioné la opinión de Dalia, admitiéndole también que por primera vez me sentí abrumada e impactada por un chico y que solo cuando cogí mi libro y me perdí entre sus páginas, logré sacarlo de mi cabeza.  

—¿Y por qué te asusta sentirte así? —preguntó cuando terminé de contarle todo.

Sí hizo su té y hasta se lo estaba terminando de beber.

—Porque acabo de conocerlo, mamá. Solo lo he visto hoy y que me impacte de esta manera, al punto de no poderlo sacar de mi cabeza y sentirme en un nube solo porque fue amable conmigo y no lo es con los demás, me hace sentir como una novata inmadura que se emociona por nada—señalé lo obvio.

¿Y te han dicho que para que alguien te guste o te impacte así se necesita tiempo de convivencia? ¿Hay reglas o límites de tiempo? —Negué con la cabeza— Hija, no te diré que es el primer amor o enamoramiento, pero obviamente es la primera vez que un chico te gusta, eres nueva en esto y por las descripciones que me has dado de él, ese jovencito me tuviera loca hasta a mí si no amara a tu padre.

—¡Mamá! ¡Por Dios! —exclamé riéndome de su descaro.

¿¡Qué!? Es cierto, amor —afirmó y negué—. Y siendo totalmente sincera, yo me acosté con tu padre la primera vez que lo conocí porque desde que lo vi me sentí en una nube —confesó y mis ojos se desorbitaron—. Y que quede claro que no estoy diciendo que hagas lo mismo…bueno, si quieres hazlo.

—¡Carajo, mamá! ¿¡Cómo es posible que sea yo la que te pida que te midas en lo que me dirás!? —inquirí y blanqueó los ojos tal cual lo hizo con papá antes.

¡Ya! A lo que voy es, que yo no me detuve por lo que tu padre me hizo sentir y en su momento me asustó, eh, no mentiré. O porque recién acababa de verlo por primera vez, ya que las relaciones, el primer amor, el amor en sí  es cuestión de química no de tiempo. Por eso me lancé con él y así nuestro camino haya estado lleno de espinas, no me arrepiento, Essie y por más de veinte años he sido la mujer más feliz del mundo.

Lo sabía, lo noté al poco tiempo de conocerlos.

—¿Y qué pasaría si Dalia tiene razón y él solo quiere llevarme a la cama para luego dejarme? —pregunté con vergüenza.

Bueno, con él también conocerías lo que es tener un corazón roto y la decepción que vivirás te enseñará a ser más fuerte.

—Eso no me ayuda —me quejé.

Estrellita, el amor y el desamor son parte de nuestro ciclo vital así como la vida y la muerte —me recordó y suspiré—. Para que sepas lo que es ser feliz antes debes conocer la tristeza, para valorar la riqueza muchas veces pasarás por la pobreza y, para aprender a ser fuerte siempre vas a tener que ser débil antes, amor. Pero jamás te detengas por el miedo, porque eso solo te hará vivir en un mundo de incertidumbre. O no te dejará vivir en realidad.

Entendí su punto y lo compartía. De hecho también era consciente de que me estaba ahogando en un vaso de agua y todo se debía a los nuevos sentimientos que estaba experimentando; era como una adolescente metida en el cuerpo de una joven de veintidós años y por un balazo en la cabeza tuve que volver a ser niña y crecer mentalmente a la velocidad de la luz, por lo mismo había situaciones que me las salté y cosas en las que sería una novata por mucho tiempo.

—No sé por qué por un momento creí que me dirías que me alejara de ese chico porque solo me rompería el corazón —dije con burla y ella rio.

No, hija mía. Soy mujer y fui joven, tengo los pies bien plantados en la tierra y sé que el desamor lo vas a vivir tarde o temprano. Además de que te amo con toda mi alma y no te mentiré jamás o te encerraré en una burbuja por más que me duela lo que atravieses. Como madre tengo la esperanza de que sigas mis consejos siempre para que no sufras tanto, pero si no lo haces… puedo prometerte que estaré allí para ti, para consolarte y para hablar mal del cabrón que no te valore.

—Eres única —le dije con un nudo en la garganta.

Sí, Estrellita. Lo soy —se mofó haciéndome reír—, así como tú también lo eres y sé que te he dado un buen ejemplo como mujer y con tu padre te hemos mostrado lo que es tener un amor sano, y si alguien te ofrece menos que eso, confío en que lo dejarás para esperar al chico o a la chica que te dará tu lugar como reina —añadió y sonreí feliz de tenerla como mi madre.

  

Logré dormir un poco más tranquila y menos abrumada después de hablar con ella, me hizo sentir mejor con sus palabras y ya no como una tonta que se ilusionaba con la primera sonrisa que le daban.

Y no era la primera en realidad, pero sí la única que había hecho que mi corazón se acelerara.

Mamá tenía razón en eso, Izan no era el primer chico extremadamente hermoso que veía, no. En Londres había demasiados y varios de ellos me miraron con interés y sonrieron con malicia cuando me conocieron, pero no sentí nada hasta que ese Gambino llegó y cambió mi rutina en cuestión de segundos.

¡Carajo! Ni siquiera lo había visto por completo cuando hizo que mis nervios se alocaran, su presencia bastó. Fue química como dijo mamá y ya estaba en mí controlarme para no desilusionarme o seguir en ese camino sin freno alguno.

 

____****____

 

Por fortuna o por desgracia, como quisiera tomarlo, mi semana laboral continuó sin la presencia de Izan. Alguna veces escuché que estaba en la compañía, mas no se asomaba por la zona de trabajo y se limitaba a mantenerse en su oficina. Y sí, de cierta manera me sentí triste, aunque también entendí que eso era una señal de que no debía precipitarme con mis sentimientos.

Evité hablar de él con Dalia para que no me juzgara ni tachara de nada por un interés que al parecer era solo mío, pero sí estuve atenta a escuchar todo lo que algunos compañeros de trabajo decían de su familia.

María se perdía cada vez que Izan estaba en su oficina y Dalia bromeaba con su sospecha de que a su tía le gustaban los yogurines. Y me reí cuando dijo tal cosa, aunque por dentro sentí una punzada de decepción porque podía ser cierto.

Hasta pensé en que esa era la razón por la que el chico mandaba por un tubo a las chicas que se le acercaban —como aseguró Dalia—. Podía ser que tuviese algo a escondidas con María, quien era una mujer en sus cuarenta muy hermosa, soltera y de buenas curvas, ya que invertía su tiempo libre en cuidarse, así que no me parecía raro que los hombres, ya fueran mayores o menores, babearan por ella.

—¿Te irás conmigo hoy? —quiso saber Dalia y negué.

Todavía no aprendía a conducir. Me dijeron que antes podía, mas ya no y le tenía pavor a coger un coche. Mi presión arterial se iba a las nubes con la sola idea de tener que sentarme frente al volante, así que prefería pagar Uber o viajar con mis amigos.

Estábamos en la sala de descanso cogiendo nuestro almuerzo.

—Oliver vendrá por mí, necesita que le ayude a comprar algo para su chico —avisé.

—¿Irás a la fiesta de cumpleaños mañana? —quiso saber con emoción.

Oliver era amigo de ambas, lo conocimos en la cafetería que frecuentábamos todas las tardes después de salir de la escuela culinaria. Él era el dueño y fuimos una especie de celestinas entre él y Arthur —su actual pareja—, así que sí, debía estar presente en el cumpleaños del alma gemela de mi mejor amigo.

—Obvio que sí, de hecho creo que me quedaré con ellos esta noche y antes de que sueltes una de tus payasadas, le advertí a Oliver que no quería servir de mal tercio, pero aseguró que por hoy se portarán bien.

Dalia se rio de lo que dije y sabía la razón: ni yo creía que Oliver fuera a cumplir.

Había leído sobre gemidos y parejas que hacían el amor —aunque evitaba las lecturas con escenas eróticas siempre que podía—, pero escucharlos era otro nivel y terminé con un trauma luego de quedarme con Oliver y Arthur una noche tras una de sus fiestas. Los tontos no pudieron aguantar las ganas e hicieron lo suyo sin importarles que tenían a un alma inocente en la otra habitación.

Su alboroto fue tanto esa noche, que no pude quedarme en mi habitación y tuve que ir a la de ellos para asegurarme de que estaban bien, pues llegó un momento en que no supe si les dolía o les gustaba lo que se hacían tras unos gemidos que parecieron más a alaridos.

Por supuesto que Oliver le contó a Dalia lo sucedido y por un rato fui la burla de ellos, claro está que hasta yo terminé riéndome de mi ingenuidad.

Desde esa noche traté de evitar dormir en casa de Oliver, pero cuando debí hacerlo ya no me tomaron desprevenida y mejor dormí con los audífonos puestos.

—Prepara una buena playlist, cariño, porque a esos dos les encanta echar un quiqui cada que tú llegas —recomendó.

Y sí, no dudaba en que fueran a follar por mucho que Oliver prometiera lo contrario.

—¿Mari no nos acompañará hoy? —pregunté cambiando de tema y negó.

—Supongo que se está echando un quiqui también con su yogurín —respondió y negué.

No sé si lo hacía por probarme o porque en verdad creía que María tenía algo con Izan. Y al principio me afectó que dijera tal cosa, sin embargo, con los días me hice a la idea de que podía ser cierto así que mejor lo acepté.

—¿No te da miedo crearle un problema por lo que dices de ella? —inquirí recordando las reglas de la compañía.

Aunque supuse que con él no se aplicaban por ser el jefe.

—Claro que no, porque esto solo lo comento contigo, con nadie más —aseguró y asentí.

El día transcurrió normal, tranquilo. Sin metas esa vez, ya que el día anterior habíamos sacado una orden de dos mil platos preparados para un supermercado.

Así era en Joddy´s, días de locos y días tranquilos.

Justo a las tres de la tarde vi mi reloj cuando recibí una notificación de mensaje, era Oliver avisando que ya estaba saliendo de su casa para ir por mí y sonreí al leer su recordatorio de no olvidar mis audífonos.

—Idiota —susurré para mí y escondí bien el reloj bajo la manga de mi bata.

—William, ¿sabes dónde está Mari? —inquirió mi amiga cuando el susodicho llegó.

—Deberían estar por llegar, ya que se fueron desde la mañana —avisó él.

—¿Deberían? —preguntó Dalia.

—Ella e Izan —confirmó él y mis cejas se alzaron casi por inercia.

Dalia murmuró algo y me miró, tenía los ojos achicados así que deduje que estaba sonriendo con picardía, puesto que esa respuesta de William le daba más realce a sus sospechas.

Justo a las tres y treinta ambas estábamos registrando nuestra salida en la computadora de escritorio que designaron para eso. Me fui a los casilleros a tomar mis cosas y me apresuré sabiendo que Oliver ya tenía un rato esperándome. Dalia se quedó porque William le pidió algo y ella encantada aceptó ayudarle así que me despedí y prometimos vernos al día siguiente.

Cuando salí ubiqué a Oliver, su coche estaba estacionado al lado de un deportivo blanco, mi amigo se había salido del suyo y se recargó en la parte trasera para mirar embobado al que reconocí como Lamborghini y me reí de él.

—Arthur estaría celoso en este momento —le dije cuando me acerqué y lo distraje.

Oliver iba muy guapo como siempre y el cabello rubio y largo esa vez se lo había recogido en una coleta pegada a la nuca.

—Mi vida, qué hermosa estás —exclamó y le sonreí para luego darme la vuelta y que me apreciara mejor.

Nuestro uniforme era un pantalón negro ajustado —para las mujeres— y una chaqueta filipina blanca con negro como las tradicionales. Y no importaba que usáramos una bata por higiene cuando estábamos en la cocina, siempre debíamos vestir el uniforme oficial de un chef.

Oliver decía que soñaba con verme vestida así y al fin se le estaba cumpliendo.

—¡Uh la la! —exclamó y le moví las caderas riéndome.

Aunque me puse más roja que un tomate en el momento que las puertas del Lamborghini se abrieron y me permitieron ver a María saliendo del lado del copiloto y a Izan del lado del piloto.

¡Mierda! El coche tenía los vidrios tintados y cerrados, por lo mismo asumí que estaba solo y Oliver también, puesto que se sorprendió tanto o más que yo al ver al chico alto —más que él— vestido con pantalón negro y camisa blanca junto a unas gafas de aviador, pasar por su lado.

—Luciendo bien el uniforme, eh —murmuró María hacia mí con mucha diversión y no supe si reír o llorar.

—Lo siento, no sabía que estaban dentro —dije para ambos y ella rio.

—Lo notamos —repuso Izan y tragué con dificultad.

—Hasta mañana, Essie —se despidió María siguiendo su camino y le hizo un asentimiento a Oliver.

Ni siquiera pude presentar a mi amigo con ella.

Por alguna razón Izan no siguió a Mari de inmediato y sentí que se quedó viendo a Oliver por demasiado tiempo.

Carraspeé incómoda.

—Oliver, él es Izan, nuestro jefe —me animé a decir y mi amigo asintió hacia él sin demostrar que en su mente ya estaba desnudando a semejante ejemplar vestido similar a mí—. Izan, Oliver es mi mejor amigo —terminé y en ese momento sentí su mirada en mí, aunque las gafas no me permitieran ver sus ojos.

—Tu mejor amigo —satirizó, pero le tendió la mano a Oliver.

—Gran coche, ¿eres italiano, cierto? —dedujo mi amigo e Izan sonrió.

Se dieron un apretón de manos.

—¿Se nota? —inquirió él sardónico y lo miré embobada.

—Algo —respondió divertido Oliver y miró un detalle del coche de Izan del cual me percaté hasta ese instante.

Tenía tres rayas en la parte de abajo de la puerta, eran los colores de la bandera italiana.

—Excelente producto nacional —añadió Oliver y me puse roja por haber entendido el doble sentido implícito.

—¿El coche o yo? —se mofó Izan.

Abrí la boca con sorpresa, no lo pude evitar.

Obviamente el tipo sabía la belleza que poseía y demostró que así como podía ser amable para unas personas y borde para otras, también se le daba el ser un engreído.

—Ambos —respondió Oliver.

—Bien, esto ya se volvió incómodo —bufé y los dos me observaron con diversión.

En serio no quería estar presente con esa tensión cortando el aire.

—No te preocupes, mi vida. No estamos ligando, tu jefe sabe lo que quiere y está muy seguro de lo que es, así que no tiene ningún problema con soltar esos comentarios o con que se los suelten, ¿cierto? —dijo hacia él.

Izan se subió las gafas y me miró a los ojos en ese instante.

—Cierto —respondió seguro y se relamió los labios volviéndolos brillosos y más rosados.

¡Vaya suerte la de María! Si es que de verdad tenía algo con él.

Y para mi desgracia, en ese momento supe lo que era sentir envidia.

—Bien, los dejo seguir con su camino —añadió entonces Izan y ambos asentimos. Comenzó a caminar hasta pasar por mi lado—. Te veo, luego —dijo hacia mí y me regaló una sonrisa que me dejó más idiota de lo que ya estaba.

Ahí iba de nuevo esa sensación de nervios y revoloteo en mi estómago.

—¿Izan? —lo llamó Oliver y solo en ese instante noté que había estado viendo mi reacción ante ese chico— Mi novio cumple años mañana y sería bueno que nos acompañaras a la fiesta si te apetece y no tienes nada mejor que hacer —lo invitó tomándome por sorpresa.

Izan lo miró y alzó las cejas, pero luego puso su atención en mí.

—¿Tú irás? —me preguntó y sentí que mi cerebro estaba comenzando a fallar de nuevo porque no logré mover la lengua para responder.

—Por supuesto que irá, no se lo perdería por nada —respondió Oliver por mí y volví a ponerme roja.

¡Dios mío! ¿Qué me pasaba?

—Entonces iré —aseguró Izan y olvidé cómo respirar.

—Será en el Café A Little Peace que está una calle abajo de Eckington Llanerch —indicó mi amigo.

Izan nunca dejó de mirarme.

—Bien, entonces hasta mañana, Essie —se despidió.

No respondí.

No pude.  

Me metí al coche de Oliver todavía sin creerme lo que acababa de pasar. Con muchas preguntas dándome vuelta en la cabeza y dudas que pronto me provocarían una tremenda jaqueca.

—Amor, como no comiences a hablar me veré tentado a darte un golpe en la cabeza —advirtió Oliver cuando ya habíamos recorrido un buen tramo y lo miré incrédula.

Él casi nunca me llamaba por mi nombre, siempre tenía un apelativo cariñoso para mí y una vez confesó que era porque le recordaba a su hermanita menor, misma que perdió debido a una enfermedad terminal.

—¿Por qué invitaste a Izan a la fiesta de Arthur cuando eres tan cerrado con las personas que recién conoces? —dije, pudiendo hablar al fin— ¿Y cómo es eso de excelente producto nacional? —añadí más con tono de reclamo.

Oliver comenzó a reírse.

—Mi niña hermosa, si a ti ya solo te falta cargar un pañuelo para limpiarte la baba cuando lo ves —aseguró por lo primero que pregunté y me avergoncé— y no te culpo, ese tipo está como quiere. ¡Joder! Si te hace pecar con el pensamiento con solo verlo y te juro que ahora mismo tengo un remordimiento de conciencia y la necesidad de pedirle perdón a Arthur, porque la próxima que vez que follemos, ten por seguro que voy a imaginarme a tu jefe.

—¿¡Qué demonios, Oliver!? —chillé y le di un golpe en el brazo.

—¡Auch! —se quejó y me asusté porque por un momento perdió la dirección del coche.

—¡Dios! Lo siento, Oli. No quería pegarte fuerte —dije y sobé justo donde le golpeé.

—Aja, esa ni tú te la crees —comentó con diversión y negó—. Y qué buena mano tienes, amor. No esperé que un golpe tuyo doliera tanto —señaló mis brazos flacuchos y presioné los labios para no reírme.

—Lo siento —repetí.

—Y respondiendo bien a tu pregunta, lo invité porque vi tus ojitos al verlo. Parecías una damisela viendo por primera vez a un príncipe —se burló y quise volver a golpearlo, pero me contuve—. Así que solo quise ser el celestino esta vez —añadió y me hundí en el asiento del coche.

Solté tremendo suspiro y Oliver me miró sorprendido y divertido a la vez.

—¡Oh mierda! Yo creí que era algo del momento, pero ese suspiro y esa carita de tontuela me están diciendo que ya escuchas las campanas de boda, te ves caminando hacia el altar y hasta ya pensaste en el nombre que vas a ponerle a tus hijos —exclamó riéndose.

—¡Joder, Oliver! No te burles —exigí y se carcajeó.

Mas no me hizo caso y solo negué y me hundí más en el asiento, pensando en que lo que dijo tenía algo de cierto. No me imaginaba ni campanas ni boda y menos nombres de hijos, pero sí me estaba ilusionando y apenas tenía una semana de conocer a Izan, hablamos solo una vez o dos con la de esa tarde y tenía la espinita de que a lo mejor estaba en algo con María, así que en definitiva no iba por el mejor camino, aunque no lo podía evitar por más que lo intentara.

Incluso pensando en lo que me dijo Dalia sobre él y en las grandes posibilidades de terminar con el corazón roto, Izan me estaba afectando demasiado.

—Dalia opina que Izan es amable conmigo solo porque quiere llevarme a la cama —le dije rato después con un tono de tristeza que no esperé.

—Bueno, pues aprovéchalo, amor y deja que te dé la follada de tu vida para que te enteres por ti misma que en la cama, los gemidos de placer y dolor son fáciles de confundir.

—¡Mierda, Oliver! ¿¡Es en serio!? —largué riéndome después de estar triste.

Por supuesto que él también se rio, justo en ese momento llegamos al centro comercial y estacionó el coche, pero no nos bajamos.

—A ver, ya hablando en serio —dijo y supe que se había puesto en modo terapeuta y eso me gustó porque sus consejos siempre eran buenos—. Amo a Dalia, pero muchas veces la chica habla desde sus sentimientos más oscuros y pueda ser que no se equivoque e Izan solo quiera llevarte a la cama, sin embargo, ese es un riesgo que vas a correr con todo los hombres, no solo con él —aclaró y me hizo ver algo que había olvidado.

Oliver tenía toda la razón, corría el mismo riesgo con todos por muy buenos que parecieran ser.

—Y a veces, los tipos que se te presentan con las mejores intenciones resultan ser los más cabrones, cariño. Al menos con Izan sabes a lo que te arriesgas y si llegase a suceder, no te decepcionará tanto como con uno que te bajó el cielo y las estrellas antes de bajarte las bragas.

Me recosté en su hombro y reí, sus palabras iban cargadas de la más pura verdad.

—Pero también te puede sorprender, amor. Porque por muy cabrones que seamos los hombres, siempre hay alguien capaz de volarnos la cabeza y cuando llega, no hay poder humano que impide que caigamos como unos idiotas. Y con esto no quiero decir que tú serás la caída de ese tipo ni que te ilusiones más, solo quiero que tengas claro que no debes dejar de vivir por miedo.

Recordé a mamá al escucharlo, su consejo fue el mismo. Así que volví a enderezarme para verlo al rostro.

—Ábrete a las experiencias, conócelo si es lo que quieres. No tengas miedo de mostrarle que te gusta y si quieres irte a la cama con él, hazlo, solo protégete y no me refiero a que te cuides de un embarazo o enfermedad sino también a que protejas tu corazón. Ya sabes que hay una gran posibilidad de que solo quiera follarte, pero tú no sabes si ya después de hacerlo será a ti a quien ya no le gusta ni ilusiona Izan. Quien sabe que la tenga chiquita y en lugar de gemidos te provoque risa, aunque lo dudo. Noté su paquete y se veía grande.

—No me jodas, Oliver. ¿¡Viste eso!? —inquirí y asintió con una risita.

—Me es imposible no hacerlo, amor, No sé, es como adicción en mí verle el paquete a tipos guapos —confesó y mis ojos se desorbitaron.

—Idiota pervertido —bufé.

—Al menos ya te advertí que la tiene grande y con eso ya te evité una decepción —se mofó y negué divertida.

 

Seguimos hablando unos minutos más dentro del coche y, junto a la plática que tuve con mamá, logró que ya no me sintiera tan tonta por lo que Izan me provocaba, ambos aseguraban que era normal y que al ser la primera vez que alguien me afectaba, los sentimientos tendían a volverse más intensos.

Luego nos adentramos al centro comercial y recorrimos cada tienda habida y por haber en el lugar. Por mi parte, odiaba ir de compras y solo lo hacía si de verdad necesitaba algo e iba directo al grano, pero por Oliver terminé haciendo una excepción y juntos buscamos el regalo perfecto para Arthur. Mi amigo lucía más emocionado que yo por mi interés en Izan y el saber que existía la posibilidad de que al siguiente día volvería a verlo, así que fui fácil de convencer cuando entramos a una tienda de ropa y Oliver me aconsejó comprar algo lindo para usar en la fiesta.

Al final del día salí del centro comercial con varias bolsas en mano y un gato negro de felpa bajo el brazo.

Extrañaba a mi Luna, el gato que siempre me acompañó cuando estaba en casa de mis padres, el de felpa bajo mi brazo era idéntico a él, así que lo representaría mientras lograba tener a mi amigo conmigo. Cuando convenciera a papá y a mamá de que no volvería a Estados Unidos.

 

____****____

 

Al día siguiente amanecí un poco trasnochada, ya que en efecto, Oliver no cumplió su palabra, aunque esa vez los escuché solo porque tuve curiosidad, pero me arrepentí luego de recordar la confesión de mi amigo sobre imaginar a Izan.

            Estuve tentada a ir a la habitación y confesarle todo a Arthur, pero la lealtad de mi amistad con su pareja me detuvo.

            Ese día el Café cerró para poder decorar el lugar con globos y adornos dorados y negros; Oliver había pensado hasta en el más mínimo detalle para agasajar a Arthur y me sentía emocionada. Una voz en mi interior me susurraba a cada momento que esa emoción se debía a otra cosa o a una persona en realidad, pero la ignoré.

La fiesta estaba prevista para comenzar a las siete de la tarde y justo a las cuatro Oliver insistió en que quería maquillarme y peinarme, pasé del peinado, ya que no me gustaba recogerme el cabello porque eso permitía que las cicatrices en mi cabeza se vieran. Había una en especial que sobresalía en mi sien derecha y solo podía ocultarla con el cabello suelto.

Mi amigo entendió la razón y por lo mismo no insistió, en lugar de eso lo alació de forma perfecta.

Él y Dalia sabían que fui sometida a operaciones en la cabeza, pero nunca les hablé del motivo real y menos de que perdí la memoria. Terminé por contarles una mentira y en ocasiones me sentía mal por ello, mas trataba de olvidarlo.

Oliver era excelente maquillando, así que no me sorprendió cuando me vi en el espejo, con colores ahumados en los párpados y un delineado de ensueño junto a unas pestañas largas que se encargaban de enmarcar mis ojos y resaltar el color.

La iluminación en los pómulos marcaba más la forma de mi rostro y la nariz me la perfiló como si me hubiese sometido a una rinoplastia. Las cejas eran otro nivel con ese relleno que realizó y las mejillas con tono dorado me daban un toque de bronceado único.

Y mis labios seguían viéndose gruesos incluso con el labial en color melocotón que lucía un poco más pálido que mi piel.

 

—¡Mierda! Hasta yo me he enamorado de ti al verte así —halagó Arthur al verme salir de la habitación cuando la hora irnos llegó.

Oliver escogió el atuendo también por mí, así que iba vestida con un enterizo supercorto y con un poco de vuelo que lo hacía confundir con un vestido. No tenía escote por lo que se cerraba justo en mi cuello y de mangas largas. Era azul marino con detalles de florecillas blancas y un cinturón para dar mejor forma. Las sandalias de plataforma beige, altas y con agarre negro en los tobillos fueron lo único que elegí yo, ya que incluso los aretes de aro grande eran a elección de mi amigo.

—No me tientes a cancelar la fiesta —advirtió Oliver y me reí.

Nos fuimos justo cuando consideramos que la mayoría de invitados había llegado y al estar en el Café, Arthur fue recibido como una celebridad. Él también estaba guapo esa noche, con el cabello recién cortado y muy bien peinado, la barba la tenía afeitada a la perfección y el nuevo piercing en su nariz le daba ese toque rebelde que a mi amigo lo volvía loco.

Dalia ya estaba ahí con otras conocidas y me acerqué a saludarlas, mi amiga me halagó y le devolví los piropos puesto que también iba muy guapa con su mini vestido dorado y sandalias de tira. A diferencia de mí, ella podía lucir su cabello —también negro— recogido sin tener que dar explicaciones incómodas del por qué llevaba feas cicatrices.

Yo era más baja, así que incluso con plataformas de diez centímetros, Dalia seguía siendo más alta. Y, en ningún momento le comenté que Oliver había invitado a Izan a la fiesta y no fue por lo que opinaba sino más bien porque mientras las horas pasaban, perdía las esperanzas de que el chico se hiciera presente. A lo mejor tuvo que hacer otra cosa más importante, o planes más interesantes, que asistir a una fiesta de gente que recién conoció.

La pasamos un rato con Arthur y Oliver cuando los invitados lo permitieron y nos reímos de las payasadas que mi amigo y Dalia soltaban a cada segundo, pero admito que nunca dejé de ver hacia la puerta esperando a que Izan se hiciera presente.

Y Oliver lo notó, de hecho estuvo a punto de decirme algo al respecto, pero con disimulo le pedí que lo dejara para después, entendiendo de inmediato que no quería que Dalia se enterara y soltara algún comentario que me amargara la noche. Así que terminó por ofrecerme un trago de sandía el cual juraba que era lo más exquisito que probaría en mi vida después del sexo y, tras los ruegos de él y Dalia, cogí el vaso con líquido rosado y demasiado hielo.

Oliver no me mintió, el trago sabía de maravilla y luego de terminarlo tomé otro. Y al no estar acostumbrada a beber, con dos comencé a sentirme diferente.

—¡Me cago en la leche! —exclamó Dalia.

Arthur estaba saludando a unos amigos. Oliver, ella y yo nos quedamos sentados en los taburetes de la barra luego de cantar el Feliz Cumpleaños y que Arthur partiera su torta repleta de velas.

—¿¡Pero qué coño hace tía Mari aquí!? —No quise mirar hacia donde ella lo hacía porque mi intuición me dijo quién la acompañaba— ¿Y con Izan? —confirmó.

Escucharla fue como que me vertieran una baldada de agua fría encima, pues que María lo acompañara confirmaba un poco más las sospechas de Dalia. Y eso significaba que tenía que dejar mi entusiasmo por ese chico sí o sí, ya que era un hombre comprometido y jamás me metería en una relación siendo la tercera en discordia.

Nunca.

 

____****____

 

Oliver me observó pidiendo auxilio, yo simplemente le di un sorbo a mi bebida y traté de trabajar en mis respiraciones, ya que estaba a punto de entrar en taquicardia. Mis ilusiones estaban perdidas al imaginar que Izan no llegaría, que se pasó la invitación de mi amigo por el arco del triunfo, pero que apareciera con una acompañante las mató.

—Bueno, admito que yo invité a tu jefe, pero jamás a la mujer que lo acompaña y que hasta hoy sé que es tu tía —admitió Oliver cuando miró a donde Dalia miraba.

Tenía el tercer trago en la mano así que le di un gran sorbo tras escucharlos.

Oliver le explicó a Dalia que conoció a Izan un día antes en la salida de nuestro trabajo y que yo se lo presenté, aunque le dio una razón vaga de por qué lo invitó. Luego se disculpó con nosotras para ir a recibirlos y ambas asentimos.

—Essie, por qué no me dijiste esto —inquirió mi amiga al estar solas.

—Lo creí irrelevante y menos creí que viniera —admití.

—Pues te has equivocado, guapa —dijo y le sonreí restándole importancia—. Esta mañana le pregunté a tía si tenía algo con Izan y me respondió con que no era de mi incumbencia —confesó.

—Y no lo es —confirmé y me miró entrecerrando los ojos.

—Como sea, Essie. Igual le advertí que no creo que a los padres de Izan les guste saber que su hijo está saliendo con alguien mayor, sobre todo cuando le buscan una chica de su nivel —ironizó.

No tenía por qué sorprenderme, ya que había ciertos ricos que se creían inalcanzables, pero lo hizo. No imaginaba a Izan viniendo de una familia así.

—Bueno, amiga. Al final a quien le debe de gustar es a él no a ellos —aclaré, incluso cuando las palabras se sintieron amargas en mi boca.

—Ya, pero la cuestión es que no hablamos de una familia cualquiera sino de los Gambino —enfatizó como si ellos fueran una especie de realeza.

Decidí no seguir tocando ese tema y opté por terminar el trago. Pensaba pedir otro, pero antes tenía que ir al baño así que me puse de pie con la intención de pedirle a Dalia que me acompañara y me mareé.

—¡Carajo! —exclamé riéndome.

—Bien, cariño mío. Como que ya bebiste suficiente, eh —señaló Dalia y negué.

—¡Hola, guapas! —exclamó una voz femenina a mis espaldas.

Me giré para encontrar a María.

La mujer iba muy bella enfundada en un vestido negro con brillantes que se ajustaba perfecto a sus curvas, con unas sandalias de tiras transparentes, cabello recogido en un moño y maquillaje suave.

En ese atuendo lucía más joven que con el uniforme de trabajo y parecía como si acababa de escaparse de una fiesta de gala importante, solo que se llevó al príncipe con ella y este como todo un caballero le puso el saco sobre los hombros para evitar que la dama pasara frío.

Sin embargo y como ya se me estaba haciendo costumbre, fue el dueño de ese saco quien llamó mi atención como si se tratase de un imán. También iba vestido bastante formal, con un pantalón negro de lino y una camisa blanca, la cual ya tenía con las mangas arremangadas hasta los codos permitiendo que sus tatuajes resaltaran. La había desabotonado del cuello y la corbata la llevaba con el nudo deshecho.

—Hombre tía, que acaso vuestra fiesta estaba aburrida y por eso decidisteis buscar la diversión en otro lado —inquirió Dalia al besar a Mari una vez en cada mejilla— y, hola guapo —añadió como saludo a Izan— ¿o tendré que llamarte tío muy pronto? —soltó antes de besarlo igual que como hizo con María.

Quise matarla por imprudente, pero me limité a negar. Oliver hizo lo mismo.

—Ustedes los españoles ya llaman así a todo el mundo —respondió Izan con un gesto sardónico que trató de pasar como sonrisa.

Tras eso me miró con esa intensidad que lo caracterizaba.

—Estás preciosa, nena —halagó Mari cuando llegó cerca. Me abrazó como saludo y luego besó mi mejilla.

—Tú más —dije sincera y me fue imposible no respirar profundo en cuanto el aroma de Izan en el saco que Mari usaba me golpeó de lleno.

Esa fragancia tenía un efecto relajante en mí y junto a los tragos que ingerí, la reacción se intensificaba.

—Hola —le dije cuando María se alejó y él se acercó con la intención de saludarme.

No sabía si darle un beso en la mejilla o solo la mano, él por el contrario lo tenía claro e ignoró mi mano para poner una de las suyas en mi cintura y acercarme.

El contacto fue inesperado y el brillo travieso en sus ojos mucho más.

—El aroma en mi cuello es más intenso, por si quieres inspirarlo de ahí —susurró en mi oído tras hacer el amago de saludarme.

El alcohol que bebí no ayudó a apaciguar mi vergüenza al darme cuenta de que se percató de lo que hice con María.

—Luces preciosa, por cierto —añadió y luego dio un beso muy cerca de la comisura de mis labios.

No sé qué clase de magia poseía ese chico, pero tenía la capacidad de encerrarme en una burbuja cada vez que estaba cerca de mí. Era como si todo el mundo desapareciera a excepción de él y yo.

Creo que musité un gracias cuando se alejó y rápido busqué con la mirada a Dalia. Por fortuna, María le estaba diciendo algo y eso impidió que se diera cuenta del acercamiento de Izan. Oliver por su parte estaba sonriendo con picardía y diciéndole algo a Arthur que no supe en qué momento llegó.

—Siento mucho llegar tarde y con una invitada inesperada —dijo Izan más para mí—. Tuvimos que atender un evento y nos escapamos tan pronto como pudimos. Feliz cumpleaños —añadió para Arthur y le tendió la mano junto a una botella que se veía muy fina.

Arthur pareció reconocer la bebida, ya que sus ojos se desorbitaron y le musitó un gracias.

Oliver entabló una charla bastante amena logrando que mis nervios se calmaran y más tarde fueron a bailar a la pequeña pista que armaron. Arthur se llevó a Dalia con él y mi amigo a María, dejándome sola con Izan.

—Ven —dijo Izan y me tomó de la mano para llevarme a la pista.

«Fire on fire» de Sam Smith se escuchaba de fondo.

Mi mano entrelazada a la de Izan se sintió muy pequeña, pero se ajustó a la perfección. Su piel era suave a excepción de ciertas secciones ásperas en sus palmas que de seguro tenía por levantar peso y la calidez se sintió más intensa por lo heladas que tenía las mías.

—¿No hubiese sido mejor que vinieras a bailar con Mari? —pregunté en cuanto me tomó de la cintura y yo puse las manos en sus hombros tratando de mantener una distancia prudente.

Recordándome que era posible que ese chico estuviese comprometido.

 

Fuego en fuego.

Normalmente nos mataría…

 

Tragué con dificultad al escuchar aquella estrofa y más cuando Izan me apretó contra su duro y cálido cuerpo, eliminando cualquier distancia entre nosotros.

—¿Por qué con ella si con la que quiero bailar es contigo? —inquirió.

Ya había dicho que el chico era alto, pero tenerlo tan cerca y ambos de pie, me hizo pensar en que me equivoqué con mis cálculos.

Los tatuajes en su cuello lucían con un color fresco, y muy bien cuidado, y el tono que usó al hacerme esa pregunta hizo que una corriente eléctrica se concentrara en mi ombligo.

Ni siquiera sabía que eso fuera posible.

—No quiero ocasionar problemas con ella si es celosa —dije y su sonrisa me hizo sentir tonta.

 

Dicen que estamos fuera de control y algunos dicen que somos pecadores.

Pero no dejes que se arruinen nuestros hermosos ritmos.

 

Amaba esa canción y cuando estaba a solas la cantaba a todo pulmón, pero ahí, entre los brazos de ese chico, olvidé la letra y quizá hasta cómo se respiraba.

—No creo que sea celosa, nunca me ha parecido así. Pero si lo es, celará a su pareja, no a mí, Essie —aseguró. La voz de Izan en ese instante me pareció más melodiosa que la de Sam y con eso ya estaba diciendo mucho.

La ilusión revoloteando en mi pecho me hizo sentir más tonta y sobre todo por la sonrisa que no pude ocultar.

—Tú también hueles delicioso —añadió.

Jamás le dije que él olía así, aunque considerando que notó mi reacción al saludar a María, intuí que no era necesario.

Subí la mirada a su rostro, ya que me mantuve viendo a los lados y no directamente hacia él, y me arrepentí al darme cuenta de que estábamos demasiado cerca.

Sus labios rosados y brillosos me tentaron a dar mi primer beso, pero fue su sonrisa suave y mirada intensa la que me hizo pensar en que me sería fácil entregarle a él mis primeras veces en todo.

Sin embargo, mi cerebro gritó que era muy pronto y lo hizo tan fuerte, que giré el rostro cuando creí que se acercó más a mí.

—¡Maldición! Lo siento —susurró confirmándome que no me equivoqué.

El corazón me iba a mil por hora y apreté su camisa entre mis manos con la esperanza de mantener los pies sobre el suelo, ya que ese simple acto me hizo subir a las nubes.

—No, Izan. Yo lo siento —dije y cuando me quise separar me tomó un poco más fuerte de la cintura.

Posé las manos en su pecho y volví a verlo a la cara.

Su mirada se intensificó, se volvió serio e intimidante de una forma sexi.

—No me iré por la ramas contigo, Essie —advirtió— y sé que acabas de conocerme, pero muero por probar tus labios —confesó y mi pecho subió y bajó con respiraciones aceleradas—. Y voy muy rápido, lo reconozco, mas no me juzgues cuando me enloqueces con solo mirarme.

—Izan, yo… —Me quedé petrificada al sentir su dedo pulgar acariciando mi mejilla.

Su forma de tocarme era casi como si me estuviera adorando, las pestañas le enmarcaban los ojos haciendo que su mirada se volviera peligrosa, justo como un animal feroz a punto de cazar a su presa. Y no le bastó solo acariciar mi mejilla, puesto que recorrió mis labios con una delicadeza que por increíble que pareciera, me erizó la piel y con ella también los pezones.

—Necesito un poco de aire fresco —dije, agradeciendo que la canción terminó y tuve la excusa perfecta para alejarme.

Y ni siquiera esperé a que me respondiera, solo me di la vuelta y comencé a caminar hacia la puerta trasera del Café. Oliver había adecuado el pequeño patio como una zona bastante cómoda para que sus trabajadores tomaran los descansos, así que lo consideré el lugar perfecto para que el aire me refrescara las ideas y calmara mis hormonas.

El temor me hacía pedazos.

 

____****____

 

Recordé los consejos de Oliver y los de mi madre y pensé en lo fácil que era comprenderlos cuando Izan no estaba cerca, pero era llegando y el miedo se hacía presente, arrasando con la valentía que tenía lejos de él. Y podía parecer algo infantil de mi parte o quizá lo típico de la etapa adolescente, aunque llegado a ese punto reconocía que una chica de quince años tenía más valor que yo cuando de relaciones se trataba.

A lo mejor estaba dándole demasiadas vueltas al asunto o quizá podía ser el destino dándome una advertencia, suplicándome porque me alejara antes de que fuera demasiado tarde.

 

—¿Essie? —me llamaron y al girarme encontré a Izan detrás de mí.

La luz de la luna lo bañaba haciéndolo ver peligroso y sexi. Él era como de esos chicos que veías en la TV o redes sociales, siempre impecables, misteriosos e inalcanzables.

Hasta que te seguían sin darte cuenta. Fuera para lo que fuera que él lo hizo.

Mi pecho subía y bajaba, empuñé las manos para que dejaran de temblar y por un instante me sentí congelada con su mirada intensa. Nunca lo creí posible en la vida real, pero estaba comprobando que Izan era como un ser oscuro bañado por la luna y en efecto, reafirmando lo que dije antes, también misterioso, peligroso y con un encanto que seducía sin decir ni una sola palabra.

            Pero me obligué a aterrizar y a no dejarme consumir por lo que me provocaba.

—Iré directo al grano como tú conmigo allá adentro —dije, retomando el valor y queriendo acabar con esa incertidumbre de una buena vez.

—Prefiero eso a que huyas de mí —aseguró y se acercó dos pasos.

Sé que sin el alcohol en mi sistema habría flaqueado justo en ese instante.

—¿Tienes algo con María?

Bien, no era eso con lo que quería comenzar, pero, ya que estábamos en esas tenía que aprovechar a que todo quedara claro.

Al principio Izan frunció el ceño con sorpresa, luego sonrió. Lo hizo de verdad y no como los gestos que tenía con las demás personas, dándoles simplemente una mueca educada o irónica.

—Si te refieres a que si follamos, la respuesta es no. María es solo una persona importante en mi compañía y me ayuda en todo lo que necesito —respondió sin titubear, sin una pizca de inseguridad—. Pero ambos preferimos que crean que tenemos algo más allá del trabajo —admitió.

—Yo no —solté y en ese momento sin vergüenza alguna.

Izan no lo esperó, pero al analizar mi respuesta su mirada se intensificó y dio otro paso más hacia mí, marcando de nuevo la diferencia entre nuestras estaturas.

—Me gustas —admitió y eso casi me hace perder el valor de nuevo.

—¿Te gusto para follar o para conocerme? —inquirí.

—¡Mierda! —musitó, lo vi bastante sorprendido de lo directa que fui.

—¿Pregunta difícil de responder? —ironicé.

—Para nada, más bien ha sido sorprendente.

—¿Entonces? —insistí.

Dio un paso más, así que solo las puntas de sus zapatos y mis sandalias nos separaban.

—Me gustas para follar —respondió y su sinceridad fue como una bofetada en ese instante—, también para conocerte. Me encantas para presumir, Essie Black —añadió y alcé la mirada hacia la de él—. Me fascinas como para pasar los días a tu lado, las tardes, las noches —añadió con una seguridad increíble.

Si ese chico utilizaba esa labia para llevar a las chicas a la cama, le aplaudía. Ya que decía justo lo que queríamos escuchar.

—Es muy pronto para que asegures eso —señalé y me tomó de una mano.

Vi embobada cuando la llevó a su boca y me besó en la palma de ella, tras ello la posó en su mejilla buscando mi tacto.

—No para mí, pequeño Ónix —susurró observando mis labios como si no soportara las ganas de devorarlos, eso y su forma de llamarme me dejaron descolocada.

Con la otra mano acarició mi cabello y suspiró profundo.

—Izan… —musité al sentir que el corazón se me iba a salir por la boca.

—No contigo —me interrumpió.

Y así sin más las ganas lo vencieron y en un segundo su boca estaba sobre la mía.

 

Orgullo blanco

Caos

Para muchos, Sadashi Kishaba era solo una chica fría y sin alma, pero muy pocos conocían su verdadera historia y la oscura razón por la que era quien era, para no tener sentimientos y para creer que el romanticismo era solo una debilidad. Nació siendo un ángel que obligaron a vivir en un infierno y la forzaron a convertirse en el peor demonio; para ella matar era como su diario vivir y no porque lo disfrutara, sino por supervivencia. La presionaron para dejar la bondad de lado y de una forma muy dura descubrió que la familia solo era una de las peores caídas. No tuvo niñez ni adolescencia, al menos no como la que para todos era normal; para Sadashi ser común era pelear por comida o por vivir un día más, sus juguetes fueron armas blancas y su parque de diversiones un campo de batalla, hasta que sus padres se sacrificaron por su libertad y la hicieron huir en busca de lo que ellos tanto añoraron. Pero ellos jamás imaginaron que la libertad solo dañaría más a su pequeña y que el mundo real la aterreraría. Aprender a vivir sin sus padres sería lo más difícil en su vida y adaptarse a la realidad, algo que muy pronto aborrecería. Sobre todo, cuando su vida se cruza con la de Aiden Pride White, un chico que le enseñará lo que ella considera la mayor debilidad. Y desde la primera vez que Aiden la vio algo en su interior le gritó que esa chica era un peligro inminente, uno al que estaba dispuesto a enfrentarse sin importar las consecuencias. Sadashi era el tipo de pendiente en la que él deseaba dejarse ir sin frenos, dejando que el camino lo llevara directo a estrellarse o a seguir en su libre destino. —Prometí que yo sería tu caída, pero en el proceso creo que tú te convertirás en mi verdadera libertad —Confesó viéndola directo a los ojos y atravesando su alma. En esa mirada ambos descubrieron que amor y caos era la combinación más fascinante y peligrosa.

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Pasado oscuro

Sadashi

Años atrás…

 

Iba sentada en el asiento trasero de una camioneta negra, envuelta en una manta cálida, recién bañada después de semanas de no saber cómo se sentía el agua sobre mi piel. A penas tenía quince años y tiempo atrás soñé con el momento que estaba viviendo, pero en ese instante no me provocaba las sensaciones que creí que sentiría.

La mujer sentada en el asiento del copiloto era muy parecida a mamá, aunque con varios años menos, piel muy bien cuidada y cabello con el brillo del firmamento; eran diferencias monumentales con mi progenitora, pero sabía que si mamá hubiese tenido una vida como la de su hermana, también habría poseído aquellas cualidades físicas.

Mi corazón dolía al pensar en mi madre, todo era muy reciente y se reproducía en mi cabeza como si acababa de pasar.

Tres semanas atrás habíamos logrado escapar de un grupo de hombres que nos sacaron del campo de concentración en el que éramos reclusas, perteneciente al país que me vio nacer: Corea del Norte; a papá no le importó sacrificar su vida con tal de defendernos de aquellos enfermos que intentaban llevarnos a China, a mi madre para que hiciera trabajos forzados y a mí para venderme con cuanto tipo quisiera aprovecharse de mi cuerpo.

Pero de nada importó que mi padre muriera con tal de que no nos sacaran, pues siempre lo hicieron y si no hubiésemos aprovechado la extrema confianza de uno de ellos, al dormirse con la llave de la jaula donde nos tenían, en la bolsa del pantalón y muy cerca de donde nos encontrábamos, habríamos sido condenadas por el resto de nuestras vidas a un infierno distinto.

El sueño de la añorada libertad se convirtió en la peor de las pesadillas y ni siquiera la podía comparar con mis años como prisionera.

Junto a mi madre y otras personas más que huíamos, caminamos por el desierto de Gobi, guiados por un hombre que aseguraba ser nuestra ayuda, aunque también nos llevara rumbo a China, un país que se esconde detrás de las palabras libertad y sueños y a pesar de eso, lograr llegar allí en busca de refugio no nos alegraba del todo, puesto que todavía corríamos peligro de encontrar más esclavitud o muerte.

Mas era un riesgo que debíamos correr si queríamos escapar del infierno al que fuimos condenados por hacer una llamada internacional, a la familia de mamá, en la que descubrieron que ella era japonesa que estuvo viviendo en el país de incógnita, razón suficiente para acusarlos de quebrantar la ley, ya que en Corea del Norte nunca hubieran permitido de buena fe que mi madre se quedara para establecerse de forma permanente.

Las leyes norcoreanas eran así de tontas y si las quebrantabas, pagarías en un lugar que solo podía compararse con el infierno.

Al llegar a China fuimos protegidas por un empresario que aseguraba que nos haría llegar con los Kishaba —la familia de mamá—, pero el maldito buscaba aprovechar la mercancía antes de entregarla y sus ojos fueron puestos en mí. No le importó que estuviese sucia, tenía un objetivo que ansiaba cumplir y lo haría a toda costa; mamá supo las intenciones de aquel malnacido y antes de que me tocara, ella me defendió con uñas y dientes, convirtiéndose así en la nueva finalidad de aquel ser repugnante.

Durante años crecí escuchando un dicho famoso en Corea del Norte: «Las mujeres son débiles, pero las madres son fuertes» y lo comprobé la noche en la que mamá se hizo violar y tras eso asesinar con tal de que me no me dañaran. El olor de su sangre todavía seguía impregnado en mi nariz, su rostro de horror se grabó en mi cabeza casi como leyes escritas en piedras y las risas estridentes de aquel hijo de puta continuaban atormentándome cuando cerraba los ojos.

Corrí de aquel lugar por órdenes de ella, lo hice sin parar hasta que mis pies sangraron y no podían más, me escondí durante días entre basureros y callejones de mala muerte, peleé por comida y dormí sobre charcos y asfalto hasta que unos hombres vestidos de ninja me encontraron. Me opuse a ellos cuando intentaron atraparme, luché con todas mis fuerzas para evitar que me llevaran porque temía que iban a regresarme a Corea del Norte, mas fue en vano; eran muchos y fuertes, peleaban mejor de lo que yo fui entrenada y tras sentir un pinchazo en mi cuello, caí en una profunda oscuridad.

Pero incluso ahí sentí miedo y lloraba de terror al imaginar que mis padres murieron en vano.

 

____****____

 

Desperté horas antes de irme con Maokko, la hermana menor de mi madre, lo hice al escuchar el canto de los pájaros; apreté con fuerza los ojos por el brillo molesto que daba en mi rostro y dañaba mis retinas. Cuando me acostumbré a la luz miré para todos lados y me descubrí en un lugar desconocido y nuevo, ya que mis ojos jamás vieron lo que en ese momento veía.

La superficie en la que me encontraba acostada era demasiado suave, en nada se comparaba al rincón duro y apestoso en el que dormí desde que tenía cinco años, la tela que me cubría era muy delicada y diferente al papel que usé como sábana durante años, tan fina que hasta se trababa en mi piel áspera.

Salí de aquella superficie acolchonada cuando la puerta del cuarto donde estaba se abrió, me puse en posición de ataque y cogí un vaso de cristal que se encontraba en una especie de mesa, al lado del lugar donde antes estuve acostada, el vaso era más pesado de lo que imaginé; siempre bebí de mis manos u objetos de plástico, y, aquel tipo de vaso solo lo vi de lejos. En el campo donde me crie había unos pocos y los utilizaban solo cuando una persona importante llegaba a ver cómo marchaba el lugar de sus juegos.

—Definitivamente eres sobrina de Maokko —habló un tipo de piel café, llevaba muchos dibujos en su piel y vestía todo de negro, incluido un gorro que cubría su cabeza.

En sus manos portaba una especie de plato rectangular y en esa cosa se encontraba otro plato redondo, una taza y un vaso. Había comida y bebida sobre eso, pero no reconocía de qué tipo, ya que jamás vi más allá de arroz y agua.

—Mi nombre es Marcus, soy novio de tu tía Maokko. Ella está arreglando unos asuntos, pero pronto vendrá aquí para hablar contigo —siguió hablando.

Lo hacía en japonés y se notaba que se le dificultaba mucho esa lengua, pero lo intentaba.

Yo hablaba coreano, pero mamá se aseguró de enseñarme su lengua y la llegué a dominar a la perfección, aunque hablarla me hacía ganar castigos espantosos, puesto que en aquel país también era prohibido hablar en otro idioma a menos que estuviera en lugares donde se permitía estar a los extranjeros.

Mi madre tomó un riesgo mortal al enseñarme el idioma japonés luego de ser condenada por vivir en Corea del Norte como incógnita, pero se empeñó en que aprendiera con la esperanza de que un día lográramos escapar; como niña no entendía el castigo que recibiría si me escuchaban, así que en una o dos ocasiones repetí palabras que no debí y mis padres lo pagaron. Luego de eso me mantuve en silencio hasta que la rebeldía llegó a mi vida.

A los soldados que nos cuidaban no les agradaba el no entender lo que estaba diciendo y muchas veces los maldije en japonés, la recompensa por hacerlo eran días sin comer, pero era la única manera de decirles todo lo que me provocaban, ya que si se los decía en coreano, de seguro me habría ganado la muerte y no estaba dispuesta a morir en aquel infierno.

—¿Quiénes fueron los tipos que me atraparon? —pregunté, vi al hombre poner en una mesa la cosa que llevaba en sus manos y sacó una de las sillas que reposaban debajo de ella.

No son tus enemigos, son personas que trabajan para nosotros y nos ayudaban a encontrarte. Tuvieron que sedarte al ver que no cederías tan fácil, pero no iban a dañarte. Maokko los envió para que te rescataran y trajeran acá —Sonrió amable, aunque para mí seguía luciendo peligroso—. Ven a comer, imagino que no has probado bocado en días y tienes que estar bañada y alimentada antes de marcharnos —pidió.

—¿Dónde estamos y a dónde iremos? —seguí con mi interrogatorio, las tripas me rugieron cuando el olor de la comida me llegó, pero necesitaba algunas respuestas.

Ven a comer y te respondo mientras lo hagas —propuso— y deja ese vaso, ya que no es la mejor arma contra mí —El tono usado para decir eso fue divertido.

Miré el vaso y sin pensarlo lo golpeé en la mesita haciendo que se quebrara y un pedazo grande, puntiagudo y afilado quedó en mi mano.

—¡Mierda! —lo escuché decir y sonreí.

—¿Sigue siendo inservible contra ti? —ironicé.

Por suerte no me lastimé y Marcus lo notó, sus ojos se desorbitaron al percatarse de la razón que me llevó a romper el vaso y tras negar con la cabeza, sonrió de nuevo, pero con más diversión que antes.

—Sí, tú también eres una Kishaba —aseguró como si antes todavía no lo tenía claro y escuchar que me llamaran con el apellido de mi madre me estremeció, ya que desde que tenía uso de razón solo me reconocieron con el apellido de papá—. Vaya suerte la mía —añadió.

La verdad, no entendí en qué contexto dijo lo último, pero me dio un poco de confianza y con cuidado llegué a la mesa. Comí todo lo que llevó para mí y solté algunas lágrimas en el proceso, mismas que intenté disimular frente al tipo que me cuidaba como si fuese una soldado más del campo de concentración.

Deseé haber podido compartir esa comida con mis padres, celebrar que al fin éramos libres, aunque a veces intentaba convencerme de que de alguna manera, ellos también lo eran.

Maokko llegó rato después, mamá me habló de ella en repetidas ocasiones y siempre confió en que su hermana menor lograría dar con nosotros y nos salvaría de aquel calvario al que fuimos condenados —aunque para mí, llegó muy tarde—; la reconocí de inmediato, jamás vi una foto suya, pero escuché tanto de esa mujer, que sus rasgos me los sabía de memoria y ayudaba el que se pareciera a mi madre.

Le pregunté si sabía algo de su hermana y me dolió en el alma confirmar que en efecto, estaba muerta; Maokko pudo recuperar su cuerpo y aseguró que los malditos culpables ya estaban pagando por lo que hicieron y algo en su tono de voz me hizo creerle.

Después de tomar una ducha hicimos una pequeña ceremonia para despedir a mis padres y, aunque no era típico de mi cultura, acepté que cremaran el cuerpo de mi madre para así poder llevármela. Aquel proceso no era rápido, sin embargo, Maokko dijo que tenía métodos para lograr que lo hicieran pronto y tras obtener todo, salimos rumbo a Japón; al llegar a ese país fuimos recibidos por un contingente, personas que se ocultaban entre los transeúntes.

Al parecer, la pequeña de los Kishaba tenía una doble vida y una influencia tremenda en un mundo que todavía desconocía.

—Descansa un poco, mañana nos reuniremos con mi jefa. Ella nos ayudará con lo que corresponde hacer contigo de ahora en adelante —pidió cuando estábamos en su casa.

No respondí a nada, me sentía reacia a ella. Su novio nos acompañaba y hablaban en un idioma desconocido para mí y por primera vez entendí a los malnacidos que me custodiaban en el campo, pues odiaba no poder entender lo que decían.

A la mañana siguiente y tras tomar una ducha, nos conducimos hacia algún lugar que todavía ignoraba. Tokio era hermoso, aunque todo me parecía así después de ver solo tierra, alambres con púas, árboles y campamentos de peleas.

Vestía ropa que Maokko me prestó y me cubría con una manta, ya que me sentía más protegida, estúpido de mi parte al ser consciente de que solo podía protegerme con un arma improvisada, puños y patadas, pero me estaba pasando: me sentía vulnerable en un mundo que desconocía y cuando todavía no confiaba del todo en una mujer que llevaba mi sangre, y en su novio.

—¿Qué es esto? —pregunté sin dejar de ver la enorme casa frente a mis ojos.

Maokko sonrió divertida al ver mi admiración y sorpresa por aquel lugar tan majestuoso.

Puedes llamarlo Templo o Monasterio Justiciero —explicó—, sé que tu madre debió hablarte mucho de ellos. Este es uno muy particular, ya que, fue creado para el servicio de La Orden a la que pertenezco —Recordé a mamá hablando de ellos en susurros, cuando me contaba las historias de su país y ciudad.

Ella las describía como torres de madera, de dos o tres pisos, con sus paredes hechas de un material semi transparente que se asemejaba al papel maché con el que fabricaban los faroles que dejaban volar al cielo para sus ceremonias importantes, cubiertos por techos que formaban una pagoda. Las historias detrás de esos lugares eran increíbles y siempre que mi madre me hablaba de ello, me hacía soñar.

En mis sueños era una princesa guerrera que ayudaba a su príncipe a ganar las guerras más difíciles. Aunque a quien creí mi príncipe, prefirió luchar sus guerras él solo.

—Vamos —dijo y me sacó de mis pensamientos.

Un hombre había llegado y le dijo algo en el idioma que hablaba con su novio. Así que me concentré en lo que me rodeaba.

En el templo sobre todo, que era muy distinto al de las historias de mi madre, pues sus paredes eran de ladrillos con puertas del hierro más fuerte y custodiado por demasiadas personas. No era en nada parecido a un lugar de paz, sino más bien se veía como una maldita fortaleza.

—Voy a ir a reunirme con unas personas, espera aquí y no te muevas porque puedes perderte. Ya después te mostraré el lugar —pidió Maokko y asentí. 

La vi irse junto a su novio, ellos eran una combinación muy graciosa y admiré el valor que tenía para estar con un tipo tan grande, con toda esa piel manchada y una actitud que podía poner a cagar hasta al dictador de mi país. Maokko era muy pequeña y menuda, yo lo era aún más debido a mi mala alimentación y las condiciones en las que viví.

Miré a mi alrededor después de que ellos se perdieron entre unas puertas, el interior seguía siendo de ladrillo desnudo y las paredes altas estaban adornadas con todo tipo de armas; sabía que mis ojos brillaban al verlas, eran hermosas y en nada se comparaban a la daga de piedra que mi padre me forjó justo unos días antes de entrar a mi primer combate. Reconocí algunas luces que iluminaban el lugar como candelabros; las descripciones de mamá fueron perfectas.

Nunca pude ver revistas y mucho menos la televisión y, los pocos recuerdos que tenía de mis días antes de entrar a aquel encarcelamiento, eran borrosos.

El piso era de madera o al menos así parecía, estaba tan brilloso que mi reflejo en él era como el de un espejo; no me reconocí al verme, mi piel, aunque quemada por el sol, se veía limpia y mi cabello parecía más suave después de las cosas que Maokko me hizo untarme en él. Su ropa, a pesar de que me quedaba un poco floja, era más adecuada para mi cuerpo que las piltrafas que usé durante una década.

Respiré profundo el olor delicioso que envolvía todo aquel lugar y al acercarme a una pequeña mesa que adornaba los pasillos, descubrí un recipiente de madera y en él, delgados palitos que desprendían humo, la fragancia de antes salía de ellos y quise tomarlos, pero un grito proveniente de un salón aledaño a donde me encontraba, me distrajo por completo.

Dejé la manta en una silla que se encontraba cerca e ignorando la petición de Maokko, caminé hasta donde provenía el grito, comencé a escuchar más, era de una mujer y un hombre. Sonaba como si estaban peleando y curiosa por saber de qué se trataba, abrí la puerta sin pensarlo.

—¡Cuidado! —gritó una mujer en tono de terror.

Una daga voló directo hacia mi rostro, mis reflejos estaban muy bien entrenados y antes de siquiera pensar en qué hacer, mi mano había reaccionado con vida propia y golpeó el arma justo a milímetros de que se clavara en mi frente, aunque logró hacerme un leve corte que sanaría dentro de unos días.

La mujer y el hombre que se encontraban en ese lugar me miraron estupefactos, limpié un hilillo de sangre que comenzó a correr de mi ceño hacia mi nariz y me preparé para una pelea cuando los vi acercarse a mí. La chica me decía cosas que no entendía, se notaba furiosa después de salir de su shock y solo me limité a verla con frialdad.

—¿No entiendes nada de lo que te digo? —Lo hice hasta ese momento, puesto que habló en japonés.

—No soy fácil de matar y antes de que lo logres, te aseguro que no saldrás bien librada —espeté. Hablando el idioma que al parecer también entendía.

—No quería lastimarte, ¿¡qué acaso no sabes leer!? —me sermoneó y empuñé las manos dispuesta a irme sobre ella— El cartel en la puerta dice claro: «No entrar. Zona de entrenamiento». ¡Mierda! Pude haberte matado, chiquilla tonta.

—No sé leer y ya te dije: no soy fácil de matar —confesé y recordé.

Sí sabía leer, pero solo coreano.

El hombre de cabello amarillo brillante que la acompañaba le dijo algo, hablando de nuevo el otro idioma que ya me estaba hartando.

—¡Isa! —Escuché la voz de Maokko a mis espaldas, iba corriendo hacia donde nos encontrábamos— ¡Joder! Creí que llegarías pronto a la oficina del maestro Cho, estaba esperándote allí —Agradecía que ella se dignara a hablar en una lengua que yo conocía— ¡Mierda, Sadashi! Te dije que me esperaras en donde te dejé —me reprochó, pero se asustó al verme— ¿Estás bien?

Me alejé de ella en cuanto intentó cogerme el rostro, era mi única familia, pero mi habilidad para confiar en las personas estaba desfasada y todavía no me sentía del todo cómoda con ella. Además, que me llamara por ese nombre se seguía sintiendo extraño.

Nací bajo el nombre de Jiyu Park, mis padres lo escogieron porque desde que me concibieron juraron que sería una mujer valiente. Algo que demostré ser en aquel campo de concentración, no obstante, ser llamada por aquel nombre coreano me recordaría toda la vida el infierno que vivimos, así que mi madre me bautizó con uno nuevo antes de que llegáramos a China.

Sadashi Kishaba.

Un nombre japonés que ella siempre deseó que llevara su primogénita, pero que debido al destino no podía usar hasta que fuera libre. Y que Maokko me llamara así era una confirmación que todavía me parecía increíble.

Era libre al fin. 

—Solo fue un rasguño, sanará pronto. Estoy acostumbrada a peores —solté al volver a mi presente y me miró un tanto extraña.

—¿Es tu sobrina? —quiso saber la mujer que casi me atravesó la cabeza con una daga. Maokko asintió y el rostro de molestia de la tal Isa desapareció de inmediato— Tiene unos malditos reflejos —Su forma de maldecir se contradecía con la emoción en su voz— y ya veo que la fanfarronería es parte de la sangre Kishaba —añadió y Maokko sonrió divertida.

—Créeme que ahora mismo estoy odiando esa actitud —soltó viéndome molesta por haberle desobedecido.

Ambas se metieron en una conversación que no entendí y decidí alejarme, aunque el hombre con cabellos de sol se acercó a mí y me sonrió amable, pero detrás de la amabilidad siempre se escondían segundas intenciones, así que me mantuve alerta a lo que haría.

—Solo déjame limpiarte ese corte y ponerte algo, si no se te hará una cicatriz bastante fea para tu delicado rostro —dijo cuando me alejé de él.

También sabía hablar mi segundo idioma.

—No necesito limpiar o ponerme nada, sanará en unos días y no dejará huella, al menos no en comparación a mis marcas —solté y solo esperaba que no se pusiera a preguntar nada.

—No permitamos que se haga otra marca —sugirió—. Soy amigo de Maokko y desde ahora si quieres, también tuyo —comentó.

—¿Amigo? —Me reí al decir tal cosa— No existen. Dejemos en que eres conocido de alguien que lleva mi sangre y te repito: mi corte sanará, estoy acostumbrada a mis marcas y ya no me molestan. Una más no hará ninguna diferencia.

El tipo se sorprendió por mi respuesta y vi en sus ojos que se rindió, aunque también noté lástima y odié tal cosa.

Mi vida fue y era dura, sin duda alguna; crecer en un campo de concentración desde los cinco años condenada a pagar por algo que no hice había sido mi destino. Peleé desde la edad de ocho años por comida, ropa y derecho a tomar un baño cada dos semanas; recibí golpes y heridas que me llevaron al borde de la muerte, pasé por castigos que me mantuvieron en agonía por noches enteras y tuve que enfrentarme a mis peores demonios cuando arrebaté vidas con tal de que no me quitaran la mía o la de mis padres.

Claro, muchos podían sentir lástima por eso, pero no estaba en Japón por lo que ese sentimiento provocaba, no.

Estaba ahí porque mis padres dieron la vida para que obtuviera mi libertad, me convertí en una huérfana libre y no estaba dispuesta a que nadie me viera como ese tipo lo hacía. Mi cuerpo, en efecto tenía muchas marcas, toda mi columna vertebral fue tatuada con cortes profundos y luego cauterizada para que jamás se borraran. Mi sangre fue la tinta y una daga, la aguja que me marcó como Propiedad del Campo de Concentración 666 y odié cuando me las vi, quise quemarme la piel de nuevo para borrar aquello, pero Kwan —el tipo que en su momento creí mi príncipe— me enseñó a verlas como mi fortaleza y desde ese entonces, cada cicatriz que mi cuerpo recibió, fue un tatuaje de fortaleza.

Así que no, nadie tenía por qué verme con lástima, era una sobreviviente, de las pocas que lograba escapar de aquel infierno.

—Maokko me informa que está siendo un poco difícil para ella tratar de entenderte y que te abras con tus sentimientos —comunicó rato después la mujer llamada Isabella.

—No tengo sentimientos, no sé por qué espera que abra lo que no poseo —expliqué.

Tanto ella, Maokko y su novio, se encontraban conmigo en una oficina, así le llamaron todos.

—Cuando asesinaron a Akiko frente a tus ojos no sentiste felicidad. Aunque si dices que no posees sentimientos, imagino que en realidad te dio lo mismo —enfatizó y apreté los puños con fuerza.

¿Quién mierda se creía esa tipa?

Y que llamaran a mi madre por su nombre real fue un golpe crudo, ya que ella tuvo que usar uno falso que de nada le sirvió, porque al final de todo siempre descubrieron que había sido una intrusa en un país cruel.

—La familia es debilidad, lo aprendí desde que tengo uso de razón. Y el amor es la forma más estúpida de suicidarte —escupí llena de furia al recordar que por eso mis padres se condenaron y me condenaron—, pero te aconsejo que no intuyas lo que sentí cuando violaron y asesinaron a mi madre frente a mis malditos ojos —bramé entre dientes. Ella sonrió levemente con mi respuesta—. Maokko puede tener mi sangre, pero no la considero mi familia, ya que se supone que la familia está cuando más lo necesitas y ella no estuvo en el momento que más requerí de su ayuda —confesé lo que me venía tragando desde que se cruzó conmigo en China.

—Está cuando más la necesitas —enfatizó la mujer de cabello café dorado frente a mí.

—Perdiste a tu madre, pero yo también perdí a mi hermana —habló Maokko—. Y si no sabes, no hables, Sadashi. Las busqué durante años, pero meterme a Corea del Norte era ir derecho a la boca del lobo y si me atrapaban, nadie más las sacaría de ese infierno y sí, puede que tus padres murieran, sin embargo, ellos sabían los riesgos e incluso así los tomaron. Tuve que conformarme con salvarte a ti y perder a mi hermana, la decisión no fue fácil, mas tu madre así lo quiso.

Me mordí la lengua para no decir nada, conocí a mi madre a la perfección y estaba consciente de que ella decidió que yo viviera por encima de su propia vida.

—Está claro que no estás preparada para vivir con Maokko y ella tampoco para lidiar contigo y el duelo que atraviesa por la muerte de Akiko, así que hemos tomado la decisión de que te quedes un tiempo aquí en el Monasterio —informó Isa—. Te tomaré bajo mi tutoría y te enseñaré a pulir tus destrezas, pero sobre todo, te enseñaré a respetar y a que veas a tu familia como una fortaleza; dentro de tres semanas nos mudaremos a Italia y allí estudiarás y te convertirás en lo que debiste ser desde un principio.

—Puedo decidir por mí —mascullé.

No sabía si Italia era una ciudad más de Japón, aunque el nombre sonaba raro y no tenía nada que ver con el país en el que estábamos, pero era una ignorante de momento.

Mis conocimientos se basaban en Corea del Norte y su dictadura.

—No, no puedes. Maokko es tu tutora legal y ella me ha cedido tus derechos; así que si dices no tener sentimientos, pues que te importe un carajo lo que haremos contigo de aquí en adelante.

—¡Eres una dictadora de mierda más! —grité— ¡Y ya estoy harta de que me quieran gobernar la vida! He probado la libertad y libre me voy a quedar —aseguré.

Isabella sonrió con malicia.

—Caleb te enseñará tu nueva habitación y se te proveerá de ropa adecuada para estar aquí. Desde mañana a las cuatro de la madrugada comenzaremos con tu entrenamiento y nueva vida. Esta dictadora de mierda te mostrará lo que es la libertad y el respeto cuando te lo ganes —Negué, estaba estúpida si creía que me iba a someter—. Y te aconsejo que no intentes escapar porque las personas que viven aquí pueden llegar a ser peores que los soldados que te custodiaban antes y tienen órdenes de darte unos azotes si te portas mal.

Vi a varios tipos llegar, había mujeres también. Caleb, el chico rubio estaba incluido en ese grupo de personas y me sacaron de la oficina en la que estábamos.

Pensé en demostrarle a Maokko e Isabella lo mucho que se equivocaron conmigo, las odié a las dos por darme órdenes, por quererme quitar lo que yo creí que era la libertad, pero con los días en aquel templo y después mi nueva vida en un país llamado Italia, descubrí de lo que me estaba perdiendo con mi actitud altanera.

Con el tiempo respeté a mi Sensei —Isabella Pride White— y entendí a tía Maokko, mi única familia de sangre.

Conocí a Grigori y La Orden del Silencio, organizaciones anticriminales a nivel mundial que pronto se convirtieron en mi nuevo hogar; estudié nuevos idiomas y por fin llegué a entender lo que Marcus y los demás hablaban. Me gané la confianza de personas que me brindaron su ayuda sin pedir nada a cambio, lo hicieron solo por el simple gusto de verme convertida en una buena mujer.

Cursé mis estudios básicos en línea, ya que a pesar de todo, no lograba confiar en nuevas personas que estuvieran en mi alrededor; supongo que había cosas que no cambiaban. Y con los años, llegué a obtener un puesto muy importante en La Orden del Silencio, hasta que aquella misión llegó y mi pasado me encontró.

Una vez más Kwan Jeong, el chico que consideré mi mejor amigo y mi primer amor, me hizo caer hasta lo más bajo.

Traición

Sadashi

Tiempo atrás…

 

Estaba a punto de atraparlo, habíamos dado el más grande golpe en La Orden y me sentía orgullosa de que todo se logró bajo mi organización y mando. Mi Sensei me miró con orgullo antes de salir del Templo, pasaron seis años desde que logré resurgir del infierno y me convertí en todo lo que una vez quise y más.

No solo me preparé de forma académica, sino también me convertí en la mejor de mi generación en La Orden del Silencio y pronto estuve incorporándome a Grigori, ostentando el cargo de Contraalmirante en ambas organizaciones; a mi edad, ese era un suceso casi único, puesto que quienes lograban ese galardón, era porque tal vez sus superiores eran parte de su familia.

Yo, en cambio, comencé como soldado a la edad de dieciocho años y a mis veintiuno, ya me daba el lujo de tener bajo mi mando a un pequeño escuadrón. Todo se lo debía a Isabella Pride White —mi Sensei—, a tía Maokko y al hombre que por un corto tiempo fue mi amor platónico: Elijah Pride.

Tenía diecisiete años cuando me fijé en él como hombre y no como mi segundo jefe o el esposo de mi Sensei, sucedió cuando se tomó la molestia de enseñarme todo lo que sabía en armas; el hombre poseía la dureza y frialdad que una mujer con sueños de princesa quería en su príncipe, o la que una guerrera esperaba de su compañero de batallas.

Y fui víctima de muchas burlas cuando tía Maokko se enteró de mi enamoramiento por el hombre, incluso se atrevió a confesárselo a Isabella.

¡Joder! Fue el peor momento de mi vida.

Jamás pensé en hacerle saber a nadie lo que me pasaba con mi maestro en ese momento, él ni siquiera me dio motivos o me vio como no debía para alimentar lo que sentía. ¡Mierda! Él no veía a nadie que no fuera su mujer, con malicia; solo lo llegué a respetar y admirar demasiado.

Por suerte, Isabella se tomó mi locura como un halago y en ningún momento cambió su forma de ser conmigo después de saber tal cosa. Pero perdí a mi maestro por culpa de la indiscreción de tía Maokko y pasé molesta con ella y sin hablarle, por alrededor de un mes.

El señor Elijah tuvo que alejarse de mí, según él para que yo no siguiera con mi confusión.

Recordar el tiempo después de eso todavía me hacía sonrojar, puesto que a él tampoco le hablé por una buena temporada y ni siquiera era capaz de mirarlo a la cara.

—Shi, es hora —avisó mi compañero, sacándome de mis pensamientos.

Shi significaba muerte, y me gané ese apodo a pulso.

La primera vez que asesiné para La Orden del Silencio fue con mis jefes presentes y todos se sorprendieron al ver que lo ejecuté de forma limpia y sin ningún remordimiento. Mi Sensei se sintió mal porque creyó que tendría pesadillas esa noche tras lo que hice; sin embargo, estoy segura de que fue ella quien terminó soñando feo después de que le confesé que maté por primera vez en mi vida cuando tenía diez años y todo por un plato de arroz.

Mamá había estado enferma por falta de comida esa vez y si yo no ganaba aquella pelea, donde el premio era un plato de arroz, ella hubiese muerto antes de salir de aquel campo.

—Me gusta esa chica.

Dijo esa vez el señor Elijah Pride, menos mal mi locura por él mermó y sus palabras ya no me provocaron esas horribles cosquillas en el vientre.

—No dejen vivo a nadie, mataremos a todos. Es una orden —informé a mi compañero cuando volví a la realidad, y a todos los que me escuchaban por los intercomunicadores.

Avanzamos con sigilo hacia nuestro objetivo: una banda de mafiosos chinos que llegaron a Tokio en busca de proveedores de mujeres para explotarlas de forma sexual. A esas cucarachas era a las que más disfrutaba al aplastar, sobre todo si imaginaba que eran los mismos que me sacaron del campo de concentración junto a mamá.

Por supuesto que ellos estaban preparados y nada fue fácil, el tipo que ellos cuidaban y que se apodaba Escorpión, era mi más grande objetivo, ya que los rumores decían que era el quinto en la línea de sucesión para liderar a la mafia a la cual pertenecían.

Los trajes que usábamos esa vez eran negros, llevábamos amarrado un lazo rojo en nuestro brazo izquierdo para reconocernos. Mi rostro era cubierto por una pañoleta del mismo color de mi ropa y mi cabeza la cubría el gorro de mi chaqueta. Una katana y una glock con silenciador eran mis armas, fui la primera en atacar; corté el cuello del primer tipo y disparé a la frente del segundo, esas pequeñas guerras eran las que me daban vida y años atrás me convencí de que esa parte de mí que desarrollé en mi niñez, ya no iba a poder cambiarla.

Nací para asesinar, para sobrevivir por encima de quien fuera.

¡Mierda! Uno logró alertar a los demás, debemos darnos prisa —avisó Lupo por el intercomunicador.

Él siempre se encargaba de la comunicación y la tecnología, pero también era muy bueno para pelear y esa noche decidió unírsenos en la acción; estaba dos puestos debajo de mí en cuanto a rango, nos llevábamos muy bien e incluso tuvimos nuestros encuentros sexuales en su momento. No obstante, el cabrón tenía más fidelidad y pasión por las organizaciones a las que servíamos que por las relaciones personales.

Todos nos pusimos alerta al escuchar lo que dijo y nos deshicimos con más rapidez de los idiotas que querían truncar nuestros planes, logramos llegar hasta donde se suponía que estaba el hombre que buscábamos, mas él ya  se encontraba huyendo y un séquito de sus seguidores y guardaespaldas se quedó para cubrirlo.

No obstante, me fui detrás él mientras mi equipo me cubría, lo alcancé justo cuando llegó al enorme muro que protegía la mansión en la que nos encontrábamos, le lancé un shuriken de los que tenía en mi cintura, pero el maldito tenía buenos reflejos y logró esquivarlo.

Casi me provocó admiración ver cómo se impulsó con los pies en la pared de piedra delante de él y con un salto mortal quedó frente a mí en posición de combate, también usaba protección en el rostro, por esa razón seguía siendo un misterio para nosotros; sin perder el tiempo me fui en su contra y nos metimos en una lucha en la que nuestros Kiai[1] eran la melodía que marcaba cada golpe que ejecutábamos uno contra el otro. El tipo era muy bueno e incluso algunos movimientos fueron demasiados parecidos a los míos, al estilo con el que aprendí a pelear años atrás en aquel infierno.

Era muy alto y su cuerpo, aunque delgado, se notaba muy musculado y sus agiles movimientos me aseguraban que no me estaba enfrentando a cualquier pelele.

—Al fin me envían a una verdadera contrincante —dijo en japonés y cerca de mi oído cuando pudo empotrarme a una pared, mi mejilla derecha se presionaba a aquel muro con brusquedad y grité de dolor cuando retorció el brazo que tenía hacia mi espalda.

No era la primera vez que las organizaciones iban tras de él, pero sí la única en la que logramos acorralarlo hasta el punto de atraparlo; muchos de mis compañeros murieron en sus manos, ya que el maldito era sádico y no dejaba a nadie vivo. El señor Elijah era el más interesado en atraparlo, ansiaba tener el culo de ese imbécil para poder torturarlo y hacerlo pagar por sus crímenes y las vidas de nuestros compañeros y, yo quería dárselo.

Así que haciendo uso de mis nuevos conocimientos, logré zafarme de su agarre y al notarlo desprevenido por mi agilidad, aproveché para sacarle el gorro pasamontaña que cubría su identidad y me quedé estúpida al verlo y él lo notó, ya que sonrió de lado.

—Admito que me sorprende mucho que sea una chica quien haya logrado verme —confesó.

Di un paso hacia atrás sin poder creer a quién tenía frente a mí, mi sangre se congeló, mi cerebro dejó de dar órdenes y por lo mismo mis pulmones dejaron de funcionar, mi corazón fue el único que siguió con su trabajo, aunque desbocado por todo lo que estaba sintiendo.

Y de pronto me vi envuelta en el pasado.

 

¿¡Por qué, Kwan!? grité con todas mis fuerzas.

Los soldados nos encontraron justo en la barrera por la que pretendíamos escapar, fue solo unos meses antes de que nos sacaran con mi madre. Ese chico se convirtió en mi amigo cuando solo tenía diez años y él once, a los catorce nos enamoramos y nos convertimos en novios. Me entregué a él cuando cumplí quince, estaba loca y perdidamente enamorada, el maldito me profesaba lo mismo, pero me traicionó de la peor manera a la primera que pudo.

Es por sobrevivir y soy un superviviente fue su maldita respuesta.

Los soldados se lo llevaron esa vez sin ser bruscos con él, lo trataron como a uno más de ellos mientras que a mí me comenzaron a golpear como si hubiese sido un hombre. Lloré mientras veía la espalda de aquel chico flacucho alejándose de mí, gemí y grité de dolor, en ningún momento se giró para verme, para ayudarme.

Había sido muy lindo conmigo esa noche, me trató con una delicadeza a la que no estaba acostumbrada; tuve miedo cuando me propuso ir cerca de la barrera, hacia un escondite que nadie conocía, aunque él estuvo muy tranquilo, muy seguro de que ningún custodio nos descubriría, de que ninguno nos interrumpiría.

Tras tener nuestra primera vez dijo que todo estaba muy pacífico y me convenció de que escapáramos, alegando que era nuestra única oportunidad; pensé en mis padres, pero él aseguró que estarían felices de que lográramos irnos de ese infierno. Fui egoísta por su culpa, por los sueños que me enfundó de una vida juntos, felices y libres. No obstante, cuando nos descubrieron, se defendió diciendo que todo fue mi plan, que yo lo convencí y casi me matan de la golpiza que me dieron como castigo.

No supe más de él desde aquel día, y por dos semanas fui obligada a combatir con las manos y pies esposados, la cadena que me apresaba a penas me dejaba dar dos pasos seguidos y mis padres no pudieron defenderme, solo me observaron con dolor, amarrados de unos gruesos barrotes de madera.

 

—¿¡Jiyu!? —Su voz me sacó de mis pensamientos, ni siquiera me enteré cuando me sacó el paño que me cubría.

Escuchar el nombre por el que fui llamada en aquel campo me estremeció como nunca. Dejé de usarlo porque juramos con mi madre que al ser libres nos olvidaríamos de aquel pasado que por poco nos consumió la vida, así que no quería que nadie me llamara más así, me hacía revivir mis vivencias y no estaba para eso.

Y menos por él, el hombre que por mucho tiempo fue solo Escorpión para las asociaciones que estábamos detrás y que hasta ese momento descubrí que estaba más ligado a mí de lo que pensaba.

Kwan ya no era aquel chico desnutrido que conocí años atrás, la vida lo había tratado muy bien; estaba igual de sorprendido al verme y a pesar de que ambos habíamos cambiado en demasía, nos reconocimos al instante de vernos a la cara.

—¡Mierda! Eres tú —exclamó en coreano.

Logré sacar un arma adicional que usaba en mi espalda y lo apunté cuando quiso acercarse a mí.

—La misma a la que dejaste tirada a su suerte hace seis años —escupí con resentimiento.

Él alzó ambas manos sorprendido de mi acción.

—Aunque no lo creas me dolió, pero sabes bien que fuimos entrenados para sobrevivir. Habrías hecho lo mismo en mi lugar —aseguró y negué.

—No, me habría entregado con tal de salvarte —aseguré y sus ojos se abrieron demás con mi respuesta.

Iba a decir algo más, pero mis compañeros llegaron y le lanzaron más shurikens, esa vez sí lo hirieron y su rostro se deformó de dolor, mas no dejó de observarme. En ese instante el odio, dolor, curiosidad y añoranza se mezclaron en mi interior, ese tipo fue parte de mis sueños y estuvo en muchos de mis malos momentos; así fue como cometí la mayor estupidez después de entregarme a él.

—Golpea mis manos, coge el arma y amenázame con ella. Solo así escaparás —dije en lo bajo.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, aunque no tardó en hacer lo que le dije; amenazó con volarme los sesos si no lo dejaban ir, mis compañeros temieron por lo que podía pasarme, eran parte del escuadrón a mi cargo y capaces de dar la vida por mí. Bajaron sus armas al ver que aquel tipo hablaba en serio, Kwan caminó conmigo como su as bajo la manga hasta que llegó a un pequeño bosque cerca de la mansión, lugar seguro donde podía escapar.

—Si te vuelvo a ver, hablaremos de verdad —susurró en mi oído antes de marcharse.

Me empujó hacia adelante y casi caí de bruces, cuando volví a ver hacia atrás ya no estaba, logró desaparecer como si hubiese sido capaz de moverse con la rapidez del aire. Mi corazón seguía acelerado por aquel encuentro y mi cerebro comenzó a aclararse, haciéndome maldecir por lo que hice.

—Te creí más inteligente, Shi —Busqué con la mirada la voz de Lupo, apareció de entre las sombras.

Él no era parte de mi escuadrón, sino que había llegado como apoyo al mío junto con su Contraalmirante; me tensé al verlo tan serio, me hablaba en inglés, aunque su acento italiano era muy marcado.

—Ya sabes qué hacer, Lupo —dijo Cameron, su jefe, mi compañero.

Todos me rodearon, Grigoris y Sigilosos —como éramos reconocidos los de La Orden del Silencio—, incluido mi escuadrón.

Mi corazón se oprimió con dolor.

—No apagaste el intercomunicador cuando le pediste a ese hijo de puta que te usara como un puto escudo. Pensé que eras bella e inteligente, pero ahora descubrí que solo eres bella —Tenía conocimientos básicos de Italiano, así que entendí lo que Lupo me dijo y me dolió tanto, que una lágrima escapó de mis ojos.

Tenía razón esa vez, ver a Kwan me volvió muy estúpida.

—Y ni siquiera puedo ayudarte, pues no te escuché solo yo. Mi dispiace, tesoro —aseguró y asentí.

Hizo un asentimiento para que me apresaran y no me opuse, él solo hacía su trabajo, lo que yo habría hecho es su lugar.

Cuando llegamos al Templo fui acusada de traición, mi Sensei no podía creer tal cosa y el señor Elijah me miraba decepcionado; tía Maokko me preguntaba las razones que tuve para hacer lo que hice, mas solo me quedé callada. Me dejé ganar por los recuerdos del pasado y lo peor fue que olvidé los malos, permití que el autor de las muertes de mis compañeros escapara, mismos que debían ser vengados, pero preferí salvar a un traidor y me convertí en lo mismo.

—¡La traición se paga con muerte! —gritó el señor Elijah y brinqué en mi lugar.

El rostro de tía Maokko solo mostró preocupación, igual que el de mi Sensei.

—Y lo sé, sabes que sí —alegó ella, la mujer que en un principio odié y que en ese instante intentaba abogar por mí—. También eran mis compañeros, mi gente la que murió en manos de ese malnacido, pero en mi interior algo me dice que Sadashi no hizo lo que hizo solo por jodernos.

—¡Pues manda a la mierda a ese algo que te grita en tu interior, porque no daré mi brazo a torcer! —Él me miró y sentí que me congeló con aquellos ojos que parecían una verdadera tormenta. Nunca lo vi tan molesto como esa vez— Me fallaste como jamás debiste hacerlo —Pasó por mi lado tras decir eso, rozó mi hombro y me hizo retroceder con brusquedad.

Mi Sensei lo siguió, ella ni siquiera me miró; a pesar de que intentaba salvarme la vida, sabía que estaba decepcionada de mí.

Irónico que al salir esa tarde del Templo me mirase con orgullo y al volver, con decepción.

Tía Maokko llegó a abrazarme, tenía las manos esposadas hacia atrás, también me apresaron los pies. El escuadrón más fiel a Elijah Pride me estaba custodiando en ese momento. Esperaba mi muerte, era consciente que lo que hice lo iba a pagar de esa manera, sabía demasiado y dejarme libre no era opción para nadie, ya que si no me mataba La Orden o Grigori, el gobierno se encargaría de hacerlo, de una u otra manera estaba perdida.

Me encerraron en una celda por dos días, Lupo llegó a verme y se seguía disculpando por no haberme ayudado; el tipo guapo y duro estaba perdiendo su fachada y me mostró a un sentimental empedernido, ya que presentía mi muerte. Le dejé claro que es lo que debía hacer y procedió tal cual yo lo hubiese hecho.

Hacía un tiempo que nuestras aventuras acabaron, mas esa última noche en la celda me permití ser tocada por un hombre una última vez; el sexo era una de las pocas cosas buenas que la libertad me dio y quería llevarme aquel recuerdo.

Lupo siempre fue un buen amante, así que era el indicado para aquello.

Pero cuando me enfrenté a mi juicio final, me llevé la sorpresa de que me dejarían vivir; llevaron mi caso a votación y la mayoría optó por darme una oportunidad. Aunque por un momento preferí la muerte, lo hice cuando se me comunicó que estaría fuera de servicio por un buen tiempo, puesto que nadie confiaba ni en que volviera a ser un soldado; el señor Elijah no obtuvo lo que deseaba, pero se aseguró de quitarme la vida de una manera diferente, de una forma muy cruel y él lo sabía.

—De corazón siento mucho haberle fallado —susurré, ya no era una prisionera y pude acercarme a él.

De verdad no lo juzgaba por querer mi muerte ni por el castigo que estaba dándome.

—Espero que algún día me digas la razón por la que lo hiciste, porque ahora mismo no puedo entenderte y si te han dado esta oportunidad, es solo porque Isabella te ve como a una hija —No quise verlo a los ojos cuando me dijo eso.

No iba a decirle que aquel tipo al que dejé escapar fue mi amor, el dueño de lo más valioso que me dejaron conservar en aquel campo y quien peor me traicionó; por esa razón comprendía la actitud del señor Elijah, nada dolía más que la traición de una persona en la que habías depositado toda tu confianza.

A partir de allí pasé sirviendo en las organizaciones como una conserje más y seguí bajo la vigilancia de aquellos que un día recibieron mis órdenes, a veces me permitía llorar cuando me cansaba de ser fuerte, pero estaba decidida a volver a ascender, me propuse ganarme de nuevo la confianza de mis jefes y me mentalicé en que esa caída debía de servirme como un gran impulso, una vez más hacia arriba.

Y lo logré, pues al año de aquello conseguí que se me considerara ser parte de los soldados, aunque mi Sensei tenía otros planes para mí, unos que no me agradaban, mas no iba a decepcionarla de nuevo.

—Sé que no es lo que esperabas, pero eres a la única que podría confiarle tal cosa. Tengo a otros de tus compañeros destinados para la misma misión, uno para cada chico y chica —Estábamos instalados de nuevo en Italia e Isabella me daba todos los detalles.

—Soy más de peleas, de estrategias, de acción. No creo que ser guardaespaldas se me dé bien —Me rasqué la cabeza un tanto frustrada y traté de tener mucho tacto.

No conocía a los hijos de mis jefes, tampoco a sus sobrinos. Esos chicos eran como de oro y los mantenían siempre al margen de todo, pero las corazonadas de aquellos líderes no eran por gusto y estaban viendo cosas que no les agradaban, por lo mismo iban a optar por ponerles seguridad personal. 

—Si no quieres lo entenderé. Buscaré a alguien más, capacitado para esto —aseguró.

En ese momento me rasqué la frente, me estaba poniendo muy nerviosa.

Si aceptaba cuidar a uno de sus hijos, iba a tener que mudarme a Estados Unidos. Ella y su familia estaban en Italia por el cumpleaños de su sobrina; mudarme no me suponía ningún problema, puesto que ya estaba acostumbrada a ello, ser niñera era otro rollo, uno en el que nunca pensé meterme.

—¿Qué pasará conmigo si no decido ser guardaespaldas? —me atreví a preguntar.

Como siempre, mi Sensei fue directa.

—Seguirás aquí, en realidad no hemos pensado en incorporarte a ninguna misión.

«¡Mierda!», Espeté en mi mente.

Me estaba oxidando por estar tan quieta y comprendí en ese momento que todavía no iban a quitarme el castigo y cuidar el culo de cualquiera de aquellos niños pijos, solo era parte de este. La diferencia estaba en que podría salir, ir a donde quiera que ellos fueran.

Iba a hablar, a decirle mi decisión, pero alzó la mano para que esperara, ya que recibió una llamada; en el escritorio tenía tres archivos con información de las personas a la cuales se cuidarían, se puso muy contenta cuando su esposo le dijo algo y guardó dos archivos, se despidió de él y me animó a decirle lo que antes no pude.

—Supongo que ya no puedo escoger a quien cuidaré —Señalé con mi barbilla el archivo frente a ella y sonrió al saber que le estaba dando un sí.

—Elijah acaba de escoger a dos Grigoris para esas tareas y han elegido a estos dos, lo siento —No tenía por qué hacerlo.

—No se preocupe, me limitaré a hacer mi trabajo con quien sea y prometo que esta vez no la defraudaré —aseguré y ella asintió.

Me tendió el archivo y lo tomé para después ponerme de pie y marcharme, antes de lograrlo ella habló.

—He respetado tu silencio y lo seguiré haciendo, pero espero que algún día me digas por qué dejaste ir a Escorpión —Me tensé al escucharla. Pero continué mi camino sin responder nada.

Pasaría el tiempo y sentía que jamás estaría preparada para hablar de aquel tipo.

Llamé a Lupo y le pedí que me informara todo lo que sabía de Aiden Pride White —el chico que la suerte decidió para que cuidara—, puesto que había sido parte de la seguridad de él y sus hermanos cuando los cuidaron en grupos. Curioso, extrovertido y un donjuán fueron las tres palabras con las que mejor lo describió y al siguiente día que tomé mi cargo de forma oficial, entendí muy bien porqué.

Vaya que la curiosidad de ese tipo era tan grande como para querer saber qué se sentía follar a su prima y tuve que presenciarlo de primera mano.

Al aparecer la vida no me quería poner las cosas fáciles.

Como tonta imaginé que esos chicos serían pijos sin gracia alguna, olvidé los genes que poseían y me di en la cara al comprobar que no solo eran guapos y bien dotados —al menos el que me tocó cuidar poseía un arma de alto calibre—, sino que también les encantaba meterse donde no debían.

Mis órdenes fueron informar cada uno de sus pasos, cada persona que se les acercaba, aunque mi intelecto me decía que la escena que estaba viendo era mejor mantenerla en secreto; al menos hasta donde pudiese. 

—¿¡Qué tal se está portando Aiden!? —preguntó mi Sensei en una llamada de rutina.

Me debatí entre decirle si muy bien o muy mal, justo cuando él estaba penetrando a su prima como si la vida se le fuera a ir en ello.

—Pues curioso sí es, eh —admití y la escuché reír—. Digamos que de momento se está portando como supongo que es su forma de ser —respondí al fin su pregunta.

Gracias por aceptar cuidarlo, me has salvado la vida —dijo y su tono demostraba el agradecimiento.

Me despedí sin responder a lo que me dijo, puesto que intuí que le estaba salvando la vida a ella, pero me arriesgaba a perder la mía.

«¿En qué mierda me metí?»

Me cuestioné y cerré los ojos para no seguir presenciando tremendo porno en vivo.

Y con el tiempo comprobé que me metí en una buena mierda al cuidar el culo de aquel niño bonito.

 

 

[1] Gritos de ataques.

Acercamiento

Sadashi

Tiempo actual…

 

Un años atrás, cuando tuve la brillante idea de aceptar ser guardaespaldas de Aiden Pride White, jamás imaginé que me metería en el mayor problema de mi vida. Dormir se había convertido en una ilusión para mí, mi cabello se estaba cayendo más de la cuenta y mis nervios se mantenían a flor de piel todo el tiempo; era flaca, pero para este momento ya pesaba al menos diez libras menos.

¡Joder!

Ese chico necesitaba desacelerar un poco y un buen examen médico con ese ritmo de vida tan desinhibido que llevaba.

Estaba harta de investigar mujeres, tener sexo dejó de parecerme placentero después de verlo follar casi cada puto día de su vida y pensar en viajar ya me hacía doler la cabeza tras tener que hacerlo todos los fines de semana, puesto que si Aiden no iba a California a visitar a su hermano, iba a casa de sus padres y, por momentos añoraba la tranquilidad de Italia y mis días como conserje metida solo en el centro de operaciones de Grigori y La Orden. 

—¡Arriba, Shi! Tu siesta ha acabado —Me levanté de mi lugar como si me hubiesen prendido fuego en el culo.

Un compañero me había estado relevando en las cámaras esa mañana, ya que llegué a la furgoneta de vigilancia que se convirtió en mi habitación, a las cuatro de la madrugada; hora en la que a la reverenda alteza se le dio la gana de volver de su ya típica fiesta. Si se graduaba ese año, en verdad me iba a sorprender muchísimo, pues esos chicos tenían de fiesteros lo que yo de asesina.

—No me digas que ese cabrón se ha levantado ya —supliqué, mi compañero sonrió entre divertido y empático.

—Al aparecer recibió una llamada de su padre y se dirige hacia Richmond —informó. 

—¡Dios! —grité y me cubrí el rostro con las manos.  

No era de llorar, pero en ese momento quise hacerlo con todas mis fuerzas.

Tiempo atrás sus padres descubrieron la aventura que sostuvo con su prima Leah Black y el señor Pride casi lo colgó de las bolas, mi Sensei hubiese hecho lo mismo, mas se enteró un día antes de que lo secuestraran y eso lo salvó de otra regañiza. Cambió un poco tras aquel suceso, de hecho, me llegué a sentir en la gloria cuando por fin pude dormir, comer, bañarme y hacer todo lo mío como una persona normal, ya que Aiden se comportó como un chico renovado durante varias de semanas.

No obstante el descanso no duró mucho.

En aquellos días el estrés me hizo cometer varios errores, como por ejemplo, que en un arranque de desesperación cambié de lugar con el guardaespaldas de Daemon, el hermano gemelo de mi mayor pesadilla, y eso por poco me llevó a la muerte, puesto que el chico descubrió que lo seguía y me tendió una emboscada. Aunque admitía que aquella pelea en la que nos metimos fue como un respiro de aire fresco para mí.

Y quise quedarme como su guardaespaldas a pesar de nuestro choque, pero mi Sensei no lo permitió, alegando que así yo fuese lista, fuerte, ágil e inteligente, Daemon necesitaba que lo cuidara un hombre debido a su condición.

Por esa razón, no me quedó más remedio que seguir cuidando al sátiro de los Pride White.

Meses después me dejé ver por Aiden y casi descubre mis motivos para estar cerca de él, aunque en ese momento su actitud de donjuán me jugó a favor y me ayudó a despistarlo. Lo único bueno de esos días fue que tuve acción de verdad y podía ser egoísta de mi parte, pero me sentí viva al volver por un tiempo a mi zona de confort, mi verdadera naturaleza.

—Al menos allá tendré un poco de descanso —me consolé a mí misma.

Estar en la mansión de mis jefes significaba descanso y libertad.

Los Pride estaban siendo como lobos hambrientos y sedientos por esos días, aunque también inteligentes, debido a que sus más grandes enemigos volvieron y dañaron a uno de sus hijos. Admitía que Aiden demostró ser digno hijo de mis jefes cuando decidió inmiscuirse en la asociación y se volvió un maniático asesino cuando de su hermanos gemelo se trató.

Pero el que Daemon decidiera mudarse a California lo afectó más de lo que admitía y demostraba, después de eso fue que buscó más las fiestas y agregó mujeres a su largo repertorio.

—Dime —respondí a Caleb, cuando mi móvil sonó con su llamada.

Deja que Aiden continúe su camino, Lupo va a cubrirte con él. Tú dirígete a la dirección que estoy enviando a tu GPS y prepárate, Shi. LuzBel necesita a la hija de puta —Esas palabras activaron la adrenalina en mi interior y sonreí.

—¿Puedo saber para qué debo prepararme?

Abby huyó después de una pelea con él, la seguimos hasta la casa de una amiga de ella, pero hemos descubierto que más que amiga, es una hipócrita celosa y al aparecer le tendió una trampa —Miré la pantalla del coche y vi mi nueva dirección.

Ya estaba en Richmond y para mi nuevo destino solo me quedaban diez minutos.

—Soy como una vampiresa en abstinencia, así que después de estos días tan estresantes, al menos espero obtener un poco de sangre —dije. 

Tal vez tengas suerte —repuso y cortó la llamada.

Aceleré el coche más de lo debido y llegué antes de lo previsto a una zona boscosa y alejada del bullicio de la ciudad, mis compañeros Grigoris me indicaron que entrara de inmediato a la casa y me proporcionaron un intercomunicador, por él me informaron que el guardaespaldas de la chica pidió refuerzos al ver que la amiga se la llevó para ahí.

La casa era protegida por un muro alto y descuidado que impedía la vista hacia ella, todo parecía viejo y abandonado; un lugar perfecto para cometer fechorías. Ahí se encontraban unos tipos y una mujer de aproximadamente cuarenta años, la tipa tenía antecedentes de trata de blancas y Abby parecía demasiado dócil como para ir a meterse por su voluntad a una zona como en la que estábamos.

Tuve lista mi arma cuando escuché gritos de pelea, entré a la casa tomando mis precauciones, por dentro tenía demasiados lujos en comparación a cómo se veía por fuera.

—¡No dejen escapar a nadie! —Aquel grito casi jodió mi tímpano.

Había tipos jóvenes, pero en su mayoría eran mayores; más Grigoris estaban adentro y se encargaron de todos aquellos que quisieron salir, subí los escalones y llegué a la habitación donde vi más ajetreo y mis ojos se desorbitaron ante lo que presencié.

¡Puta mierda!

El infierno iba a desatarse en ese lugar.

Abby lloraba y su ropa estaba rota, en el rostro tenía algunos golpes y su cabello se encontraba alborotado; aun así se notaba que no estaba en sus cincos.

—¿¡Te atreviste a violar a mi hija!? —preguntó el señor Pride a un viejo frente a él.

—¡No le hice nada, te lo juro! —respondió aquella mierda, fingiendo temor y arrepentimiento.

Se quejaba de dolor y se tomaba el brazo izquierdo.

—No me hizo nada, papá. No pudo —aseguró Abby—, pero lo intentó —añadió.

Guardé la glock en mi cinturón y en su lugar saqué una daga.

—Me siento mal, creo que Dani me drogó cuando llegué a su casa, aun así pude defenderme de este imbécil que quiso tocarme, pero el cobarde llamó a sus amigos cuando vio que no podía conmigo, entre todos me doblegaron y casi logran su objetivo si no hubieses llegado.

—Cameron, saca a Abby de aquí —ordenó el señor Pride con voz gélida, luego de escuchar aquella confesión de su nena.

—¿Papi? —lo llamó ella, él ni siquiera se volvió a verla.

Tenía su mirada fija en aquel pobre imbécil que hasta ese día iba a vivir.

—Sal de aquí, nena. Me reuniré contigo pronto —Su voz no daba pie a una alegación más y la chica obedeció de inmediato yéndose con Cameron—. Traigan a los demás a esta habitación —pidió cuando su hija ya no estaba.

Crujió su cuello y sus órdenes fueron cumplidas.

—Ya sabes qué hacer, Kishaba —Me miró y asentí.

Él sabía que cuando de matar se trataba ahí estaba yo, siempre dispuesta y encantada de hacer mi trabajo.

—Este pobre imbécil conocerá las consecuencias de tocarle un solo cabello a la hija del diablo —sentenció y piel se puso chinita.

Pocas veces lo vi actuar como en ese momento y lo admiré un poco más. Sin duda alguna era mi ejemplo a seguir.

 

____****____

 

Llegué a casa de tía Maokko a tomar una larga ducha, mis mejillas estaban rojas, ya que hacía un día caluroso, y mi piel con algunas salpicaduras de sangre que no pude evitar; mi energía aumentó en un santiamén tras haber estado en aquella casa que se convirtió en un cementerio clandestino y agradecí sentirme un poco más relajada después de haber tenido acción de verdad.

Lupo se estaba haciendo cargo de Aiden, me mantenía informada cada cierto tiempo, aunque lo ignoré por un buen rato, puesto que no quería saber nada de aquel chico, al menos por tres horas seguidas.

¡Mierda! Ya había comenzado a verlo hasta en la sopa, todo me recordaba a él, sobre todo cuando veía a chicas rubias quienes al parecer eran sus favoritas.

—Sadi, no quiero ser inoportuna ni joder tu momento de relajación, pero Isa llamó y pide que te presentes esta noche en su casa —Apreté los ojos con fuerza y hundí mi cabeza en el agua de la tina tras escuchar a tía Maokko.

Ya intuía que la paz no me dudaría tanto tiempo.

Salí de debajo del agua cuando la respiración me comenzó a faltar y me encontré a tía frente a mí, con los brazos cruzados y viéndome con diversión.

—Dijiste que tendría privacidad aquí, por eso dejo la puerta sin llave sin temor a que Marcus entre, pero veo que es contigo mi problema —hablé con falsa diversión.

No me cubrí, ya que no me avergonzaba que ella me viera desnuda.

—¿Tan mal te tiene Aiden que buscas ahogarte? —ironizó y negué con una media sonrisa en el rostro— No me digas que te está quedando grande esa misión —Esa era Maokko Kishaba, le encantaba chincharme cada vez que podía.

—Ya vete y déjame relajarme un poco más antes de volver a mi misión, una que no me queda grande —repuse y ella se rio de mí. 

—Esta noche huirá después de lo que su madre le informe, así que prepárate —me advirtió.

La vi marcharse y me quedé pensando en las razones que tendría para hacer tal cosa, puesto que había dejado de ser tan idiota como para escaparse, sobre todo, después de aprender y conocer los peligros que corría con los enemigos de sus padres cerca.

Pero agradecí el sobre aviso de tía Maokko, ya que en efecto, salió esa noche de su casa, furioso como jamás lo vi en el tiempo que tenía cuidándolo y por unos segundos temí que me descubriera detrás de él. En el pasado vi a su gemelo así de encabronado y descontrolado, mas a él nunca y me pareció raro; por primera vez tuve que pedir refuerzos en información para saber a qué me enfrentaba y mientras lo seguía llamé a tía para que me explicara un poco.

Aiden es igual de posesivo que su padre y acaban de informarle que Abby se irá del país, no sabe nada acerca de lo que sucedió con ella esta mañana ni lo sabrá debido a lo impulsivo que puede ser e Isabella no lo quiere más envenenado de lo que ya está. Pero como ya sabrás, no tomó a bien que su hermanita se vaya y sobre todo, cuando piensa que lo hace por un capricho —Estacioné el coche alejado de donde lo ubiqué y escondido de el de Aiden.

Supe a donde dirigirme y agradecí que esa vez no me lo pusiera difícil.

—¿Se irá por lo de esta mañana? —cuestioné.

Sus motivos en un principio fueron otros. De hecho, esta mañana huyó porque se lo comunicó a su padre y él se negó rotundamente, dejando claro que no cambiaría de opinión y advirtiéndole a Isabella que esta vez no lo convencería, ya que su hija no se alejaría de ellos, pero luego de lo que le hicieron y lo que por poco lograron, LuzBel ha cambiado de opinión y cedió por la salud mental de Abby.

Escuché muy atenta a tía y entendí por primera vez a Aiden.

Yo también había notado lo posesivo que era con las chicas de su familia, la manera en la que las cuidaba y cómo intentaba consentirlas cada vez que podía; el cabrón desaparecía siempre que una mujer Pride, Black o White estaba cerca, incluso con tía era todo un caballero, pero llegué a notar algo que a lo mejor solo mi Sensei descubrió y fue por eso que me pidió estar presente esa noche: Aiden se estaba sintiendo solo.

Meses atrás tuvo que dejar ir a su hermano, chico del cual nunca se separó desde que nacieron y esa noche sentía que también estaba perdiendo a su hermanita, quien a pesar de que no veía a diario, sabía que la tenía a dos horas de distancia y siempre que ella podía iba a verlo o viceversa. Y si algo comprobé en mi tiempo con él, es que era demasiado unido a su familia.

Cuando dejé de hablar con tía Maokko lo busqué y no tardé mucho en encontrarlo, pues sabía el lugar exacto donde estaría; siempre que estaba mal iba al riachuelo que rodeaba la mansión de sus padres, aunque le encantaba el lado frente a su casa, alejado de ella por kilómetros de agua, pero a la vista de él siempre. El lugar era cubierto de la carretera por los árboles que formaban un pequeño bosque y cuidado por Silenciosos que se camuflaban muy bien. Aiden seguía en territorio de su familia, mas sus padres preferían tenerlo vigilado, no importaba donde.

Se había quitado la camisa, eran las ocho de la noche y el sol todavía seguía dando su luz a pesar de que ya estaba escondido; el tatuaje que tenía en su torso llamaba mucho mi atención, no era la primera vez que lo veía, pero siempre surtía el mismo efecto en mí. El calor mermó un poco para esa hora, aunque se seguía sintiendo humedad en el aire y daban ganas de meterse a bañar al río.

—¡Maldición! —gritó de pronto y lanzó la camisa al suelo con mucha furia— ¡Joder! ¡Mierda! —siguió despotricando en italiano.

Estaba escondida entre los árboles y mi visión era perfecta.

Se puso de rodillas y comenzó a golpear el suelo con una potencia tremenda, por experiencia propia sabía que no le dolía, estaba descargando toda su frustración así, pero no protegía sus manos y las estaba dañando con la tierra y las pequeñas piedras, y tal vez en ese momento no lo sentía, aunque el día siguiente no iba a poder moverlas si es que corría con la suerte de no quebrarse algún dedo.

—¡Carajo! —murmuré para mí por lo que iba a hacer.

Sentí un poco de empatía por él y decidí salir de donde estaba y casi la cago al hacer semejante estupidez, puesto que lo hice en silencio, el chico me escuchó y no sé de dónde sacó la daga que me lanzó en un santiamén.

¡Joder! ¿¡Qué mierda tenían con lanzarme dagas!?

Logré tirarme al suelo milésimas antes de que el arma se clavara en mi cabeza, miré hacia atrás cuando escuché un golpe y vi la daga clavada en un árbol con la mitad de la hoja hundida en él, tras eso puse mi mirada furiosa en Aiden y cuando me reconoció, sus ojos se desorbitaron.

Ojos que por cierto estaban rojos y dejando caer algunas lágrimas.

—¿¡Engreída!? —me llamó y lo fulminé con la mirada.

Él sabía que odiaba ese apodo, lo comprobó en algunos encuentros que tuvimos en el pasado, pero seguía llamándome así.  

—Nunca imaginé que un niño bonito supiera usar ese tipo de armas —bufé.

Cogió su camisa de inmediato y se limpió el rostro, tras eso caminó hacia a mí cuando ya me estaba poniendo de pie. 

—¡Mierda! He cortado un mechón de tu cabello —avisó.

Vi mi pelo en el suelo y comencé a tocarme la cabeza, afligida de que se me notara.

—¿¡No te basta con todo lo que ya haces que se me caiga!?

—¿¡Eh!? —dijo y negué al darme cuenta de lo que dije y la confusión que le provoqué.

—Dime que no me dejaste calva —siseé y me di la vuelta para que viera la parte de atrás de mi cabeza.

—¡Demonios! Engreída, lo siento —soltó afligido.

Cubrí mi cabeza de inmediato y creí que mis ojos se iban a salir de sus cuencas y mis mejillas se calentaron con vergüenza.

—¡Imbécil! —Le grité y sin pensarlo lo empujé con fuerza.

Lo tomé desprevenido y trastrabilló hacia atrás, usaba un jeans negro desgastado que se ajustaba a sus piernas y caía demasiado bajo en sus caderas, sus deportivos ya no eran blancos sino cafés por la suciedad del lodo que había pisado antes y su tatuaje nunca estuvo tan cerca de mis ojos como en esos momentos.

—¡Cálmate, mujer! Te estoy jodiendo —Cogió mis manos cuando iba a darle otro empujón y comenzó a reírse.

Odié que lo hiciera e intenté zafarme para esa vez darle un puñetazo, pero me cogió con más fuerzas.

—Solo corté un mechón, se ve lo corto, pero no estás calva. Cálmate ¡joder! —insistió, ya que me seguía retorciendo.

—¡Eres un idiota, pudiste haberme asesinado! Y suéltame ya —reclamé. Lo hizo enseguida, sus dedos quedaron marcados en mis muñecas, también me dejó sucia y con unas manchas de sangre.

Miré de inmediato sus manos, sus nudillos sangraban demasiado.

—Para ser una Sigilosa de primera, deberías acercarte con más cuidado.

—Y qué me iba a imaginar que tenías una daga —siseé.

—Me subestimas demasiado, pequeña Engreída. Tengo mis trucos bajo la manga… y bajo el pantalón —soltó con malicia.

Me giré para ver hacia el río, ya empezaba con su absurdo juego de donjuán. 

—Y además, ¿qué demonios haces aquí? ¿me estás siguiendo? —Me tensé al escucharlo.

Eso me pasaba por querer ser diferente a lo que era.

—¿Seguirte? ¡Puf! Vengo aquí cuando tengo tiempo libre —mentí.

—Aja, eso es extraño, nunca te había visto.

Lo sentí caminar y pasó a mi lado hasta llegar al río, se puso en cuclillas y comenzó a lavar sus manos; era increíble que no se le hiciera ningún gordito al estar en esa posición, pues yo, a pesar de estar flaca, no me salvaba de ningún rollito. Su pantalón se bajó demás y me dejó ver la cinturilla de su bóxer y el inicio de la raya de su culo, me sentí patética al verlo con tanto detenimiento, pero me fue imposible.

Como se lo dije en el pasado, tenía las pompas muy tonificadas, incluso más grandes que las mías y eso me hacía sentir un poco envidiosa.

—Siento tu mirada clavada en mi nunca, Engreída, o más bien en mi culo —se burló y empuñé las manos.

—Es imposible no hacerlo cuando me estás mostrando casi media raya —bufé.

Se puso de pie y se subió el jeans solo de un lado, sacudió sus manos y tras terminar se colocó de nuevo la camisa.

—Tus manos se ven muy mal —Las señalé con la barbilla, seguían sangrando.

Las extendió frente a él y se las miró.

—Mis manos ahora mismo son lo de menos —Retrocedí cuando caminó hacia a mí—. No estoy pasando por un buen momento, los chicos están en Virginia Beach y no quiero estar en casa, tampoco en el apartamento donde vivía antes, así que invítame a tu casa —Reí al escuchar lo último.

—Jamás haría eso, a ti menos que a nadie invitaría a mi casa —aseguré y lejos de molestarse, vi diversión en sus ojos.

—No tengas miedo, solo entraré donde tú quieras —Rodé los ojos—. Te invito a un trago entonces, en serio no quiero estar solo.

—Según vi, tu prima está en casa, podrías invitarla a ella —No quise decir eso con burla, pero me salió tal cual y me arrepentí al ver la mirada sospechosa que me dedicó—. Ustedes se llevan muy bien, podría ser mejor compañía —me corregí de inmediato.

—No quiero estar con nadie de mi familia, eres como mi último recurso —Odié lo que dijo.

Era cierto que no nos llevábamos bien, pero tampoco tenía que ofenderme de esa manera.

—No sé cómo es que consigues tantas mujeres, ya que está claro que no solo eres idiota sino también un completo patán.

Eso fue todo lo que dije antes de darme la vuelta y volver a mi coche.,Esa noche estaba comprobando una vez más porqué jamás me llevaría bien con ese chico; me ponía los nervios de punta de una mala manera cada vez que tuvimos algún encuentro y eso no había cambiado.

—Sabes demasiado de mí.

—¡Mierda! —chillé cuando me cogió del brazo y me hizo verlo.

—Estás en mi lugar favorito, dices cosas extrañas y las insinúas, te comportas toda fastidiada como si ya estuvieses harta de mí y ahora lo de no saber cómo es que consigo tantas mujeres. ¿Por qué, Sadashi? —Me había empotrado a un árbol y su rostro estaba demasiado cerca del mío.

Pensé en tía Maokko diciéndome que la misión me estaba quedando grande y al recordar todas las cosas que solté en un rato con él, acepté que esa mujer no se estaba equivocando.

—Y dame una buena explicación antes de que comience a creer que estás obsesionada conmigo, porque si es así, ahora mismo te la quito —sentenció con chulería.

¡Joder!

Eso fue todo lo que pensé cuando acercó su cadera a la mía. 

Tenía que inventarme una buena excusa a las de ya.

Abigail

Abigail Pride White creció siendo la niña de sus padres, la princesa de sus hermanos y la consentida de toda la familia. Situación que muchas veces llevó a que algunos confundieran sus deseos con caprichos, lastimándola en el proceso al no tomarla en serio. Llegado cierto momento descubrió que ser sobreprotegida la asfixiaba y también complicaba su proceso de convertirse en una mujer. Sobre todo cuando lo único que quería era ser independiente y vivir su vida al lado del chico que amaba. Hasta que cometió el mayor error de su vida, uno donde aprendió que para ser feliz en el amor no bastaba con que solo uno sintiera, e imponerse no fue tan satisfactorio como esperó, al contrario, su entorno perfecto casi se desmorona por obligar a que sintieran como ella y debido al desastre que ocasiona toma la decisión de irse para reencontrarse y cuando lo logra, el mundo se rinde ante sus pies y le muestra una versión de sí misma que no cualquiera logra dominar. Incluso ni ella, a veces. Segura de su belleza, valor y capacidad, vuelve a casa con la intención de ser y hacer feliz a los suyos, pero no contaba con que esa vez su sola presencia y la combinación de sus genes ocasionarían un desastre. No obstante, entiende que ya no está en sus manos evitarlo y tampoco huirá; el pasado para ella es solo eso y le enseñará a los afectados a dejarlo en donde pertenece. ¿Y el amor? El amor se convierte en un juego al azar donde ni los profesionales ni los experimentados salen ilesos. Sin embargo, el tiempo se encargará de colocar a todos en el lugar correcto, aunque en el proceso inocentes pagarán por culpables o justos por cobardes.

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Piedra fría

 Abby

 

«Wait a minute» de Willow Smith sonaba por tercera vez a todo volumen en aquel club, en la primera ocasión que el Dj la puso me permitieron adueñarme del micrófono y cantarla a todo pulmón. Mis amigos se unieron al coro cuando se los pedí, incluso los hombres que al principio se mostraron reticentes, pero luego de cinco tragos la vergüenza los abandonó.

Esa era una de las tantas noches en las que salíamos a divertirnos luego de pasar estresados la semana completa con trabajos arduos en Hurts Books, la editorial donde hacíamos nuestra pasantía de último año. Amaba la carrera que escogí: diseño gráfico y animación, y me era fácil desempeñarme como freelance a diferencia de uno que otro de mis compañeros, pues varios de ellos ansiaban pertenecer a alguna compañía de prestigio y participar en campañas internacionales que los hicieran reconocidos. En mi caso no temía a emprender por mi cuenta, aunque tampoco descartaba el trabajar con alguna empresa si la oportunidad se me presentaba.

Faltaban dos meses para graduarnos y en lugar de que el estrés disminuyera, más aumentaba entre nosotros, así que por eso y otras razones tomamos a bien salir esa noche. Larissa Clark cogió su vaso de tequila sunrise y lo bebió de una, negué y me reí al verla. Se estaba poniendo una segura borrachera y era obvio que sería yo quien cuidaría de ella en la tremenda cruda que le daría. Vivíamos juntas desde un año atrás y éramos las únicas dos chicas que logramos entrar a la editorial para nuestras prácticas, mis otros tres compañeros —hombres por supuesto— estaban haciendo una apuesta por una tipa que llamó su atención. En mi caso, entre dar sorbos a mi mojito cubano y reírme tanto de ellos como de Larissa, también me aguantaba las ganas de ir al baño.

Siempre me pasaba lo mismo, me divertía ir a los clubes y beber, aunque odiaba los baños así se me hiciera imposible no ir en algún momento cuando mi vejiga no daba para más.

—Menos, menooos mal que Andrea se fue hoy, Abby. Porque de seguro esta noche vomito, vomito todooo —Logró decir con palabras arrastradas mi compañera y amiga.

—¡Eeww! —murmuré con cara de asco y trató de sonreír, yo reí al ver que su gesto torpe no se borró más debido a que los músculos del rostro ya no le obedecían.

—«Aguanta, espera un minuto. Siente la intención de mi corapón» —Solté tremenda carcajada al escucharla cantar y ya no decir bien las palabras.

Comenzó a bailar y me tomó de las manos para llevarme a la pista, sus ojos verdes ya estaban adormilados y su cabello que antes estuvo lacio, volvió a esos rizos negros y rebeldes que la caracterizaban.

—«Olvidé mi conciencia en la sexta dimensión» —tarareé mientras la tomaba de la cintura y me restregué en ella— «Olvidé mi alma en su visión» —grité para que los que pudiesen me oyeran.

En una noche como esa y con varios tragos en mi sistema, esa letra la sentía y me pegaba más.

—«Algunas cosas no funcionan, algunas cosas están obligadas a ser. Algunas cosas hacen daño» —Larissa se dio la vuelta cuando dije aquello y bamboleó su trasero en mi pelvis—. ¡Eso, nena! Dame todo lo tuyo —la animé.

Me reí y de nuevo le cogí la cintura para que se mantuviera cerca y no fuera a caerse, cualquiera podía decir que éramos pareja y nos estábamos provocando, mas lo único que buscaba era mantener a mi amiga con los dientes en la boca.

—¡Chicas, Ángel se quedará con ustedes! —Vi a Mark gritarnos eso para que lo escucháramos por encima de la música, él y Louis estaban abrazados a la cintura de aquella chica por la que apostaron y por esas caras de bandidos que tenían, entendí que se divertirían.

Ángel en cambio lucía aburrido y me reí.

Me acerqué a mi compañero y lo cogí de la mano para halarlo cerca de nosotras, Larissa decidió restregarle el trasero en ese momento a él y yo opté por irme hacia atrás y que Ángel me lo restregara a mí. De soslayo lograba ver las miradas de algunos tipos que observaban atentos lo que hacíamos, pudo haber sido por los movimientos atrevidos o por mi falda de cuero negro que se subía demás cuando me iba hacia abajo. Menos mal decidí usar medias negras junto a mi botines, ellas me protegían un poco. Mi blusa roja de tirantes delgados era otra historia, pues el escote del frente llegaba hasta mi ombligo y se movía para donde quería, aunque gracias a que mis pechos eran pequeños nada quedaba a la vista y esto que pasé de los sostenes.

¡Diablos! Odiaba esas cosas y evitaba usarlos cada vez que me era posible.

—¡Ya vuelvo, tengo que ir al baño! —dije a los chicos cuando lo inevitable llegó.

Por tonta y esperar demás me tocaría correr y rogaba porque los que cubículos estuviesen limpios, ya que me tocaría mear de aguilita y ya no tendría tiempo de empapelar el váter. En lugares de prestigio como ese eran más aseados, pero incluso así jamás me confiaba, solo cuando estaba en casa.

A duras penas pude bajarme las medias y di gracias al cielo por no chorrearme las piernas, sentí tremendo alivio y cuando me aseé lo mejor que pude salí para lavarme las manos y acomodarme el cabello en una cola alta, ya que a diferencia de Larissa, mis ondas habían desaparecido y ya solo me quedaba un desastre que merecía ser recogido de inmediato. Me vi en el espejo y noté mis mejillas rojas, con una servilleta limpié el rímel que se me corrió de los ojos por el sudor que provocó el baile y cuando me sentí decente sonreí satisfecha. Ya llevaba varios tragos, pero me sentía todavía con mis cinco sentidos alertas y por eso mismo me pareció extraño que el baño estuviese tan solo, aunque descubrí la razón pronto, justo cuando un tipo salió del cubículo que se encontraba al lado del que usé.

—O te equivocaste, amigo o debo suponer que eres uno de esos tipos enfermos que les encanta fisgonear a las chicas —dije tratando de mantener la calma.

Lo vi por el espejo y con rapidez inspeccioné sus manos para asegurarme que no llevara nada con lo que me pudiese noquear. Estaban libres.

—Tú me has dejado enfermo con esos movimientos de zorra que hiciste junto a los otros chicos que te acompañan —dijo, abrí el grifo de nuevo y simulé que me lavaría las manos.

El imbécil sabía lo que hacía y me obstaculizaba el paso hacia la puerta de salida.

—No puedes irte ofreciendo de esa manera y luego pretender que nos quedemos de brazos cruzados, con una erección del demonio y resignados a una simple paja —Sonreí de lado y alcé una ceja por su estupidez.

Típico macho de mierda, asegurando que nosotras éramos la únicas culpables de que nos faltaran el respeto.

—Según yo, vivo en un país libre. Donde me puedo vestir, mover, hacer y deshacer a mi antojo —señalé y negó—. Que existan enfermos como tú ya no es mi culpa.

Con agilidad tomé el depósito de servilletas y se lo lancé al rostro, lo agarré desprevenido así que no logró cubrirse y gruñó de dolor; me apresuré a la puerta y chillé cuando el maldito me cogió del cuello. Se recuperó demasiado rápido, pero se equivocaba al creer que la tendría fácil. Me hice la débil por un momento y dejé que me cogiera del brazo y me empotrara a la puerta, esperaba que Michael escuchara el golpe seco que di con mi mejilla.

—Así como tú sabes usar esas caderas para provocar, yo sé usar mi verga para hacerte feliz, zorrita —susurró en mi oído.

Apestaba a alcohol y sentí su dureza en mis nalgas. El muy cabrón se cogió el falo y me subió la falda, de inmediato se restregó en mí. Tomé la decisión de ser dócil y le demostré que estaba dispuesta a cooperar, incluso fingí un gemido de placer y sonreí con malicia.

—Sabía que te gustaría, putita —dijo y lamió mi cuello.

Levanté con agilidad la pierna cuando me soltó el brazo y se concentró en subir mi falda, aproveché la oportunidad antes de que me bajara las medias y le di en las bolas justo con el talón de mi pie. Gruñó y maldijo, esa vez no le di tiempo de recuperarse y me giré para darle con la rodilla justo en la boca y luego con el codo golpeé su nariz y lo hice caer al suelo. Le di una patada en el estómago y cuando lo tuve donde quería, con fuerza pateé su entrepierna y presioné el tacón de mi botín en sus bolas.

—Conmigo los tipos usan su verga solo cuando yo quiero, hijo de puta —dejé claro mientras chillaba de dolor—. Te equivocaste de mujer, violador de mierda y lo vas a pagar —sentencié.

—¡Abigail! —exclamó Michael entrando en ese momento al baño y rodé los ojos.

—Justo a tiempo, Michael —ironicé al escucharlo maldecir.

El tipo a mis pies soltó tremendo grito cuando volví a clavar mi taco en sus bolas antes de separarme de él. Me acomodé la falda y luego el cabello. Michael era mi guardaespaldas personal y siempre trataba de estar al pendiente de mí, aunque admito que a veces no se la ponía fácil y por lo mismo no lo culpé de que llegara tarde a mi rescate.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó y asentí. Tenía más o menos la edad de mis hermanos y más que mi guardaespaldas era mi amigo.

Cuando lo conocí —o más bien, cuando descubrí que me cuidaba dos años atrás— tuve una especie de flechazo con él, pero era muy profesional y nunca dio pie a mis insinuaciones, así que me resigné a que solo cuidaría mi trasero y opté por buscar su amistad en mis momentos de soledad.

—El imbécil quiso violarme, así que tú sabrás lo que merece. Aunque conoces muy bien mis deseos en situaciones como estas —dije con asco y asintió.

Cinco o seis años atrás jamás me hubiese expresado con tanta frialdad hacia una persona por muy malvada que fuera, pero aprendí a las malas que tipos de la calaña de ese malnacido merecían lo peor así que la lástima de mi parte no existía en ese instante. Michael era cruel cuando lo provocaban y estaba segura de que actuaría tal cual mis padres lo esperaban ante situaciones como esas.

Salí del baño con la frente en alto como si nada hubiese pasado, sin sentir ni una pizca de remordimiento. Todavía no entendía si eso era bueno o malo, todo comenzó aquella vez cuando Dani, la tipa que creía mi mejor amiga se aprovechó de mi estado vulnerable y me drogó para luego llevarme a un lugar que de seguro se convirtió en el infierno de muchos jóvenes. Mis padres nos habían entrenado a mis hermanos y a mí en muchas disciplinas desde muy pequeños y eso me permitió ganar tiempo para que llegaran a mi rescate, sin embargo, pude vivir de cerca el terror de sentirte indefensa y la falta de lástima por parte de tus agresores.

Unos minutos más y mi historia hubiese sido diferente, pero para mi suerte, papá llegó justo a tiempo y me salvó, no obstante, el hecho dejó secuelas en mí y la falta de misericordia era una de ellas.

—¡Amiga, mi amor, mi vida! ¿¡Dónde estabas, cariñooo!? —inquirió Larissa y se enganchó a mi cuello.

Ángel negó y yo rodé los ojos, era hora de marcharnos, ya que faltaba muy poco para que esa hermosura de tez morena comenzara a vomitar por todos lados y no quería quejidos por parte del taxista cuando ensuciaran su medio de trabajo. Nuestro amigo y compañero nos acompañó hasta dejarnos sanas y salvas en el apartamento, sabía que Michael se mantenía cerca, pero siempre siendo discreto ante los ojos de los demás. Ese era el trato con mis padres, me cuidarían, aunque dándome mi espacio y agradecía el esfuerzo de papá en eso. Para él y Aiden fue más difícil dejarme partir y por un momento creí que no lo lograría sobrevivir sin mi familia, mas lo hice y me sentía orgullosa de mí misma.

No era fácil dejar los mimos y la seguridad de un hogar en el que te protegían como lo más sagrado y de hecho no lo fue, pero me propuse algo y mamá me ayudó a cumplirlo. Al pequeño patito indefenso de la familia le tocó crecer y para sorpresa de todos, no era un patito sino un cisne.

Uno que muchas veces en lugar de ser blanco, era de negro. La mayoría del tiempo a decir verdad.

 

____****____

 

Como lo preví antes, no dormí por pasármela cuidando de que Larissa no se ahogara con su propia miseria. No me quejaba porque aparte de que éramos amigas, también a ella ya le había tocado hacer lo mismo por mí, así que siempre íbamos a mano.

Cuando ya su estómago expulsó todo el alcohol y la mañana llegó, ambas pudimos irnos a la cama y dormir unas horas. Ese día lo pasaríamos en casa y la comida a domicilio sería la orden del día. Despertamos justo a las cuatro de la tarde y tras comer algo le hice una videollamada a mis padres para ponernos al día. Era imposible para mí pasar tantos días sin saber de ellos y cada vez que podían me visitaban.

Mamá era para mí el rigor que necesitaba mi vida y papá, el consentidor que me malcriaba y no permitía que dejara de ser una mimada en muchos sentidos.

—Lastimosamente es algo a lo que estoy expuesta igual que muchas mujeres, papi. Y no voy a dejar de vivir mi vida por miedo —le dije.

Michael le había informado de lo sucedido con el tipo del club, era su obligación y, aunque no me agradaba, tampoco me quitaba el sueño.

—Espero que Michael se haya encargado de él y lo desaparezca de la faz de la tierra.

¡Abby! —sentenció mamá.

Lo hizo —aseguró papá y sonreí complacida.

Estaba consciente ya de la vida secreta de mis padres y la verdad es que no fue nada que me quitara el sueño o me sorprendiera, de hecho hasta los imaginé en cosas peores y admito que me flipaba la idea de ser hija de unos gánster. Papá tenía toda la pinta de serlo y una vez hasta admitió que estuvo en el lado malo y le gustó, pero optó por hacer feliz a mi madre y por lo mismo terminó trabajando con los buenos. Y como lo señalé antes, mamá aparte de ser el rigor que necesitaba también intentaba ser la razón, aunque muchas veces no funcionara conmigo.

—A ver, amores de mi vida. Hablemos de cosas más interesantes, ¿dónde está Aiden, Shi y la usurpadora de mi lugar? —pregunté para cambiar de tema.

Asia, la pequeña de mi hermano era esa usurpadora, pero la adoraba así que el mote era más de cariño. Mamá negó con una sonrisa al escucharme y papá igual. A veces me gustaba hacerle berrinches solo por joder y me fingía celosa, él respondía como lo esperaba.

Con mimos y apapachos.

Están en Newport Beach, acompañando a Daemon. Leah y Dasher con sus respectivas parejas los acompañan —informó mamá y rodé los ojos con lo último.

—Así que Barbie todavía intenta ser parte de la familia —solté con desgano a la vez que me acomodaba de nuevo entre las suaves y calientitas sábanas de mi cama.

Lane prácticamente siempre fue de la familia, ya que desde que se conocieron en la escuela con mis hermanos y Dasher, jamás volvieron a separarse y me hacía muy feliz que él y Leah siguieran juntos, supo ganarse a mi prima y sabía que no existía mejor tipo en la tierra para ella. Por lo tanto, deseaba que fueran felices y comieran perdices. Bárbara por otra parte no es que me cayera mal, al contrario, se notaba que la chica a pesar de ser hija única y una mimada como yo, también era un alma buena que le caía bien a todo el mundo, pero en cuestión con Dasher, no sé, sentía que todo lo llevaban forzado.

O a lo mejor yo me empecinaba a verlo de esa manera.

Hay que darle su mérito, nena. Porque aguantar a la bruja de Laurel no es fácil —señaló papá y con mamá nos reímos.

Laurel —la madre adoptiva de Dasher— y mi padre eran mejores amigos desde toda la vida y de hecho, papá parecía más hermano con ella que con tía Tess y ambos tenían ese no sé qué de joderse, estuviesen juntos o no. Por mi parte, adoraba a tía Laurel, pues es ese tipo de consejera que todas las chicas queremos, pero que tu madre odia y no, mamá tal vez no lo hacía, aunque bien que se discutían cada vez que la pelinegra me daba un consejo subido de tono.

«¡Puf, mamá!» «Si tú supieras», es lo único que pensaba cada vez que ella creía que estaba escuchando cosas nuevas.

Y sé que mamá no me tiene por una chica inocente, aunque tampoco sabe los alcances de mi diversión puesto que muy vigilada podrían tenerme, pero con Michael teníamos un trato y el tipo había sabido mantener mi privacidad solo para él y para mí.

—Los quiero mucho —finalicé cuando me estaba despidiendo de ellos y les lancé un beso en el momento que me respondieron.

Todavía pensaba meterme a la ducha y relajarme un rato antes de dormir, pero eran las nueve de la noche, la una de la tarde en California y de seguro la hora de mayor diversión para mis hermanos; teníamos días de no hablar y pensé que era un buen momento para recordarles que su hermanita se estaba portando bien dentro de lo que cabía esa palabra para mí. Opté entonces por llamar directo a Daemon y casi cuelgo al ver que no respondió de una.

Colgaría al cuarto llamado, pero justo tomó la llamada.

¡Patito, llamas en el mejor de los momentos! —Ese fue Lane respondiendo por mi hermano, llevaba una copa de champagne en manos.

Daemon también tenía una y negó con fastidio cuando Lane se adelantó a responderme, me reí por su gruñonería, aunque también porque pasaran los años, Lane seguía siendo un bocazas.

—¿Y eso por qué? —inquirí al verlo tan emocionado, Daemon le dio una mirada de advertencia que ignoró como los grandes.

Pues tu querido primo ha decidido dar el siguiente el paso con Barbie y está a punto de pedirle matrimonio —soltó con tanta emoción, que me sentí ensordecida.

Y sé que la sonrisa se me borró de golpe al escucharlo y estoy segura de que si hubiese estado bebiendo algo, lo habría escupido de golpe porque me esperé todas las locuras del mundo, menos esa.

Me salí de la cama sintiéndome ahogada, el aire se me había atascado en el pecho y comenzó a dolerme, de pronto todo se volvió extraño, fue como si un mundo alterno me hubiese atrapado y todo giró a mi alrededor, el tiempo pasado volvió sin necesidad de una máquina especial. Daemon me habló, Lane siguió diciendo cosas que no entendí y de un segundo a otro, lo que creí superado me ardió como fuego puro lamiendo mi piel.

«Es muy pronto», pensé. O al menos creí que solo fue un pensamiento, pero la mirada de mi hermano me dio a entender que me escuchó.

Pienso igual, pero Dasher está cegado en hacerlo —confesó e intenté volver a la tierra y poner los pies en ella.

Traté de fingir mi mejor sonrisa y me tragué aquel horrendo nudo que se instaló en mi garganta. Daemon no tenía por qué lidiar con mis estupideces, ya que tenía bastante claro después de años que solo era eso. El sonido a su alrededor fue más audible entonces, escuché a Leah gritar emocionada, Aiden rio fuerte y el plop del corcho de una botella los acompañó.

¿Quieres ser mi compañera de aventuras por el resto de nuestras vidas? —Sentí que esa pregunta se grabó en mi piel como si me la hubiesen hecho con hierro caliente.

Daemon me dijo algo que no entendí y recuerdo que solo fui capaz de ir a la cocina por una vaso con agua. En el camino el «sí quiero» con la voz dulce de Bárbara me hizo tropezar y lo que una vez creí superado, me quemó como si me hubiesen tirado de lleno al infierno.

—Acércate para felicitarlos —le pedí a Daemon y me observó con advertencia.

No era necesario decirle algo, ni siquiera fingir con mi hermano que nada me pasaba porque así jamás hayamos tocado ese tema, estaba consciente de que él descubrió mis razones para irme de Estados Unidos poco más de cuatro años atrás.

Odio que te encapriches con esto, Abby —gruñó y fingí una sonrisa divertida.

D vio que necesitaba hacerlo, que tenía que ver y comprobar con mis propios ojos que esa propuesta estaba sucediendo así que en contra de su voluntad se acercó a los novios. Por mi parte ni siquiera me digné a mejorar mi imagen para que ellos me vieran, al contrario, me veía despreocupada y me gustó aparentar que estaba de esa manera. Mi hermano felicitó primero a Bárbara y ella al verme por la pantalla me regaló una sonrisa dulce, cargada de emoción y amor.

¡Por Dios, Abby! Tú tendrías que estar aquí, acompañándonos en este momento tan…tan… ¡Dios mío! Estoy flotando en una nube —Sonreí al escucharla.

Daemon le entregó el móvil y nos dejó para irse en busca del flamante novio.

—Me siento muy feliz por ti, por ustedes —aclaré— y así no esté presente, quiero que disfrutes por mí —pedí y su sonrisa se hizo más grande.

Mis deseos llevaban un doble sentido implícito que ella jamás entendería.

Emocionada buscó a Dasher y cuando estuvieron juntos puso el móvil de frente, él se sorprendió bastante al verme. Teníamos años sin hablar con la confianza con la que se crían los primos, ya que así hubiese vuelto al país en dos o tres ocasiones desde que me mudé a Londres, nuestra relación se fracturó de una manera irremediable y siempre nos evitamos hasta donde nos fue posible.

Abigail, no sabía que estabas en videollamada —dijo al verme y medio sonrió de lado.

—Pues ya ves, primito. La vida también me quiso hacer parte de este momento tan importante para ustedes —dije.

Bárbara presionó la cabeza al pecho de él, lucían bien juntos. Dasher fue un tipo increíblemente guapo desde adolescente y eso no cambió con los años. Al contrario, a sus veintiséis estaba mejor, demasiado para mi gusto. Su cabello rubio lucía un poco más largo del frente en ese instante, había perdido grasa corporal —aunque no esa cantidad de músculos que acentuaban de una forma sexi su cuerpo— y por esa razón sus pómulos se volvieron más afilados, sin embargo, eso le daba un toque maduro y caliente. Sus labios gruesos y rosados estaban tal cual los recordaba y tuve que controlarme para no viajar al pasado.

Barbie era una castaña de ojos marrones, alta, delgada y elegante. Educada a la antigua para casarse con un buen partido y por lo visto, lo estaba logrando. Su familia de seguro tiraría la casa por la ventana con esa noticia. Los Lupin eran inversionistas millonarios y muy conservadores.

—Chicos, como se los dije en la boda de Aiden y Shi, se ven lindos juntos —me animé a decirles y no mentía. De verdad se veían así— y sé que serán la pareja perfecta —añadí.

Dasher se puso serio y hasta intentó desconectarse de esa conversación viendo a su alrededor.

—Y no tengo la menor duda de que tú, Bárbara, eres la chica que mi primo tanto buscó y al fin encontró. Una mujer en todo el sentido de la palabra, ¿cierto, Dash? —inquirí, llamándolo por su mote y eso lo sorprendió.

Ambos dejamos de llamarnos por nuestros apodos desde que todo sucedió. Bárbara lo miró con ilusión, esperando paciente por la respuesta de su amado.

Cierto —respondió él al fin y sentí que esa confirmación era todo lo que merecía por meterme donde no me llamaban.

Te amo —dijo ella y en su voz noté la emoción.

—Que sean muy, pero muy felices futuros señores Black —deseé y tras eso me despedí.

Recargué las manos sobre la isla de la cocina, ya que no me moví de ahí cuando fui por el agua y negué al sentir mi corazón partirse en mil pedazos una vez más.

Cuatro años después la herida en mi corazón se estaba abriendo y aquel chico al que creí haber superado, hacía de las suyas una vez más conmigo. En ese momento y con tremenda noticia descubrí que mi capricho por él no desapareció como creía y que me dolía más de lo que esperé, que otra estuviese en un lugar que nunca fue para mí.

—¡Mierda! —me quejé cuando una lágrima rodó por mi mejilla y me limpié con brusquedad.

Cogí una botella de vino y dejé de lado la copa para servirme un poco.

Bebería directamente de la botella porque necesitaba olvidarme de todo, relajarme y concentrarme en mi vida. Me fui a la tina como ya lo había planeado y cuando tuve lista el agua con las sales aromáticas y prendí las velas, puse música y me sumergí de lleno en la calidez de aquel líquido vital, pero sonreí con ironía cuando la melodía de «Stone Cold» de Demi Lovato inició. Mi subconsciente tenía la costumbre de joderme en instantes como ese y en lugar de cambiarla, me quedé atenta escuchando la letra y rememorando mi pasado.

 

No puedes seguir así, Abigail. ¡Por Dios! Pareces un perrito faldero detrás de un imbécil que ni te pela espetó Jacob con frustración.

En lugar de molestarme acepté que mi amigo tenía razón y lo abracé de la cintura sin importarme que él por su enojo no me correspondiera el gesto.

Lo sé, Jacob, pero dime cómo hago para no sentir esto por él. Si cuando lo veo mi mundo tiembla. Si es mi príncipe, aunque para él yo solo soy su patito feo musité en su pecho con voz triste.

¡Mierda, Abby! bufó al oírme y hasta ese instante correspondió a mi abrazo para consolarme.

 

Mi Jacob, mi amado y loco amigo nunca me abandonó y estuvo a mi lado en los momentos más difíciles. Y no me arrepentía de nada de lo que hice —en su momento sí— y a lo mejor a esas alturas de mi vida hubiese vuelto a hacerlo, solo cambiaría el método, incluso si el resultado era el mismo. Masoquista de mi parte a lo mejor, pero las cosas eran así conmigo. Muchos podían juzgarme de egoísta, Dasher lo hizo y me humilló como se le dio la gana por mi error, por engañarlo. Sin embargo y contrario a lo que él aseguró, nada fue un capricho para mí y sí, la vida ya se había encargado de ponernos a cada uno en el lugar al que correspondíamos y superé muchas de las tonterías que antes me hicieron quedar como una inmadura, no obstante, en ese momento quise ser Abigail Pride White, la chica vulnerable y sensible y dejé de lado a la piedra fría.

—Sé que acabas de irte, pero de verdad te necesito —susurré horas después a mi móvil, tras haber marcado ese número que funcionaba como el 911 para mí.

Tras volverme vulnerable me urgía ponerme en manos de una persona que aceptara todas mis cargas y que fuera capaz de manejarme. Necesitaba entregarme en cuerpo y alma y con certeza podía asegurar que no se negaría, nunca lo hacía.

Prepárate para mí, llego en tres horas —aseguró y solté el aire retenido.

Pronto mi carga más grande desaparecería.

 

(****)

 

El lunes estar en la editorial se me hizo pesado, y esto que amo mi trabajo. Me sentía cansada por todo lo que hice el fin de semana, aunque lo de la madrugada agotó todas mis energías. Creí que me sentiría más relajada, pero me equivoqué en grande. El compromiso de Bárbara y Dasher no salía de mi cabeza y cada minuto que pasaba la desesperación por tomar el móvil y hacer esa maldita llamada solo aumentaba.

Pasaron cinco años desde que cometí aquel error que cambió mi vida por completo y cuatro desde que me dejé humillar por última vez.

Tras mudarme a Londres no quise saber más de ese chico y me prometí no volver a buscarlo, incluso fui capaz de ignorar las llamadas que me hizo por remordimiento. Evité ir a Estados Unidos incluso en las fechas especiales para no verlo y si no hubiese sido por el atentado de Essie o el matrimonio de Aiden, no habría vuelto todavía.

El atentado a mi prima fue el mayor motivo por el que nos vimos desde que partí y me sentí orgullosa al no sentir nada en el momento que descubrí que tenía una relación con Bárbara Lupin, la socialite más codiciada de la ciudad. Pero justo ese lunes ya no pude soportar más el mantenerme alejada de algo que me estaba jodiendo la existencia, así que cuando llegué al apartamento que compartía con Larissa, marqué ese número que se negó a salir de mi mente y me aferré a mi regla de tres para que mi dignidad no saliera volando por la ventana.

Si después del tercer tono Dasher no respondía, me sacaría ese maldito número de la cabeza a como diera lugar.

—¿Estás solo? —pregunté en el momento que descolgó.

Odio admitir la forma en que mi corazón latió y mis manos temblaron cuando su respiración se escuchó fuerte por el auricular.

¿Colgarás si no lo estoy? —inquirió con voz dura y sonreí satírica.

Ese era el tono que recordaba, ya no más el dulce y juguetón.

—Sabes bien que soy muy capaz de decirte lo que quiera frente a quien sea, Dasher. Simplemente quiero evitarte el dar explicaciones —aseguré y escuché que bufó una sonrisa.

¡Joder! Te sigo conociendo tan bien, que sabía que esta vez serías tú quien llamaría —dijo y miré al frente tratando de enfocarme en un punto fijo para no desconcentrarme.

—No olvides que fuiste tú el que me exigió que te buscara hasta que mi obsesión por ti terminara —ironicé y seguí hablando antes de perder el valor—. Y ya pasó, al fin lo hizo, Black y en el mejor de los momentos, justo cuando has encontrado a tu alma gemela y decidieras dar el siguiente paso con ella. Así que, felicidades por eso. Te deseo toda la dicha del mundo y el mejor de los éxitos en tu futuro matrimonio.

Solté todo el aire retenido ante la última frase y me felicité por no quebrarme.

Eres increíble, Abigail —se burló y lo escuché más ronco.

—Gracias —me burlé yo y dejé que escuchara mi risa.

No te hagas la graciosa que bien sabes que fui sarcástico —se quejó y negué, aunque no me viese— ¿Por qué hoy, eh? ¿Por qué jodida mierda me llamas hoy?

—Solo quería felicitar a mi primo —aseguré y rio con amargura.

—¡Odio que después de tanto tiempo en el que ignoraste todas mis llamadas, seas tú quien me llame ahora y solo para esto! —gritó y me sacó un respingo.

Juro que mi intención no era discutir, pero el maldito no me estaba ayudando nada.

—Es increíble que me digas esto, Dasher —espeté—, si tú mismo me pediste que despareciera de tu vida, es más, casi me exigiste que dejara de respirar a tu alrededor y sé que si hubieses podido por tu propia cuenta me hubieras mandado a la luna con tal de deshacerte de mí. Y luego me llamas por el maldito cargo de conciencia y pretendías que te respondiera —ironicé y reí sin diversión.

¡Joder! —bufó y rodé los ojos.

—Sí, Dasher. Joder —susurré permitiendo que la tristeza me embargara—. Por una vez en la vida quise hacer lo que tú querías y no lo que mi corazón deseaba. Y bien sabes que mi maldito y necio corazón te deseaba a ti y no por un capricho adolescente como lo denominaste —aclaré y su respiración se volvió pesada—. Ya ves, incluso después de años sigo sabiendo lo que quería esa noche y no me avergüenza aceptarlo porque esta sinceridad me hace ser Abigail Pride White y espero que tú estés seguro de ser Dasher Black, el futuro esposo de Bárbara Lupin —terminé.

Jurándome que esa sería la última vez que lo buscaría.

—¿Abigail? —me llamó.

—Adiós, Dash —me despedí y finalicé la llamada, estando segura de que no intentaría volver a buscarme. No lo hizo antes y no lo haría cuando estaba próximo a casarse, cuando de verdad se volvería prohibido para mí.

Hasta ese día fui capaz de decirle adiós de verdad al que consideré el amor de mi vida y mientras me iba a mi habitación sentí las cadenas de mi pasado por fin dejarme libre.      

 

Peligro

 Abby

 

Tras aquella llamada que también fue una despedida, mi vida continuó como venía siendo desde que me mudé a Londres. Los trabajos en la editorial cada vez eran más complicados y la vida adulta poco a poco me reclamaba más; las salidas con mis amigos los fines de semana se hicieron constantes y me di cuenta de que a diferencia del pasado, pensaba menos en el ojiazul que casi me pone en jaque años atrás y, me obligué a creer que no se debía a que traté de pasármela ocupada, sino porque en serio ese ya era pasado pisado. 

—Jacob viene a comer con nosotras hoy, ponte linda —avisó Larissa cuando entramos al apartamento tras quitar su mirada del móvil por un segundo.

—Siempre lo estoy —me mofé y la vi rodar los ojos bajo sus gafas de marco negro.

Estaba un poco cegatona, aunque podía ver sin ellos, pero se los dejaba porque según ella le daba un aire más interesante.

Larissa y Jacob tenían meses saliendo y vaya que los quería a ambos, a mi mejor amigo sobre todo, pero no les veía futuro como pareja. Ella era muy extrovertida y Jacob demasiado correcto. A veces me preguntaba cómo es que seguíamos siendo amigos él y yo, mas ese era un misterio de mi vida que quizá jamás descubriría.

Con Jacob nos criamos juntos, nuestros padres eran amigos y compañeros y nosotros crecimos como hermanos, aunque el tonto tuvo un flechazo conmigo años atrás y a veces cuando lo recordábamos él se ponía rojo como un tomate y me aprovechaba de ello para tomarle el pelo. Una vez admitió que se confundió gracias al enojo que le provocaba verme babeando por cierto rubio y eso lo llevó a creer que lo que sentía por mí iba más allá de la fraternidad, pero fraternos y todo, también añadió que no le era difícil pensar en echarse un polvo conmigo.

En fin. Tener dos cabezas no significaba que pensaría mejor.

Lo convencí de venirse a Londres seis meses después de que me mudé y le agradecería siempre por seguirme incluso al fin del mundo si era necesario, porque sé que era muy capaz de hacerlo si a mí se me antojaba ir también y con eso me demostraba que sería mi incondicional por el resto de mi vida, no importaba qué o quién. Superó el miedo hacia mis hermanos y con eso ya lo decía todo.

—¿Qué te parece este? —preguntó Larissa horas después.

Al final decidí cocinar algo para comer mientras ella se duchaba y arreglaba para su chico. En ese momento estaba desde la puerta de su habitación mostrándome un conjunto de encaje rojo, con un albornoz cubriendo su cuerpo y una toalla enrollada en su maraña de rizos.

—De haber sabido que serías el plato fuerte, no me habría esmerado tanto con la comida —dije y comenzó a reírse con nerviosismo—. Modélamelo para así darte una mejor opinión —pedí y entrecerró los ojos por mi propuesta.

Me encogí de hombros y saqué las papas del horno, ella sabía que no jugaba. Yo no era de las que daban una opinión solo por lo que suponía, me gustaba confirmar con mis propios ojos y si buscaba una buena critica, debía mostrarme lo que pretendía que mi amigo se comiera.

—¡Dios, Abby! Bien sabes que me pones nerviosa cuando actúas así —se quejó y reí.

—¿Así cómo? —inquirí juguetona y tomé un palito de apio que ya tenía servido en una fuente de comida, lo unté con un poco de aderezo y luego lo lamí con lentitud.

—No hagas eso —pidió y desde donde estaba pude ver lo roja que se puso.

Negué divertida y mordí el apio igual de lento a como lo lamí, estaba jugoso y con el dedo medio limpié un poco de jugo que salió por la comisura de mi boca.

—¿Cómo actúo, Larissa? —volví a preguntar para sacarla del estupor que mi acto le provocó.

—Si no hubiese sido testigo de los gritos que das en esa habitación cuando te follan, juraría que te gustan las mujeres —se animó a decir y comencé a reírme.

Esa vez lo hice con mucha diversión y cuando me calmé, volví a dejarla sin habla.

—El que grite o gima de esa manera cada vez que me follan, no quiere decir que no me puedan gustar las mujeres, pequeña mía —aclaré y fue divertido ver que sus ojos verdes se desmesuraron de una forma increíble.

La alarma de la cocina sonó cuando el tiempo que le di al pollo se cumplió y eso sirvió como un campanazo para la morena, quien negó y se fue a su habitación resignada a que no le daría mi opinión si no modelaba ese conjunto para mí. Me reí de nuevo por su reacción, Larissa me conocía un poco y así no me hubiese visto con una chica antes, sabía que no le mentía. Aprendí a aceptar el amor por lo que era y dejé de lado los géneros.

Cogí una rodaja de tomate y me la llevé a la boca, aunque casi la escupo al ver a mi amiga de nuevo aparecer por la puerta de su habitación. Iba con el conjunto puesto y dejó su cabello expuesto y medio húmedo. Si fuera hombre mi erección me habría delatado, ya que lucía de infarto. Sus piernas más largas que las mías estaban tonificadas y brillaban con la luz artificial de la cocina y su estómago se partía con delicadeza en el centro, demostrando así que a pesar de que no se mataba con ejercicios como yo, sí cuidaba de su cuerpo y, sus pechos…estaban fantásticos.

—¿Aceptas un trío? —pregunté luego de que giró y quedamos frente a frente.

Negó y comenzó a reírse entre divertida y nerviosa.

—Obvio no, Abby y no es que no seas bella. ¡Diablos! Eres preciosa y los chicos que babean por ti te lo confirman, pero no me van las chicas y además, no creo que Jacob acepte acostarse contigo.

Me mordí el labio para no sonreír con ironía ante lo último que dijo y opté por callar.

Respetaba a Larissa y la quería demasiado, pero era muy vulnerable y sería horrible de mi parte confesarle que Jacob sí se acostaría conmigo, sin embargo, mis padres me enseñaron a quedarme callada en lugar de mentir o herir con lo que diría. Así que calladita lucía más bonita.

—Vamos, matadora. Termina de vestirte y prepárate para la follada de tu vida porque esta noche Jacob te come entera —la animé y rio complacida.

Esa noche sería a mí a la que le tocaría estar en su lugar: escuchando gemidos y gritos de placer.

Mi amigo llegó dos horas después con una botella de vino como regalo, el tonto estaba guapísimo con su cabello más largo de lo normal peinado hacia atrás. Era flaco, aunque con músculos muy bien definidos que ponían a suspirar a más de una, vestía de forma casual y me encantaba cómo se mordía los labios cada vez que Larissa le decía algo gracioso. Violaba el onceavo mandamiento al servirles de chaperona, pero quise que se aguantaran las ganas un poco solo por joder.

—Abby, sabes que te quiero mucho, pero en serio es hora de que te vayas a dormir —señaló Jacob cuando llevé los platos a la máquina para lavarlos y me reí porque me siguió fingiendo que me ayudaría.

—¿Y Larissa? —pregunté al no verla en la mesa.

—Fue a su habitación —respondió y encendió el grifo para quitar las sobras de comida de los platos que llevó con él.

—Te va a follar —exclamé con entusiasmo y rodó los ojos.

—Me la follaré si te vas un rato del apartamento o vas a tu habitación —dijo y negué.

—Sé que lo que usa bajo el vestido combina, así que te follará —repetí y me miró alzando una ceja, preguntándome así cómo sabía lo que usaba la morena—. Me lo ha modelado antes de que llegaras.

—¡Joder, Abby! No me digas que tú y ella…

—Cálmate, Jacob. Obvio que no ha pasado nada entre nosotras —aseguré y me siguió observando con dudas—. Solo lo hizo porque quería mi opinión, además ella es hetero —confesé.

—Bien por mí —musitó y reí.

Terminé de meter los platos a la máquina y tras colocar el jabón en su lugar, cogí mi bolso y las llaves del apartamento.

—Aprovecha la noche, me voy para mi otra casa —avisé y el alivio en su rostro fue descarado.

—¿Andrea vuelve esta semana? —inquirió y negué. Me acerqué y le di un beso en la mejilla como despedida.

—Cena mañana conmigo en el lugar de siempre —pedí y asintió—. Te quiero —me despedí entonces y cuando me di la vuelta para marcharme me sostuvo del brazo.

—Mis padres me han comentado esta mañana las buenas nuevas —soltó y negué.

No me sorprendía para nada que ya lo supieran y de seguro en una semana toda la prensa local lo avisaría en sus revistas. Esa sería la boda del año para los amarillistas.

—Cuando viajamos para la boda de Aiden vi que era algo serio, tú también. Así que no debería sorprenderte —señalé.

—Y no lo hace. De hecho me importaría una mierda, ya que sabes que no paso a Dasher ni con aceite, pero nos conocemos casi como las palmas de nuestras manos, Patito y por mucho que hayas cambiado lo tuyo por él fue real.

Sonreí cuando aseguró tal cosa. Solo Jacob vio la verdad y sintió mi dolor siempre. Mis hermanos eran gemelos y tenían una conexión única entre ellos, pero no les envidiaba nada de eso cuando la vida también me premió con mi otra mitad y eso era para mí ese chico que acariciaba mi rostro. Él me conocía y era capaz de verme el alma a través de los ojos si se lo proponía.

—Fue muy real, pero ya lo superé. Tú mismo has visto lo feliz que soy y me alegra que Dasher haya encontrado a su otra mitad —aseguré.

—Sé que eres feliz y no lo dudo ni un instante, pero hay una sombra en tus ojos que se niega a desparecer —soltó y opté por callar.

No podía refutar nada y tampoco tuve qué decirle en respuesta.

—Aprovecha tu noche, hermano. Antes de que a esa morena se le apague el fuego —lo animé minutos después y entendió que no quería seguir dándole vueltas al asunto.

Me fui del apartamento sin dejarlo decir nada y veinte minutos después me encontraba en el lugar donde aprendí a dejar mi inocencia atrás. Entre esas paredes descubrí el cisne que habitaba en mi interior y me aferré a la mujer en la que me convertí. Pero en aquel proceso por el que atravesé también entendí que si quería resurgir y salir adelante, debía ser sincera conmigo misma y me admití que Jacob tenía razón. Siempre habría una sombra en mis ojos porque lamentablemente e incluso con todo lo que hacía, existían situaciones que me costaba superar.

El matrimonio de Dasher, por ejemplo.

Transcurrieron los días y me convencí de que no me afectaba, pero me mentí y volví a los días en los que recién llegué a Londres, cuando me la vivía viendo cuanta cosa posteaba ese chico, solo que esa vez buscaba más lo que publicaban nuestros amigos en común. Las felicitaciones al pie de la foto en el yate que Barbie subió eran muchas y al verla a ella allí, en algo que era mío, con alguien que una vez creí mío, me lastimó.

—¡Oh por Dios! —bufé al tirarme de espaldas en la cama tamaño King cubierta de sábanas de algodón en color beige.

Mi móvil dio un tin y giré el rostro para verlo a mi lado. Siempre mantenía desactivadas las notificaciones de mis redes sociales y solo activaba la de los mensajes y llamadas para no perderme nada de mi familia, sin embargo, esa tarde activé todo y al tomar el aparato entre mis manos y desbloquearlo, vi que Leah había posteado una historia en la que se encontraba con Lane y para mi suerte, también con Barbie y Dasher.

¡Por los futuros esposos! —brindó Leah. Dasher y Bárbara rieron y se unieron al brindis, Lane besó la coronilla de mi prima y luego bebió de su copa.

Era la primera vez que Dasher salía con los chicos después de lo sucedido con Essie —su hermana y mi prima— y a pesar de la situación, me alegraba por él, merecía continuar con su vida y teniendo ese pensamiento en mi cabeza, entendí que yo también. Lo había hecho y no detendría mi proceso así la noticia de su matrimonio intentara derrumbarme.

¿Qué haces?

Leí desde la barra de notificaciones de mi móvil y suspiré profundo.

—Bueno, Abigail. Fue suficiente de compadecerte —susurré para mí.

Abrí un poco mi blusa, activé la cámara del móvil y me tomé una fotografía. El cabello lo tenía desparramado en la cama y mi sonrisa inocente contrarrestaba con mi imagen sensual.

Pensando.

Respondí al destinatario de aquel mensaje y envié la fotografía. Me quedé en línea y esperé por su respuesta. Llegó minutos después.

Hay quesos y vinos en la nevera, también ropa más cómoda que esa para que te relajes y sigas pensando.

Reí por el Emoji que acompañó su respuesta: un diablillo. Y le tomé la palabra. Me fui al guardarropa y comencé a desvestirme en el proceso, saqué una camisa de vestir con manga larga que era como tres tallas más grande que la mía y me la coloqué para cubrir mi desnudez. Me alboroté el cabello y fui a la nevera por una copa de vino, fresas y queso, luego volví a la habitación y corrí las cortinas que cubrían el ventanal que me permitía ver la ciudad, la noche y las luces; tras eso dejé la bebida y los aperitivos en una mesa y me tomé otra fotografía, solo que en ese momento me mantuve en la ventana, de frente hacia el exterior; corrí un poco la camisa por mi hombro izquierdo y medio me giré para ver hacia la cámara.

El cabello cubrió parte de mi rostro, mas no mi sonrisa. Mis piernas desnudas se lucieron perfectas y la imagen quedó como una clara invitación al pecado.

¿Mejor así?

Escribí al enviarla y los Emoji babeando no se hicieron esperar.

¿Puedo alardearte?

Tú, siempre.

Y me sentí segura con lo que respondí. No me daba vergüenza mostrarme al mundo de esa manera, es más, me encantaba. Podía ser un defecto o una virtud, no me importaba, lo único que me interesaba es que era feliz con mi apariencia y nada tenía que ver con el hecho de que me mantenía esbelta y saludable sino más bien con que me amaba, amo y amaría siempre.

Puse música en el reproductor y comencé a mover las caderas cuando «Heaven» de Julia Michaels comenzó a sonar, tomé la copa de vino y cerré los ojos para sentir más la letra. Cogí una fresa y la mordí dejando que el jugo se deslizara por mi garganta. Un tin me sacó de ese momento tan sensual que vivía para mí misma y al ver la notificación vi que se trataba de una historia en la que me mencionaron.

«Carita de buena con intenciones malvadas».

Reí fuerte al leer la descripción, se trataba de mi fotografía anterior y me encantó tanto cómo lucía que terminé reposteándola en mi historia, solo que puse la canción que estaba bailando y añadí parte de su letra: «dicen que todos los chicos buenos van al cielo, pero los chicos malos te traen el cielo».

—Al buen entendedor, pocas palabras —susurré y di otro trago a mi copa.

Seguí bailando para mí, seduciéndome y amándome, entendiendo que el tiempo de lamer mis heridas tenía que ser menos. Mi misión en la vida era ser valiente y no temer a saber que incluso si tomé una mala decisión, fue por una buena razón.

—¡Joder, Michael! —grité al verlo bajo el marco de la puerta, con los brazos cruzados y sonriendo.

Llevé una mano a mi pecho e intenté calmar mi asustado corazón.

—Después de tantos años conmigo, sigues olvidando que no debes bajar la guardia incluso cuando te sientas segura —murmuró y negué.

—También olvido que eres un mirón y lo peor es eso, que solo te gusta ver —me quejé y lo escuché reírse.

Caminó hacia la mesita donde dejé el plato con fresas y quesos y tomó una fruta. Se la llevó a la boca y cuando captó mi atención la mordió con suavidad. Rodé los ojos y le hice una señal de mano diciéndole que no me importaban sus provocaciones.

Michael Anderson era un tipo muy guapo de cabello negro casi al rape, cuerpo muy bien trabajado y alto; servía para el ejército estadounidense, pero aceptó cuidarme gracias al trabajo de mis padres con el gobierno americano y como lo dije antes, tuve un flechazo con él y al idiota le encantaba mofarse de eso cada vez que podía. Para mi suerte ya lo veía solo como un amigo y teníamos la confianza suficiente como para que yo estuviese solo con una camisa de hombre cubriéndome el cuerpo, con los pezones duros como diamantes y transparentándose sobre la tela.

—¿Qué habría pasado si hubiese estado acompañada, desnuda y gritando de placer como posesa? —inquirí y se encogió de hombros.

—Sabía que estabas sola, es mi trabajo.

—No te pregunté eso, Micky —señalé y rodó los ojos.

Odiaba ese apodo, pero de tanto que lo llamé así, comenzaba a tolerarlo.

—Habría pedido que me relevaran y hubiese ido a buscar a una chica con la que pudiese quitarme la calentura —confesó y reí, él supo la razón—. Eso no significa que tú me calientes.

—Aja —me burlé cuando se contradijo y comencé a desabotonarme la camisa— ¿Estás seguro?

—Abigail —advirtió y continué con mi trabajo, sonriendo de lado y demostrándole mi punto. Ya sabía hasta qué punto me dejaría llegar y no me equivoqué.

Salió de la habitación justo cuando llegué al botón frente a mi ombligo.

—¡Eres demasiado correcto, Micky! —le recordé.

—Y tú una tortura —Lo escuché decir entre dientes y me reí a carcajadas.

También un peligro.

Reí todavía más cuando esas tres palabras se desplegaron en mi móvil, vi hacia la cámara que pretendía estar oculta en la pared y guiñé un ojo hacia ella.

Peligro era uno de mis nombres.  

Tic, tac

Abby

Dos años atrás…

 

Estaba preparándome un café y lista para ir a clases cuando mi móvil me avisó de una llamada entrante. Al ver el número de mamá me preocupé un poco, ya que no solían llamarme tan temprano, en Virginia era la una de la madrugada y analizarlo puso mis nervios de punta.

—¿Mamá? —dije con miedo y vi llegar a Michael de inmediato.

Él también hablaba con alguien y me miró con pena tras decir un «de acuerdo, señor».

Amor, hemos notificado a la universidad que viajarás de emergencia —Ese fue el saludo de mi madre, su voz sonaba acongojada y los escenarios que llegaron a mi cabeza fueron los peores.

—¿Están bien? —pregunté preocupada.

Sí, cariño, pero necesito que viajes ahora mismo hacia casa. Confía en mí y no te preocupes —pidió y negué.

—Mamá…

Haz lo que te pido, Abby. Michael te informará algunas cosas en el camino y nosotros te explicaremos todo aquí —zanjó desesperada y me tensé.

Ella solo nos hablaba así cuando estaba molesta, temerosa o afligida y en ese momento no pude adivinar qué provocó ese tono autoritario.

Michael ya tenía mi maleta de emergencia en mano y con un movimiento de cabeza me animó a caminar. Al salir a la calle más hombres nos esperaban en un coche negro y elegante. Micky era discreto a la hora de seguirme, pero en ese momento entendí que no era tiempo de discreciones.

—Abigail, tu hermano Aiden se ha visto envuelto en un atentado —comenzó a explicar Michael cuando íbamos de camino a un hangar.

Iba a mi lado, pero incluso así me giré hacia él como si fuese la chica del exorcista y le supliqué que no callara nada.

—Dime que está bien —exigí con voz lastimera y asintió.

—Afortunadamente lo está —confirmó y sentí que el alma me volvió al cuerpo—, pero la señorita Essie Black se encontraba con él y según me informaron, a ella la han herido.

—¡Por Dios! ¡No! —exclamé y comencé a temblar— Está viva, ¿cierto? —pregunté desesperada, mis mejillas comenzaron a mojarse con las lágrimas que brotaban de mis ojos y más cuando Michael permaneció callado— ¡Micky! ¡Está viva, cierto! —chillé y lo tomé de las solapas de su saco.

Su mirada dubitativa me provocó más terror y lágrimas, me cogió de las muñecas y luego me llevó a su pecho para no tener que verme a los ojos y lo odié por eso. Essie y su sonrisa de sol junto a sus palabras listillas llegaron a mi cabeza como una cruel película que le echaba sal a mi herida. Era mi prima así no lleváramos la misma sangre, la amaba como a mi hermana menor y la idea de perderla no solo me pareció estúpida sino también difícil de creer.

—¡Sshhs! Calma, cariño y no te pongas así. Hay mucha información que no manejo porque acaba de suceder —explicó Michael y sobó mi espalda cuando los espasmos del llanto no cesaban.

—Essie no…no puede morir —logré decir entre hipidos y me aferré a él como mi cable a tierra.

El día que decidí marcharme del país, Essie me reclamó porque dijo que no era justo que la dejara por culpa de un chico y en ese momento me asustó que lo supiera. Su inteligencia la hacía suponer y ver cosas que yo creía que podía ocultar y gracias al cielo desconocía que ese chico era su hermano, pero se enojó conmigo casi por un mes, acusándome de romper la promesa que una vez le hice al mudarnos desde Italia hacia Virginia.

Ella, Jacob y yo éramos hermanos por decisión y siendo adolescentes nos prometimos que nada ni nadie nos separaría y hasta ese momento le habíamos fallado —con Jacob—, porque la abandonamos al no poder llevarla con nosotros y la culpa fue una perra conmigo en ese instante.

—Pronto estaremos en Estados Unidos y tus padres te dirán lo que necesitas saber, Abby. Ahora mismo solo tienes que ser fuerte —dijo Michael y negué.

No se podía ser fuerte ante el miedo de perder a alguien que amas.

No recuerdo ni en qué momento llegamos al hangar donde el jet privado de mis padres nos esperaba y menos cuando ya estábamos en Estados Unidos. Lo único que recordaba era llegar a casa y a mis padres recibiéndome con terror, como si hubiese sido yo en el lugar de Essie.

Siempre me imaginé volviendo a casa cuando terminara mis estudios y superara mi pasado, empoderada y feliz, jamás en esa situación; con el miedo de volver sabiendo que me faltaba alguien. Por fortuna Aiden estaba bien dentro de lo que cabía al igual que Sadashi, su novia. Ese día supe de la verdadera vida de mis padres, de sus organizaciones y enemigos. Por primera vez un odio descomunal me embargó y deseé la muerte de aquel malnacido que puso a mi prima entre la vida y la muerte.

La casa se volvió un caos con toda la familia reunida, Essie tenía más posibilidades de morir que de vivir y la frustración por no poder verla era horrible. La seguridad fue incrementada y en los días que me quedé vi más a Michael que en mi tiempo en Londres, el pobre casi no dormía y lo compadecía. Aiden ya no era el mismo chico que dejé, estaba más inmiscuido en las organizaciones de mis padres y actuaba peor que papá de nuevo, solo que en ese momento lo comprendí porque su actitud fue el resultado de aquel atentado que casi lo mata.

—¿Tía? —susurré cuando me permitieron viajar al hospital donde tenían a Essie.

No iba a poder verla a ella, pero quería estar con sus padres y también con su hermano. Tía Laurel estaba en una habitación que acomodaron para ellos y llegó solo para tomar una ducha y cambiarse de ropa. Quise deshacerme en llanto al no reconocerla, esa no era la mujer venenosa que tanto amaba; su elegancia había desaparecido así como la coquetería que la caracterizaba, incluso noté sus años cuando antes jamás lo hice y todo era culpa de las ojeras, el dolor y el cansancio que marcaba su delicado rostro.

—¿Abby? Mi niña —exclamó al verme y abrió sus brazos para que me refugiara en ellos.

Corrí hasta poder abrazarla y me arropó tan fuerte que tuve dificultades para respirar, mas no emití ningún quejido porque entendí que a pesar del peligro que corría su nena, estaba feliz por mí. Yo en cambio me sentí egoísta, ya que al percibir el dolor de todos, hubiese querido estar en el lugar de Essie.

—Somos fuertes, tía —aseguré entre lágrimas y la sentí asentir.

Laurel Black era como una segunda madre para mí al igual Lee-Ang —la madrastra de Leah, mi prima— y en el pasado me la pasé más en su casa que en la mía, ella y tío Darius, —su esposo y hermano adoptivo de mamá—, creían que se debía a que no me podía despegar de Essie, aunque siempre tuve segundas intenciones para visitarlos.

—Lo sé, cariño. Me estoy aferrando a eso —confesó acongojada y me separó para limpiar mis lágrimas—. Gracias por estar aquí, Patito. Y mírate, estás preciosa —me halagó y sonrió haciendo que las gotas salinas de sus ojos corrieran más por sus mejillas— ¿Dónde dejaste a la niña de frenillos, dulce e inocente que yo despedí hace dos años? —Sonreí.

Y no lo hice solo por su halago sino también por su capacidad de querer ver todo bien incluso cuando se estaba haciendo pedazos por dentro.

—Le gusta más Londres, por eso la estoy cubriendo —bromeé y ambas reímos todavía entre lágrimas.

Volvió a abrazarme y dio besos en mis dos mejillas. ¡Dios! Estaba intentando ser más fuerte de lo habitual, aunque a veces su dolor la traicionaba.

Más tarde me fui con ella para relevar a tío Darius. Ni siquiera los dejaban entrar a la sala donde tenía a mi prima, pero se mantenían afuera como guardias. Él me recibió con el mismo amor que su esposa y me hicieron sentir que mi presencia les aliviaba, eso me provocó una satisfacción inmensa e indescriptible. Mis padres y hermanos también habían viajado a la ciudad donde estaba el hospital y todos nos turnamos para acompañar a los Black. En un momento dado le pregunté a tío Darius por Dasher, todavía me sentía insegura de volver a verlo, pero obvié las razones y pude analizar que ese no era momento para pensar en el pasado.

—Fue a la cafetería con Bárbara por un té para Laurel —informó y asentí.

Había escuchado hablar de esa chica, me llegaron rumores de que era la novia de Dasher, mas nunca quise entrar en detalles ni menos averiguar qué tan en serio iban y a lo mejor el que ella estuviese ahí no significaba nada, aunque tampoco me importaba.

Más tarde me fui al hotel donde nos hospedábamos y almorcé junto a mis hermanos y Sadashi, la chica era demasiado seria y hasta un poco estirada, pero me caía muy bien y estaba segura de que pronto tendríamos la oportunidad de interactuar mejor. Lastimosamente nos conocimos en un mal momento, aunque eso no me impidió ver que Aiden estaba loco por ella y viceversa, incluso con la asiática intentado camuflar sus sentimientos.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté a Daemon en un instante que Aiden y Shi hablaban entre ellos.

Mi hermano lucía un tanto desesperado y me preocupó.

—¿Tú cómo te sientes? —inquirió.

Comenzó a tamborilear los dedos en la mesa y a mover una pierna con mucha insistencia, coloqué mi mano en ella, ya que estábamos uno al lado del otro y luego recargué mi cabeza en su hombro tomándolo de la mano en el proceso. No quería hablar de él y lo capté en seguida.

—Extraña —admití, no lo veía, aunque sentí que él sí me estaba observando a mí. Esperando una respuesta más concisa—. No quería volver hasta terminar mi carrera, pero las circunstancias me obligaron y, ya que considero que no es el momento, siento como que no he crecido y madurado lo suficiente para estar aquí.

—Difiero en eso —murmuró y fue lindo de su parte que besara mi coronilla.

De los gemelos, Daemon era el menos aficionado a las muestras de afecto o a los mimos, pero cuando tenía esos detalles lo hacía sentir a uno muy especial y lo agradecí en ese instante.

—Pudiste haber vuelto al país, pero no era necesario que viajaras a Pensilvania —siguió. Uno de los mejores hospitales neurológicos estaba ahí y por eso trasladaron a Essie de inmediato— y lo has hecho, eso me demuestra que estás creciendo como buscas.

Me tensé un poco ante la mención de ese hecho por su parte, pero opté por no darle importancia, ya que no quería que intuyera cosas que no me convenían. Daemon era muy perspicaz sin embargo y supe que si no siguió con ese tema fue porque notó mi nerviosismo y agradecí que no me forzara a nada. Más tarde descubrí que mis tíos, Dasher y su novia también estaban hospedados en el hotel y cuando me armé de valor decidí ir a la suite de ellos al escuchar a Aiden decir que nuestro primo había llegado por un cambio de ropa para su padre.

Mi inseguridad de regresar se debía a él y sentí tremenda frustración mientras caminaba hacia a la suite y descubría que seguía sintiendo los mismos nervios ante la expectativa de verlo, y miedo al pensar que podría tratarme igual de mal que en el pasado.

—¡Ey, hola! —me saludó con entusiasmo una chica alta y esbelta luego de abrirme la puerta tras haber tocado.

Tragué con dificultad y mi corazón se alocó al verla con una toalla en la cabeza y otra envolviendo su cuerpo. Era de facciones delicadas, con unas cejas medio gruesas que enmarcaban sus ojos marrones y unos pómulos afilados que permitían que sus mejillas tuviesen unos huecos que hasta el mejor maquillista envidiaría. Su nariz fina y labios gruesos complementaban su belleza. Porque era bella, lo admitía, una mujer casi de la edad de Dasher.

—Hola —saludé dubitativa y alcé la mano, ella sonrió amable.

—Tú debes ser Patito, la hermana de los clones —intuyó con emoción y me obligué a sonreír.

—No creí que me conocieras —dije.

—Sería un pecado si no, Abigail. Anda, pasa —animó y me tomó de la mano para acercarme a ella y darme un abrazo de saludo y un beso en la mejilla—. Soy Bárbara, por cierto y perdona mis fachas, acabo de salir de la ducha, Dash sigue allí. Pasar la noche en el hospital no es fácil —comentó y asentí.

Conformidad fue todo lo que sentí al percatarme de muchas cosas.

—¡Barbie! ¿Qué ha…? —la pregunta de Dasher murió al verme frente a su novia.

Sentí que me puse roja al verlo, llevaba solo una toalla aferrándose a sus caderas y estaba muy baja, así que su cinturón de adonis fue demasiado para mi inocente vista en ese instante, con otra toalla se secaba el cabello y sus bíceps lucían… ¡Dios! Ese idiota seguía siendo un pecado para mí.

—Abigail, no sabía que estarías aquí —dijo con voz ronca y expresión fútil.

Si se sorprendió de verme o no, no lo sé, puesto que no demostró nada al percatarse de mi presencia.

—¿Cómo no estarlo? —inquirí.

—Amor, ve a ponerte algo —nos interrumpió Bárbara—. Todavía tenemos tiempo, aprovéchalo para que saludes bien a tu prima —añadió y le sonreí agradecida.

—Tú también puedes hacerlo, yo esperaré aquí —la animé.

—¿Segura? Porque no quiero ser descortés —aseguró y negué.

—Ve tranquila que yo espero —respondí.

Me sonrió y caminó hacia su novio, lo tomó de la cintura y lo hizo caminar con ella. Para ser sincera, me sentí feliz al ver la complicidad entre ellos y entendí entonces que ahí existía algo serio. Antes creí que ver a Dasher con alguna mujer me haría arder en celos y rabia, pero me felicité a mí misma al darme cuenta de que comenzaba a aceptar la situación como debía hacerlo tiempo atrás.

Me tomé el atrevimiento de ir hacia la ventana y abrir las cortinas para que la luz del día entrara, miré por ella y me quedé concentrada en los coches que debajo se movían de un lado a otro, pero mi mente era una traicionera y llevó a mi cabeza las imágenes de Dasher siendo cubierto solo por una toalla minutos atrás y luego llegaron otros recuerdos que lograron que un ardor descomunal creciera en mi entrepierna y me obligué a cruzar las piernas para soportarlo.

—¿Tienes calor? —Me giré como una bailarina profesional de ballet cuando escuché esa pregunta.

La vergüenza tiñó mi rostro y traté de sonreír como si nada pasase al ver a Dasher ya con ropa, el cabello lo tenía medio húmedo e intuí que se lo estaba dejando crecer porque lo llevaba más largo de lo que recordaba.

—Un poco —respondí cuando logré controlarme.

Estaba frío afuera, pero él no tenía por qué saber que mi calor se debía a ciertos recuerdos que de seguro odiaría que le mencionara.

—Regularé el aire acondicionado.

—¡No es necesario! —Lo detuve con mi exclamación cuando se dio la vuelta para hacer lo que dijo y seguí hablando— Solo quería saludarte y decirte que cuentas conmigo para lo que sea —aseguré y asintió—, aunque no lo necesites, Dasher. Estoy aquí por Essie, pero también por tus padres y por ti.

—Gracias —respondió y se quedó mirándome a los ojos.

Vi muchas preguntas en sus orbes azules y sé que él vio en las mías muchos sentimientos encontrados que no iba a poder explicarle con palabras. Estaba más dócil que la última vez que cruzamos palabras —hirientes en su mayoría— y todo era gracias a la situación tan delicada de su hermana. Ese momento entre nosotros comenzó a volverse incómodo y tragué con dificultad al ver sus labios y sentir en mi estómago el nerviosismo y la necesidad de acercarme, meter los dedos entre sus hebras y unirlo de una vez a mí.

—Abigail…

—Chicos, siento interrumpirlos —Dasher calló en el momento que su novia llegó.

Molestia y alivió me embargó porque sabía que todo sería como en el pasado, comenzaba mal y terminaba peor.

—Pero tu madre me llamó para que le llevemos unos documentos que necesitan con urgencia —continuó Bárbara y comencé a caminar hacia la puerta.

En el proceso tenía que pasar frente a Dasher y antes de alejarme por completo le susurré un «lo siento» que él entendería a la perfección.

Me despedí de Bárbara y dejé en el aire un adiós para el rubio que me observó marchar en silencio; esa era la primera vez que lo veía en dos años y estaba consciente de que si no hubiese sido por ese momento tan duro que estábamos viviendo, las historia entre nosotros se habría repetido.

Esa donde abundaban los reproches y reclamos.

 

____****____

 

Un año atrás…

Elite había cerrado sus puertas al público en general para dejarnos en la privacidad de una noche que juré que sería la más divertida de mi cuñadita estirada. Estábamos en su despedida de soltera y tuve que jurarle a Aiden hasta por mi vida, que no le llevaría a su futura esposa con una resaca del demonio y recién follada por un stripper caliente.

El proceso de Essie no estaba siendo fácil, pero continuaba aferrándose a la vida como la luchadora que era y sabía que nos habría odiado al estar consciente y sabiendo que detuvimos todo por ella. Le fastidiaba ser el centro de atención y no nos perdonaría jamás el dejar de vivir por llorarle como si estuviese muerta. Tía Laurel lo respaldó y gracias a sus ánimos pude hacerle una pequeña fiesta a Sadashi.

Estaba de vuelta en Virginia, un año después de aquel maldito atentado a mi hermano y a mi prima, volví para una ocasión increíblemente especial: Aiden y Sadashi se casarían tras haber nacido mi sobrina, mi consentida ya con cinco meses estaba preciosa y mis padres fueron los abuelos más felices al quedarse cuidándola para que nosotras nos divirtiéramos un rato. Leah, tía Tess, Maokko, Sadashi, Bárbara, Jane —amiga de mamá— y yo, estábamos en la barra con el décimo tequila de la noche. A Jane le estaba costando beberlo, así que todas comenzamos a golpear la mesa con las palmas de las manos, animándola a seguir. Esa noche descubrí que mi cuñada con el alcohol en su sistema hasta era divertida.

—¡Diablos! ¡Mi himno! —grité cuando «Genius» de Sia sonó al máximo volumen en los altoparlantes— ¿¡Crees que soy estúpido!? —comencé a cantar al compás del cantante.

Me serví otro tequila y lo bebí de una, las chicas se rieron y gritaron animándome al verme tan emocionada. Lejos quedó la Abigail Pride White que conocieron antes, volví muy diferente a lo que fui y me sentía demasiado feliz.

—¡Eso es, cielo! —dijo Leah cuando me paré en una silla y luego pasé a la barra.

Usaba un vestido negro y tacos de punta, esa vez mi escote cubría arriba de mis pechos, pero la espalda quedaba descubierta hasta cerca de mi coxis. Me había hecho un moño flojo que ya estaba más desordenado que cuando salí de casa, pero me sentía tan sexi que disfruté el comenzar a mover las caderas para mis invitadas.

—No hay strippers, pero sí algo mejor —les dije y subí un poco más mi vestido.

Las mujeres mayores comenzaron a aplaudirme, Sadashi sacó unos billetes actuando como una sensual bisexual, Leah era como una niña emocionada viendo a su ídolo y Bárbara estaba tan asustada que me reí y llegué frente a ella para mover mi cintura, bajé para posicionarme de rodillas y la tomé del collar hasta acercarla a mi boca.

«Solo un genio podría amar a una mujer como yo» —canté y tras eso lamí el lóbulo de su oreja.

—¡Mierda! Eres mi ídolo —gritó Maokko y me reí.

Bárbara se puso más roja que el vestido que usaba, intimidada con mi acción bajó la cabeza y negó con una sonrisa. La chica era demasiado tímida y correcta en comparación a quienes la acompañábamos. ¡Mierda! Incluso era más cohibida que Jane y con eso ya hablábamos de mucho. Seguí bailando y divirtiéndome y cuando esa canción terminó y «Ain’t My Fault» de Zara Larsson siguió, las convencí a todas para ir a la pista y bailamos hasta que la madrugada apareció y la hora de irnos llegó. Le prometí algo a mi hermano y tenía que cumplirlo antes de que el alcohol me hiciera olvidar.

—A penas volviste ayer y mira todo lo que provocas —señaló Daemon cuando llegué a casa de nuestros padres.

Miré hacia el patio frontal donde Michael intentaba ayudarle a Sadashi a bajar del coche y me reí. Llevaba los tacos en la mano y mi moño ya era historia, menos mal el vestido todavía se aferraba a mi cuerpo. Y sí, recién había vuelto y ni siquiera veía a toda mi familia aún —excepto a Essie, ya que me fui al hospital directo del aeropuerto—, pero esa vez divertirme era más urgente después de semanas estresantes de estudios.

—Soy el alma de esta familia, gruñón precioso —dije hablando como una nenita y pellizqué sus mejilla.

Intentó alejarse, aunque no lo logró. Al verme más bebida de lo normal me cogió de las piernas y la espalda y me cargó como un novio a su novia, solo que fue más fraternal. Me reí cuando iba subiendo los escalones y me llevaba hasta mi habitación, lo rodeé del cuello y gruñó cuando sin querer lo golpeé con un taco, besé su mejilla como disculpas y negó.

—Aiden va a matarte si su loca novia no llega a ese altar —me recordó.

—Te quiero tanto —susurré y sentí el movimiento de su pecho al reír.

—Por tu bien espero que no hagas esto en Londres, Abby —advirtió.

—Hago cosas peores —confesé.

—Maldita descarada, le diré a padre.

—Chismoso —bufé y me reí cuando me tiró de golpe en la cama.

Aunque le grité muchas cosas malas en el momento que todo me dio vueltas por la sacudida que dio a mi cabeza. El efecto de los tragos de tequila se estaba intensificando y rogué para que Sadashi estuviese mejor porque, aunque lo tomé a broma, esperaba que mi hermanito no quisiera matarme dentro de unas horas.

 

(****)

Cinco horas más tarde me desperté a tomar una ducha cuando mamá llegó a verme junto a unos analgésicos y bebidas vitaminadas, antes de irse me advirtió que tenía que estar lista para las tres de la tarde y al ver que aún me quedaba tiempo, opté por volver a la cama y tomar una siesta de cinco minutos, aunque rato más tarde me levanté dando tremendo respingo cuando la puerta de mi habitación fue azotada con golpes fuertes y salté de la cama para abrirla.

Temí haber muerto y despertar en el cielo al ver a tremendo ángel frente a mí, pero al notar su expresión enfurecida sospeché que era posible que estuviese en el infierno y con ese diablo tan caliente, me esperaba una dura tortura.

—¡Volviste a hacerlo! ¿¡En serio, Abigail!? —reclamó el rubio caliente y fruncí el ceño al no entender nada.

—Antes que nada, hola, Dasher. Es un gusto volver a verte, pasa adelante —ironicé y abrí del todo la puerta para dejarlo entrar.

Su actitud era la que recordaba: altanera, aunque esa vez ya no me intimidó y ni siquiera me importó estar a solas con él cuando yo solo vestía una camisa blanca de tirantes delgados que dejaba ver mis pezones debido a que no usaba sostén, y un bóxer negro de rayas verticales blancas que apenas cubría mi sexo y pompas.

—Y ahora, ¿de qué carajos me hablas? —pregunté al cerrar la puerta.

Estaba de frente a mi cama y dándome la espalda y si bien el lugar había perdido el toque de mi niña del pasado, todavía se sabía que pisaban mi territorio. Dasher llevaba un pantalón formal que acentuaba su culo de una manera deliciosa, acompañado con una camisa blanca de manga larga que abraza su torso musculado. El pelo lo tenía corto de los lados y largo del frente, peinado a la perfección.

—¿Qué mierda le diste a Barbie? —inquirió al girarse.

Su pregunta me molestó, aunque su reacción al percatarse de mi vestimenta me satisfizo; la mirada le jugó una mala pasada y no pudo evitar el concentrarse en mis pechos y a diferencia de otra chica que a lo mejor se hubiese cubierto, yo crucé los brazos bajo mis tetas para que se realzaran más y consintiera su vista, a la vez de que me paré recargándome en un pie y que así mis caderas se lucieran.

También podía ser altanera.

—Me estás hablando de Bárbara, una mujer de veinticinco años, Dasher. Nadie la obliga a nada y menos una niña —aclaré con ironía.

Pudo verme al rostro entonces y sonreí de lado.

—No estamos hablando de una niña inocente y lo sabes —recalcó y tomé una respiración profunda que alzó mi pecho.

No pasaría, no volveríamos a lo mismo y se saldría con la suya. Ya no más.

—Bebió lo mismo que yo y las demás, que no pueda con la resaca ya no es mi problema. Así que deja la paranoia.

—No me puedo fiar de ti nunca más, Abigail y pobre de ti si te atreviste a…

—Bárbara no tiene nada que me interese, Dasher —lo corté y descrucé los brazos cuando se acercó a mí para lanzar su amenaza.

Su altura era increíble y su aroma aún más, detalles que todavía me provocaban de una forma que odiaba, pero el sentimiento que antes me enloqueció estaba apaciguado y lo agradecí, ya que me confirmó a mí misma que lo que dije era cierto.

—Nunca confiaré en ti de nuevo —aseguró viéndome desde arriba.

Se sentía grande al verme desde su posición, pero ignoraba que la grandeza de una mujer partía desde el suelo y los alcances eran infinitos y, aunque sus palabras hicieron mella en mí, ya no estaba dispuesta a demostrárselo.

—¿Y quién te dijo que busco tu confianza, cariño? —inquirí, mofándome de lo que aprendí a ser. Se quedó callado, sorprendido por mi respuesta y retrocedió un paso— Mejor vete antes de que mi papi llegue, no creo que le agrade que estés en la habitación de su nena, con ella vestida con poca ropa y tú deseando lamerle los pezones por encima de la blusa.

Rio sarcástico y estuvo a punto de decir algo cuando la puerta sonó con los toques de alguien, antes de abrir me acerqué a él y me puse en puntas para alcanzar más su boca sin llegar a tocarla.

—Tic, tac, tic, tac, papi se acerca —susurré.

Esa fue la primera vez que Dasher vio en mí a la nueva Abigail y rogué porque le haya bastado para que dejara el pasado donde pertenecía.

 

____****____

 

Tiempo actual…

—¿¡Dime que es mentira!? —le grité a Aiden cuando llegué a casa de la editorial, tras un día arduo.

Más de un mes pasó desde la propuesta de matrimonio de Dasher y contaba con que volvería a Estados Unidos hasta después de mi graduación, pero el destino tuvo otros planes y maldije porque de nuevo me regresara de esa manera tan cruel.

Mamá no podía estar herida.

Sabes que jamás jugaría con algo así, Patito. Michael se está encargando ya del viaje, padre te necesita, Daemon y yo te necesitamos —dijo entre lágrimas.

Me senté en la cama y me llevé una mano a la cabeza, yo también lloraba de rabia y terror al saber a mi madre herida. Se suponía que la iba a ver dentro de tres semanas para mi graduación y mi hermano me estaba avisando que corría peligro, que la hirieron y estaba en un coma inducido. Más jodida no podía sentirme.

—Te veo, pronto —logré decirle y corté.

Volvería cuando menos deseaba hacerlo, pero no me importaba. Solo me interesaba estar con mis padres y hermanos, no más.

Sombríos

Sombríos

La suerte nunca fue su amiga y el infierno la llevó siempre de la mano en cada paso que dio. A tal punto que el diablo la conoció, la tentó y terminó enamorándose de ella. No es una mujer renacida de las cenizas, pero sí una que surgió del fuego. Aprendió a ser mala y le cogió el gusto. Y cuando él la conoció, reconoció su principio y su final. Un desastre hecho a su medida, destinados a encontrarse, colisionar y someterse. Una oscuridad que le atrae, sabiendo que al final lo destruirá. Ambos fueron creados el uno para el otro en la más siniestra de sus versiones. Aprendiendo que sus seres sombríos se pertenecen y bailarán juntos en su propio infierno.

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Un año antes…

 

Me sentía herida, decepcionada, frustrada, fúrica, traicionada, pero también eufórica y hasta excitada. La gente a mi alrededor me observaban incrédulos y algunos con miedo. Supongo que siempre esperaron todo de mí, menos que permitiera el abuso sexual, dañara a niños o… al amor de mi vida.

            El hombre debajo de mi cuerpo, el tipo por el que era capaz de darlo todo, incluso mi poder, —lo que me gané a base de luchas, sobrevivencia y maldad—. Nicholas Cratch, mi nuevo rey en el bajo mundo, mi maldito mundo, el único que llegó más allá de donde se lo permití a los demás, quien conoció a mi mayor tesoro, pero que en la primera oportunidad que tuvo lo dañó creyendo que mi amor por él era tan grande como para perdonarle cualquier cosa, sin importar lo terrible que fuera.

            Y no se equivocó, mi amor por él era inmenso, pero no estúpido y su gran error fue creer que lo perdonaría así jurara que todo fue una equivocación y que se vio obligado a hacer lo que yo no podía para que no perdiera mi liderato.

            —Solo…solo buscaba ayudarte —explicó con la voz queda cuando todavía podía hablar.

            En ese instante ya no tenía lengua, tampoco polla o bolas.

            Y yo encima de él, me encontraba bañada en su sangre y drogada con el olor metálico que desprendía. Pero incluso metida en esa nube logré ver un movimiento de soslayo y sin dudarlo saqué el arma que llevaba metida en la parte de atrás de mi pantalón y la disparé, escuchando de inmediato un golpe sordo en el suelo y al girar el rostro en esa dirección encontré a uno de los chicos más fieles de Nick dando espasmos, luchando por tomar un último aliento.

            —El siguiente que se atreva a moverse ocupará el lugar de su líder —advertí con la voz oscura.

            Mi gente obligaba a los pocos que quedaban del grupito de Nick a observar todo, como una oscura lección de lo que les pasaría si se quedaban trabajando conmigo y se atrevían a desobedecerme de nuevo.

            Eso contando con que los dejara vivir.

            Miré de nuevo a Nick, quien me observaba con ojos brillosos, los mismos que tanto adoré porque su mirada siempre mostró que me amaba más de lo que yo a él. Pero qué estúpida fui al no reconocer al lobo vestido de oveja que dormía a mi lado, olvidando fácilmente la mayor enseñanza de Frank Rothstein, el hombre que me llevó a la cima del poder.

 

            ¿Entonces tú no confías en mí?le pregunté a Frank cuando estábamos en la cama, me daba una de sus charlas luego de follarme.

            Por supuesto que no, princesa. Que te ame no significa que sea tan estúpido como para confiarte todo de mí, pero sí te has ganado más de lo que todos a mi alrededor respondió con la sinceridad que lo caracterizaba.

            Y no me molestó su declaración, era la más consciente de su vida y los riesgos a los que se enfrentaba por liderar una organización criminal.

            Por eso duermes conmigo sin tener un arma bajo la almohada señalé y me puse de rodillas en la cama cuando él se salió para vestirse.

            Me miró y sonrió de lado y tras ponerse el bóxer y el pantalón regresó a la cama y me acarició la barbilla.

            No confesó y lo miré con una ceja alzada—. Evito tenerla porque me podrías asesinar con ella.

            Frank, yo no…

            ¡Shss! Me silenció poniendo el pulgar en mis labiosNo digas que no lo harías, Iraideaconsejó. Él era uno de los pocos que me llamaba por mi nombre completo—, porque entonces me decepcionarás —señaló—. Nunca olvides mis reglas si quieres sobrevivir en este mundo hasta conocer a tus nietos. Jamás confíes tu vida en nadie y ni siquiera en la persona que dice amarte, porque cuando te apuñalen por la espalda, no te matará la herida sino saber quién sostenía el puñal —sentenció haciéndome tragar con dificultad y luego me besó.

            Esa noche tras irse de mi recámara me comprobó con hechos lo que tanto me aconsejó. Ya que murió en un atentado perpetrado por su esposa. Porque sí, yo solo era la amante. La chica a la que podía amar de noche, pero no a la luz del día. Su puta favorita ante los ojos de los demás.

 

     Y una vez más estaba comprobando que Frank siempre tuvo razón. Jamás debía confiar en nadie y menos en la persona que decía amarme, porque me apuñalaron por la espalda y era más mortal saber quién sostenía el puñal.

     —Con estas manos me adoraste —le dije a Nick cuando me bajé de su cuerpo y me miró con terror, gimiendo desesperado.

     Estábamos en lo que denominaba mi museo personal, un lugar donde muchos entraban, pero pocos salían.

      Al menos no con vida o completos.

     Le había inyectado un estimulante para que no se desmayara del dolor y lo tenía atado en una plancha de metal que estaba destinada a usarse en la morgue, con los brazos extendidos hacia los lados. Cogí el hacha de la mesita donde deposité los instrumentos que necesitaría y la alcé regalándole una sonrisa siniestra, de esas que una vez dijo amar. El golpe que lancé fue limpio y le corté justo en las muñecas. La mano cayó al suelo y pudo gritar, ahogándose con la sangre que todavía brotaba de donde antes estuvo su lengua.

     Escuché los jadeos de fondo, algunos comenzaron a vomitar y yo, solo seguí riendo con gozo hasta que desmembré cada parte de Nick y luego de lograr reanimarlo decidí dar el golpe final.

     —No te arranco los ojos porque quiero que veas cada parte de ti que te abandona, cada pieza que daré de comer a los lagartos y leones, porque a mis perros no los voy a intoxicar con tu veneno —le dije y de nuevo me subí encima de él.

     Tuvo la capacidad de negar al ver mi puñal y se removió cuando la coloqué en su pecho. Nick no tenía idea de que lo desmembré según cada recuerdo que tenía de nosotros y con cada palabra que me susurró mientras juró que me amaba con locura.

     —Menos esto —dije al presionar con fuerza la punta del puñal en su pecho, del lado izquierdo.

 

     —¡Joder! Cómo te amo, mujer. Mi corazón es tuyo aseguró mientras me hacía el amor.

     —No digas eso, porque me lo tomaré en serio advertí.

     —Te amo, Ira. Te pertenezco, mi corazón sobre todo repitió y cuando notó que alegaría me besó.

 

     —Porque es mío, cierto —dije saliendo de mis recuerdos, clavando más profundo el puñal y su mirada de terror logró que mi visión se volviera borrosa—. Tú corazón es mío, Nick, tú me lo aseguraste —le recordé con la voz quebrada— y te amo tanto, que no soy capaz de dañarlo y menos de perderlo —finalicé.

     Cortar la piel y los músculos fue fácil, con las costillas necesité una sierra, pero llegué a mi objetivo y, aunque Nick se había desmayado de nuevo, tuve la dicha de tocar su corazón cálido y palpitante, hasta que lo corté de sus válvulas y venas y murió en mis manos.

     —Increíble —susurré al sostenerlo con ambas manos y ver atenta hasta que dejó de dar su último latido.

     Muchas personas seguían vomitando, otros me veían como si tuviesen frente a ellos a una maniática.

     —¡Faddei! —grité a uno de mis hombres más cercanos.

     El viejo también fue el más cercano a Frank y cuando tomé su lugar, Faddei dijo que lo merecía y por lo mismo me juró su lealtad.

     Llegó de inmediato con un tarro grande de vidrio lleno de formol. Cuando se paró a mi lado quitó la tapa y noté que las manos le temblaban, solo sonreí y con cuidado deposité el corazón de mi amado para que se conservara. Faddei hizo tintinear la tapa contra el vidrio cuando intentó cerrar el tarro y lo tomé de las manos en un intento por calmarlo.

     Mi toque surtió el efecto contrario, ya que dio un respingo.

     —¡Carajo, Faddei! Tan grandote y malo que te ves y tiemblas ante esta inocente pelirroja —le dije con voz chiquita.

     Volví a cogerle las manos sin importarme embarrarlo de la sangre de Nick y lo acaricié tratando de tranquilizarlo de nuevo. Faddei era alto y fornido, calvo y con un aspecto malvado. Un ruso de cincuenta y cinco años que tenía la fuerza de un chico de treinta.

     —Cuidado con él, Faddei. Este es uno de mis tesoros más preciados y me pondré muy triste si lo tiras —susurré haciendo un puchero.

     El hombre me observó incrédulo, sin poderse creer que debajo de toda esa sangre que me cubría, se encontraba su ángel pelirrojo, como solía llamarme.

     —Manda a alguien a que retire la basura y que la lancen a los lagartos del zoológico —pedí y asintió.

    Mi gente se encargaría de hacer un buen trabajo para no dejar ningún rastro. Tener aliados en el zoológico de Washington me servía de mucha ayuda para momentos como ese.

      Me bajé de la plancha y miré a todos a mi alrededor, me rodeaban, ya que pedí que nadie se perdiera ni un solo detalle de lo que sucedería en mi museo. Caras verdes y ojos llorosos se enfocaban en mí, algunos todavía a punto de lanzar las tripas mientras clavaba mi mirada en ellos.

     —Los que quedan del grupo de Nick pueden estar tranquilos, ya que no correrán el mismo destino. Les prometo que su muerte será rápida —dije con benevolencia y fue sorprendente ver a tanto hombre llorando.

     ¡Joder! Y decían que eran más valientes que las mujeres.

     —Señora, por favor —suplicó uno y se puso de rodillas.

   Hice un gesto con la mano para que lo sacaran de mi vista y me obedecieron con una rapidez sorprendente.

     —Para los que quedan y juraron ser leales a mí, espero que esta lección les enseñe a que conmigo no se juega —continué—. Y antes de pensar en traicionarme o dañarme de alguna manera, planifíquenlo bien y asegúrense de que muera. Porque les prometo, cositas mías, que los voy a encontrar —les advertí con voz cantarina y sonrisa tierna—. Y aquí tienen la muestra de que si no me detuve en hacer pagar al amor de mi vida por su traición, menos me detendré por ustedes. —aseguré— ¿He sido clara?

     —¡Sí, señora! —gritaron al unísono.

     Menos los llorones traicioneros, ellos siguieron suplicando en vano por su vida.

     —Bien, amores. Ahora vuelvan al trabajo y cumplan al pie de la letra mis órdenes, que por hoy me tomaré el día libre —avisé.

     Me di la vuelta y miré a Faddei, pidiéndole así que se asegurara de que todo saliera al pie de la letra.

   Y ni siquiera quise mirar hacia la plancha de metal, donde ya algunos se encargaban de limpiar. Se llevaban a esa basura que amé y que aún amaba con todas las fuerzas de mi alma podrida, el único tipo con el que soñé una vida diferente, con el que me imaginé viviendo en una enorme casa de valla blanca y teniendo muchos hijos.

    A Frank Rothstein lo respeté y estaría agradecida con él por el resto de mi vida, ya que me enseñó a sobrevivir en un mundo plagado de estiércol. Me hizo renacer así fuera en lo malo, pero me dio la oportunidad de cumplir mis sueños con ello y cumplir los sueños de las personas por las que tanto luchaba. Frank se convirtió en mi mentor y así les doliera a todos, yo me convertí en su sucesora después de ser solo la reina sádica de su organización o su puta favorita como me conocían nuestros enemigos.

     Nicholas Cratch en cambio estuvo a punto de ser mi perdición, fue quien se robó mi corazón y me dañó de la peor manera, por eso era justo que yo me quedara con el suyo.

     Él sabía quién era Iraide Viteri, pero decidió jugar a la curiosidad y el gato sin querer entender que tenía a su lado a una pantera, a la líder de la organización criminal más poderosa de Estados Unidos. A una mujer que supo jugar sus cartas en el infierno y cuando le ganó la partida al diablo, quedó libre para hacer del mundo su verdadero hogar sombrío.

     Iraide Viteri era la diabla de su propio infierno, una mujer que surgió del fuego y no de las cenizas.

Tiempo actual…

 

Me encontraba en la oficina principal que tenía en mi casa de préstamos, viendo la tele, acariciando mis labios con el borde de la copa de vino en mis manos, sonriendo y negando ante la sarta de estupideces que hablaba la nueva y recién electa legisladora de Washington, Sophia Rothstein.

            —Les prometo que seguiremos luchando contra la corrupción y el crimen organizado que tanto está dañando a nuestro país y sobre todo a nuestra hermosa ciudad. Cortaremos de raíz ese cáncer que nos aqueja…

            —¡Coño! ¿¡Cómo puede ser tan hipócrita!? ¡Es una asesina! —gritó Kiara hacia la tele, logrando que Hunter, mi mastín italiano, se asustara, ya que dormía en sus piernas mientras ella le acariciaba la cabeza.

            —Una asesina hipócrita que ahora luchará contra los que asesinamos sin escondernos —dije y Kiara me miró demostrando su molestia.

            La morena era mi mejor amiga desde que llegué a Estados Unidos a los dieciocho y pico de años, con la ilusión del sueño americano. Uno que se convirtió en pesadilla casi en el instante que salí de casa. Kiara tenía las mismas metas que yo cuando nos conocimos y juntas pasamos por el mismo infierno hasta que mi destino se torció, en aquel entonces de mala manera, pero que resultó siendo la única salida de nuestra miseria.

            —Todavía estoy molesta contigo por dejarte arrebatar todo lo que te pertenecía —se quejó haciéndome reír.

Habían pasado ya cuatro años de eso y pasarían mil y podía jurar que me seguiría reclamando.

            —Tengo de Frank lo que me pertenecía, Kiara. Deja que su viuda se regodee con lo bueno que le dejó mi benefactor —señalé y negó.

            —Frank te amaba a ti, Ira, no a ella. Esa vieja maldita lo mandó a asesinar y ahora se la lleva de digna moralista, queriendo luchar contra la mierda a la que pertenece —bufó.

            —Solo es un discurso, amor. Al final la señora Rothstein terminará trabajando también para mí —le recordé y guiñé un ojo haciéndola sonreír.

            —No me vayas a llamar amor frente Milly porque tiene celos de ti —pidió cambiando de tema y me reí.

            —Lo que me faltaba —bufé divertida—. Ya no son unas chiquillas, Kiara. Tienen treinta y dos años, y más que mi amiga eres mi hermana. Milly no tiene por qué sentir celos.

            —Ya lo sé y se lo he repetido miles de veces, pero se molesta porque me pide que vaya a vivir con ella y yo le he dicho que no, que no puedo dejarte —explicó y negué.

            —Sí puedes, Kiara —le recordé.

            A mí no me molestaba que ella quisiera hacer una vida al lado de su novia, pero Kiara se negaba a dejarme —vivíamos juntas desde que la saqué de aquel club cuando Frank comenzó a cumplir mis peticiones— sobre todo después de lo que pasó con Nick. La tonta temía que volviera a perder los estribos.

Sonreí con tristeza al recordarme llegando a casa aquella vez, con el corazón de Nick metido en el tarro. 

            Kiara no podía creer lo que veía, incluso me golpeó, destrozada por lo que le hice a su amigo, hasta que me dejó explicar las razones que tuve para deshacerme del hombre al que amaba con locura. Entonces me llevó hasta la ducha y tras meterme en ella me lavó toda la sangre, llorando junto conmigo y quedándonos allí por horas, abrazadas y sufriendo por un tipo que no se lo merecía.

            Mis días después de eso no fueron fáciles, todos me tenían como una mujer frívola, pero por dentro sufrí el luto por haber perdido a quien amé, así fuera por mis propias manos, no importaba. Perder a Nick fue una de las cosas más duras por las que atravesé, o una de las tantas, y tener que lidiar con mi familia no me ayudaba, sobre todo con mi hermana.

            Mi madre era feliz aprovechándose de las comodidades que le daba y más de las que obtuvo cuando la traje a Estados Unidos junto con mis hermanos. Era una mujer devota que prefería hacerse de la vista gorda ante las cosas que sospechaba que su hija mayor hacía, con tal de no perder los lujos. Gisselle —mi hermana— en cambio, me reprochaba cada vez que podía y no la culpaba, la verdad era que de mi familia, Gigi era la más sensata y justa y por lo mismo comprendía que no tolerara mi estilo de vida.

            Aunque irónicamente era ese estilo de vida el que costeaba sus estudios.

            Pero independientemente de eso, al final mi hermana tuvo razón de despreciar mi vida y sobre todo al ser la más afectada por el odio que algunos me tenían.

            —Como sea, esta noche no me esperes. Me quedaré con ella para bajarle los celos —avisó y antes de ponerse de pie besó a Hunter y me lanzó un beso a mí para marcharse.

            —Demuéstrale quién manda —me burlé y negó mientras abría la puerta, dejándome ver a Faddei detrás, a punto de tocar.

            —Kiara —la saludó con un asentimiento que ella correspondió.

            —Pasa —le dije a él cuando esperó por mi permiso.

            —El magistrado ha solicitado verte —avisó y bufé.

            Me recosté por completo en la silla y llevé la cabeza hacia atrás, subiendo los pies al escritorio para tomar una postura que me ayudara a relajarme.

            —¿Tienes idea de cuánto dinero quiere esta vez? —murmuré con cansancio, ya tenía los ojos cerrados para ese instante.

            —Quiere hablar contigo sobre otras cosas, según explicó —Abrí los ojos y lo miré irónica.

            —A veces siento que todavía eres muy inocente para este mundo —señalé.

            Obviamente el tipo llevaba más tiempo que yo trabajando para el crimen organizado, pero así luciera como el matón más cruel y sádico, por dentro tenía mucha bondad y fe en las personas. Faddei fue como un padre para mí cuando me convertí en la puta de Frank, cuando llegué a sus vidas con la única ilusión de salir de aquel club —donde los tipos poderosos llegaban para pasar un buen rato— y con la esperanza de seguir viviendo.

            Emigré de mi país natal a los dieciocho, huyendo de la pobreza y la violencia a la que mi padre nos sometía a mis dos hermanos menores, a mamá y a mí. Y supongo que la suerte nunca fue mi amiga, ya que solo se burló de mí cuando me sonrió y yo pensé que lo hizo por piedad.

Mi odisea empeoró un año antes de emigrar, desde el momento en el que tuve que conseguir el dinero para un viaje ilegal, algo que creí imposible hasta que se lo comenté a un familiar lejano que tenía ciertas comodidades.

 

            —Eres bella, tienes elegancia europea, deberías saber usar eso para conseguir tus propósitos —me recomendó cuando fui a limpiar su casa. Era un viejo solo y retirado que me ofreció trabajar con él para llevar comida a mi hogar.

           

Al principio no entendí lo que quiso decirme, imagino que en ese momento yo todavía era como Faddei y tenía fe en que las personas podían ser bondadosas. 

            Lo de belleza europea lo mencionó gracias a las raíces de mi padre, un tipo del país vasco que llegó al mío por trabajo y se enamoró de mi madre, preñándola pronto de mí y casándose luego de eso para que no naciera como bastarda, ya que traía el tradicionalismo de su familia muy arraigado.

Pero juro que hubiera preferido ser una bastarda, que él solo embarazara a mi madre y se fuera.

No obstante, mi maldición comenzó desde el momento en que fui concebida y años más tarde descubrí que la hermosura de una mujer también podía ser su maldición.

            Una semana después de esa charla con ese supuesto familiar dejé de ir a limpiar su casa, puesto que por las malas comprendí a qué se refería ese señor y le juré que era mejor morirme de hambre antes que ceder a sus cochinadas. Pero de nuevo, la suerte me dio un revés y mi hermano menor enfermó de gravedad. Lo que mamá ganaba no le alcanzaba para un buen tratamiento y papá se gastaba todo en bebida, llevándonos deudas en lugar de alimentos. Nuestro único camino para soportar la tempestad fue hipotecar la casa que la abuela le dejó de herencia a mi madre.

No obstante, todo ese dinero se fue para las medicinas de Adiel —mi hermanito— y pronto no tuvimos ni para pagar las cuotas del banco.

            Dejé la escuela entonces y mendigué trabajo con tal de ganar algo de dinero para ayudarle a mamá, para conseguir así fuera para los pasajes de autobús y llevar a mi hermano a sus tratamientos semanales al hospital público. Hasta que nos vimos contra la pared, mientras la espada ya se clavaba en nuestras gargantas y el banco comenzó a advertirnos que lo perderíamos todo si no pagábamos en el tiempo que estipularon.

            La casa tenía algunos acres como patio trasero, así que mamá para no perderlo todo decidió vender solo la casa con un pequeño espacio del jardín, pensando en que lo que le dieran por ello nos serviría para pagar al banco y levantar —en lo que nos quedara de tierra— así fuera un techo que nos protegiera de la lluvia, el viento o el sol.

            Recuerdo muy bien cuando la abuela fue a donde otro de sus hijos a rogarle para que fuera él quien comprara la casa, pero no pudo, no contaba con el dinero. Hablamos con amigos y ellos con otros amigos. Mi hermana Gisselle —de seis años en ese momento— incluso le escribió un mensaje en un pedazo de papel a nuestro tío, ya que acompañamos a la abuela. Su esposa me lo mostró semanas después de que llegué a visitarla y lloré con el sentimiento de impotencia más horrible que alguna vez tuve.

Por favor, no quiero perder mi casa.

            Leí, su tipografía era muy bonita a pesar de que apenas había aprendido a escribir bien, pero lo que transmitía era demasiado cruel.

            Carolina, la esposa de mi tío, me abrazó al verme así. Yo sabía que ellos querían ayudarnos y les dolía nuestra situación, pero de verdad no podían y lo entendí. Mi dolor era más porque el deseo de mi hermana no se había cumplido, vendimos nuestras casa y ya nos encontrábamos viviendo bajo un techo de láminas, con sábanas que nos servían de pared solo para cubrir el área donde teníamos las camas.

            Pero las cosas no iban a acabar allí, claro que no. Mi hermano estaba mejorando, pero mamá enfermó también. La llevamos al hospital y la internaron por varias semanas. Le descubrieron diabetes e hipertensión, no obstante, también le dio una tos que llamó la atención de los médicos y le hicieron algunos estudios, descubriendo que se trataba de tuberculosis. Enfermedad que desarrolló gracias al VIH que le detectaron.

            El diagnóstico fue devastador en una sociedad donde tener VIH todavía era tabú, por supuesto que mamá cayó en una depresión profunda al descubrirlo y más cuando nos sometieron a todos a pruebas para descartar que también tuviéramos la enfermedad. Papá fue positivo, mis hermanos y yo negativos. En ese momento la carga que se me fue encima pesaba tanto, que sentí que caminaba de rodillas.

Todo iba de mal en peor y no voy a negar que hubo personas de buen corazón que me ayudaron al enterarse de que mis padres estaban enfermos. Mi madre de gravedad y mi padre de tristeza porque no tuvo cuidado al serle infiel a mamá y la condenó a un calvario en vida. Tuve que hacerme cargo de todos los gastos y le di de comer a mi familia gracias a la caridad de mis tíos y algunos amigos. La enfermedad de mis padres se mantuvo en secreto porque sabíamos que nos juzgarían y nos tratarían como si tuviéramos la peste y ya demasiados problemas atravesábamos como para añadir más.

Entonces y como si fuera un héroe, aquel familiar lejano se presentó de nuevo en mi vida. Había llegado a nuestra casa al enterarse de que mis padres estaban enfermos. Mamá comenzaba a recuperarse gracias a la ayuda psicológica que le dieron en el hospital, aunque los efectos de la diabetes y la hipertensión la aquejaban.

           

—Mi oferta sigue en pie si deseas aceptarla —me dijo y reí lacónica.

Tuve ganas de decirle lo que padecían mis padres para que su mente retrógrada se asustara y dejara de hablar mierdas, pero me contuve porque, como decían por allí: vivíamos en un pueblo chico de un infierno grande.

—Jamás te obligaré a nada, Iraide —añadió cuando no le respondí. Mamá le preparaba un café, el último que teníamos para compartir en el desayuno siguiente.

—No, solo se aprovechará de la necesidad que tenemos —largué y negó.

—Míralo de esta manera, soy un hombre mayor y solo. Estoy viviendo quizá mis últimos días y no me quiero ir sin haber gozado la vida como se debe. Yo tengo el dinero para ayudar a tu familia y para que hagas tu viaje, tú tienes la pureza y la belleza para ayudarme a gozar lo poco que me queda —explicó y sentí asco.

—Debería marcharse —dije tajante.

Está bien, pero ya sabes dónde encontrarme por si cambias de opinión señaló.

¡Váyase! le exigí.

           

La cocina estaba lejos, hecha de paredes de lámina, así que mamá no escuchó nada. El tipo se fue al ver mi molestia y la determinación en mí de decir lo que me estaba proponiendo si me lo preguntaban.

Un mes después de eso papá cayó enfermo de gravedad, el VIH y la bebida aceleraron el deterioro de su cuerpo. Encontraron su corazón perforado de esa manera me lo explicó el doctor al ver que no entendía sus términos— y no le quedaba mucho tiempo de vida. Ese día ni siquiera lloré porque no me dolió la noticia, ya que dejé de sentir aprecio por ese señor gracias a su descuido y maldad. Y no sería hipócrita, para mí era mejor que se muriera de una buena vez porque si no ayudaba tampoco que estorbara, pero mis hermanos lo querían, mamá incluso, así que lo lamenté por ellos y por la nueva tempestad que se me avecinaba, porque sí, era una nueva cruz que echaría a mis hombros.

Gisselle, mi hermana, fue la que terminó de empujar la espada en mi garganta y no porque ella lo quisiera, al contrario, la pobre calló demasiado al ser consciente de nuestras pobrezas y solo habló porque se lo pregunté.

 

—¿Por qué cojeas? —le pregunté cuando llegó de la escuela.

—Mis zapatos tienen algo que me lastiman —dijo y me acerqué cuando se sentó en una silla. Le quité un zapato y luego la media.

 

Sus uñas sangraban y estaban azules. Ella bajó la mirada y a mí se me llenaron los ojos de lágrimas.

Sus zapatos eran quizá dos números menos de los que tenía que usar. Se los regalaron, ya que los suyos se rompieron y después de tanto repararlos, ya no dieron más. Usarlos tan pequeños la lastimaba, pero se obligó a eso para no tener que ir descalza a la escuela y ser la burla de sus compañeros.

Esa tarde tomé la decisión más asquerosa de mi vida y marché rumbo a la casa de aquel tipo que me prometió ayuda a cambio de mi virginidad. Y fui ingenua porque no existía seguridad de que cumpliera su palabra, pero por necesidad me aferré al lema de que la vida era de tomar riesgos y durante seis meses cumplí todos los caprichos de un viejo sinvergüenza, hasta que por fin me dio lo suficiente para ir en busca de mi sueño americano.

Un sueño que se convirtió en pesadilla desde que pisé México. Un país que siempre había querido conocer por lo que vi en la tele, pero, puesto que no iba de visita sino que lo utilicé como un puente, me vi obligada a descubrir su lado más oscuro. Uno que casi me mató en más de una ocasión y al llegar a Estados Unidos, nada mejoró.

Mi padre murió, mi madre recayó, ya que le daba vergüenza ir por su medicamento para el VIH y Gisselle estaba siendo obligada a acelerar su crecimiento debido a la preocupaciones y limitaciones de mi familia.

¡Una niña de siete años entonces cuidando de su hermanito de tres y su madre!

El túnel negro que era mi vida parecía no tener salida hasta que fui testigo de un asesinato en el club donde trabajaba. Y el asesino era un hombre poderoso que tenía que deshacerse de mí para que jamás abriera la boca. Y de hecho, fue Faddei quien me secuestró mientras decidían qué harían conmigo. Me tuvieron una semana retenida, una donde no me dañaron, pero mentalmente me torturaron hasta que Frank llegó con una salida ventajosa, según él, para mí.

 

—Eres hermosa y necesitada. Tú decides si quieres seguir viviendo como mi puta personal o mueres aquí mismo y acabamos con todos tus sufrimientos —señaló.

 

Por supuesto que ya me había investigado, una inmigrante indocumentada que trabajaba en un club como mesera, aguantado los abusos verbales de imbéciles como él. Y había querido trabajar en otro lugar, pero sobrevivir sola y mantener a una familia era difícil en ese país. Estando en Estados Unidos entendí que era más fácil ser pobre en tu país natal que en uno extranjero, pero ya había pasado por un infierno como para regresar a lo mismo, así que decidí aguantar otro tipo de infierno, uno que me prometía dinero en la bolsa, un techo digno donde mi familia durmiera y con comida en su mesa, así yo no tuviera en la mía.

Aceptar su propuesta era como venderle mi alma al diablo, pero bien decían que él tendía a ofrecerte una salida inmediata cuando más necesitados estábamos, así que lo que creí una tortura, se convirtió en mi salvación de aquella vida cruel en la que vivía desde que nací.

 

Aprovecha tu oportunidad, amiga. Porque si logras cumplir todos sus caprichos, Frank Rothstein te hará un castillo si se lo pides. Y créeme cuando te digo que es mejor follar con un tipo que te aprecia, que con uno que solo te quiere para el desahogo me aconsejó Kiara cuando me liberaron, pero no dejaron de vigilarme.

 

Las dos trabajamos en el mismo club, la única diferencia era que ella se prostituyó para conseguir más dinero, a mí quisieron inducirme a hacerlo y me negué, lo hice incluso cuando amenazaron con entregarme a ICE. Varios tipos ofrecieron cantidades tentadoras de dinero y estuve a punto de caer. Mi jefe me despidió justo la noche que Frank llegó junto a sus hombres a una reunión de negocios y al salir por la puerta trasera lo encontré asesinando a uno de sus socios.

Mi destino cambió por salir por la puerta equivocada y todavía no sabía si de verdad fue para bien o para mal.

Lo único cierto es que acepté la propuesta de Frank y ayudada por Kiara me lo gané en la cama. Ella fue mi mentora en el sexo, me enseñó a doblegar a un hombre a punta de placer y al conseguirlo, mi pobreza terminó. Sobre todo cuando comencé a inmiscuirme en sus negocios sucios.

Frank me enseñó a defenderme, a asesinar, a manejarme con seguridad en un mundo donde triunfan más los hombres. Me ayudó a conseguir lo que quisiera, incluso mi legalidad en su país, me mostró que mi belleza podía ser salvación en lugar de condenación y cuando las penas por dinero desaparecieron y pude darle a mi familia más de lo que alguna vez imaginé, llegó la ambición.

Le cogí el gusto a la maldad, le di la vuelta a la moneda porque ser buena solo me trajo sufrimiento y ser mala me dio tranquilidad. Me impuse poco a poco y escalé en una organización criminal como nadie nunca imaginó. De puta favorita pasé a ser mano derecha de un hombre poderoso, una ejecutora letal que no tenía lástima por nada ni nadie a excepción de los niños. Porque ese era mi límite y Frank me amó tanto, que lo respetó.

Él me dio su amor, yo mi lealtad.

Ante el mundo justo mostraba a su buena y respetada esposa, pero ante el mundo oscuro siempre llevaba de la mano a su reina sádica, como él mismo me bautizó.

El ángel pelirrojo, un ángel sumamente mortal.

Y cuando murió quisieron enviarme de nuevo al club como una puta más, trataron de arrebatarme un lugar que creyeron que me gané solo en la cama del líder de la organización, pero se equivocaron demasiado conmigo. Yo resurgí de un infierno al cual no quería ni iba a volver y por lo mismo les demostré que mis apodos nunca fueron vacíos.

Ira Viteri conocía a la perfección todos los movimientos de Frank Rothstein, manejé sus negocios, me volví una extensión de él, así que cuando faltó, su ausencia solo se notó en mi cama, no en la organización, puesto que la manejé como si Frank jamás se hubiera ido y eso hizo que me ganara varios aliados poderosos.

Y le doliera a quien le doliera, retuve mi lugar como la líder principal de The Seventh.

—Piden reunirse esta noche contigo para hablar sobre los cambios que se vienen encima ahora que hay nuevos legisladores por comprar —siguió Faddei y respiré profundo.

Pensar en el pasado me robaba energía vital.

—Dirige todo entonces, déjale claro que como siempre, se reunirán conmigo dónde yo decida y bajo mis reglas —pedí y asintió.

—También he conseguido noticias sobre tu hermanita —avisó, bajé las piernas del escritorio y lo miré emocionada.

Mi hermanita como él le llamaba ya tenía veintidós años.

—¡Habla, Faddei! —pedí cuando se tardó demasiado.

—Ha entrado a la universidad que tanto deseaba para hacer su maestría —soltó y mi corazón se aceleró con alegría.

El sentimiento fue agridulce, ya que deseaba poder celebrar con ella ese logro tan grande, pero me dolió no poder hacerlo. Gisselle no me hablaba desde dos años atrás y no la culpaba, la entendía y sé que hubiera actuado igual o peor si estuviera en sus zapatos.

—Espero que esa reunión no opaque la felicidad de este momento. —le dije y Faddei me miró más de la cuenta— ¿Qué? ¿Tengo algo en la cara? —inquirí y sonrió lacónico.

—No, solo me sorprende que aún tengas corazón —señaló y fruncí el ceño.

Negué de inmediato, Faddei me respetaba, pero también me tenía confianza, así que de vez en cuando soltaba barbaridades como esas.

—Tengo dos, Faddei, ¿quieres que te muestre el otro? —cuestioné satírica y me puse de pie para abrir la caja fuerte.

—¡Bien, para! —pidió poniéndose nervioso y sonreí divertida.

Salió de inmediato de mi oficina y pegué tremenda carcajada, el pobre todavía no superaba lo de hace un año. Ni yo tampoco, pero ya había aprendido a reírme de mi propia miseria.

Supongo que tener dos corazones en lugar de uno me ayudaba a sobrevivir mejor en mi infierno.

Apagué la tele cuando Faddei se fue y llamé a mi madre, actuando de forma casual, como si solo se tratara de una llamada rutinaria. Menos mal no me torturó tanto con la espera, ya que de inmediato comenzó a hablarme de los logros que estaba obteniendo Gisselle.

            Sonreí divertida cuando me dijo que sus oraciones habían sido escuchadas y que después de que varios benefactores rechazaron ayudar a mi hermana con los gastos de su maestría, apareció uno que le ofreció eso y hasta más. Y, claro que mi hermana era inteligente, dedicada sobre todo, pero en cuestión de maestrías era difícil conseguir ayudas, puesto que preferían pagar por personas que recién iniciaban la universidad.

            —Sé que tu hermana te lastimó cuando te pidió que no te metieras en sus cosas y menos que le ayudaras económicamente o interfirieras con sus logros, hija. Pero entiéndela… —pidió mamá.

            —No te preocupes por eso, la entiendo —dije interrumpiéndola—. Solo quería hacerle las cosas más fáciles y que no le mendigara nada a nadie —aclaré—. Gisselle sigue creyendo que todo es muy fácil en la vida —agregué.

            —Pero lo ha conseguido sin tu ayuda, Ira. Te está demostrando que así le cueste, puede salir adelante de la manera correcta —apostilló y me reí.

            —Claro que sí, mamá. Lo está logrando todo sin mí —dije sarcástica.

            —¿Nos acompañas a cenar hoy? Le haré algo para celebrar —comentó cambiando de tema.

            —Me siento demasiado orgullosa de ella, pero ir sería joderle su momento feliz, así que paso. No le amargaré la noche —aclaré y la escuché bufar, mas no trató de convencerme de lo contrario porque sabía que tenía razón.

            Dejé de hablar con ella rato después y tras hacer algunas cosas que tenía pendiente, recibí un aviso de Faddei sobre que ya todo estaba preparado para la reunión con el magistrado y otros socios de la organización.

            Mientras la hora llegaba decidí abrir la caja fuerte y sacar aquel tarro que muchos creían que conservaba como trofeo, cuando en realidad solo lo guardé como un recordatorio de lo que perdí por confiar demasiado en las personas.

            Había perdido el color tan bonito que tenía cuando lo arranqué del pecho de Nick, pero seguía conservándose intacto. Muchas veces las ganas por sacarlo y sentirlo de nuevo en mis manos me abrumaba y solo me contenía porque no deseaba echarlo a perder.

            —A veces me pregunto a quién se hubiera parecido nuestro hijo si lo hubiese tenido —dije hablándole al corazón.

            No me arrepentía de lo que hice, en realidad, nunca me arrepentí de todas las decisiones que tomé a lo largo de mis treinta y tres años. Fuera equivocada o acertada, las tomé con seguridad y cada una de ellas me llevó a donde me encontraba.

            Una semana después de haber asesinado a Nick me enteré de que estaba embarazada, y nos cuidamos siempre, pero ningún método era seguro y lo descubrí esa vez. Imagino que fue el destino queriéndome decir que a pesar de tener el control de mi vida, él todavía podía hacer conmigo lo que quisiera, pero esa vez le demostré que ya no más. Mi destino lo labraba yo con mis propias manos y no permitiría que cambiase.

Y mi decisión de no tener a ese pequeño no fue por capricho o porque no deseaba un hijo de Nicholas, para nada. Decidí no tenerlo porque nunca quise hijos y menos con mi estilo de vida y en el mundo que me manejaba.

            Desde muy pequeña me tocó hacerme cargo de una familia entera, así que tampoco desconocía las responsabilidades de ser madre, las aprendí con mis hermanos y no le temía. Simplemente no quería ser mamá, así que mi decisión no fue difícil de tomar.

           

No lo hagas, Ira, por favor. Dámelo a mí si no lo quieres tú  —me suplicó Kiara cuando juntas vimos la prueba de embarazo y enseguida que dio positivo le comenté que no lo tendría.

            No tienes por qué cuidar o quedarte con un hijo mío cuando puedes tener los tuyos le dije y sus ojos se llenaron de lágrimas.

            ¿Y qué pasa si yo no puedo tener uno propio? insistió con dolor y le sonreí.

            Pues entonces adoptas, hay muchos niños que desean un hogar y si no puedes tener uno propio, entonces le regalas un hogar a un pequeño que lo desee expliqué y la cogí del rostro.

            Ira, por favor. No lo hagas suplicó llorando y le besé la frente.

            Sabes que te amo, que eres mi hermana más que mi amiga y sé que serías una excelente tía, pero no, Kiara. No quiero a este hijo y no voy a tenerlo, punto zanjé.

 

            Kiara lloró más con mi decisión que cuando vio el corazón de Nick, pero no me inmuté ni sentí lástima, tampoco me molestó que quisiera hacerme cambiar de opinión. La entendía, pero más entendía y me importaban mis razones, así que la dejé en el baño y le pedí a Faddei que me consiguiera una cita médica con un ginecólogo de confianza. Una semana después de eso me sometí a un aborto y a un ligamiento de las trompas para no verme en una situación como esa de nuevo. Puesto que como explicó mi doctor, no me embaracé por no cuidarme, ya que siempre fui muy cuidadosa con eso, lo hice porque mi sistema hormonal decidió cambiar y como humanos, somos más defectuosos que la tecnología médica anticonceptiva.

            Así que para evitar que volviera a pasar, corté el problema de raíz.

            —De haberlo tenido creo que le hubiera regalado tu corazón para alguno de sus cumpleaños —seguí hablándole a aquel órgano tan vital y me reí al imaginarme la cara de él o ella cuando su madre le diera el tarro adornado con un moño rojo.

            Definitivamente una de mis decisiones más acertadas era haberme ligado las trompas, ya que como madre no me veía ni en uno ni en mil años.

            Guardé el corazón cuando la hora de marcharme llegó. Faddei ya me esperaba junto a los otros hombres que se conducirían en otro coche para escoltarnos. En la camioneta blindada donde me subí también iba Kadir, un chico turco de mi edad, era la mano derecha de Faddei; llegó a la organización justo en el año que yo tomé el liderato y había demostrado ser muy letal. Silencioso hasta lo molesto, sí, y creo que solo sabía decir sí o no porque era la único que respondía cuando le hablaban. Aunque conmigo extendía su vocabulario, ya que era consciente que le exigiría explicaciones más allá de las que pudiera darme con esos dos monosílabos.

            Veinte minutos más tarde llegamos a una casa a las afueras de Washington, en ella tenía la seguridad suficiente para protegerme de un ataque y se encontraba cerca del almacén donde también cometía mis ajustes de cuentas, así que contaba con todo lo necesario para deshacerme de evidencias o para ocultarme mientras llegaban refuerzos si las cosas se ponían feas.

            Normalmente era la primera en llegar, pero de vez en cuando me gustaba hacerlo de último para sorprenderlos por si acaso me querían sorprender a mí. Frank siempre me dijo que era bueno que creyeran que nos manejábamos con un protocolo porque así nuestros enemigos se confiaban de nuestros pasos.

            Al llegar a la sala donde me esperaban, el magistrado ya se encontraba ahí, junto a unos colegas suyos y seis de los míos. La organización estaba conformada por siete personas y por lo mismo el nombre que eligieron sus fundadores era The Seventh, un poco básico para mi gusto, pero muy acertado contando con lo que se hacía en ella al relacionarlo con los pecados capitales.

—Y el cuarto pecado capital al fin se digna a honrarnos con su presencia —bufó Gary Allen, el avaro, el tercero al mando.

Un hombre de sesenta años, bastante astuto, pero estúpido cuando se dejaba llevar por su avaricia y ya en varias ocasiones nos había hecho fracasar por lo mismo.

—El cuarto y sin embargo, el más importante. Tu líder por si lo has olvidado —dije y le guiñé un ojo cuando tiré de la silla para sentarme y unirme en la mesa con ellos.

—Deberías de ser soberbia en lugar de ira, Ira —se burló Eugene Hall y reí.

Él era el envidioso de la organización, imagino que por ser el sexto al mando se le desarrollaba más. Siempre deseaba lo que no podía tener y yo estaba incluida en ello. Eugene era un hombre guapo y muy conservado para sus cuarenta y ocho años, pero no era mi tipo y menos cuando estaba consciente de que solo quería ocupar el lugar de Nick con tal de conseguir algo de mi poder.

—Dejemos tranquilo a Héctor —pedí burlona. El susodicho me miró sonriendo sin gracia.

Sabía que no me tragaba, pero cuando tomé el liderato fue uno de los que me apoyó sin dudarlo incluso cuando él pudo tomar mi lugar, ya que era el segundo al mando.

—Bien, creo que debemos comenzar, ya que Ira se nos ha unido —propuso Alfred Long, el magistrado que nos hizo reunir.

Yo era la más joven de todos ahí y también la más odiada, pero así jamás lo aceptaran, igual era la más inteligente y fuerte, por lo mismo les arrebaté un lugar que tanto deseaban. Aunque por eso no me podía dar el lujo de bajar la guardia, ya que era consciente que solo estaban esperando a que me descuidara para destronarme y recuperar lo que según ellos les pertenecía.

El señor Long lucía bastante preocupado por los cambios que estaba sufriendo la Cámara de Representantes y le sonreí a Faddei con sarcasmo cuando el magistrado —y juez de la Corte Suprema de Estados Unidos— nos pidió aumentar el apoyo para poder comprar a los nuevos legisladores y así evitar que crearan leyes que le complicarían su trabajo y el nuestro. Aunque esa vez sus argumentos fueron válidos y por lo mismo vi en el rostro de mis colegas la intención de aprobar lo que solicitaba.

Trató también el tema de Sophia Rothstein, la viuda de Frank, quien a pesar de no tener un pasado limpio gracias a que su marido la salpicó con nuestra mierda, estaba decidida a luchar contra nosotros, pero la mayoría de los hombres presentes sospechaba que sus intereses eran más personales que las ganas de ayudar a las personas que votaron por ella.

—Sophia es astuta —opinó Wayne Nelson, el más viejo de los séptimos y el último al mando. Tenía setenta años y todos lo bautizaron como pereza, ya que se la pasaba más durmiendo que escuchando lo que se decía en las reuniones.

Yo en cambio lo consideraba inteligente gracias a la experiencia que sus años en ese mundo le habían dado. Por lo mismo era al único que respetaba de The Seventh.

—Por supuesto que lo es. Y tú, Ira, deberías estar preocupada, ya que la viuda de tu querido mentor vendrá tras de ti. Es lo que más anhela —comentó Harold Bailey con burla y negué.

De los seis hombres que conformaban —junto conmigo— la organización, es del que más me cuidaba. La gula lo describía a la perfección y luché contra su gente a muerte cuando me quiso quitar el liderato. Llegamos a un acuerdo solo porque los demás intervinieron, pero el viejo inmundo esperaba su oportunidad para volver a intentarlo.

—Gracias por la advertencia, Harold, pero no me preocupa Sophia. Es más, si la llamas para felicitarla dile que me encantará reunirme con ella para que hablemos de negocios. Ella conoce a la perfección ciertas cosas con las que podríamos ayudarnos la una a la otra —dije con altanería y, aunque sonrió, vi que apretó la mandíbula tratando de contener la furia.

—Dejemos a la viuda de Frank fuera de esto —pidió Ronald Ward, otro de los socios.

El tipo de cincuenta años era otro de los que me odiaba a muerte igual que Harold. Al cuarto al mando lo asociábamos con lujuria y me odió incluso más cuando al dividir las actividades ilícitas que dirigiríamos, a él lo dejé con la trata de blancas, lo único que yo me negué a hacer, pero que tampoco impedí porque siendo clara, no estaba en un lugar donde se podía ser buena. Simplemente como Pilato, me lavé las manos y dejé que él se las ensuciara en eso más que yo.

A Ronald le fascinaba vivir en los clubes y follar a diestra y siniestra, por lo mismo le dejé esas actividades como regalo, pero él lo tomó como ofensa y falta de respeto, ya que aseguró que solo le tiré las sobras de lo que yo no era capaz de hacer.

La reunión continuó sin peleas gracias a que me sentía cansada y sin ganas de seguir las estupideces de Ronald y Harold. El magistrado prosiguió hablándonos sobre todo lo que estaba sucediendo en el poder ejecutivo y legislativo del país y también nos aconsejó blindarnos más en nuestros negocios. La mayoría de mis colegas eran empresarios e inversionistas, de esos que ordenaban hacer atrocidades mientras ellos se tomaban un vaso del mejor whiskey o bourbon en sus lujosas oficinas con sus socios de renombre.

Yo en cambio era de las que se ensuciaba las manos haciendo algunas de esas atrocidades, me deshacía personalmente de quienes me estorbaban e incluso organizaba la mayoría de actividades que hacíamos, ya que era la única que tenía los tentáculos metidos en todo lo criminal que realizábamos, desde estafas, tráfico de drogas y personas, extorsiones a los poderosos, secuestros, asesinatos y lavado de dinero.

De lo único que me aparté fue de la trata de blancas y el tráfico de órganos —razón por la cual Nick siempre discutió conmigo y lo que lo llevó a traicionarme para terminar con su muerte—. Y tenía mis negocios, claro que sí. Me manejaba bien con las inversiones farmacéuticas, hospitalarias y médicas, lo que me resultaba bastante ventajoso, siendo yo la que también esparcía cierto veneno.

Igual tenía algunos casinos que era en donde más aprovechaba las estafas y casas de préstamo que utilizaba para lavar el dinero. Mis socios creían que ellos eran más inteligentes al mezclarse con la alta alcurnia, sin embargo, yo era fiel creyente a que vivir en el anonimato me servía más, ya que la justicia tendía a fijarse más en el empresario que se jactaba de ser respetable.

Como decían por allí, quien mucho habla en algo miente y quien mucho tiene en algo ha pecado. Y yo, a los ojos de otras personas fuera de mi entorno, no tenía nada.

 

____****____

 

—¡Joder! —bufé al llegar a casa y tirarme en el sofá al lado de Kiara.

            Hunter llegó en busca de mis caricias y colocó el hocico en una de mis piernas.

            —¿Tarde difícil? —preguntó y asentí.

            Me recosté a lo largo del sofá, poniendo la cabeza en el apoyabrazos, Hunter aprovechó para poner el hocico en mi abdomen disfrutando de que le rascara detrás de la oreja.

            —Creí que te quedarías con Milly —dije y subí un pie para recargarlo en su pierna.

            Ella quitó mi bota y gemí cuando me apretó el pie, sentí delicioso y relajante que hiciera eso.

            —La llamaron del hospital para que cubriera un turno —dijo.

La chica era enfermera.

—La suerte me sonríe —murmuré y volví a gemir cuando comenzó a masajear bien mi pie.

Hunter me miró confundido por los sonidos que solté y me reí. El can era feroz ante los demás, pero dentro de esas paredes se convertía en un ser inocente que adoraba los mimos.

—¿Tan estresada te ponen esos cabrones? —inquirió.

—Ya sabes, son hombres que cada vez que me ven tratan de recordarme que son poderosos, como si yo no les hubiera demostrado ya que puedo ser peor que ellos —dije.

—Y debes mantenerte firme, Ira. Demostrarles que no estás donde estás solo por saber follar y que amas tener el control de todo y por lo mismo no lo soltarás por mucho que ellos se revuelquen en su mierda —pidió y sonreí.

Se quedó en silencio y pensativa un rato y luego suspiró profundo.

—¿A dónde se fue esa loca cabeza? —quise saber y me miró regalándome una sonrisa melancólica.

—¿Recuerdas cuando éramos controladas, sin esperanza alguna de poder decidir por nosotras mismas? —dijo y por un segundo me transporté al pasado.

Aquellos días cuando yo maldecía mi vida y a los tipos que trataban de manosearme en el momento que les servía las bebidas, o los otros en los que consolaba a una Kiara que lloraba desconsolada porque algún imbécil la golpeaba cuando ella no quería hacer ciertas cosas en el sexo. Amenazándola con entregarla a ICE si no cedía o los denunciaba, ya que era inmigrante igual que yo.

—Trato de no pensar mucho en ello —dije y la tomé de la mano apartando a Hunter y llevándola a ella a mi lado.

Ambas éramos delgadas, así que el espacio del sofá era suficiente para estar una al lado de la otra. Nos abrazamos con fuerza, así como siempre hacíamos cuando esos recuerdos nos llegaban, aquellos días oscuros nos marcaron y así pasaran años, no los olvidaríamos por más que deseáramos, aunque yo no quería hacerlo, ya que eso me ayudaba a mantenerme firme donde estaba.

—Y ahora tú eres la que controla a su antojo —dijo ella con una risita y negué.

—A veces me canso —confesé.

Tenía la cabeza recostada en mi brazo y la alzó al escucharme, yo me reí por la incredulidad con la que me miró.

—¡Coño! ¿Pero qué dices? —cuestionó y la halé de nuevo para que se metiera en mi costado.

—Ahora tengo el control de todo, Kiara. Estoy en un punto de mi vida donde el poder que manejo me puede volver loca si no tengo cuidado y a veces… quisiera soltarlo así sea por unos segundos, quisiera ceder el control solo un instante para poder respirar —confesé por primera vez.

Kiara se sentó con una rapidez graciosa y me reí de ella.

—¿Me estás hablando en serio? —preguntó y asentí. Me puso el dorso de la mano en la frente y se lo quité de una manotada, riéndome por su incredulidad— Tú lo que necesitas es una buena follada, hermana —aseguró y me reí más—. Estoy hablando en serio, Ira. No follas desde que…desde ya sabes cuando —dijo omitiendo hablar de Nick—, así que eso te está afectando la cabeza.

—Me masturbo —le recordé— y uso todos esos juguetes que me has regalado, que por cierto, el último dildo que me diste es demasiado grande, así que ni siquiera me he atrevido a sacarlo de su caja —confesé.

Kiara tenía la afición de regalarme juguetes sexuales desde que estaba sola, alegando que debía cuidar mi salud sexual porque eso mantenía la mental. Y la mayoría al conocer su orientación también creían que entre nosotras existía algo más que amistad y no se equivocaban, teníamos una hermandad en realidad, algo totalmente diferente a lo que los demás imaginaban, puesto que ella jamás me insinuó nada.

Y yo menos.

—Eso no es lo mismo como sentir la calidez de un cuerpo humano —aseguró— y tras la tontería que me acabas de confesar, pienso que la cosa es más grave de lo que creí —siguió y negué divertida—. Y creo que podría tener la solución para eso —añadió y la miré con sorpresa.

—Ni creas que voy a pagar porque me follen —advertí.

—Obvio no, tonta.

—Tampoco estoy dispuesta a que me presentes a alguien —añadí.

—¡No! Solo quiero que me acompañes a un lugar —aclaró—. Pensaba invitar a Milly, pero estoy segura que me mandará a volar si se lo propongo —analizó y la miré frunciendo el ceño— ¿Tienes algo que hacer mañana? —inquirió.

—Sí, iré a ver a mi médico y a hacerme mis exámenes de rutina —dije, agradeciendo tener una excusa para que no me arrastrara a su locura.

Desde que tuve la solvencia económica me mantuve en chequeos médicos constantes para poder detectar a tiempo cualquier enfermedad, sobre todo el VIH —incluso cuando me cuidaba en las relaciones sexuales— y además, mantenía en revisiones también a las personas que trabajaban para mí.

La gente a mi alrededor iba a sus chequeos médicos cada uno o tres meses, era una regla. Absurda para muchos, pero importante para mí. Y no se trataba de despedir a ninguno que saliera con alguna enfermedad contagiosa, para nada. De hecho, era más bien para no perder a gente valiosa. Ya que como siempre se los decía, si morían sería a manos de mis enemigos o por mí si me traicionaban, pero no por enfermedades.

—¡Perfecto! Entonces no te comprometas para el viernes porque tienes una cita conmigo —ordenó y la miré con ironía—. Dijiste que querías ceder el control de tu vida, pues bien, cédemelo a mí y te juro que no te arrepentirás —me recordó y reí.

Kiara se tomaba muy en serio mis palabras.

—Solo promete que no me llevarás a una muerte segura —concedí y sonrió feliz.

Aplaudió como si fuera una niña consentida cumpliendo su capricho.

—Jamás, Ira Viteri. Confía en mí —pidió y antes de que le recordara que no confiaba en nadie, me dio un beso casto en los labios y se fue a su habitación alegando que necesitaba hacer algo importante.

—¡Carajo! —bufé, temiendo que me había metido en algo grueso.

Me reí por las locuras de mi amiga, pero luego de eso le llamé a Faddei para que estuviera pendiente de los pasos que daba Kiara, ya que así hubiese cedido a su capricho, no me confiaría de nada y fuera donde fuera que me pensara llevar, antes lo investigaría porque por estúpida no caería ante mis enemigos.

Próximamente (Soon)

Aleph, Oscura Eternidad

Una segunda oportunidad…
Para Aleph, eso significa la confirmación de que, el que para el mal nace, para el mal muere. Ya que cuando la vida le da una segunda oportunidad, no es para que enmiende los errores que cometió en la primera, sino más bien para que consiga lo que su entorno lleno de maldad le negó al nacer en el seno de la familia equivocada. Aunque eso signifique cometer errores más graves que los que ejecutó en su pasado. Los Gambino ponen a Italia a sus pies y con ella, el imperio para el que siempre fue destinado, sin embargo, ser parte de la mafia significa también someterse a sus reglas y, aunque al principio no es difícil, el pasado decide jugar de nuevo con él poniendo en su camino a la Helena de su vida.
Una mujer prohibida…
Y no solo porque pertenece a una familia enemiga, sino porque para su suerte, ella fue desde siempre el amor de su hermano. Y Aleph, el amor de la princesa de la mafia: Lorenza Costello.
El comodín más importante en las organizaciones criminales de Italia...
Lorenza es una mujer capaz de tener a sus pies a dos clanes poderosos dentro de la mafia, la chica que con su amor le dará a Aleph todo un reino, pero con su odio, el infierno en vida. Una dama que sabe que nació para ser el trato más importante entre las familias de honor y quien luchará para hacerse valer por lo que sabe que es y no para lo que la criaron. Pero en cuanto el amor y la pasión estén servidos como platos principales, los tratos de honor saldrán volando, poniendo en riesgo muchas vidas y corazones. Haciéndolos entender al fin que la vida no la rige las reglas sino el destino.

Fire Heart

What happens when everything you wanted comes true? When the impossible become possible? But above all, what does it feel like when betrayal comes from a great love? I melted a heart of ice that left me with a dark heart. I did the unimaginable for the thirst of revenge and became what I once hated for getting something I thought would help me move on. Yet, in the end, I got what I didn’t seek but desired, even though I was sure it was something impossible to have again. Until it happened. He returned when the darkness consumed me, and the secrets turned me into a ruthless woman. I, Isabella White, loved intensely but hated just as much. Elijah Pride thought he was a demon, but I was the damn devil, and many were going to find out in the worst way. Once he had an angel, now he would only find a demon. Once I was his salvation and he my destruction, now I was what he once was, and LuzBel truly intended to be my redemption. But a demon could never be able to save another, and I was very clear I was going to prove it to him. Will love be enough to forgive?

Karma

COMENTARIOS...

La trilogía corazón son los mejores libros que he read en mi vida, y he leído muchísimos jaja, he releído la trilogía muchas veces lo seguiré haciendo, no me canso de hacerlo, que saliera en físico fue un sueño hecho realidad y ha valido la pena cada peso gastado en comprar tanto el físico como el digital, gracias Jasmin por compartir tu talento con el mundo ❤️
Dayana Espitia
Existen toda clase de libros, buenos, malos, regulares, esos que dejas a la mitad, y esos que por mas que intentes no puedes dejar de leer, están los que te generan un bloqueo lector y no quieres leer nada mas por un tiempo, y esos que leerías una y mil veces y sentirás las mismas emociones y la misma magia cuando lo haces, esta trilogía hace parte de este último grupo, que por mas que leas miles y miles de libros siempre volverás a él, porque no tiene comparación con ningún otro.
Dayanna Espitia
El mejor cierre de una de las mejores trilogías que he leído, pasión pura en cada uno de los libros, te envuelve de tal manera que quieres matar a los malos, amar a los buenos, odiar a ciertas personas y perdonar a otras cuando al final entiende el porque de las cosas. Gracias Jassy por tan excelente historia y en espera de las otras!!!!
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